
Parte II: Capítulo Cuatro
Una traba menos...
¿O una traba más?
En capítulo anteriores: El grupo creció en número. Ahora Rowan, Nikolai, Ray, Jane (la ex roomie de Rowan en el internado), Ivette (la mejor amiga de Jane) y Richard (el rarito del búnker) han llegado ante Federico (el hermano mayor de Félix). Llegaron en busca de pistas para encontrar a Kayn pero, ¿de que tanta ayuda les será Federico-San? Averiguémoslo
Si "raro" es una palabra, en definitiva, Federico es su significado.
En eso pensé mientras veía la manera vulgar en que bebía la leche que sobró en su plato de cereal. Hacía un desagradable ruido y, lo peor de todo, es que el sonido era tan distractor que ninguno de nosotros fue capaz de decir nada para detenerlo.
Con razón Federico y Richard se llevaban tan bien. Ambos eran igual de enervantes.
—Vale —tuve que atreverme a deshacer la incomodidad—. Necesitamos un plan.
Estábamos en el comedor de su castillo, el cual perfectamente podría haber alojado a la mitad de Dinamarca, e igual le sobraría espacio. La mesa era larga y de roble. En la cabecera se sentaba el dueño de casa.
—¿Por qué siempre necesitamos un plan? —inquirió innecesariamente Richard.
Federico le dio la razón—: Sí, eso. Mejor vayan e improvisen. Vuestro guía espiritual os guiará para que sepáis que hacer. Confiad en él.
Todos los presentes —o, al menos, los presentes que contaban como personas normales (o sea que no Richard)—, le miramos con la mayor expresión de desagrado del mundo.
—Tu vas a necesitar de tu guía espiritual para...
Gracias al cielo me senté junto a Ray, pues cuando esas palabras salieron de su boca, pude detenerlo pegándole un codazo en las costillas. Un bufido escapó de sus labios al tiempo en que me miró con mala cara.
No me arrepentí. Debíamos mantener la mejor relación que pudiéramos con Federico. Él tenía información valiosa, por lo que no nos convenía enemistarse.
Además, siempre viene bien golpear a Ray.
—Estás en lo correcto, Federico-san. Pero ahora mismo mi guía espiritual me está pidiendo que lleve a cabo un plan —me dirigí hacia él con una fingida voz de tranquilidad y pretendiendo creer sus mamadas—. ¿Quién soy yo para contradecirle?
Federico asintió sin sospechar nada respecto a mis intenciones. De hecho, hizo una reverencia en señal de aprobación.
—Bueno, si tu guía espiritual te lo pide, respeto que le obedescais, mi estimada Padawan.
Me incliné al oído de Nikolai —quien estaba sentado a mi izquierda— y le susurré con suspicacia.
—Su estimada... ¿qué?
El italiano levantó los hombros, señal de que estaba tan perdido como yo. Al final, el cinéfilo de Ray tuvo la respuesta:
—Es de Star Wars.
—Ah, vale —respondí, sin comprender bien la referencia—. Pues eso, ¿alguien tiene alguna idea de cómo podemos meternos sigilosamente a un castillo real que probablemente tenga la última tecnología en seguridad y una cantidad máxima de guardias?
Tras la directa pregunta, el sonido de los grillos en el patio de Federico se escucharon a todo dar. La respiración de cada uno de repente funcionó como melodía para el silencio que se apoderaba del lugar.
Mi siguiente suspiro sonó similar al de un toro en corral—. Esto estará difícil.
Enterrados en el silencio, cada quien se dedicó a enfocarse en su propio desayuno. Afortunadamente, Federico no se sirvió otro bowl con cereal, pero de todas formas hubo bastante ruido cuando Richard comenzó a beber su chocolate caliente.
El aburrimiento me hizo caer en la cuenta de que sus tazas eran de diferentes diseños. Muchos bastante exóticos, la verdad.
Reconocí el diseño de un dragón de Game of Thones, algunos sables láser de Star Wars y un Hobbit de El Señor de los Anillos. Todos esos dibujos, y a mí me había tocado el más feo de todos:
Una taza con la forma de una cabeza de caballo.
Sentí la mirada de Nikolai en la nuca cuando me puse a beber un sorbo. Cuando nuestras miradas chocaron, él no la quitó, como diciendo: Sí, te estoy mirando y no me oculto.
Un cof cof interrumpió el contacto. La voz femenina y dulce de Ivette cortó el silencio como un cuchillo con filo.
—Caballo de Troya.
No, no me falta poner contexto en ese diálogo. Eso fue exacta y textualmente lo que dijo la chica francesa. Todos enarcamos una ceja en su dirección.
—¿Caballo? —Richard miró hacia todos lados con emoción, como preguntando "¿DÓNDE ESTÁ?"
—¿Troya? —Federico inquirió con intriga
Ante la presión de todas nuestras miradas —en especial del mirar asesino de Ray–, Ivette se explicó con nerviosismo
—Eh, lo siento —rascó su nuca con vergüenza—. Es que los dibujos de esa taza cuentan la historia del caballo de troya.
Solo con ese comentario comprendí que la cabeza de caballo de la cual estaba bebiendo tenía un significado detrás: la clásica historia romana que acabó con miles de vidas.
—¿Qué es el...?
La cara de Ray ese día daba tanto miedo, que podrían haber hecho una máscara de Halloween con ella para asustar a todos los niños durante las fiestas. Richard guardó silencio al instante en el que fue esbozada en su dirección.
—Tengo una idea —habló, inesperadamente, Jane. Tenía los ojos abiertos de par en par, la expresión de un genio que acaba de descubrir la fórmula que resuelve las dudas del universo.
A través de su rostro se veía la forma en que su cerebro maquinaba un plan. Aún no tenía idea de que se trataba y ya tenía la sensación de que sería brillante. Me cuesta aceptarlo pero si algo he observado de ella, es que es más aplicada de lo que aparenta.
—Federico, te necesitamos —dijo, volviéndose hacia él.
Este se llevó la mano al pecho, dándose por aludido—: ¿Para qué, mi estimada?
Nadie tenía idea de a qué se refería. Ray, con voz suspicaz, interfirió—: Sí, Jane ¿Para qué?
La chica bufó al sentirse incomprendida.
—¿Es que soy la única que conoce la historia del caballo de troya?
—En definitiva yo no la sé —reclama Richard, refunfuñando.
Todos le ignoramos colosalmente.
Mi cabeza ató cabos tan pronto como la chica vociferó la artimaña que había preparado:
—Solo podremos entrar mediante alguien a quien sí dejarían pasar legalmente —explicó, comparativamente—. Si llega uno de nosotros nos mataran sin dudarlo. Pero si llega Federico, estaremos seguros.
—Es una buena idea —apoyó Ray.
Faltaba afinar detalles, pero la propuesta era interesante y bastante mejor que lo que llevábamos hasta ese momento.
—Federico... —me volví hacia él.
Su respuesta fue instantánea—. No hay chance.
Sentí la tensión en el aire. Su semblante había cambiada. Se tornó hacia una serio. Todo indicaba que no pretendía ceder en aquello.
—Es por el futuro del país —abogué por su compasión.
No funcionó.
—Que le den. Si me importase este país, sería rey —explicó con molestia—. Por algo no lo soy.
—Vamos, ¿es que no te importa tu hermano? —apunté ahora al sentimentalismo.
De nuevo, no funcionó.
—¿Hermano? Ese crío se llevó mi Nutella —dijo, todo resentimiento—. Es de todo menos mi hermano.
Dicho así, suena poco serio, pero juro que al momento en que lo dijo sonaba como si Féliz hubiese asesinado a su perro o algo así. A tal punto le dolió no tener su comida.
—Es tu familia, Federico-San.
Sus siguientes palabras fueron verbalizadas con todo grado de amabilidad olvidada:
—Yo dejé de tener familia hace mucho tiempo, Rowan.
El simple hecho de que me haya llamado Rowan, y no uno de sus apodos raritos, es buen indicio de lo grave de la situación.
—Solo necesitamos que nos ayudes a entrar. Nada más-
—¿Y te crees que me dejarán salir después sin más?
La contra respuesta me dejó callada. Mierda, era cierto y no podía negarlo. Federico difícilmente quería impune al ayudarnos a entrar.
¿Le harían daño? Por supuesto que no, era el heredero más cercano al trono.
¿Tendría oportunidad de irse sin represalias? Probablemente no, era el heredero más cercano al trono. Había que ser idiota para pensar aquello y, quizás Federico tenía la cara de serlo, pero para nada lo era.
—¿No hay nada que podamos hacer para convencerte?
—Lamento no ser de utilidad, mi joven Rowan-San.
Retomó la paz, mas no la gentileza. Miré a todos en busca de ayuda para convencerle. La mayoría lucía tan desconcertado como yo, inclinado a la decepción.
Digo "la mayoría", porque inesperadamente Jane habló.
—Sí, hay algo.
Todos —seguramente hasta el insecto que flotaba en el vaso de agua de Richard—, nos volvimos atentos a la chica.
—¿No es así, Federico? —continuó. Cuando le vi a él, se le notó tenso—. Sí, hay algo que podemos hacer.
—Jane... —murmuro este, en tono de advertencia.
Una advertencia que no demostraba simple molestia, sino miedo. Mucho miedo.
—Podemos conseguirlo, solo necesitamos que nos ayudes con esto.
—¿Y cómo lo conseguirás, joven Jane? Si ni yo solo lo he podido conseguir en todo este tiempo.ñ
—Somos más —le aseguró ella—. Y podemos hacer más.
La armadura mental de Federico flaqueó. Se le notaba en la mirada y postura. No tenía idea de que le estaba diciendo Jane, pero en definitiva estaba funcionando más que cualquier cosas que yo pude decirle.
—¿Qué certeza tengo de que lo conseguirán?
—Más de la que podrías tener si no confías —mirando directamente a sus ojos de forma intimidante, la británica zanjó con un—: Somos la única oportunidad que tienes.
Aquello que hizo temblar en el lugar. Jane nos estaba comprometiendo a todos a algo, y no podía ser nada bueno.
Federico se pasó las manos por el rostro. Bufó una y otra vez. Murmuró para sí mismo, hablándole a su propio ser interior. Estaba claramente teniendo una discusión.
—Con una condición —concluyó tras unos segundos que se hicieron eternos.
Jane le incitó a continuar—: ¿Cuál?
—Les ayudo entrar, pero hasta ahí llego yo —frunció su ceño, agresivamente. Sus ojos tajantes como el filo de un cuchillo y su voz hosca dijeron—: Después estaréis por su cuenta.
Nikolai murmuró—: Como siempre.
Ni siquiera debatimos aquello, solo nos miramos los unos a los otros. Lo que debíamos hacer por Federico era un misterio que solo Jane conocía pero, ¿Valía la pena preguntarse sabiendo que aún así era nuestra única opción de conseguir aquello?
La única opción de salvar a Kayn...
—Anda, vamos —Ray se paró de su asiento—. Más nos vale que no se nos haga tarde.
***
El viaje en el coche de Federico fue particularmente distinto a todos los demás que habíamos tenido (sí, ya sé que mi historia está llena de roadtrips).
Aquí fue simplemente distinto, pues Federico —por fortuna— era un aficionado a los coches, en especial los grandes. Es por eso que terminamos encaminados hacia la capital en un gran bus de varias corridas.
De ser amarillo el coche, habría parecido bus escolar.
La comodidad era mucho mayor, al menos así no tendría que irme sentada junto a alguno de los demás del grupo, pues en ese mismo momento, ninguno me caía bien.
Federico iba conduciendo. Richard era insoportable. Ray me odiaba. Nikolai parecía odiarme. Lo de Jane es autoexplicativo e Ivette iba sentada a ella, así que tampoco era opción.
Estaba sentada sola en la última fila, escuchando música con unos audífonos que Federico me había prestado y un celular que solo tenía música de los dos mil. Mi momento protagonista de película mirando la ventana estaba acompañado con las canciones de JLO.
Impresionante.
—No me fío.
Aquella segunda voz provino de la nada. El hablante tomó asiento a mi lado, empujándome para hacer espacio a su fornido cuerpo. Yo me removí, molesta y quitándome los audífonos.
—Ahí se fue mi tranquilidad.
El chico negó con la cabeza seguidamente. Se le notaba bastante confundido.
—Es que no me fío.
No continúo su frase, cuestión que me hizo rodar los ojos. Joder, que pesado puede ser Ray a veces.
—Si esperas que te pregunte, pues espera sentado.
Volví a ponerme los auriculares con tal de que lo tomase como una indirecta directa para irse.
No fue así. En su lugar, se quedó allí, pensativo y preparando artimañas en su cabeza.
—¡Pero no sentado acá! —bufé, hastiada.
Él hizo lo mismo.
—¿Cómo es que estás permitiendo esto? Fuiste la primera en dudar de Jane —quejó, similar a echarme la culpa.
Respondí en contra—: Y tú el primero en defenderla.
—Ya, pero no en esto —negó. Se pasó una mano por la barbilla al pensar—: Es raro que no me quiera decir a lo que nos comprometió.
—La confianza es lo más importante en una relación, Raysito. Quizás deban ir a terapia de pareja a por algo de ayuda.
—Basta, hablo en serio —me miró fijamente con esos helados ojos—. ¿Cómo es que estás tan tranquila con esto?
—No estoy tranquila.
—Ya. Entonces siempre que estás estresada escuchas... ¿On the Floor? —frunció el ceño al ver la canción que se reproducía en los audífonos. No se molestó en preguntar, solo criticó diciendo—: Que mierda de gusto tienes.
Le miré para luego poner los ojos en absoluto blanco—: Ni te imaginas.
Pese a que ya le había quitado la vista de encima, sí que sentí como su mirada se fijaba en mi perfil. Pensó algo. No sé qué exactamente, pero lo sé, pues noté como entreabrió su labios para hablar. Finalmente se limitó a decir.
—¿Qué vamos a hacer?
—No haremos nada —zanjé, anhelando que se fuera con tal de volver a mi paz—. Por una vez, te toca confiar.
Enarcó una ceja, sorprendido—: ¿Tú confías en ella?
—Confío en que, sea lo que sea, podremos superarlo como equipo.
Quizá sonó demasiado cursi, pero es que era cierto. Si es que resultaba ser que Jane nos había metido en un tremendo lío, sabía que como grupo habíamos superado mayores traiciones. Eso me daba cierta calma, pues suponía que teníamos oportunidad de contraatacar si nos manteníamos unidos.
—Ahg, que mierda de frase te sacaste —esbozó una cara desagradada–: Suena a película promedio de Disney.
Ofendida porque había desestimado el ápice de amistad que ofrecí, terminé echándolo—: Vete a otro puesto, ¿quieres?
—Lo haré, pero antes... —metió la mano en su bolsillo. Al sacar algo, me lo ofreció—. Ten esto.
Resultaba ser el mismo reproductor enano de música que yo tenía en esos momentos. Le señalé lo que yo también sostenía.
—Ya tengo uno.
—Ya, pero este tiene música de verdad.
Era impresionante como, incluso realizando un gesto medianamente agradable, el rostro de Ray permanecía siempre contraído en una expresión de disgusto.
—Vale, gracias —lo recibí, a la vez en que surgía una duda en mi cabeza—. ¿Qué harás tú por mientras?
—Federico me pasó una reproductor de DVD portátil. Supongo que toca ver Donnie Darko por trigésima vez.
Pensé en esa imagen del conejo maligno que aparece en la portada. Si mis recuerdos no me fallaban, había visto Donnie Darko junto a Josh hace unos años.
—¿Esa no es la peli en la que viajan en el tiempo?
Ray frunció el entrecejo. Todo en él indicaba su estado sorprendido ante el hecho de que conociera el filme. Sí, él en definitiva me tenía muy poca fe (y de manera justificada, la verdad, pues para ese punto ni siquiera había visto Fight Club).
—Esa misma.
Tratando de no dilatar más la conversación, lo ví predisponerse a dar la vuelta y retirarse hacia su propio asiento en el bus.
Antes de que pueda pensarlo bien, hablé un sinsentido—: ¿Puedo verla contigo?
Se detuvo inmediatamente. No sé tensó, pero sí que se quedó congelado, probablemente por la sorpresa ante mi petición. No se la esperaba para nada.
Siendo honesta, yo tampoco.
—No —respondió sin vacilar.
Se había dado la vuelta para mirarme. Sus ojos azules me observaban intentando descifrarme, casi como si pensase que estaba planeando algo de antemano.
—¿Por qué no?
—¿Por qué sí?
Suspiré, lista para soltar mi excusa—: Porque estoy cansada de escuchar música viendo el recorrido. El paisaje está horrible.
No era mentira. Todo se veía absolutamente gris, dándole un semblante terrorífico al bosque. Un deja vú que en el que prefería no pensar.
—Ya, pero ahora al menos tienes buenas canciones que oír —agregó, seguramente para acabar con mi insistencia.
Le entrecerré los ojos—. Pesado.
—Pesada tú, que por una vez que te hago un favor lo ignoras.
Nuevamente, hizo un ademán por irse. Todo indicaba que no quería pasar ni un segundo más conmigo. De manera externa, yo tampoco, pero aún así me encontré ideando:
—Vale, hagamos algo —se detuvo, esta vez acompañándolo con un suspiro—: Escuchamos algo de tu música y luego vemos la peli.
Pasándose la mano por la barbilla, preguntó—: ¿Y tú desde cuando quieres pasar tiempo conmigo?
Buena pregunta.
—Desde que estoy aburrida —expliqué. Viendo que no se veía para nada convencido, incluí—: Y desde que eres la opción menos mala que hay en este grupo.
—Así que es por descarte.
—Es por genuino interés.
En su rostro se dibujó una sonrisa. Levantó la mirada hacia mí cuando dijo con picardía—: ¿En mí?
Aclaré, enfadada—: En no aburrirme.
Ray asintió, sin embargo, sin decir más volvió a darse media vuelta para retirarse Esa vez opté por no interpelar. Si seguía insistiendo me arriesgaba a verme patética —más de lo que ya me veía.
Fue entonces, tras dar exactamente dos pasos, que se detuvo.
No me miró al decir—: Vale. Iré a buscar el reproductor de DVD.
Una pequeña parte de mí, celebró. La otra parte no dejó de pensar en que había hecho. Ahora pasaría gran parte del viaje junto a Ray. Olía a que terminaríamos en pelea.
Volvió en menos de un par de minutos. Dejó el reproductor en el asiento ladino al nuestro y, contra un pronóstico que debí esperar, sentí como el colchón en donde estaba sentada se hundía ante un peso.
Ray acababa de sentarse junto a mí.
Lo noté incómodo tratando de acomodarse allí. Era debido a su altura. Sus piernas eran tan largas que le resultaba visiblemente difícil estirarlas completamente estando sentado.
Sin quererlo —y peor, sin notarlo—, su rodilla chocó contra la mía. No la alejó, la mantuvo.
Por mi parte, tampoco la aparté, mayormente porque no me quedaba más espacio para hacerlo —o al menos de eso me convencí.
Desenrredé mis audífonos y le entregué el del lado derecho. Este lo recibió y, al colocárselo, nos acercamos aún más que antes. Fue culpa del corto cable al que estábamos conectados. Él no lució incómodo ante la proximidad. Estoy segura de que yo sí.
—Realmente te gustan los Red Hot, ¿no? —hablé, principalmente para no quedar en silencio. Estaba sonando la tercera canción de la banda.
—Shhh —dijo con los ojos cerrados, simplemente disfrutando de las notas—. Déjame escuchar.
Tratando de no incomodarme por el silencio —que, confieso, siempre me han dado miedo—, imité su postura y cerré los ojos para disfrutar el sonido.
Estaba sonando una canción de Tame Impala cuando me empezó a bajar el sueño. No recuerdo cómo fue que sucedió, solo sé que acabé por quedarme dormida en el lugar. Difícil resultaría contar cuánto tiempo pasó, pero pronto me encontré despertando en un bostezo.
Al abrir los ojos, me di cuenta de que estaba apoyada sobre el hombro de Ray. Al parecer, tenía un claro fetiche con ocupar cuerpos ajenos como colchones para dormir.
Me reincorporé al momento en que sentí sus ojos sobre mí. Apartó la mirada de inmediato.
—Última vez que escucho música contigo —quejó, hastiado.
Bostecé nuevamente, estirándome—. Es que tenía sueño de antes.
—¿Entonces para qué me ofreciste escuchar música juntos?
Levanté los hombros, respondiendo lo que sabía le iba a molestar—: Necesitaba una almohada.
Rodó los ojos, demostrando que logré mi cometido—: Pesada.
Cogiendo un poco (bastante) de confianza, volví a apoyarme sobre él.
—Shhh, las almohadas no hablan.
Por un segundo creí que el británico iba a empujarme para que me alejara y que luego se iría fastidiado. Algo me dice que él también consideró la opción, sin embargo no la ejecutó. Lo que hizo Ray fue simplemente reacomodar su hombro para estar más cómodo y ajustar su audífono.
La canción Do I wanna know de Arctic Monkeys comenzó a sonar. Mientras Ray tarareaba la rítmica melodía, yo empecé a relajarme más y más, hasta quedar nuevamente dormida.
Mis ojos solo comenzaron a entreabrirse cuando alguien carraspeó tan fuerte como un toro. Mis ojos se encontraron directamente con los de Jane, quién me miró con mala cara.
—Llegamos —anunció, apática—. Debemos bajar. Despierta a tu príncipe azul.
Miré al lado mío, sólo para encontrarme con que Ray había apoyado su cabeza contra la mía. Estaba dormido y juro que fue de las pocas veces en que lo ví tranquilo, con la guardia baja.
Me moví suavemente con tal de despertarlo con lentitud. Sus párpados se separaron de a poco hasta que esos ojos azules encontraron los míos y...
Hasta ahí llegó la calma.
—Joder —se separó abruptamente, como si estuviese asqueado con tanta cercanía—. ¿Cuánto tiempo dormí?
—No lo suficiente si estás con ese humor —balbuceé. Antes de que pudiera replicar, señalé la salida—. Debemos irnos.
No esperó ni tres segundos antes de ponerse en pie y bajar del bus.
Imité su acto hasta descender por los escalones. Allí me encontré con todo el grupo: Jane, Ivette, Nikolai, Richard y Federico. Estábamos en un raro estacionamiento subterráneo en donde todo era de cemento. Había varios coches caros por todas partes.
—¿Dónde estamos? —pregunté en general. Fue Federico quien respondió.
—En la cochera de mi antiguo penthouse —todos le miramos con las cejas enarcadas. Era raro pensar en que ese chico tan bohemio tuviera esa vida de lujos. Se explicó—: ¿Qué? Antes de encontrar el camino de la luz, caí en el destino del vicio. Es mi pasado oscuro.
Nadie comentó nada al respecto, solo seguimos observando el alrededor con suspicacia. Había todo tipo de coches: Tesla, BMW, Ferrari... No deberíamos sorprendernos en realidad, después de todo, Federico era un príncipe. Básicamente cagaba dinero.
Mientras me sostenemos la conversación respecto a lo que nos quedaba por ejecutar, vislumbré por el rabillo del ojo cierto situación subnormal.
Nikolai e Ivette estaban tonteando.
Eso era evidente por la forma en que ella reía mientras él le susurraba cosas incomprensibles al oído. Estaban bastante cerca el uno del otro. Bastante.
—¿Y estos qué? —Jane me sorprendió al sumarse a mi observación.
Fui honesta—: No tengo la menor idea.
Al tiempo en que ambas permanecimos contemplando la extraña situación, Ray fue quien nos interrumpió.
—¿Cuál es el coche que usaremos?
—¡Uh! Déjenme escoger —se emocionó visiblemente Federico. Comenzó a dar saltos mientras señalaba con el dedo cada uno de los autos al azar—. De Tin Marín de Do Pingüe Cucara Macara titere...
—A este no lo mato solo porque lo necesitamos.
El murmullo de Ray fue medianamente oído por Federico, quien esbozó una expresión horrorizada—. ¿Ah?
—Ese coche me parece bien —señalé rápidamente uno cualquiera.
—Sí, ese era justo el que iba a escoger —señaló un orgulloso Federico, pareciendo olvidar la amenaza de muerte.
Jane tomó ánimos—: Grandioso, entonces escojamos, ¿quienes irán en el maletero y quienes se quedarán acá en el búnker súper tecnológico de Federico?
—Maletero —pedí inmediatamente, siendo consciente de que era la parte más entretenida y la que más arriesgaba la vida.
Y yo prefería arriesgar la mía antes que alguna del grupo.
Lo raro ocurrió cuando oí una voz repitiendo la misma oración a la par. Miré a mi izquierda: Nikolai también había reservado un puesto allí.
Nos quedamos mirando unos segundos. El italiano lucía pasivo, aunque había algo en su mirada que me fue imposible descifrar con certeza, quizás... ¿diversión?
—Yo también maletero —irrumpió Ray.
Federico señaló el coche, haciendo énfasis en el limitado espacio en la parte trasera.
—No entran más de dos personas allí.
Su cara de "la vida es una mierda, mejor tráigame una escopeta" fue pintada en su rostro, acrecrentándonse cuando Jane le dio dos palmadas en la espalda.
—Lo siento, Raysito, será para la próxima.
La mirada asesina que le dirigió a la británica, rápidamente cambió a barajar entre Nikolai y yo. Se detuvo varios segundos en el italiano y, cuando finalmente llegó a mí, enarcó una ceja. No era solamente curiosidad, sino también algo de... ¿Enfado?
—Les mostraré las cosas para que se preparen, debemos apresurarnos.
Eso dicho, Federico alzó su túnica y comenzó a correr con emoción hacia una pared lisa de metal. Pronto caí en la cuenta de que era una puerta, pues en cuanto presionó un botón, esta ascendió hasta desaparecer y dar limpia vista a un salón con tecnología de punta.
—¿También te las dabas de agente Kingsman?
—Un hombre debe tener sus intereses —me responde, alzando los hombros y apresurándose a tocar los implementos tecnológicos.
Unos minutos más tarde, Jane, Ray, Ivette y Richard estaban sentados frente a un panel de varias pantallas luminosas. Ray se encontraba al centro, manejando las teclas como un experto.
—Habla, Rowan —ordenó, siendo el amor de personas que es.
—¿Qué quieres que diga?
—Lo que sea —suspiró, harto de mi idiotez, supongo—. Es solo para probar que los micrófonos funcionan.
Resulta que a Nikolai y a mí nos acababan de vestir con trajes negros de muchos bolsillos y hasta chaleco antibalas integrado. Parecíamos espía promedio de película —ni siquiera me molesté en preguntar a Federico de dónde había sacado todo aquello—.
Teníamos puesto un micrófono diminuto e invisible al ojo humano, que estaba conectado inalámbricamente a la computadora de Ray.
Aproveché el momento para insultarle:
—Ray es un gilipollas que no se ducha.
Comprobando que estaba en perfecto funcionamiento, mi frase se oyó desde la computadora hacia toda la sala.
—Muy chistosa —quejó Ray, serio—. Nikolai, di algo tú.
Su voz ronca reverberó por todo el búnker cuando dijo—: Hola.
—No pues, que creativo —tuvo que comentar Jane.
Aunque en realidad no la culpo, yo también lo estaba pensando.
—Vale, sí que funcionan. Veamos ahora, las cámaras —dictaminó quien parecía haberse adueñado del panel de control.
Acomodé la microcámara que habían puesto en mi traje. Nikolai hizo lo mismo, pues Ray había mandado la orden de vernos en vivo y en directo durante todo el camino.
Dios sabrá porqué.
En uno de los televisores de enfrente podía ver en gigante los rostros de Ray, Ivette, Jane y Richard, quienes eran a los que veía en ese momento. Sin embargo, en otro de esas teles pude verme a mí ahí de pie mirando a las pantallas.
Nikolai estaba mirándome.
—Funcionan —zanjó Ray, dando la vuelta en la silla para vernos con seriedad—. Ahora váyanse antes de que se nos haga tarde.
—¿Quién te crees para darnos ordjsdaof...?
Si no comprenden como termina esa pregunta, pues yo tampoco lo comprendía. Nikolai acababa de cubrir mi boca con su mano con tal de silenciarme (probablemente para evitar una pelea).
—Vamos Federico —le hizo una señal con la cabeza, aún tirando de mí para alejarme del drama—. Ustedes: recuerden el plan.
Mientras ellos asentían, nosotros desaparecimos tras las compuertas, regresando al estacionamiento gigante. El chillido de la alarma de un coche desactivándose hizo eco por todo el lugar. Se trataba de una camioneta Ferrari color negro. Detrás se podía ver un reducido espacio con el nombre de maletero.
—¿Por qué escogiste este? —quejé a Federico una vez Nikolai me soltó—. ¡Es el que tiene menos espacio!
—Hay que llegar con estilo —explicó con simpleza—. Nadie se creerá que un príncipe llegue en una camioneta familiar.
Sonaba bastante pretencioso diciendo aquello, como si su alter ego de príncipe millonario hubiese salido a la luz. Además, sumemosle que se había cambiado la túnica por un traje Hugo Boss y se había afeitado.
Oficialmente cualquier indicio del hechicero bohemio había desaparecido. Estaba comprometido.
Y eso lo volvía todo muy real. DEMASIADO real.
—Vale —volteé a mirar al italiano. Este me devolvió la mirada. Nuestros ojos demostraron preocupación, pero también decisión. Tras asentir al mismo tiempo, zanjé con un—: Hagamos esto.
***
—Deja de empujarme.
Exacto. Un viaje en un maletero no podía empezar con otra frase que no fuese esa.
—Tú deja de quejarte, me das migraña.
Exacto. Un viaje con el italiano no podía empezar con otra frase que no fuese esa.
—Lo haré si me das algo de espacio, Nikolai —me removí con incomodidad entre las paredes aterciopeladas.
—No puedo achicarme, Rowan —respondió con su clásico tono de aburrimiento total.
—Ahg, ¿quién te manda a medir uno noventa?
—¿Ahora es mi culpa ser alto?
(Ir)racionalmente, dije—: Pues, sí.
Nikolai negó con la cabeza y, de manera desafiante, señaló—: Como si te disgustara.
La vena de mi frente empezó a palpitar con agresividad ante aquella indirecta-
—¿A qué te refieres con eso? —entrecerré los ojos en su dirección.
No se veía nada en esa oscuridad, pero en el caso de que sí, me habrían visto asesinar a Nikolai con la mirada.
—Tú sabrás.
Esa típica respuesta ambigua.
—Me caes...
—Pésimo. Lo sé —se atrevió a bufar, como si tuviese derecho a ser quien estaba disgustado.
¡Era yo quien tenía su rodilla penetrando mis costillitas!
—No juegues a terminar mis oracio...
—¿Y sí mejor jugamos al juego de "quién habla pierde"?
Enarqué una ceja—: ¿"Quién habla pierde"?
—Exacto. El que pasa más tiempo en silencio gana.
—¿Y qué gana?
—Joder, Rowan —escuché su suspiro a todo volumen. Creo que no pensaba responder, pero al ver que mi pregunta iba enserio, optó por inventarse algo—: Pues es sorpresa.
—Vale.
Nos sumergimos en un profundo silencio. Las llantas del auto sobre el pavimento rocoso fueron lo único que hizo ruido entre nosotros, al igual que una sinfonía de fondo como las que ponen en las pelis.
Nikolai por fin soltó un respiro, ya no cansado, sino aliviado...
O al menos eso pasó los primeros diez segundos.
—No creas que no sé qué haces esto sólo para callarme.
Si el italiano no abrió el maletero para lanzarse del auto, fue solo porque teníamos una misión que cumplir. De todas formas, eso no le impidió molestar diciendo:
—Con te devi essere paziente
—No hablo italiano —quejé, odiando el hecho de no poder continuar la conversación por simplemente no entenderle.
—Ojalá no hablaras y punto.
—¿Qué has dicho?
Estaba lista (listísima) para comenzar una batalla del grado de una guerra de esas antiguas. Lo que me detuvo fue el sonido de Shhhh que me hizo Nikolai.
—¿Por qué me ca...?
De repente, mi frase se vio ahogada en la palma cálida del italiano, quien habría recibido un puñetazo en los huevos de no ser porque justo en ese instante murmuró:
—El coche se detuvo.
Solo en ese instante fui consciente de cómo, efectivamente, el movimiento del vehículo había cesado. Las voces del exterior de pronto se hicieron audibles.
—Identificere dig selv —dijo una voz grave y tajante.
Yo me quedé muda. Eso era... ¿Danés?
—Federico-san.
Tanto Nikolai como yo reprimimos un quejido ante su respuesta. Por suerte sus neuronas hicieron sinapsis —más tarde que pronto—, y se corrigió entre falsos cof cof.
—Federico II de Dinamarca.
Perfecto. No solo lo había dicho en inglés (que era la única forma posible en que yo podría entenderle), sino que ya prácticamente estábamos dentro. Solo debían abrirle las puertas y...
—Sí, y yo soy Rihanna.
Me era imposible ver a Federico, pero estoy segura —que va: segurísima—, de que su barbilla debió tocar el suelo ante la sorpresa de que alguien no le reconociera. Nikolai y yo estábamos que nos moríamos de los nervios.
Durante los segundos en que se quedaron en silencio, supuse que debían de estar examinandose el uno al otro (Federico a Rihanna, Rihanna a Federico).
Sin embargo fue un tercero quien intervino con voz temblorosa—: Señor, creo que sí es...
—No te metas —le frenó el de la voz ronca—. Déjame lidiar con este lunático.
Habría pagado lo que fuera por ver la cara de Federico en ese momento. Ya me le imaginaba con los dientes apretados y las cejas fruncidas, bien ofendido.
—Cuando sea Rey, mi primera orden será que te ejecuten —la amenazó directamente, recibiendo por respuesta una carcajada.
—Me gustaría ver eso, Principito de la esquina.
—Ah, ¿sí?
Joder. De haber seguido en esa jugada, el dichoso Federico-San realmente habría jodido todo el plan, pues probablemente le habrían recluido por irrumpir la ley y golpear a un oficial.
Por suerte, ese hombre sensato entró de nuevo en escena:
—Señor, ¿y si mejor seguimos el protocolo y le pedimos la cédula?
—¡Buena idea! —se emocionó el tipejo—. A ver, rey payaso, ¿dónde está tu identificación?
Recé porque hubiese llevado algo más que su llavero de Star Wars en el bolsillo. Mis plegarias fueron oídas.
—Mira, hasta imprimió una falsa y todo —siguió riendo el guardia.
Y entonces se escuchó el "BIIIIP" de una máquina. Esa que escaneaba el QR detrás de la identificación.
Cualquier ruido externo cesó.
Si tuviese que adivinar, tengo más que claro de que todos se quedaron mirándose boquiabiertos mientras en Federico se dibujaba una sonrisa orgullosa.
—¿Ya puedo pasar?
No hubo respuesta verbal (debido a que el guardia ya estaba viendo la vida pasar frente a sus ojos), en su lugar, se oyó un ruido metálico.
Las rejas del castillo se acababan de abrir.
De ahí, todo era en subida, así que ya se pueden hacer una imagen mental de cómo estábamos Nikolai y yo deslizándonos hasta chocar contra las paredes. Fue un buen rato así, acompañado de varias paradas en las que el proceso de identificación se repetía (todo por la seguridad del rey, supuse).
Cuando por fin se niveló el suelo, pasaron unos cuantos metros hasta que el coche se detuvo definitivamente. Fue solo ahí cuando empecé a sentir el verdadero miedo. Y es que pasos se empezaron a acercar al coche.
Muchos, muchos pasos. Acompañados de sonidos metálicos.
Armas.
—¿Señor Federico II de Dinamarca?
—Soy ese —la voz del aludido flaqueó de una manera que un random no notaría, pero que yo sí fui capaz de notar.
Peligroso.
—El Rey Federico I solicita su presencia en la habitación real —anunció el guardia. Porque sí. Eso era: un anuncio. No una pregunta, no una petición.
—Baje del coche y sígame.
Oí como Federico se levantaba del asiento para acatar la orden. Antes preguntó—: ¿Qué pasará con mi precioso?
Rodé los ojos ante su vocabulario. Por suerte, el sujeto entendió sin molestia.
—Se quedará acá. Nadie le hará nada.
Pude oír el suspiro de alivio tanto de Nikolai como de Federico. Ello significaba una traba menos para infiltrarnos en el castillo.
O eso pensaba.
—¿Revisaron el maletero?
El movimiento fue tan rápido que ni lo sentí, solo supe que un segundo estaba a centímetros de Nikolai y que después él estaba encima mío, cubriendo mi boca con su mano nuevamente.
Y menos mal que lo hizo, porque eso es lo único que ahogó el grito que estuve por pegar.
—¿Tú no eres...?
Las propias palabras de Federico se quedaron en su boca cuando el disruptivo tercer personaje que había aparecido se adelantó por entre él y el coche.
—Haganlo —escuché sus pisadas rodearnos—. Abran el maletero.
Ustedes lo están leyendo así, sin más. Nikolai y yo, que lo vivimos, teníamos los pelos de punta. Su propio agarre era cada vez más tenue. Estaba tan alucinado como yo. Es más, él se encontraba conmocionado.
Y es que lo sorprendente no era que alguien nos hubiese descubierto.
Sino que ese alguien fuese Kayn.
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