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8 (parte 2)

(Sigue narrando Liv)

En la cabeza de Ana, yo soy una especie de monstruo.

Asumo parte de la culpa al dejar que me vea como tal, pero la verdad es: que ni yo soy tan mala...ni ella es tan buena.

Desde siempre nos han gustado los mismos chicos y, ante los ojos del mundo, yo he sido una total perra, pero no es así. No sé cómo funcionará el resto del planeta, pero en mi código moral, las amigas van primero. Y yo siempre he buscado priorizar a mi amiga a toda costa.

Antes de poderle decir siquiera que alguien me gustaba, Ana ya lo había reclamado como suyo, incluso aunque a mí me hubiese gustado primero.

¿Y yo que hacía?

Me apartaba.

La dejaba ir a por se chico y que descubriera si tenían oportunidad. A veces le funcionaba, y yo me tragaba mis sentimientos con un shot de tequila en alguna que otra fiesta. Pero a veces, casi todas las veces, ellos me elegían a mí. ¿Y por qué frenarme? Ella lo intentó, tuvo su oportunidad. Si el sentimiento era mutuo, ¿por qué debía de pedir disculpas? Pero aun así lo hice.

Una.

Y otra.

Y otra vez.

Sé que debería haberle explicado mis sentimientos a ella, pero no es como yo. No tendría las agallas para luchar por lo que quiere a pesar de que todos la juzguen.

Ah, no.

Nuestra dulce e inocente Ana carece de determinación, arrojo, osadía.

Cuando comenzó todo con Anthony, hice exactamente lo mismo que todas las otras veces. Ellos existieron únicamente porque yo lo permití. Pude haberle dicho a Ana lo que ocurría en el instante en que me pidió el número de Anthony. Pude haberle ocultado a Anthony que ese día estuvo hablando con Ana. Pude habérmelo llevado a la cama ese mismo día cuando creyó que por fin había encontrado a la chica perfecta.

Pude haberle dejado creer que era yo.

Pero no lo hice. Esa vez.

Esta vez, la historia sería diferente.

-Estoy dentro. – le dije a Anthony, que se quedó de piedra por un instante.

- ¿Por qué quieres hacerle esto? Creí que era tu mejor amiga.

Medité la respuesta unos minutos y, con la voz más inexpresiva posible, le ofrecí una respuesta:

-Ana se ha pasado la vida echándome la culpa de cada cosa mala que le sucede, sin antes preguntarse si no habrá acaso otra versión de la historia. Hace mucho dejé de tratar de convencerla de que no soy la abominación que imagina, pero ella aún no se lo cree. Así que, si se empeñan en ponerme una etiqueta, quiero ser merecedora del título.

-Esto acabaría con la poca autoestima que le queda, la arruinaría. Lo sabes, ¿no?

-Oh no cariño. - dije, mientras me reía. -Tú ya acabaste con la poca autoestima que le quedaba. Si ella se diera el valor que tiene, hace mucho habría roto toda relación contigo. No te engañes Anthony, eres igual de despreciable que yo.

Estás dispuesto a usar su mayor inseguridad en su contra únicamente porque no puedes ir a un maldito psicólogo y arreglar tus problemas para poder amarla como se debe. Dudo que siquiera te acuerdes ya de tu ex. Ambos sabemos que lo único que te detiene de corresponderla totalmente es el miedo. Miedo de cambiar para merecerla.

Ella no se irá por sus propios pies y lo sabes. Lo único que hará que se separe completamente de ti es que le rompas el corazón de tal forma que el daño sea irreparable, que no tenga más remedio que escapar para sobrevivir. Y si la quieres, aunque sea un poco, sabes que no podrás amarla hasta que no te ames a ti mismo. Sé un hombre y déjala ir.

La línea se quedó en silencio por tanto tiempo que creí que había colgado. Al final, un susurro tan leve como un suspiro, se escucha del otro lado del teléfono.

-Ok, hagámoslo.

Desde ese día, él ha estado manteniendo una relación puramente física conmigo. Y no ha habido un solo día en que no deje de hablar de Ana. El objetivo principal de esta aventura era que ella se alejara de él y, debo decir, que Ana por ahora no sabe nada, y él hizo un trabajo estupendo solito.

¡Bravo!

Todo este lío debió de haber parado ahí, pero Anthony era bueno en la cama y yo le recordaba a mi mejor amiga. Nos vimos tantas veces que se volvió costumbre. Yo llegaba, él me besaba, y acabábamos entre las sábanas con él acariciando mi pelo rubio y recordando a cierta castaña a kilómetros de ahí.

¿Lo peor de todo?

Yo aun sabiendo eso, me enamoré.

Quise golpearme la primera vez que me encontré llorando solo porque él había vuelto a decir su nombre. Pero desde que noté lo que sentía, no pude pararlo ya.

Por eso, cuando me dijo hoy que iba a luchar por tenerla a su lado, decidí que había tenido bastante de este teatro y que, si Ana no sabía, era su momento de dejar de vivir entre las sombras.

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