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uno: Gaman

G a m a n

我慢 • japonés

Soportar algo aparentemente insoportable con paciencia y dignidad, relacionada con perseverancia en un sentido más profundo.



Min Yoongi observó como la tapa del piano era levantada de a poco y en cuanto vio frente a sus ojos las teclas incoloras sintió como su pecho se apretaba y un nudo se instaló en su garganta, cortándole la respiración momentáneamente. Desde su lugar, sentía la mirada fija de su terapeuta, en completo silencio, observando su reacción. No obstante, su rostro y cuerpo estaban rígidos mientras que una tormenta de emociones se desataba en su interior, arañando su musculatura con largas garras de rabia y tristeza. Le dolía en lo más profundo de su ser estar sentado frente a lo que él consideraba el amor de su vida y no poder tocar como solía hacerlo. Ahora, aquellas melodías vivían solo en su memoria, recordándole dolorosamente lo que un día fue y mostrándole en lo que se había convertido.

Alzó sus manos y las apretó con fuerza, intentando desaparecer aquel temblor incesante que últimamente costaba para que disminuyera.

El chico de cabello negro posó los dedos sobre las teclas, el movimiento involuntario de las mismas hacía que un bajo sonido fuera reproducido cada vez que las presionaba. Quería llorar, gritar y maldecir hasta que ya no le quedaran fuerzas, preguntándole a alguna deidad por qué lo estaba castigando de esa manera.

—Yoongi, tienes que relajarte...

—Hoseok-ssi, por favor... —Yoongi lo detuvo, su voz se oía estrangulada por culpa del llanto contenido—, quiero hacer esto. De verdad.

El profesional soltó un suspiro y se apartó un par de pasos, sin quitar la mirada del chico frente a él. Sus ojos reflejaban la tristeza que sentía en ese momento al ver la frustración endureciendo las facciones de su paciente.

Desde muy pequeño, Min Yoongi se había destacado por su gran habilidad a la hora de aprender a tocar instrumentos. Su tipo de aprendizaje kinestésico auditivo lo había ayudado a desarrollar múltiples facetas que lo hicieron ser admirado desde niño y a la edad de doce años, ya sabía tocar la batería, el piano, la guitarra y estaba aprendiendo a tocar el saxofón. Desde que era un infante, su sueño había sido dedicarse a la música, brillar como aquellas estrellas salpicadas en el firmamento, adoradas por muchos e idolatradas por otros.

A los dieciocho años, consiguió una beca en la prestigiosa academia de artes de Seúl, enorgulleciendo a sus progenitores por todos los logros que había conseguido a su corta edad. Hacía lo que más amaba, podía desenvolverse en un mundo que siempre se sintió como su hogar y podría optar por la vida que siempre soñó; la vida le sonreía. Todo el sacrificio que habían hecho sus padres para educarlo y enseñarle podría ser devuelto con creces, de eso estaba completamente seguro.

Sin embargo, un tiempo después, los músculos de su cuerpo comenzaron a ponerse rígidos sin ninguna razón aparente. Por supuesto, él lo atribuía a las largas horas de ensayo tocando el piano puesto que era normal que sus articulaciones dolieran. Los músculos de sus brazos se contraían y no había manera en el infierno que los hicieran relajar. Los mareos, las torpes caídas, la pérdida de algunos recuerdos fueron solo el comienzo de una enfermedad que lo acompañaría por el resto de su vida, cortándole las alas incluso antes de que pudiera volar.

A la edad de veintiún años, y después de variados exámenes médicos, Min Yoongi fue diagnosticado: Enfermedad del Parkinson. Aquella tarde, él había fruncido el ceño y bastante confundido, le había preguntado a su doctor qué era eso exactamente. Por supuesto, la respuesta que recibió no fue de su agrado en absoluto.

—La enfermedad del Parkinson es un tipo de trastorno de movimiento, señor Min —le había explicado el neurólogo a cargo de su caso, sosteniendo entre sus manos la carpeta que tenía todos los exámenes del chico— Ocurre cuando las células nerviosas no producen suficiente cantidad de dopamina. Es extraño que la enfermedad se desarrolle a los veintiún años, pero no es imposible. Y en la mayoría de los casos es hereditaria. ¿Algún miembro de su familia la padece, señor Min?

El chico había negado, un poco confundido

—No... no lo sé, doctor...

—Está bien. —había asentido el hombre— Ahora, lo que necesitamos hacer es realizarle otros estudios, sólo de rutina, para saber si es alérgico a algún medicamento. Tenemos que combatir rápido la enfermedad, antes de que avance y...

—¿Tiene cura? —la voz del pelinegro había escapado de sus labios baja y ronca, su mirada ausente— ¿Hay alguna cura para la enfermedad?

—No. La enfermedad no tiene una cura en sí, señor Min. Sin embargo, existe una cirugía neurológica que, si bien, no detienen los síntomas por completo, lo reducen para mejorar la calidad de vida de las personas que la padecen.

—Quiero hacerla.

—No es tan fácil, señor Min —el pecho de Yoongi se había desinflado ante la negativa del doctor— Se deben cumplir ciertos requisitos para que la realización de la operación sea aprobada y uno de ellos es que la respuesta a los medicamentos sea negativa.

Una mueca se dibujó en el rostro del joven terapeuta que estaba en el pequeño salón de música, acompañando a Min Yoongi. Habían pasado cuatro años desde que leyó el expediente del chico y desde el primer momento supo que iba a ser difícil. Su vida había quedado en pausa por un tiempo indefinido y todo lo que había soñado se había hecho trizas frente a sus ojos, siendo consciente únicamente del rápido avance que estaba teniendo la enfermedad en él.

Se fijó en la punta de sus propios zapatos y suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Yoongi había tocado el piano y por la expresión en su rostro, Hoseok se dio cuenta que lo extrañaba y anhelaba con todas sus fuerzas volver el tiempo atrás y haber esquivado aquella enfermedad. O tal vez, haberla tratado antes.

—Ve con calma, Yoongi —le aconsejó. Sus ojos se posaron en las manos temblorosas del chico. Si bien, había días que los temblores eran menos notorios, había otros donde su cuerpo completo temblaba, haciéndolo gritar y llorar de la impotencia— Si no te sientes listo, podemos volver más tarde.

Por supuesto, Yoongi lo ignoró. Le había pedido tantas veces a Hoseok que le permitiera ir a la sala de música que ya había perdido la cuenta. Y el doctor Jung siempre le daba las mismas respuestas: "no estás listo todavía; no es el mejor momento; ¿qué tal si vamos mañana?" Y ese mañana jamás llegaba. Por eso, no iba a desperdiciar aquella oportunidad.

—Sólo... dame un momento, por favor —le pidió con la mandíbula apretada.

Resignado, Jung Hoseok asintió. Retrocedió unos pasos más para darle espacio y se quedó en silencio, sin dejar de observarlo.

Min Yoongi respiró profundo y cerró los ojos, tratando de tranquilizarse.

—Tranquilo —susurró para sí mismo, intentando disminuir los latidos de su corazón— Esto lo has hecho durante toda tu vida, puedes hacerlo. Será pan comido. Sólo relájate y disfruta como siempre lo hiciste cuando tocabas el piano.

Un sonido torpe se escuchó cuando su dedo presionó una de las teclas. Carraspeó la garganta y se preparó de nuevo. Se sentó derecho en la banqueta, respiró profundo y posó ambas sobre las teclas antes de intentar tocar una vez más, obteniendo el mismo resultado: un sonido que se oía estrepitoso, sin orden, una melodía muy lejos a lo que él estaba acostumbrado.

Sin poder evitarlo, Yoongi golpeó las teclas del piano con frustración, creando un ruido aún más molesto que rebotaba entre las paredes del pequeño salón en el que se encontraban. Segundos después, sintió un cálido agarre aferrarse a sus brazos, obligándolo a colocarse de pie y tomar un poco de distancia porque si seguía golpeando el piano de esa manera podría hacerse daño.

—Suéltame, no me toques —gruñó Yoongi, intentando apartar al contrario, intentaba crear distancia entre sus cuerpos empujándolo por el pecho, pero su cuerpo estaba tan débil en ese momento que esa simple tarea se le hacía difícil— ¡Déjame!

—Tranquilízate, por favor, Yoongi... —la voz de Hoseok era calmada, todo lo opuesto al pelinegro que seguía forcejeando sin mayores resultados— Recuerda que el temblor no disminuirá si te alteras de esa manera. Tienes que mantener tu sistema nervioso relajado, respira conmigo, ¿sí?

—Me tranquilizo una mierda —escupió. Cuando logró apartarse, lo miró, el dolor estaba plasmado en sus ojos oscuros— ¿Cómo puedes pedirme que me calme cuando no eres tú el que sufre estos temblores todo el maldito tiempo? Estoy cansado de todo esto. Estoy cansado de oírte decir la misma porquería todo el tiempo y no ver resultados. ¿Es que no entiendes lo enfadado que me siento?

Hoseok sabía que debía mostrarse neutral frente a sus pacientes, sin embargo, ver las lágrimas acumularse en los ojos de Yoongi hizo que un dolor se instalara en su pecho, pinchándole el corazón.

—Esta maldita enfermedad hizo que perdiera todo a lo que estaba acostumbrado, ¿no lo entiendes? Todo esto es tan injusto... —su voz se quebró al final y cubrió su rostro cuando no pudo contener más el llanto— Esto destruyó mi vida por completo, ¿y aun así esperas que me mantenga tranquilo y relajado? Ni si quiera puedo hacer lo que más me gusta...

Hoseok tuvo la intención de acortar la distancia que los separaba y envolver el cuerpo del chico entre sus brazos, pero se contuvo. No podía sobrepasar aquellos límites y menos en el trabajo donde cualquier persona podía verlos, inclusive su propio jefe. ¿Qué explicación le daría al doctor Kim si era sorprendido abrazando a uno de sus pacientes?

—Lo siento mucho, Yoongi. Realmente lo siento... —murmuró con toda honestidad.

Se acercó a uno de los estantes y del interior sacó una caja de pañuelos desechables para entregárselo al azabache. Yoongi lo recibió, el silencio que los envolvía era interrumpido por los sollozos que escapaban de sus labios. Tomó dos pañuelos y los deslizó por sus mejillas antes de limpiarse la nariz con suavidad. Había tenido que tragarse las mil groserías que inundaban su interior.

—Lo siento mucho, Hoseok-ssi... —la voz de Yoongi seguía siendo baja y en su rostro se reflejaba la vergüenza que sentía en ese instante— No es tu culpa que todo esto suceda, no debería descargar mi frustración contigo.

Una sonrisa comprensiva curvó los labios del fisioterapeuta. Yoongi no era el primer paciente que se frustraba al intentar hacer algo que antes hacía con total normalidad. Era una de las reacciones más comunes y él sabía, mejor que nadie, que la respuesta siempre sería la paciencia.

—No te preocupes, todo está bien. ¿Quieres ir a la cafetería a tomar algo?

Yoongi asintió en silencio. Siguió a Hoseok fuera del salón y se encargó de recorrer los blancos pasillos con las manos escondidas dentro de los bolsillos de su abrigo y la mirada baja. Se sentía tan avergonzado... y es que esa no era la primera vez que perdía los estribos frente a Hoseok, desquitando toda su frustración con él y Jung lo único que hacía era esbozar una suave sonrisa y decirle que no se preocupara. ¿Cómo no podría preocuparse cuando descargaba su furia con personas que no eran culpables de lo que le sucedía?

Bajaron en el ascensor hasta la primera planta y de ahí caminaron un par de minutos más hasta llegar a la pequeña cafetería de la institución que en ese momento se encontraba desocupada  casi en su totalidad. Hoseok le pidió a su paciente que tomara asiento y él fue a pedir dos descafeinados y antes de volver a la mesa, tomó uno de los popotes desechables, sabiendo que a Yoongi no le gustaba sostener el vaso cuando el temblor en sus manos era incesante.

—Descafeinado para ti y descafeinado para mí —canturreó el chico de bata blanca dejando ambos vasos de cartón sobre la mesa. Sin decirle nada dejó el popote sobre la mesa, cosa que Yoongi notó de inmediato— Solo por si lo necesitas.

—Gracias, Hoseok-ssi. Y nuevamente lo siento mucho.

Hoseok se cruzó de piernas y tomó su vaso para darle un corto sorbo, escondiendo una mueca detrás del recipiente cuando quemó su lengua. Odiaba las tapas de esos vasos porque siempre ocurría lo mismo.

—No te preocupes, de verdad —le dijo, mientras destapaba su vaso. Cuando notó que Yoongi haría lo mismo, se colocó de pie— Por favor, déjame ayudarte.

Min Yoongi esbozó una pequeña sonrisa de labios apretados. Trató de no sentirse incómodo, recordando que Hoseok solo intentaba ser amable.

—Puedo hacerte una pregunta? —preguntó Hoseok, tomando asiento nuevamente. El chico de cabello negro asintió mientras quitaba el pequeño envoltorio del popote antes de dejarlo dentro del vaso y beber un trago— Namjoon me dijo que habías dejado de asistir a las sesiones, ¿no piensas retomarlas?

—Sí..., con respecto a eso, no lo sé —confesó. Apoyó las palmas sobre la mesa para evitar un poco el movimiento— Sentí que no estaban dando resultados

—¿De verdad? Recuerda que la salud mental es igual de importante, Yoongi. No podremos trabajar tu motricidad si no hacemos un balance entre ambos —aconsejó.

—¿Para qué? Yo no veo mejora alguna, Hoseok-ssi —confesó el contrario, sus hombros cayeron en derrota—. De nada me sirve hablar con el psicólogo si cuando salgo de su sala la realidad me golpea y veo que no hay mejoras.

—Lamentablemente este es un proceso largo. Y muy doloroso, lo sabes. Pero necesitas mantener tu mente alejada de malos pensamientos para que podamos seguir avanzando. Lo sé, eso no significa que una vez termines tu sesión con el doctor Kim todos tus problemas se resolverán, pero la carga será un poco más llevadera, ¿no crees?

Yoongi asintió a regañadientes. Había estado asistiendo a sesiones con el psicólogo por un tiempo, pero las había dejado hace dos meses atrás porque él creía que no veía mejora en su caso. ¿Qué sacaba con contarle sus pensamientos e inquietudes a Namjoon? No es como si sus problemas fueran a desaparecer y todo lo que ocurría fuera a tomar sentido.

—Por lo menos, prométeme que lo vas a pensar —pidió Jung Hoseok al ver la indecisión reflejada en los ojos marrones de Yoongi.

—Lo haré.

Siguieron conversando un rato más hasta que llegó la hora que Hoseok tendría que ir a ver a su siguiente paciente. El doctor Jung se despidió con aquella amabilidad tan característica y le sonrió antes de abandonar la cafetería, diciéndole que esperaba verlo en la siguiente sesión.

Antes de irse, Yoongi pasó a recepción y agendó una hora con su psicólogo, luego de dos largos meses.



En cuanto Yoongi cerró la puerta de su departamento la soledad se abalanzó sobre él, envolviéndolo hasta cubrirlo por completo e instalando en el inicio de su garganta un sabor agrio.

Colgó su abrigo en el elegante perchero qué había comprado en su último viaje en el extranjero y se adentró en la sala, sus ojos de inmediato se fijaron en la gran vitrina que descansaba junto a la pared continua al ventanal, atesorando los múltiples premios que lo galardonaban como el primer lugar de varias competencias. Le había conversado de eso al psicólogo y el profesional le había recomendado quitarlos de su vista, por lo menos un tiempo, mientras él asimilaba su enfermedad. Pero Yoongi se había negado rotundamente, ya que, todos esos trofeos eran un recuerdo preciado para él. A veces, el hecho de haber estado a punto de alcanzar todos sus anhelos parecía un sueño, y ver aquella estantería le hacía recordar que no lo fue. Algo duro, pero necesario, según él.

Caminó hacia la estantería, viendo su reflejo en el cristal y sus ojos brillantes recorrieron cada esquina hasta detenerse en una de las pocas fotografías qué atesoraba con mucho cariño.

En ella se podía ver un Yoongi más joven, risueño, con ojos brillantes llenos de metas por cumplir sosteniendo su certificado de titulación. A su lado, estaba quien había sido su novio en ese entonces, con el rostro sonriente y sus manos sosteniendo un bonito ramo de nomeolvides. El recuerdo de ese día hizo que sus labios se curvaran en una sonrisa cargada de melancolía.

Yoongi había estado nervioso, su pierna no había dejado de moverse por culpa de la ansiedad y sus manos se frotaban constantemente en el pantalón de vestir, sus ojos recorrían el gran salón donde se llevaría a cabo la ceremonia de titulación. Había tenido que desabrocharse el primer botón de la camisa y aflojar un poco la corbata porque sentía que no podía respirar. Estaba temblando y las náuseas le creaban un malestar en su garganta y en el estómago.

Cuando vio llegar a Jimin sintió como si un bálsamo se deslizara por su cuerpo y él no había dudado un segundo en colocarse de pie. Se había abrochado la chaqueta del traje que usaba y caminó en la misma dirección hasta encontrarse con su novio.

Lamento el retraso, pero había mucha congestión —se había disculpado el chico de cabello rubio. Sus manos sostenían algo detrás de su espalda—. No me he perdido de nada, ¿verdad?

—No —había respondido Yoongi e hizo el intento de ver qué era lo que su novio mantenía escondido detrás de su espalda—, ¿qué es eso?

—¿Qué cosa? —Yoongi había señalado su espalda y Park Jimin sonrió en respuesta— Es una sorpresa. Lo mejor es que vuelvas a tu asiento, Yoongi, la ceremonia está por comenzar.

A regañadientes, Yoongi había terminado aceptando y se dio la vuelta para volver al asiento que había sido asignado para él. Habló un rato con sus compañeros, riendo porque él no era el único con el miedo a caerse mientras subía al escenario.

Eventualmente, la ceremonia de titulación comenzó y cada uno de los recién egresados pasó a recibir su tan anhelado diploma. Cuando llamaron el nombre de Yoongi, escuchó una fuerte exclamación seguido de ruidosos aplausos que recorrían el lugar y él sonrió. Había subido las escaleras del escenario con las piernas temblorosas, contando cada uno de los escalones para no saltarse ninguno y terminar de bruces en el suelo. Su corazón había latido con fuerza, emocionado cuando recibió el diploma con manos temblorosas. Se había graduado con honores.

Después de que todos los ahora ex alumnos recibieron su diploma, quedaron libres para compartir aquel preciado momento con las personas importantes. En menos de lo que había podido darse cuenta, Jimin apareció frente a él, sus brazos estirados enseñaban un gran ramo de nomeolvides de vibrante color azul. Yoongi había sonreído, sintiéndose completamente pleno y feliz.

—Felicidades, Gigi. Estoy muy, muy orgulloso de ti —le había dicho, con los ojos aguados por las lágrimas contenidas. Se había prometido no llorar en un día tan especial e importante para su novio, pero ahí estaba, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no derramar ni una sola lágrima.

Min Yoongi había recibido aquel hermoso ramo y para la sorpresa de Jimin, había juntado sus labios en un casto beso cargado de agradecimiento y cariño.

Un suspiro se escapó de los labios del azabache y se pasó las manos por las mejillas, apartándose de la vitrina. Siempre lo recordaba, preguntándose si estaría bien. Luego de haberle puesto fin a su relación, seis meses después de haberse enterado de su enfermedad, le pidió al bailarín que no lo buscara otra vez, aguantando las ganas que tenía de pedirle que nunca lo dejara solo. Pero, ¿cómo podría hacerlo? No podía ser tan egoísta para retener a Jimin a su lado. Además, la frustración que toda esa situación le causaba estaba haciendo que reaccionara de manera incorrecta. Muchas veces, le había gritado, diciéndole cosas que luego se arrepentía y no tenía la suficiente valentía para pedirle disculpas. Sabía que Jimin no era el culpable de lo que estaba ocurriendo y aun así lo dañaba. Eso no era justo para él.

Absolutamente nadie era culpable de lo que estaba ocurriendo.

Fue a buscar una botella de agua y luego se dirigió al baño. Abrió la puerta del botiquín que estaba colgado en la pared y bufó al ver la cantidad de frascos con medicamentos que debía tomar todos los días. Comenzó a tomar una a una. Había veces donde su garganta se bloqueaba y le costaba tragar las pastillas, causándole un susto inmenso al imaginarse morir asfixiado por una maldita pastilla.

Aquello era mucho más de lo que él podía soportar.

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