Anna estaba en el armario, temblando. La oscuridad la envolvía, pero no era suficiente para calmar el caos en su mente. Aferraba con fuerza su teléfono, revisando compulsivamente las cámaras de seguridad de la casa mientras intentaba no perder la cordura. No podía dejar de repetirlo en su mente: Esto no está pasando. Esto no está pasando.

Todo comenzó horas antes, cuando escuchó a Rex, su fiel pastor alemán, gruñir en el jardín. Luego, un alarido desgarrador. Alarmada, sacó su teléfono y activó las cámaras exteriores. Lo que vio la dejó sin aliento.

Daniel, su esposo, estaba tirado en el césped, inmóvil, mientras Rex, cubierto de sangre, jadeaba junto a su cuerpo. Anna gritó, pero no se atrevió a salir. Observó a través de la pantalla cómo Rex levantaba lentamente la cabeza y miraba directo a la cámara. Sus ojos... algo en ellos había cambiado. No eran los de su perro. Eran demasiado humanos, demasiado conscientes.

Antes de que pudiera reaccionar, Rex caminó hasta la puerta trasera. En la cámara de la entrada, Anna vio cómo se erguía sobre dos patas y, con movimientos torpes pero inquietantemente deliberados, giraba la manija y entraba en la casa. La voz de Daniel resonó por toda la vivienda:

"Anna, ábreme. Es solo Rex. No sé qué le pasó, pero podemos resolverlo juntos."

El corazón de Anna se detuvo. Esa voz. Era exactamente igual a la de su esposo. Pero sabía que no podía ser él. Lo había visto morir.

Corrió al armario del dormitorio y cerró la puerta, intentando controlar su respiración mientras miraba la cámara del pasillo. Rex avanzaba lentamente, tambaleándose como si estuviera aprendiendo a moverse con un cuerpo que no era suyo. Su figura se perdía y reaparecía a medida que pasaba frente a las cámaras interiores.

"Anna, por favor, cariño. ¿Por qué te escondes? Soy yo. No tengas miedo."

El pomo de la puerta del dormitorio comenzó a girar lentamente. En la pantalla de su teléfono, vio cómo Rex empujaba la puerta y entraba al cuarto. La cámara captó algo que nunca debería haber sido posible: Rex sonrió. Una sonrisa grotesca y antinatural que no podía pertenecerle a un animal.

"Sé que estás aquí, Anna," dijo con la voz exacta de Daniel. "No puedo protegerte si te escondes."

Anna intentó mantenerse en silencio, pero las lágrimas caían sin control mientras observaba la cámara del dormitorio enfocarse en el armario. Rex se acercaba, sus patas deformes resonando contra el suelo de madera.

"¿Recuerdas lo que siempre te decía?" murmuró la voz desde el otro lado de las puertas. "Te amo más que a nada en este mundo. Sal, por favor. Rex quiere verte también."

De repente, las imágenes en el teléfono comenzaron a distorsionarse. La cámara del armario capturó una imagen fugaz de Rex, erguido, con la cabeza girada en un ángulo imposible mientras su sonrisa se ensanchaba más allá de los límites de su rostro.

La puerta del armario se abrió de golpe. Anna gritó.

Lo último que vio en la pantalla de su teléfono fue la imagen congelada de Rex, observándola con esos ojos llenos de maldad inhumana, mientras el video se apagaba para siempre.