Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 33: ¿Qué mas pedirle a la vida?

KATNISS POV

Cuando empezó diciembre, podría decirse que ya estaba acostumbrada a mi nuevo hogar. Me levantaba más temprano, no tanto como Peeta, a eso de las siete de la mañana ya había tomado algo y me vestía con un grueso overol para salir a trabajar con la señora Egeria y otras vecinas que necesitaban ayuda. Según me aconsejan, debería aprovechar las tierras alrededor de mi casa para plantar algunos vegetales la próxima primavera. No sabía si nos íbamos a quedar tanto. Este lugar me gustaba, era tranquilo, lleno de paz. Y aunque ya casi empezaba el invierno tenía unas macetas con flores, cortesía de mi querido novio jardinero. Sin él yo no sabría diferenciar los tipos de flores o de los vegetales.

Los primeros días me desesperaba no tener tele o wifi. Tampoco es que tuviera en que entrar a revisar mis redes sociales.

Ahora ya no los extraño tanto, pienso en papá mientras trabajo. Me pregunto qué estará haciendo, si sus negocios van bien. Sé que tenía problemas con sus minas de carbón. Con lo del calentamiento global y esas cosas, las industrias no son bien vistas. Por eso estaba cambiando a la importación de vinos, espero no haber arruinado su negocio con mi malogrado romance con el hijo de Seneca Crane.

¿Qué estará haciendo Frank ahora? ¿Y Johana? Iba a irse a la universidad de Indiana a vivir allí. Finnick ya estudia en esa misma universidad pero no vive dentro. Me hubiera gustado a mí también poder estudiar algo, ahora que sé que no podré hacerlo me pregunto qué escogería.

Si ahora pudiera estudiar escogería algo que me permita ayudar a generar dinero o a colocar todo lo que cosechamos. Muchos frutos se están echando a perder y no los pueden vender fuera de aquí porque son cultivos pequeños no tienen licencia para llevarlo a los grandes mercados de la ciudad. Pero son más sanos que los que se consiguen en súper mercados. Estos no son fumigados, no se cultivan a gran escala. Creo que en algunas tiendas en Indiana les decían cultivos orgánicos.

También se me ocurren muchas cosas para que el orfanato produzca más y los niños que llegan a la mayoría de edad no tengan que irse. Quitando lo malas que son algunas muchachas creo que podrían abrir una peluquería importante. También una pastelería. Peeta es muy bueno en su trabajo, ahora no sólo hornea panes sino que también hacen pasteles y reciben pedidos de aperitivos para fiestas. Siempre voy a ayudarlo cuando tiene esos pedidos. Porque aunque él sea muy bueno no ha ido a tantas fiestas como yo.

— ¡Amor!— me llama Peeta desde el patio. Lo miro recelosa, es sábado día de hacer la colada y como no tenemos lavadora aun, todo es a mano. Peeta lava y yo enjuago. Entre la cosecha, lavar mis bragas y limpiar la casa mis uñas y manos están hechas un asco. Necesito una manicura con urgencia. Pienso en la manicurista de Finnick, seguro que me haría las uñas con esas flores cursis.

Salgo a cumplir con mi deber, aunque no lo hago muy a gusto. Me la paso reclamando que necesitamos una lavadora porque nos enfermaremos si seguimos haciéndolo a mano. No quiero pensar cuanto tardara la ropa en secarse cuando caigan las nevadas si ahora ya tardan dos o tres días. En las tardes, apenas siento que empieza a llover salgo corriendo al patio a recoger la ropa.

—Ve calentando un poco de agua amor y pica unas verduras— pide Peeta cuando he terminado de enjuagar y él se dispone a tender las sábanas.

Me gusta verlo en la cocina, es muy sexy. Voy corriendo a hacer lo que me pide porque se me ha ocurrido una idea. Quito de la mesa algunos servicios que dejé sin lavar, la cubro con una manta y me desnudo. Sólo me quito los pantalones vaqueros y las bragas. Lo espero descalza con una camiseta suya, abierta. Sólo con eso.

Al entrar, Peeta se me queda viendo. Abre los ojos de una manera descarada.

— ¿Y si me calientas un poco?— sonrío descarada.

No tarda en llegar a donde estoy y subirme sobre la mesa, abre mis piernas y junta nuestros genitales, frotando con exquisita lentitud. Toma mi trasero y me aprieta, mientras esa boca empieza a morder mi cuello y el lóbulo de mi oreja.

— ¿Quieres que prepare el terreno primero?— susurra y dejo escapar un gemido que se hace carcajada. A veces bromeamos con juegos de palabras. Yo soy el campo y él es el jardinero que ara la tierra, la trabaja hasta plantar su semilla. Peeta es poético, yo más sensual.

—Eso estaría muy bien— jadeo al sentir sus movimientos y sus manos, que ahora que se dedica menos a la jardinería, están más suaves. Extraño esas manos callosas y ásperas.

No tarda en meter uno de sus dedos en mi intimidad.

—Me gusta cuando estás húmeda— gime al contacto con mi mano que rebusca en sus pantalones. Sé que no lleva ropa interior, usualmente no la usa en casa. Por eso me paso tocándolo cada vez que puedo.

— ¿Y si planta de una vez, jardinero?— abro más la piernas y recuesto mis codos sobre la mesa. Me sonríe pícaro, su mirada cargada de deseo es una de las cosas que más me excita. Siempre es tierno y amable con todos pero conmigo además de eso muestra una faceta que nadie más conoce. Y eso me hace sentir poderosa.

— ¿Así?— gruñe cuando me ha tomado de las caderas y se clava en lo profundo de mí. No respondo, mi garganta sólo puede dejar salir sonidos agudos.

Se dedica a empujar, siento una ligera molestia en mi trasero, la mesa no es lo suficientemente alta pero no me importa porque sus embestidas me llenan completamente.

— ¡Abrázame!— escucho y obedezco, me incorporo. Peeta me toma mi trasero y me levanta de la mesa, camina unos pasos sin salir de mi vagina, lo beso con furia, él hace que todo mi cuerpo se trastorne. Siento un frio que me hace empujar hacia él. Me ha puesto al lado del lavadero, es más alto y estoy a su altura.

Embestida tras embestida, siento que mi vientre empieza a endurecerse, pronto voy a explotar, escucho algunos cubiertos que estaban secando, caen dentro del fregadero. Eso hace que mi orgasmo se apresure, tengo debilidad por tirar o romper las cosas mientras cogemos.

Grito desesperada aferrándome a su espalda, arañando su cuello y él responde con penetraciones más profundas y rápidas lo que me hace volver a sentir ese cosquilleo y su posterior explosión. En ese momento el me llena, jadeando, sudoroso, gruñe y suspira mientras vacía su semen.

Nos quedamos abrazados unos minutos, ninguno dice nada, solo estamos así, como si no existiera el mundo allá afuera. Pasado un tiempo empiezo a reír.

— ¿Sabes que debo tener el trasero en forma de lavabo?— bromeo. Lo siento sacudirse de risa.

—Es un lavabo muy bonito— besa mi cabello y me baja despacio, cuando siento mis pies tocar el suelo, busco sus labios.

—Te amo Peeta— le digo entre besos.

—No más de lo que yo te amo a ti mi amor— me responde.

— ¿Vender panes? ¿Los dos? El padre Plutarch ha enloquecido— le reclamo elevando la voz.

—No sólo panes, podríamos llevar roscas también— dice intentado acariciarme.

— ¿En la calle? ¿Hay que gritar o cómo?— de sólo imaginarme vendiendo algo en plena vía pública me hace sentir humillada. Yo nunca he vendido nada en mi vida, podría hacerlo en una tienda o un súper ¿Pero en la calle?

—Bueno... cuando salía a vender hace tiempo llevaba una corneta de panadero para anunciar que iba pasando, es usual aquí, la gente está acostumbrada. Pero si nos detenemos en alguna calle o en la plaza creo que puedo llamar un poco la atención ¿No?

— ¿Y yo que pinto allí?— dije molesta.

—Me gustaría que me acompañes, no tienes que gritar ni vender si no quieres, pero puedes ayudarme manejando la camioneta, alcanzándome las bolsas o dando el cambio. No puedo hacer esto sólo— me abraza porque sabe que iré con él.

—Bueno, si no tengo opción.

—Es que eso no es para el orfanato. Ya te dije que le presenté proyectos al padre Plutarch para generarnos ingresos. El orfanato coloca buena cantidad de mercadería en la mañana pero las tardes están desiertas. La panadería del pueblo no trabaja después del mediodía.

—Así que pensaste "Oh puedo salir a vender panes a la calle con Katniss"— digo sarcástica.

—Sí, eso pensé. ¿Es mala idea?

— ¿Y por qué no me dijiste?

—Porque no estaba seguro que me aprobarían el proyecto, además, vamos a invertir un pequeño capital en eso. Yo uso la panadería pero los insumos los ponemos nosotros.

— ¿Nosotros tú y yo?

—Así es. Y las ganancias son para nosotros, luego que paguemos por el uso de la panadería.

— ¿Y eso es mucho?— pregunto.

—No, porque no usaré electricidad, hornearé en el antiguo horno de piedra.

—Entonces, invertiremos capital ¿Cómo de cuanto estamos hablando?

—Necesito buena harina, las roscas son dulces así que necesitamos azúcar, levaduras, frutos secos...

—Dime el costo— refunfuño.

—Unos quinientos dólares— lo miro con la boca abierta. –Ganaremos el triple amor. Te aseguro que si hacemos esto todas las tardes desde ahora hasta la fiesta de reyes lo triplicaremos— me asegura. No estoy muy convencida.

— ¿Y si nos sobran panes o rosquitas?

—Son roscas, de las grandes.

—Ah, roscotas ¿Y si nos sobra se endurecen y se echan a perder?

—La comida nunca se pierde.

—Oh entiendo. Si nos queda será para el orfanato. Bueno, seguramente también engordaré.

— ¿Entonces? ¿Le entramos?— vuelve a abrazarme con esa sonrisa de niño entusiasmado.

—Sí amor. Pero tenme paciencia, en mi vida he vendido nada.

—Aprenderás rápido, lo sé— me guiña un ojo.

Y así, empezamos nuestro trabajo "extra". Ya no viene a casa a comer sino que yo lo alcanzo en la panadería del orfanato y luego del almuerzo le ayudo a preparar masas, agregar ingredientes, cascar huevos y cernir harina. Tomamos un chocolate caliente antes de salir al pueblo. El padre Plutarch nos ha prestado su camioneta, llevamos dos canastas, una con panes campesinos y baguettes y otra con las famosas roscas navideñas. Bueno ya estamos en diciembre así que se siente que todo se volverás rojo y verde pronto.

Cuando estaciona el auto en la plaza del pueblo, tiemblo.

—Amor, mírame. ¡Katniss!— me llama.

— ¿Qué?— pregunto, pálida.

—No vas a vender nada hoy, sólo me alcanzas las bolsas y das el cambio ¿Sí?— su sonrisa tan genuina hace que me olvide de mis preocupaciones. Bueno, ya estamos embarcados en esto, hemos invertido nuestros ahorros así que ¡Adelante!

Bajamos las canastas y nos ubicamos al lado de la camioneta.

— ¿Las bolsas están listas?— pregunta.

—Gracioso— respondo.

Me he acordado que tuvimos que hacer esas condenadas bolsitas de papel durante varias noches. Yo nunca fui buena en actividades manuales, desde los catorce llevo manicuras costosas o uñas acrílicas. Cuando Peeta averiguó el precio de las bolsas de papel para los panes pegó un grito al cielo. ¡Cómo íbamos a gastar tanto en bolsas! Así que no se le ocurrió mejor idea que comprar un montón de papel y traerlo a casa para cortar, doblar y pegar. Aún tengo pegamento entre mis dedos, parece que me estoy descascarando.

Toca su corneta, hace un sonido gracioso, nos quedamos mirando un momento hasta que noto que unos niños se aproximan a investigar.

— ¡Roscas!— gritan a voz en cuello. Sus padres se acercan y no hay más que decir. La gente poco a poco se aglomera y los curiosos no se hacen esperar, algunos compran las roscas y empiezan a compartirlas en familia. Al ver que les gusta, otros más se animan a comprar. Los baguetes tienen sus propias bolsas, así que no tengo que alcanzarle a Peeta nada y yo misma los despacho cuando me piden, doy el cambio rápido y en menos de una hora hemos vendido casi todo.

—Creo que me quedé corto— dice mi novio muy contento. –Debimos traer más pero para ser el primer día, está bien.

—Acabo de entender ese término que dice "sale como el pan caliente"— me echo a reír. Nos movemos un poco y acabamos de vender en la calle principal. Contamos nuestras ganancias y estacionamos en un lugar algo extraño. No es un restaurante ¿O sí lo es? Bueno, no cómo yo estoy acostumbrada. No hay mesas personales, ni camareros sino una larga mesa hecha de tablas donde todo mundo se sienta con sus humeantes platos de sopa.

— ¿Se te antoja?— pregunta Peeta. Al sentir el olor se me abre el apetito. Devoramos un par de platos y se me olvidan los buenos modales, Peeta saca un pan que guardó para nosotros y lo parte para compartir.

Es gracioso que encuentre tanta felicidad en un sencillo comedor de pueblo.

— ¡No te acabes el limón!— le gruño cuando veo que exprime casi todo el jugo.

—Perdone señorita millonaria, no pensé que iba a gustarle tanto la sopa de pollo— me bromea.

—No soy millonaria, soy la mujer del jardipanadero— le contesto y rompemos a reír felices del día tan hermosos que hemos tenido.


Durante los días que voy a ayudar a Peeta en la panadería, no puedo evitar darme cuenta de dos cosas. Primero que no había notado que había bebés. Hay un pabellón, dónde están los bebés muy pequeños con sus respectivas madres adolescentes. Y segundo, que últimamente hay muchas visitas de autos lujosos.

—Esas muchachas del pabellón azul...— pregunto intrigada mientras estoy limpiando mi espacio para empezar.

—Son madres adolescentes, muchas rescatadas de las calles, vienen embarazadas o con sus bebés— se encoje de hombros. Claro, para él es natural porque vivió aquí toda su vida pero esas niñas, porque algunas son deben llegar a os quince años, me han impactado.

— ¿Y aquí se quedan? ¿Y cuándo cumplen 18?— pregunto.

—Las ayudan buscándole empleos y pueden dejar a sus niños aquí por el día, hasta que puedan establecerse por su cuenta.

—Qué triste— digo.

—Lo es, sobre todo porque muchas escapan— dice haciendo un volcán de harina.

— ¿Escapan? ¿A dónde? ¿Cómo?— pregunto asustada.

—Cada una tiene su historia pero imagínate. Embarazadas a veces en las calles, abusadas o huyendo, llegan aquí y apenas tienen sus niños quieren volver a escapar. Algunas lo logran por eso se construyeron muros más altos en la zona que da al bosque— me dice apurándome por los huevos.

— ¿Al bosque? ¿Solas?

—Saben sobrevivir en las calles pero con un bebé debe ser difícil. Algunas vuelven luego de un tiempo pero a veces es tarde— empieza a unir los ingredientes y forma su masa.

— ¿Cómo que tarde?— digo horrorizada.

—A pesar de ser menores, cuando tienen un bebé son responsables de ellos. El orfanato les pide que firmen un documento cediendo la custodia en caso de irse. Y si se van, si huyen de aquí o del trabajo que les consiguen, pierden el derecho sobre sus hijos y el estado los pone en adopción— me quedo pensando en esos pequeños abandonados a su suerte por una madre que aún es una niña, que quizás fue víctima de alguna violación. Es mejor que sean adoptados después de todo. ¿Encontrarán hogares amorosos sonde los amen como propios?

—La vida es tan injusta— suspiro.

—Creo que cada quien tiene lo que le corresponde, amor. Es su destino, no se sabe lo que pasará a cada huérfano que llega aquí pero intentan darnos lo mejor que pueden— recuerdo que él también fue abandonado por su madre hace años y me siento triste.

—Yo te voy a cuidar— digo mientras recuesto mi cabeza en su espalda y lo abrazo de su cintura.

—Ya me cuidas preciosa. Ahora necesito que me alcances esos cuencos porque voy a poner a reposar la masa— se mueve chistoso intentando que lo suelte pero lo abrazo más fuerte.

—Quiero adoptarte— se susurro, se queda quieto, se limpia las manos con su delantal y a regañadientes lo dejo darse la vuelta. Me abraza.

— ¿Para siempre?— pregunta mirándome.

—Para siempre— respondo. Nos fundimos en un beso tierno, dulce como sus roscas.

Siento el sonido de la puerta y doy un brinco, Peeta sonríe y me señala los cuencos, voy por ellos y seguimos nuestro trabajo. Noto que el padre Plutarch entra con unas personas importantes. Se ve por sus fachas, señoras vestidas de diseñador y peinados de estilista.

—Esta es nuestra panadería, tiene más de cincuenta años funcionando, aquí elaboramos los panes para los niños, ahora estamos proyectándonos abrir una tienda en el pueblo para generar más trabajo e ingresos— les explica, al llegar a nosotros, nos miran raro. Yo llevo puesto un delantal grande, blanco a juego con un gracioso gorro de panadero. Peeta va igual.

—Buenas tardes señoras— saluda Peeta, dándome un ligero golpe en el codo. ¡Creo que también yo debo saludar!

—Buenas tardes— replico. Pero no nos responden.

—Ellos son Peeta y Katniss— el padre Plutarch nos hace un ligero movimiento de cabeza en señal de saludo, le sonrío.

— ¿También son huérfanos de aquí?— pregunta una de ellas.

—Si— dice dudando el padre Plutarch, imagino que sería difícil que le explique cómo llegue yo a este lugar. –Pero no viven más en el orfanato, cuando los niños llegan a la mayoría de edad y son colocados en empleos, Peeta ha trabajado en los talleres Kentucky y cómo jardinero en Indiana. Regresó a mi pedido para encargarse de la panadería y por ahora nos ayuda en los nuevos proyectos— qué rápido es para pensar. Además habla bien, parece que esas señoras harán un buen donativo, eso espero, Peeta me ha contado que lo necesitan. El estado no provee todos los gastos, hay cosas que deben autogenerarse.

— ¿Es rentable entonces?— pregunta una señorona, parece las más influyente. Se parece a mi vecina la señora Tigris. Tiene cara de gato.

—Aun no pero espero que sigamos creciendo— sonríe el padre Plutarch.

— ¿Qué otros módulos de formación tiene?— empiezan a preguntar. Una de ellas se acerca a nosotros. Mientras las demás siguen hablando y el padre les responde.

— ¿Ustedes nacieron aquí?— nos pregunta con una mirada que parece de lastima. Parece que contempla a un par de cachorros callejeros. Yo no estoy acostumbrada a ese trato.

—No, mi madre falleció cuando tenía 8 años pero antes me dejó bajo la protección del orfanato— explica Peeta.

— ¿Y tú niña?— me pregunta.

— ¿Yo?— titubeo. Peeta toma mi mano. Intento sonreír. No sé si debo mentir.

—No, Katniss no pertenece a nuestra institución— me socorre el padre Plutarch. –Ella es hija de un buen amigo, Frank Everdeen, de Everdeen Resources— les sonríe.

— ¿De Indiana?— pregunta una de ellas dejando de mirarme con lástima.

—Sí, él ha sido un gran benefactor desde hace años. Su hija está con nosotros por el momento, aprovechando sus vacaciones.

— ¿Te quedas aquí?— una de ellas pregunta horrorizada.

—No, se aloja cerca pero aprende sobre nosotros. Le sirve como experiencia conocer el manejo de una institución pública y además...— me echa una mirada. –Le ayuda a formar su carácter. Somos personas sencillas, no tenemos lo que hay en las grandes ciudades. Una lección de humildad no le viene mal a nadie— sonríe ampliamente. ¿Qué quiso decir?

—Entiendo— suspira una de ellas. –Quizás pueda enviarte a mis muchachos, no sé cómo arrancarlos de su celular— las demás ríen a coro y siguen su camino rumbo a otro lugar. Miro a Peeta aún con la duda en el rostro.

—Ellas no entenderían que estás aquí por amor— me abraza. —Son buenas consiguiendo juguetes para los niños— me susurra dándome un beso en la frente.

— ¿Crees que soy humilde ahora?— pregunto.

—Quizás amor. La vida tiene sus maneras de enseñarnos.

Una noche Peeta recibe una llamada, estamos llegando a casa cuando suena su celular, lo veo un poco fastidiado.

— ¿Pasa algo?— pregunto.

—Mañana no trabajo temprano— me sonríe.

— ¿Y eso?— pregunto.

—Una panificadora va hacer una donación.

— ¿Eso es malo?

—Un poco sí. Mira Katniss, en este mes muchas empresas deciden hacer sus donativos de navidad. Lo malo que no siempre está en buen estado. Hay que escoger

— ¿Qué?— me sorprendo. — ¿Envían productos vencidos?

—Algunas veces. Vencidos, rotos, desechados. Todo lo que les es devuelto. Lo hacen para bajar sus impuestos.

— ¿Y no se puede denunciar? ¿Cómo van a donar eso?— digo indignada.

—Se puede sí pero si hay un escándalo se propagaría. Y no le conviene esa publicidad al orfanato, luego se correría la voz que el orfanato es muy quisquilloso en cuanto a lo que recibe y no querrían hacer más donativos.

— ¿Entonces sólo se lo callan?

—Hay que escoger ¿Me ayudas? Es sólo cuestión de verificar las fechas de vencimiento y los productos. Mañana llegan tres donativos, tenemos mucho trabajo— suspira.

Al día siguiente fiel a mi estilo campestre me visto con mi mono de mezclilla y un suéter abrigador. Es divertido que Peeta me lleve en su bicicleta, aún no tenemos auto, iremos el fin de semana a comprar o rentar uno, lo que nos salga más barato. Hemos reunido lo suficiente para permitirnos un auto por el invierno. Nos ha ido mejor de lo que esperábamos.

— ¡Con cuidado!— grito riendo mientras él pasa por un puente de madera.

—No te muevas amor o nos caeremos— me advierte con una sonrisa. Cierro los ojos aun riendo. Hoy voy a ir con la señora Paylor para que me enseñe a hacer conservas, Peeta hizo unos cuantos potes pero dice que la receta secreta de la cocinera del orfanato es mejor que la suya.

Llegamos cuando tres camionetas están descargando. Veo los empaques de pasteles de una conocida panificadora.

Los niños desde sus pabellones miran entusiasmados.

Esa mañana Peeta, Delly, otras tres jóvenes del orfanato y yo nos dedicamos a separar las bolsas que tienen fecha de vencimiento de las que no la tienen. Luego comprobamos si el producto que traen está en buen estado. Muchos de los queques están partidos pero se ven bien, otros están sólo en migajas.

—Sepárame esos para hacer budín— dice Peeta sonriendo.

—Échale muchas pasas y arándanos secos— se relame una de las huérfanas que nos ayuda.

—Con chocolate caliente— se relame la otra.

—Y malvaviscos— salta Delly. Todos se echan a reír. Yo no entiendo la broma.

—Hace unos años unas hermanas mayores que tenían un taller de labores manuales le hicieron al padre Plutarch unas tazas— me explica Delly. –Eran de adorno pero parecían tazas de chocolate con malvaviscos— sonrío apenas me cuenta la historia.

—Y entonces nosotros entramos a buscarlo a su despacho y las vimos— continúa Peeta. –Creímos que eran verdaderas y tomamos una— se echan a reír.

—Yo saqué uno de los malvaviscos y me lo eché a la boca— la otra rubia llamada Cressida ríe estruendosamente.

— ¡Estaban hechos de resina!—Delly se dobla de risa a coro con Peeta. Las otras dos muchachas también están riendo muy divertidas.

—Solo me pasé un pedacito pero la señora Paylor me hizo vomitarlo y luego me dio una de sus pastillas de carbón activado— dice Cressida recordando.

En ese punto Delly tenía ataque de risa. Yo me armo de valor para seguir.

—Yo tenía once años cuando el amigo sacerdote de papá le envió unas tazas decorativas de navidad y siempre me pregunté porque faltaba un malvavisco en una de ellas— rio al recordar uno de los misterios de mi niñez y Peeta que está sentado en el piso se recuesta para carcajearse más fuerte.

Terminamos de revisar los donativos muertos de risa.

— ¿A qué se debe tanta alegría?— nos alcanza el padre Plutarch antes e ir al comedor, Cressida lo toma de un brazo y empieza.

— ¿Recuerda ese malvavisco que me tragué de niña?— juntos se van caminando. Peeta, Delly y yo nos miramos sonrientes.

—Pit, Kat, debo ir a la casa a sacar a los niños al comedor— nos dice antes de marcharse. –Mañana vienen los de la Coca cola, ojalá traigan esos muñecos de Santa— nos dice antes de irse.

— ¿Vamos a comer?— Peeta toma mi mano y lo sigo, mientras caminamos miro el cielo porque he sentido una gota minúscula en mi nariz. Pero no es lluvia. Son miles de copos de nieve.

¡La primera nevada del invierno! ¿También en Indiana estará nevando? ¿Papá podrá verla?


PEETA POV

—Tienes buenas ideas hijo, sé que podrías hacer esas zapatillas y ropa personalizada con tus pinturas. Y tu otro proyecto sobre la tienda telefónica me gusta pero no tenemos vehículos que puedan cubrir toda el área. Lo he pensado y creo que hay mucha posibilidad que puedas usar la panadería por las tardes. ¿Chaff te enseñó a preparar sus roscas navideñas?— pregunta.

—Sí, sé cómo hacerlas y en Indiana aprendí a hacer una masa dulce, bastante esponjosa.

—Allí lo tienes, prueba con eso. Haz piezas campesinas, baguettes y roscas. Tantea el mercado y si te animas a preparar otras cosas más, te doy mi aprobación.

—Con una bicicleta me costará llevar las canastas— intento hacerle recordar su ofrecimiento de la camioneta.

—Puedes sacar a "la roja"— sonrío. Es el vehículo que más me gusta, hace años nos la donaron y he acompañado al padre en muchos recados allí. –Pero la devuelves con suficiente combustible— advierte. Asiento.

—Gracias padre— me levanto para irme pero él carraspea.

— ¿Cómo está Katniss?— pregunta. — ¿Cómo lo está tomando?

—Bien, sale a cosechar frutas por las mañanas.

—Eso es bueno. Creí que te abandonaría antes del primer mes.

— ¿En serio?— lo miro algo decepcionado, él no tiene fe en mi Katniss.

—Sí hijo, creí que saldría corriendo con su padre cuando viera la casita donde están. O cuando tenga que cocinar. Ella fue educada de otra manera, tú sabes.

—Lo sé pero estamos enamorados.

—A veces cuando llegan las necesidades se pone aprueba el amor y esa niña nunca ha pasado carencias. Sé que tienes mucha paciencia hijo, enséñale a trabajar.

—Poco a poco, espero que quiera acompañarme a vender.

—Pídeselo, no dejes que decida, dile que la necesitas.

—Quizás no quiera...

—Peeta, el trabajo es bueno y lo sabes, todo esfuerzo forma a la persona, lo llena de valores. Además el trabajo en conjunto une. Se divertirán— me sonríe. Confío en sus palabras y después de mucho pedirle Katniss accede a venir conmigo, también me ayudará a preparar los panes.

.

—Una vez Johanna trajo a vender mary kay— la voz de mi Katnis suena a confesión. Estamos en la panadería esperando que se horneen las roscas. –Cuando llegó el descanso tomó el pupitre del maestro y armó su tienda. Tenía polvos, delineadores, rubor, sombras...

— ¿Eso qué es?— pregunto algo dudoso.

—Maquillaje, tonto— me guiña un ojo. –Bueno, es la única vez que ayudé a vender algo. En realidad gasté unos doscientos dólares sólo para que las demás me vieran comprar. La loca descerebrada, lo hacía porque necesitaba dinero para un tatuaje, su madre le tenía prohibido que use dinero de su mesada para eso. De todas formas se ganó una llamada de atención del sub director— rió.

—No le has llamado— le hago ver, en estos meses Katniss no ha realizado ni una sola llamada a sus amigos. He recibido tres llamadas de Finnick, aunque la última me dejó algo preocupado. Me dijo que recibía amenazas anónimas.

—No quiero, ella debe estar en su nueva universidad, adaptándose a su vida de estudiante. La llamaré para navidad— intenta sonreír.

— ¿Llamarás a tu papá también?— pregunto acariciando tu cabello oscuro. Le queda tan bien.

—No lo sé— me abraza.


— ¡Los vendimos todos!— me dice entusiasmada la primera tarde que salimos a vender. –No lo puedo creer. ¿Podremos comprarnos ese auto que necesitas para el invierno?— me pregunta en casa otra vez.

—Sí pero antes arreglaré la calefacción, ya empieza a hacer frío.

—Y un abrigo grueso para ti amor— me rodea con sus brazos. Me alegra que piense en mí, me llena de felicidad. La vida es hermosa desde que Katniss está en mi vida, me llena de una esperanza que no conocía.

Los días pasan, la nieve cubre todo, el frío se hace más intenso. Salimos más temprano a vender nuestros panes, la calefacción está arreglada, compramos una vieja camioneta que aunque consume bastante gasolina, está en muy buen estado, es fuerte. Katniss ha llevado al orfanato buena parte de lo que le pagaron por ayudar a cosechar a los vecinos, la señora Paylor le ha enseñado a preparar dulces.

— ¡Mira! Tengo mermeladas para todo ese pan que va a sobrar— me señala un anaquel.

—Hasta ahora no ha sobrado nada— le recuerdo.

—Cuando la nieve esté más alta, nadie va a querer salir al parque Peeta— suspira.

—Por eso a partir de ahora recorreremos las calles muy despacio, haciendo sonar la corneta.

— ¡No se oye! Deberíamos comprar una vuvuzela— voltea a verme desde su silla, me hace una señal y corro a recibirla en mis brazos, tiene la costumbre de arrojarse sobre mi cuando sube en alto.

—No es mala idea pero no creo que pueda ir a la ciudad y volver.

—Entonces tendremos que encomendarnos a Santa Violeta— bromea. No la entiendo. – ¡La patrona de la corneta!— ríe abrazada a mi cuello. A veces su humor negro me saca carcajadas, siempre es tan irreverente con las cosas religiosas. Hasta ahora no ha querido asistir a misa. El padre Plutarch me ha pedido que no la obligue, su amigo no la crió en un hogar muy cristiano.

Conforme se acerca la navidad, nos es más difícil salir a vender nuestros panes, unos días antes de la noche buena, decido que ya no lo haremos hasta que llegue el año nuevo. Sin embargo la panadería del orfanato no puede parar. Llegamos juntos en nuestro auto que Katniss ha bautizado como "Titán", antes que caiga la noche. Preparé una cama desarmable para pernoctar junto al horno. Cenamos en el comedor y luego nos acostamos temprano para despertarnos antes de las cuatro de la madrugada a trabajar. Para las siete, los panes ya están listos y desayunamos antes de irnos a nuestra casa.

Me dedico a arreglar, por dentro, el techo del ático, nuestra entrada, a buscar algún agujero por que le se cuelen ráfagas de aire que enfríen el ambiente interior. Cocinamos juntos y jugamos, hemos comprado algunos juegos de mesa usados, en el pueblo.

— ¿Iremos a la ciudad a ver árboles?— me pregunta una tarde.

—Podemos si quieres pero debemos volver temprano.

—En Indiana, Johanna y yo salíamos casi todas las tardes de diciembre de compras o de paseo. Probábamos todos los chocolates de las cafeterías más exclusivas y nos sentábamos frente al monumento a los soldados y marines, lo llenan de luces, es cómo un árbol de navidad enorme— recuerda tirando los dados. Estamos jugando monopoly.

— ¿Qué compraban? ¿Regalos para sus familias?

—Para nosotras. Johanna tiene un hermano mayor y a su mamá. También vive con sus tías, abuelos, algunos primos... ya sabes, a su mamá una tía rica le heredó un dineral y luego tuvo que cargar con los parientes aprovechados. Pero los hace trabajar a todos en una empresa que montó. Yo sólo compraba regalos para papá.

— ¿No tienes ningún otro familia? ¿Tíos, primos lejanos?— pregunto.

—Por parte de mi mamá no. Era hija única cómo yo, se casó muy joven con papá, él le llevaba como quince años, mis abuelos murieron cuando era pequeña. Frank si tiene familia pero no habla de ellos. Sólo tiene algunas fotos de su mamá.

— ¿Y dónde viven? ¿Tus abuelos?

—Chicago. Creo que papá tuvo una niñez dura pero no le gusta contarme. Sólo sé que lo becaron para la universidad y desde el día que se marchó de su hogar no volvió más. Quizás lo golpeaban. No sé si aún viven. Una vez encontré unos Everdeen de Chicago en Facebook pero cuando les pregunté me bloquearon.

— ¿Y no te da curiosidad conocerlos?— si yo tuviera al menos un indicio de familia no dudaría en ir a buscarlos.

—No ¿Para qué? Sé que fueron malos con papá, lo único que conseguiría es que me echen o me pidan dinero. Solo somos Frank y yo... bueno... éramos— sus ojos se le humedecen.


—Tengo fiebre—se queja Katniss un día antes de la noche buena. Está caliente, quizás cogió un resfriado, le da por arrojarme bolas de nieve y los guantes que lleva no son de piel. Me lamento no haberle podido comprar algo más abrigador.

—No voy a dejarte— le digo buscando pastillas para los síntomas del resfrío. Le hago una taza de mate caliente endulzado con miel y me quedo a su lado hasta que se duerme. Me levanto a las tres de la mañana, le dejo una nota antes de irme. No puse teléfono y me lamento, la compañía de teléfonos me hizo un presupuesto muy alto y querían que firme un contrato por seis meses. No sé si nos quedaremos ese tiempo. Cuando llegue la primavera habrá nuevas oportunidades, no sé aun lo que nos depare la fortuna.

Regreso lo más rápido que puedo, la encuentro sentada en la cocina.

—Ya me siento mejor— dice. –Aún tengo calentura y parezco una viejecita achacosa porque me duelen las articulaciones pero una gripe no me va a vencer— eleva su puño y sonrío.

— ¿Podrás estar en la obra de teatro de hoy?— unto mermelada y mantequilla en un pan que acabo de traer.

—Claro que sí, no me perderé a Prim siendo Clara. Amo el Cascanueces.

Esa noche Katniss está mucho mejor, la llevo muy bien envuelta y nos sentamos a observar la obra de teatro, el coro y luego la gran fogata. Pasamos al comedor pero mi novia no tiene hambre, sigue descompuesta, espero que el resfrío no sea fuerte.

Nos retiramos temprano, la nieve sigue cayendo, quizás mañana me cueste sacar la camioneta. Por suerte hoy hice suficientes panes dulces para que no se me necesite en navidad. Iremos al orfanato por la tarde para la entrega de regalos.

Nos quedamos juntos, solo en nuestra primera navidad. Rebusco en mi abrigo y saco el celular.

—Llámalo— susurro frente a nuestra chimenea encendida.

—No. Llamaré a la casa, quizás ni esté en el país— marca despacio y se pone teléfono en el oído. Me acerco y acaricio su espalda. Estamos tomando chocolate caliente y comiendo una rosca navideña.

"Hola ¿Con quién hablo? Señora Sae, soy Katniss. Sí, sí. Estoy bien. Entiendo. ¿Cuándo regresa? ¿Eso dijo? Quizás nos des coordinamos. Gracias. Que tenga una feliz navidad también. Adiós"

— ¿Todo bien?— pregunto.

—Sí. Frank se fue a Italia con su novia— su rostro triste a la luz del fuego me duele. –Dejó dicho que pasaría a verme. Todos creen que estoy en Londres. Está saliendo con una senadora del estado. No lo sabía. Es una mujer que parece amargada, no tenía idea que mi papá la frecuentaba— la abrazo muy fuerte.

—Lo importante es que está bien, amor— trato de confortarla.

—Sí. Siguió con su vida, de todas formas casi nunca estaba, siempre de viajes y cenas de negocios. Ahora se le ha dado por la política o por formar una nueva familia— da un fuerte suspiro. –Ya no me necesita— rompe a llorar. La abrazo y lloramos juntos, me entristece tanto verla así y no poder hacer nada.

El día de navidad, ella está mejor. Ya no tiene fiebre pero esos dolores persisten. Me digo a mí mismo que debo llevarla al médico, al menos para que verifique que sólo fue un resfriado. No quiero que enferme.

Los niños abren sus regalos felices, este año hubo varias instituciones que donaron juguetes y comida suficiente. Tenemos la despensa llena.

Saco de entre mi abrigo una caja, sonrío al verla. Está muy bien envuelta, con colores brillantes.

—Feliz navidad— se la extiendo a mi Katniss, su sonrisa no se hace esperar, ese hermoso brillo en sus ojos regresa.

— ¡Peeta! ¡No debiste gastar, tonto!— me reclama aunque sus dedos se mueven presurosos sobre el regalo. Al abrirlo pega un grito ahogado. — ¡Mary kay!— abraza la caja como si fuera algo preciado. –Es un set de limpieza facial ¡Peeta! Eres un amor— me abraza fuerte. –Mi carita te lo agradece— ríe y me uno a ella.

Es una navidad inolvidable, estamos juntos, nos amamos. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?

***************

¡Siguen felices! No sean malos dejenlos disfrutar, hay más de uno que se imagina que de un momento a otro zaz mato a alguien jijijiji. Me gustan juntos son unos loquillos.

Gracias por leer

Patito

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro