Estaba sentado tranquilamente en la sala viendo televisión cuando escuché a mi hija de cuatro años gritar de terror, rogándome que subiera las escaleras. Mi corazón se aceleró al oírla, y como un loco, me apresuré a subir las escaleras mientras gritaba: "¿Qué pasa, cariño?". Pregunté con voz temblorosa de preocupación mientras subía lo más rápido que pude.

Al llegar a su habitación, vi su cama y retiré las mantas para descubrir su pequeña figura temblorosa.

"¿Qué pasa, cariño?", pregunté, intentando calmarla.

"Hay un monstruo en mi armario", gimió, con sus grandes ojos llenos de miedo.

Tarareé suavemente, tratando de tranquilizarla. "No hay monstruos, cariño. Vamos a echar un vistazo, ¿de acuerdo?" Abrí la puerta del armario y le mostré el interior. "Mira, no hay nada que temer". Justo en ese momento, escuché a mi hija decir: "Papá, ¿con quién estás hablando?".

Esas palabras me helaron la sangre, porque la voz no provenía de la cama, sino del interior del armario. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que estaba en la cama no era mi hija, sino algo más, y esa cosa se estaba acercando a nosotros. Abracé a mi hija dentro del armario y le susurré: "Está bien, papá está aquí".