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Damiano merece un premio, un enorme premio. Es el mejor

Damiano

La sonrisa que tiene mi hermanita para intentar convencerme lentamente se va convirtiendo en una mueca hasta que al final deja caer los hombros con un suspiro.

—Dami, por favor.

Rasco detrás de mi cabeza, no muy convencido.

—No lo sé, Lore...

—¡Por favor! —junta sus manos en súplica—, nunca te pido nada —alzo una ceja, ella lo considera mejor—, hace un tiempo que no te pido nada. Per favoreee! Es mi primera interacción con niñas de mi edad.

—Lo sé, pero... ¿Cómo estoy seguro de que vas a estar bien?

—¡Puedes llamar a la mamá de Mara! —corre al sofá a buscar en su mochila su libreta—, ella va a estar ahí, ¡Su papá también! Y solo seremos cinco niñas de mi salón. Vamos, hermano, por favor.

Ella hace morritos con sus pequeños labios, morritos de los que está conciente que no puedo negarme, incluso la muy astuta le suma su mirada de bebé.

Tiene buenos ases bajo la manga.

Demasiados para mí propio bien.

Termino echando un suspiro, agarrando la libreta y mi móvil, Loredanna festeja con saltitos.

Marco el número, que empieza a repicar varias veces. Veo de reojo como Lore sigue dando saltos felices, está muy emocionada de que la hayan invitado a su primera pijamada, y no es quiera arruinarle eso, solo me preocupo por ella.

Un poco mucho, diría yo.

Cállate.

Contestan la llamada.

—¿Hola? —dice del otro lado la voz de una mujer.

—Buenas tardes, ¿Es usted la mamá de Mara... —veo a mi hermana en busca de ayuda, fórmula en un murmuro el apellido de su amiga—, la mamá de Mara Díaz?

—Así es, ¿Con quién hablo?

—Soy el... —mi hermana vuelve a mascullar otra palabra que me hizo sonreír como tonto—, soy el papá de Loredanna, le hablo para saber cómo es todo el tema de la pijamada de su hija.

—Oh, claro, ¿Loredanna a dicho?

—Así es.

—Sí, bueno, mi hija está planeando una pijamada mañana y a invitado a su hija con otras cuatro niñas, pasarán la noche en mi casa bajo mi supervisión y la de mi marido, y juntos las llevaremos a la primaria la mañana siguiente, todos los padres de las niñas estarán avisados a la hora que se vayan a dormir y las llevemos a la escuela.

¿No te basta eso?

De hecho, eso es todo lo que necesito para estar tranquilo.

—Muchísimas gracias, si podría decirme su dirección estaría muy agradecido, Loredanna está muy emocionada por ir.

Mi hermana a mi lado vuelve a sus brincos de felicidad y da puñetazos al aire, murmurando «¡Sí, sí, sí!»

—Por supuesto, ¿Tiene donde anotar?

Alcanzo mi lapicera y una hoja suelta de mis cosas y anoto la dirección de la señora Díaz, está a solo veinte minutos en metro.

—Vale, muchas gracias. ¿A qué hora puedo llevar a Loredanna?

—¿Le parece a las seis?

Hum... podría dejar a Loredanna en la casa de su amiga y tomar un taxi al trabajo.

—Sí, a esa hora está bien, gracias. La veo mañana.

—Aquí esperaremos a Loredanna emocionados.

Después de eso, colgué la llamada. Mi hermana vino a darme uno de sus más fuertes abrazos, tiene una gran sonrisa en el rostro que estoy feliz de ser uno de los causantes que esté ahí.

—¡Gracias, gracias, gracias. Eres el mejor papá del mundo!

Correspondí a su abrazo acariciando su cabello castaño, recordando todo el miedo que sentía después del fallecimiento de papá, de cómo solo seríamos Loredanna y yo contra todo, cuando llegaron las acusaciones absurdas hacia mi hermana. Sigue siendo todo muy injusto, tanto las culpas que mi familia materna le arrojó a mi hermana cómo nuestro padre haya decidido hundirse en su propio dolor por la pérdida de mamá y haya decidido acabar con todo, olvidándose de nosotros.

Tres años atrás, un Damiano de apenas dieciocho años tenía encima el cuidado de su hermanita de cinco, tenía a su propia familia contra ellos, había perdido a sus dos papás, todo fue tan aterrador y abrumador, pero no podía hundirme, hice todo de lado solo por Loredanna, porque yo era la única familia cercana que le quedaba.

Tuve miedo, muchísimo, pero mi hermana fue mi mayor motivación.

Y saber que no he hecho las cosas tan mal como mi mente a veces me hace creerlo, que le estoy dando una buena crianza a ella hasta el punto de que me considera su papá, es un consuelo para mí yo de tres años atrás.

Dejé un beso en su cabeza, levantándome de mi silla y llevándomela conmigo hacia arriba, mi hermana ríe entre una queja pero aún sigue abrazándome. Dejo ir una lenta respiración, devolviéndole el abrazo y acariciando su pelo.

—¿Damiano?

—¿Sí, Lore? —murmuro de vuelta.

Hay un corto silencio entre nosotros, sigo sin ponerla en el suelo.

—Lo has hecho bien —responde en un tono bajo, dejándome sorprendido. Recuesta su cabeza de mi hombro—, lo que pasó con mami y papi... fue difficile pero lo has hecho bien —siento como acaricia débilmente mi espalda a dónde da su bracito—, Sei il miglior fratello maggiore e papà del mondo, Dami.

¿Estás llorando?

No...

¿Seguro?

Segu... segurísimo.

Puedes llorar, Damiano, nadie te va a juzgar.

Cierro los ojos con fuerza, dejando que un par de lagrimas rueden por mis mejillas, sorbo mi nariz y apretujo a mi hermana contra mi pecho, ella vuelve a reírse entre un quejido.

—Así que gracias, Dami —ella se aleja, sonriendo de labios cerrados, con sus pequeños pulgares limpia la humedad en mis mejillas para después dejar un beso cariñoso—, Ti amo così tanto fratello.

Acaricio su mejilla, sus ojos idénticos a los de nuestra madre no solo demuestran lo mucho que ella de verdad me quiere, sino también algo más: orgullo, Loredanna está orgullosa de mí.

Ti amo così tanto anch'io, ragazza mia.

***

—¿Qué tal va ese proyecto? —cuestiona Sal, inclinándose hacia adelante.

Miro un segundo la tablet con la mesa de trabajo en Photoshop en blanco, ahí se supone debía de estar haciendo uno de los flyers para mí proyecto, no tenía ninguna idea, como la página, mi mente estaba en blanco.

Vuelvo a verla a ella haciendo una mueca.

—Mal.

Imita mi gesto, haciéndola ver muy tierna.

—¿Aún sin ideas?

Meneo la cabeza en negación, suspirando cansado y reclinandome en mi asiento. Desde la habitación de mi hermana se escucha su voz y como imita otras más entre graves y agudas, también eventuales maullidos de Max. El pobre gato había sido arrastrado al juego de muñecas de Lore.

—Aún sin ideas —digo, apoyando mi cabeza de mi puño, Sal tuerce los labios—, ¿Qué tal vas tú para tu exámen?

—Logré memorizar dos páginas de cinco, supongo que es un avance.

—Es más avance del que tengo yo.

—Vamos, sé que podrás conseguirlo —sonríe para animarme, haciendo una mini porra con su puño, consiguiendo subir mi ánimo un poco.

—Tengo qué, debo de entregar este proyecto el lunes próximo.

—Ay, situación crítica.

—Muy, muy crítica.

Hay un fuerte sonido que viene de la habitación de Loredanna, como si se hubiera caído algo, instintivamente me pongo de pie para ir a verla cuando se oye el sonido de una puerta abriéndose, seguido de:

—¡Estoy bien, no me dolió!

Y la volvió a cerrar, hay un fuerte maullido de Max y una exclamación de mi hermana diciendo que se vería bonito con la tiara.

Pobre gato.

Vuelvo a mi asiento, Sal en la pantalla de mi laptop tiene las cejas alzadas y los ojos abiertos a la par.

—Eso sonó fuerte, ¿Seguro que está bien?

—Sí, a veces cuando juega se emociona mucho, de seguro solo fue una caída de la cama.

—¿Ves eso como «solo fue»?

Encojo los hombros, despreocupado. Conozco a mi hermana, si se hubiera golpeado fuerte, habría venido llorando hasta mí.

—Esa niña parece estar hecha de plástico, se a caído de la cama dormida y a seguido durmiendo en el suelo. Créeme, eso no fue nada.

Pone una expresión de sorpresa que me hace reír.

—Vaya...

—Sí, aunque no es tan raro como que no le salen moretones por esos golpes —afinca su mirada sorprendida—, tampoco lo entiendo.

—O son moretones muy pequeños o de verdad tu hermana está hecha de plástico.

—Voy por lo segundo.

—También yo.

Nos reímos.

Es refrescante la forma en que llevamos nuestras charlas, también un poco absurda, aunque eso no me importa en lo absoluto. Lo dije una vez, con Sal puedo hablar de temas tontos y graciosos hasta el más serio. Podía reírme y confesar mis más grandes secretos, sentía una gran confianza hacia esa dulce chica y esperaba que ella tuviera la misma cantidad hacia mí.

—Oye, quería platicarte de nuestra salida del viernes —esa mención me hace sonreír, estaba emocionado en niveles absurdos—, ¿Te parece si nos vemos en Chart House? Está en la 60 Long Wharf.

El nombre del lugar se me hacía conocido, pero no lograba encontrar en mi cerebro de dónde me sonaba.

—No tiene pérdida —agrega Sal—, está cerca del puerto deportivo de Boston, a menos de diez minutos andando.

Pensé, en serio que lo hice, costó dar con el lugar pero lo conseguí de tanto escarbar en mis memorias. Había ido a ese lugar hace unos seis meses con Traviata y Loredanna, mi mejor amiga estaba emocionada de ir por alguna motivación de una de sus amigas de facultad. La experiencia no me gustó tanto, no sé si fue porque fue estresante con tanta gente en el lugar o porque se trataba de una marisquería y yo muy fan de los pescados no soy. Desde que empecé a hablar con Sal, me gusta más verlos en su hábitat natural que fritos en mi plato.

—Sí, ya sé de qué lugar me hablas. Eh... ¿Vamos a ir a una marisquería?

—No, no, no, para nada. Iremos a un lugar cerca de ahí, está a quince minutos, pero necesito que nos encontremos ahí.

—¿Una bióloga marina yendo a un restaurante de pescados? Vaya la ironía.

Sal se ríe.

—Tendrían que obligarme o pagarme para comer pescado —ya somos dos—. En fin, ¿Te parece si nos vemos ahí a las diez?

—Me parece perfecto.

El resto de nuestra charla no fue tan interesante, hablamos de diversos temas al azar he incluso solo nos quedamos en silencio cumpliendo con nuestras labores, lo que corrobora a mi teoría de que ella es alguien con quién incluso los silencios son tranquilos, que no siempre es necesario una conversación para pasarla bien.

Sospecho mucho de algo.

¿Y eso es?

Deja lo confirmo y te digo.

Eh, ¿Vale?

Sigue con tu tarea.

Meneo la cabeza, volviendo a concentrarme en mi flyer. Conseguí terminar el logo de mi empresa ficticia ayer, se trataba de una cafetería con temática de gatitos por inspiración de Max; el gato tenía las patas sucias con algo que esperaba que fuera pintura negra y se estaba dando un paseo por las hojas con mis bocetos, dejó una de sus huellas en el boceto que más me gustaba pero no terminaba de convencerme, y aunque me molesté con él, (mi molestia se basó en no darle mimos) al final su accidental manchón me gustó bastante, así que cambié el concepto de una simple cafetería a una cafetería con gatitos.

Ahora que tenía el logo, solo me falta el menú, tres flyers promocionales, tres mockups de como se vería el logo de mi empresa en diferentes objetos y un trabajo escrito de la misión y visión que tendría si fuera un local real.

Todo eso para dentro de cinco días. Tenía que trabajar en mi responsabilidad.

Eres responsable, solo no tienes ideas.

Corrección, tengo que trabajar en mi parte creativa.

Resoplo, dando golpecitos con el lápiz táctil a un lado de la tablet. Tenía el fondo listo, el azul claro quedaba bien, de resto, solo es una imagen azul sin nada que pudiera llamar la atención de alguien.

—Odio esto —comento, frustrado.

—¿Aún sin ideas?

Sal está con la cabeza gacha, parecía anotar algo.

—Tengo la parte creativa vacía.

Su risita se oye al mismo tiempo que otro maullido de Max y súplicas de mi hermana, el gato emigra del pasillo con lo que debe de ser una expresión frustrada en felino.

—¡Bien, vete, pero no dormirás en mi habitación esta noche! —exclamó ella, cerrando de un portazo.

—Miau —maulló Max, lamiendo su pata.

Parpadeo, analizando la escena.

El felino me nota en el escritorio de la sala, por lo que viene hasta mí para subirse a mi regazo y darse autocaricias contra mi pecho, he notado que le gusta hacer eso.

—Oh, que lindo —dice Sal, mirándolo.

—Ah, cierto que no te he hablado de él. Sal, él es Maximiliano Décimo Meridio, comandante de los ejércitos gatunos del norte, pero puedes decirle Max. Max, ella es Sal.

—Miau.

—Un gusto, Max.

—Miau.

Saltó de mi regazo y se fue a su casita.

—Tomaré eso como que también fue un gusto.

—¡Miau! —maulló desde su lugar.

—O tal vez no —dijo Sal.

—No es tan odioso como piensas, solo que aún sigue adaptándose.

Le conté la historia de como Lore y yo conseguimos al gato, ella me escuchó atentamente murmurando de vez en cuando «aaww» y «eso fue muy lindo»

Al finalizar mi relato, me dirigía una mirada cariñosa con la cabeza ligeramente ladeada y una sonrisa tan dulce que aceleró mi corazón.

Sigo teniendo sospechas.

—Eso fue muy lindo de tu parte, Damiano —dijo, aún mirándome de esa forma—, no cualquier habría hecho lo que tú y tu hermana hicieron.

—No podíamos dejarlo ahí, sería... deshumano de nuestra parte.

—Eso te hace una persona grandiosa.

Sí, lo admito, agaché la cabeza porque ese comentario suyo hizo a mi rostro enrojecer.

—Me encantaría seguir en videollamada contigo, pero tengo que integrarme al grupo de estudio, lo siento mucho.

Volví a mirarla, tiene los labios apretados como si colgar fuera una deshonra.

—Tranquila, tienes que estudiar y yo tengo que avanzar en este proyecto rompecabezas, ¿Hablamos después?

—Ni lo dudes —sacude su mano—, adiós, Damiano.

—Adiós, Sal.

***

El día de la pijamada de mi hermana fue todo un ajetreo, no se decidía porqué juguetes llevar ni qué peinado quería. Yo no soy un experto peluquero, esa es Traviata que se le da como hobby, así que cuando me frustré por su indecisión, le hice una coleta de caballo y le hice dos trenzas en el pelo suelto, uno de sus lazos coloridos y listo.

Si no se decidía ella, lo decidiría yo.

Terminó eligiendo un par de muñecas para jugar con sus amigas, después de eso al fin pudimos irnos. Max en su casita maulló a nuestra salida, algo que tomé como un «Cuidense»

Tuvimos la suerte de que el metro estaba recién entrando a la estación, así que no tuvimos que esperar tanto rato. Mi hermana balanceaba los pies de adelante hacia atrás, diciendo lo emocionada que estaba por la pijamada, algo que no a parado de hacer desde ayer.

Para cuando estaba tocando el timbre de la casa de su amiga, tuve la sensación de tomar a mi hermana y volver a casa. Ahora comprendo como se sentía mi madre cuando tuve mi primera salida con mi grupo de amigos en Italia.

Una mujer poco más alta que yo, de cabello castaño claro ondulado y algo canoso nos abrió, tiene una sonrisa amable y le dirige una mirada cariñosa a mi hermana.

—¡Hola, señora Díaz! —saluda Lore.

—Hola, Loredanna, que emoción verte. ¿Estás lista para la pijamada?

—¡Sí! —saltó de emoción.

La señora Díaz se rió, después me mira a mí.

—Usted debe de ser el padre de Loredanna —extiende la mano—, un gusto, soy Maryam, la mamá de Mara.

Correspondí al saludo, un escalofrío extraño me recorrió el brazo cuando tomé la mano de la mujer.

—Damiano, el gusto es mío.

Alejé mi mano en cuanto pude. Bajo la mirada atenta de esa señora, (que es bastante extraño) me agacho a la altura de mi hermana, pasándole su mochila.

—Cuídate, ¿Vale? Y si te sientes mal o cualquier cosa, no dudes en decirle que me llame, vendré por ti a la hora que sea.

—Vale, Dami —ella me abraza—, cuídate en el trabajo, no vuelvas tarde a casa.

Prometto.

Dejé un beso en su mejilla como última despedida, la madre de su amiga la dejó pasar y yo la ví correr hasta la sala, dónde chilló de felicidad al ver a sus amigas.

Me alegra que esté haciendo amistades aquí después de lo mucho que le a costado.

Cambio la mirada de mi hermana a la mujer aún en la puerta, frunzo el ceño cuando esa sonrisa amable de hace rato pasa a ser una... rarísima.

Rasco mi mejilla.

—Eh, bueno, a sido un gusto, señora Díaz.

—Oh, querido, puedes decirme Maryam.

¿Damiano?

¿Si?

Estoy sintiéndome extraño aquí.

Somos dos.

—Sí, je, claro.

Ella se recuesta del marco de la puerta. ¿Por qué no me estoy yendo? Esto es muy raro incluso para mí.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Damiano?

¡Dile que no!

—Uhm, claro.

Arg, idiota.

—Te ves muy joven para ser padre de una niña de ocho años.

—Ya sabe... la vida y... esas cosas.

—Claro —ella asintió no muy convencida.

—Sí, bueno... —bufo—, me... me tengo que ir, ahm, a cualquier emergencia de Loredanna me llama, ¿si?

—Por supuesto.

—Sí, por supuesto —asentí con una sonrisa tensa.

No comprendía qué pasaba con esa señora, pero esa mirada que me dirige, como si yo fuera el último pastelito de la panadería, no me agrada para nada.

—¿Una última pregunta, Damiano?

Más esa forma en que dice mi nombre, ¡No lo haga!

—Umjú...

—¿Tienes novia?

Pero señora...

—¿Usted no tiene marido? —refuto, contrariado y ofendido a partes iguales.

¡Quería echarme los tejos! ¡Pues no, señora!

—Sí, mi marido es un gran hombre, pero... —suspira dramática—, pasa mucho tiempo fuera de casa, y a veces una mujer necesita cierta compañía.

Hasta aquí.

—Con todo respeto, señora, el que yo tenga o no novia no es un asunto que le concierne. Usted tiene esposo y una hija de ocho años, y no pretendo ser yo al que le pillen metiéndose en un matrimonio.

»A sido un gusto incómodo, si pasa algo con Loredanna, le pido que me avise. Buenas noches.

Le di la espalda, largandome de esa casa.

Algo que debiste hacer desde que todo se puso raro.

Sí, lo sé, solo no quería ser maleducado.

Maleducada ella.

Ya, mejor olvidar eso.

Avanzo en la calle hasta que estoy lo más lejos de esa casa, no quería seguir teniendo la compañía incómoda de esa mujer. Conseguí tomar un taxi diez minutos después que me llevó a mi jornada laboral de esta noche.


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