Capítulo 6
Kate me dió dos pastillas de no sé qué, para el malestar. Me bañé y me cambié en minutos. Salimos sigilosas porque José aún dormía en el sillón. Kate dijo que se encargaría de distraerlo para que yo pudiera salir sin preocupaciones.
Aunque me siento bien, los estragos de nuestra desvelada se asoman en mi cara y no creo que pueda usar lentes oscuros todo el rato. Doy vuelta en la esquina y veo el auto de Christian. Me acerco a él y sale su chofer.
— Buen día — le sonrío.
— Buen día señorita Steele — dice con la misma expresión fría de su jefe.
— Llámeme Ana, por favor — le digo cuando me abre la puerta del auto.
— ¡Anastasia! — Me llama Christian antes de que su chofer pueda responder — vámonos ya.
— ¿A dónde vamos?
— Ya te dije ayer, a tomar un desayuno de verdad.
— Bien — digo mirando por la ventana — ¿vas a la oficina los sábados?
— Algunas veces, cuando tengo algo pendiente qué hacer, si no lo hago desde mi casa.
Llegamos a un bonito restaurante en el centro de la ciudad, se ve elegante y tan pronto como entramos nos dirigen a una mesa.
La camarera, de piel blanca y cabello muy negro rápidamente identifica a Christian como "señor Grey" y bate sus pestañas en dirección a él. ¡Qué odiosa! ¡Estoy aquí también chica! La miro con el ceño fruncido de enojo, pero Christian parece no percatarse de nada y sin mirarla le habla:
— Tráenos dos cafés con leche, omelette y pancakes con mermelada — levanta la mirada hacia mí — ¿quieres jugo de naranja?
— Ehh... sí, claro — le sonrío a mi Ojos Grises y miro de nuevo a la camarera. Sí querida, ¡estoy aquí!
Christian sigue sin mirarla, y yo estaba tan ocupada peleando mentalmente con la camarera que ni siquiera supe qué ordenó. La chica se retira abatida y yo pongo de nuevo toda lo atención a él.
— ¿Tuviste mala noche? — Me dice con ojos inexpresivos — te ves cansada.
— Solo desvelada — soy consciente de mis ojeras — anoche salimos a tomar unas copas Kate, José y yo.
— ¿Katherine Kavanagh? — ¡¿La recuerda?!
— Si — lo veo fruncir el ceño.
— ¿Y quién es José? ¿Tu novio?
— ¿Qué? No, José es un amigo de la universidad — intento decir con naturalidad.
— ¿También se mudó a Seattle? — sigue con el ceño fruncido.
— No, está de visita... se está quedando con nosotras — ahora me mira con ojos intensos.
— ¿Y cuándo se va? — me pregunta después de unos minutos de silencio.
— Mañana supongo, esta noche también tenemos planes de salir.
El interrogatorio se ve suspendido por nuestro desayuno. Comemos en silencio y no sé qué hacer o decir para acabar con la incomodidad.
— ¿Tienes planes para el fin de semana? ¿Sales con tu novia? — espero atenta su respuesta.
— No Anastasia, no tengo novia, no soy de tener novias.
Ahora yo frunzo el ceño, ¿no es de tener novias? ¡Mierda! ¡Es gay! Creo que mi asombro es demasiado obvio por qué me responde:
— Me refiero a que no es el tipo de relaciones que busco.
— ¿Qué tipo de relaciones buscas? ¿Las de una noche?
— Algo así — y ahí está mi respuesta, esto está muy lejos de ser una cita.
— ¿Por qué me invitaste Christian? — estoy un poco decepcionada.
Me mira con sus inexpresivos ojos y sé que no tiene una respuesta. O no una que pueda decirme al menos. Creo que no es el caballero de blanca armadura que imaginé.
— No lo sé, disfruto de tu compañía — suena sincero — lo siento si te hice pensar otra cosa.
— No te preocupes por mí, soy una chica grande — digo sonriendo sin fuerza — gracias por el almuerzo.
Estoy lista para irme y creo que él también por qué inmediatamente pide la cuenta. No quiero subirme otra vez a su auto, el hueco que siento en el pecho empieza a doler.
— Gracias de nuevo — me detengo en la acera antes de llegar a su auto — tengo que irme, hay algunas cosas que debo comprar antes de regresar.
— ¿De qué hablas? No puedo dejarte aquí, ¿Acaso sabes dónde estamos? ¡Te perderías!
— Ya te dije que estoy bien, hasta luego — me doy vuelta rápido antes de que diga algo más y muevo mi mano para despedirme también de su chofer.
— ¡Ana! ¡Anastasia! — lo escucho que me llama pero no me detengo.
Sigo caminando hasta que encuentro un taxi y me subo. Le pido que me lleve a casa, donde Kate me recibe entusiasmada. Pero al ver mi expresión, sólo alcanza a decir:
— Ana, ¡cariño! — y me abraza.
— Basta Kate, no quiero hablar de eso. Vamos a pedir comida y esta noche saldremos a beber.
— ¡Y a bailar! — Dice mi amiga con entusiasmo — vas adespejar esa cabecita tuya.
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