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Capítulo 5: Universo

HIJOS DE LA NOCHE

HIJOS DEL DESTINO

CAPÍTULO 5: UNIVERSO

En la actualidad

Nos comenzó a gustar vestir combinados desde que empezamos a dimensionar la importancia de algunas salidas, cuando dejamos de lado la simpleza de los cumpleaños en salones temáticos y las cenas navideñas, o Año Nuevo, en las que nos juntábamos a comer en el patio con otros vecinos.

Ese era un día importante para Caín y Eclipse, así que era importante para nosotros también.

Unos minutos antes de la hora acordada en la que Aira, sus primos y Ashton vendrían por nosotros, Gardenie y yo ya nos reunimos en el jardín delantero de mi casa. Nuestras abuelas nos habían tomado fotos, como siempre hacían antes de darnos permiso para irnos, y salieron a hacer el mandado de la semana juntas.

Nos inspiramos en un conjunto que encontramos en línea, mismo que a su vez decía basarse en "prendas clásicas" de la década de los noventa. Ni siquiera comprobamos si era cierto, nada más queríamos vernos bien.

Él llevaba una camiseta blanca y sin estampado fajada con un cinto para sujetar sus jeans rotos, al igual que una camisa de cuadros desabotonada que tomó de mi clóset por si le daba frío en la cafetería.

—Los accesorios hacen la diferencia —se decía a sí mismo en cada salida, cuando nos arreglábamos juntos.

Esa vez lo comentó mientras se intentaba peinar frente a mi espejo, luego de señalarme qué anillos podía combinar para terminar. Mis jeans eran iguales a los suyos. No supimos quién los compró antes en las rebajas de Guess.

—¿Estás ansioso? —Preguntó.

—Tengo calor —evadí.

Rio.

—¿Seguro?

Si bien es cierto que el viento veraniego en Montemayor era caliente, incluso durante la noche, la verdad era que sí estaba un poco ansioso por el gentío que habría al llegar. De las personas desconocidas con las que tendría que convivir.

Las manos me sudaban y mis piernas temblaban, estando sentado en mi silla para jardín favorita. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces en las que me había acomodado las mangas arremangadas de mi camisa y de cuántas buganvilias del árbol de la señora Mendoza habían caído de nuestro lado.

Lo único que me tranquilizaba y animaba, aparte de la presencia de mis amigos y el hecho de ver a Eclipse tocar en vivo, era que podría pedir un frappé de taro y algún pastel o bocadillo.

—Si no te sientes cómodo después de un rato —volvió a hablar. Él estaba sentado en uno de mis reposabrazos—, me dices y nos cambiamos de mesa o salimos. No creo que se enojen.

Apoyó sus manos sobre mis rodillas.

Dejé de mover mis piernas. No me había dado cuenta de cuándo inicié a moverlas, ni del pequeño dolor que recién aparecía.

Besó mi mejilla y sonrió, una vez contó con mi atención.

—O podemos irnos, en el peor de los casos —agregó.

Me pregunté si alguna vez podría explicarle con palabras la calidez que invadía mi pecho, cada que confirmaba que su amor brillaba más fuerte que el de cualquiera. Que era Él, que nunca habría nadie más.

Justo en ese momento, una Chevrolet Suburban roja se detuvo enfrente de la residencia. No sabía tanto de marcas y modelos, así que desconocí el año. No me interesaban mucho, más allá de saber si los asientos eran cómodos para viajes largos.

De la parte de atrás, salió Ashton de un salto, desacostumbrada a los vehículos tan altos y grandes. Aira la imitó y, desde la parte delantera iluminada por las luces, un muchacho rubio y un azabache nos saludaron.

Suspiré.

Gardenie entrelazó nuestros dedos meñiques y me condujo afuera, habiendo revisado que todo estuviera cerrado en la casa.

—Me di un madrazo en la pierna cuando recién intenté subirme, así que tengan cuidado —indicó Ash, tras abrazarnos. Llevaba el lindo vestido blanco de verano que le regaló mi nana—. Me alegra que hayan podido organizarse entre sus pendientes. Los maestros se emocionan en las primeras semanas.

—No podíamos faltar —aclaró Denie—. Caín es casi tan amigo nuestro como tuyo.

Fue el único en saludar de beso a Aira, acostumbrado al contacto físico que todos parecían adorar y que descubrí cuando recién entré a la universidad.

Ella me entendió y se limitó a extenderme el puño. Las joyas de nuestros anillos chocaron y produjeron un sonido chistoso.

Estuvo bien.

—Me gusta cómo se ven —dijo entonces. Fue le encargada de bajar los asientos del medio—. ¿No tienen problema con ir atrás? ¿O prefieren que cambiemos lugares? Les juro que le doy un golpe a Chase si maneja mal y hace que se mareen.

El tal Chase, el azabache que parecía haber estado más entretenido en recibir cariños de su pareja, se quejó y alegó que era un buen conductor, que no era su culpa que la gente de Montemayor no respetara las señales de tráfico.

Lucían amigables y chistosos. Eso me relajó.

Estaré bien.

Estaremos bien.

Nos sentamos en la parte de atrás con cuidado de no golpearnos con nada, bajo una nueva advertencia de Ash.

La camioneta olía a limón y a recién lavada, y tenía un adorno de El Principito colgado en el espejo retrovisor.

Los desconocidos se presentaron.

Mareritt Maine, o Mar.

Chase Spinster, o Chefcito.

Eran pareja desde hacía unos años y también habían venido de intercambio para continuar con sus estudios, economía y composición y arreglos musicales.

—No podía desaprovechar la oportunidad de ver por mi cuenta lo que hace una banda de mi facultad —explicó Chase, siguiendo la dirección que el GPS le dictaba. Él casi no tenía acento—. Así se aprende mejor, "de primera mano" y así.

Me dio confianza, se veía mayor que nosotros y conocedor de lo que hablaba.

—Es vocalista de su propio grupo —explicó Mareritt, avergonzándolo un poco—. Son muy buenos. Es más, ¡los mejores de donde venimos! Y no lo digo porque sea mi novio. Mucha gente está de acuerdo.

Durante todo el camino, hablaron más de lo que aparentaban.

Pensé que lo hicieron para que nos cayeran bien y viéramos que eran buenos tipos.

Lo lograron.

Algo en ellos, igual que con Aira, se me hizo familiar, incluso sin conocerlos.

...

El centro era nuestro lugar favorito de todo Montemayor.

Para Gardenie y para mí, nuestras mejores salidas eran aquellas en las que caminábamos por el Paseo Santa Lucía, un lago artificial que atravesaba varios kilómetros de la ciudad y al que muchas veces recorrimos en lancha, y terminábamos pasando la tarde en uno de sus museos o cenando en una de nuestras cafeterías favoritas.

Adorábamos recorrer las tiendas, perdiéndonos en ofertas y promociones en las que muchas veces caíamos. Era agradable y, a pesar de la inseguridad que había durante las noches en algunas zonas, la mayor parte del tiempo era tranquilo.

La mejor parte de ahí, por otro lado, era el Barrio Antiguo. Se trataba del centro histórico, con callejuelas empedradas y empinadas y una arquitectura coloquial que volvía locos a los turistas y a las quinceañeras. Ashton amaba ir a las tiendas esotéricas a comprarse cuarzos, velas aromáticas, a que le leyeran las cartas o a adquirir las suyas propias.

—¡Ahí es donde compré nuestros aretes! —Le señaló por el cristal de la ventana a Aira, de hecho—. Son de cuarzo rosa. Cuando quieras, puedo traerte. No soy la mejor con las indicaciones, pero no es nada que no podamos solucionar preguntando.

Hasta ese instante, nadie se había dado cuenta de sus joyas iguales y de las que parecían estar encantadas de compartir.

Les recomendé que dejáramos la camioneta un par de calles, lejos del local. Habría un montón de gente debido a las terrazas y los restaurantes nocturnos que solían abrir a esas horas.

—Haz lo que te dice —le indicó Aira al conductor—. Es de tía Iris y no quiero que la rayen unos borrachos. No soportaré el regaño de mamá.

—Iris no me regañaría si...

—Haz lo que te dice y no pelees —lo interrumpió Mar, regañándolo.

Chase hizo lo que se le pidió sin rechistar.

Denie y yo no pudimos contener la risa.

Parecía un perrito amaestrado.

—¿Viste? —Susurró Gardenie, apoyándose en mí para bajar con cuidado—. No son malos. Hay que tenerle más fe a Ash y a sus amistades.

Eso era un poco complicado. Más allá de mi situación con respecto a la incomodidad de estar rodeado de muchísima gente, y del desgaste que sufría cada que me forzaba a tener una energía atípica en mí por seguir a la mayoría, nuestra amiga ya nos había presentado a varias personas que no me agradaban.

—Son conexiones —aclaró cuando le dije que sus conversaciones eran muy banales y aburridas—. Hay muy poca gente en mi carrera, debo llevarme bien con todos en caso de necesitar un favor. Te avisaré con tiempo cuando esté con ellos para que no te los topes y te sientas mal, ¡te lo juro!

Y eso hacía, siempre.

—Tony nos dijo de cómo no te gusta el gentío y el exceso de ruido —dijo Mareritt, de hecho. Íbamos en grupos de tres para no estorbar el paso de otros—. Si te desesperas, dímelo. Yo le diré a Cheese y podemos ir a otro lugar más calmado. El punto es que todos disfrutemos la salida.

A diferencia de lo que imaginé, descubrir que Ashton les contó eso, no me molestó y me hizo apreciar más su presencia. Aparte de mis tres amigos, no recordaba haberme topado con personas tan consideradas y de nuestra edad.

—Siento que me investigaron para caerme bien —admití.

—¿Investigar? —Repitió, riendo—. A lo mejor, un poco. ¿Lo hicimos bien?

Me giré a ver a Gardenie. Se sujetaba de mi brazo, como acostumbraba cada que íbamos a Barrio Antiguo, para no caerse o perderse.

Se sonrojó cuando me descubrió viéndolo, ajeno a la conversación.

—¿Qué? —Balbuceó, avergonzado.

—¿Te están cayendo bien? —Quise saber, era lo importante.

—¿A ti?

—Sí —asentí. Por el momento, no había nada malo–. Eso creo.

—A mí también —confirmó con un gesto afirmativo.

No había nada más que decir.

—Lo hicieron bien —respondí a Mar.

Sonrió.

Tenía rasgos delicados y finos, como los de un hada, y un aura resplandeciente que inspiraba cierta grandeza y una belleza reconfortante, como lo que me transmitía ver las ediciones de colección de mis libros favoritos.

Traía una camisa de manga obispo y de color metálico. Su tela semitransparente dejaba a la vista un tatuaje en sus costillas, un dragón comiéndose su propia cola.

—Es el emblema de nuestra familia —dijo, al notarme curioso. Señaló con el mentón a Chase, que caminaba frente de nosotros y junto a las otras—. Él también lo tiene. Es nuestro líder.

Denie y yo intercambiamos miradas, confundidos.

—¿Aira también lo tiene? —Pregunté, curioso.

—No —se encogió de hombros—. Ella es de otra familia, así que tiene otro símbolo. El trisquel. Nosotros dos y nuestras mamás, en cambio, tenemos uno de una flecha con florecitas. Los Maine éramos cazadores.

Me gustaban los tatuajes.

Siempre quise uno combinado con Gardenie, algo pequeñito y significativo que nada más entendiéramos los dos.

El Café del Gato estaba lleno cuando llegamos. Conseguimos una buena mesa porque Caín se encargó de separarnos lugares, lo suficiente lejos para que el ruido no nos molestara y lo suficiente cerca para verlos sin problemas.

La cafetería tenía una temática esotérica y de plantas, no por nada era de las favoritas de Ashton. Leían las cartas todos los martes por la tarde, los jueves iba gente a recitar poemas, los sábados eran de música en vivo y el primer viernes de cada mes hacían un evento musical, más que nada competencias o demostraciones.

Pedí mi tan esperado frappé de taro y una rebanada de pastel de zanahoria, bajo la promesa de todos compartir nuestros postres. Pese a que no me gustara tanto lo dulce, los postres que preparaban ahí no tenían mucha azúcar, así que estaba emocionado por probar lo que pidieran los demás.

—Me gusta demasiado cocinar —confesó Chase, al verme casi bailar de entusiasmo con la idea de probar mi bebida—. Cuando quieras, te paso algunas recetas para que no tengas que gastar tanto.

Estuve a punto de agradecer cuando Aira me interrumpió, fingiendo sarcasmo.

—¿Y qué te hace pensar que no prefiere gastar dinero en algo ya listo para consumir, antes que en ingredientes y tiempo?

—Desde que iniciaste a estudiar mercadotecnia no dejas de ser insoportable —le respondió en el mismo tono—. Deberías de pensar en los pequeños productores, en vez de apoyar a las grandes cadenas.

Parecía una discusión ensayada, algo de lo que ya habían hablado y que parecía divertirles demasiado.

La guerra de bandas empezó pocos minutos después de haber recibido nuestros pedidos. Había diez grupos inscritos con cinco canciones cada uno y el ganador sería elegido por la dueña del lugar, una cantante que saltó a la fama gracias a las redes y el encargado de la gestión de artistas de una pequeña disquera.

El público se comportó mucho mejor de lo que esperé. Todos estaban interesados en escuchar y, a menos de que la banda tuviera algunos fans, no había muchos gritos entre cada presentación. Los más emocionados se paraban de su asiento e iban a bailar en pareja a otro extremo del local.

Los de Eclipse eran los sextos, así que estuvieron en nuestra mesa mientras tanto.

—¡Él es un aficionado de la música! —me agregó Caín a su conversación con Chase, tirando de mi cuello para que me acercara a ellos—. Deberías ver sus listas de canciones.

—¿En serio? —Su interés lució genuino.

—Tiene una cuenta dedicada a recomendaciones musicales —asintió, sin dudarlo—. Si nosotros tenemos fans, es gracias a sus publicaciones.

Fue tan vergonzoso.

Y tan entretenido.

Nunca había disfrutado tanto de una mesa llena, de conversaciones mezcladas y de risas ruidosas... No. Yo nunca me había reído tan fuerte con alguien más que no fueran Denie o Ash, hasta que Chefcito nos contó (con toda la confianza del mundo) sobre cómo era una persona que reaccionaba gastrointestinalmente y cómo antes de conocernos tuvo que ir dos veces al baño.

Era muy ocurrente, más de lo que solía ser Ashton.

En cierto momento, Aira saludó con la mano a unas personas a lo lejos, a un par de mesas de nosotros. Una mujer de cabello oscuro y ojos azules, un hombre de mirada amable que se me hizo conocido y una pareja de un muchacho y una joven de rasgos asiáticos.

—¡Nuestra familia! —Señaló también a lo lejos a dos señoras que bebían café junto a un hombre ciego—. Mi mamá, la de Mar y... Un conocido de toda la vida.

Nadie se paró a preguntarse cuánta gente conocían, como si no se hubieran mudado hacía muy poco.

También estaba la familia de Chase, los del dragón tatuado. Dos jóvenes coreanos, un japonés y otro que parecía un dumpling recién hecho. No aparentaban mucha diferencia de edad entre ellos. A uno del grupo, un tal YoungSoo, se le iluminó la cara apenas vio a Ash.

Y había más de ellos, por todas partes.

—Ella es mi tía, Iris Ainsworth —apuntó a la primera mujer que vi—. Su esposo, Ethan Sayre, y sus otros sobrinos. ¡De cariño, claro! No nos parecemos en nada.

—Se me hace conocido —le confesé en un murmuro a Gardenie, quien me dio la razón.

Esa mirada azulada también creí haberla visto antes. Era una expresión suave y, me atrevería a decir, hasta nostálgica.

Todo era extraño de describir.

Algo familiar.

Algo seguro.

Algo cálido.

Algo dulce.

Hogar.

A eso se sentía.

Era... Demasiado.

Poco más de una hora después y unas cuantas canciones antes del turno de Eclipse, los muchachos dejaron la mesa para prepararse ya más relajados.

Para ese punto de la noche, Mareritt y Chase se habían levantado para moverse al ritmo de una canción que hablaba sobre bailar bajo la hora azul y otras más que no reconocí. Aira fue a presentar a Ashton con sus familiares y al hombre misterioso, mismo que no ocultó su sonrisa al oír su voz por primera vez.

Una vez solos, Gardenie y yo nos quedamos cerca de la mesa, de pie y disfrutando de la música.

No considerábamos que ninguna de las bandas pudiera superar a Eclipse tan fácil, por muy bien que tocaran. Nos habían confiado un par de detalles, alegando que las canciones serían sorpresa. Harían una clase de tributo al grupo coreano BTS con adaptaciones al español e inglés, y al concepto de rock experimental y alternativo por el que ellos eran conocidos.

Aplaudimos y gritamos sus nombres, una vez estuvieron en el escenario y explicaron lo que presentarían.

Comenzaron con el instrumental de Fire, uno que habían presentado en otras reuniones y de los más queridos por los arreglos con la guitarra eléctrica. Quisieron darles un enfoque principal a los instrumentos antes de pasar a su interpretación de Blood, Sweat and Tears.

—Estoy feliz de ver que estás disfrutando la salida —me confesó Denie al cabo de un rato—. Hace mucho no te oigo reír tanto.

Era cierto.

Vi a un grupo de muchachas en sus treintas que parecían seguir la coreografía original de la canción, al fondo de la cafetería. Se les veían emocionadas por el recuerdo de su juventud, soltando carcajadas cada que una se equivocaba o tropezaba.

El ruido, las risas y la música, mejor dicho, por primera vez no me parecía frustrante o exasperante. No sabía a qué se debía, si era una cursilería como "se trata de la compañía" o algo así.

Eché un vistazo a la mesa de los Ainsworth. Ya no nos veían.

—¿Sabes cómo me siento? —Continuó, haciéndome girar a verlo—. Como esas noches después de la Era Oscura, en las que me bastaba con ver por la ventana de mi habitación para encontrarme con nuestro búho. Es esa calma, esa marea que va y viene.

"Como una ensoñación", quise decir. "Los pestañeos pesados antes de caer dormidos tras un largo día".

Lo rodeé con mis brazos y rio.

Éramos casi de la misma estatura y su espalda chocaba con mi pecho, con los latidos de mi corazón acelerado por las vibraciones en el ambiente. Descubrí que la sensación era placentera y lo abracé con más fuerza.

Me sentía ansioso.

Ansioso de buena manera.

Feliz.

Extasiado.

Emocionado.

Completo.

Estaba siendo una buena noche y lo era aún más por tenerlo cerca, conmigo.

—¡Es la canción! —Exclamó Chase de pronto, por ahí—. ¿La recuerdas, Ethan?

Una de nuestras canciones, de la noche en la que dimos nuestro primer beso, con la que Denie y su voz me acompañaron hasta en mis sueños. La canción que nos hizo ahogarnos en nuestro propio universo, en el amor que nos acompañó desde antes de nosotros ser capaces de definirlo. Nuestra burbuja.

And they said that we can't be together... —Cantó Cain, ganándose la emoción de más gente—. Because, because we come from different sides.

Varios de los presentes los acompañamos en la canción, tarareando o coreando.

Ellos sabían bien lo que lograrían poniendo dos de las canciones más famosas del grupo coreano, y una de sus colaboraciones más sonadas. Incluso si no ganaban, serían los que se llevarían la satisfacción de ser quienes levantaron a todos de sus asientos y hacerlos cantar, recordar y recrear momentos en los que fueron felices.

Papá los oía. Recuerdo que mamá le había dedicado una canción suya cuando todavía eran novios, una que hablaba sobre cómo podía ver su luz en medio de la oscuridad y que, por favor, iluminara su camino para que pudieran seguir adelante. Era especial porque ella era más fanática de One Direction y Big Time Rush.

Fue la primera vez que pensé en ellos después de mucho tiempo.

Gardenie se giró para darme la cara.

Sus ojos brillaban.

—¿Estás viendo el universo? —Preguntó.

Mi corazón tembló.

Descubrí que tenía la misma expresión que él.

—Sin duda —respondí.

El tributo siguió con la cuarta canción.

Unas personas se acercaron a donde se habían reunido Aira y Mareritt. Estaban con Chase y otro muchacho que se parecía mucho a él, entretenidos en una conversación sobre la historia real de la canción que estaba sonando.

No pude ver la incomodidad ante el acercamiento.

Porque aquí...

Porque ahora...

Porque estoy con él.

Porque nada importa.

Nada importa más que él.

Sus labios sabían a su bálsamo favorito, fresas y cerezas, pero...

Sigues siendo...

Sigues siendo...

Jugo de fresa y vodka, vainilla y coco, cautivador y determinante.

Me vuelves loco.

Tienes un color —cantó Caín junto a su segundo vocalista— en tu mirada, mi amor. Tan hermosa, gracias por mostrármela.

Sus manos acunaron mi rostro y sentí el temblor de sus dedos, el sudor de sus palmas. Estaba nervioso, ansioso, por primera vez desde que estamos juntos.

Descubrí sus pupilas dilatadas y lo oscuras que eran. Me veía reflejada en ellas, tal y como aquella primera vez, y no había nada más ahí.

Todo era yo, yo, yo.

Esa ternura y adoración me hacían volar la cabeza.

—Las estrellas brillan más estando nosotros juntos —cité, aunque no recordé a quién o qué.

Era un déjà vu.

Uno agridulce. No supe por qué.

Estaba seguro de ya haber visto eso, de haberlo vivido, incluso mucho antes de nuestro primer beso.

Sé que algún día la tristeza se irá. Y estaremos por fin juntos, tú y yo... Tus ojos lo dicen.

Sus ojos lo decían.

—Ellos lo dicen —señalé.

—¿Qué dicen? —Quería que lo dijera, que lo aceptara.

—Que soy tu universo.

Sonrió.

Un secreto a voces.

Y yo...

No sé si lo merezco.

No me gustan los cambios.

Me dan miedo. Me disgustan.

Y, sin embargo, yo...

Oh.

Tus ojos lo dicen.

Dicen que podemos hacerlo.

Dicen que vale la pena.

Yo sé que vales la pena.

Y, entonces, un tirón como el de esa ocasión:

¿Lo hago?

La última canción es un eco al fondo de todo, de mí perdido en él y su tacto.

Caín cita y canta sentirse mareado, de sentirse atrapado en una realidad que parece un sueño. De estar solo y perdido, y aun así seguir adelante con el corazón en llamas y el deseo ardiente de recuperar a esa persona porque es su destino.

Y no había nada que nos describiera mejor.

Que describiera a nuestras figuras del pasado, latiendo por unirse una vez más. Del hilo rojo enlazándonos más fuerte que nunca para no volver a separarnos.

El destino conspiró para nosotros, para juntarnos otra vez.

—Te siento —sabía que pensaba en lo mismo que yo.

—Te siento —repitió.

Y, de nuevo, en mi cabeza resuena:

Estuviste siempre.

En mis peores momentos.

Siempre ahí... Siempre ahí.

No se trata de merecer.

Dime...

Dime que no se trata de eso.

Necesitamos un descanso.

Un universo...

Necesitamos un universo.

Un universo de ti y de mí.

—Te amo —susurré.

Su nerviosismo le hizo soltar unas lágrimas.

Era precioso.

Él era mi luz, el sol de ese universo.

—También te amo —respondió.

Yo era su liberación, nuestra luna.

No necesitamos más.

Novios...

Destinados

Por fin.

Eso era lo que éramos.

Destinados.

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