Siento orgullo por ti
Sal
-¿Saly?
-¿Mmm? -respondí sin despegar la vista de la mesita de café.
Siento la mirada indagadora de mi madre en mi perfil.
-¿Estás bien, hija?
Parpadeo, volteando a verla. Tanto ella como papá me miran de la misma forma: curiosos y preocupados, también confundidos. La película que estábamos viendo se encontraba en pausa.
Despedí una respiración por la nariz, volviendo a ver la mesita de café. No tiene nada interesante, algunas revistas, tazones con snacks y tres vasos de refrescos medio llenos, aún así, se ha vuelto mi punto de vista favorito para pensar.
-¿Sal? -esta vez llamó papá.
-Digamos que... pienso algo.
-Pues, vaya pensamientos.
Medio sonreí. Estiré las piernas por debajo de la mesita, llevo un buen rato en esta posición, empiezan a dormirse.
-Estoy bien -respondí-, solo... estoy pensando en tonterías.
-¿Segura? -preguntó mamá, poniendo una mano en mi rodilla.
Su mirada refleja preocupación, y esto es algo de lo que sé debo estar agradecida, porque no todos los padres son así: la insistencia sana de hablar. Mis padres saben cuándo algo no está bien e insisten en hablar hasta cierto límite. Cuando ven que no es algo de lo que me apetece comentar en el momento, lo dejarán pasar y esperarán. Siempre están dispuestos a escuchar, y agradezco eso. Esa característica de ellos fue muy importante para mí durante mi adolescencia, me hacía sentir en confianza con ellos, que podía contarles cualquier cosa.
-Sabes que estamos aquí para escucharte, no importa qué sea -añadió papá.
-Lo sé, y gracias, pero no es nada malo, tranquilos. Solo pensaba en... -dejé las palabras al aire, congelandome un momento.
Mis padres compartieron una mirada, ya no era preocupada o confusa, era una divertida, como si me hubieran pillado en algo. Y, oh, sí que lo hicieron.
-¿Ese chico? -sugirió mamá.
Rasco mi nariz, haciéndome la tonta.
-¿Qué chico?
Mis papás se rieron como tontos. El ambiente de preocupación pasó a uno divertido y amistoso, nada me salvaría de esta conversación.
Si bien mis papás saben respetar los límites, esperar el momento adecuado cuando yo quiero hablar, está esa excepción a la regla, que es precisamente lo que está pasando. Este par de adultos con otra hija adulta son unos aficionados del chisme, y más si ese chisme va sobre mi vida romántica.
-Iré por más botanas -dijo papá, llevándose los tazones con snacks a la cocina.
Cubrí mi rostro con mis manos, soltando un lamento mientras echo la cabeza hacia atrás. Mamá a mí lado se rió sin mucha vergüenza.
-¿Ha pasado algo, cielo?
-¡No hablen sin mí! -exclamó papá.
Veo a mamá entre las rendijas de mis dedos, aunque tiene esa expresión ansiosa de cotilleo jugoso sobre mi vida amorosa, también está esa genuina curiosidad. Aún siendo unos chismosos horribles, quería saber si todo estaba en orden.
-¡He vuelto, hablemos del tema! -papá se apresuró a ocupar su lugar junto a mamá, poniendo un tazón con snacks salados mixtos y uno más pequeño con chocolates y nueces.
-No van a dejar ir el tema, ¿Verdad?
-Por supuesto que no -respondieron al unísono.
No me quedó más remedio que soltar un largo suspiro, acomodarme en mi lugar y empezar a hablar sobre lo que pasó hoy en casa de Damiano.
Hicieron eventuales comentarios, algo como «ir por el estómago, buena estrategia» por parte de papá, ya que él es un fiel creyente que para conquistar a alguien, debes dejar feliz su panza con comida. «Que chico tan dulce» ese vino de mamá cuando hablé sobre como cuida de Loredanna. «¿Y qué te habrá dicho?» por parte de ambos cuando les mencioné sus palabras en italiano antes de irme.
Sí, así de grande es la confianza en la familia Sprears-Dietrich.
-¿Y por qué no le pides que te traduzca lo que te dijo? -sugirió papá.
Resoplé, conteniendo la risa.
-Sí, claro -respondí irónica.
-¿Pero por qué no? -insistió.
-¡No puedo! ¿Y si es algo que no me gusta? ¡O peor! ¡¿Sí es algo que me gusta?!
Mi padre parpadeó, confundido. Mamá por su parte soltó una risita.
-De verdad que no entiendo a las mujeres.
-No es el momento para eso -dije.
-¿Y cuándo lo será? -cuestionó mamá.
No supe qué responderle.
-Saly, por la manera en que hablas de ese chico, es obvio que te gusta, y creo que no es muy necesario verlo para saber que también le gustas a él -abracé mis piernas y apoyé mi mentón de mis rodillas-. Ambos son adultos, habla con él.
-No es tan fácil -murmuré, recordando la larga lista de fracasos amorosos que he acumulado desde los dieciséis años.
Desde engaños a mentiras a solo querer aprovecharse de una pobre chica enamoradiza. Conocí cada idiota de la preparatoria y primer semestre de la universidad. No sé quién podía ser peor, si el anterior, el actual o el siguiente. «¿Por qué lo seguías intentando?» supongo que no sabía estar sola, o quería tan desesperadamente que alguien me quisiera de una forma romántica que no me daba por vencida tan fácil.
Hasta mi punto de quiebre: mis diecinueve años.
Para ese entonces, estaba saliendo con un chico que conocí en mi primer día de universidad, era de la facultad de derecho. Parecía encantador, también era agradable pasar el rato junto a él. Lo consideré el... indicado, hasta que llegaron las tres palabras que más odio:
Prueba de amor.
Jamás entenderé la necesidad de los chicos de camuflar sus ganas de acostarse con alguien con esas estúpidas tres palabras. Si solo quieres liarte a alguien, díselo, sé directo. No pasas un año de su vida engatusandola, diciéndole palabras bonitas, jurando y perjurando una relación duradera, para solo querer un acostón y largarte de su vida.
Después de ese día tomé la decisión de tomarme un tiempo para mí. Basta de chicos, basta de relaciones. Era el momento de Sal, de aprender a estar sola, de apreciar mi compañía.
Así han sido los últimos dos años. La soltería no era tan mala como pensaba en mi adolescencia, tener tiempo para ti, no tener esa preocupación constante de si respondió o no mis mensajes. Era tranquilo.
Hasta que llegó Damiano.
En la fiesta del Thinking Cup esperaba cualquier cosa, menos volver a sentirme nerviosa por un chico, a tener esas ansias de hablar con él.
Debería de caerme mal, pero no lo hace. Y era por eso, porque me gustaba de una forma tan absurda. A veces me pregunto si alguno de mis ex novios o crushes me gustó de la misma manera que me gusta Damiano ahora.
Mi respuesta es «lo dudo» y eso me asusta bastante.
-Sabemos que la has pasado mal, cielo -mamá acaricia mi cabello-, esta vida es de ganar y perder.
-Pues yo he perdido más de lo que he ganado.
Mis padres se echaron unas risitas que me contagiaron.
-Sí, lo tenemos claro, ¿Pero sabes de qué más va? -negué-, de arriesgarse. Es arriesgarse, ganar o perder. ¿No crees que es tiempo de que vuelvas a arriesgarte?
-¿Crees estar lista para ello? -preguntó papá.
Y para eso tampoco tuve respuesta.
***
No encontré en ninguno de mis amigos, a excepción de Cooper.
Pasé la mitad del descanso preguntando quiénes estaban en la cafetería para comer juntos, solo me respondió mi amigo rubio, al resto ni siquiera le llegaron los mensajes.
Me pareció un poco extraño, Dave suele responder rápido mis mensajes, Amapola me contesta casi al instante, lo que a veces hace preguntarme si es muy apegada a su teléfono. Mónica, bueno, de Mónica no me sorprendió mucho que no respondiera, normalmente contesta varias horas después, incluso hasta días.
No la culpo, yo también me olvido de responder mensajes, principalmente porque creo haberlos contestado cuando en realidad solo lo hice en mi cabeza.
Cómo Cooper fue el único en informar que estaba en la cafetería, fui a reunirme con él. Lo encontré en nuestra mesa de siempre, anotando algo en su libreta de apuntes, seguro estará estudiando para algún examen. Parecía cansado y también estresado.
-Hola, Elois -saludé ocupando el asiento frente a él.
Alzó la mirada ya con el ceño arrugado.
-No me llames Elois, Salustina.
Él odia tanto su segundo nombre como yo odio mi nombre completo. Incluso cuando era una niña viviendo en Austria, odiaba ese nombre, y mudarme acá solo hizo que ese sentimiento creciera. De verdad, ¿Qué pensaban mis papás al aceptar la sugerencia de mis abuelos de llamarme «Salustina»? ¡Hasta para ser un nombre alemán es horrible!
-Vale, Cooper -remarqué su nombre irónicamente, aún así el idiota sonrió satisfecho-. ¿Por qué estamos solo nosotros? ¿Dónde están Mónica, Dave y Amapola? Ninguno responde mis mensajes.
-No vinieron hoy.
-¿No?
Negó con la cabeza. Eso explica porque tampoco los he visto por ahí.
-¿Y sabes por qué?
-Eh... -escribió algo en su libreta-, no sé mucho, pero sé que tiene que ver con Mónica. ¿Una ceremonia, tal vez? -alzó la mirada hacia mí-, creo que su madre cumple otro mes de fallecida hoy.
-Oh...
Ahora todo tiene sentido, especialmente la actitud de la ojiazul los últimos días.
Yo no sé mucho del tema, solo lo que Dave me mencionó en aquella videollamada: Mónica había perdido a alguien, y ese alguien era su madre. Supongo que es reciente, porque Coop dijo «otro mes» no «año» o «años». No imagino el dolor de Mónica, así que no puedo decir esa frase de «comprendo como se siente» porque honestamente, no sé cómo lo hace. Solo puedo imaginar que es duro, y deprimente. Perder a un ser querido, y más si esa es tu madre, no ha de ser bonito.
Mantuvimos un minuto de silencio respetuoso en el que noté a Cooper más pensativo de lo normal. Supuse que estaría pensando en su propia pérdida: Anastasia, que también estaba próxima a cumplir tres años de haberse ido.
-¿Aún piensas en ella, Coop?
Mi mejor amigo pareció volver a la realidad.
-¿Disculpa?
-En Anastasia, ¿Piensas en ella?
Despidió un suspiro profundo, dejando de lado los lápices y libros, recostó sus antebrazos sobre la mesa. Por unos segundos ví a ese chico de dieciocho años recibir la noticia del hospital, había sido como incredulidad, rabia y mucha tristeza.
-Siempre pienso en ella -respondió en un murmuro viendo a la mesa-, cuando escucho a su cantante favorita, cuando el perfume que siempre usaba llega a mi nariz, cuando veo las flores que le gustaban en la calle, cuando repito las series que dejamos a media, pienso en ella en esos momentos, pero no de... no de una manera triste, ¿Sabes? -asentí, haciéndome una idea-. Pienso en ella como la persona con la que estuve tres años de mi vida, ya no me siento triste por haberla perdido, la recuerdo con cariño en cada uno de esos momentos, y eso es algo que Tasia habría querido.
-¿Crees que esté feliz con... lo que sea que tengas con Amapola?
Cooper soltó una risita mezclada con un suspiro bajo.
-Yo considero que sí -sus ojos demuestran seguridad y calma-, no le habría gustado verme como el chico fiestero que estaba con una chica distinta cada dos semanas por un acostón.
-Para ser honesta, todos odiamos tu faceta temporal de mujeriego.
Ambos nos reímos.
-El caso es que, sé que Tasia está feliz por mí, habría querido que encontrara a alguien más a quien amar.
Esa última palabra hizo que arqueara ambas cejas.
-Guou, ¿Amar?
Él se encogió de hombros, muy despreocupado.
-Amar no es malo, Sal. Creo que tú mejor que nadie debe de saberlo.
-Sí, es que... ¿No es pronto? Tú... ¿De verdad amas tan rápido a Amapola?
Jugueteó con una lapicera especial que no había notado, estaba decorado en la punta con una flor azul: una flor de amapola.
-Aún no -respondió-, pero sé que es una posibilidad. Me gusta, y mucho, ¿Para qué negarlo? Si sigo con ella tan bien como ahora, no dudo que en un momento próximo sea capaz de amarla.
Formé una sonrisa hacia mi mejor amigo, mi pequeño hermano menor, como suelo molestarlo por ser cuatro meses mayor que él (no es mucho, pero sigo teniendo ventaja) oír esas palabras salir de su boca me hace sentir muy orgullosa. Tres años atrás, aquel chico deprimido de dieciocho años se negaba a salir con alguien, se negaba a enfrentar el duelo de haber perdido a su novia. En todo el verano, ese mismo chico se desenvolvió, conoció y salió con gente de manera descontrolada. Pasó por varias etapas, muy contradictorias entre sí, para tener este resultado final:
El chico, ahora no tan chico, dispuesto a seguir una nueva relación seria en la que podría llegar a amar de manera incondicional la otra parte.
-Estoy orgullosa de ti, Cooper Parker.
Me devolvió el gesto, dando un toque a mi nariz con la punta del lapicero. Los pétalos de papel me hicieron estornudar.
-Yo también lo estoy de ti, Sal Sprears-Dietrich.
-Yo no he hecho nada como tú, Coop.
-No, has hecho algo más grande: aprendiste a disfrutar tu compañía, a estar sola pero no sentirte sola. Ahora estás saliendo con alguien por elección, y no por desesperación. Eso, amiga mía, también es algo por lo que estar orgulloso.
Sacudí la cabeza junto con una risa corta.
-No me dejarás contradecirte, ¿Verdad?
Imitó mi acción, más seguro.
Expulsé el aire que contenía por la boca.
-Gracias, Elois.
-No, gracias a ti, Salustina.
Ambos compartimos una mirada, llegando a aquel acuerdo silencioso de siempre.
-De nada -dijimos al mismo tiempo, chocando débilmente nuestros puños.
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