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Para las vacaciones de verano, junto a mi esposo Michael habíamos planificado visitar a sus padres: Ericka y Demian. Nos encontrábamos en el aeropuerto y era hora de abordar el avión.
Los padres de Michael nunca me dieron una buena espina. Ellos son sus padres adoptivos, la primera vez que los vi, me parecían demasiado misteriosos y poco confiables.
El vuelo fue tranquilo, no me gustó mucho la comida del avión pero bueno. Al cabo de unas horas, llegamos a nuestro destino. Tomamos un taxi del aereopuerto para que nos deje en el pueblo donde creció Michaell pueblo donde vivían los padres de Michael, era uno alegre, llamaos a un taxi y me sorprendí por la distancia que íbamos a recorrer, su casa estaba muy apartada del resto de el pueblo
a una estación tomamos un taxi y nos dirigimos a su hogar. Tocamos la puerta, luego de unos segundos apareció Ericka y nos dio la bienvenida. Vi a lo lejos a Demian, el se encontraba sentado en un sofá leyendo lo que parecía ser un diario, le reste importancia y seguí a Ericka.
La casa tenía muchas habitaciones, la nuestra se encontraba en la segunda planta. La habitación era espaciosa pero un poco vacía. Dejamos nuestras maletas y nos vestimos con ropa más cómoda, a los tres minutos de haber terminado de cambiarnos, escuchamos a Demian llamar para bajar a cenar.
Fui por los pasillos de la casa en dirección a las escaleras, pero una puerta llamó mi atención, no era la de los padres de Michael así que me pareció extraño que la luz se encontrara encendida. La puerta estaba entreabierta, así que decidí entrar y cuando estaba apunto de girar la perilla, apareció Demian y me tomó la mano con un poco de brusquedad. ¿Qué haces aquí? Preguntó en un susurro, aún si el volumen de su voz era bajo, se notaba su irritación, no le contesté y a los pocos segundos apareció Ericka.
—Demian, suéltale el brazo— con un ceño fruncido, él aceptó a regañadientes. Lo miré un tanto asustada por su reciente comportamiento, al parecer Ericka lo notó— Tranquila, lo que sucede es que esa habitación tiene reliquias familiares y a él no le gusta que entren ahí.
La cena transcurrió con normalidad, solo hubo una pequeña incomodidad por las constantes miradas de los padres de Michael en nosotros. Terminamos de cenar y Michael y yo nos despedimos de sus padres para ir a dormir. A los pocos minutos de habernos acostado, caímos en un sueño profundo.
Desperté de la nada, gire para ver el reloj que se encontraba en la mesita de noche, era la medianoche. Las ventanas estaban abiertas y la luz de la luna se colaba por ellas, creo que fue por ello que me desperté. Divisé si se encontraba Michael, decidí levantarme para ir por un vaso con agua ya que sentía mi garganta seca, de paso para ir a buscarlo.
Todo estaba a oscuras, pero eso no me impedía avanzar. Caminé por el pasillo y dirigí mi vista a la habitación que anteriormente había querido ingresar. Divisé y nadie estaba cerca. La habitación seguía con la luz encendida, pero esta vez, era más tenue. Escuché voces dentro de la habitación, la curiosidad era mucha así que decidí escuchar qué era lo que decían. Me acerqué lentamente hacia la puerta y pegué mi oreja contra ella, al hacerlo los murmullos pararon, me asuste y por el asombro caí de espaldas al tropezarme con la alfombra.
Escuché pasos acercándose lentamente. Me levanté como pude para esconderme y al fijarme debajo de la puerta, escurría un líquido rojo, era sangre. Horrorizada corrí en dirección a las escaleras, al bajar encontré una escena que nunca hubiera imaginado. Vi a Michael en el sillón con la televisión encendida, había un charco de sangre que manchaba el mueble y se escurría hasta llegar al suelo, su garganta estaba destrozada al igual que sus piernas. Me dirigí hacia la puerta principal y forcejee la manija, no abría. Busqué las llaves, no se encontraban por ningún lugar. Escuché una risa a lo lejos.
—¿Buscabas esto?—Una voz conocida habló a mis espaldas y escuche un tintineo, las llaves. No podía ser cierto, era Ericka— Se supone que esto nunca pasaría, Michael y tú son muy curiosos. Todo estaba planeado, iba a ser impecable, pero lo arruinaron.
—No me hagas daño, por favor. No diré nada, pero déjame ir—Le supliqué al borde de las lágrimas.
Me miró de una manera que no pude describir, luego sonrió y empezó a hablar
—No podemos dejarte ir, de todas formas no planeábamos hacerlo—Se iba acercando cada vez más a mi, yo retrocedía conforme ella avanzaba—No podemos correr riesgos y ya viste suficiente, adiós.
Vi cómo aumentó la velocidad de su caminar, corrí lo más que pude, pero las piernas me fallaron, me levanté pero en ese instante sentí un dolor inexplicable por el cuello. Quise tocarlo para saber que pasaba, pero solo había sangre y ya no sentía mi cabeza. Extrañamente empecé a rodar.
Había perdido la cabeza y lo último que vi fue el rostro de Ericka con una sonrisa.
FIN
¡Hola! Soy Nami, esta es una historia muy corta lo sé, pero puse mucho esfuerzo en escribirla, espero les guste. Nos vemos pronto en otras historias.
Nami—
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