Giraluna | Parte III
«El Sol la abandonó cuando rogó por un deseo, su belleza se pudrió; la Luna la escuchó y el cometa revivió»
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Cuando Toneri despertó fue recibido por la imagen de la niña acurrucándose contra él, fino cabello azulino negándose a permanecer estático y en cambio, decidió cobrar vida en mechones rebeldes con fragancia a crema pastelera. Escuchó el mecánico toque en la puerta y la femenina voz artificial que recitaba exactamente igual desde que tenía memoria, ni un decibel fuera de lugar, ni un segundo prolongado. Ésta era su realidad después de todo.
ארוחת הבוקר מוכנה לורד טונרי, אתה רוצה שאכין לך משהו
מיוחד¿
[«El desayuno está listo Toneri-sama ¿desea que le prepare algo en especial?»] debatió entre declinar y permanecer en la cama o escuchar a la marioneta, porque si era sincero, desde la muerte de Hinata estaba mentalmente exhausto.
Lamentablemente, era una persona con un sentido del deber que superaba su propio bienestar.
תודה, הכינו קינוח קרם דה מנתה להימווארי
[«Gracias, prepara un postre de crema de menta para Himawari»] la muñeca acató la orden y se retiró a las cocinas. Era consciente de que no podría tomar un baño con la niña en su habitación, a menos que deseara tentar su suerte y arriesgarse a una mala impresión. Por lo que con un suspiro se levantó de su lecho cuidadosamente, no quería despertar al pequeño girasol aún. Se retiró a su baño personal sólo para cambiar su ropa de dormir y acomodar su cabello, un hábito adquirido de Hinata.
Sería un día ocupado.
— Eres un inútil.— Kawaki observaba aburrido como Boruto trataba de acertar alguno de sus ataques a Toneri, lo cual evidentemente no estaba funcionando porque el Uzumaki jadeaba forzando a sus pulmones en busca de aire que sentía abandonarlo sin ser aprovechado. Tenía más bien poco chakra y las armas eran obsoletas cuando el hombre había demostrado ser más rápido que ellas. Estaba jodido.
— ¡Cierra la boca, nadie a pedido tu opinión 'ttebasa!— bramó en un jadeo, enderezando su postura y corriendo nuevamente hacia Toneri quien sin demasiado esfuerzo, derribó al rubio nuevamente sobre el suelo de roca lunar. Era más rápido y golpeaba más fuerte que su tío Neji, así que con reservas inexistentes de oxígeno y cansancio deslizándose cálidamente sobre cada músculo adolorido, se rindió.
Le habían dado una paliza, y era increíblemente vergonzoso que el Ōtsutsuki se hubiese vendado los ojos prescindiendo del byakugan y su vista por completo. Alguien que no podía ver lo dejó acariciando la ceniza blanca del suelo con su rostro. Sonrió dándole un pulgar arriba sin siquiera animarse a ponerse de pie, dudaba lograrlo.
Himawari se había sentado a observar con detalle el pequeño combate de calentamiento entre Toneri y Boruto, absorta en la cantidad de nitidez que sus ojos captaban en cada movimiento, la diferencia de los estilos de taijutsu donde la quimera de su nii-san danzaba ferozmente contra la elegante del príncipe de la Luna. Hasta que captó el pequeño crujido de guijarros deslizándose bajo el peso de algo. Se sentía observada desde antes del inicio del combate, aunque lo había descartado como paranoia del ojo blanco, ahora se había delatado con un sonido apenas sobre un respiro, pero que estaba ahí.
Activó su byakugan y notó la pequeña figura apenas escondida tras uno de los pilares que en algún momento perteneció a una construcción más compleja; logró reconocer el chakra que embullía a las marionetas del palacio lunar, aunque el violeta -tan vivo- en los ojos artificiales se retorcía en una amalgama casi sustancial fundiéndose caníbal con el aguamarina, repugnante. Se acercó lentamente, alentando el silencio bajo sus pisadas en los guijarros blancos con su chakra, hasta llegar al intruso que al percatarse de su presencia se sobresaltó en un respingo.
— ¿Hibana?— la infantil marioneta se tensó por completo haciendo chasquidos entre sus articulaciones de madera y plástico. La miró con ojos asustados, no, no asustados, nerviosos, inseguros. Pudo notar el temblor en sus blancas manos talladas, en su boca cortada.
— B-Buenos días Himawari-sama... disculpe la intromisión, ya me retiro.— soltó tan rápido que le costó un poco entender lo que decía, lo sujetó del brazo que crepitó en protesta para impedir su huida, obligándolo a detenerse y mirarla. Estaba segura de que una marioneta como él no debería ser capaz de mostrar una expresión tan real.
— Muchas gracias por la giraluna, es hermosa 'ttebane.— le regaló una sonrisa de caninos alargados y mejillas rasgadas. La muñeca se relajó un poco permitiendo una vacilante sonrisa tímida que se desvaneció inmediatamente al escuchar la fuerte voz de Toneri; la sombra del miedo deslizándose por sus ojos tan pronto comenzaron los pasos.
— L-lo siento H-Himawari-sama pero.... si Toneri-sama me ve aquí enfurecerá y seré reprendido.— no lograba comprender porque al Ōtsutsuki le desagradaba tanto Hibana, era algo tímido pero agradable, sin embargo, había notado la clara apatía de Toneri hacia la marioneta y antes de que se librara de su agarre, comenzó a correr hacia una de las carcomidas construcciones que en algún momento vio una época mejor.
— ¡¿Q-qué hace?! ¡Toneri-sama no me perdonará esto!— su voz declaraba su consternación de ser arrastrado lejos del escrutinio de su amo, una cosa era molestarlo sin intención con detalles inofensivos, algo muy distinto era huir deliberadamente de él; una declaración directa de insubordinación.
— Si nos descubre entonces será mi responsabilidad, no te preocupes.— creyó verlo hacer una mueca entre la duda y la renuencia, pero no se hizo existir más resistencia sobre sus pisadas por lo que fue relativamente sencillo llegar a su nuevo refugio. Realmente había mucho que deseaba saber, existían demasiados secretos que aún no podía distinguir colgando de las telarañas polvorientas, algunos otros ocultos incluso del escrutinio agudo del byakugan; la Luna era un mausoleo de historia, leyendas, secretos y mentiras, de oro y polvo estelar, de plata oxidada y perlas pulverizadas.
Suspiró un poco para su pesar, éste era el paraíso de su madre y Toneri, aunque sabía no era lo único. Se sentaron sobre el suelo de roca pulida y musgo rojizo, la muñeca con rostro de niño acomodó su uniforme en busca de hacer desaparecer las arrugas más intrincadas.
— ¿La luna siempre a sido así de solitaria? ¿Cómo es que Toneri-san terminó viviendo completamente solo en un palacio tan frío?— Hibana detuvo su labor de alisar la tela con los dedos para levantar la vista hacia la niña tan parecida a la princesa Byakugan. Era una pregunta peligrosa, han pasado más de dos siglos desde que la verdad absoluta se perdió, condicionada por un antiguo decreto de la sangre azul. Y ahí estaba él, siendo el único testigo del mandamiento que se rompió.
— El clan Ōtsutsuki solía ser numeroso, inclusive más que el Hyūga en la Tierra, sin embargo, es natural que las enseñanzas suelan distorsionarse con el pasar del tiempo y paladar, y esas diferencias provoquen enfrentamientos entre las formas de pensamiento.— Guerra, no era necesario que Hibana lo dijera, el conflicto que se insinuaba sobre el desliz de palabras crípticas era claro para cualquiera con suficiente sentido común.
— Entonces fueron ellos mismos.— la muñeca asintió vacilante, reconsiderando bien sus palabras saboreando las implicaciones de una verdad dicha a medias o una adulterada por mentiras más antiguas que las dinastías shinobi disfrazadas de civilización.
— En el clan fundador solía existir al igual que en el clan Hyūga, la división de ramas familiares entre la legítima heredera y la sucursal,— una mueca se deslizó apenas tirando de las comisuras de sus labios en desagrado, las marcas de sus mejillas arrugándose un poco; Hibana lo notó.— sé, arbitrario y cruel pero le prometo no era como solía serlo en su familia materna, Himawari-sama, el clan de Toneri-sama no tenía un control impuesto de una parte de la familia sobre la otra a través de la tortura.
— Aunque por supuesto, los choques de ideología se hicieron insostenibles y terminaron en guerra, honestamente no sabría con certeza si el haberse puesto de acuerdo hubiese cambiado algo.— la implicación ahí, pero una que en la ignorancia no podría ser vista más clara que una pieza de rompecabezas olvidada en el suelo. ¿Valdría la pena al menos intentarlo?
— ¿Me podrías enseñar la historia del clan Ōtsutsuki, Hibana-kun?— fue extraño ser tratado con familiaridad, no era más que un sirviente defectuoso al que su señor despreciaba, pero negarse sería considerado insubordinación y declararse un paria merecedor del castigo, ella era primogénita de Hinata Hyūga, hija de la princesa Byakugan a quien durante generaciones debió de esperar pacientemente volviera como la profecía dictaba, la hija que su amo no pudo tener con la mujer que amaba; el destino sonriendo en cruel diversión.
Le estaría faltando al respeto no sólo al señor de la Luna, sino a Hamura Ōtsutsuki mismo. Insultando a los hijos del dios del Karma, a los fundadores en persona.
— Por supuesto, Himawari-sama.— asintió solemnemente con un deje de timidez, ¿sería ella quien se convirtiera en la sucesora del señor de la Luna? Deseaba con esperanzas que no tenían derecho a ser que si, que el pequeño girasol fuese quien tomase entre sus dedos la cripta en la que se había convertido el palacio lunar y borrase junto a su sonrisa la tristeza del príncipe que no pudo ver.
«¿No era irónico que la sangre azul te arrebate la luz de la iridiscencia?»
Himawari regresó sin compañía a los combates de entrenamiento, el rubio más joven ya estaba sentado refrescándose con una botella de agua mientras Kawaki combatía a Toneri, lo hacía bastante bien a pesar de que no lograba generar ningún daño real. Cuando fue su turno, todas las ceremonias quedaron ejecutadas en cortesía, optó por la postura del jūken y atacó con la elegancia de una bailarina, entre estocadas afiladas y juego de pies gráciles, se convirtió en un deleite a la vista del espectador, como siempre sucedía cuando se llevaba a cabo un combate con el puño suave. Cuando la velocidad aumentó Himawari activó el byakugan de frío azul en lugar del lila perlado, uno que provocó el ligero desconcierto e incomodidad de Toneri y se detuvo para la sorpresa de la niña.
— Lo siento Hima, desconocía que tu byakugan fuese tan brillante.— la declaración le confundió, Toneri se retiró las vendas de los ojos y se sujetó la cíen desorientado. Había estado empleando el tercer ojo con ella cuando la velocidad había sido un poco más difícil de manejar, pero Himawari activó su byakugan y el chakra fundido en sus perlas fue demasiado agudo, inclusive doloroso de ver, apenas provocando un dolor de cabeza. No sabría decir si eso era malo, Neji y Hinata jamás provocaron tal impacto en su sentido. Himawari se acercó preocupada y él le regaló una sonrisa amable.
— ¿Por qué no intentamos algo nuevo? Tal vez podría enseñarte a crear figuras con tu chakra.— la niña dudó un momento pero luego asintió con alegría infantil y él la reflejó. Se sentaron en el suelo de roca y comenzó a moldear chakra en sus manos, primero una pequeña esfera de energía en azul hielo, luego fue comprimida y forzada a tomar una forma delicada y familiar. La mariposa -hecha de pura luz y nada de materia- revoloteaba entre sus dedos como si realmente estuviese viva, maravillando a los ojos curiosos que en su inocencia aún apreciaban actos tan sencillos.
Sintió las lágrimas acudir a sus ojos y sin lograr evitarlo se derramaron, los trazos salados a lo largo de sus mejillas redondas y la sensación de presión en su pecho, la nostalgia ajena a sí misma que la estaba lastimando y el recuerdo de un hombre con cabello de plata y cuernos pálidos como su piel.
Como su sangre.
— ...perdónenme...— susurró en genuino dolor a pesar de no comprender su origen, en medio de su angustia ahogó un sollozo y deseó hacerse un ovillo para hundirse en su miseria, Toneri alarmado soltó el control sobre la criatura que explotó en polvo estelar y Boruto corrió al notar a su hermana menor desmoronarse sin previo aviso. La niña se aferró a Toneri en desesperación, repitiendo una y otra vez una súplica de perdón sin razón de ser, temblando como una hoja de otoño.
Fue una cena silenciosa, Toneri estaba demasiado estresado para prestarse a la situación que le rodeaba, no estaba seguro de qué le había sucedido a Himawari, tal vez el recuerdo de las mariposas de invierno había sido demasiado, tal vez... sólo... se sujetó la frente con cansancio, no estaba seguro de una mierda. Boruto no podía concentrarse, su marca había protestado en frío que caló hasta la médula ósea cuando su hermana había comenzado a llorar sin motivo aparente, no sabía cómo reaccionar a eso, no sabía qué hacer para ayudarla, Kawaki se negaba a admitir que estaba preocupado aunque la extraña molestia que se había asentado en su estómago no cedía, hubo algo que se sintió ajeno y al mismo tiempo familiar, algo...
— Hibana.— los niños saltaron al escuchar la voz de Toneri y la marioneta se precipitó temblorosa hacia su encuentro, el nácar retorciéndose en iridiscente miedo derretido, su postura no abandonaba la reverencia que se esforzaba en mantener su mirada alejada de la de su amo.
— ¿E-en qué puedo servirle, Toneri-ōjisama?— Boruto arqueó una ceja al escuchar el honorífico, el tartamudeo apocado, se preguntó el porqué había agregado el príncipe cuando antes sólo había usado el lord. El señor de la Luna sólo se limitó a negar hastiado y le ordenó alzar el rostro; tembló y se planteó otra incógnita «¿Toneri-san siempre a sido tan serio?»
אני צריך שתרד לכדור הארץ ותעביר לו הודעה
[«Necesito que bajes a la Tierra y le lleves un mensaje a él»] la muñeca escuchó atentamente las órdenes emitidas en la lengua materna Ōtsutsuki, los niños se sintieron confundidos pero no hicieron preguntas, no cuando el tono normalmente amable de Toneri se mostraba tan frío. Hibana memorizó sus órdenes al pie de la letra y siguió su camino hacia el portal que conectaba el mundo de Hagoromo con el de Hamura; otra equivocación estúpida y el niño al que juró proteger lo desconocería. La implicación dolió.
«Una marioneta no tiene sentimientos, no tiene opinión; una marioneta no puede llorar ¿entonces que era el líquido que se deslizaba por sus mejillas?»
— ¿Necesita que le lleve la cena a Himawari-sama a su habitación?— el ama de llaves se hizo escuchar entre la confusión silenciosa que eran las mentes de los presentes, y Toneri agradeció por primera vez que fuera exactamente igual a la voz monótona de siempre, le permitió despejar un poco la neblina de inexperiencia y bloqueo que actuaba en consecuencia de la soledad absoluta durante su crianza, era un incompetente para lidiar con las personas y lo sabía, pero eso no indicaba que fuera a rendirse, se había prometido protegerlos, los amaba, tanto que dolía ver a la pequeña tan fuera de sí misma y no entender qué le sucedía.
Se culpaba a sí mismo por no ser capaz de saber el porqué.
— No, ponlo en la bandeja, yo mismo lo haré; Boruto-kun, Kawaki-san ¿necesitan algo?— amable, cálido, les provocó un escalofrío que subió a través de su espina dorsal y Boruto fue el primero en negar con tanto ahínco que su hermano se vio forzado a darle un pequeño codazo en las costillas para que volviera en sí mismo, si Toneri notó el intercambio de hostilidad entre los chicos no lo mencionó, simplemente les regaló una sonrisa atenuada y tomó la bandeja entre sus pálidas manos para perderse en los pasillos del palacio con un destino fijo.
Era tan sencillo olvidar que él era un Ōtsutsuki, que era un príncipe, el único habitante vivo en un reino corroído por secretos y fantasmas, de perlas pulverizadas y plata oxidada. Boruto Uzumaki recordó que Toneri Ōtsutsuki era un ser que no es del todo humano forzado a asumir responsabilidades antiguas con la única recompensa de una soledad indeseada. El hombre al que su madre había amado, por el que ella jamás pudo corresponder a Naruto y su corazón había llorado miserablemente cada día durante 12 años desde el amargo acepto.
¿Por qué había renunciado a él cuando ambos se amaban hasta hacer sus corazones sangrar? Incluso en aquel momento en que los había visto cantarse una melodía con miradas diluidas en anhelo, con el beso que habían iniciado, con el dolor del que era consciente su padre se derrumbaría «¿Por qué no elegiste a la Luna, okaa-san?» Jamás la hubiesen juzgado, incluso la idea de un nuevo hermanito le había provocado sonreír en aquel momento y ahora sólo había dolor. Ella hubiese sido feliz y lo demás no habría importado.
«Si hubiera elegido a la Luna, él mismo se habría encargado de extinguir al Sol»
Himawari se quedó sentada sólo detallando los pliegues que cicatrizaban sus palmas en líneas largas y finas, no lo comprendía, no era capaz de darle una explicación lógica a la demostración tan lamentable que había protagonizado. Se sentía tan culpable... sólo les había preocupado por nada. ¿Así es como trataba al corazón de su madre?
— ¿Puedo pasar Hima?— se sobresaltó al escuchar la voz del Ōtsutsuki desmantelada en eco al otro lado de la puerta; articuló un vacilante si, lo vio entrar con una bandeja con comida en las manos y una mirada de disculpa ¿por qué se disculparía? Éste era su hogar y el permiso no más que una cortesía que ella no merecía.
— L-Lo lamento Toneri-san... yo...— tragó y no logró completar la oración que se negaba a salir de su garganta repentinamente seca, forzarla se sentía como si las palabras fueran a desgarrar el ahora papiro hasta sangrar. Tartamudeó, ella nunca tartamudeaba, su personalidad estaba tan lejos de eso que fue vergonzoso encontrarse a sí misma haciéndolo cuando más necesitaba coraje.
— No te preocupes por eso, sólo... ¿necesitas algo en especial o sólo estás incómoda? Si ése es el caso, podría enviar un mensaje a tu padre para avisarle que quieres ir a casa.— repentinamente su sangre se heló; el hielo se deslizó por sus venas y enfrió su estómago provocando un estremecimiento, el vacío producto del pánico casi endureció el nudo en su garganta.
— ¡¡¡NO!!!— una nueva y desconocida ira reverberó en sus oídos como una melodía discordante. Su corazón errático hirviendo su sangre congelada. Toneri la vio con sorpresa, reconociendo ése enojo tan familiar en el enebro. Himawari fue consciente de sí misma una vez más y palideció en consecuencia. La vergüenza desplazó la ira y la asfixió hasta que dejó de moverse.
— Está bien, te he traído la cena por si tienes hambre, mmm... ya me retiro, buenas noches.— el príncipe se puso de pie, la niña extendió su mano aprisionando la pálida de él, la disculpa se filtró en su mirada azul y Toneri sonrió con amabilidad, no estaba molesto, sólo preocupado pero ella necesitaba espacio y ambos eran conscientes de eso.
— ¿Mañana me puedo quedar contigo?— necesitaba aclararse, pero también la protección de un abrazo paternal, que alguien la hiciera sentir a salvo de todo entre sus brazos, así como su madre. Aún era una niña, y aquello sólo dolió porque le recordaba con hielo ártico que no había logrado proteger a Hinata, que el pequeño girasol había perdido a su madre y él no hizo nada. El dolor debió filtrarse a través sus ojos porque Himawari se puso de pie de un salto y lo abrazó.
Mañana ella dormiría junto a él.
Mañana se libraría de las pesadillas.
Pero hoy no.
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Era una tibieza familiar, la misma que provoca un copo de nieve derritiéndose en la piel por el calor corporal; el aliento de una taza con té de menta del invierno recién preparada. Abrió los ojos, estaba en su habitación tal como cuando se fue a dormir, hacia un tibio frío; desconcertante. Era oscuro, la luz que antes había sido dorada ahora se mostraba pálida y tímida, observando a su alrededor por al menos 10 minutos se dio cuenta de que no podía dormir así que optó por caminar para cansarse.
Al abrir la puerta y comenzar a deambular notó que era menos silencioso de lo que creyó en un inicio, tal vez el palacio era en definitiva callado pero la Luna estaba muy viva, lograba escuchar la corriente de agua moviéndose bajo la roca, las luciérnagas susurrando, hubo algo que no logró identificar e igualmente familiar, era como el trazo de la cola de un cometa, la melodía recitada en el lenguaje primordial de la vida misma. También era difícil no notar que alrededor sobre cada pared, mueble o pintura, todo estaba cubierto por una fina capa de cristal, uno que se movía y el nácar sólido descomponía apenas la luz. Negó y continuó su travesía sin destino hasta que algo parpadeó en el pasillo y sus pies se habían movido en su dirección por inercia, un paso tras otro se habían vuelto una carrera que la llevó hasta la bifurcación entre las habitaciones.
Había un niño.
El cabello blanco y su atuendo era familiar aunque podía decir que era una pijama pese al ostentoso material. No debía tener más de 5 años, era pálido como un hada de nieve. Se giró tentativamente hacia ella y se dio cuenta, sin poca sorpresa, que no tenía ojos. Los rasgos infantiles tan finos y elegantes, delataban una belleza severa cuando madurara, lo reconoció sin mucho esfuerzo. Era Toneri. Aunque su versión más infantil parecía no reparar en su presencia y continuó deslizándose con gracia sin derecho a ser para alguien tan joven, lo siguió hasta el inicio del pasillo oscuro que había llamado su atención cuando recién llegó.
El canto de cristales moviéndose, como si cambiaran de forma constantemente se hizo escuchar reverberando suavemente, el ruido derretido en el aire como vidrio crudo era una melodía sin compás, extraña. El niño llegó a la entrada más grande del pasillo donde la débil luz escapaba en raudales por las fisuras, empujó la puerta que apenas hizo ruido y entró. Himawari lo siguió y volvió a cerrarse en tanto silencio como al inicio.
Era un observatorio.
Se sintió maravillada al observar con regocijo infantil la Tierra, su imagen ampliada en una enorme lupa de cristal presumiblemente de chakra. El príncipe se sentó en medio de la habitación e hizo sellos con las manos, su frente brilló muy tenuemente y el mundo cambió, ahora no era más que un lago contemplando el cielo nocturno, ya no estaba solo si no caminando para encontrarse con una niña tan pequeña como él. El corto cabello índigo y los grandes ojos perlados, sintió su pecho comprimirse con el deseo de llorar.
Era ella. Era su madre.
Los vio conversar con sus vocecitas infantiles, el rubor adorable en el rostro redondo de Hinata y Toneri pellizcando gentilmente sus mejillas. Las mariposas de invierno revoloteaban como si estuviesen vivas, el polvo estelar se movía de un lado a otro en formas anodinas e incomprensibles; podía jurar que vio un ángel ahí. Y luego una canción, Toneri la recitaba con una pequeña Hinata recargando la cabecita en su hombro, una que ella reconocería donde fuese.
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«Namida no oku ni»
[Mas allá de éstas lágrimas...]
«Yuragu hohoemi wa»
[...hay una sonrisa temblorosa]
«Toki no hajime kara no»
[Que desde el principio del tiempo es...]
«Sekai no yakusoku»
[...la promesa del mundo]
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Las lágrimas picaron en sus ojos y deseó con reconocido egoísmo que su madre hubiese dejado a Naruto para ser feliz, incluso consciente del sufrimiento que le hubiera causado a su padre... y se descubrió a sí misma pensando que no le importaba, que la felicidad de Hinata valía más que el dolor del Hokage.
¿Cuándo se había vuelto tan despreciable?
No le importó, no se sintió culpable, ya no.
«...es tu madre, ella te trajo al mundo, es natural desear que su felicidad y sueños se vean realizados sin importar el costo»
El polvo estelar -como arena de oro- se deslizó por sus dedos al igual que un reloj, los cristales se movieron hasta quebrarse y el mundo onírico se desvaneció como una luciérnaga de chakra. Sólo fue oscuridad y luego despertó, con el rostro humedecido de lágrimas y la garganta seca. Se hizo un ovillo y lloró, hasta sentirse incapaz, hasta que el dolor que destrozaba su corazón cedió lo suficiente para permitirle respirar. Un poco más en calma se preparó para el día, necesitaba respuestas, necesitaba comprender sin entenderlo realmente, porque existió un vacío en su consciencia que la hizo ignorar el nuevo peso en sus ojos cansados.
Hibana regresó relativamente temprano, notificó a su amo que el mensaje había sido recibido y contrario a lo que había pensado Toneri en un inicio, incluso había accedido a visitar el palacio por sí mismo. No es como si él fuese particularmente huraño, pero aún así la pequeña vergüenza infantil que sentía para dirigirse al hombre no era algo que le permitiera pensar que se daría el tiempo para hacer una visita, la reminiscencia de aquella particular sensación de abandono no era algo con lo que pudiese luchar, de todos modos.
La marioneta se encontró con Himawari en la biblioteca del palacio. El perfume a libros olvidados e incienso danzaba como un hada de neblina por toda la estancia; Hibana cumplió, siempre lo hacía.
— Todo comienza con Hamura Ōtsutsuki,— su voz artificial hizo eco a través de las paredes y cielo alto, hablaba con soltura al no estar presente su señor.— cuando la Luna fue creada, para resguardar al mundo de posibles futuras amenazas y permanecer al lado de su madre, a quien amaba mucho, decidió vivir en éste lugar. Todo lo que usted ve aquí, desde los océanos, plantas, animales, el Sol y Luna artificiales, la ilusión de día y noche, fue creado por el dōjutsu de Hamura-sama, el Tenseigan.
— Para serle honesto, no comprendo por completo el poder del tenseigan, que es el equivalente yin del chakra en el rinnegan, supongo que al ser la energía espiritual es posible moldearla y crear otras formas de vida, probablemente también reencarnarlas, aunque eso sólo es una especulación mía.— subió apenas los hombros restándole importancia y continuó.— Él era más parecido a su madre de lo que era su hermano mellizo, del mismo modo que lo sería su descendencia, como un ángel.
— Tuvo tres hijos, el mayor y dos gemelos,— asintió un poco confundida, hasta donde sabía, los ángeles llegaban en pares.— sus nombres eran Takenoko, Shingetsu y Aotsuki, los fundadores.— pareció dudar, aunque luego de considerarlo llegó a la conclusión de que no haría daño si lo sabía; estaba rompiendo otra regla pero sería peor no ser honesto.— El mayor, Takenoko Ōtsutsuki, solía ser el heredero legítimo, el príncipe de la Luna, pero renunció a su derecho y se fue, bajó al mundo de Hagoromo, la Tierra, fundó su propio clan y jamás regresó.
— ¿Por qué se fue? ¿No era feliz?— sintió tristeza al pensar en cómo deben haberse sentido sus hermanos menores, lo doloroso que debe haber sido perder a su hermano mayor sin lograr hacer nada al respecto porque estaba completamente fuera de sus manos. Hibana tembló un poco, miró sus blancas manos talladas y negó con resignación, no era momento.
— Él era conocido como «el príncipe que no pudo ver» o «Tsedef*» porque a diferencia de sus hermanos nació sin byakugan,— dejó que sus palabras hicieran suficiente sentido antes de explicarse, antes de la comprensión recortada.— hasta donde tengo conocimiento, no se sentía como el hijo legítimo de la Luna, sus ojos sin ceniza lunar jamás podrían renacer el cometa, y aunque poseía dos de los tesoros más importantes de Kaguya... supongo que no fue suficiente.
Y no lo sería jamás, porque la sangre azul se oxidaría hasta la agonía
— Los gemelos, Shingetsu-ōji y Aotsuki-hime se quedaron en la Luna, se enamoraron y casaron fundando el clan Ōtsutsuki que eventualmente engendró al fundador del clan Hyūga,— una verdad a medias ¿no es así? Porque Aotsuki Ōtsutsuki era la fundadora del clan del Sol, pero explicarlo también lo obligaría a romper la ley que su primer maestro le impuso y no podía hacerlo. Ya había cometido demasiadas faltas.
— ¿Qué sucedió con el clan? Si existían dos ramas de la familia pero ahora sólo está Toneri-san...— ¿Realmente habían desaparecido por completo luego de declararse la guerra? Le parecía difícil, de ser así Toneri ya no estaría con ellos ¿o no?
— La única diferencia real entre las ramas familiares eran los marcados ideales, cada uno interpretó el decreto de Hamura-sama a su modo, unos usaban la fuerza y otros la palabra, la familia sucursal eran guerreros porque fueron quienes debieron sacrificar su voto de "no-lucha" a cambio de proteger a su familia,— hizo una pausa, reconsideró sus palabras con detenimiento y continuó.— la rama principal en cambio, conservó la calma espiritual pero también el peso de detener a sus propios hermanos cuando la sangre en sus manos contaminara su alma.
— Como es lógico, la familia sucursal ganó destruyendo a la principal haciendo uso del tenseigan, Toneri-sama es descendiente de ésta.— si fuera de carne y hueso, se habría mordido el labio, pero era sólo plástico, nada más.— Eso sucedió hace más de dos siglos.
— Dos siglos... pero... ¿cómo...?— entendía la duda implícita pero ¿estaba bien si se lo decía? ¿Su maestro lo perdonaría? Técnicamente no era parte del decreto, de la ley cimentada de las cenizas del mandamiento roto, así que rogó por si estaba equivocado, Suisei-sensei lo perdonara.
— Un siglo después del genocidio de la familia principal surgió, de las estrellas, una nueva amenaza, un ángel.— Himawari frunció las cejas hasta que la comprensión cayó con todo su peso en su consciencia. Le dolió la cabeza con la melodía de una cabina de espejos sin reflejo.— El deber de la Luna siempre fue proteger a la Tierra de la cosecha, independientemente de si aún tenían fe en la humanidad, en el mundo de Hagoromo, necesitaban al Sol y la Luna para formar un nuevo mundo libre de guerras. Así fue como fueron aniquilados para derrotar a uno de los dioses de las estrellas, un hermano de la madre de todos, Kaguya Ōtsutsuki.
— Al final... al menos el 70% del clan desapareció, sólo quedaron hombres y con la doctrina que tenían fomentada desde su concepción, no les permitió acercarse al mundo de Hagoromo, lo que eventualmente los llevó a la extinción.— pensó, un momento apenas, si el dolor que flotaba en la mirada del girasol era un reflejo del propio.— Los Ōtsutsuki poseen una vida útil más longeva consecuencia de su sangre.
Esto estaba prohibido, por lo que ordenó en su mente cada idea, explicación y hecho que pudiese implicar romper su mandamiento. Una vez listo, habló.
— Entre más pura sea, mayor será su esperanza de vida y juventud. Temmu-sama, el padre de Toneri-sama fue el último niño nacido antes de la aniquilación por lo que fue el más joven de los descendientes.— evitó tocar el tema más de lo estrictamente necesario, tendría que negar preguntas, ya había dicho más de lo permitido.— Él poseía la sangre de los ángeles con mayor fuerza de lo que se había visto en generaciones. Así que vivió más que la mayoría de ellos.
— ¿Cómo es posible que concibiera a Toneri-san si ya no había mujeres en la Luna?— Hibana sonrió con tristeza, ésa era una pregunta donde tendría que mentir a pesar de sí mismo. Su mayor pecado.
El recuerdo de una pequeña niña con cabello pálido y sin ojos llegó a su memoria, una familia de aves enjauladas; el como condenó al clan Ōtsutsuki a su extinción
— Violó la doctrina donde se negaba la intervención de la Luna con la Tierra, y concibió a Toneri-sama con una humana.— sus ojos dolieron y el frío en ellos hizo eco hasta que desapareció, no quería pensar en las implicaciones si alguien se enteraba de la verdad absoluta, de los mandamientos rotos; el byakugan era capaz de ver a través del tiempo, observar el destino, había deseado salvarlos a todos pero debió elegir, aún cargaba con la culpa, aún cargaba con el dolor.
«Perdóneme Toneri-sama, yo lo sabía, pero se salió de mis manos y el hilo rojo clamó otro guardián»
— Ya veo.— la muñeca con rostro de niño se estremeció y le regaló una pequeña sonrisa de disculpa, no pudo decirle toda la verdad, contó más de una mentira, omitió sus pecados y sus secretos, el qué sucedió con el Ōtsutsuki que fue aniquilado, el decreto de su maestro, la última tarea que le otorgó, la profanación del karma, el como llevó al clan a la extinción por amor. Su traición consciente hacia el clan fundador por sobreponer su propio egoísmo.
— Usted sabrá, supongo, que los amatsubito vienen en parejas, siempre.— y odiaba recordarlo. El día en que el cometa dibujó en el firmamento con su luz, ¿no dicen que el eclipse y el cometa están destinados a estar juntos? Al menos para él, sería un recordatorio permanente de cómo le había fallado a su maestro. En cómo el destino había tomado el hilo rojo y lo bordó alrededor de sus cuellos. La vio asentir.— Efectivamente, así fue, la pareja del primero llegó... y los mató a todos. Desconozco cómo fue derrotado, sin embargo, al final sólo quedó Temmu-sama. Y así, la Luna quedó en silencio.
Los ángeles siempre llegan en pares, es una regla absoluta; los reflejos de la catástrofe separaron a la perla de Kaguya
El día transcurrió con lentitud, inclusive el entrenamiento en el uso de la marioneta fue gratificante, era particularmente sencillo, al menos para ella, hacer uso de su nueva arma que combinando su byakugan en la ecuación era mortal; fue extraño notar la ligera fascinación del rubio en las técnicas de sanación de Toneri, en como sus ojos azules tan parecidos a los de su padre brillaban embelesados cuando el chakra cobre oxidado cerraba las heridas recientes, ver un nuevo interés en su nii-san que se alejaba del fuego y la pelea, mientras ella...
Cada vez estaba más enojada.
Más llena de dolor e ira fría.
Ésa noche durmió junto a Toneri, abrazándolo en busca de su protección, quería sentirse segura de sus propios sueños, sus pesadillas. Estaba cada vez más asustada de ellas, siempre despertaba llorando, siempre con una nueva herida en su corazón, en su psiquis. Su esencia a menta y nieve del invierno le regalaba cierto confort, le recordaba a su madre y con ése pensamiento se entregó al mundo de los sueños.
Boruto fue el primero en abrir los ojos, no estaba despierto, otra vez ahí. El peso en su ojo derecho era frío, le dolía las sienes como si sus terminaciones nerviosas se hubieran congelado, el espacio caótico donde la ingravidez le era familiar se arremolinaba en devastación planetaria, ahí estaba nuevamente ése bastardo sonriendo con fría crueldad. Como lo odiaba.
— ¿No tienes nada mejor que hacer que molestarme?— Momoshiki sonrió con desenfado sin disimular, una pizca de burla para luego enfocar sus perlas de hielo en el azul verano.
— Estoy impresionado, sabía que eras particularmente estúpido pero creo que sobreestimé tu inteligencia.— hizo amago de rodar los ojos, al menos creyó que fue así.— Ni siquiera con ése ojo eres capaz de ver, cada día que acaba el cristal se rompe más y no existe retorno.
— Deja la mierda, no estoy de humor 'ttebasa ¿qué quieres?— pareció pensarlo, no tomó mucho antes de que le regalara una sonrisa poco sincera, apenas más cruel.
— Lo que quiero lo obtendré con el tiempo ya que no puedes hacer nada al respecto, el destino no se puede cambiar, aunque es divertido verlos intentarlo.— se acercó, la presión de un congelador nuevo encendido exhalando contra su piel, erizándolo hasta la punta de los dedos.– Cuando un Sol se extingue, sólo se espera el frío y la oscuridad.
— ¿Por qué? Ustedes, no es normal que siquiera existan, apareciendo de la maldita nada para devorar al universo.— contrario a lo que supuso en un inicio, Momoshiki pareció pensarlo, abandonando un poco su sonrisa torcida y pudo jurar, hubo nostalgia brillando en su mirada pálida. Lo tomó por sorpresa sujetando sus manos para juntarlas en una especie de oración; su presencia sobrecogedora y las palmas heladas. Sintió el terror genuino retorcer sus entrañas, su alegría reminiscente lo asustó de verdad.
התפללו, התפללו לאושר. עשה זאת עד שייקח אותך על ידי היקום ותבע את זכותך לטרוף את העולם.
[«Reza, reza por la felicidad. Hazlo hasta que seas arrebatado por el universo y reclames tu derecho de devorar al mundo»] esbozó una sonrisa espléndida, le soltó las manos y su primer instinto fue correr, algo no le gustaba, algo se sentía terriblemente mal. Momoshiki nunca había sido particularmente genuino en nada más allá de su deleite en los sucesos funestos de su vida, siempre había algo de mentira, su ojo no le permitía perdérselo, de cualquier modo.
Fue tan sincero que lo asustó.
Se despertó jadeando, empapado en sudor que pegaba el cabello rubio a su frente y mejillas. Se dio cuenta, estaba temblando. Sin importar la hora, se levantó de la cama para tomar una ducha, la necesitaba, se sentía asfixiado y no lograba serenarse, le dolía la cabeza y su ojo pesaba, los tatuajes del karma eran helados y se deslizaban por su piel en trazos largos y electrónicos, como un glitch; el sello del cielo en su hombro quemó y pese al dolor le reconfortaba que le diese a su mente algo más de lo que ocuparse, desplegándose sometió el azufre fundido hasta que su cuerpo estaba cubierto solamente de brazas incandescentes. La marca se había vuelto a comprimir cuando salió del baño. No como aquella vez; la sangre aún no se borraba de sus manos.
No se lo mencionó a Toneri.
Pero necesitaba saberlo.
Comiendo durante el desayuno el ama de llaves se acercó con pasos velados, el rostro artificial nunca cambiaba sus gestos preestablecidos, sus ojos exánimes, una muñeca en toda la extensión de la palabra. A diferencia de Hibana.
— Toneri-sama, su invitado a llegado y se le ha guiado al salón principal, se le está atendiendo ¿necesita algo más?— los ojos de Toneri brillaron en algo extraño que no logró identificar, la curiosidad burbujeó en esferas iridiscentes, ¿un invitado? El señor de la Luna debió notar su recién descubierto entusiasmo ya que le sonrió con amabilidad e hizo un gesto con la mano hacia la puerta. Una invitación silenciosa a conocerlo.
Amplió una sonrisa con todos los dientes, sus caninos especialmente alargados y mejillas rasgadas le dieron la apariencia zorruna de Kurama. Boruto y Kawaki captaron la mirada de Toneri, la pregunta formulada sin diluir en el aire. También tenían curiosidad y accedieron sin emitir palabra.
Los ecos de pasos dispares recitaban cánticos en los pasillos, las marionetas lucían especialmente atareadas permitiéndoles una presencia más orgánica, como si fuesen la servidumbre del castillo angustiada por la llegada de algún noble; casi soltó una risilla pero se contuvo. Una vez llegaron al salón principal se hizo evidente la presencia de un hombre, Himawari se sintió aturdida ante el aura que emanaba, era como una luna fría durante el solsticio de invierno; la luz blanca que se descomponía entre témpanos de hielo refractada en colores estructurales. Algo resaltaba, el pigmento que como oro azul manchaba en trazos líquidos el cielo. Como Toneri, poseía una belleza severa y hermosos ojos verdes más gélidos que los de su tío Sasuke, no había fuego de un sol oscuro, sino copos de invierno y lagos congelados.
Sin embargo, su sonrisa fue suave y amable, como la nieve fresca.
Kimimaro Kaguya.
Se presentó con voz grave, sedosa. Le revolvió el cabello en un movimiento delicado, medido, no existía efusividad innecesaria pero se lograba filtrar en sus gestos una calidez extraña, casi familiar. Lo siguieron a una de las cascadas subterráneas de la luna artificial ¿ya había estado ahí antes? Su largo cabello blanco -más pálido que el de Toneri- era sujeto por una ajustada coleta baja que comenzaba en sus hombros y se deslizaba por debajo de su cadera. De vez en cuando, no podía evitar que sus ojos detallaran el pigmento rojizo que enmarcaba sus ojeras, pronto lo abandonaba para no verse descubierta.
La cascada era un lugar hermoso, la entrada era una primitiva escalera subterránea que se deslizaba sin compás hasta desvanecerse antes de llegar. La luz se filtraba por un tragaluz natural que alumbraba el sitio otorgándole un toque mágico, el agua era tan cristalina que al sumergir las manos no se mostraba diferencia entre la piel y el líquido.
— Éste es mi lugar favorito.— Himawari se había sentado a un lado de Kimimaro, sus pies sumergidos hasta los tobillos y deleitándose en alegría infantil cuando descubrió que había pequeños pececillos luminiscentes provocándole cosquillas con sus aletas.
— ¿Usted ya había estado aquí antes, Kimimaro-san?— la miró un momento, sonrió con calma y le dio un ligero asentimiento. Su cabello índigo, la pequeña y respingada nariz, el rostro redondo y la voz dulce; a su mente acudieron los recuerdos de un pequeño chico Hyūga que, a pesar de las crueldades y humillaciones a las que era sometido por Kabuto, siempre trató con amabilidad a quienes le rodeaban, incluso a él...
Incluso cuando el Yakushi le extrajo el byakugan y se lo transplantó sustituyendo la malaquita por perla.
Si no hubiese sido por Hinata, por su byakugan, ya estaría muerto. Su enfermedad lo hubiera asesinado, estaba seguro.
Ella ya no estaba, no estuvo ahí para protegerla. Los había abandonado de nuevo... como siempre. La niña frente suyo era su viva imagen, era su familia, repentinamente sintió una punzada de dolor que le obligó a tragarse las ganas de llorar, no hizo nada por ella. Cuando se enteró de la muerte de Hinata durante el ataque de los amatsubito, había sentido deseos impresionantes de hacerse un ovillo y llorar, algo que no había sucedido desde que los sueños finalmente se detuvieron. Cuando Toneri le había mandado el mensaje preguntando si tenía tiempo para una visita, realmente se había alegrado de que el niño idiota se dignara a comunicarse con él, había creído lo peor y sintió desesperación genuina al pensar que también lo había perdido.
«¿Por qué no se quedó junto a ellos? Cobarde»
— ¿Hay algo que te gustaría hacer?— la niña lo miró curiosa, notó la culpa, el dolor, la forma en que la malaquita congelada parecía querer romperse en esquirlas imposibles. Decidió que preguntarle sería grosero. Sonrió y señaló a Boruto intentando subir la cascada corriendo sobre el agua (lo cual para ser justos, no era en lo absoluto sencillo).
— ¿Podría ayudarme a entrenar? A Toneri-san le incomoda mi byakugan, y realmente... necesito volverme más fuerte.— «no quería volver a ser débil, no quería volver a ser incapaz de hacer nada». Kimimaro notó su convicción naciendo de la tristeza y el aún tierno odio, lo meditó un momento y asintió. Ella quería volverse más poderosa y la ayudaría a lograrlo.
La hora de la comida llegó, y con ello, la revelación de una dinámica entretenida.
— Honestamente, no comprendo cómo es que realmente considerabas eso una buena elección de ropa.— Kimimaro respondió al comentario elocuente de Boruto respecto a el conjunto de prendas ajenas que se había probado. «Estaba abierto del pecho, de aquí a aquí, digo, éste lugar es demasiado frío para ropa así 'ttebasa ¿no?».
— Oh guarda silencio, tú usabas algo mucho peor, poco faltaba para que no llevases nada arriba.— Toneri, con las mejillas ligeramente ruborizadas le respondió con cierto tinte de hastío y bochorno ¿quién era él para juzgar su elección de atuendo cuando no era mejor ejemplo? Por su parte, Kimimaro arqueó una ceja, en su rostro se deslizó una imperceptible sonrisa. Casi como si se burlara.
— Eres un príncipe, literalmente, el príncipe de la Luna, ¿cómo podría compararse un simple mortal como yo, con un noble de las estrellas?— su voz no era dramática, se mantenía en un tono parco y sosegado, sin embargo, para una persona con byakugan la ironía no pasó desapercibida, le dedicó una mirada molesta lo cual sólo pareció divertirle en diferentes niveles. Deseo hablar nuevamente, una respuesta mordaz, pero se encontró a sí mismo guardando silencio; la vergüenza infantil formando un nudo en su garganta y ahuecando su estómago. Ni siquiera lograba sostenerle la mirada, como si temiera equivocarse.
Kimimaro se dio cuenta. Apretó los labios.
Himawari se percató de la anodina decepción en los ojos verdes, el arrepentimiento, en cómo Toneri parecía avergonzado de contestarle, como un niño que temía molestar a su hermano mayor. No lo comprendía ¿por qué repentinamente se comportaba de ésa forma? Había lucido tan genuinamente feliz de que ése hombre estuviera ahí y ahora...
La distancia entre ambos fue tan abismal, tan repentina que debió cubrir sus ojos, los nervios congelados dolieron y se negó a continuar mirando.
«...todo lo unido por el hilo rojo está destinado a regresar a ti, en ésta y la siguiente vida»
(Sin embargo, no todo lo que está al otro lado es bueno, no siempre es feliz y nunca se logrará recordar el porqué. Sólo sobrevive el dolor. El hilo puede cortarte la piel hasta hacerte sangrar y jamás lo sabrás, porque siempre es rojo.)
— ¿Qué sucede? ¿Te duele algo?— escuchó preguntar, trató de entibiar su adolorida cien que se retorcía en nitrógeno líquido. Le dolían los ojos, dolían mucho. Pronto, el malestar cedió y logró respirar más tranquila, extrañamente no lloró aunque eso no debería preocuparle realmente. No se extrañaría si se hubiesen congelado.
— Estoy bien, tío.— respondió por reflejo; su tío Neji acostumbraba a mantener la calma siempre, su tono de voz habitualmente parco le brindaba cierto confort cuando la situación era estresante, como si él supiese que mejoraría. Después de todo, el byakugan puede ver a través del tiempo ¿no?
Entonces recordó que no estaban en la Tierra, ni el complejo Hyūga. No estaba su tío Neji sino un hombre que se lo recordaba. Sólo que él no era un sol pálido sino una luna fría. No era perla sino malaquita; su rostro hirvió en vergüenza.
— ¡Y-yo no-!— reaccionó girándose a mirarlo mientras su mente formulaba una torpe disculpa, no era su intención insultarlo o algo similar. Se conocieron ése día, ¿se sentiría ofendido por haberlo confundido con otra persona?
Él la miraba, apenas ampliando los ojos y con las mejillas enrojecidas, parecía... desconcertado. Carraspeó un poco cubriendo su boca con el dorso de la mano, luego sólo agradeció la comida y se retiró. Ella entró en pánico –no, no, no, no, no, no–. Decidió ir tras él pero alguien la detuvo. Toneri.
— No está molesto, no te preocupes, sólo... no esperaba que le llamaras así, lo tomaste con la guardia baja.— sonrió tratando de convertir su propia preocupación en consuelo para la angustia infantil. Siendo completamente justos, él mismo no conocía lo suficiente a Kimimaro para asegurar o negar algo, pero una pequeña mentira a medias era mejor que nada.
Ella bajó la cabeza con la mirada culpable y asintió, tristemente.
Porque esto era su culpa.
«Maldita sea, Kimimaro».
El Kaguya más tarde recibió una pequeña luciérnaga hecha de pura luz que le advertía una cosa, trazos extraños en polvo estelar «no te irás hasta que arregles lo que hiciste, tal vez ahora mismo no sea capaz de confrontarte de frente pero, no permitiré que la lastimes».
Ambos eran lo suficiente conscientes del otro para comprender cuando las palabras estaban tejidas en absoluta sinceridad. No pudo evitar sonreír, al menos ahora él era quien decidía dar un paso hacia adelante y lanzaba la bengala verde que había estado esperando todos esos años. No pudo haber sido de otra manera, de todos modos.
Y lo sabía.
Toneri casi sufre un ataque de pánico al ser consciente de sí mismo después de hacerle saber la advertencia en medio de su ira. Sabía que no podía seguirlo evitando durante más tiempo. Podía ¿pero eso en qué ayudaría? Todo seguiría igual, lo había sido durante milenios.
Ésa noche Himawari no soñó. Al menos eso creía, sólo tenía el vago recuerdo de una flor de energía que se abría y giraba lentamente, incinerándose en un fuego sabía era frío. Ardiendo como lo haría un cometa. Y la voz de un niño pequeño hizo eco en su mente, una menuda y alegre extrañamente familiar que le provocó mucho dolor.
Luciérnagas, muchas luciérnagas
Kimimaro del mismo modo no estaba completamente seguro del qué significaba, pero tenía la certeza de que era malo. Los sueños que se habían desplegado sin descanso desde que sus ojos habían sido cambiados por el byakugan de Hinata y el horrible pulso de chakra que lo dejó inconsciente, no cedieron ni siquiera cuando recobró los propios. Toneri le había explicado que el chakra de aquella vez había abierto su tercer ojo y le permitiría ver aquellas cosas que estaban escondidas de la vista común.
Siendo honesto, lo detestaba.
Todo era una extraña luz oscura que no le permitía ni siquiera ver sus propias manos. Había algo que caía como copos que sabía no eran nieve, sino ceniza, después de todo, Haku siempre que reía con amabilidad provocaba la caída de las pequeñas partículas de frío. Nunca los comprendió realmente, incluso ahora que ha transcurrido más de una década.
Entonces apareció.
Logró ver la silueta negra materializada en lo ilegítimamente físico, podía asegurar que se trataba de un hombre. Nunca han hablado en las ocasionales veces que ha soñado con él, sólo sabía que desprendía un aura helada que calaba hasta los huesos. Escuchaba sus propios dientes castañear, por lo que deducía no era un frío común, inclusive un poco siniestro; había un extraño aroma a plata fundida y óxido de cobre.
Y por primera vez en años la figura lo volvió a mirar –como aquella vez– con esos ojos desiguales que aún le generaban un miedo instintivo en la boca del estómago.
Eran dos ojos, sólo dos.
Una perla, y una rueda, que se componía de púas hacia una inexistente pupila dorada; un mándala simple y escueto.
La anodina figura se acercó (era muy alto, se dio cuenta) sujetando sus manos con las propias que eran heladas como el hielo de Kirigakure. Las juntó y descubrió el mensaje críptico en sus ojos inhumanos. Uno que siendo un adolescente no había descifrado.
«Reza».
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Metal se despertó temprano, se había mentalizado desde el día anterior que debía ir al complejo Hyūga para hacerle una visita al amigo de su padre, Neji Hyūga. Era un encargo de su tía Tenten, el problema sin embargo, es que ése hombre lo aterraba. Lo conocía desde que era muy pequeño, pero eso no lo hacía mejor, tampoco era como si aquella mirada de ojos perlados dejara de ser tan afilada y escalofriante sólo por haber convivido con él desde que tenía memoria.
Un estremecimiento subió desde su estómago y escaló enfriando su columna vertebral, sería difícil pero ya lo había prometido.
Ése día no tenía ninguna misión programada con su equipo, Udon-sensei tampoco les había citado para una sesión de entrenamiento por lo que tenía el día libre y quería acabar lo antes posible el encargo. Eso hizo, un poco tembloroso se arregló, sonrió a la foto enmarcada de sus padres y con un desayuno recién preparado de su padre caminó hacia el complejo Hyūga.
Fue recibido por un hombre joven, de grandes ojos perlados y sonrisa amigable, su cabello oscuro sujeto en una coleta alta. Sus rasgos no eran tan finos como la mayoría de su familia sino que su nariz era un poco más ancha. Le resultó extrañamente familiar.
Se le permitió la entrada y su nerviosismo floreció apenas poner un paso dentro del distrito. En una ocasión se les había otorgado una misión en el País del Hierro, el lugar era helado y hostil, cruel con los extranjeros y habitado por samurai enfundados en armaduras hermosas. Expiraban confianza y dureza, su sentido del honor era admirable y se preguntó, por un momento, si Tsubaki se convertiría en uno legendario algún día, ella era grandiosa y su firme creencia en el trabajo duro le generaban ésa tibia sensación de admiración infantil.
¿Cómo estaría su madre en éstos momentos? Con un suspiro supuso que cuidando del dojo que sus abuelos construyeron, esperaba volver a verla pronto.
Llegando a la casa de la familia principal fue recibido por una pequeña chica de cabello sujeto en un rodete y kimono oscuro, llevaba un delantal amarillo pálido. Ella lo hizo pasar a la sala de ceremonias mientras el líder se desocupaba, sirvió té de gyokuro y dejó algunos aperitivos en el tazón que se encontraba en la mesita baja. Esperó, se escuchaban personas entrenando y por curiosidad se acercó para conocer el origen. No estaban lejos; descubrió que el ruido provenía del líder Hyūga y Karin Uzumaki quienes, sostenían un combate hermoso.
Ésa mujer era poderosa, sabía por palabras del propio sexto Hokage que era capaz de someter a tres bijuu al mismo tiempo. Empleaba el jūken con la elegancia de un petirrojo, sus movimientos de alas doradas y cabello rojo brillante. Había diferencias en su estilo, notó, mucho más flexible y rapaz. Aquello sólo le trajo recuerdos; su padre le había dicho en diversas ocasiones que para volverte realmente poderoso debes tener un rival, alguien fuerte que te impulse a mejorar, donde el respeto mutuo por las habilidades de ambos mantenga la llama viva de una sana competición.
De acuerdo a él, los mejores guerreros de taijutsu pertenecían al clan Hyūga, no sólo por su hermoso estilo de combate tan elegante como una danza de katanas, sino, por su byakugan, capaz mirar a través de ti, del destino, no lograr ocultarte en puntos ciegos inexistentes. Por ello, con una determinación poco común en alguien tan nervioso como él, había decidido que conseguiría un rival Hyūga así como su padre. Al principio, se había planteado que podría ser Boruto, después de todo era hijo de la princesa byakugan –la guardiana de la Tierra– y sobrino de Neji y Hanabi Hyūga, –la asesina de la Luna pálida– pero...
La resolución había llegado a él y con el valor del momento se atrevió a preguntárselo.
Los vio caminar conversando animados, cabelleras distintas, ojos similares. Mejillas rasgadas y sonrisas de caninos alargados que recordaban al séptimo. Rasgos finos y movimientos elegantes, que hablaban de la princesa del ojo blanco. Apretó su puño con una respiración profunda y caminó.
— Te lo digo, debería dejar de ser tan dramática 'ttebasa, siempre me regaña como si fuera Konohamaru-niichan...— refunfuñó haciendo muecas que arrugaban sus cicatrices de nacimiento, el cabello rubio brillaba contra el sol y sus ojos –azules como verano– chispeaban en molestia juvenil. Inofensiva.
— Vamos onii-chan, Sarada-chan sólo se preocupa por ti, no hay que ser tan desconsiderado.— el cabello azulino se mecía suavemente tan lento que parecía flotar, sus ojos azules –más oscuros, tormentosos– transmitían una extraña alegría, sus emociones parecían tan fuera de lugar en ella...
Sus manos temblorosas, su propio corazón jugando nervioso pero aún así, el valor reverberó más alto que la timidez y habló, ahogando el tartamudeo.— Himawari Uzumaki, ¡por favor, acepta convertirte en mi rival!
La niña lo miró curiosa, parpadeó un par de veces y sonrió, Boruto arqueó una ceja y le miró como si fuera un maniaco –o idiota– pero si lo pensó, no lo dijo.— Oye ¿qué crees que haces?
Metal se atragantó con su propia lengua, pero tratando de mantenerse lo suficientemente sereno para recibir una respuesta de ella. Ella, Himawari Uzumaki, la niña prodigio que heredó el byakugan –a diferencia de su hermano– y sin saberlo, era la más parecida a sus antecesores.
La que era más Hyūga que Uzumaki.
— Pronto entraré en la academia, así que deberás esforzarte mucho más porque sino, te derrotaré.— ella se cruzó de brazos y sonrió, pero su sonrisa no fue un sol, no como Boruto.
Su sonrisa fue como la Luna
Ahora ella era su rival, así como su padre y Neji Hyūga lo habían sido. No pudo evitar sonreír a pesar de su propio nerviosismo recién recordado. Boruto no lucía feliz por éste hecho, maldiciendo en voz baja respecto a amigos raros de su tío. Bueno, honestamente no le importaba, ella había aceptado y eso era suficiente.
— ¿Qué haces aquí Metal-kun? ¿Vienes a buscar a Neji-niisan?— casi saltó al escuchar la voz melodiosa de Hanabi Hyūga; sintió toda la sangre abandonar su cuerpo y el temblor de sus manos fue casi doloroso. Asintió con vehemencia incapaz de hablar, de buena gana podría haber huido en dirección contraria pero no sólo sería grosero sino que inclusive de haberlo considerado, sus piernas se desconectaron de su control.
Hanabi sonrió cómplice y cuando ella volteó a ver a Neji, pudo jurar hubo algo de extraño resentimiento en su mirada. Al menos podía comprobar personalmente los parloteos delirantes de sus compañeros de academia, Hanabi Hyūga era muy hermosa.— Gracias al Rikudō, ¿lo sacarás de aquí, cierto? ¡Me vendría bien un descanso! Ése bastardo necesita aprender a relajarse, si no fuera por Lee-san estaría casado con la oficina.
Asintió atragantándose y al notar que Neji caminó en dirección a la sala de ceremonias casi tropezó para llegar ahí él mismo, sería grosero desaparecer simplemente por su miedo a hablarle.
Los ojos de Neji lo miraron, pálidos y amables, pero afilados como una katana, él era tan aterrador.
«天天阿姨給我發了一條信息給你»
[Tiāntiān āyí gěi wǒ fāle yītiáo xìnxī gěi nǐ]
— [Tía Tenten me a enviado con un mensaje para usted.]— fue simple, en realidad; le facilitaba mucho hablar Zonguen ya que se sentía dentro de su zona de confort, la fuerza del dragón expandiéndose en su pecho otorgándole seguridad contra el adulto de la que normalmente carecía.
Se retiró temprano, para su alivio.
En el jardín había una planta de girasoles, extraño, jamás en su vida había visto girasoles azules, existía algo peculiar en ellos y es que por algún motivo, destacaban. Se acercó, tocó los pétalos y el tallo, frunció el ceño al notar que no poseían la fina vellosidad propia de ésas plantas. Su perfume era distinto, inclusive. Lo miró sólo un momento, a su mente llegó la imagen de Himawari, ella se parecía mucho a ésa flor. ¿Era normal sentir que una flor estaba fuera de lugar? Como si no perteneciera en lo absoluto ahí...
Negó ante su propia divagación y no por primera vez se preguntó: ¿cómo estaría ella ahora?
Sakura colocó algunas muestras en la placa de Petri y miró a través del microscopio, resultaba fascinante el cómo la sangre Ōtsutsuki pura era blanca; por lo que podía ver dentro de los glóbulos que transportaban oxígeno sin oxidarse, en lugar de hierro, era plata.
En algunas ocasiones se preguntaba cómo era posible separar la fascinación de la investigación científica y la labor médica, tenía bastante claro que dejarse llevar demasiado por el deseo de conocimiento, muy a pesar de lo maravilloso que resultaba comprender la estructura y composición de todo, de desear intervenir y comprobar las miles de teorías e hipótesis reverberando como tinta inteligente dentro de su mente consciente... podía resultar en algo desagradable y peligroso. Kabuto era un ejemplo bastante demasiado claro de cómo podías terminar si te atrevías a cruzar la línea más allá de lo justo y necesario.
Si algo detestaba, es la idea de terminar de la misma manera que ése hombre, será un verdadero prodigio y en el pasado inclusive podría haber estado celosa de sus dones, tales que hasta la fecha no ha logrado siquiera igualar pero, jamás, jamás se atrevería a cruzar los límites de la moral que Kabuto había pisoteado.
Ése bastardo retorcido, siendo cruel sólo por el simple placer de joder con las mentes ajenas reafirmando su maldita superioridad intelectual. Sakura no podía perdonarlo, no podría hacerlo inclusive si se esforzara en conseguirle.
¿Cómo podría perdonar a alguien así?
Él cambió, lo sabía. Ahora cuidaba de un orfanato y vivía de forma honesta.
Pero no podía perdonarlo.
¿Cómo podría? ¿Cómo siquiera era posible después de que secuestrara a Hinata, la mantuviera cautiva 7 meses abusando física y psicológicamente de ella? No podría olvidar nunca como la encontraron; todos ésos meses en que Shikamaru se culpó a sí mismo y la desesperación que nació en todos ellos. El miedo. La culpa colectiva. Todos resultaron lastimados en aquellas misiones, presionados hasta el punto de quiebre sólo por el anhelo de darle el descanso debido a aquellos niños que Orochimaru había arrebatado de ése mundo por capricho y ambición.
Todos ésos nombres que merecían ser recordados, el dolor de ésas familias ¡¿cómo podría olvidar las lágrimas de aquella mujer mayor que se desmoronó cuando le entregaron la maceta con las cenizas de su bebé perdido durante dos décadas?! ¡¿el hombre que toda su vida se culpó por la desaparición de su hermanita y no paraba de llorar pidiendo disculpas a la niña de 3 años?! Todos ésos huesos y cuerpos, archivos y muestras en frascos etiquetados con números en lugar de nombres.
Les negó su nombre.
Como si fueran cosas.
(Ino destruida mentalmente por Fū Yamanaka, Shino sumergido en un estado catatónico cuando Torune Aburame lo despojó de su colmena, Kiba con su brazo contaminado por energía natural, Naruto perdiendo el control y convirtiendo un ejército de enemigos en un páramo de vidrio y carne carbonizada. Sasuke... despertando su tercer tomoe y buscando el cuello de Orochimaru con el odio malsano de un Uchiha, un chico que desesperadamente buscaba proteger lo único que le quedaba de familia. Ella... cuando ayudó a dar a luz a eso...)
Hinata viéndose pequeña y asustada, la persona más fuerte que había conocido reducida a una criaturita llorosa y lastimada. Apenas cubierta por un diminuto camisón blanco, sin ojos, su piel bordada en cicatrices de todo tipo y pies sangrantes. La forma en que se aferró desesperadamente a Shikamaru como si en cualquier momento fuera a desaparecer.
Su pequeño cuerpo estremeciéndose de terror al escuchar la voz engreída y educada de Kabuto.
«Parece que tus amigos estaban genuinamente preocupados por ti, ¿no es así, mi Kushinada-hime?»
No, ella jamás podría renunciar de ésa manera a su humanidad, no tenía la sangre lo suficientemente fría para arrebatar y asesinar sólo porque sí. No niños, jamás niños. Una ira familiar hirvió dentro de sí escalando hasta ahogar su voz. Odiaba recordar lo horribles que podían ser las personas, odiaba recordar seres tan crueles como Orochimaru, Kabuto e incluso Danzō. Como médico, como madre, toda la frustración e impotencia de rememorar cada rostro en aquellas fotos; el eco de las risas infantiles sofocadas hasta que dejaron de moverse.
A una joven Hinata sin ojos danzando bajo la lluvia, sollozando y arañando sus brazos y frente marcada hasta sangrar. Aún dolía recordar cómo le había fallado.
Al menos ahora podía ayudar a las personas, el diamante tatuado en tinta blanca sobre su frente le recordaba que ya no era débil, ya no era inútil, ya no era la niña que escondía su frente tras el cabello y lloraba ante las abusivas que la pisoteaban. Había cambiado, para bien, su prioridad ahora era Sarada, que Sasuke se fuera al infierno. No lo necesitaba para ser feliz, ya no, y tampoco iba a pasar su vida fingiendo que estaba completa a su lado.
Y en serio lo lamentaba, pero un hijo no es una muestra de amor en un matrimonio. Ya era hora de que madurara, es una adulta, es madre, es médico, un espadachín; es un sannin. Y estaba cansada, todos sus méritos eran sólo suyos, Sasuke no tuvo que ver en ninguno, ni siquiera puso de su parte para ser buen padre y ya estaba cansada de él.
Sólo era un peso innecesario en su vida que la estancaba, siempre lo fue.
Continuó analizando las muestras, miles de ideas burbujeando y entre tantas llegó sólo un dato particular. La marca del karma era similar a la del byakugō no in, había algo curioso y es que mientras su propia marca era blanca, la de Tsunade-sama es púrpura. Tal vez...
— Sakura-san,— la suave y amable voz la sacó de su ensoñación, levantó el rostro para encontrarse con una diminuta versión de Katsuyu sobre el escritorio.
— ¿Ya es hora?— estaba ligeramente desconcertada pero se las arregló para sonreír en una disculpa silenciosa, lo había olvidado por completo. Aún tenía tantas dudas ¿Katsuyu sabría algo?
Lo pensó apenas un momento, demasiadas coincidencias, no podían sólo serlo ¿cierto? Sólo tal vez...— Katsuyu-sama, tengo una duda, el sello de Tsunade-sama es púrpura, el mío es blanco ¿sabe la razón?
— ¡Oh!— exclamó con un deje de sorpresa, y realmente no impresionada, debió haber esperado la pregunta hace mucho.— En realidad, Sakura-san, lo desconozco, hace muchos años Mito-sama tuvo dos estudiantes al que les enseñó el sello y uno de ellos resultó ser blanco.
Mito Uzumaki. La mujer que convirtió en esquirlas de un puñetazo con el chakra de las cadenas al Susano'o de Madara durante la guerra. La creadora del sello byakugō no in. Quien tuvo un hijo con el Uchiha.— ¿Realmente?
— Ujum, Tōyu Hyūga y Katagi-kun, Tōyu-kun obtuvo su sello negro al igual que Mito-sama mientras que el Katagi-kun fue blanco, inclusive se convirtió en el guardaespaldas de confianza del señor feudal.— Hakubishi no Katagi*, el recuerdo vago del más destacado de los 12 guardianes ninja de la antigua era. Además, un chico Hyūga...
¿Le permitieron a un chico de ése clan durante ésa época ser estudiante de Mito Uzumaki? ¿Sello negro?— Por tu expresión, puedo decir que estás sorprendida, no hay necesidad. Hay una historia detrás de eso, tal vez no explique el color del sello pero...
Negó con una sonrisa amable. Acomodó el microscopio a un lado junto a las muestras. Sabía que había algo ahí, estaba completamente segura. Respuestas.— ¿Le importaría contármelo, Katsuyu-sama?
— No es algo demasiado profundo, realmente, Tōyu-kun pertenecía a la familia principal y era completamente leal a Mito-sama, se comportaba como su guardián y estaba dispuesto a dar su vida por ella, ésta conducta se amplió hacia otra persona, un hombre Kaguya llamado Funyū. Les servía a ambos, casi como un cachorro.— un momento, sólo silencio.— Desconozco mucho de ése hombre, sólo se que era el único usuario del Shikotsumyaku de su clan.
— Su sello solía ser del mismo color que el de Mito-sama y fue quien le enseñó los fundamentos del puño suave. Supongo es obvio que el estilo de pelea de Tsunade-sama y Mito-sama está basado en el jūken del clan Hyūga.— por supuesto, chakra acumulado que se libera al momento del impacto. Fue difícil aprenderlo, estaba segura de que jamás hubiera logrado ganarle en un combate a Hinata cuando su propio estilo de pelea era una versión deficiente del jūken.
— Por su parte, Katagi-kun era un chico sin clan pero con una impresionante afinidad para manejar el chakra. Era un buen médico y bastante tímido, admiraba a Tōyu-kun, parecía estar un poco celoso de Funyū-sama.— una broma personal, se rió un poco dejando a Sakura confundida.
Comenzó a recoger sus herramientas y guardar documentos, pensando, analizando, los únicos registros existentes de los Kaguya en el país del Fuego pertenecen a Tobirama Senju, tendría que investigar al respecto; la diferencia entre los sellos de Tōyu Hyūga y Katagi, había algo ahí que no estaba viendo.
Sabía de Mito Uzumaki que había procreado un niño con Madara Uchiha, el tío de su sensei, Izuna Uchiha. Lo había visto durante la guerra junto al resto de los miembros del clan Uzumaki invocados.
Por alguna razón, le recordaba a Yakata, no supo decir porqué.
Su línea de pensamiento fue interrumpida por Katsuyu, que amablemente habló.— Tal vez no sea de utilidad pero cuando Hashirama Senju había intentado convencer al clan Hyūga de unirse a la aldea durante la fundación, éste se negó rotundamente. Sin embargo, una vez Mito-sama intercedió, una niña sin ojos de ésa familia la señaló con un nombre y el clan Hyūga no dudó en aceptar la propuesta.
— Tōyu-kun jamás llamó a Mito-sama ni Funyū-sama por sus nombres, ni una sola vez. Sino por los que les asignó la niña.— Sakura volteó a mirar a Katsuyu, curiosa, un poco extrañada.
— Los nombró Shingetsu-ōji y Aotsuki-hime.
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Himawari se encontraba fascinada, y es que realmente, era impresionante. Desde que le conocía, siempre había sabido que Toneri era poderoso, había dicho su tío Neji, incluso más que su padre y tío Sasuke. Sin embargo, con una escala de poder tan alta era difícil considerar que alguien en la actualidad llegase a ser más fuerte.
Mirando a Kimimaro, se enteró de que existía otra persona capaz de rivalizar con el príncipe de la Luna. Sus técnicas de hueso habían perturbado a Boruto una vez la piel se desgarró y dejó ver las formaciones de calcio y chakra. ¡Incluso había destrozado una de las esferas de chakra de Toneri con una mano! Notaba cada detalle como si fuese en cámara lenta, la energía emanando de sus cuerpos, los movimientos elegantes, las sonrisas sutiles y miradas nostálgicas...
Nada escapa del byakugan, nada
(No comprendía el porqué Kimimaro se había disculpado con ella, no había sido su culpa que sus palabras lo pusieran incómodo, Toneri incluso había parecido un poco aprensivo con él hasta que ella descartó su preocupación como un mal entendido.)
El chakra que lograba percibir sin el byakugan activo era lo suficiente para un espectáculo menor de luces, el de Toneri era de un tono y consistencia que recordaba al nácar, también había hielo y fuego frío, el de Kimimaro recordaba al color del óxido de cobre, había algo, como cristales de azul gélido que destellaban y se perdían de vista. Como estrellas fugaces.
Giró su cabeza para ver a Kawaki luciendo su indolente hostilidad habitual, aunque no ignoraba cómo sus hombros ya no se tensaban ante los impactos de chakra y violencia. Parecía que pasar tiempo con Toneri lo había hecho acostumbrarse mejor a su presencia naturalmente sobrecogedora, así como había sucedido con su tío Shino y tía Karin.
(Su tío Neji había mencionado que el albino poseía una presencia que provocaba desde incomodidad hasta el terror absoluto, algo relacionado a su naturaleza Ōtsutsuki. Entre más cercano a la diosa conejo, peor será la reacción.)
(A ella le agradó desde el primer momento.)
Algo que podía apreciar de Kimimaro además de sus hermosos ojos verdes, es que era particularmente severo con el entrenamiento. No llegaba a ser cruel, pero si notaba la diferencia entre los golpes que recibía que sin adivinar, dolerían más tarde. Concentró su chakra a través del cráneo y nervios, una corriente fría se deslizó provocando apenas dolor, lo ignoró, y su dōjutsu estaba activo.
El azul sangró fuera de sus ojos dejando únicamente una pizarra perlada en blanco, azulina en lugar de lila. Byakugan mestizo, contuvo una mueca de desprecio ante la idea, ¿por qué no pudieron ser como los de su madre? Kimimaro atacó y ella apenas logró esquivar la daga de hueso que cortó de un tajo limpio su manga, no existía hostilidad en su chakra, el chispazo brilló con más intensidad y el hueso fue mucho más denso.
(No le había mencionado a nadie respecto a su percepción con el byakugan, así que en realidad no sabía que el chakra a través del ojo blanco no se miraba como espectros yuxtapuestos entre la visión de los canales, colores, consistencias y pequeñas irregularidades fundidas en un crisol de tonos fantasiosos moviéndose y haciendo eco cuando el estado emocional cambiaba.)
(Había escuchado a su tía Karin hablar sobre la habilidad del Ojo de Kagura y la sensibilidad emocional a través del chakra en su padre gracias a Kurama, aunque no había relacionado ninguna de ella con su propia percepción. Lo descartó.)
(El chakra de Kimimaro le era extrañamente familiar, había algo que le hacía recordar a Toneri.)
Pudieron estarse atacando durante al menos una hora, el rasengan fue descartado cuando sólo podía usarlo con dos dedos. El suelo bajo sus pies se llenó de un valle de huesos afilados, difíciles de romper como lo sería rasgar un diamante, pero perder no estaba dentro de la discusión, así que su concentración se trasladó a su espalda, primero un calor líquido y empalagoso, luego chakra brotó como oro fundido forjando cadenas y destruyó la construcción de calcio. Él pareció sorprenderse.
Su cuerpo se comenzó a llenar de energía cruda y violenta, se arremolinó en su núcleo y subió por su columna, salpicando corazón, huesos y nervios, también era oscuro, menos maligna que la marca en el hombro de Boruto y más cálida que la de su brazo. Su chakra sometió al nuevo anfitrión hasta forzar una cooperación simbiótica, el color había cambiado del amistoso cobre oxidado al oro azul. Él cambió, para su asombro; sus hermosos ojos empalidecieron y las marcas debajo se derritieron y expandieron formando patrones geométricos que recordaban a un glitch. Las costillas salieron de su lugar como una cerradura, el chakra se había fortalecido y los cristales de hielo volvieron a brillar como una lluvia de Cáncridas.
No la detuvo, incluso probó suerte con el diminuto rasengan de sus dedos. La pequeña esfera fue lanzada y explotó impresionantemente casi arrancando el brazo del adulto, reconsideró su poder y descartó el pensamiento. La técnicas Hyūga eran mucho mejores. Él convirtió los huesos rotos en árboles de coral que se arremolinaron y florecieron en púas, estaba emocionada; las cadenas se retorcieron y atacaron.
Fue bueno mientras duró.
Toneri estaba cabreado.
Terminada su sesión de entrenamiento su actual maestro estaba siendo reprendido respecto a ir demasiado lejos. Aunque no parecía en lo absoluto arrepentido, en realidad.
Sentados tomando un vaso de jugo, sintió la confianza de hablar.— Perdón por haberlo llamado tío, no era mi intención faltarle al respeto. Realmente-
— No, está bien, sólo... estaba un poco sorprendido, no me molesta, en cambio,— ladeo el rostro, un intento inútil de ocultar su vergüenza.— me parece tierno.
— ¡Oh!— una sonrisa, un poco tímida, más confiada y brillante.— ¿Entonces me permite llamarlo así?
Amplió los ojos verdes, una pequeña sonrisa amable se formó y revolvió su cabello oscuro con familiaridad.— Me alegraría mucho si lo hicieses.
— Muy bien, tío Kimimaro.
La extraña felicidad que experimentó, no podía ser negada.
Una que no tenía derecho a ser, pero existió, de todos modos.
Boruto y Kawaki no terminaban de estar en buenos términos, pero al menos dejaron de lanzarse insultos venenosos y la convivencia era relativamente tranquila. El mayor de los dos sabía que Boruto estaba ocultando algo, puede que no tuviera byakugan, pero no era estúpido. Sin embargo, no era de su incumbencia, así que lo dejó ser.
No dijo nada al respecto.
Al llegar la noche, Boruto ya no logró soportarlo, necesitaba hablarlo con alguien. Pero no quería decírselo a Toneri, lo preocuparía y ya era suficiente con Himawari. Aunque tenía que. Para su alivio, existió alguien a quien podría consultar, casi sintió alivio.
«Por favor»
La marioneta con rostro de niño estaba un poco preocupado, el hijo de la princesa byakugan quería hablar con él, el chico que siempre se guardaba sus problemas para sí mismo.— No sé cómo explicarlo, éste tipo sellado en mi brazo a veces habla conmigo. Normalmente es un idiota 'ttebasa. Pero... ésta vez me asustó. Y lo que me dijo, fue... ésa lengua extraña que habla Toneri.
Hibana lo miró, preocupado, algo de miedo naciendo dentro de su no-vivo interior. Escuchó, la pobre pronunciación del mantra recitado por Momoshiki, menos rico y profundo.
Escuchó...
Todo...
Y se asustó.
Podría haber vomitado.
Esto NO podía estar pasando.
Pánico.
Pánico.
Pánico.
Pánico.
Pánico.
Pánico.
Pánico.
Pánico.
Paͣniͥcͨoͦ
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Pᴾaͣnⁿiͥcͨoͦ
Paͣniͥcͨoͦ
P ͣn ͥ ͨ ͦ
ᴾ ₐ ⁿ ᵢ ᶜ ᵒ
¿Por qué...?
— No debe preocuparse, Boruto-sama, sólo se está burlando de usted, una broma bastante grosera.— le reconfortó con una sonrisa poco sincera, artificial. Boruto suspiró más tranquilo y le regaló un asentimiento. Hibana se justificó con volver a sus deberes nocturnos y le permitió al niño ir a dormir.
Porque una marioneta no duerme.
Así que no sueña.
No está vivo.
Así que no siente.
Pero él sí lo hace.
Hibana se miró en el espejo, con sus ojos, ésos ojos. Los recuerdos de una promesa, de los mandamientos rotos, la sangre y muerte. Un eclipse y un cometa. El precio de esos ojos.
Porque dolían.
Porque lloraban.
Siempre soñaba lo mismo. Siempre. Miró a su alrededor, el cielo plomizo y suelo de roca tallada. Los símbolos extraños, las runas primitivas, las numerosas cordilleras y barrancos que le rodeaban. Que los rodeaban.
Porque él siempre estaba ahí.
La túnica que le cubría de pies a cabeza, de rodillas, lejos de él. Nunca ha visto su rostro. Murmuraba rápido, casi ilegible. Pero Hibana sabía, siempre rezaba. Quiso acercarse, pero algo le impedía seguir avanzando, sus ojos estaban helados, dolían mucho. Lo vio elevar los brazos y su voz, era hermosa. Cánticos recitados en Ettsu*, genuinos, fuertes.
«Concédenos ojos...»
«Permite que nos fundamos con el universo»
«Por favor...»
Una plegaria, los cantos fueron cada vez más ensordecedores, el mundo se fisuró rasgando la realidad y permitiendo el paso de eso. No sabía que era, pero la anodina criatura invocada creció y tan benevolente, tocó, casi con amabilidad al monje. Hibana se horrorizó, sabía lo que venía y quiso despertar.
«Reza...»
Los gritos guturales del hombre contaminado de energía natural, su brazo oscurecido y deformado. Se desgarraba, estaba sufriendo, pronto, se olvidó de sí mismo y colapsó en medio su caos, un repugnante cóctel de humanidad y sangre. Lo vio consumirse y los alaridos de agonía se intensificaron, más piel oscura y escamosa, su cuerpo decidió cambiar, transformarse, ramas y savia en lugar de carne.
«¡Moré!*»
Ésa joven voz reverberó haciendo eco en sus oídos artificiales, no sabía su orígen. Pero le provocaba desesperación.
El hombre se transformó en un árbol.
Más allá de detenerse, continuó creciendo. Nunca vio su rostro, pero estaba seguro de su expresión aterrorizada. Como un parásito creció y creció, hacia arriba y tan alto que pudo haber cubierto al Sol. Las raíces como serpientes lascivas se extendieron por el suelo y la sensación fue familiar.
Vio un ojo.
Azul perlado.
«Reza, reza por la felicidad...»
Lo miraba.
Despertó en un sobresalto, estaba sentado en uno de los numerosos pasillos del castillo y su cuerpo temblaba haciendo crepitar sus articulaciones de madera y plástico. Ya debería haberse acostumbrado luego de más casi dos siglos. Le dolían los ojos, lloraban.
Pero nunca se lo ha dicho a nadie.
No podía decírselo a Toneri.
«...hazlo, hasta que seas arrebatado por el universo...»
Había hecho una promesa.
Suisei-sensei confió en él.
Estaba asustado.
Pero una marioneta no podía soñar.
No podía sentir.
Así que se quedó callado.
No mencionó su pesadilla después de que se le implantaran esos ojos.
Tampoco al monje y la criatura.
Al árbol.
«...y reclames tu derecho de devorar al mundo»
Ni la plegaria.
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Shikamaru se sentó en la cama, Temari había salido a Suna hacía un par de días por lo que no había gritos y regaños para levantarse. Su habitación estaba en completa oscuridad, sólo sombras, pero él era un Nara y las sombras formaban parte de su identidad. No comprendía porqué, pero se sentía observado.
Algo en la oscuridad.
No se había sentido así desde...
Había un conejo.
O al menos, la sombra de uno.
Él no era sensor como Ino, por lo tanto no podría decir si estaba realmente ahí o sólo era producto de su imaginación. Se frotó los ojos y ya no estaba, no hubo ruido ni huellas, aroma, fibras, nada. Era imposible, así fue su imaginación. No sabía porque debía ser un conejo, de entre tantas criaturas, odiaba los conejos, aunque sus sombras eran afín a ellos.
Era hora de ir a trabajar. Shikadai debía seguir en la cama y tratar de despertar a ése niño era como hacerlo con él mismo, no iba a pasar por una tarea tan problemática en la mañana, así que le dejó por su cuenta, sólo preparó el desayuno para ambos y se aseguró de que la alarma estuviera funcionando, aunque podría ser inútil. Pero, si había suficiente de Temari en él entonces la escucharía y se levantaría.
Sabía que su hijo disfrutaba de pasar tiempo con Shinji, le agradaba el chico, demasiado serio de una forma que le recordaba a Gaara pero, era educado y apreciaba a los ciervos de su familia, así que estaba bien. Aunque, en ocasiones no podía evitar preguntarse si su hermano menor político de haber tenido una vida distinta hubiese sido otra persona, su hijo era serio, y había recibido aprecio desde muy pequeño ¿Gaara hubiera sido también así o pudo haber crecido con otra mentalidad? Un día ésa duda llegó a Temari y ella le contestó, un poco triste.
— Lo más probable es que de haber vivido mamá, tío Yashamaru seguiría con nosotros y sido muy unido a Gaara, él era el más parecido a nuestra madre de los tres, hubiera seguido sus pasos y aunque no ANBU, Gaara podría haberse inclinado por la medicina.
— ¿Te imaginas, «Gaara doctor»? inclusive papá lo habría entrenado mejor en el uso de la arena de oro, podría haber sido un niño feliz, en cambio, tuvo a un cabrón por padre y una cobarde por hermana. Me hubiese tenido que volver Kazekage, ya que Kankurō odia las responsabilidades, ése idiota...
Temari se afligió, aunque mantuvo el tono fuerte y la mirada dura, a éstas alturas de su vida y sabía que aún le afectaban las palabras de Karin.
(De las pocas cosas que lograban lastimar realmente a Temari, la más difícil era Gaara, siempre lo fue; cuando Konoha tomó al chico después del fallido intento de ataque a la aldea, supo de Kankurō que su esposa estuvo dispuesta a irse a la guerra por recuperar a su hermano, incluso planeando un golpe de estado contra el damyō, tomar el mando de kage y forzándose a sacar de sí lo poco que dominaba el estilo magnético, que aunque no como Gaara, podía usar y así como Akasuna no Sasori con la marioneta del tercer Kazekage, llenarla de veneno y matarlos a todos.)
(Afortunadamente, Jiraiya-sama arregló el sello del niño, la convivencia con personas agradables como Hinata y severas como Karin, además de la empatía de Naruto respecto a su naturaleza jinchuuriki ayudaron a mejorar su actitud y lo devolvieron a su aldea antes de que Temari reduciere al damyō del país del viento a un cóctel de viseras y sangre y tomara al del fuego para meterlo en una jaula.)
Debía ir a la oficina, sabía de sobra que Naruto estaría ahí, dormido sobre los documentos. Agradecía que Toneri lo hubiera hecho entrar en razón, de lo contrario habría que tenido que hacerlo él mismo. La muerte de Hinata dolió, y aunque no lo demostró, sufrió su propio luto. Nunca logró hacer desaparecer la culpa, se había prometido que dentro de lo posible, protegería al niño que se aferró a él con desesperación cuando lograron recuperarlo.
Porque había sido su culpa.
Y Kabuto lastimó a Hinata.
Aún lo odiaba.
Shikamaru era consciente de sí mismo, no era una buena persona, hasta cierto punto egoísta y no iba a negar, vengativo. Si no fuera por sus padres y Asuma Sarutobi, estaba seguro, se podría haber convertido en alguien muy desagradable, como Danzō. Desde cierta perspectiva, lo era, él se encargaba de las cosas más oscuras en la aldea, pero con la moral inculcada por su sensei, porque los niños soldado es una mierda que jamás debió existir, RAIZ jamás debió hacerlo; los niños son el rey y ellos son el futuro.
Los niños no son armas.
No son cosas.
Son niños.
Por eso, no podía evitar odiar a Orochimaru, a Kabuto, a Danzō, inclusive a Rasa. Sobre todo, al bastardo de Kabuto, el asunto era personal en ése sentido ya que había lastimado a Hinata y si hubiese dependido de él, estaría seis metros bajo tierra. Tomó a alguien así de dulce y le hizo daño sólo porque si; por su byakugan y por la naturaleza compasiva del niño. Se preguntó, cómo ella lo perdonó, incluso luego de todo el dolor.
No lo odió incluso cuando le sacó los ojos.
Le llenó de cicatrices.
De traumas y pesadillas.
Miel y veneno.
No lo odió, incluso cuando el haberle arrebatado el byakugan significó que el consejo Hyūga le colocara la marca del pájaro enjaulado para denigrarle y le expulsara del clan. No lo odió incluso cuando debió vivir en el bosque de la Muerte cazando animales y recogiendo frutos, completamente ciego. No lo odió cuando tuvo su primer ataque de ansiedad o enfermó debido al veneno.
Tampoco lo odió a él por haberle fallado como capitán, como camarada, como amigo.
Casi hubiera preferido que lo hiciera.
Se prometió no rendirse hasta recuperar a las personas secuestradas por Orochimaru, a los niños que convirtieron en armas y las lágrimas de Hinata no fueran en vano. Todos lo hicieron.
Hasta hacer desaparecer a RAIZ por lo que le hicieron a Ino, a Shino, a Sai.
A Torune y Fū.
Lo que le pudieron haber hecho a Naruto.
Así que vivió su luto como el shinobi que era y grabando a fuego la voluntad de su amiga caída que murió defendiendo a su aldea, a su gente, a sus hijos. Que murió como ninja, y se le honraría como tal. Porque ya no era un niño, porque Naruto necesitaba que alguien le recordara que debían continuar, proteger al rey y honrar la memoria de los niños que murieron y los camaradas que cayeron.
El camino a la oficina fue tranquilo, disfrutaba poder tomarse las cosas con calma, como un anciano de acuerdo a su sensei. Su trabajo era agotador pero alguien debía hacerlo, estaba bien aún si era demasiado tedioso lidiar con el consejo. Durante el transcurso se topó a Inojin, el chico de lengua afilada y comentarios mordaces, era parecido a sus dos padres, al menos en físico y conducta, aunque la sangre Yamanaka era más intensa en él de lo que fue en Ino.
Ino y Sai aún no se daban cuenta, pero el chico era un genio. Inoichi lo hizo, afortunadamente. Aún no podía ganar en una pelea contra Chouchou, su habilidad no estaba en el combate cuerpo a cuerpo, sino en la mente, poseía más talento del que perteneció a Fū e inclusive al propio Inoichi a ésa edad, trabajando en ello podía convertirse en alguien muy peligroso. Sus innovaciones en las técnicas de su familia materna habían sorprendido a su abuelo, era excepcional en las incursiones mentales, y estaba diseñando su propio jutsu.
No era un luchador de primera línea.
Era un verdadero prodigio en recopilación de información, comunicación, interrogatorio, y vigilancia. Inclusive Tortura.
El propio Itachi Uchiha admitió que un Yamanaka era más peligroso que un sharingan cuando se trataba de la mente. Jamás hay que despreciar las habilidades del resto sólo porque los puños sean apreciados. No todo es fuerza bruta.
Aunque bien, puede aprender a usar rayo como Ino y freír cerebros, también funciona.
El pensamiento le hizo sentir un poco mal por el chico Denki, nada de herramientas ninja durante el examen, estrictamente prohibido, a menos que sean modificaciones literales. Es brillante pero no puedes compensar tu total carencia con artefactos, aprende a esforzarte y trabajar duro por ser ninja u olvídate de serlo. No está mal usarlo, es un buen apoyo, pero sí depender total y completamente de eso, hubo chicos sin ningún talento como Lee o Sakura, como Maito Gai que ahora son leyendas por su propio mérito.
El chico es inteligente y debe descubrir cómo usar eso en un mundo ninja. Encontrar su lugar.
Llegó a su destino y efectivamente, el Hokage dormía con la cabeza recargada entre los brazos, acomodados sobre el escritorio. Negó, desde que mandó a sus hijos con Toneri seguía haciendo eso, refunfuñó un «que fastidio» y estuvo tentado a despertarlo dejando caer la taza de ramen sobre el escritorio.
(A veces le gustaría ser Sakura y golpear en la cabeza al Uzumaki por ser un idiota. Ella estaba fuera, recordó, algo relacionado al bosque Shikkōtsu. No entró en detalles, Sakura era de completa confianza, debía ser importante.)
Sin embargo, una diminuta bocanada de humo y un sapo con aspecto familiar detuvieron su intento de traer a Naruto al mundo de la vigilia. Y con bao de madera, lo golpeó en la cabeza para que despertara. El resultado fue inmediato.
Naruto dio un respingo en su asiento, frotó sus párpados desganadamente en un intento poco productivo de hacer pasar el sueño y se quejó de su maltratado cráneo. Fukasaku sonrió con un saludo y el Hokage se incorporó rápido, mirando al sapo anciano con cierta sorpresa.
— Es bueno verte, Naruto-chan, has crecido, estás incluso más calvo.— Naruto río con una pizca de vergüenza pero igualmente alegre, sin embargo, pese a la nostalgia Fukasaku estaba ahí por algo. Ambos lo sabían.
— Necesito que vengas conmigo, el Gran Honorable tiene una profecía para ti y... es urgente.— pareció dudar, había algo que lo inquietaba, notó. Debía ser importante, tomando en cuenta que no se había pronunciado ni siquiera con la aparición de los Ōtsutsuki de las estrellas.
Naruto se veía inseguro, reconsiderando si dejar la aldea o sólo enviar a un clon. No podía simplemente desaparecer.
— Ve, yo me haré cargo hasta que regreses.— Naruto lo miró con sorpresa, Shikamaru sonrió.— Si algo sale mal, todavía están Neji y Sasuke para encargarse, y... Toneri, así que atiende eso y me das el informe, niño de la profecía.
Hubo un agradecimiento y Naruto dejó de existir junto al viejo sapo. Comenzó a organizar documentos y mirar con el mayor de los fastidios las formas a llenar, demasiado temprano para esto pero ya debería haberse acostumbrado; el tintero cayó derramando la tinta y cabreado, la miró ensuciar el escritorio.
Observó la forma que adoptaba la mancha conforme se expandía, la cosa aceitosa y sanguinolenta que cobraba vida ante sus ojos. Como sus sombras.
Recordó al conejo en su habitación y le picaron las manos.
Estuvo presente en sus pensamientos todo el día.
Shion nunca había dejado de tener visiones, de hecho, se habían vuelto tan poderosas que inclusive podía visualizar la desgracia de seres lejanos a ella. Aunque por supuesto, éstas eran abstractas, y no siempre eran preludio de muerte.
En ocasiones eran los intentos del mundo de avisar que algo maligno acechaba, para mantenerse alerta. Aún recordaba cómo antes de la guerra había visto una y otra vez aquel campo repleto de personas convirtiéndose en árboles y esporas, la luna ensangrentada, un conejo de grandes ojos perlados y los cánticos recitados en la lengua de los ángeles. Un árbol que crecía y crecía hasta cubrir el cielo y dejar todo en completa oscuridad.
Los había escrito y guardado en un pergamino, no había tenido la oportunidad de hablar con el príncipe de la Luna para pedirle que le tradujese lo que decían, ya que ella conocía muy poco del Etssu. Sólo le vio a distancia cuando la princesa Byakugan y él fueron pareja, un hombre elegante y atractivo. Daba la impresión de ser sacerdote, así que ella sintió un profundo respeto.
Ahora mismo, sólo había oscuridad, pero no era una normal, sino que recordaba al alquitrán, caminó con dificultad hasta que dejó de ser un negro absoluto, sólo luz oscura.
Vio un conejo, negro como la tinta y consistente de igual manera, escuchaba ecos en Etssu y sus oídos agudos los captaron con precisión, también notó entre las diversas conciencias algo que no era una voz sino, la cadencia de pezuñas contra el suelo. ¿Un caballo? No, más ligero y veloz, ágil.
Sombras y más sombras que se movían entre la luz oscura, distinguió una cornamenta. El conejo se derritió y dispersó, la criatura fue consumida.
עופר
Shion reaccionó, sus iris giraban y brillaban como un caleidoscopio, apenas logró ponerse de pie y salió de su habitación, directo hacia los sirvientes del complejo.
— ¡Preparen un vehículo, iremos a Konoha, AHORA!
Ésa última palabra, ella la entendió.
Opher.
«La descendencia de los ciervos»
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No podía asegurar que realmente fuera de noche, vivir en la Luna fácilmente puede arruinar tu percepción del tiempo si no estas acostumbrado.
Su estadía a sido agradable, Himawari es una niña encantadora, es tierna y alegre, un prodigio de temperamento volátil; Boruto es un cabeza dura pero es buen chico, sensato y algo engreído, es diferente a Naruto y sabe, tomará un camino completamente distinto a su padre. Eso está bien, los hijos no son copias de los padres, son individuos distintos con sus propias ideas, sus propios sueños, tratar de forzar a un niño a ser como sus progenitores puede ser muy doloroso.
Llenarlos de traumas y sufrimiento.
Porque los padres también se equivocan.
¿Que hubiera sucedido si él mismo hubiese sido como su padre? Un bárbaro amante de la guerra, seguramente estaría muerto, igual que él. La sangre de Kiri corría por sus venas, así que estaba dentro de su propia naturaleza matar. Porque es un Kaguya y pertenece al país del Agua, a la aldea de la neblina sangrienta.
La sangre de Kirigakure es espesa, no puede ser negada; la plata oxidada corroe y tiñe de carmín
Caminó a través del campo de giralunas, azules, creadas por el chakra del tenseigan. Tiene algo importante que hacer, ya no puede seguirlo evitando, lo había hecho durante demasiado tiempo y el dolor sigue ahí. Toneri también sufre y ahora ella ya no está.
Y dolía.
— Es extraño cómo se comportan contigo,— Toneri lo miró, un poco nervioso, un poco tímido, tenía la mirada de un niño triste.— son muy unidos a ti, como si fueras su figura paterna, saben que Hinata te amaba. Saben el tipo de amor que guardaba por ti.
— Así que, no les has dicho.— lo vio tensarse, el perlado de sus ojos vagaba entre la inseguridad y la molestia.
— ¿Y que se supone que les diga?— habló, su voz fuerte y enojada, dudaba. No lo miraba, siempre evitando el contacto visual.— ¿Que Hinata y yo somos las reencarnaciones de dos gemelos? ¿Que en alguna otra vida fuimos hermanos? Ellos no necesitan saber eso, Kimimaro.
— Es necesario que lo hagan, Toneri. Se que recuerdas tan bien como yo lo que dijo Hamura-sama, si ellos no entienden la naturaleza de su relación jamás podrán dejar ir realmente el hilo. Son sus hijos, están atados por el destino.
— ¡LO SÉ! ¡Esto-! Quiero que se acabe, sé que es mi culpa, sé que murió por mi intervención, debí alejarme, pero...— su mirada transfiguró en dolor genuino, parecía que fuese a llorar, sabía que era difícil estar lejos. Sabía que la angustia te destrozaba.— ...quería abrazarla, estar a su lado, estaba harto de tener que resignarme a que a pesar de amarla, a pesar de ella amarme, el bastardo de Naruto tuvo que arruinarlo por su deliberada estupidez.
— Ella me dejó para mantenerme a salvo, traté de estar al margen, pero cuando me enteré de eso, fue el colmo.— sus manos pálidas temblaban, estaba al borde del llanto, sintió una punzada de dolor al verlo tan devastado.
— Ella estuvo embarazada antes de casarse con Naruto, fue la primera y única vez que estuvimos juntos, lo perdió porque era mío. No me lo había dicho hasta hace unos meses. Me asusté tanto, quise alejarme para que ella no resultara herida, pero me suplicó que no lo hiciera, y pese a todo, no quería dejarla. Me quedé.
— Mi Hinata ya no está. Sus hijos ya no tienen madre y es mi culpa.
Dolor.
— Se suponía que debía estar ahí para ustedes, pero, como siempre, les fallé. Fui un cobarde y huí.— sentimientos que pasaron a través del tiempo, la culpa y la soledad. Así como Toneri conservaba el de abandono y responsabilidad.
— No es necesario que hagas esto.
— Lo es, porque nadie lo ha hecho y mira a que nos ha llevado, porque duele y ya es suficiente.— se acercó y su cabeza punzaba, fue horrible; imágenes yuxtapuestas revoloteando como mariposas y el deseo de correr fue negado.— Lo lamento, en serio lo hago, debí quedarme, afrontarlo, debí confiar en ustedes y ser honesto. Los dejé solos, con una carga que no les correspondía, con promesas que se esforzaron por cumplir cuando no lo merecía y mira lo que sucedió.
Lo abrazó, al hombre que ahora era un niño pequeño con el rostro cubierto de lágrimas, sintió su propia voz vacilar, romperse.— N-no tienes que perdonarme, sólo espero que sepas que siempre podrás contar conmigo. Lo siento tanto, Shingetsu.
«...todo lo unido por el hilo rojo está destinado a regresar a ti, en ésta y la siguiente vida»
Porque siempre los unirá, de una forma u otra. Hay que dejar ir el dolor. Hay que dejar ir el pasado y perdonar las heridas.
Así como Hinata.
Le devolvió el abrazo, porque estaba cansado de huir, porque ya no quería perder más familia.— Te perdono, Takenoko-niisan.
Y lloró, como el niño de 8 años que perdió a su hermano mayor.
Himawari sentía como si su cuerpo fuera ingrávido, ajeno y a la vez suyo. Una revolución de emociones burbujeaban y estallaban dentro de su caja torácica. Como fuegos artificiales.
Había dos niños.
Eran pálidos como la leche, cabelleras distintas y ojos extraños; pequeños cuernos en sus frentes. Los amaba, no se cuestionó el porqué, sólo lo sentía y todo ése amor la consumía.
Ella podría hacer arder el mundo por ellos
Eran mellizos, dos varones, cabello plateado y castaño, caritas hermosas. Ojos distintos, unos eran lavanda y de anillos concéntricos, los otros eran azul glacial y una flor de luz, como aquellas que su madre amaba prensar.
Rinnegan y Tenseigan
— ¡Mira okaa-san!— entre sus pequeñas manos había una luciérnaga de luz, tímida e inestable pero revoloteaba como realmente estuviera viva. Los ojos del niño florecían y giraban lento, como las lágrimas de un caleidoscopio formando patrones en la cabina de espejos. Eran hermosos. Hubo quienes quisieron arrebatárselo y tomarlos.
No quedó ni polvo de ellos.
— Es preciosa, Hamura.— el niño la miró con amor, la inocencia que sólo un niño podría tener. El mundo se llenó de luciérnagas, muchas luciérnagas, naciendo del polvo estelar y brillando, pero sus ojos eran aún más brillantes. Giraban y giraban, el yin mutando lo que alguna vez debió ser perlado. Su otro niño le trajo un diminuto árbol que él mismo había hecho crecer. Sus ojos llenos de alegría infantil que deseaba proteger.
Pero ella estaba asustada.
Algo acechaba en su memoria, las sombras de su pasado, uno antes de sus niños. Y la aterraban. Él aún la observaba en sus pesadillas, ellos también lo hicieron, la sonrisa cruel y los ojos perlados. Ojos como los suyos.
Ella tenía tanto miedo.
Tenía que hacer algo.
«Reza, reza por la felicidad...»
Ella no quería rezar, ya era feliz, sus niños la hacían feliz, pero estaba asustada.
Amaba a sus niños.
Quería protegerlos de las consecuencias.
Del precio de sus mandamientos rotos.
«hazlo, hasta que seas arrebatado por el universo...»
Porque ellos vendrían, ellos que fueron arrancados de su naturaleza.
Que fueron desgarrados y reconstruidos para convertirse en eso.
Ellos que ya no lograban recordar lo que alguna vez fueron.
«...y reclames tu derecho de devorar al mundo»
Ellos se comerían al mundo, su precioso semillero.
Ellos se comerían a sus hijos.
Eso la asustó más que nada.
Los convertirán en recipientes de árbol y fruto, los llenarán de energía y se los comerán.
No.
Por favor no.
Era peor ser devorado que morir, te conviertes en un zombie sin identidad para luego ser usado una y otra y otra vez.
Ella debió tomar una elección.
Que sus hijos la perdonaran.
Tuvo que hacerlo.
Así que decidió que tomaría su chakra, ellos aún vivirían dentro de ella y no serían comidos, no sufrirían, volverían a ser uno mismo. Y cuando acabara la amenaza hacia su mundo, los traería de vuelta.
Pero ellos la traicionaron.
Basta.
La miraron, la atacaron, fue una lucha espantosa, realmente planeaban matarla. Eso rompió su corazón, ella sólo quería protegerlos. Pero no lo comprendieron. Incluso se fusionó con el árbol, su cuerpo se deformó ante la energía primitiva, pero ellos heredaron SU chakra. Así que lo usaron en su contra.
Mientras el árbol era extraído en forma de Juubi, en forma de la semilla y quedaba el cascarón con lo poco de su consciencia, los miró.
Basta.
Las rocas comenzaron a rodearla, a través de la abertura que cada vez se reducía más y más podía verlos, a ellos, los hombres que la habían sellado. Sus ojos distintos, rinnegan y tenseigan.
Es suficiente.
Olía a agua salada, a sus lágrimas. Olía a madera enriquecida, a su cuerpo imperfecto que el árbol deformó. Olía a minerales, las rocas que la aplastaban y confinaban a ésa maldita esfera.
¡No!
Vio a sus niños, los pequeños que prometió proteger del mundo, por los que hubiera hecho arder todo hasta convertirlo en cenizas.
¡Alto!
Vio a sus hijos, quienes le trajeron luciérnagas de polvo estelar y diminutos árboles llenos de flores.
Los que la traicionaron.
— ¡DETÉNGANSE!— se desgarró la garganta con el grito, lacerando sus pulmones oprimidos, su cuerpo se sentó de golpe en la cama y, el chakra estalló.
El fuego ardió, su pequeño cuerpo atrapado en medio de las llamas blancas hechas de chakra puro. La habitación se estremeció, el castillo lo hizo. El techo había sido perforado, las paredes, cama y muebles se carbonizaban sin siquiera generar humo. Su byakugan activo y el cabello plateado, las marcas de sus mejillas se habían desvanecido, estaba pálida.
Toneri y Kimimaro sintieron el violento pulso de energía, el campo de giralunas palideció. Las flores se volvieron blancas, estaban reaccionando al chakra. El tenseigan de Hamura se estremeció.
— Oh no ¡Himawari!
El mundo era confuso, le dolía todo, y a pesar de estar rodeada de fuego, tenía tanto frío. Sus ojos agonizaban y su cabeza se sentía a punto de estallar. Quería abrazar a su mamá, que ella le dijera que todo estaría bien. Las lágrimas siguieron brotando se evaporaron y convirtieron en cristales.
Todo se desmoronaba a su alrededor, no lo comprendía, hubo algo en medio de su huracán de emociones fundidas que se sostuvo, pequeño y frío, una imagen.
Dos ojos, una perla y una rueda, lila y dorado, no pudo más que asustarse.
Era alguien y no entendió la razón, pero ella supo, podría devorar al mundo.
— ¡HIMAWARI!— escuchó una voz, hermosa y reconfortante, que era como su madre, más yin que yang. Su byakugan sólo miraba canales e imágenes de luz, ella vio su chakra, el de su madre siempre fue como la arena de oro, brillante, cálido, el de él recordaba al nácar, más frío y líquido, iridiscente.
Pero una ostra necesita ambos. Al dolor y la sanación. Y obtendrás una perla.
— ¡¿Qué haces?!— Toneri se sujetó su brazo desgarrado por el fuego, ni siquiera le dolía, tenía que llegar a ella. Su niña estaba sufriendo y no tenía idea de lo que sucedía, no podía pensar en eso ahora (lo sospechaba pero no era el momento) pero de continuar, Himawari iba a morir. Kimimaro no podía creer que estuviera siendo tan estúpido. El Ōtsutsuki lucía desesperado, trató de ver a través del chakra. Ambos lo hicieron.
La imagen fue horrible, y surgió el pánico en el más joven. Porque ahí, en la frente de Himawari luchando por abrirse, hubo un ojo.
Un Rinnegan.
— Necesito que me prestes el chakra del tenseigan ¡ahora!
Hubo una punzada horrenda y familiar en el centro de su frente, tenía tanto sueño. Sólo quería dormir, si lo hacía ¿moriría? ¿volvería a ver a su madre? Una figura se acercó a través de la devastación, su cuerpo que recordaba a una concha preciosa de golondrina, el oro azul fundido moviéndose dentro. Y, la más espectacular lluvia de Cáncridas que hubiese presenciado en su vida. Parecía un ángel.
La tomó de los hombros y le obligó a mirar a sus ojos, verdes y fríos como la malaquita.— Himawari, si continuas con esto, morirás. Y no sólo le romperás el corazón a Toneri, sino también a Hinata.
El glitch doloroso que se dibujaba sobre su cuerpo quemaba como brazas vivas, el mundo se estaba empezando a mirar extraño y sus huesos comenzaban a cambiar de color. Su sangre hervía con el óxido de cobre en lugar de la plata oxidada.— Porque ella mira a través de esos ojos, en algún momento, ellos dos fueron uno mismo y al lastimar a uno, hieres al otro.
El fuego se detuvo, el dōjutsu retrocedió permitiendo el paso del azul, un poco más pálido de lo que había sido y su piel abandonó el color leche, aunque ya no era tan cálido, sino, más parecido a Hinata. Las marcas de sus mejillas regresaron, aunque menos visibles y su cabello azulino conservó un mechón plateado. Sintió como Toneri la rodeó con sus brazos y la niña lloró, lo hizo entre disculpas incoherentes y ojos helados.
Kimimaro salió de la habitación incinerada apenas logrando sujetarse de las paredes, nunca terminaría de acostumbrarse, el centro de su frente dolió y supo que estaba jodido, las pesadillas no le darían tregua. Las heridas comenzaron a cerrarse y al menos pudo agradecer que el chakra del tenseigan lo curara. Su intención había sido ir a buscar algo de agua, pero se encontró a Boruto sentado contra la pared, las marcas del Karma en trazos azules subiendo desde su brazo hasta el lado derecho de su rostro, el iris azul un poco más pálido, mirando algo que no estaba ahí, o al menos, que él no podía ver.
Boruto lo miró, parado justo frente a él, el pasillo intoxicado en neblina y su mirada perlada, su sonrisa cruel. El cabello pálido que se movía como si tuviera vida propia.
— Te lo dije, el destino no puede ser negado.
Porque él lo miró, a su pequeña hermana convirtiéndose en uno de ellos, en un ángel. Quería llorar, ¿cómo había sucedido esto? ¿Por qué a Himawari? Momoshiki sonrió, poniéndose de cuclillas y susurrando a su oído.
— Yo gané.
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Ploc...
Ploc...
PLOC...
Shizuma creyó que se volvería loco con ése maldito sonido, la humedad condensada y cayendo sobre sus cabezas; vió con el mayor rencor que sus ojos azul pálido le permitieron las esposas restrictivas de chakra. Su plan había fracasado de la peor manera. No sólo les habían arrestado y metido en una celda de prisión de alta seguridad construida durante la época de la locura de Yagura, sino que para colmo habían perdido las espadas. Se mordió el labio hasta que sangró, no fue difícil, sus dientes aserrados punzaban sobre la carne como un tiburón. El sabor metálico lo calmó un poco, después de todo, la sangre era importante en Kirigakure.
La plata oxidada no podía ser negada, el impuro carmín; jamás sangre pálida
Miró las marcas de sellos en su cuerpo, las líneas de tensión sobre las matrices porque se resistió a que los pusieran. Era patético, y no hacía más que cabrearlo. Lo habían encerrado junto a Hebiichigo y Hassaku, al menos no le molestaban con sus voces, parecían igual de frustrados que él, Hassaku lo estaba, Hebiichigo lucía más ensimismada.
¿Usar a Kagura había sido un error? El chico no tenía ni la tercera parte del poder que había pertenecido a Yagura, como cualquier kirian que se precie de serlo, durante su infancia había escuchado de lo terriblemente poderoso y sanguinario que era el cuarto Mizukage. Hazañas que le valieron el título de dictador y gran Barakūda. Ése niño no había estado ni siquiera cerca, a pesar de que la sed de sangre estaba latente.
Ni siquiera cerca del hombre que había puesto de rodillas a Mei Terumī, Chōjūrō, Ao y toda la cuadrilla del «Kiri de las sombras» él solo; sólo había escuchado rumores de ésa batalla, donde el mundo se inundó de neblina ensangrentada y monstruos traídos desde el fondo del océano onírico atacaron y devoraron a su paso, valles de coral naciendo como huesos rotos y el Sanbi hirvió como si fuera de lava para derretir la arena convirtiéndola en vidrio. Eran tan hermoso...
Y sin embargo, ahora no era más que historias para asustar a los niños y un pasado vergonzoso para la aldea, todo por su maldita paz, todo por ésa estúpida Mizukage y su inútil ayudante. Las espadas hechas para asesinar, creadas para decapitar y cercenar usadas sólo por un grupo de moralistas.
Maldita sea.
Estaban jodidos.
Los detestaba.
En medio de su ira enfriada y el escozor de la frustración existió el eco de un sonido proveniente del pasillo. Pasos, eran ligeros por lo que el dueño debía o muy delgado o muy pequeño. Los guardias no se esforzaban en disimular sus presencias ya que ellos sólo eran prisioneros sin armas ni chakra, restringidos como sardinas en una lata.
Caminó hacia los barrotes en espera del bastardo que les traería la comida. Sólo esperaba el juicio donde le meterían en una celda distinta y más privada, volver a verle la cara al bastardo de Chōjūrō. Le hubiera gustado al menos matar a uno de esos malditos niños konohan. El siseo y retumbar de un trueno le avisaron que pronto llovería.
Hubo algo extraño en el aire, un chakra espeso y cálido, era como hierro en sus dientes. Asfixiante.— Mira que tenemos aquí, nada menos que la vergüenza del clan Hoshigaki, diminuto bastardo incompetente.
Era una mujer, pequeña y con voz ronca como la que alguna vez perteneció a Ameyuri Ringo, un poco más dulce. Con una altura y complexión que correspondían a alguien de no más de 14-15 años pero que era, extrañamente madura. Al menos su rostro le proporcionaba más edad.
— Sangra en el Niraya*, maldito guppy.*— aquello pareció hacerla sonreír con más sorna que inicialmente. Ella acercó su rostro, dejando entrever su cabello rubio pálido y grandes ojos violetas, su sonrisa lasciva y cruel. Los relámpagos eran más intensos, sería una tormenta borrascosa.
— El mocoso tiene colmillos, que sorpresa, pero, no eres ni la sombra de Kisame Hoshigaki, él al menos tenía dignidad.— golpeó los barrotes con sus esposas haciendo un eco metálico y fuerte, mostrando la hilera de dientes afilados en una mueca de ira, llamando la atención de sus dos compañeros.
— Oye Shizuma ¿quién es ésa?— Hassaku habló, haciendo que la mujer lo mirara con una extraña combinación entre la diversión y la pena ajena.
Negó haciendo que sus mechones rubios se balancearan sobre la piel pálida, su magro brazo musculoso se movió un poco, como buscando algo.— Mierda, los antiguos espadachines deben estarse revolcando en sus tumbas. No son más que un chiste al título de espadachín, ¿pero qué se puede esperar de mocosos de sangre ligera*?
— ¡¿Quién cojones te has creído?!
— Hassaku, cállate.
Ella sonrió, la luz de la Luna entrando a raudales por la excusa de ventana que había en el muro, el brillo metálico de una espada. Su brazo trabajado se balanceó y colocó la enorme arma sobre los angostos hombros.— ¿«Hassaku Onomichi»? ¿Una basura indigna como tú se atrevió a empuñarla? Repugnante, ni siquiera mereces que te mate con ella.
— ¿Cómo... cómo conseguiste a Kubikiribōchō? Si la tenían-
— ¿El grupo inútil de custodios ANBU? Sirvieron para arreglar las fisuras en el filo.— ladeó la cabeza y se puso de pie, la sensación de asfixia se intensificó.
— ¿Quién eres?— por primera vez en todo ése lapso, Hebiichigo habló. Y al parecer, fue la pregunta correcta.
— Quien se encargará de arreglar la mierda que ustedes hicieron.— sus ojos cambiaron, la esclereótica ardía en un rojo febril, la pupila se rasgó, el aire se convirtió en un líquido espeso y opresivo. Era como si se hubieran sumergido en un pozo desbordado de sangre. En medio de la oscuridad, su mirada depredadora ardió como brazas vivas, como un dragón.
El último dragón.
Chino Chinoike.
Retrocedió un par de pasos, el suelo de piedra apenas hizo ruido y se detuvo. Un relámpago siseo y se estremeció, la maraña eléctrica iluminó por un momento el pasillo y dejó ver a quienes se paraban detrás de Chino, cargando las legendarias espadas demonio. Ella empuñó la Kubikiribōchō, tomándola por el mango y la cargó señalando con la cuchilla a los tres niños frente.
— Digamos, que a partir de ahora hay nueva administración.— la sangre goteó de sus mejillas al suelo y se elevó en forma de una neblina carmín. Su sonrisa cruel.
Fuera de la prisión, sólo se escucharon gritos, sangre salpicando y la tormenta de Kiri.
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Fin
Tercera parte
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Estoy realmente sorprendido de que se hiciera realidad lo del rasengan con dos dedos, tal parece que soy adivino. Ojalá así sea con mi headcanon del origen Ōtsutsuki, odiaría que fuera como la basura divina de Dragón Ball Súper. Un pequeño diccionario:
Tsedef es hebreo, se traduce como «concha de mar» haciendo referencia a una concha vacía o sin perla, ya que Takenoko es el único hijo de Hamura que nació sin byakugan (la perla de Kaguya).
Ettsu es el lenguaje con el que hablan los Ōtsutsuki, es un intento japonés de pronunciar
«Etz» que significa árbol en hebreo.
Moré es hebreo y se traduce como «maestro».
Hakubishi no Katagi se traduce como «Katagi del diamante blanco»; «気質» (Katagi) se traduce como temperamento.
«Sangra en el Niraya» es el equivalente en Kiri de «Vete al infierno» ya que en la aldea de la neblina la sangre es muy apreciada de una manera casi religiosa; el Niraya es uno de los infiernos budistas.
«Guppy» es la forma en la que en Kiri llaman a los niños, puede ser usado de forma afectuosa o como un insulto. También para referirse de manera familiar; es un tipo de pez pequeño.
«Sangre ligera» es una forma de insulto kirian, habla sobre debilidad o carencia de carácter, generalmente referido al asesinato. Un equivalente es «falta de espina».
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