Introducción
Cualquier abuelo tiene mil historias que contar; lo que pasa es que no les preguntamos.
Arturo Pérez Reverte, escritor cartagenero.
Mi madre actualmente cuenta ochenta y cuatro años y, a pesar de tener algún pequeño achaque, goza en general de una buena salud. Como siempre que voy a visitarla me cuenta alguna historia de su pasado, un buen día se me ocurrió escribir un libro sobre su juventud, recopilando los recuerdos que aún permanecen en su lúcida pero cansada memoria.
Cuando se lo comenté se mostró entusiasmada y nos pusimos manos a la obra. Solo impuso dos condiciones: que pudiera leerlo antes de publicarlo y que las letras tuvieran un tamaño que se leyese bien, porque ella ya no tiene una buena agudeza visual...
El trabajo fue arduo. Sus recuerdos a menudo eran como esos retales que quedan tras confeccionar un vestido, retales de memorias que habían sobrevivido al naufragio del paso del tiempo. Así que una de mis labores no fue otra que hilvanar esos retazos de las ilusiones del pasado para escribir esta historia.
El libro, como ocurre con muchos vestidos, necesitaba ser entretelado, incorporando un tejido entre la tela y el forro para aportarle consistencia. Así que, para orientarme en el laberinto de las vivencias del pasado de mi madre y poner orden en esa confusa maraña de recuerdos, recurrí a diversas fuentes históricas. Especialmente útiles y entretenidas fueron las visitas a las hemerotecas de algunos periódicos locales de Cartagena que hoy ya no existen, como El Porvenir, El Noticiero de Cartagena, Cartagena Nueva y otros muchos. Asimismo, me aclararon muchas dudas los padrones antiguos del Archivo Municipal de Cartagena, digitalizados y disponibles en la red.
También, en menor medida, incluí los recuerdos que mi abuela me contaba de niño y han sobrevivido al paso del tiempo. Hace muchos años que ella ya no está entre nosotros, pero algunas de las historias que mi madre y yo todavía recordábamos sobre mi abuela fueron muy aprovechables en la confección de este relato.
En cierto sentido, más que un libro, esto no es otra cosa que un mensaje lanzado hacia el mañana; algo parecido a un mensaje en la botella enviado por un náufrago del tiempo. Tengo el anhelo de que, dentro de muchas décadas, algún nieto de algún nieto de mi madre pueda leer esta historia, que es la historia misma de nuestra familia durante aquellos años inquietantes del siglo XX en los que todo parecía tan difícil. Si es así, si tú eres uno de los descendientes de mi madre y lees esto en un lejano futuro, te invito, amigo mío, a disfrutar con este relato de la historia de nuestros antepasados, además de sugerirte la posibilidad de que repitas lo que yo hice y continúes con otro libro más que refleje los recuerdos de nuestra familia durante este inescrutable siglo XXI.
Escribir este relato supuso para mí un inesperado viaje personal en el que mi madre me contó las peripecias de su juventud, permitiéndome descubrir a una mujer valiente, decidida y audaz que realmente yo no conocía, aunque pueda sonar extraño.
Es sorprendente, pero siguiendo el hilo del hilván en el laberinto de sus recuerdos llegué a descubrir muchas cosas. El interés de mi madre por la costura siempre estuvo ahí, pero yo no sabía verlo. Cuando éramos niños, a veces nos confeccionaba ropa nueva, algo que parecía normal, hasta que muchos años después empecé a comprender. Toda una vida cerca de ella y fue a sus más de ochenta años cuando empecé a conocerla realmente...
Tengo un consejo para todos los que conozcáis a alguna persona mayor: hay que escucharles; porque muchos de ellos tienen una historia que contar, vivencias extraordinarias de un pasado muy distinto de nuestro cómodo presente. Con los ancianos hay que hablar, hay que preguntarles. Solo así podréis descubrirlos. Os lo aseguro: no os decepcionarán.
La historia se recrea en Cartagena, una ciudad al sureste de España abierta al mar Mediterráneo. Habitualmente se considera que fue fundada por un general cartaginés llamado Asdrúbal, aunque se sospecha que se pudo construir la ciudad sobre los restos de un pequeño poblado íbero aún más antiguo. Luego, pasarían por allí muchas culturas, desde cartagineses a romanos, desde vándalos a visigodos, desde bizantinos a musulmanes.
En el siglo XIII el rey Sancho III el Santo tomó posesión de las tierras arrebatándole la ciudad a los musulmanes. Sus habitantes abandonaron masivamente la ciudad y debió de ser repoblada con grupos del norte, especialmente del Levante. Así, en esta ciudad castellana la lengua dominante fue el catalán durante unos siglos, como bien atestiguan la toponimia y algunas expresiones locales cartageneras. Durante los siglos XV y XVI la afluencia de nuevas poblaciones, esta vez de la meseta, dieron lugar a la Cartagena actual castellanohablante.
En el siglo XVIII fue construido el Arsenal militar para transformar Cartagena en una base naval desde la que España pudiese controlar el Mediterráneo occidental, impulsando drásticamente el desarrollo de la ciudad.
Cuando la construcción naval comenzó el declinar en el siglo XIX, la llegada del ferrocarril y la explotación minera de las ricas vetas de plomo, plata, cobre y azufre en las montañas daría lugar a la fundación de la cercana población llamada La Unión, que revitalizó nuevamente Cartagena.
En el siglo XX la ciudad era una gran base naval, con unos importantes astilleros y un puerto siempre lleno de barcos mercantes y militares, una ciudad donde vivían muchísimos marinos y otras personas que directa o indirectamente encontraron su estilo de vida en el mar; pero no solo eso: era también muy minera e industrial.
Comencemos.
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