La Muñeca Vacia
Me encontraba en medio de un prado rodeada de árboles y un verde espesor.
Podía escuchar el sonido de los grillos, las cigarras y las guacharacas.
A lo lejos, el río se hacía presente, chocando contra las rocas de la orilla.
Y al frente estaba mi abuelo contando sus anécdotas de juventud y contando chistes del campo. Estaba toda la familia reunida y también mis amigos del alma, que aunque eran pocos, no sobraban.
Pero de repente, todo se desvaneció. Era un hermoso sueño del que había despertado. Ahora estaba rodeada de paredes grises, un espacio tan pequeño que me asfixiaba.
Entre lágrimas, solo podía decir:
si existe un ser máximo en el firmamento,
devuélveme a casa,
devuélveme a donde pertenezco,
devuélveme a mi hogar.
El tiempo fue pasando y con él, la tristeza se diluía. Ya no se hacía tan latente todos los días. Llegué incluso a acostumbrarme a esas paredes grises. Llegué a acostumbrarme a ese espacio pequeño que contenía todos mis pensamientos.
Con el tiempo, fui conociendo nuevas personas a las que pude llamar compañeros, amigos. Descubrí la belleza que puede estar entre edificios y concreto. Terminé encariñándome con el sonido de los autos, de las motos y de los trenes.
Era muy distinto a mi prado con río. Era muy distinta mi vista, donde antes había una montaña y ahora solo edificios. Pero llegué a encontrar la belleza de esta gran ciudad.
Pero aun así, sentía un vacío en mi interior. Y entre lágrimas, solo podía decir:
si existe un ser máximo en el firmamento,
devuélveme a casa,
devuélveme a donde pertenezco,
devuélveme a mi hogar.
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