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Capítulo 7: Hijos del destino

HIJOS DE LA NOCHE

HIJOS DEL DESTINO

CAPÍTULO 7: HIJOS DEL DESTINO

Tiempo después

Aceptamos la mordida con la condición de recibirla después de acabar la licenciatura. No queríamos tirar por la borda todo nuestro esfuerzo en los últimos años y, sobre todo, necesitábamos procesar y aprender todo lo necesario de Abaddón y su gente antes de pasar el resto de nuestras vidas ahí.

Tía Iris, Karlav y Donovan hablaron con mi nana y con la señora Mendoza. Al comienzo, ellas parecieron tomarlos como locos y no hicieron nada más que seguirles el juego por unas semanas. Fue hasta casi un mes y medio después que confirmaron que no era ninguna broma.

—Pueden acompañarlos, si quieren —dijo Don. Siempre fue muy paciente y amable—. Los vampiros pueden ser transformados de dos maneras: la mordida y la flor purificadora. ¿No les gustaría...?

La manera en cómo se sonrieron entre ellas fue suficiente para saber lo que dirían.

—Sería hermoso —confesó güeli Lu. Era invierno, así que usaba un suéter de lana calentito que los reyes le regalaron—. Creo que hablo desde la perspectiva de cualquier abuela, o madre, al decir que desde el primer momento en que cargué a mi Denie supe que estaba destinado a cosas grandes.

» Mi adorada Estefanía nos había dejado. Éramos él y yo contra un hombre con el corazón roto y la mente corrompida por la tristeza y la rabia. Me prometí cuidarlo y educarlo como sabía que a mi hija le hubiera gustado. Fue casi como tener la oportunidad de volver a ser madre.

Su rostro tenía rastros y restos de los años difíciles que le tocó vivir. Había manchas y arrugas, labios finos y ojos sin el brillo jovial que tanto la caracterizaron, y por la cual yo la reconocería donde sea que fuera.

Los inicios de la artritis, la delgadez y la falta de un poco de cabello... La vejez, aunque notoria en su cuerpo, nunca fueron impedimento para estar junto a su nieto o para que volviera a dejar su vocación de enseñar a sus alumnos.

No quería escuchar algo así por parte de mi nana, no quería que me soltara por mucho que haya encontrado a una familia que estaba dispuesta a acompañarme.

Tendría a un hermano, a una tercera madre (porque ella siempre sería la segunda), tíos y primos. ¿Por qué no podía tenerla a ella también? ¿Por qué no aceptaban? ¿Por qué no veían que perderlas sería algo que nos dolería cada que la recordáramos?

Egoísta.

Eso dijo una vocecita en mi cabeza.

Cuando fue el turno de hablar de mi abuela, se me formó un nudo en la garganta y las manos, apoyadas en los hombros de Donovan y siendo acunadas por las de Gardenie, me empezaron a sudar. Era sudor frío, nervioso y ansioso.

—Sería hermoso —repitió. Sus ojos estaban fijos en los vampiros frente a ella—. Los vi crecer, pelearse, acompañarse y amarse. Vi a Edmund dejando de ser un niño competitivo cada que estaba junto a Gardenie, cómo reflejaba los valores que sus padres y yo le inculcamos, cuán amante de la literatura era y cómo afrontaba y aceptaba que sus miedos y pánicos son lo que lo hacen humano.

» Pasamos buenos momentos juntos todos, los cuatro. Fui testigo de cómo nuestra amistad pasó a sus madres y cómo ésta trascendió a ellos. No puedo estar más feliz, más orgullosa, por ver en lo que se han convertido.

Y, entonces, lo que sabíamos que vendría:

—Aun así, nuestro trabajo acaba aquí —prosiguió, tranquila—. Estamos satisfechas por lo que hemos hecho, en los hombrecitos en que se convirtieron y que atravesaron todas las dificultades que la vida les puso. Es hora de crecer y salir del nido, de demostrar cuán listos están para afrontar nuevos retos y cómo esparcirán ese amor a más personas.

Lloramos.

Claro que lloramos porque entendíamos a lo que se referían.

Era hora de seguir y forjar nuestros propios caminos. El destino sería el encargado de reunirnos en el futuro y nosotros éramos los que debíamos de centrarnos en vivir el presente, cuando todavía las teníamos con nosotros.

Así fue cómo, después de nuestra graduación, nos mudamos a Abaddón y ellas decidieron vivir juntas en Montemayor, dejándonos la otra casa para cuando fuéramos de visita. Eso pasó muchas veces, al igual que ellas nos visitaron.

Mareritt, como integrante activo del Gran Consejo y actual propietario del título Ojos de Dios, organizó una asamblea en su nombre. El propósito detrás fue avisar que ambas residencias fueron registradas en sus listas de propiedades.

—Para que su futuro incierto no sea el culpable de hacerlos perder sus recuerdos —explicó. Chase lo veía con mucho amor desde abajo del escenario—. Para que sigan intactos y protegidos.

Eso mismo hicieron con dos más en Colombres, la antigua de los Lynx y en donde los Maine vivieron unos meses. Les ayudaban a no olvidar sus raíces, sus comienzos.

También nos presentaron a los bebés de James y Scorpius. Ashton fue la más encantada con la noticia, diciendo que debería buscar trabajo pronto para comprarles un montón de regalos para su próximo cumpleaños.

—¡Son mis sobrinos, después de todo!

Iris le dio la razón y prometió ayudarla.

No creo que nadie, aparte de mí, haya notado la sonrisa enternecida que los reyes les dirigieron. No era igual a su tan mencionada y ansiada Crystal, era mejor. Era un signo de esperanza y un nuevo inicio para todos.

Gardenie encontró su vocación en Arca de Noé, como maestro auxiliar y alumno superior, después de pasar por una serie de pruebas que le pusieron YoungSoo y mamá Red (como me pidió que la llamara).

—En honor a los viejos tiempos —dijo el director del local. Su cabello estaba teñido de negro azulado—. Un pajarito me dijo que fuiste un gran auxiliante y yo mismo fui testigo de lo que podías hacer en tu vida pasada. En esta te presionaré y buscaré el doble de la perfección.

Yo también me inscribí en sus clases, con la diferencia de no pedir trabajo ahí. Fui entrevistado por los (Spinster) Craig, Dean y TaeYang, como asistente de organizador de eventos mientras ahorraba dinero para escribir y publicar mis propios manuscritos.

—Escribe nuestra historia —uno de ellos rio—. Una saga, ¿sabes? Hemos tenido muchas aventuras, como para que sea un simple libro.

Así fue cómo, en medio del polvo y el olor a cartón incrementado al doble por el olfato vampírico al que todavía no me acostumbraba, no creí que fuese mala idea.

Ese día estábamos en sus nuevas oficinas de Ocassus, redecorándolas bajo recomendación de Víctor y su maestro.

Hijos de la Noche —pensó en voz alta el otro con voz soñadora—. No lo sé, no soy bueno con los títulos. ¿Qué te parece?

Estuve a punto de responderles cuando oímos cómo alguien tocaba el cristal de la puerta de entrada, pese a que el letrerito avisaba que el local se encontraba cerrado.

Reconocí el latido del otro lado del vidrio, así que me apuré en ir a abrir.

La pareja comprendió al verme, así que lo dejaron pasar mientras seguían parloteando sobre los cientos de posibilidades que tenía, si decidía escribir sobre nosotros.

Denie estaba de pie en el marco de la puerta, divertido por lo poco que alcanzó a escuchar y luciendo más lindo que de costumbre con su chaquetita de lentejuelas y el cabello en un intento de estar peinado.

Me saludó con un beso.

—Me dejaron salir antes —avisó con una sonrisa—. ¿Estás listo o gustas que te espere?

Era nuestro tercer aniversario de noviazgo y habíamos planeado una cita agradable en casa, en Anemoi. El resto de la familia prometió mantenerse ocupada hasta entrada la noche para darnos oportunidad de estar solos, como se parecía hacer cada que era una fecha similar para cada relación.

Eché un vistazo a Dean, al que temía más ver molesto porque la mayor parte del tiempo sonreía. En el trabajo mantenía una expresión solemne.

—Mañana trabajarás una hora extra por irte temprano —fue su única indicación—. Y tenemos la fiesta de las hermanitas Méndez. No olvides recordarle a los de la florería que queremos flores que representen el cambio de juventud a adultez. ¡No siempre se cumplen 900 años!

Con una promesa de hacerlo antes de dormir, partimos en marcha a la central de transportación más cercana. Era donde los demonios y vampiros con esos poderes trabajaban y ayudaban a cruzar grandes distancias en segundos. No nos gustaba sentir como si nos aprovecháramos de Ryuu.

—Aira me platicó que Ash le robó un beso después de la presentación de ayer, en medio de la entrevista que saldrá mañana —contó Gardenie. Su mano derecha llevaba el anillo de promesa que le regalé durante el desayuno—. Estaba emocionada por su trabajo en la pista y ya sabes cómo es ella de efusiva.

Ellas decidieron ir paso a paso en su relación.

Ashton quería saborear cada parte de Abaddón, procesar la idea de tener una familia más grande de lo que alguna vez pudo imaginar y disfrutar de sus primeros años trabajando como periodista. Aira prometió esperarla y acompañarla en ese camino, en esa nueva vida que el destino que les daba la oportunidad de descubrir juntas.

El golpecito de una nariz húmeda en nuestras manos me hizo girar.

Uno de mis linces ronroneó y pasó entre nosotros.

—Akira no deja de seguirme —reprochó Denie. Era uno de mis animales protectores, espíritus que extendían mis poderes de protección a él y al resto del clan—. Piensa que no lo veo escondido entre los árboles y arbustos, ¡pero siempre deja su cola y sus orejas a la vista! No creo que sea bueno cazando.

Nunca le expliqué que lo hacía para no asustarlo, porque comprendía que no corría ningún peligro. Eran la representación de mi necesidad de cuidarlo, de los escombros que quedaban de nuestro pasado en la Era Oscura.

Él lo sabía, nuestro hilo rojo debía de comunicárselo cada que teníamos esa plática. Vibraba, bailaba y se reía a nuestro alrededor.

...

Nuestra cita constaba de la simpleza que nos caracterizaba: vestirnos bonito para hacer la cena juntos, ver películas, y pintar tazas de cerámicas y unos lienzos pequeños que conseguimos en el mercado.

Teníamos la promesa de ir al famoso y costoso restaurante que tanto le gustaba a Scorpius cuando cumpliéramos cinco años juntos. Mientras tanto, preferíamos disfrutar de la cotidianidad y de los momentos de paz en la casa, ahora que vivíamos con más gente y teníamos una vida más movida.

Estuvimos listos luego de poco más de dos horas de llegar.

Encendimos las velas aromáticas que me regaló por nuestro aniversario y acomodamos todo en nuestra recámara. La tabla de quesos y embutidos estaba al centro de la cama y la tarta de frutas la dejamos en una mesita de noche junto a sus platitos, para evitar que nada se cayera o rompiera.

La lasaña y sus guarniciones la hicimos siguiendo las recetas que nuestras abuelas nos enviaron días antes, así que olía a esas cenas en las que nos daban noticias importantes. Nos sorprendimos de no haber quemado nada.

Fue una velada agradable en la que nos pusimos al día con todo lo que nos encontrábamos haciendo en nuestros trabajos, de la exploración que hice con Chase en uno de los bosques de Levante y de cómo él presenció en persona la ocasión en que Ash hizo florecer la maleza con su don. Recordamos anécdotas de cuando éramos niños, cuándo nos dimos cuenta de que estábamos enamorados y cómo fue nuestro primer beso.

Vimos Titanic y Cuando Harry conoció a Sally, por recomendación de Víc y Don, entre las pláticas y cocinadas. Dejamos a medias La vida de Adèle, después de ponernos a investigar el detrás de cámaras (como solíamos hacer), y ni siquiera pasamos más allá de los primeros veinte minutos de Tres metros sobre el cielo.

—Es la peor cosa que he visto —no dudé en darle la razón a Gardenie.

Mejor pusimos música y continuamos hablando o quedándonos en silencio, mientras pintábamos la taza de cerámica que le obsequiaríamos al otro una vez la finalizáramos. Era algo que estaba de moda en las parejas de Abaddón, ¡había cafeterías así por todas partes!

Al igual que nuestra ropa, los mandiles que usamos para evitar mancharnos combinaban, pues eran los que Ethan e Iris usaban cuando intentaban cocinar juntos (ella le lavaba y pasaba los ingredientes, más bien).

El rojo de la tela resaltaba su piel y sus ojos.

—Creo que fue en mi fiesta de catorce años —hablábamos de cuándo imaginaba que inició a sentir algo por mí. Ya había contado esa historia muchas veces y yo la había oído; sin embargo, era de mis favoritas—. ¿Te acuerdas de ella? Era temática disco y usábamos trajes a juego porque fue lo que te pedí de regalo.

» Nos fuimos a la esquina más tranquila del jardín, lejos del ruido y de nuestros compañeros que jugaban futbol o bailaban canciones de ABBA. Me estabas contando de lo aburrido que te pareció Emma y cómo no le llegaba ni a los talones a Orgullo y prejuicio, tu ceño estaba fruncido y lucías molesto por la decepción que te llevaste.

—Lo estaba —cada que lo contaba, interrumpía en esa parte.

Él siempre reía, sin excepción.

Esa vez, su mejilla tenía una mancha seca de pintura amarilla y las tacitas se secaban en nuestro escritorio. La que me regaló tenía girasoles y un sol brillante; la suya, planetas y estrellas.

Una parte de nosotros.

—Te sentaste en tu silla favorita y, por primera vez, dejaste un pedacito para que me sentara contigo —continuó. Veíamos las calcamonías brillantes que pegamos en el techo—. A pesar de haber dormido ya en la misma cama en nuestras pijamadas, de abrazarnos cada que uno lo necesitaba o comido en la misma mesa, en sillas vecinas, nunca me habías dejado estar tan cerca sin motivo.

» Nuestras manos y nuestras rodillas rozaban. Tú no parecías darte cuenta o querías hacerlo menos obvio, siguiendo la plática, porque pensabas que me incomodarías. Mi corazón iba a salírseme del pecho, ¡lo juro!

» Esa noche, cuando todos se fueron y te quedaste a dormir, dibujaste encima de mis cicatrices más visibles. En esos años solíamos tener la conversación sobre cómo no te gustaban, que te dolían verlas porque pensabas que pudiste haber hecho más para evitarlas.

» "Me has ayudado a cargar con ellas, incluso antes de tenerlas" te dije y seguiste dibujando. Descubriste que unas hacían la constelación de Casiopea en mi brazo y otras la de Escorpio en mi espalda, si las juntabas con mis lunares.

» Las besaste después de eso. Y mi mundo entero tembló, colapsó, con el roce de tus labios.

En algunas ocasiones, cambiaba frases, como hizo esa vez que agregó unas palabras diferentes. Me gustaba hallar esas diferencias, tan pequeñas y simples, que no hacían más que enamorarme más. Era un juego nuestro que nadie más sabía.

—Estás haciendo eso, de nuevo —señaló, al sentir mi mirada sobre él.

El "ojo de la verdad", como le llamó Donovan a mi poder principal, era una habilidad que me permitía ver cada que alguien mentía. Era brillante y azul, como un zafiro.

Gardenie alegaba muy seguido con que yo parecía querer aplicarlo en él cada que lo veía "con intensidad", a palabras suyas. Él estaba más que enterado que nunca necesitaría algo tan mundano para saber que decía la verdad, no cuando lo conocía tan bien como me conocía a mí mismo.

Soltó un reproche cuando besé sus labios, seguido de una risita.

No necesitaba de un don o algo mágico para pensar en él. Para demostrarle que la vida me había dado la oportunidad de presumir que había conocido cada faceta suya, o para dejarle en claro que cada momento juntos era atesorado por mi corazón y mi mente.

Él lo sabía.

Sabía que amaba esa sonrisa burlona que me regalaba cada que perdía en una apuesta, la mirada retadora que me dirigía cada que estábamos a solas, la sensación de sus labios blandos y cálidos sobre los míos, y cómo sus manos frías recorrían mi cuerpo caliente por debajo de la ropa.

Reconocía los escalofríos por los que me hacía pasar su voz encantadora, las vibraciones que su risa causaba en mí, las ansias que me recorrían cada que susurraba algo nada más para mí y el fuego que encendía en mi pecho con sus gemidos queditos contra mi oreja.

Amaba tanto como yo el juego por el poder, los jadeos perdidos entre las sábanas y el tirón en ese lazo ya visible que nos unía y pedía aquí, ahora, aquí, hazlo ahora.

Recogió las lágrimas y se adueñó del dolor con sus besos.

Y, entonces, el ardor punzante que conocimos por primera vez.

...

Vueltas.

Todo da vueltas.

¿Qué es esto?

Gardenie... Tú...

¿Estás aquí?

Edmund... Yo...

Te siento.

Y soy...

Somos...

Soy Konrad Brandt.

Soy Aylan Neumann.

Estoy confundido.

Mi pecho quema.

La desesperación se había apoderado de mí y no sé qué hice hasta que veo al hombre muerto a mis pies.

Fuchs, resonó en lo profundo de los recuerdos.

Te tocó sin tu permiso, te asustó.

Te hizo gritar hasta quedarte sin voz, hasta dejarte temblando de miedo y pánico.

Engel está a un lado mío.

No lo conozco mucho.

Ambos sabemos que este secreto nos llevará a la muerte tarde o temprano si nos descubren. Nos harán pagar por nuestros pecados. Y nada nos aseguraba que esto resultara bien, que nuestro rayo de luz esté mejor con ellos de lo que podría estar a nuestro lado.

Los ojos de la mujer que llevamos brillaron, escarlata y salvajes.

No podemos actuar como moralistas, no en medio de esta guerra.

Te veo a ti, al joven de cabellera oscura y mirada perdida. No te reconozco en medio del reciente trauma y de lo que parecía ser una transformación que te robaba el aliento.

Estás asustado y lloras.

No sé qué hacer cuando alguien llora.

Eres hermoso. El hombre más bello que haya visto y con una sonrisa que se puede encargar de iluminar a una habitación entera, sí.

Tus mejillas rojas por el frío y la vergüenza cuando nuestras miradas se encontraban en medio del campo nunca se borrarían de mi memoria.

Yo no puedo.

No puedo mantener ese brillo.

No aquí.

—Tenemos que irnos —dice la muchacha.

Ella nos ve.

Siento su mirada recorriéndonos el uno al otro y creo que sabe. Sabe lo que está pasando por mi cabeza en ese instante, ya que su expresión duda y parece sentir un poco de pena.

Sabe que estoy corrompido, que no puedo acompañarlos aún si lo deseara con todas mis fuerzas. Hay sangre en mis manos, gritos de inocentes que mi equipo se ganó a lo largo de la guerra y no sé otra cosa que no sea liderar al ejército de la muerte.

No te sé amar.

No soy el correcto.

No ahora.

No puedo hacerlo.

No es... No puedo...

Me duele.

Lo oculto.

No puedo reflejar debilidad.

Nos reencontraremos.

Nos volveremos a ver.

El destino nos unió una vez.

El destino nos unirá de nuevo.

...

Soy Edmund Quiroga.

Soy Gardenie Eragon.

¿Me percibes?

Tú eres...

Oh.

Eres suave y cálido.

Y tú...

Acogedor y ensoñador.

Soy Hayden Lynx.

Soy Aylan Ainsworth.

Es una de esas noches en las que te cuelas a mi habitación. En muchas no hablamos; en otras, sí.

Me gusta dormir de cucharita contigo, inclusive si es algo de lo que no me doy cuenta nunca. Tú sí lo sabes y te lo guardas para ti mismo, para ser la cucharita pequeña o grande cuando sea necesario.

Tus ojos brillan en medio de la oscuridad.

Son anaranjados.

Me dan miedo y, a la vez, me fascinan.

Todavía no logro procesar del todo que mi novio sea un vampiro, que las criaturas de la noche no sean los monstruos que las culturas y mitologías se encargaron de esparcir.

Entrelazas nuestras manos. Tus dedos delgados juegan con los míos y los besas.

Siento tus colmillos rozar con mi piel y me estremezco.

Azul y gris.

Éramos azul y gris.

¿Lo recuerdas?

Cuando nos conocimos...

Y ahora vibro por ti.

Bailo y canto por ti.

Me gusta sentirte en mi cabeza.

Es una voz tenue. Ryuu dice que debe ser porque no soy vampiro.

No importa.

Con esas pequeñas muestras de tu amor es suficiente.

—¿Te acuerdas de nuestro primer beso? —Susurras. Tarareas la melodía de Electric Love y sueltas una risa soñadora—. ¿Te acuerdas de cómo se había ido la luz y estabas asustado porque no querías sufrir por el calor al dormir?

La escena aparece como un vídeo a blanco y negro.

En ese instante, dimensiono cuán feliz soy a tu lado.

—Fui yo —te oyes avergonzado—. Mi poder hizo un corto. No pude evitarlo, me estaba divirtiendo mucho. No eres consciente de lo que provocas en mí, no todavía. Nadie había logrado tener ese impacto en mí.

Y yo me siento orgulloso.

Soy el único que puede lograr algo así en ti.

Te beso.

Y, ah...

Eres fresas y cerezas, vainilla y coco, suave y cálido.

Das una mordida a mi labio inferior.

Soy fresas y uvas, gardenias y naranja, acogedor y ensoñador.

Ambos formamos hogar.

Me perteneces como yo te pertenezco.

Mi corazón duele tan bien.

Y yo te amo.

Te amo tan mal.

Nunca es suficiente.

...

Soy Edmund Quiroga.

Soy Gardenie Eragon.

Y somos... Somos...

Somos Hayden Lynx.

Hay alguien más.

Es una mujer pelirroja y ojos verdes. Se parece a Ashton, tiene la misma mirada y desprende el mismo aroma a roble y magnolias que ella.

Es Crystal Lawson.

Está hablando sobre los cambios y dice que, a veces, son buenos y necesarios.

—Quiero cambiar —dice. Su voz tiembla—. No pienso que sea lo mejor y, a la vez, creo que debo hacerlo.

Los cambios son dolorosos.

A mí,

Edmund...

No me gustan mucho.

Ahora lo entiendo.

—Si consideras que es lo correcto para ti, entonces hazlo —decimos. Estamos sudando y creemos que ella puede escuchar lo veloz de nuestros latidos, ansiosos y nerviosos—. Confío en tus decisiones. Eres mayor que yo por demasiados años. Eres lo suficiente madura para saber qué hacer.

Hablamos sobre cómo esto puede ser un error y de cómo la edad no importa. La gente puede cometer equivocaciones y aprender de ellas a los diez, veinte, cincuenta, cien... A los cuantos años que sean.

Está cansada.

Se oye y se siente en su voz.

Nos da pena.

No sabemos qué hacer para evitarlo.

No podemos cambiarlo.

Nos abrazamos y susurramos cosas que no podemos oír.

Crystal y Hayden...

Son cosas de ellos.

—Encuéntrame —rogó—. Pase lo que pase, encuéntrame y perdóname.

...

Soy Edmund Quiroga.

Soy Gardenie Eragon.

Somos... Somos... Somos...

Eres Gardenie Eragon.

Eres Edmund Quiroga.

Somos nosotros.

Somos hijos del destino.

Hay sudor.

Tu cuerpo arde, quema.

Tu cara está roja y tus labios entreabiertos.

Jadeas.

Es Año Nuevo y es nuestra primera vez. Hay gente en la calle festejando con luces de bengala, nuestras abuelas ríen a carcajadas con una vecina y las casas están decoradas con motivos navideños.

El reflejo de las luces entra por la ventana y atraviesa las cortinas.

Tu rostro está iluminado en medio de la oscuridad.

Te estremeces cuando me inclino a besar el lunar de tu cuello.

Quiero ser tuyo.

Quiero que seas mío.

Quiero que me hagas.

Quiero que me deshagas.

Hazlo.

Hazlo ahora.

Enciéndeme.

Ahógame en tu amor.

Te amo.

En ese momento lo sé.

Lo confirmo.

Me aferro a eso y a los besos en medio del desastre que somos.

Hay una canción de fondo. Es nuestra favorita.

Expresa cómo quiero ser tuyo, ser tuyo, ser tuyo.

Eres mío.

Tus labios me recuerdan a jugo de fresa y vodka, vainilla y coco, cautivador y determinante. Es una combinación que nunca olvidaré, se queda tatuada en mí como tus manos aferrándose a mi espalda.

Secrets I have held in my heart

Are harder to hide than I thought

Maybe I just wanna be yours

I wanna be yours, I wanna be yours

Jugo de uva y vodka, gardenias y naranja, embriagador y ardiente.

Lo sé.

Me lo has dicho antes, que siempre que te beso piensas en aquella noche. Cada que lo recuerdo, la idea me vuelve loco.

No tienes idea de lo enamorado que estoy, de cómo mi corazón no hace más que decir tu nombre en cada latido y no sé cómo hacértelo saber con palabras. Aún sin estar presente, lo estás en mi mente y en mi pecho.

Eres mi mejor amigo, mi amor y mi persona favorita.

Eres mi hogar.

Lo siento cerca.

Tú también lo haces.

Ámame.

Ámame tan mal.

Di mi nombre.

Aduéñate de mí.

Gimes mi nombre.

Yo gimo tu apodo.

Tu sonrisa se pierde en el beso que te doy porque todo es demasiado y no sé cómo reflejar la emoción que me invade. No hallo cómo expresarte que quiero darte el mundo que mereces y que no te preocupes por el pasado. Que eres querido y amado.

...

Volvimos a ser nosotros.

Estamos en el presente.

Sus grandes ojos me ven con incredulidad y ternura.

—Eres querido y amado —repitió.

Mis ojos pesaban cuando por fin pude enfocarlo.

La información fue demasiada.

—Tú también eres querido y amado.

Me hizo y deshizo.

Me rompió y me unió.

Tarareé de felicidad y lo atraje a mí, abrazándolo y besándolo una vez más.

Me encontraba alucinando, perdiéndome en él.

Ámame.

Ámame tan mal.

Di mi nombre.

Aduéñate de mí.

—Edmund.

—Gardenie.

Si nuestro destino siempre sería empezar como desconocidos, entonces era algo a lo que me sacrificaría cuantas veces sean necesarias con tal de enamorarme una y otra vez de él. De esa sonrisa, esa mirada y ese tacto.

Gardenie era el sueño del que no estaba dispuesto a despertar jamás y el amor al que nunca soltaría.

FIN. 

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