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3._Sujetate


Whiss se hundía y nada podía hacer al respecto. No lograba mover su cuerpo ni un milímetro y a cada segundo que pasaba la necesidad de respirar se le hacia una demanda imposible de ignorar. Su cuerpo era hueso, carne, sangre; en nada era distinto al de un ser humano. La necesidad de oxígeno era algo primordial en su existencia, claro que como un ser inmortal y poderoso su resistencia a no tenerlo era muy alta, entonces ¿Por qué se estaba ahogando tan rápido? Miró su pecho, allí estaba Elisa aferrada a él y a la idea de morir. Ese era el motivo por el cuál estaba sufriendo los efectos de la ausencia de oxígeno. Elisa había decidido matarlo y él estaba sujetó a su voluntad.

¿Qué tan profundo era ese río? Se preguntó después de un rato y es que por más que caía no parecía alcanzar el fondo. Arriba la luz del ocaso a través de las aguas, parecía el portal a otro mundo. La masa de agua entorno a su cuerpo lo aplastaba como si tratará de comprimirlo ¿Era esa su muerte? Que evento más vulgar para una criatura de su estatus y poder. Pero así era la muerte. No había un in crescendo que llevará a un dramático climax en que surgieran epifanías o algo digno de contar. El miedo hacia que los hombres confesaran sus peores acciones, los secretos podridos por estar tanto tiempo a oscuras. Pero solo cuando había agonía previa a la muerte, si morias de forma súbita, ni siquiera había un momento para tener miedo o sentirte culpable.

El cuerpo de Elisa pesaba como si fuera una roca. Las manos de la chica estaban aferradas a su ropa de tal forma que lo hicieron pensar que una vez se ahogaran los encontrarían sujetos así. Whiss cerró los ojos y siguió cayendo. Muchas imágenes pasaron por su cabeza. Miles de miles de imágenes de gente viviendo sus vidas ¿Dónde estaba su vida? se preguntó.

-Tú fuiste solo un espectador- se dijo y sonrió mientras su espalda tocaba el fondo del río agitando los sedimentos que se esparcieron por el agua.

Abrió los ojos cuando Elisa se sacudió. Whiss creyó que lo soltaría, pero en lugar de eso se aferró a él con más fuerza. Realmente ella quería morir. El ángel se preguntó cómo estaría lidiando con la angustia de sentir como el agua entraba por su boca e iba llenando sus pulmones. Las burbujas de aire que liberó la chica pasaron frente a él y subieron lentamente. Experimentar aquella sensación era desesperante y a la vez un tanto hermoso, le pareció. Aunque de haberse podido mover, él hubiera estado pataleando de forma muy antiestética, se temía.

Cuando apartó los ojos de la muchacha y de su larga caballera negra que se mecía en las corrientes, Whiss vio una sombra contra de la luz en la superficie. Una figura que iba descendiendo hacia ellos rápidamente. Era una criatura antropomorfa de aspecto felino, que parecía llevar una especie de túnica negra que parecían alas en el agua. En sus manos llevaba una guadaña con la que pretendía atacarlos, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca e hizo contacto visual con él, se detuvo. Whiss vio como miles de burbujas salian del fondo del río, quedando envuelto en ellas y después...después solo estaba en la orilla del cause de rodillas y tosiendo. Su ropa empapada dejó un gran charco bajo su cuerpo. Su cabello blanco caía sobre su rostro de forma desordenada. A su lado estaba Elisa, totalmente inconsciente. Su boca entreabierta y tenue respiración le hicieron creer que estaba muerta.

-Aun vive- le dijo aquel sujeto en cluquillas junto a ella.

-¿Eres un dios de la muerte?-le preguntó Whiss y el sujeto lo miró escarbandose los dientes con una de sus agudas garras.

-Sí...soy Bills- le dijo mirando a la muchacha.

-¡¿Se puede saber por qué razón no cosechó nuestras almas?! ¡¿Pero que tipo de dios de la muerte es usted?!- le gritó Whiss y su ceño se quebró. Su voz nunca había sonado tan grave y menos había reaccionado de forma tan violenta. Sus largos brazos se estiraron hacia el dios y lo sacudió con fuerza, tomándolo por la ropa- Todo lo que tenía que hacer era tomar...

-¡Suéltame!- le gritó el dios poniéndose de pie- ¡¿Acaso estas demente?! ¡Eres un ángel! ¡Los ángeles no mueren!

-¡Yo estaba apunto de morir y usted lo arruinó todo!- le gritó Whiss todavía sujetando al dios.

-¡Pues por eso te pregunto si acaso no estás demente! ¡¿Cuando se ha visto que un ángel se suicide?! ¡Ningún dios de la muerte a presenciado eso jamás!- le gritó poniendo sus manos sobre los antebrazos de Whiss- No tengo interés en ser el primero en tomar la vida de un ángel...No quiero problemas con el Gran sacerdote...

-¿El Gran sacerdote?-repitió Whiss y soltó a Bills para dar un paso atrás. Parecía bastante desconcertado.

-Ahora si me lo permite su excelencia...-le dijo el dios estirando su mano derecha a un costado. Unas líneas de luz se dibujaron en el aire dando paso a una guadaña.

-¿Qué hace?

-La vida de esta mujer termina aquí- le respondió el dios y bajo la guadaña, pero en su camino se atravesó un cetro-¿Qué estás haciendo?

-Ella no puede morir-le dijo Whiss con un semblante sombrío y una voz sería.

-¿Tienes idea de las veces que esta mujer a intentado matarse?

-Sí, con estas son cinco-le contestó Whiss.

-¡Si, pues mientras no se muera yo no puedo tomar mis vacaciones!- le gritó Bills salpicando de saliva la cara del ángel- Ella desea morir. Apártate. No puedes ir en contra de las decisiones humanas- le recordó el dios mientras empujaba la guadaña.

El cuerpo de Elisa estaba en medio de aquella contienda, que se asemejaba a una de espadachínes. Ninguno retrocedía o avanzaba hasta que Whiss apoyó una rodilla en el suelo y con su mano libre tocó a la muchacha. Una descarga eléctrica la sacudió y Elisa despertó bruscamente. A gatas, en el suelo, empezó a escupir el agua que se había tragado mientras Bills retrocedía y Whiss sonreía con triunfo.

-¿Qué..?- decía la muchacha mirando a su alrededor. Era de noche y las luces de los edificios y casas se reflejaban en el río.

-Al parecer tuvimos la suerte de sobrevivir...o fue la mala- le dijo Whiss que se inclinó un poco para extender su mano y ayudarla a ponerse de pie.

Elisa miró la mano del ángel un momento. Al fin decidió sujetarla y se levantó despacio. Un mareo la hizo tambalearse y cayó de rodillas obligando a Whiss a poner las suyas en el suelo también.

-Hasta la muerte me desprecia- comentó la muchacha y rompió a llorar.

-No me culpes. Yo quería terminar con tu patética existencia, pero este sujeto no me dejo- le dijo Bills inclinándose un poco sobre ella, apretando un puño y señalando a Whiss con la guadaña.

-Ella no puede oirte- le dijo el ángel.

-Olvide que los vivos no pueden verme...-murmuró Bills- Pero eso se arregla fácil y rápido- agregó sacando levantando la guadaña otra vez.

-Ni lo intentes- le advirtió Whiss poniendo una mano tras su espalda, mientras estiraba el otro brazo y movía el paraguas como si estuviera deteniendo algo. Eso vio Elisa a quien su actitud le pareció una burla-Elisa ¿A dónde va?

-Lejos de tí. Eres un lunático.

-¿Lunático yo? Pero si la que saltó de un puente fue usted...

-¿A caso no querías morir?- exclamó Elisa bastante molesta. Volteó a verlo con una expresión del terror- ¡No me sigas!-le advirtió y se hecho a correr.

-El último humano que comparta hilo rojo con el ángel que se le asignó, puede matar a ese ángel- dijo Bills con gravedad- Ahora entiendo todo...

-Espero que no intentes quitarle la vida antes de que termine con la mía-le advirtió Whiss.

-Oye, sé que decidiste acabar con tu existencia y todo eso me da igual, pero resulta que estás unido a mi última alma que tengo que recolectar y gracias a este hilo...-dijo esto tomando el brazo derecho del ángel- Tu alma y la de ella están unidas...

-¿Y eso qué?

-No estoy seguro de si debo llevarte al otro mundo a solo borrarte de la faz de la existencia- le confesó Bills- Esto nunca había pasado ¿Se puede saber por qué quieres morir?

-Eso no es de su incumbencia- le dijo Whiss y miró a otro lado con un aire de desdén.

Elisa corrió por las calles. El rostro lo tenía empapado en lágrimas y ratos tenía que pasar sus manos sobre sus ojos para poder ver. Estaba empapada, tenía frío. Había perdido los zapatos en el río, pero eso no impidió que corriera varias cuadras antes de detenerse frente a una casa de esas viejas, de dos niveles, que perduraban desde principios del siglo pasado. Se quedó de pie allí un momento. Del otro lado estaba su hermana mayor, la que estaba en la fiesta. Tenía dos hijos pequeños posiblemente había vuelto temprano. Elisa respiró profundo y tocó el timbre. Unos minutos después salio la mujer y al verla se alarmó. La tomó por el hombro, la hizo dar unos pasos atrás para cerrar tras de si la puerta. Sólo entonces le pregunto que le había pasado. No es que Elisa no hubiera querido responder, sucedió que no supo cómo explicar las cosas.

-Otra vez estás pasando por esas...crisis- le dijo su hermana con frialdad y se apretó el abrigo contra el cuerpo, hacia bastante frío. Elisa temblaba- Mi esposo y mis hijos están adentro, no pueden verte así- le explicó- No sé que pasa contigo ahora, pero estoy segura de que lo resolverlas. Tus problemas son solo cosas en tu cabeza. Tú no tienes que pagar colegios, rentas ni nada de eso...Vete a casa ¿quieres?

Después de eso Elisa oyó un sermón respecto a la madurez y a no ahogarse en un vaso con agua. Su hermana le dió unos billetes para el taxi, luego se despidió diciendo que la llamara al llegar a su hogar. Elisa no pudo interrumpir la cascada de reproches. Miró el dinero en su mano y lo dejó caer como si hubiera soltado basura. Caminó por las solitarias y oscuras calles preguntándose qué tenía que hacer para morir de una vez. Algunos vehículos pasaban rápido por su costado, ella caminaba por el borde de la acera. En más de una ocasión pensó en arrojarse a uno de esos automóviles. Llegó a casa casi al alba. Whiss estaba ahí, tomando una taza de té. Elisa tuvo la impresión de que estaba hablando con alguien, pero no había nadie más allí. Como un alma en pena fue hasta la cocina, para hacer una llamada. Marcó y un hombre le respondió.

-Dile a Becca que llegue a casa...-dijo Elisa.

-¿Elisa? Elisa por dios son las cinco de la mañana-le respondió el hombre y colgó.

La muchacha marcó otro número y en esa oportunidad le contestó su madre.

-Mamá ¿Crees que podrías venir mañana? Necesito...

-Linda mañana trabajo y ¿Qué haces despierta tan tarde? Duerme y te llamo en la tarde. Recuerda que nada es tan grave...

Elisa continúo marcando números. Whiss la miraba desde la sala. La había visto hacer eso decenas de veces. El resultado rara vez variaba. Se levantó y fue a detener ese acto de masoquismo. Su mano sobre la de ella terminó con todo. Elisa se quedó inmóvil viendo los números en ese viejo teléfono colgado en la descolorida pared. La mano que sostenía el auricular cayó y su brazo quedó colgando de su hombro como una cadena oxidada lo hace de un portón en desuso.

-Mi abuela solía decir que en el mundo hay más gente buena que mala- dijo sin quitar los ojos de aquella pequeña máquina- Si eso es verdad, si hay más gente buena en el mundo...

No dijo más. Se quebró por completo en ese instante. Sus piernas se doblaron y apenas si logro sujetarse de Whiss, que en un acto que al mismo tomó por sorpresa, intentó sostenerla tomándola entre sus brazos. La sujetó como quién intenta abrazar una escultura de arena, con esa mezcla de miedo y cuidado por no desmoronar algo tan frágil. Tuvo que inclinarse un poco. Acabó con una rodilla en el piso y con ella de rodillas entre sus piernas, viendo ese hilo rojo flotar entre los dos. Bills tomó la hebra con la hoja de la guadaña, pero Whiss se la arrebató logrando que Bills chasqueara la lengua con disgusto.

Las manos de Elisa estaban apretadas contra su propio pecho. No se atrevía a tocar a ese sujeto, mucho menos a llorar en ese tibio espacio que se formó entre ambos.

-Sujetese fuerte- le dijo el ángel descansando su mano sobre la cabeza de la mañana- Sujete fuerte...soy el único que está aquí.

Los brazos de Elisa se cerraron entorno al cuello de Whiss. Fue un acto brusco y bastante patético. Tanto que saco al ángel de balance dejandolo sentado el el piso. Lo que vino después fue un llanto de esos que sueltan todo. Las secreciones de la nariz, la saliva, el sudor producto del calor que da el llanto arrancado de unas entrañas intangibles, allá en el rincón del alma. Elisa tenía la cara roja a más no poder y emitía unos sollozos roncos que a ratos se volvían agudos. Todo un espectáculo sin duda, pero no digno de los ojos de cualquiera. Agarrada al ángel Elisa pudo llorar, llorar de verdad. Lo que ella no notó, en ese momento, es que con el mentón descansando en su hombro, Whiss lloró también.

El sol salía más allá del horizonte de concreto y el dios de la muerte se bañaba con su luz. Bajo sus pies, en la pequeña casa de color lavanda, un ángel y una mujer lloraban en confianza por primera vez.

 

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