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Capítulo 3

¡Benditas hormonas! No he parado de llorar a pesar de que estar en esta habitación no me incomoda tanto como al principio.

Definitivamente hay muchas cosas que no entiendo, y cosas que no deseo entender. Lo que me hace sentir decepcionada es saber que, después de todo, aún hay muchas cosas de Christian que no conozco.

Me levanto del piso por el cansancio y me siento en el sofá con la taza de té y el plato con el resto del sandwich que Gail trajo hace rato para mí. ¡Vamos Ana, enfrentalo! Me regaño.

Lo único que tengo claro es que no puedo molestarme por su pasado, pero sí por el hecho de omitir información como ésta. Y eso si puedo solucionarlo, tendrá que explicarse.

Me limpio la cara con un pañuelo desechable y camino a la salida, pero una luz del otro lado llama mi atención. Un pasillo muy pequeño lleva a un baño sencillo y un closet diminuto.

Camino de nuevo a la salida y cierro la habitación con llave. La guardo porque estoy segura que regresaré en busca de respuestas con o sin el consentimiento de Christian.

Al parecer nuestra pequeña discusión no ha pasado desapercibida, Dixon y Sawyer están de pie junto al ascensor, Gail en la cocina.

— Señora Grey, ¿qué le gustaría cenar?

Pongo atención al ventanal de la sala, ¡Madre mía! Ya ha oscurecido. Volteo a verla y niego con la cabeza.

— Estoy bien, solo quiero dormir.

Camino de nuevo a la habitación ante la atenta mirada de Luke y Wayne, custodiando la salida.

— ¿En serio? – les gruño cuando paso por su lado.

Voy directo a una ducha con agua caliente y me pongo el camisón de seda rosa que tanto le gusta a Christian. Aún no viene a dormir, supongo que sigue en el estudio.

Y aunque me acuesto en la cama, se siente fría y sola. Vuelvo a sollozar sintiendo su ausencia pero me obligo a detener las lágrimas.

Me levanto de la cama apresurada y voy hasta su estudio. Mantiene la puerta entreabierta así que entro sin tocar y lo veo sentado en su silla con un vaso de whisky en la mano.

— Ven a la cama.

Sus ojos grises me miran con tristeza y un ligero brillo ocasionado por el alcohol.

— ¿Ana?

— Aún estoy molesta y vamos a hablar de esto pronto, pero no hoy – extiendo mi mano hacia él – lo que quiero ahora es dormir con mi esposo.

Se levanta de un brinco y deja el vaso sobre el escritorio para tomar mi mano. Le doy un beso corto sintiendo el sabor dulce del whisky en sus labios y en su aliento.

Lo guío hasta nuestra cama y espero que entienda el mensaje. A partir de ahora, no importa cuán molestos estemos, cada noche dormiremos juntos como esposos.

— Te amo – susurra en mi oído antes de desvestirse.

— Yo también te amo Christian.

Benditas hormonas, otra vez quiero llorar. Pero me niego a hacerlo en este momento que lo único que necesito es tranquilidad y la calidez de mi esposo para dormir.

La alarma de mi reloj despertador suena, pero no puedo estirarme a apagarlo. Abro los ojos para darme cuenta que Christian aún está aquí, en la cama y abrazándome por la espalda muy fuerte.

— ¿Christian?

— Duerme otro rato – dice en mi oído.

— No, quiero ir a trabajar ahora y tú debes hacer lo mismo. ¿Se te hizo tarde?

— Soy el jefe, mi día inicia cuando yo lo digo.

— Por Dios – me río – Pero yo si debo levantarme, el jefe del jefe de mi jefe es un hombre muy gruñón y controlador.

— Qué bastardo – se ríe.

Sus brazos me liberan y me apresuro al closet a vestirme. Él hace lo mismo y me sorprende que esté tan tranquilo a pesar que son casi las 9 de la mañana.

— ¿Me estás vigilando?

— No – dice mientras se anuda la corbata.

— ¿Crees que voy a huir?

— Espero que no.

— ¿Y si lo hago?

Se gira hacia mi con el ceño fruncido. Realmente no estoy considerando huir, pero eso no me impide hacerle una pequeña broma.

— Te encontraré, lo sabes.

¿Es normal que ahora me gusten sus expresiones posesivos? Benditas hormonas, me voy a volver loca y a él en el proceso.

Le doy un beso corto en los labios y sonrío. Su mirada desconcertada es digna de una fotografía para el recuerdo.

— ¡Me voy cariño!

— Ana, ¡espera!

Salgo del closet y de la habitación hasta la sala, dónde está mi bolso. Él viene detrás de mí poniéndose el saco del traje negro que hoy decidió lucir.

— ¿El desayuno? ¿Las vitaminas?

— En mi bolso – lo señalo – y desayuno en la editorial.

— Prefiero que lo hagas aquí, Gail tiene listo... – lo interrumpo mientras entro al ascensor.

— ¡Es tarde! ¡Soy una empleada embarazada y no quiero molestar al jefe!

— ¡Ana!

La puerta del ascensor cierra con Wayne parado junto a mí. Exhalo ruidosamente y él suelta una carcajada.

— ¿Todo bien?

— Si, ¿por qué?

— Ayer parecía el fin del mundo y hoy estás toda sonriente y retándolo.

— Es tarea de toda esposa volver loco a su marido – le sonrío.

— Tu esposo no es un hombre cualquiera – niega con la cabeza – pero gracias por el dato, me mantendré fuera de su vista.

— Haces bien.

Wayne me lleva a la editorial mientras charlamos de sus próximas vacaciones con Devan. Él me acompaña hasta mi oficina, donde Maddie ya está tomando un café y esperando por mi.

— Señora Grey – escucho la voz de Baker a mi espalda – esto es para usted.

Miro hacia Wayne pero él solo encoge sus hombros mientras Leo deja una enorme caja sobre mi escritorio y sale de prisa. Dixon lo sigue y Maddie cierra la puerta tras ellos.

— ¿Es tu cumpleaños?

— Aún no.

Retiro la tapa de la caja y ruedo los ojos. En el interior se encuentra una charola con un enorme sándwich de pavo, un contenedor con fruta y una botella de jugo naranja natural.

Lo fastidioso, es la nota tan típica de Grey:

"Come y no olvides las vitaminas prenatales.

Atte. El jefe, del jefe de tu jefe"

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