Ecos de lo que hiciste
Javier había intentado seguir adelante con su vida. Después de la desaparición de Laura, todo había cambiado. La casa estaba vacía, y las preguntas de amigos y familiares se acumulaban. Nadie sabía dónde estaba, ni por qué se había ido tan repentinamente. Él mismo había dado declaraciones a la policía, repitiendo que no sabía nada, que la última vez que la vio fue cuando salió a trabajar. Su versión no había cambiado. Pero las noches eran lo peor.
Una de esas noches, cuando todo parecía en calma, el teléfono sonó.
"Hola, amor...", la voz de Laura susurró desde el otro lado.
Javier sintió un escalofrío recorrer su espalda. Miró la pantalla, y su sorpresa fue aún mayor: el número era el de Laura. Colgó de inmediato. Se quedó en silencio, tratando de calmarse. Debe ser una broma de mal gusto, pensó, intentando encontrar una explicación lógica.
Pero la llamada se repitió al día siguiente. Y al siguiente.
Al principio, trató de ignorarlas, pero la voz de Laura era inconfundible. "¿Me extrañas?", preguntaba con ese tono suave que alguna vez lo había reconfortado. Cada vez que Javier oía su voz, sentía cómo la culpa y la angustia lo carcomían, aunque no sabía bien por qué. Algo en esas llamadas despertaba recuerdos que intentaba enterrar profundamente, pero que comenzaban a aflorar, desordenados.
Las cosas empeoraron cuando empezaron los mensajes de texto.
"¿Por qué me dejaste sola?"
"¿Hace frío aquí abajo?"
"Quiero volver a casa."
Cada palabra parecía estar escrita por ella. Javier comenzó a perder el sueño, revisando obsesivamente su teléfono, borrando los mensajes, pero siempre llegaban más. Empezó a desconfiar de su propia cordura. Había escuchado que la gente en duelo a veces experimentaba cosas extrañas, pero esto... esto era diferente. Era demasiado real.
Una madrugada, tras una llamada particularmente inquietante en la que Laura simplemente repetía su nombre una y otra vez, Javier decidió enfrentar el miedo.
Respondió con la voz temblorosa: "¿Qué quieres? ¿Quién eres?".
El otro lado quedó en silencio por un momento antes de que la voz de Laura volviera, más nítida, más cercana.
"Javier... estoy aquí afuera. Ábreme la puerta."
De pronto, el sonido de golpes suaves resonó en la entrada. Javier sintió cómo su cuerpo se paralizaba. Miró hacia la puerta principal, y su corazón se aceleró. Era imposible. Laura no podía estar afuera. Con manos temblorosas, fue hacia la ventana y miró hacia la calle, esperando encontrar a alguien, un bromista, una explicación lógica.
Pero no había nadie.
La puerta volvió a sonar, esta vez con más fuerza. Era como si algo, o alguien, estuviera tratando de entrar. El teléfono en su mano volvió a vibrar. Otro mensaje.
"¿No vas a abrirme, Javier? Está frío aquí afuera..."
Una mezcla de miedo y culpa lo invadió. Recordaba cada detalle de la noche en que Laura desapareció, pero había partes de su memoria que parecían borrosas, confusas, como si algo importante se le escapara. En ese momento, el teléfono volvió a sonar, y Javier lo contestó con la voz quebrada:
"¡Déjame en paz! ¡Sé que estás muerta!"
La voz rió suavemente al otro lado.
"¿Lo sabes? ¿De verdad lo sabes? Estoy justo afuera... y sabes lo que hiciste."
De pronto, los recuerdos estallaron en su mente. La discusión. El momento en que todo se descontroló. El golpe. La sangre. El peso del cuerpo de Laura mientras la arrastraba, el agujero en el bosque. Lo había bloqueado. Lo había olvidado, o al menos, eso pensaba. Pero ella... ella nunca se había ido.
Con las manos temblorosas, retrocedió hasta la puerta del dormitorio, pero antes de que pudiera cerrarla, escuchó el sonido del pomo de la puerta principal girando lentamente.
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