
Capitulo: Diez (Parte 2)
Si la vida te da limones
¡Acelera a todo motor!
Para corroborar que el bus ya había partido, fuimos a la estación, y efectivamente, estaba vacía. Tampoco había taxis disponibles a esas horas, y aunque los hubiese habido, probablemente ninguno estuviese dispuesto a llevarnos hasta el Saint Thomas. Nos encontrábamos varadas en el pueblo.
«Yo sabía que este pueblo sería mi perdición».
Ahora estábamos sentadas en una banca de la plaza principal frente al cine. Hacía frío en el exterior. El letrero gigante de este último iluminaba toda la cuadra con sus luces fluorescentes, permitiéndonos observar con mayor nitidez, nuestras caras de preocupación al no saber que hacer para volver al internado.
—Podríamos hacer dedo hasta que algún conductor acceda a llevarnos —sugirió Ivette.
—Grandiosa idea —la británica se lo tomó de mala manera—. Y luego cuando el conductor asesino nos esté apuñalando con un cuchillo, le agradecemos por la amabilidad.
—Solo era una sugerencia.
—No tengo problema con que las des, siempre y cuando sean sugerencias inteligentes.
—Por lo menos yo sugiero algo en vez de desquitarme con todo lo que se mueva —replicó una enojada Ivette.
—¿Desquitando? Lo único que hice fue contradecir tu estúpida idea —la chica no dio su brazo a torcer—. Pero si te parece que mi reacción fue incorrecta, pues adelante, haz dedo en esa calle hasta que un extraño se ofrezca a llevarte.
—No hace falta que te comportes como tremenda cretina, Jane.
—¿Y crees que no tengo motivos para comportarme así?
—Ehh ¿Chicas? —quise intervenir. Temía que esa discusión pasara a mayores.
—Todo el mundo tiene sus problemas —la rubia me ignoro—, eso no justifica que trates al resto como basura.
—Si sientes que te trato como tal, quizás es porque lo eres.
Todos nos quedamos calladas tras ese comentario. Se sintió como si Jane le clavase una daga en el pecho a Ivette.
El silencio era lo que necesitaba para asimilar la herida que su amiga acababa de hacerle, pero lamentablemente, dicho fue interrumpido por nuestro caballero de la blanca armadura.
—¿Necesitan ayuda por aquí? —el inoportuno de Félix hizo su aparición.
Las tres nos coordinamos para voltearnos al mismo tiempo. Al verlo la reacción de cada una fue distinta. Jane sonrió al ver que teníamos un salvador, Ivette suspiró aliviada, mientras que yo rodé los ojos al ver que era él quien nos rescataba.
—El último bus partió y no tenemos como volver —explicó Jane.
—Pues es su día de suerte —sacó unas llaves de su bolsillo—. Yo puedo llevarlas.
—Félix te debemos el cielo —agradeció Ivette, abrazándose así misma por el frío.
—No me deben nada —se quitó su propia chaqueta y la puso alrededor de los brazos de la rubia—. Es lo que cualquier persona decente haría.
—A este mundo le falta esa gente decente —comentó Jane
—Lamentablemente sí —dijo antes de señalar con la cabeza una tienda nocturna—. Vengan, tengo el auto estacionado frente a ese minimarket.
Lo seguimos como pitufos hasta que llegamos donde el auto. Era un lujoso Mercedes blanco, tan grande como para que entráramos los cuatro. Ivette se sentó en el asiento del copiloto, Jane no tuvo más remedio que irse atrás, y yo aproveché que Félix estaba a "solas" conmigo para soltarle la pregunta que estuve reteniendo desde que mostró esas llaves.
—¿Cómo tienes el auto acá si te viniste en bus? No tiene sentido.
—Veo que no se te escapa ni una, Rowan —río por lo bajo—. La verdad es que le presté el auto a un amigo y como nos vimos hoy, me lo acaba de devolver.
—¿Era un amigo del internado? —indagué.
—No, más bien un amigo extranjero —respondió simple—. Necesitaba el auto para hacer algo y yo se lo presté.
—Eso lo explica —le sonreí falsamente.
Me abrió la puerta para que entrara a tomar asiento, y lo dude por un momento. No confiaba en él, pero con las chicas ahí, al menos tenía segura la llegada al internado. Iba a entrar cuando una voz exterior me interrumpió.
—Rowan —la voz de Ray me puso la quijada por el suelo—. Ven un segundo.
Félix lo miró con el ceño fruncido. Por mi mente solo pasaron dos interrogantes.
Uno; ¿Qué hace este motherfucker aquí? Y dos; ¿Qué quiere de mí?
—¿Para qué? —inquierí confusa.
—Solo... —no supo expresarlo—. Ven un segundo.
Me quedé callada. De cierta manera era chistoso que el estuviese ahí, rogándome para que fuese a hablar con él. Era un momento que debía aprovechar.
—Está bien —se alivió. Ese alivio fue efímero—. Solo si lo pides por favor, como la gente normal.
—No estoy para juegos, Rowan, solo ven acá.
Amenacé con entrar al auto, y ahora su semblante se tornó molesto. Quería ver que tan desesperado estaba por querer hablar conmigo, y la respuesta vino cuando su siguiente frase fue:
—Por favor —dijo en un susurro bajo.
—¿Cómo dices? —grité en voz alta fingiendo no oírlo.
—Por favor —habló un poco más alto.
—Félix, ¿tú lo escuchas? —pregunté, sin esperar en verdad una respuesta—. No, yo tampoco.
—¡Por favor! —grito hastiado—. Joder.
—Ok, vuelvo enseguida —hablé para Félix.
Fui hacia Ray y tomamos algo de distancia del grupo. Nos juntamos al lado de un auto, que pronto descubrí era suyo, ya que sacó sus llaves, lo abrió, y guardó en el asiento trasero el montón de bolsas llenas de comida que compró en el minimarket del frente.
—¿Qué quieres, Ray?
—Yo te llevo —abrió la puerta del copiloto—. Sube.
—Estás de broma ¿Verdad? —su expresión seria me desmintió—. No me lo creo ¿Hablas en serio?
—Sube —insistió con terquedad.
—Esto es buenísimo —reí sin parar—. Ya sabía que era cuestión de tiempo para que tus neuronas renunciaran a su trabajo y abandonaran ese pequeño cerebro. Debes estar muy mal de la azotea como para pensar que me montaría en un auto contigo.
—No estoy de coña, Rowan —me tomó del brazo—. Sube.
—Quítame las manos de encima —reprendí alejándolo de un manotazo—. Estás peor de lo que creí si piensas que lo haré solo porque me lo dices.
—En caso de que no lo hayas notado, no estoy haciendo esto precisamente por amor al arte —me miró con disgusto—. Hazme más fácil el trabajo y súbete de una vez.
—Dame un buen motivo para hacerlo.
—Yo te lo estoy pidiendo ¿No es eso suficiente?
—¡No! —dije algo molesta—. Primero que nada, no me lo estas pidiendo, me lo estás ordenando, segundo, aunque me lo pidieras amablemente y con serenata la respuesta seguiría siendo NO ¿Es que olvidas que tú me odias y que yo te odio a ti?
—¿Y eso que tiene que ver? Tampoco es que te esté proponiendo matrimonio, solo te pido que te subas al auto.
Me crucé de brazos sin dar el brazo a torcer—. Sigo esperando ese buen motivo que me hará cambiar de opinión.
—Es lo que es, súbete, es por tu bien.
—Ok —le hice pensar que accedería—. ¡Adiós!
Para demostrarle que sus amenazas y comportamiento de imbécil no funcionaban en este siglo, me di media vuelta para ir donde Félix. Él observaba curioso toda la conversación, y más cuando sentí un jalón que me hizo encarar al chico que había dejado a mis espaldas.
—Solo súbete al auto —trago saliva mientras me sostenías por el brazo—. Por favor.
—¿Para qué? ¿Para que te la pases insultando y amenazándome todo el camino? —volví a alejarme—. Muchas gracias, pero paso.
—No lo haré —creyó hallar la manera perfecta de convencerme—. Me pasaré todo el camino en silencio si hace falta.
—Explícame porqué —pareció confundido—. ¿Por qué luces tan desesperado porque me vaya contigo?
Suspiró—. Ya sé que me odias, y créeme, el sentimiento es mutuo, pero confía en mí cuando te digo que no quieres llevarme la contraria en esta -mandó una mirada al chico tras de mí y volvió a centrarse—. No vayas con él.
—¿Con Félix? —esta vez no respondió—. ¿Porqué?
—Joder ¿Nunca dejas de hacer preguntas? —ya lucía cansado de tener que dar tantas explicaciones, pero yo las necesitaba.
—Rowan, se nos hace tarde —exclamó Félix desde el auto.
—Bien, te daré el beneficio de la duda —su expresión cansina se cambió por una conforme—. Con una condición.
—¿Cuál? —alzó una ceja con desconfianza.
—Yo conduzco.
Su risa se oyó por toda la cuadra.
—Ni en mil años.
Iba a volver al carro de Félix como amenaza para que lo reconsiderara, pero no hizo falta, porqué resultó que el príncipe ya se encontraba junto a nosotros.
—¿Pasa algo? —se metió en la conversa.
—¿A ti quien te invitó, Félix? Vuelve por donde viniste.
—Lo haré si Rowan me pide que lo haga —me arrinconó brutalmente.
Tenía a ambos hombres mirándome a la espera de que hiciera algo al respecto. O irme con Félix o quedarme con Ray.
Estaba por tomar mi decisión, cuando un movimiento replanteo todo lo que me planteé hacer.
—Ten —puso las llaves en mi mano con furia. Luego me susurró al oído para que Félix no escuchara—. Como le hagas algo a mi auto juro que te castro lo que ni tienes.
—Grandioso —acepté las llaves.
Ray se retro y se subió al auto, mientras yo me quedé a explicar a Félix que era lo que acababa de suceder.
Terminé zafándome con el pretexto de que Ray debía llevarme ya que teníamos un trabajo escolar juntos, y teníamos que organizarnos durante el camino para no entregarlo tarde.
Félix mostró una notable duda ante mi justificación. Subconscientemente, sabía que mis palabras no eran más que una evasión a la verdad, pero aún así no se opuso y aceptó el hecho de que yo me fuera con su examigo.
Como quise ahorrarme el menosprecio que supe que recibiría de parte de Jane, preferí que fuese Félix quien tuviese que dar esa explicación, por lo que, tras despedirme de él, fui al vehículo donde me esperaba Ray.
—Estoy por terminar como Jack Nicholson en "El Resplandor" —se abrazó a sí mismo con frío—. Coloca las llaves para que pueda encender la calefacción.
—Se pide por favor —rodé los ojos y le hice caso—. Creí que ya habías aprendido.
Prefirió no responder y se quedó en silencio, cada vez más relajado por el calor que brindaba la calefacción del vehículo.
Era hora de que comenzara el viaje.
—Ya me estoy arrepintiendo de esto —dijo cuando accidentalmente hice que el auto se moviera y se detuviera de forma abrupta.
Sostuve el volante con seguridad y volví a actuar arrancando a gran velocidad.
Ver a Ray aferrarse con fuerza al asiento, me hizo reír para mis adentros. Probablemente le temía a mis habilidades de conducción, pero la verdad era que no tenía nada que temer.
Tal vez todavía no tenía mi licencia de conducir, pero esos eran simples detalles.
Yo manejaba de maravilla.
Le debía todo mi conocimiento al padre de Josh, pues él se había sometido bajo voluntad propia en el arduo trabajo de enseñarle a dos pequeños mocosos a manejar.
Recuerdo que su casa se había convertido en algo así como mi segundo hogar, ya que mis padres se la pasaran en viajes laborales y él y su familia siempre estuvieron dispuestos a acogerme. Cada que iba, aprovechaba el tiempo para llevarnos a un estacionamiento vacio y hacernos manejar a la fuerza.
Él día que logré conducir exitosamente por primera vez en la calle, también fue de las primeras veces en las que lo vi poner una sonrisa de satisfacción en el rostro. Lo celebramos comiendo hamburguesas en un restaurante entre los tres.
Daría lo que fuera para volver el tiempo y disfrutar de ese nuevamente de ese momento, por más simple que haya sido.
—Calma, Toreto —Ray me sacó de mis cavilaciones—. Vas a sobrepasar el limite de velocidad, y como una patrulla nos detenga, ni te creas que voy a hacer de caballero. Te haré pagar a ti la multa.
—Oh, tranquilo —le di una sonrisa falsa—, jamás cometería el error de confundirte por un caballero.
Me miró con desdén, y luego volvió la vista a la ventana lateral.
Como me había sacado de mis pensamientos, era momento de hacer la pregunta del millón. Debía conocer el motivo por el que estaba allí.
—¿Vas a explicarme que fue todo ese teatrito que hiciste?
—No. Mantén la vista al frente.
—Disculpa, ¿Pensaste que te estaba dando la oportunidad de decidir si respondías o no? Pues te equivocas, te estoy haciendo una pregunta, y espero la repuesta.
—Ya te la di.
—La verdadera respuesta.
—Ya te la dije antes de que te subieras al auto —despegó la mirada de la ventana a mí—. No te convenía irte con Félix.
—¿Porqué?
—Porqué no, es todo lo que necesitas saber.
—No, quiero saber el verdadero motivo por el cual me hiciste subirme a este auto, porque dudo seriamente que sea por el simple hecho de que disfrutes mi compañía —dije comenzando a molestarme. Pensé en cual podría ser un motivo valido, y solo uno vino a mi mente—. ¿Iba a hacerme algo?
Su risa fue mi respuesta—. ¿Qué te hace pensar que me preocuparía que alguien fuese a hacerte daño?
—No lo estás negando.
—Tampoco lo estoy afirmando, ya ves que cada quien lo interpreta como quiere.
—Entonces... —rodé los ojos por su respuesta evasiva. Era hora de preguntar otro asunto que me preocupaba—. ¿Qué hay de Jane e Ivette?
—¿Qué hay con ellas?
—¿Están a salvo con Félix?
—Félix no es ningún asesino serial si eso es lo que crees —mostró una sonrisa ladina. Yo le pedí que fuese más explícito con sus respuestas—. Así que sí, en resumen, están a salvo con ese príncipe azul.
—Bien —suspiré aliviada—. Respecto a lo...
—No más preguntas sobre eso —me cortó—. Ya estás en el auto y eres tú la que está manejando, ¿Qué más necesitas para ver que está vez no tengo malas intenciones?
Supuse que nada. Razoné, y tal vez dejarlo pasar en esa instancia era lo correcto. Después de todo, el hombre tenía un punto; Ya todo estaba hecho, y no era como que hubiese vuelta atrás.
Seguí manejando y ambo permanecimos callados. Solo se oía el ruido de las llantas sobre el pavimento y el motor en funcionamiento. Era incomodo, pero no tanto como con Jane e Ivette, más bien, era un silencio inquietante.
En general estar con él era inquietante, pero lo pensé, y no tenía que serlo. Clint me había sugerido que me amigara con él cuanto pudiera, y tal vez lo que pasó fue le destino, y eso era lo que debía intentar hacer.
—¿Para qué tanta comida? —pregunté rompiendo el silencio. Miré a través del espejo retrovisor y vi las bolsas que dejó en los asientos traseros.
—¿Qué? —tomó tiempo en espabilar.
—¿Qué para quien es toda esa comida?
—¿Por qué la curiosidad?
—Es que en el instituto la dan gratis, ¿para qué sería necesario comprarla?
—Porqué sí —se mostró evasivo—. Mantén la vista al frente.
Me silenció sin vacilar. Estaba claro que no quería oírme, pero era una lástima, pues aún nos quedaba camino por recorrer y yo no planeaba quedarme callada todo ese rato. Era el momento de hacerle plática.
—Así que esta es la película que terminaste por comprar —tomé el VHS que descansaba sobre el mesón del auto.
En la imagen había una imagen de un hombre con cara de maniaco con lo que parecía una navaja en mano. El título decía:
"La naranja mecánica" dirigida por Stanley Kubrick.
Al ver que la sostenía, me la arrebató de las manos de un solo movimiento.
—No toques mis cosas.
—¿Por qué siempre tan posesivo? —alegué—. Solo estaba viendo.
—Lo único que debes ver ahora mismo es el camino —apuntó al frente—. Además, tampoco es como que sepas algo de buen cine.
Vaya. Ya estaba conociendo una faceta de él que desconocía. Su faceta de cinéfilo.
—Se nota que me conoces muy poco, porque soy fan del cine —dije por orgullo, a pesar de que fuese una vil mentira.
—¿Así? —me puso a prueba—. Entonces ¿Estás familiarizada con el trabajo de Kubrick?
—Por supuesto que lo estoy —seguí con el engaño—, eso ni se pregunta ni se cuestiona.
—Nómbrame tres de sus películas —soltó de repente.
Quizás fingir que sabía de cine no había sido una buena idea.
—¿Tre..tres? —tartamudea al ser pillada en la mentira. Igual lo intentaría—. Claro... primero está una de sus obras más reconocidas; "La naranja mecánica", luego viene la otra de... ¡Ahg! Olvidé el nombre —pretendí—. Recuerdo que iba sobre un hombre y su... ¿Sabes de cual hablo?
—Ya déjalo —chistó con desaprobación para luego decir un comentario sarcástico—. Puedo ver clarísimo tu fanatismo por el cine de calidad.
De ahí el silencio volvió a apoderarse del vehículo. El no me apoyaba en la misión de conversar como la gente normal lo hace.
No podía preguntarle nada porqué se enrabiaba, y eso, me enojaba a mí.
Pensé en que a lo mejor erradicar el silencio sería de ayuda, por lo que encendí la radio en busca de que la música transformara en ambiente en uno menos tenso.
Me di cuenta de que fue en vano, cuando inmediatamente volvió a apagarla.
—No toques —ordenó como si mi yo me llamara Firulais y fuese un perro.
—Pero quiero escuchar música.
—Y yo no.
—Yo sí —mi lado competitivo continuo la discusión.
—¿De quién es el coche?
—¿Quién está al volante?
—La misma histérica que hará que choquemos si no mantiene la vista en el camino.
Me irrito su comentario.
—Es solo un poco de música —encendí la radio de manera desafiante.
—Dudo que te guste la misma música que me gusta a mí —volvió a apagarla.
—¿Porqué? ¿Acaso Ray es demasiado "único y detergente" como para que otra persona pueda compartir sus mismos gustos? —encendí nuevamente el equipo.
—No lo sé —fingió desconocimiento—. ¿Será Rowan demasiado niñata como para poder soportar unos quince minutos en silencio? —apagó la radio—. Creo que ambos conocemos esa respuesta
—¿Yo soy la niñata? —mi plan de ser amigable se fue a la basura tan rápido como mi fe en la humanidad—. ¡Si tú también estás haciendo berrinche por la radio! ¿Cuál es el problema con un poco de música?
—No tiene que haber un problema, es MI auto y son MIS reglas, yo tengo derecho a decidir si quiero la puñetera radio encendida o apagada —replicó como cavernícola—. Si no te gusta, estás en completa libertad de pirarte.
—¿Sabes qué? —frené el auto abruptamente a un costado de la carretera. Él me miró sin comprender que hacía—. ¡Yo ni siquiera quería subirme a este auto en primer lugar, solo lo hice porque tu insististe y lo peor es que todavía no eres capaz de explicarme por qué! —exploté por su actitud de cretino—. No me vengas a dar ningún ultimátum porque el que terminará por pirarse serás tú.
Volví a sacar el tema a colación, principalmente porque ese imbécil me sacó completamente de mis cabales. Hablar con él resultó mucho más difícil de lo que pensé y ahora había terminado por hacerme estallar. Si no me dejaba oír la radio en paz, pues tendría que darme la explicación que negó al principio.
—Que pesada eres —refunfuñó—, ya te lo expliqué.
—No por completo.
—Lo hice porque si y punto ¿Eso querías oír?
—Si insististe con tal furor fue por algo —me hartó que no quisiera decirlo de una vez por todas.
—Porque se medio la puta gana, es todo.
Mi inexistente paciencia había llegado a su tope.
—Bájate del auto —fui yo quien lanzó la orden.
—¿Cómo dices?
—Si vas a estar así todo el camino te me bajas —hablé seria—. No estoy bromeando, te bajas del jodido auto, no voy a arrancar hasta que lo hagas.
—¿Quién te crees? Este es mi puto auto, yo decido quien se baja y quien se queda.
—Perdiste esa facultad desde que me disté tus llaves —las saqué y las moví frente a su cara.
—No voy a permitir que me echen de mi propio coche —era fácil descifrar que estaba molesto.
—Pues no tienes otra opción -insistí con el asunto—. Voy a esperar a que te bajes.
—Tienes que estar de puta coña —golpeó la guantera, enfadado—. ¡Sabía que darte las llaves era una decisión de mierda!
—¿Para qué te digo que no, si sí? —le di la razón—. Ahora bájate del auto.
—Pásame las llaves —intentó arrebatármelas, pero fui lo suficientemente hábil como para eludirlo.
—Ni lo sueñes.
—¡Joder! —la guantera sufrió otro golpe—. ¿Así es me pagas un favor?
—¡¿Qué favor?! —no comprendía de lo que hablaba.
—Ya, ¡Olvídalo! —prefirió callar.
—¡Deja de gritarme! —pedía ante su grito.
—¿Qué? ¡Pero si grito porque tú me estas gritando!
—¡Pues deja de gritar para que yo te deje de gritar porque de lo contrario te seguiré gritando!
—¡Ya cállate! —golpeó la guantera. Este golpe fue con mayor fuerza, una fuerza que no sabía que tenía. Se tapó las orejas antes de hablar—. ¡Siento que tu jodida voz retumba en mis oídos!
—¡Medícate! ¡¿Quieres?! —no me dejé distraer por sus protestas—. La pobre guantera no tiene por qué pagar tus ataques de ira.
—No tengo ataques de ira —levantó la cabeza y me miró con el ceño fruncido por el enojo y la mandíbula apretada a tope. Su respiración iba al compás de mi pulso. Acelerado.
—¿Qué no? —actué sorprendida—. ¡Si te pasas todo el día enfadado! Juro que, si tuvieras la piel verde, ya hasta te imagino gritando "¡Hulk! ¡Destroza!", cada que te da uno de tus ataques.
—Para —se esforzó por controlarse, eso podía verse.
—Deberías ir a terapia o algo así. El resto no tiene por qué pagar tu falta de autocontrol.
—No sabes de lo que hablas —juro que pude oír lo acelerado de sus latidos. Sus impulsos amenazaban con salir a flote, pero los contuvo.
—Probablemente no, pero tampoco me importa saberlo —terminé el tema—. Solo quítate el cinturón y vete.
—¿Qué me quite el cinturón? —encarnó una ceja. Seguía molesto, pero no desaprovecho la perfecta oportunidad de decir aquello.
—No habló de eso estúpido —regañé al entenderle el doble sentido—. ¡Vete!
—¿Luego qué? ¿Esperas qué me vaya a pie?
—¿Y por qué no? —hice memoria de lo que él dijo cuando se planteó abandonarme en el bosque—. De seguro los lobos disfruten tu compañía.
—Ya me hartaste —advirtió dejándome confusa.
—¿Y ahora de que mierda hablas? —pregunte antes de que se me lanzara encima para intentar quitarme las llaves.
Todo su peso recayó sobre el mío en el asiento. Levanté el brazo y me esforcé por alejarlo de él para impedir que se hiciese con las llaves, pero él no se daba por vencido. Era más alto que yo, y sabia que, si no hacía algo pronto, alcanzaría la llave y yo perdería.
Estábamos a un suspiro de distancia, mis opciones eran pocas, así que opté por buscar algo a mi alrededor que fuera de utilidad. Con mi mano libre, quise empujarlo, pero de poco sirvió. SU fuerza era tres veces mayor que la mía.
Seguí buscando hasta palpara con la mano una palanca. Sin pensármelo mucho la jalé, asiendo que el asiento se reclinara hacia atrás.
Ahora oficialmente su peso completo estaba encima de mí. Lejos de ayudarme en algo, ese movimiento solo me perjudicó, pues el tenía ventaja completa al encontrarse arriba.
—Quítate de encima —pedí en un hilo de voz.
—Pásame las llaves.
Estaba a nada de alcanzar a conseguirlo y yo no podía creerme que ese neandertal fuese a vencerme de esa manera, así que decidí seguir presionando y no dar por perdida la situación.
Antes de que pudiera asimilar lo que acababa de hacer, lo tomé por los hombros y le golpeé un fuerte rodillazo directo en el gran bulto de su entrepierna.
El dolor fue inmediato, pues dejó de pelear y se encargó de socorrer la zona donde lo había golpeado.
Aprovechando que estaba débil, lo empujé con todas mis fuerzas para apartarlo de mí, y abrir la puerta del auto para bajarme.
No sabía donde ir, solo sabía que no podía seguir allí con él.
Recomponerse le costó menos de lo que pensé, ya que a los segundos ya estaba bajándose del auto para ir tras de mí. Nos encontramos frente al capó del coche.
—¿Adónde vas? —me giró para encararlo—. Aún no hemos terminado.
—Pelea tu solo, porque yo ya terminé —cansada, le lancé las llaves y cayeron al piso—. Ten tus jodidas llaves y vete de acá.
—Por fin estamos de acuerdo en algo —se agachó a recoger las llaves—. Última vez que hago favores.
Alcancé a dar dos pasos para alejarme de él, cuando mi vista se centró en el humo saliendo de entre los árboles del bosque. El humo de una fogata.
—Genial —murmuré—. Otra de sus famosas fiestas de fogata.
—¿Qué? —escuché la voz de Ray atrás mío, pero lo ignoré.
Estaba por seguir con mi camino, cuando su voz me frenó de golpe.
—¿Qué hora es? —volteé extrañada por lo raro de su pregunta. Estaba mirando el mismo humo que yo, solo que con una expresión más consternada.
—¿Qué hora? —repitió la pregunta, más impaciente y paranoico. Miró de lado a lado, como si intentase reconocer la ubicación exacta de donde estaban parados.
—Las once y media —vi la hora—. ¿Qué diablos te ocurre?
—Súbete al auto —volvió con sus órdenes.
—¿Volvemos con lo mismo? —coloqué los brazos en jarras.
—Por favor —lo oí suplicar por primera vez sin la necesidad de que le ordenara hacerlo—. Solo hazlo.
Algo en su actitud y voz había cambiado. Lucía incluso frágil. Fue por eso, y solo por eso que obedecí.
No medié palabra y pasé por su lado para subirme al auto, De todas maneras, eso era mejor que irme a pie.
Iba a ponerme el cinturón, pero el acelerado de Ray arrancó a todo a dar antes de que pudiera hacer nada.
Algo había sucedido.
Pero ¿qué?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro