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5._Mañana


Whiss abrió los ojos con lentitud. Era extraño dormir, pero no podía negarse que era también algo muy agradable. Lo primero que vio fue a Elisa y le resultó muy hermosa. Antes era una muchacha como cualquier otra respecto a su aspecto, pero en ese momento le era bella ¿había cambiado algo mientras estuvo dormido? No estaba seguro. La contempló un largo rato mientras se desprendía de la sus sueños que le fueron secuencias de imágenes incoherentes. Después de un rato despejó el  rostro de Elisa para poder apreciarla mejor. Su súbita belleza le era desconcertante.

Elisa abrió los ojos despacio, como si los hubiera tenido pegados con algún adhesivo muy líquido. Al principio no reconoció a Whiss. Es que era muy diferente a como lo recordaba o a como creía que lo recordaba. De pronto era más bello. Se le quedó viendo fijamente por tanto tiempo que logró incomodarlo. Intentó mover su brazo para poder llevar su mano al rostro del ángel, pero no lo consiguió. Estaba demasiado enredada en aquella hebra roja que podía ver perfectamente entorno a su cuerpo desnudo. Elisa no era tan desinhibida como para no experimentar pudor de estar así con un extraño, pero es que Whiss no le causaba vergüenza. En su presencia se sorprendió muy cómoda al despertar.

Los dos se quedaron viendo como víctimas de un sortilegio. Era de noche y no había más luz, en ese cuarto de baño, que la que entraba por la ventana
proyectando el marco en la pared. Una suerte de espejismo que daba a esos cuerpos un tono frío, como si estuvieran cubiertos de una delgada capa de escarcha que se fragmentaba gracias a delgadas fisuras de fuego. Sus movimientos estaban restringidos por aquellas hebras. Elisa no consiguió tocarlo con sus dedos, pero parte de su cuerpo estaba pegada a la de Whiss y ambos sentían que esa parte quemaba como si estuvieran ardiendo en fiebre.

-Hazlo ahora- le dijo el ángel con el halo tras la cabeza a Bills que estiró el brazo hacia un costado y apretó el puño.

En el acto el corazón de Elisa dio un fuerte salto y su aliento se cortó. Sus ojos se abrieron un poco más y sus pupilas se encogieron.

-¡Elisa!- exclamó Whiss al ver aquello y como el hilo rojo entorno a ellos se empezaba a desvanecer- ¡Elisa! ¡Elisa!-la llamó, pero ella no podía hablar.
El dolor en su pecho se lo impedía.

Whiss logró levantarla en sus brazos y sacarla de la tina. La llevó a su cama mientras veía como el hilo se iba separando del cuerpo de Elisa y del suyo, causándole una sensación de estar a la intemperie. Al tenderla sobre la cama el hilo se había vuelto casi blanco, transparente en gran parte. Por algún motivo eso lo angustiaba restándole celeridad a su respuesta. Intentó hacer aparecer su cetro, pero en lugar de eso experimentó un fuerte dolor en el pecho que lo hizo caer a gatas sobre Elisa, cuyos ojos derramaban abundantes lágrimas que iban a creer a las oscuras mantas.

Sobre el techo, Bills tenía ambos brazos extendidos y los puños apretados. Sus ojos estaban fijos en aquel ángel que asintió con la cabeza para señalarle su último movimiento. Bills llevó sus manos al frente y las entrelazó para después separarlas con violencia y bajar los brazos dejando entre sus manos una hebra blanca que era el hilo de la vida de Elisa. Lo tensó estirando sus dedos índices y esperó otra señal.

Elisa no podía respirar, Whiss sentía un hueco en su pecho. Se miraban llenos de miedo. Era la muerte sobre sus cabezas. La verdadera muerte que los estaba arrastrando fuera de ese mundo. Las paredes desaparecían entorno a ellos. Lo mismo el techo e incluso la luz. Los sonidos se extinguieron dejándolos totalmente solos en un mundo de tinieblas, donde no podían hacer nada por escapar.
De algún modo Whiss logró mover su mano derecha a un costado encontrando a Elisa. Ella seguía ahí. La sentía. Cuando la muchacha tocó al ángel, le sujetó el antebrazo. Ese contacto dió luz a los hilos casi invisibles que los orbitaban. Se vieron otra vez. Se eran bellos el uno al otro. Atractivos de una forma difícil de explicar, porqué no tenía nada que ver el romanticismo con lo que les pasaba en ese momento.

Ninguno meditó respecto a ese ignoto deseo de sentirse más cerca del otro. De ojalá poder fundirse en el otro, hasta que el primer beso sucedió. Un beso desesperado que a Elisa le permitió respirar y que a Whiss le llenó el pecho.

-Rompe esa hebra- le ordenó el ángel a Bills.

-Eso intento, Gran Sacerdote-le contestó el dios de la muerte.

Bajo sus pies, en la habitación, el ángel y la mujer se cubrían de unas caricias que parecían estar destinadas a desprender carne y piel del otro. No era deseo carnal, mucho menos pasión romántica; era algo todavía más voraz. Era hambre de vida. Vida que solo podían darse el uno al otro. Sus caricias devolvían a sus pieles la sensibilidad perdida en algún punto de sus existencias. Sus besos, que escarbaban en sus bocas, les despertaban de un letargo en el que no se supieron sumidos hasta ese momento, en que sus pensamientos pasaban nítidos en sus cabezas.

No hubo un espacio para las palabras. Ni siquiera notaron que el hilo rojo volvía a recuperar color y consistencia, desenroscandose de sus cuerpos para flotar entorno a ellos que seguían en la oscuridad, pero en compañía el uno del otro. Sintiéndose parte el uno del otro de una manera tal, que por un instante respiraron al mismo tiempo, parpadearon al mismo tiempo y sus corazones latieron al mismo compás.

-Creo que su conexión es demasiado fuerte- le dijo Bills al Gran Sacerdote mientras tiraba del hijo.

-Así veo. Eso es bueno-fue la respuesta del ángel que subió al cielo como una saeta de luz que desapareció en un parpadeo.

Fue eso lo que alertó a Whiss de la presencia de su padre, pero no era el momento para preocuparse de él o las consecuencias de sus acciones. Él quería verse en los ojos de Elisa nada más y estaba seguro de que que ella quería hacer lo mismo.

Por la mañana la muchacha abrió los ojos muy temprano. Estiró piernas y brazos muy a gusto y se sentó en la cama para frotar uno de sus ojos mientras bostezaba. Se sentía muy bien. Su cuarto estaba iluminado con la luz del día que parecía resplandecer más intensamente que otros días. Lo de la noche anterior le resultó una especie de sueño. Whiss no estaba a su lado, lo que la ayudó a alimentar esa idea. Los recuerdos tampoco eran muy nitidos como para tenerlos en cuenta. Pero así hubiera o no ocurrido, le daba igual. Tenía ganas de salir y se fue al baño para darse una ducha. Se tardó media hora en salir y cuando lo hizo busco un atuendo bonito. Se puso un vestido de color cereza, se peino el cabello y se puso perfume, mas al cruzar la puerta el olor del pan tostado sacudió su olfato y transtorno un poco sus planes. Caminando despacio llegó a la cocina dónde encontró a Whiss frente a la estufa con una sartén en la mano.

-Buenos días- le dijo cuando notó su presencia- Pensé en hacer el desayuno, pero nunca antes había cocinado. Por suerte encontré este libro en su despensa.

Se oyó tan natural y simpático que Elisa no supo que decirle, pues algunas escenas de la noche pasada pasaron ante sus ojos. Lo extraño es que no experimento vergüenza o algo así, sino una sensación de paz muy peculiar.

-No es necesario que te tomes estás molestia- le dijo Elisa.

-No es ninguna molestia ¡Au!-exclamó y se metió el dedo índice en la boca.

-Te quemaste. Déjame ver-le dijo Elisa y fue hasta él para revisar el daño que se había hecho con el aceite caliente.

Whiss se dejó hacer lo que ella dispuso. Se limitó a observarla con una sutil sonrisa en los labios, como cuando la veía desde el firmamento. Elisa le limpió la herida y luego puso una bendita adhesiva en su dedo índice. Cada acción la realizó con mucho cuidado y también de forma amorosa. Lo curioso fue que ella descubrió él tenía varias pequeñas cortadas en las manos, brazos y hasta el torso. Lo obligó a quitarse la parte superior de la ropa antes de ver aquello. Sentado en la sala, sobre la alfombra, Whiss era curado por Elisa que parecía disponer de toda la paciencia del mundo para realizar esa tarea.

-¿Cómo fue que te lastimaste tanto?

-No lo recuerdo- le contestó el ángel llevándose el dedo índice a la barbilla- Quizás fue usted quien me hizo esto anoche...

-No digas esas cosas y ...-la frase de Elisa quedó en vilo, pues en ese momento vio que el dorso de su mano tenia pequeñas cortadas también. No las vio mientras se bañaba y eso le resultó extraño.

-Quizá fue producto de esto-le dijo Whiss levantando el meñique del que salía el hilo rojo.

Elisa pudo ver aquella hebra y recordó que estuvieron enredados en ella. Era una buena explicación para esas finas heridas. No elaboró ningún cuestionamiento y siguió con lo que hacía hasta terminar.

-¿Aún quieres que te mate?-le preguntó mientras él se ponía la ropa.

Whiss se quedó pensando.

-No estoy seguro- le respondió después de un rato- Ciertamente ese deseo no se ha extinguido, pero lo siento un poco lejano.

-¿Te importa si descanzo en tu espalda?

-No, adelante- le dijo Whiss y se sentó sobre la alfombra de una forma más cómoda.

Elisa se sentó a su espalda y descanso su dorso en el de él de una forma muy relajada. Se quedaron callados un largo rato. La casa brillaba con la luz del sol que atravesaba las ventanas y era refrescada por el viento que pasaba entre las cortinas. Parecía haber allí un paréntesis del mundo que seguía avanzando hacia el frente como un río lo hace al océano a través de la tierra. Había allí mucha paz y bienestar si, pero ambos sentían que eran hojas atascadas en las piedras de ese río inclemente.

-¿Sabes? yo todavía quiero morir,pero estaba pensando... ¿Y si terminó con mi vida y la tuya mañana?

-Mañana- repitió Whiss como considerando cosas infinitas. Cerró los ojos lentamente y sonrió- Sí, mañana estaría bien- dijo y descargó su peso en la espalda de Elisa que por poco se va hacia delante, pero resistió y mirando atrás, por encima de su hombro, le regaló una sonrisa.

Desde la ventana Bills lo miraba bañados por la luz del medio día que parecía penetrar la techumbre.

-Mañana- murmuró antes de apartar sus ojos de la escena-¿Por qué no mañana?

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