
Capítulo: Catorce (Parte Uno)
Uno, dos, tres
Uno, dos, tres
Uno dos...
¡Auch! ¡Me pisaste
—Por favor —rogué, dispuesta a ponerme de rodillas—. No lo hagas.
—Debo hacerlo —ignoró mis plegarias, forzando una indiferencia admirable.
—Podemos dialogarlo, podemos resolverlo de otra manera...
—Debo hacerlo —reiteró, haciendo caso omiso a cada una de las suplicas.
—¿Después de todo lo que hemos pasado? —intenté abogar por su empatía, pero fue inútil, el chico ya había tomado su decisión.
—Lo lamento, Rowan —se disculpó, justo antes de ejecutar el único movimiento que lograría acabar conmigo.
El pelirrojo puso esa poderosa carta de +4 en la mesa para luego añadir la misma palabra que le daba nombre al juego:
—Uno —musitó con una sonrisa victoriosa en el rostro.
El tramposo había ganado.
Mi ser competitivo hizo una visible mueca de disgusto ante la inminente derrota, por lo que, siendo la mala perdedora que soy, lancé mis cartas sobrantes devuelta al montón que descansaba en la mesa.
—De todas maneras, tampoco quería seguir jugando —dije destilando rencor por los poros.
—¿No querías jugar? ¿O es que no querías perder? —la sonrisita se acrecentó, haciendo que me dieran ganas de traer una goma para borrársela del rostro.
—Ya da igual —miré la hora en mi celular mientras él ordenaba el juego de mesa—. Vámonos, llegaremos tarde.
Me puse de pie para dirigirme a la salida de la sala común, pues no eran exageraciones mías, si no nos íbamos en ese momento, llegaríamos tarde al lugar donde ya se encontraba la mayoría del alumnado.
—Ardida —murmuró al ponerse de pie.
Jamás me había detenido tan abruptamente como en ese instante. Giré la cabeza para mirarlo con ira, asemejándome a aquella clásica escena de la niña del Exorcista. Incluso la coraza valiente de Clint flaqueo temporalmente al observar eso, pero se recompuso con rapidez.
—¿Cómo me llamaste?
—Oh, lo oíste muy bien —se paró, al tiempo que cruzaba los brazos sobre su pecho—. Pero tranquila, es natural sentir envidia, o sea, quien no envidiaría a tremendo hombre como yo; guapo, inteligente, ganador...
—Y humilde también, por lo que veo —rodé los ojos como ya era costumbre.
—Nah, la humildad es para los perdedores o, mejor dicho, para ti.
Mis ojos se detuvieron para observarlo de manera fulminante. Si él no había muerto todavía, era meramente porque me estaba conteniendo.
—Madre santa, ¡Solo me ganaste en una partida!
—Eso más de lo que tú puedes presumir.
—¡Dios! Con ese ego cualquiera pensaría que eres el campeón mundial de Uno, cuando no eres más que un muy mal ganador.
—Prefiero ser un mal ganador, antes que un mal perdedor.
Estaba jugando con fuego, y si seguía en esa dirección, pronto se quemaría.
—No soy una perdedora —me paré de manera que pareciera intimidante, pero como entre él y yo había media cabeza de diferencia en altura, dudaba seriamente haberlo conseguido
—Pues precisamente ganadora tampoco eres. Ese lugar está ocupado por mí —se señaló así mismo con aires de victoria—. Ardida.
«Así que escogiste el camino de la muerte»
—Deja de llamarme así —forcé un tono de voz más profundo, todo con la intención de sonar amenazante.
—¿Así como? —entornó la cabeza hacia un lado con los ojos fijos en mi—. Ardida.
—Clint...
—¿Sí? —mis advertencias le entretenían, por lo que, como si fuese un juego, sonrió tenuemente para luego susurrar—: Perdedora.
Un bufido exasperado escapó de mis labios. Era sencillo conseguir fastidiarme, y eso Clint lo sabía perfectamente. Lo que no tomaba en cuenta eran las consecuencias que arraigaba hacerlo.
—Por el respeto que le tengo a nuestra amistad... —acorté la distancia que nos separaba al acercarme unos cuantos pasos—, te daré tres segundos para disculparte, si no lo haces, se acabó la piedad contigo, ¿Queda claro?
—Tan claro como el agua —me mostró la perfecta hilera de perlas blancas que tenía por dientes. Después fue él mismo quien se aproximó otro paso—. Adelante, comienza a contar.
—Uno...
A la espera de su arrepentimiento, hice una pequeña pausa dramática, donde lo único que se escuchó fue el cruel silencio de su obstinación. Sí, ambos éramos unos odiosos obstinados que se negaban a dar el brazo a torcer y, cuando dos personas así se encuentran, el asunto solo puede terminar en una explosión sin sobrevivientes.
—Dos...
Los hoyuelos en sus mejillas se hacían más marcados al pasar de los segundos. Yo cada vez estaba más segura de que ese debate concretaría en guerra si alguien no intervenía, pronto.
—Tres.
El tiempo se le había terminado.
Estaba por convertir mis amenazas en acciones, cuando una voz provocó que ambos diéramos un brinco asustado en el lugar.
—Siempre tienen que ser ustedes dos ¿No es así? —"Troncha toro" se llevó una mano a la cabeza, en un gesto que demostraba el cansancio que le generábamos. Esa señora estaba envejeciendo prematuramente por obra nuestra.
Ambos mostramos una sonrisita inocentona solo para complacerla y evitar otro reclamo. Tras hacerlo, desaparecimos de esa sala tan pronto como nuestras piernas nos permitieron.
Pronto estuvimos parados bajo el umbral de aquel salón que se asemejaba a la mismísima Capilla Sixtina. Se veía tan glorioso como lo recordaba, aunque todavía me resultaba difícil asimilar que tremenda belleza arquitectónica se encontrara en un simple internado para jóvenes.
Pero eso era sencillo de explicar, y es que ese no era un simple internado. Era mucho más, y por lo mismo, guardaba mucho más.
Antes de bajar los escalones, me detuve un momento para observar el lugar que ahora se encontraba infestado por el resto de los alumnos que yacían emocionados en los alrededores. Las pinturas en el techo lucían como recién hechas, mientras que los hermosos pilares de mármol blanco solo demostraban el buen equipo de limpieza que teníamos allí. Parecían recién como lustrados.
La mano de Clint sobre la mía me obligó a continuar el camino hasta la improvisada pista de baile, donde un tumulto de estudiantes de dedicaba a oír con atención las palabras del director, quien se esmeraba en recitar las reglas como si se tratase de los diez mandamientos.
—...recuerden que este evento cuenta como una asignatura más, por ende, no exigimos menos que la misma disciplina que demuestran en clases —dictaminó el hombre, con una firmeza que solo él poseía—. Cualquier comportamiento inapropiado será severamente sancionado pues es preciso que dejen bien parada a la institución. Deben tomarse este ensayo con total seriedad. Nada de actitudes burlonas o inmaduras.
Barajó su mirada en ciertos rostros de la multitud estudiantil, como advirtiendo que, si no se acataban sus órdenes, abrían consecuencias. Luego prosiguió:
—Aclarado esto, paso a concederle la palabra a su profesora, quien será la encargada de dirigir el ensayo de hoy —dijo para después dar paso a la mujer que se ocultaba tras de él. Me sorprendí al percatarme que se trataba de la señora que nos había regañado hace poco—. Señorita Griffin, son todos suyos.
La mujer se convirtió en el foco de atención de todos los oyentes. Al parecer, no era la única sorprendida de su aparición.
—Para quienes no me conocen, soy la señorita Griffin, profesora del Saint Thomas. Como muy bien dijo el señor director, hoy seré la encargada de dirigir el ensayo para el baile pues, en mis años de juventud solía ser bailarina profesional de una prestigiosa compañía de ballet, y es exactamente dicha experiencia la que me hace la indicada para este trabajo.
Presumió airada. El aula entera parecía incrédula con respecto a lo dicho, pero ninguno se atrevió a cuestionarla, principalmente por que queríamos seguir viviendo.
—Ahora, sin más explicaciones que dar, procederé a iniciar con este ensayo. Sé que todos los presentes han tomado clase de salón alguna vez en su vida, así que no me extenderé en dar lecciones —espetó moviéndose al centro de la pista—. Divídanse en las parejas y pónganse en su posición correspondiente.
Y como si esa fuese una especie de código secreto que todos conocían a excepción de mí, la gente comenzó a dispersarse de a par a lo largo de todo el salón. Incluso Clint me abandonó. Lo vi yéndose junto su compañera de baile hacia un rincón de la sala.
Me quedé allí parada, sola en el centro del lugar, dedicándome a buscar con la mirada al chico que se suponía debía estar a mi lado. Miré hacia todas las direcciones y no había ni un atisbo de su presencia, así que me di por vencida.
¿Como le explicaba a la bibliotecaria que mi pareja había elegido ese preciso momento para convertirse en Casper El Fantasmita?
Tambaleé en mi posición al verla aproximarse hacía mí. Ya sabía lo que estaba por preguntarme, y no tenía idea de como responder una pregunta de la que ni yo conocía la respuesta.
—¿Y su pareja, Moore? —colocó los brazos en jarras.
—No ha llegado todavía —bajé la mirada a mis pies.
Bufó con enojo, pero no con sorpresa. En el fondo ya se lo esperaba.
—Pues ni modo, tendrá que observar el resto del ensayo desde un rincón, ya deliberaré cuál será su sanción.
La última palabra de aquella oración fue la que desactivó la parte racional de mi cerebro. Pronto me vi a mí misma quejándome públicamente con ella.
—¿Sanción? Pero si fue Nikolai quien llegó tarde ¡No yo!
Ante mis palabras, la señora abrió la boca y los ojos. Ahora si estaba sorprendida.
—Si la estoy sancionando es por su falta de responsabilidad con la clase. Usted muy bien podría haberse contactado con su compañero, sin embargo, no lo hizo demostrando una vez más, su carencia de compromiso.
—No lo llamé porque no tengo su número —expliqué con obviedad.
Yo sabía que necesitaría el teléfono de ese imbécil, pero fue él mismo quien se negó a dármelo. Pronto lo lamentaría.
—Esas son puras excusas, era tu trabajo organizarte con el señor Bertozzi para asistir aquí, y ni eso pudiste hacer —me contradijo dándome la espalda—. Ahora no tiene otra opción que tomar asiento y cruzar los dedos porque el director no les termine prohibiendo el ingreso al evento por faltar al ensayo obligatorio.
La exasperación me dominaba. Aquella era una injusticia inadmisible, sin embargo, poco me quedaba por hacer, y me sentía impotente al no poder hacer nada para revertirlo.
Cediendo a de una vez a la realidad, estaba dirigiéndome a los asientos de uno de los laterales del gran salón, cuando una reconocida voz masculina me hizo rodar los ojos al intervenir.
—¿Señorita Griffin?
Al oír la voz del príncipe, la señora volvió tras sus pasos y dio media vuelta para mirarlo de frente. Le daba curiosidad lo que tenía que decir.
—Dígame, joven Félix.
—Disculpe el atrevimiento, pero me parece algo insensato apartar a la señorita Moore del ensayo. Ella es claramente quien más lo necesita y por ello debe practicar.
No sabía si golpearlo por entrometido, o agradecerle por ser el único que habló ante lo sucedido. No mentiré, la primera opción era la más tentadora.
—¿Y como sugiere que practique sin pareja? —expuso lo problemática.
—Yo me ofrezco a ser el suplente del señor Bertozzi.
Decisión tomada, ahora no solo lo golpearía por entrometido, sino que también, por oportunista.
—Ni hablar, usted ya tiene una compañera con quien practicar —por primera vez, estuve agradecida de la actitud antipática de la señorita Griffin.
—Profesora, Ivette y yo hemos tomado clases de baile desde la cuna, no requerimos de este ensayo como lo hace la estudiante Rowan.
«Qué estudiante Rowan ni que nada. Tú te callas»
Observé a la aludida, quien esperaba al lado de Félix. Pude notar como ella me miraba de reojo con cierto desdén. Una fan más a mí lista.
—¿Usted está de acuerdo con esto, Ivette? —inquirió la mujer, algo acelerada por aquel exabrupto que le quitaba tiempo a su ensayo.
La rubia se fijó en mí y, esta vez de una manera menos sutil, me observó de pies a cabeza. Se le notaba en la mirada lo decepcionada que estaba de mí, pero el porqué de ello aún era una incógnita.
—Lo estoy —asintió la rubia, desviando sus ojos a la mujer frente a ella.
Esa afirmación fue todo lo que la profesora Griffin necesitó para ceder ante la petición del príncipe azul.
—Hoy es tu día de suerte —se dirigió a mí tras soltar un fuerte suspiro cansino—. Adelante, Félix, tienes mi permiso para ayudar a Rowan.
«Mátenme ya, por favor, os lo suplico»
El chico de cabellos castaños se acercó a mí lado con una sonrisa gratificada en el rostro. Por algún motivo estaba complacido de ayudarme, tal vez demasiado para resultar normal.
—Parece que seremos pareja por hoy, Moore.
—Lamentablemente, eso parece —mascullé para mí misma, sin intención alguna de tener otro oyente.
—¿Disculpa? —enarcó una ceja con curiosidad, por mi parte, yo abrí mucho los ojos tras darme cuenta de que había oído mis pensamientos.
—Oh, nada —miré de lado a lado en busca de un distractor—. Ven, debemos ponernos en posición.
Me fui sin cuestionarme si me seguía o no, simplemente me ocupé de encontrar algún espacio libre donde colocarnos para pasar desapercibidos entre la multitud.
Nos detuvimos en un espacioso sector disponible entre otras tres parejas y, cuando la profesora se percató de que estábamos relativamente preparados para comenzar, musitó unas inaudibles palabras a un hombre tras una computadora, quien se decidió a presionar unos cuantos botones del equipo que utilizaba.
Pronto la música invadió el todo el salón. La melodía del piano penetraba los oídos de los presentes, quienes no tardaron en romper el espacio personal de sus parejas para ponerse a danzar al ritmo del sonido.
Dejé de analizar mi entorno cuando el joven frente a mí actuó para robarse mi atención. No me quitó los ojos de encima cuando se inclinó para dedicarme una formal reverencia digna de la realeza.
—¿Me concede esta pieza, señorita Moore? —preguntó ofreciéndome su mano para que la tomase.
«Lo único que te concedo es una patada en los huevos».
—Por supuesto —me forcé a responder con clase.
En cuanto nuestras manos se encontraron, Félix le dio un suave tirón a mí brazo, haciendo que quedáramos a un suspiro de distancia. Me quedé tiesa al notar su proximidad, nuestras narices prácticamente se rozaban, e incluso podía inhalar su mentolado aliento a través de mis fosas nasales
La incomodidad se acrecentó cuando sentí uno de sus brazos rodear mi cintura. Con el otro acogió mi mano para guiarla en el baile y justo antes de comenzar a movernos, sostuvo mi mano libre para posicionarla sobre su hombro.
Empezamos a danzar como los demás y yo no tuve de otra que imitar lo que él hacía. Sus movimientos eran seguros y firmes, mientras que los míos eran tensos y torpes.
De hecho, estuve a punto de pisarlo en varias ocasiones -algunas adrede- pero él estaba demasiado centrado en congelarme con su fija mirada como para importarle. Esa atención que centraba en mi rostro y ojos me dejaba rígida en el lugar. Ya ni siquiera sabía si me estaba viendo el bigote, o si ese escrutinio poco sutil era parte de un oculto fetiche suyo, pero después de soportar unos minutos de ello, me rendí y bajé la mirada a mis zapatos.
Aquel movimiento pareció ser lo que necesitaba para salir de su trance y volver a actuar como el caballero que siempre aparentaba ser.
—No lo haces mal para ser tu primera vez —hizo platica, y yo casi estallo de la risa al notar el doble sentido de la oración. Tuve que contener las carcajadas.
—¿Se supone que eso es un halago?
—Mis pies están menos adolorido de lo que pensaba que estarían con todas tus pisadas, así que sí, se puede decir que es un halago —rió de su propia broma, mostrando su dentadura perfectamente blanquecina.
Conversábamos al tiempo que nuestros pies seguían moviéndose con agilidad. Incluso, de manera sorpresiva, Félix se separó momentáneamente, sin soltar mi mano, para luego tirar de ella y hacerme girar sobre mi propio eje hasta chocar con él. Sin querer quedé con una mano en su pecho, por lo que la quité casi por reflejo.
—¿Sabes que le sucedió a Nikolai? —indagó de forma "casual".
—Ni idea, pero dudo que haya faltado por alguna urgencia.
Era sincera. Con lo que conocía de él, sabía que los más probable era que se hubiese quedado dormido leyendo.
—Yo también lo dudo, es típico de él hacer esto.
—¿Siempre falta a todos sus compromisos?
Antes de oír su respuesta, tuvimos que silenciarnos, pues la señorita Griffin pasó por nuestro lado, deteniéndose unos segundos a corregir la posición de mis manos y la postura de mi espalda.
—A todos los que no le interesan, sí —comentó cuando la mujer se fue—. Es una mala costumbre que adoptó hace años. Si no le importa, simplemente no asiste.
Eso sonaba como él.
—Lo conoces bastante ¿eh? —inquirí con la intención de profundizar en ese hecho.
—Fuimos amigos por mucho tiempo, es normal que así sea.
—¿Ya no son amigos?
—¿Te parece que lo seamos?
—La verdad es que no —agaché la cabeza antes de soltar la siguiente pregunta—: ¿Por qué se distanciaron?
Se quedó callado por un instante. La mano que tenía en mi cintura se tensó, han igual que todo su cuerpo. Su mirada yació perdida entre la multitud, pero yo sabía que en realidad no los miraba. Estaba demasiado perdido en su mente como para hacerlo. Las memorias lo invadieron y, por la expresión que decoró su rostro, supe que no debían ser memorias felices.
Movió la cabeza con brusquedad para liberarse de aquel viaje astral, y tras hacerlo me miró con el ceño fruncido, como intentando recordar a que se había debido todo eso.
—La gente cambia, Rowan, y a veces no es para mejor.
Su extraña respuesta me dejó pensativa, ¿A qué se refería con eso? ¿Quién había cambiado? ¿Ellos o él?
Y la duda más intrigante: ¿Qué los había cambiado?
Estaba por hacer otra pregunta, cuando mi visa se cruzó con uno de los chicos que se había ganado lugar en mi Death Note personal. Ray.
Él se encontraba bailando con una chica a quien no reconocí, pero por la expresión de disgusto que se traía el británico, apostaba a que él no había escogido a ser su pareja. Ambos lucían como si no pudiesen esperar otro segundo a que se acabase ese martirio.
Más temprano que tarde, los ojos del pelinegro encontraron los míos observándolo, pero en vez de detenerse en ellos, se dirigieron con brusquedad a observar a mi acompañante. Frunció el ceño con recelo al ver que se trataba del mismísimo Félix.
Apretó la mandíbula con fuerza, y su expresión se torno en una completa de molestia.
—¡Cinco minutos de descanso y continuamos!
Como si estuviésemos en una competencia de quien se separaba más rápido de su pareja, yo me alejé de Félix tan deprisa como pude.
Tenía mucho que sopesar, y no podía concentrarme con él a mi lado, así que simplemente saqué la primera excusa que encontré bajo mi manga.
—Voy a por agua, estoy sedienta.
Me alejé antes de que se ofreciera a acompañarme. Pronto me encontré en una esquina del salón, alejada a la distancia perfecta como para observar al gentío.
Busqué con la mirada a ese pelinegro que tanto problema me causaba, y lo hallé aún parado en mitad de la pista, solo que ahora estaba solo, dedicándose a matar con los ojos al chico que se había ofrecido a ser mi pareja. Félix.
Por mi parte, toda yo estaba confundida.
¿Qué estaba sucediendo?
Acaso Ray estaba... ¿celoso?
No pude evitar emitir una risa ahogada al considerar esa ridícula idea. Era imposible.
Había algo ahí, pero definitivamente no se trataba de eso.
Me alerté al chocar mi mirada con la de Félix, sobre todo porque aquel vacío contacto insignificante, había sido interpretado por él como una invitación a seguirme.
El chico estaba abriéndose paso entre la multitud para llegar hasta mí. ¿Lo peor? Pues que Ray presenciaba todo aquello desde la lejanía con una mirada que inspiraba de todo menos amistad.
Mis ojos barajaban entre ambos chicos; uno con un semblante amable y el otro con todos los aires de psicópata asesino.
—Ten —tras llegar, el príncipe me ofreció una botella de agua—. Dijiste que estabas sedienta.
—¡Cierto! —la recibí tras recordar la excusa—. Lo estoy, muchas gracias.
Para que no sospechara, abrí la tapa y tomé un ligero traguito del refrescante líquido. Mientras hacía eso me entretuve viendo a Ray mirar a Félix con los puños apretados. Algo le estaba molestando, y os engañaría si dijese que no me entretenía la escena.
Ya no estaba solo. A su lado se encontraba el rubio mirando en la misma dirección que él, solo que con los ojos fijos en mí. Fue en ese instante, mientras nos mirábamos mutuamente, que Kayn me quiñó el ojo.
Lo hizo sin pudor alguno, tomándome completamente por sorpresa.
Antes de darme cuenta de ello, ya estaba siendo socorrida por Félix tras atragantarme con un sorbo de agua.
—¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —preguntó posando su mano en mi espalda.
—Si —tosí repetidas veces—. Si... estoy bien... tranquilo.
Pero no lo estaba.
¿Qué demonios estaba sucediendo en ese salón?
Por un lado, teníamos al psicópata de turno ojeando a su futura víctima, por otro, estaba un joven que actuaba con demasiada amabilidad como para ser considerado sano y, por último, estaba Kayn siendo, bueno... Kayn.
No sabía si se habían tomado una pastillita feliz antes del ensayo, o de si los tres se habían juntado para consumir hongos alucinógenos, pero más les valía explicarme pronto que mierda les estaba pasando.
¿Es que él baile los ponía de esa manera?
—¿Rowan? —pasó su mano frente a mi rostro para hacerme espabilar—. ¿Sigues allí?
—Perdona —volví a poner los pies en la Tierra— ¿Me decías?
—¿Ya tienes decidido que utilizarás para el baile?
—¿A poco debo utilizar algo especial?
Soltó una risa ronca ante la pregunta.
—Por reglamento tienes que asistir con un vestido formal —me explicó divertido—. ¿Tienes alguno?
—Por ahí debo encontrar algo que sirva —respondí serena, justo antes de percatarme de que Ray ya no estaba junto a Kayn. Había desaparecido.
Y no debía perderlo de vista.
Miré en todas direcciones, encontrándome con nada más que gente charlando mientras bebían sedientos de sus botellas. La profesora Griffin miraba con ansia su reloj a la espera de que el receso acabase, y supe que debía apresurarme a encontrar al chico antes de que eso sucediera.
Por fortuna, lo hallé subiendo las escaleras en dirección a la salida principal. Siguiendo mis instintos, me apresuré a seguirlo, no sin antes librarme del joven que tenía pegado como mosquito.
—Tanta agua me dio ganas de mear, vuelvo en un minuto.
Previo a que le diera tiempo de cuestionarme, me alejé de él para escabullirme entre la masa y lograr que me perdiera de vista. No fue difícil de conseguir, pues entre esa muchedumbre, era muy sencillo pasar desapercibido.
Agradecí que Ray estuviese subiendo las escaleras. Aquello me facilitaba la misión de dar con él.
Caminé a tal velocidad que casi se podía decir que estaba corriendo, pero era necesario, ya que el pelinegro se estaba aproximando cada vez más a la salida y temía perderlo de foco cuando saliera a la intemperie.
Abrió la pesada puerta justo al tiempo en el que yo llegaba al principio de los escalones. Comencé a subir de dos en dos, siempre manteniendo la debida cautela para evitar tropezar y llamar una innecesaria atención.
Empujando con todo mi peso, abrí la puerta principal solo para ser recibida por el clásico clima gélido de la zona. Pero por nada más. No había nadie fuera.
Ray había conseguido salir de la mira.
Pateé el suelo con enojo, sintiendo la vergüenza de mi fracaso recorrer todo mi torrente sanguíneo ¿Cómo es que ese idiota siempre parecía lograr salirse con la suya?
Miré a mi alrededor y, si exceptuábamos mi presencia, esa parte del campus se veía prácticamente desierta, cosa que me hizo preguntarme, ¿Cómo había escapado Ray?
Tendría que haber corrido a una velocidad semejante a la de Flash para poder desaparecer de allí de esa manera, pues no había rastro de él por ninguna parte.
De pronto, escuché desde fuera el grito de la profesora iniciando la segunda parte del ensayo. Ya era hora de que entrara.
Tenía mi mano en la puerta, cuando unos murmullos se hicieron oír en aquel silencioso ambiente exterior, deteniéndome. Agudicé mi oído para descubrir la proveniencia del ruido, y enarqué una ceja curiosa al darme cuenta de que venía de uno de los laterales del edificio.
Caminé en puntillas hasta llegar ahí, y una vez estuve posicionada en la esquina, me asomé cuidadosamente para poder ver de qué se trataba. Estuve a punto de dar un brinco de gloria al descubrirlo.
—Más te vale traer tu sucio culo de una vez aquí, ¿me oíste?
Lo que antes sonaba como un murmullo, ahora era todo menos eso.
Ray tenía el celular pegado a la oreja. Hablaba con alguien, o más bien, regañaba a alguien y, por las cosas que le decía, podía hacerme una idea de quien era el misterioso desconocido.
—Porque es tu jodido deber, pedazo de mierda.
Fuese quien fuese la persona del otro lado del teléfono, debía de estar temiendo por su vida en esos momentos.
—¿Estás seguro de eso? Porque si quieres te mando una foto de la bonita escena que están haciendo esos dos.
Por algún motivo, supe que se refería a mí y a Félix. Definitivamente debía de estar hablando con Nikolai.
—Bien, apresúrate —alejó el celular de su oreja, dando por finalizada la llamada.
Tenía mucho que pensar, pero ese no era el momento para hacerlo, pues Ray se acercaba en mi dirección.
Rápidamente, me adentré al edificio y bajé las escaleras justo a tiempo para meterme entre la multitud y pasar desapercibida para Ray. Para él, pero lamentablemente, no para Félix, quien sonrió al verme y me llevó a un lado de la pista para comenzar a bailar.
Así estuvimos una media hora. La profesora seguía paseándose para corregir a los estudiantes, mientras que yo solo deseaba que la tortura llegara a su fin. Félix me conversó todo el ensayo y, a pesar de que él solo buscaba ser amigable, juro que yo solo quería que se callara.
Agradecí a señorita Griffin cuando la música al fin cesó y tuvimos que separarnos. El ensayo había concluido y por suerte, la charla de Félix también.
—Cada día estoy más seguro de que la vida te odia —habló Clint cuando nos reunimos en medio del recinto.
—Y yo cada día estoy más segura de que mi suerte es una mierda ¡¿Qué jodido karma estaré pagando?!
—Si tu castigo fue bailar con Félix, haz de haber sido una asesina serial en otra vida, porque ese karma es definitivamente una mierda.
La gran mayoría de los alumnos ya se había marchado, y prácticamente solo quedamos nosotros junto a unos pocos más. La profesora esperaba con ansia a que todos abandonaran el lugar, por lo que eso hicimos. Emprendimos camino a la salida mientras hablábamos.
Estábamos llegando al final de los escalones cuando lo vi.
El maldito asno que había provocado todos los males de ese día.
—Tiene que ser una broma —me detuve en el lugar y Clint me imitó al ver donde se dirigían mis ojos.
Nikolai entraba como si nada. Como si no hubiese llegado dos horas tarde y como si no hubiese sido la principal razón por la cual me vi obligada a bailar con el príncipe del internado.
Tenía la mirada vacía, y eso no cambió cuando nuestros ojos se encontraron. Mantuvo las manos en los bolsillos de su desaliñado uniforme y no se molestó en apresurarse a dar explicaciones, simplemente se quedó quieto mirándome desde la cima de la escalera, casi como si esperara a que fuero yo a hacerle preguntas.
Pero esa vez no le daría el gusto.
Subí hasta llegar a él, y justo cuando se pensó que lo encararía por la tardanza, lo rodeé sin más y me dirigí a la salida con Clint a mi lado.
Observé de reojo como quedaba el idiota se quedaba con la palabra en la boca, pues no había actuado como se esperaba que hiciera. Fue a causa de eso que él se vio forzado a iniciar la conversación y no halló mejor forma de hacerlo que cruzarse en mi camino.
Casi choqué con su pecho al hacerlo, pero afortunadamente logré frenar antes de que ocurriera.
—Tenemos que hablar —sonó más como una orden que como una petición.
—Oh, ¿ahora te apetece hablar? —solté una pequeña carcajada carente de gracia—. Chistoso, realmente chistoso.
—Rowan...
—Que te quede una cosa en claro, Nikolai. Yo no soy ningún objeto para que me utilices cuando quieres y me deseches cuando no —expuse sonando tan dura como pude—. Si tu no quisiste asistir al ensayo, pues perfecto, pero no vengas a pedirme que te oiga, porque ahora soy yo quien no tiene interés en saber de ti..
Con una sonrisa de satisfacción en mí rostro, lo rodeé para largarme sin permitir que me contrargumentara. Tampoco es que haya intentado hacerlo, solo se quedó quieto en el lugar, mirándome de reojo para apreciar mi salida triunfal.
Alguien debería recordarme que las salidas triunfales no son algo que se me dé bien.
Justo cuando abría la puerta principal, la voz de una mujer me detuvo. La piel se me heló al reconocer de quien provenía.
—Señorita Moore, ¿A dónde cree que va? —vociferó la señorita Griffin—. Ustedes dos, vengan acá ahora mismo.
Miré a Clint en busca de ayuda, pero había poco que el pelirrojo pudiese hacer, así que solo permití que se fuera mientras yo enfrentaba lo que sea que tuviese que decirme la profesora.
Nikolai bajo las escaleras con un aire indiferente, demostrando lo poco que le importaba el posible regaño que estaba por recibir. Por otra parte, yo descendí lentamente, temerosa a ejecutar cualquier movimiento brusco o rápido, pues realmente no quería saber que estaba por decirme. No podía ser algo bueno.
—¿Cuál será su excusa esta vez, Bertozzi? —se burlo la mujer—. Vamos, hable, estoy interesada en saber que asombrosa aventura le impidió venir en esta ocasión.
—No hay excusa, solo me quedé dormido —levantó los hombros con simpleza.
Mi mirada barajaba entre ambas personas. Estaba comiéndome las uñas por lo nervios. No había manera de que la profesora reaccionara bien ante esa respuesta.
—¿Qué se quedó dormido? —repitió su respuesta con cierto tono cómico. Luego ese tono de torno en uno severo—: ¡¿Qué no se quedó dormido?! ¡¿Pero qué clase de excusa basura es esa?!
—Le dije que no era una excusa —dijo el castaño, dejando en claro las pocas ganas que tenía de seguir con vida.
El toro interior de la profesora debía de estar por estallar de la ira, eso se le notaba en el rostro. Parecía que en cualquier momento se lanzaría sobre Nikolai y lo ahorcaría del cuello hasta asfixiarlo.
Mientas tanto, el chico seguía tranquilo en su lugar, con las manos en los bolsillos y la cabeza en alto. Podían ser sus últimos segundos de vida y a él no le importaba. Tal vez porqué sabía que tenía la suerte de su lado.
—¿Todo anda bien por aquí? —el acento del director se oyó proveniente de la entrada. La mujer soltó un bufido cansino. Ya no podía asesinar a su víctima.
—No, señor director, no todo anda bien por aquí —espetó enrabiada—. Resulta que el estudiante Bertozzi y la jovencita Moore no han asistido hoy al ensayo que usted declaró como obligatorio.
—¿Qué? Pero si yo si asistí, baile con Félix, ¡Usted nos vio!
—Félix no es tu pareja designada y, como este ensayo oficial, se requirió explícitamente asistir con sus parejas asignadas. Eso cuenta como inasistencia.
—No es justo, ¿Qué culpa tengo yo de la insubordinación de mi compañero?
—Yo se lo expliqué, como pareja es su trabajo coordinase con él otro.
—Pero...
—La señorita Griffin está en lo cierto —el director la apoyó—. Ambos cometieron un grave acto de irresponsabilidad, faltándole el respeto no solo a la profesora, sino que también a todos sus compañeros que si se preocuparon de asistir como era debido. Por ello, ambos recibirán una sanción.
«Fantástico, otra más a la fila».
—Director, permítame sugerirle la inmediata suspensión de los alumnos al evento de este fin de semana —aconsejó la mujer—. Su falta de compromiso no ha de ser tolerada.
El hombre calló un segundo, considerando la idea de la intensa señora a su lado. Llegado ese punto, a mí ya me daba igual asistir o no, solo deseaba que se decidieran rápido y dejaran de hacerme perder el tiempo.
Noté que el director había tomado su decisión cuando se paró firme y negó con la cabeza.
—No lo creo —habló hacia la profesora—. Los alumnos deben asistir al evento, es reglamento.
—La puntualidad también esta en el reglamento, y aquí no se a cumplido, ¿Acaso va a permitir que estos jóvenes fallen a las reglas?
—Señorita Griffin ya es suficiente, gracias por su preocupación, pero yo me encargo desde aquí.
—Pero... —buscó interpelar, pero algo en la postura no verbal del hombre se lo impidió. Una sola mirada bastó para acallarla—. Si señor.
La fierecilla domada se retiró del salón haciendo pucheros cual niña pequeña.
—Nikolai, Rowan —nos miró a ambos—. Deberán practicar el baile por su cuenta. Para el Jueves me harán una demostración y no quiero que haya errores, debe ser perfecto, de lo contrario la suspensión escolar será una opción que consideraré y, señor Bertozzi, eso no es algo que le resulte conveniente a usted, ¿o sí?
El castaño le mantuvo la mirada desafiante durante unos segundos, pero luego agachó la cabeza, como si supiese que estaba en lo cierto y que no podía permitirse esa suspensión.
—Señor, el Jueves es mañana —señalé lo que para él era evidente.
—Exacto, así que no comprendo porque siguen perdiendo el tiempo allí parados, váyanse.
Tras musitar un "Si, director" al unísono, se nos permitió largarnos de una buena vez. El italiano trató de llegar a mí para hablar, pero se llevó la ignorada del siglo cuando le hice la ley del hielo y aceleré para que dejara de estorbar.
Suspiré aliviada cuando llegué a la sala común y comprobé que había dejado de seguirme. El alivio no prevaleció, pues en un solo pestañeo, ya podía divisar a Kayn y a Ray sentados en el sofá mientras charlaban.
«Definitivamente estos chicos son como las cucarachas; no se mueren, se multiplican»
Como si mi entrada hubiese sido anunciada por una campana, ambos alzaron la cabeza para mirarme, Kayn burlesco y Ray airoso. Pronto el británico volvió a los ojos a la pantalla de su celular, fingiendo desinterés, mientras que el alemán permaneció unos segundos más en su indiscreto escrutinio.
Decidí hacer lo que siempre hacía: ignorarlo.
Miré alrededor y me percaté de que la sala estaba bastante infestada de gente. Había personas viendo la televisión, otras jugando y otras comiendo. Parecía más un festival que un internado.
No prolongué mi estancia allí y me encaminé a mi habitación. Para ello tuve que cruzar frente al sofá donde descansaban mis "queridísimos amiguitos" y evidentemente no pasé inadvertida.
El primero en volver a centrar su atención en mí, fue el rubio, quien mandó una mirada sutil al bolso que me colgaba del hombro. Le interesaba lo que guardaba allí, pero aún no sabía si lo hacía lo suficiente como para arriesgarse a conseguirlo.
Quien sí estaba convencida que movería suelo y tierra para obtenerlo, era del pelinegro. Por ello enarqué una ceja cuando lo vi tan taciturno viendo su teléfono. Comenzaba a dudar sobre el éxito de mi plan. Necesitaba que Kayn le relatase lo visto la noche anterior, de lo contrario, todo se echaría a perder y...
No tuve que detenerme a pensar en esas consecuencias, porque justo en ese momento, observé a Kayn susurrarle algo en la oreja a su amigo, haciendo que inmediatamente levante la cabeza con intriga. Sus ojos se clavaron como flecha en mi bolso. Yo sonreí mientras pasaba de largo a la residencia femenina.
Sabía que Ray deseaba lo que había dentro de mi mochila, y eso lo hacía todo muy divertido. Él era como un perro ansioso, y yo era la única que tenía el juguete indicado para calmarlo. O al menos el juguete que él creí necesitar...
Más pronto que tarde él descubriría la verdad de esa llave y la falsedad de la computadora que custodiaba, pero para entonces, el tiempo ya estaría de mi lado.
***
Cualquier plan es susceptible al desastre, han igual que una sola carta puede desmoronar la más grande torre de naipes. Por eso siempre hay que tener todo calculado y jamás, JAMÁS subestimar al enemigo. Por suerte, eso era algo que ya había tomado en cuenta.
Todo ese día estuve alerta al más mínimo movimiento. Ray acababa de enterarse del escondite del señuelo, y sabía que haría lo que fuera para llegar a él. Énfasis en "LO QUE SEA".
Primeramente, lo vi adentrarse a la oficina de la señorita Stratford, y claro estaba que no era precisamente para una consulta psicológica. Al salir, no lucía derrotado por la decepción de retirarse con las manos vacías, es más, ya se lo esperaba.
Si su cerebro había hecho las conexiones correctas, él debía pensar que su computadora la estaba ocupando yo para inspeccionarla, y que volvería en la noche para ponerla devuelta en su escondite.
Parecíamos el juego del Gato y el Ratón, solo que, en este caso, el gato estaba en desventaja, ya que el ratón tenía aliados.
Tenía a Clint, pero en la situación de Ray, el parecía ser el único interesado de sus amigos en recuperar lo que teníamos y por ello se le complicaba conseguir la manera de encontrarnos con las manos en la masa, pues cuando me perseguía mí, yo le entregaba el aparato a Clint, y cuando perseguía a Clint, él me lo entregaba a mí. Así todo el tiempo.
De cierta forma era penoso. Él no tenía apoyo de nadie, ni siquiera de sus más cercanos.
No entendía el desinterés de Nikolai y Kayn por ayudar a su amigo, pero supuse que eso era solo otra pregunta que agregar al baúl de dudas sin respuestas.
Como sea, Ray luego buscó en el lugar más evidente de todos. Mi bolso.
Yo estaba en la biblioteca cuando sucedió. Se aprovechó de que abandone mis pertenencias en la mesa para intrusear. Fue de lo más chistoso observar desde lejos su desaliento cuando no halló más que una cajita de tampones.
Pero claro que la palabra "Rendirse" no estaba en su vocabulario.
Su siguiente movimiento fue infiltrarse nuevamente en mi habitación. Fue sencillo darme cuenta de ello. Desde que Jane se había cambiado de alcoba, era fácil percatarse cuando un tercero se metía donde no debía.
En esa ocasión Ray no dejó todo revuelto, seguramente porque sus intenciones eran diferentes que las de la última vez.
El día siguió su curso. Era pasada la tarde, cuando me tocaba prepararme para el entrenamiento de hockey, por lo que le entregué la averiada laptop a mi compañero para que se escondiera en la bodega de implementos deportivos. Ese era el único lugar relativamente seguro.
Ray todavía no lo había rastreado gracias a todas las medidas de precaución que el pelirrojo y yo habíamos tomado; siempre debíamos asegurarnos de no ser perseguidos ni observados.
Incluso llegamos a pensar en guardar el aparato allí, pero la idea fue descartada a penas el conserje se adentró al lugar. Él limpiaba con regularidad ahí, por lo que, si lo dejábamos pronto la encontraría y no podíamos arriesgarnos a algo como eso.
En el breve tiempo que estuvimos juntos, escuché con atención el relato de Clint, quien me contaba como el maniático británico se había metido en su habitación, e incluso había rebuscado en su casillero del camerino masculino.
Me causaba gracias todo aquel empeño que le ponía su búsqueda, sobre todo por que yo había puesto la llave donde jamás la encontraría.
La había lanzada por el inodoro.
—¡Las quiero en la cancha en cinco minutos! —exclamó la entrenadora.
Rápidamente, todas salieron del vestidor para acatar las órdenes de la profesora. Todas a excepción de mí, claro está.
Yo me quedé atándome los cordones de las zapatillas. Me daba verdadera pereza entrenar y por ello no tenía apuro alguno en dirigirme a la cancha. Pero se suponía que era mi deber.
Me levanté de la banca para guardar mi celular en mi casillero, y fue justo en ese momento cuando lo supe. Supe que sería lo siguiente que Ray haría.
Miré suspicaz el casillero.
Pronto indagaría en él.
***
Caminé acelerada, solo que no hacia donde se me esperaba, sino en dirección contraria.
Daba por hecho de que mi casillero sería el próximo objetivo de Ray, y que él aprovecharía que estaríamos en la practica de hockey para infiltrarse.
Pensar en ello solo me hizo avanzar con zancadas más largas. Era el momento ideal para ejecutar la siguiente fase de mi plan, y debía hacerlo cuanto antes.
Pateé con brusquedad la puerta al llegar. Clint dio un brinco de miedo por el estruendoso sonido de la puerta abriéndose. Casi se le sale el corazón del susto, pero se reincorporó de inmediato al ver que se trataba de mí.
—¡Por Dios! Esto ya se te está haciendo una muy mala costumbre, mujer —quejó desde su improvisado asiento sobre unas colchonetas—. Por cierto, ¿no se supone que deberías estar en tu entrenamiento?
—Debería, pero no lo estoy —aclaré, acelerada—. Necesito que me des la laptop.
Ni se inmutó por mi poco educada manera de pedírselo.
—Te la doy con gusto —me la tendió para que la recibiera—. Ya me aburrí de intentar repararla.
—¿Repararla? Pero si solo estuviste presionando una y otra vez el botón de encendido.
—¡Lo mismo! —chilló cuando desprecié su esfuerzo. Después pareció percatarse de mi actitud, porqué se decidió a indagar—. ¿Puedo saber que vas a hacer con eso?
Estaba por responder, cuando mi móvil vibró en el bolsillo de la mochila.
Número desconocido.
—¿Número desconocido? —chismoseo Clint—. Oh no, ¡Seguro que es el asesino de "Scream"!
Hice caso omiso de sus bromas y me puse el celular contra la oreja para contestar.
—¿Aló?
Silencio.
—¿Hola?
Nadie contestó.
Pensaba en colgar, cuando un repentino carraspeo se escuchó del otro lado de la línea.
—Soy yo.
La voz. El acento.
Ya sabía quién era.
—Rowan, quería hablarte de...
—¡Número equivocado! —exclamé para, acto seguido, cortar el teléfono y levantar la vista al pelirrojo que me miraba con una ceja enarcada.
—¿Acaso ese era...?
—No tengo tiempo para él —guardé con ansia el aparato en mi bolso—. Mejor dicho, no tengo tiempo para nada. Debo irme, adiós
—Pero ¿No vas a decirme que harás?
—¡Ya lo verás!
Cuidando la mochila como si yo fuera una pequeña mamá canguro, me encaminé hacia un sitio al que no había entrado en la vida, pero del que sin duda había oído hablar. Esa era una de las desventajas de la inmensidad del internado. Era tan grande que tomaría un año completo recorrer cada habitación de cada construcción del terreno, y aun así probablemente te quedarían zonas por descubrir. Pero supongo que ese era parte de su ostentoso encanto.
Todo el camino sentí la vibración del móvil en la espalda. El chico seguía marcando, y yo solo deseaba golpearlo con un palo en la cabeza para que comprendiera la indirecta. NO QUERÍA LIDEAR CON ÉL.
Ignorándolo, demoré más de lo pensado en llegar. Pero la ligera tardanza no era ningún inconveniente. El objetivo seguía en posición.
Me detuve junto a la puerta antes entrar y permitir que me vieran. Solté un largo suspiro y me decidí a alistarme, tanto mental como físicamente.
Vestía el uniforme deportivo, así que tuve que empeñarme en sacarle el máximo provecho. Me levanté la diminuta falda de manera que se me viera más alta e hiciera lucir mis piernas. Ajusté un poco la camiseta que traía y me arreglé el sostén deportivo para hacer lucir lo poco que tenía.
«Tienes un culo decente. Tienes un culo decente».
Me reiteré una y otra vez con la intención de reunir la confianza de que había perdido con el tiempo. Funcionó, pues tras invocarla, me sentí preparada para continuar con lo que proseguía.
Iba a entrar cuando...
El zumbido del teléfono volvió a desconcentrarme.
«Joder, que hombre más testarudo».
Pensé en responder la llamada y reclamarle, pero tras sopesarlo mejor, me decidí por simplemente apagar el celular y hacerle la ley del hielo.
Uno. Dos. Tres.
Di un paso al interior de la sala, convirtiéndome rápidamente en el foco de atención de los presentes. Los ojos de todos estaban sobre mí, observándome como si fuera una especie de marciano invadiendo su planeta oculto.
Y, pensándolo desde el punto de vista de esos tres chicos, tal vez lo era.
—¿Puedo ayudarte en algo? —se cruzó de brazos quien parecía ser el líder del trío.
Él, han igual que sus amigos, estaba sentado en el escritorio con la computadora enfrente. Debía utilizar eso a mi favor.
—La verdad es que sí —me senté sobre la esquina de su escritorio de manera coqueta—. Si puedes.
Sus compañeros me miraban estupefactos, mientras que él chico de cabello castaño liso que lo lideraba, no hizo más que mirarme de arriba abajo, despectivo.
—Se lo que intentas hacer, guapa —se puse de pie, demostrando que me ganaba algunos centímetros en altura—. Y déjame decirte que no funcionará.
Con él a esa distancia, me ocupé de detallarlo. Feo no era.
De hecho, iba al contrario del típico estereotipo de presidente del club de informática. Él no ocupaba lentes, tampoco tenía acné visible, ni frenillos en los dientes. Tenía facciones finas, nariz respingada y ojos café, de un tono más claro que los míos.
«¡Porqué todos es este internado son tan apuestos! ¿Es que acaso es un requisito para entrar?»
—¿Así? Pues explícame... —me acerqué aún más—. ¿Qué es lo que intento hacer?
Tendría pesadillas con lo humillante que me resultaba actuar de esa manera.
Aunque mis esfuerzos no parecían estar rindiendo frutos, pues él se lo tragaba ni en lo más mínimo.
—Tente un poco de respeto propio y vete de una vez. Aquí nadie va a hacerte ningún favor.
—La cara de tus amigos no dice lo mismo.
Miró a sus espaldas, solo para encontrarse con las embobadas caras de sus compañeros, quienes me admiraban embelesados.
—Si. Lastima que ellos no vayan a ayudarte a no ser que yo se los ordene —se mantuvo firme—. Podremos ser todo lo "nerd" que quieras, pero no permitimos que nadie se aproveche de nosotros.
Diablos. Ese chico estaba por arruinar el único plan que tenía. Debía hallar la forma de evitarlo.
—¿Van a dejar que él hable por ustedes? —me dirigí a los dos chicos, que casualmente eran gemelos—. ¿Acaso no tienen voz propia?
—Ya te dije que...
—Estoy hablando con ellos, no contigo, guapo —guiñé un ojo. Él rodó los suyos.
—¿Y bien? —volví a centrarme en los jóvenes.
Ambos me observaban a través del lente de sus anteojos y, tras mirarme como si nunca hubiesen visto a una mujer en su vida, el de la derecha le susurró algo a su hermano. No pude comprender lo que era, pero tampoco hizo falta que lo hiciera, pues pronto el de la izquierda habló.
—¿Qué necesitas?
—Me tienen que estar de coña —el líder sonó furioso—. ¿Es enserio? ¡Vamos, hombres! ¿Dónde quedó lo que practicamos?
Ese par intercambió miradas y ambos levantaron los hombros al mismo tiempo, indiferentes.
—¿Qué pasó con lo de no acceder a todo lo que diga alguien, solo porque es mujer? —ahora estaba frustrado.
Los dos volvieron a mirarse y a ejecutar el mismo movimiento con sincronía.
—No aplica para este caso —acotó uno de ellos—. Ella tiene bonitas piernas.
Ok, ese gratuito alago acababa de subir mi autoestima.
—Chicos... —el líder cuyo nombre todavía desconocía volvió a hablar, suplicante.
—Ya lo oíste —lo corté, para mirarlo socarrona—. Tengo bonitas piernas.
Con un notorio enfado, el chico volvió a tomar asiento frente a su computadora, decantándose por simplemente ignorar lo que los gemelos y yo hacíamos.
—¿Qué es lo que necesitas?
Me enfoqué para centrarme en el motivo por el que estaba ahí. Saqué la computadora de la mochila y se las tendí para que le echaran un ojo.
—Que buen equipo, ¿Es tuyo? —inquirió el que tenía un lunar distintivo cerca del labio.
—Digamos que sí... —no profundicé en ese hecho—. El problema es que se me cayó el otro día y ya no enciende.
—Debió de ser un fuerte golpe —comentó mientras de echaba un ojo.
—Uno muy fuerte —agregó el otro.
Los dejé unos minutos para que la revisaran. Me tenían comiéndome las uñas con las expresiones que hacían al observarla con detenimiento. Temía que el daño fuese irreversible.
—¿Creen que puedan repararlo? —inquirí ansiosa.
Como si fuese una costumbre de gemelos, los dos volvieron a mirarse antes de dar la respuesta, sonrientes.
—Claro —una sonrisa se dibujó en mi rostro. Era un alivio—. Solo hay que...
—Todos fuera de aquí.
Aquella grave voz proveniente de la entrada hizo que todos giráramos la cabeza para mirarlo.
—Ahora.
«La vida definitivamente me tiene mala»
Al apreciar de quien se trataba, mi primer instinto fue posarme frente a la mesa, de manera que mi cuerpo tapase el aparato que estaba encima. El líder fue el único que se fijó en ese gesto.
—Ahora —reiteró, Nikolai.
Lo más atemorizante de él, era que no gritaba, ni siquiera levantaba la voz. Lo decía calmado, y eso era sorprendentemente intimidante.
Los gemelos se pusieron de pie y abandonaron la sala tan rápido que cualquiera los habría confundido con atletas.
Por otro lado, el terco líder solo se quedó allí, de pie con los brazos cruzados.
—¿Quién te crees para venir acá a...? —se quedó a media frase cuando el italiano avanzó unos lentos pasos hacia él.
—Dije: ahora.
No sé si fue la manera en la que lo dijo, o si fue lo asesino de sus ojos color miel, pero eso fue suficiente para vencer la obstinación del joven frente a él.
Refunfuñando, el líder se acercó a la mesa frente a la cual yo estaba parada, y tomó su mochila para guardar sus cosas. Casi le reclamo cuando lo vi tomar la computadora que yo protegía, pero me calmé en cuanto me guiñó el ojo. No sabía si confiar o no, pero cualquier cosa era mejor que dejar que Nikolai la viera, así que lo dejé llevárselo.
Antes de salir, el chico se acercó a Nikolai. Era más bajo que él, pero aún así lo miró desafiante.
—Cualquier cosa, que sepas que hay cámaras de seguridad —señaló una de las esquinas.
Nikolai apretó con fuerza la mandíbula, mientras que yo fruncí el ceño por el comentario.
No pensaría que...
Solo me hizo falta recordar su reputación para entender a que se refería. Ya tenía sentido.
El chico se fue, dejándome solo con Nikolai y la incomodidad que siempre nos acompañaba. Solo faltaba nuestro fiel amigo, el silencio, para completar el grupo, pero lamentablemente, ese día no estaría presente, pues el italiano no había venido para estar callado. Tenía unas cuantas cosillas que decirme o reprenderme.
—¿Por qué ignoras mis llamadas?
—¿Llamadas? —fingí desconocimiento—. ¿Qué llamadas?
—Rowan... —sonó amenazante.
—Oh, te refieres a las llamadas de ese extraño número desconocido cuyo teléfono no tengo guardado porque el dueño se negó a dármelo —dije sarcástica—. ¿A poco ese eras tú?
—¿Crees que es chistoso?
—Naah, creo que es karma.
Se mordió el labio de una manera que no buscaba ser seductora, pero que, sin embargo, lo lograba exitosamente.
—No has respondido a mi pregunta.
—Te responderé con tus propias palabras —forcé una voz grave—: "Si no me encuentras es porque no quiero que me encuentres".
Sonrió por lo bajo.
—Es justo —asintió al hablar—. Pero ya fue suficiente juego por hoy, vamos.
Tomó mi mochila y se dirigió a la salida, dándome la espalda.
—¿Ir adonde? —me ignoró saliendo de la habitación—. Nikolai, ¿Ir adonde?
Antes de analizar mis acciones, ya me encontraba siguiéndolo hacía lo desconocido.
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