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Capítulo 65

— ¡Christian! — Digo sin ocultar mi emoción — ¿Estás bien? ¿Sabes quién soy?

Lo veo fruncir el ceño y luego hacer una mueca de dolor. Sus padres, Elliot y Mía permanecen de pie junto a su cama.

— Estoy bien Ana, ven aquí — estira su mano hacia mí.

— ¡Eres un tonto! ¡Un idiota!

— ¡Ana! — me regaña Mía.

Christian, Grace y Carrick abren los ojos con sorpresa, mientras Elliot se ríe.

— ¿Vas a gritarme en mi lecho de muerte? — dice divertido.

— Acabas de decir que estás bien, ¿no?

Miro a Grace y ella asiente mientras sus hermanos ríen.

— Todo el tiempo preocupándote por mí, hablando de mí seguridad y estar a salvo — le reclamo — cuando eres tú quien necesita protección. Te preocupas de los demás pero no de ti mismo, ¿crees que eres invencible?

Todos permanecen en silencio, así que sigo hablando.

— ¿Te das cuenta lo preocupados que hemos estado por ti? No me importa que seas tú el jefe de Taylor, pero él va a escucharme.

— Creo que deberíamos esperarlos afuera — dice Elliot y abre la puerta.

Los Grey salen uno a uno hasta dejarnos solos. Aún mantengo mi vista en él y respiro hondo antes de acercarme a su lado.

— No vuelvas a preocuparnos de este modo, jamás. Y no estoy bromeando sobre hablar seriamente con Taylor, aunque podría apostar a que Elliot o tu padre también lo harán.

— Dije que estoy bien Ana, estoy consciente de dónde estoy y lo que estaba haciendo. Incluso puedo trabajar...

— Ni lo pienses — lo interrumpo — tienes unas costillas rotas y gracias al cielo por esa cabeza dura que tienes, porque no tienes ninguna lesión, pero necesitas descansar y recuperarte.

— Qué mandona señorita Steele — se burla — ¿Qué haces aquí? ¿Tienes permiso de Roach?

— Ventajas de salir con el jefe del jefe de mi jefe — sonrío y miento.

— ¿Taylor está afuera? Necesito que me traiga mi laptop, un teléfono y saber cuándo van a darme el alta.

— No, no, no escuchaste. Vas a quedarte aquí a descansar hasta que el doctor crea que puedes ir a casa. Taylor no va a traer absolutamente nada hasta que por lo menos uno de tus brazos sane y tu cara deje de estar morada.

Frunce el ceño de nuevo y me importa muy poco que esté molesto conmigo pero él no va a hacer nada más que descansar.

Doctores entran y salen de la habitación, haciendo evaluaciones y ordenando exámenes. Escuché que Carrick fue a Grey House a atender los pendientes y Taylor se fue con el tal Welch.

Grace, Mía y yo establecemos horarios para cuidar a Christian los días que permanezca en el hospital y eso incluye frustrar sus intentos por trabajar. Mía se queda el resto de la tarde para que yo lo haga en la noche, aunque no quiero irme.

Salgo a la cafetería con Kate y me dice que llegó a las noticias el asunto del accidente, pero la policía se niega a dar más detalles. Luego le pido a Wayne que me lleve a Escala a tomar un baño y cambiarme para regresar al hospital. Gail me obliga a cenar y prepara algo de fruta para Christian.

Le digo a Mía que puede irse, así que ella y Grace van de vuelta a Bellevue. Tengo mucha curiosidad por saber qué le ocurrió a Christian, pero no sé si sea el momento indicado o si quiera hablar de ello.

Debido a la gran cantidad de medicamento para el dolor que le pasan vía intravenosa, Christian pasa dormido la mayor parte del tiempo y eso es bueno para su recuperación.

Tres días después, cuando el doctor plantea darle el alta, Grace sugiere llevar a Christian a Bellevue.

— Ahí podremos cuidarlo — dice ella.

— Pero su habitación está en el segundo piso mamá, Christian querrá subir y bajar las escaleras por sí mismo — contesta Mía.

— En Escala Gail y yo podríamos cuidar de él — Grace voltea a verme.

— ¿Y qué quiere Christian? ¿A dónde quiere ir? — dice Mía.

— Querrá ir a Escala, lo sé. Iremos a Bellevue y en una semana puede regresar a su departamento, solo quiero asegurarme que todo vaya bien.

Mía y yo asentimos hacia ella, que entra de nuevo a la habitación de Christian. Afortunadamente retiraron el catéter y los medicamentos le son suministrados en píldoras.

— Hola — le digo cuando me siento en la silla junto a su cama.

— Mierda — dice bajito — me siento más desorientado ahora que cuando tuve el accidente.

— Es por el medicamento, supongo que las costillas rotas deben doler mucho. ¿Recuerdas todo lo que te pasó?

— La mayoría, si — su vista se fija en las sábanas — recuerdo el golpe, estar de cabeza en el auto, despertar y que todo estuviera oscuro... El doctor asegura que las bolsas de aire me protegieron de hacerme más daño, y que la inconsciencia se debía al gran dolor que sentí.

— Lo siento tanto — mi voz sale en un sollozo — tardamos tanto en encontrarte, nos estábamos volviendo locos pensando que te habían secuestrado.

Mi voz se corta para dar paso a las lágrimas, contenidas desde hace tres días. Christian me mira con atención y sonríe.

— No quise preocuparte, y no fue tu culpa, no te disculpes. Me alegra estar de vuelta contigo — estira su mano hacia mí y la tomo.

— Es tarde, deberías dormir. Mañana iremos a la casa de tus padres.

Me señala el espacio en su cama y me siento junto a él para apreciar mejor esos ojos grises que me gustan tanto. La hinchazón cedió, dejando solo algunas marcas moradas que van disminuyendo.

— Cásate conmigo.

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