Capítulo 13
— Así que supuse que estaba bien, que tú irías, aunque no hayas dicho nada al respecto en las últimas dos semanas.
— ¿Qué? – balbuceo confundido.
— Sobre la reunión en New York, Christian. Por todos los cielos, ¿estás bien?
— Si... Yo... Si – vuelvo a balbucear mientras me acomodo en la silla.
Mierda. Olvidé que Ros, Marcus y todos los demás jefes de departamento están aquí para nuestra reunión semanal.
— Como decía – retoma Ros – No es una gran adquisición, pero supone un punto estratégico de proyección para Grey Enterprise Holdings, algo de lo cual necesitamos ahora.
— ¿Entonces tendremos una nueva división de GEH en New York? ¿Trasladando empleados de Seattle o contratando personal local? – escucho la voz de uno de ellos.
— Bueno, eso aún está en discusión – Ros patea mi tobillo por debajo de la mesa en la sala de juntas – Lo único que es seguro por el momento es que iniciaremos con una oficina base y se proyectará el crecimiento de la zona para los próximos 6 meses. ¿Cierto, Señor Grey?
— Si – Carraspeo de nuevo – Eso haremos, esperar la revisión de las medidas de seguridad del edificio e instalar las tecnologías adecuadas para el desempeño de los equipos. Es todo, pueden retirarse.
No me pasan desapercibidas las miradas confusas en mis empleados, pero asienten y salen de la sala a toda velocidad. Todos excepto Ros.
— ¿Qué rayos te pasa, Christian? Haz estado perdido en tu inmensa cabezota toda la mañana y esta es la tercera reunión importante del día.
— ¿Pero tienes todo bajo control, no? Para eso te pago – le gruño para defenderme.
— Si, por supuesto que tengo todo bajo control – se ríe con frustración – ¡pero saca la cabeza de las faldas de tu esposa o donde sea que tengas la cabeza metida para que vuelvas a ser el jefe!
— ¡Lo estoy! ¡Lo soy!
— ¿Qué? – rueda los ojos – ¡ni siquiera sabes qué mierdas dices!
El teléfono sobre la mesa timbra una vez y Ros estira la mano para contestar. Presiona el botón del altavoz y le pide a Andrea que continúe.
— ¿Señor Grey? Taylor tiene un mensaje para usted, dice que es personal...
¿Personal? Una alarma imaginaria se dispara en mi cabeza, así que me levanto de la silla ignorando completamente a la Ros Bailey enfurecida que me grita algo sobre mi madre.
Entro al ascensor y pulso el botón de mi oficina. Cuando salgo, me acerco con Andrea para tomar mi móvil de su escritorio y continuó mi camino.
— Taylor.
— Señor Grey.
Jason permanece de pie junto a la puerta, pero antes de que me siente en mi silla, hace una seña con la cabeza.
— La señora Jones llamó – dice y me sorprende que sea tan formal con ella – La señora Grey se encerró en el cuarto de juegos.
— ¿Cómo que se encerró en el cuarto de juegos? ¿Dijo algo? ¿Hizo algo?
— No señor, solamente se encerró ahí sin decirle nada a Gail.
Maldigo bajito mientras intento recordar algún asunto reciente que pudiera ocasionar alguna molestia a mi esposa, además del asunto de Gia.
— Mierda – suelto ahora en voz alta – llévame a Escala, ahora.
Ambos salimos de mi oficina y de GEH a toda prisa. Dios sabe que amo a mi esposa, pero sus recientes reacciones hormonales y desmedidas van a ocasionarme alguna enfermedad de los nervios o una mierda así.
Y eso sería todo en descubrimiento para los medios: "Sobrevive al maltrato y a madre adicta; muere a causa de su dulce esposa embarazada".
— Andrea – la llamo desde el asiento trasero del Audi – consígueme el número del mejor cardiólogo de Seattle y hazme una cita para la próxima semana.
— Enseguida, señor Grey.
Cuelgo a tiempo para ver la expresión de Jason por el retrovisor y podría jurar que el bastardo ríe. Antes de que pueda gruñir alguna estupidez, entra al garaje de Escala y estaciona.
Como lo temí, el equipo de seguridad está en alerta y me pregunto si es que realmente tenerlos me es de alguna utilidad. Los tres subimos al ascensor en silencio hasta el último piso.
Y sin esperar alguna palabra, me dirijo escaleras arriba como lo he hecho las últimas veces que corro a casa como alma que lleva el diablo. Golpeo la puerta después de intentar girar la perilla pero no abre.
— Ana, nena, abre la puerta por favor.
— ¿Christian? ¿Qué haces aquí?
— Quiero saber cómo estás, ¿podrías abrir la puerta?
— Oh, bien – dice y luego escucho que retira el seguro.
Abro la puerta con cuidado de no empujarla, pero ya ha retrocedido varios pasos y me mira con los brazos cruzados. Pero no es eso lo que me confunde, sino la gran bolsa plástica detrás de ella.
— Nena, ¿qué haces?
Pregunto, pero mi mirada ya recorre las paredes de mi, alguna vez preciado, cuarto de juegos. Los látigos, las fustas y los cinturones ya no están.
— ¿Buscas esto? – señala hacia el interior de la bolsa.
— Estoy algo confundido, nena. Dijiste que no querías estar aquí.
— No Christian, lo que dije fue que no había tomado una decisión respecto a esta habitación. Y ya la tomé, así que estoy haciendo algunos cambios.
Mis ojos recorren de nuevo la habitación antes de balbucear alguna respuesta. Me debato entre preguntar ¿Qué decisión? y ¿Cuáles cambios?, pero opto por sonreírle a mi esposa.
— Me parece bien, Ana.
— ¿No quieres saber? ¿No te interesa?
Cierro los ojos para no ponerlos en blanco delante de ella y, Dios no quiera, alterar más su humor.
— Claro, cuéntame.
Meto las manos en los bolsillos y estiro una sonrisa en mis labios. Me recargo contra la pared para escucharla en silencio.
— He decidido darle una oportunidad a este lugar, quiero entender por qué era importante para ti y tal vez hacer algunas de estas cosas.
Abro la boca para hablar, pero ella me hace una seña para que espere.
— He dicho algunas cosas, es por eso que estoy quitando todo lo que me asusta y no quiero intentar. Supongo que sí tantas mujeres venían aquí voluntariamente a que hicieras eso con ellas, debe ser divertido.
¿Qué dijo?
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