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Capítulo 8

No puedo creer que mi jornada laboral de apenas 4 horas me tenga tan exhausta. Si así me siento ahora, ¿que será de mi cuando tenga que lidiar con una enorme barriga?

Después de comer la ensalada de pollo que me sirvió Gail, subo las escaleras para ir a la biblioteca a leer un rato. Antes de abrir la puerta, veo que la puerta frente a ella está entreabierta, así que me encamino ahí.

El regalo de Ros y Gwen está sobre el tocador, pero el enorme osos de peluche descansa sobre la cama así que no lo pienso dos veces antes de echarme sobre él.

— Hola Ted, ¿cómo estás? – le susurro – ¿Yo? Muy bien, gracias.

Cierro los ojos un momento para reposar la comida con tranquilidad, hasta que me quedo dormida.

— ¿Ana?

Escucho el golpe de la puerta y la voz de mi querido esposo. Vuelve a golpear la puerta antes de girar la perilla.

– ¿Ana?

— Shhh – lo regaño – despiertas a Ted.

— ¿Qué? – sigo con los ojos cerrados.

— Estamos durmiendo – digo pero no puedo evitar sonreír.

— ¿Interrumpo tu momento íntimo con un jodido oso de peluche? – gruñe pero sé que quiere reír – ¿Qué haces aquí?

— Está habitación me gusta para Ted.

— ¿Quieres una habitación para un peluche pero no encuentras una que te guste para el bebé?

— Si, lo sé. Me estoy volviendo loca.

Comienzo a trazar círculos sobre el pelaje sintético del oso mientras pienso en el mejor lugar para preparar la habitación del bebé.

Tal vez pueda instalar una cama para mi en su habitación o llevar su cunita a la nuestra. Aunque eso limitaría nuestros momentos de... Privacidad.

— Necesito que bajes ahora, Gia está aquí.

— ¿Gia? La llamas por su nombre y toda la cosa? – me incorporo de la cama y arqueo la ceja.

— ¿Celosa?

— No – pero no puedo evitar la mueca.

— Démosle el oso y estamos a mano – señala a Ted con la cabeza.

— Ya quisieras, Señor Grey.

Christian se ríe y sale de la habitación dejando la puerta entreabierta. No tengo muchas ganas de levantarme, pero esta mujer Gia me causa curiosidad.

Me paro frente al espejo y me arregló el vestido, el cabello y que el maquillaje se mantenga intacto. Apenas estoy bajando las escaleras cuando escucho una voz chillona y escandalosa.

— ¡No lo podía creer! Elliot lo dijo y creí que bromeaba – Se ríe – ¿Así que te has casado?

— Si.

— Pero Christian...

Bajo despacio para observar a mi esposo y a la mujer rubia que le toquetea el brazo de arriba a abajo. ¿Y le llama por su nombre?

— Creo que perdí mi oportunidad – le dice bajito mientras agita las pestañas.

¡Zorra! Es mi marido. Frunzo el ceño celosa y furiosa, benditas hormonas, si es necesario le arrancaré esas horribles garras de acrílico y brillos una a una.

Tratando de recuperar la calma y controlar mi recién descubierto instinto asesino, me apoyo del pasamanos mientras lo mano izquierda se apoya sobre mi vientre.

Quizá exageré un poco sacando mi pancita (de ensalada de pollo y verduras) antes de hablarles.

— ¿Cariño?

Christian dirige su vista hacia mí y  extiendo mi mano de forma dramática mientras permanezco en el penúltimo escalón. Por supuesto él corre a mi lado.

— ¿Te sientes bien? ¿Estás mareada?

Suspiro pero mi vista viaja a la rubia que me mira atónita. Acaricio mi barriguita mientras Christian pasa su brazo por mi cintura.

— Ana, ella es Gia Matteo, la arquitecta que Elliot envío – luego se dirige a ella – Mi esposa, Anastasia Grey.

— Mucho gusto, Anastasia – me dice.

Le sonrío mientras estrecho su mano.

— ¿Cariño? Recuérdame llamar a Elliot para agradecerle.

Christian se ríe bajito, aún parado detrás de mí. Carraspea un poco antes de volver a hablar.

— ¿Una copa? – le ofrece.

— Por supuesto – le sonríe – siempre he admirado tu gusto en vinos.

La rubia muerde su labio inferior mientras le hecha una miradita a MI marido, que camina de regreso a la cocina. ¡Oh no! ¿Le está viendo el trasero?

— Señora Matteo, ¿me acompaña al estudio?

Ella finge una sonrisa cuando me mira, luego mira nerviosa hacia Christian, que sigue en la cocina sirviendo dos copas.

— Por aquí – le indico y giro sobre mis pies. — Nada para mí, gracias – le gruño a mi desconsiderado marido.

Camino furiosa hacia el estudio, con la rubia siguiéndome. Le señalo la silla frente a mi y cierro la puerta.

— Señora Matteo.

— Señorita – me corrige – Ana...

— Señora Grey, Gia.

Me enderezo en la silla de Christian y entrelazo mis dedos frente a mi. La miro fijamente antes de arquear la ceja.

— MI esposo dice que eres la mejor, Gia, pero tengo mis dudas.

Ella hace una mueca de disgusto antes de rodar los ojos. Mira a todos lados antes de volver al frente, a mi.

— Soy la mejor, Señora Grey. Pregúntele a Elliot.

— Esa me parece una excelente idea, espera un momento.

Levanto el teléfono del escritorio y busco en la lista del marcado rápido el número de su hermano. Contesta al segundo tono.

— ¡Eh idiota! ¿Ya saliste de la abstinencia?

— Elliot – le gruño.

Ay mierda – susurra – ¡pequeña! Me alegra que me llames. ¿Qué puedo hacer por ti?

— Quiero hablar contigo sobre Gia, tengo una gran duda. ¿Cómo le encargo mi hogar a una persona que no tiene respeto por mí y por mi marido?

Mierda – vuelve a susurrar – ¿Qué hizo? ¿Ella te dijo algo?

— Debería decírtelo ella misma, pero me alegra tanto que Kate sepa que trabajas con una mujer sin escrúpulos. Odiaría tener que darle la noticia.

Mierda – dice de nuevo – Lo siento pequeña, déjame hacerme cargo ahora.

Elliot cuelga la llamada tan rápido que tardo en reaccionar. Apenas he puesto el teléfono en su lugar cuando suena otro.

— ¿Elliot? – susurra Gia cuando contesta su móvil.

— ¿Qué mierdas hiciste? – le grita tan fuerte que escucho.

— ¡Nada! – me mira y balbucea nerviosa – yo solo...

— ¡Sal de ahí inmediatamente! Tírate al piso y arrastrate si es necesario. No dejes que mi cuñada te alcance.

Frunzo el ceño ante las palabras de Elliot y me pongo de pie frente a ella, que deja caer su móvil al suelo.

— ¡Señora Grey! ¡Señora Grey! – dice agitada – Permítame visitarla mañana en su oficina y llevaré mis ideas para su nueva casa.

— Te dirigirás a mi, éste es mi proyecto.

— Por supuesto señora Grey.

Gia se levanta de la silla tambeandose, mientras rodeo el escritorio y vuelvo a poner la mano en mi vientre. Voy tras ella para asegurarme que sale a toda prisa hasta la sala y toma su portafolio.

Pasa junto a Christian sin voltear a verlo, y camina hasta el ascensor. Presiona el botón tantas veces que creo que Jason le pide que pare. Benditas hormonas.

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