Capítulo 3: Lunático
HIJOS DE LA NOCHE
HIJOS DEL DESTINO
CAPÍTULO 3: LUNÁTICO
2029
La Era Oscura arrasó con todos durante sus últimos meses.
Fue hasta que los gritos y las lágrimas en la casa de los Eragon se volvieron consecutivos, cuando mi familia decidió que no podían seguir ignorando los llamados de ayuda. Debían hacer algo. Uniéndose a la señora Mendoza y a la profesora de nuestro curso, fueron a poner una denuncia por violencia familiar.
—Es hora de un cambio —me dijo mamá. Estábamos sentados en la sala y era 02 de febrero—. Tenías razón. Estefanía no hubiera permitido que todo esto pasara y, por no escucharte a ti ni a mi propio corazón, esta situación escaló demasiado.
Podía ver la culpa reflejada en sus ojos, incluso con mi poca edad.
Ella no podía seguir viviendo con la cara de su mejor amiga viéndola desde las fotografías que había por la casa, sonriéndole.
—Al menos hicimos lo correcto, antes de ser demasiado tarde para intervenir —intentó calmarla papá, al igual que hacerlo consigo mismo. Eran adultos tratando de decirse que hicieron lo correcto—. Su abuela y su maestra no pudieron notar los golpes por la ropa de invierno, pero son conscientes de su cambio en su actitud.
Vi desde la ventana a güeli Lu, ayudándole a Denie a subir sus cosas al viejo Nissan rojo que consiguió años atrás. Según escuché a escondidas, por esa noche lo llevaría al pequeño departamento que pudo rentar a las afueras de la ciudad.
Volví a girarme a ver a mis padres.
Estaban bien vestidos y de pie junto a nana, quien ya tenía su vista puesta en mí. Ella sonrió, tan comprensiva como de costumbre y susurró algo sobre que era un caballero y un hombre demasiado valiente.
No le creí del todo.
—¿Tienen que irse? —Pregunté—. Acaban de pasar muchas cosas.
—Es una fiesta importante —me dio la razón mamá. Usaba el perfume que le regalamos papá y yo esa Navidad, su Dior favorito—. Irán tus padrinos, los señores Pérez y los Rivera. No podemos faltar, corazón.
Prometieron llevarme a pasear con Gardenie la tarde siguiente para que pudiéramos distraernos. En especial él, después del griterío que hubo cuando a su padre (o el demonio, como una vez lo llamé) le llegó la noticia de la denuncia.
Por supuesto, no ocurrió.
...
Cuando la Era Oscura llegó a su acto final, no tenía la edad suficiente para que pudieran explicarme cómo sucedieron los hechos. Una vez la cumplí, nunca tuve las ganas de saber a profundidad los detalles.
No quise manchar más nuestros recuerdos y paz mental. Habría sido egoísta, más que nada porque eso no los traería de regreso y ya había tenido mucho tiempo para procesar y aceptar lo que pasó.
Lo que sé es que ese viernes tenía permiso de desvelarme, viendo la televisión con mi nana. Estábamos despiertos cuando el señor Eragon salió de su casa y tomó su automóvil para conducir hacia su depósito de cervezas favorito (no era un misterio).
Estaba a diez minutos conduciendo, no muy lejos y con apenas un semáforo en todo el trayecto. Lo que no sabíamos, al escuchar un fuerte impacto a unas calles lejanas, era que Daniel había salido y manejado bajo la influencia del alcohol.
Minimizarlo con un simple "¡crash!" sería un eufemismo.
Llovía y hacía frío.
Un hombre que iba camino a encontrarse con su familia, después de una noche pesada en el trabajo, terminó saliéndose de la avenida por intentar esquivarlo. Chocó con el auto de la pareja que iba de regreso a casa, luego de una agradable cena con sus amigos de toda la vida y socios.
El accidente acabó con la vida de las tres víctimas.
La nota de un periódico electrónico que leí años después decía algo así:
Entre la noche del viernes 02 de febrero y la madrugada del presente 03 de febrero, se presentó un accidente automovilístico en la avenida Revolución, a la altura de la plaza Del Sol.
El choque cobró las vidas de la pareja Quiroga, recientes dueños de las ferreterías Hogar Ágil, Marisa Salazar y Lázaro Quiroga; al igual que la del abogado de familia, Jackson Lynx. Nuestras mayores condolencias a los familiares de las víctimas.
Por otro lado, el causante del incidente fue un hombre al que la policía no quiso compartir sus datos personales para facilitar los procesos e investigaciones. Al parecer, estaba bajo un alto grado de alcohol cuando salió de su casa, en busca de satisfacer su adicción, luego de un largo día (...).
—Jackson Lynx —pensé en voz alta y con tristeza.
Nunca me olvidé del hombre que me acompañó durante una de las peores noches de mi vida y que me dio el mejor consejo para mi yo de aquel entonces: "No necesitas ser fuerte, no eres más que un niño todavía. Permítete crecer".
Donovan Lynx.
Nunca volví a verlo después de eso.
Fue muy amable. Me escuchó y no me juzgó por la falta de palabras para describir con exactitud la situación por la que me encontraba atravesando.
—Algo en él se me hizo conocido —le confesé a Denie, luego del funeral.
Era de noche y nos habían mandado a dormir.
Su mano apretaba fuerte la mía por debajo de las sábanas.
Yo hice lo mismo con la suya.
—Me hizo confiar en él —seguí. Hablábamos bajito—. Algo en su mirada lo hizo, o en su voz. O en su preocupación... ¡O...!
—Deben de haber estado destinados a conocerse —a él le gustaban esas historias. A mí me gustaba verlo feliz, así que también me gustaban—. ¿No sería algo lindo? A lo mejor se conocieron en sus vidas anteriores.
Vidas anteriores.
Me pregunté si nuestra cercanía, la de Gardenie y la mía, también se debía por habernos conocido en el pasado. Muchos nos decían que parecíamos "compadres que se conocen desde hace 70 años".
Lo miré en silencio unos segundos.
Tenía los ojos cerrados y su mano disponible sujetaba al peluche que le regalé en su cumpleaños pasado, cuando no me convenció la luz de noche.
—¿Crees que los compadres puedan considerarse bonitos los unos a los otros?
Mi patética pregunta le hizo reír a carcajadas.
No nos vinieron a regañar. Era la primera vez que uno reía después del accidente.
Sonreí.
Nunca iba a encontrar a nadie más que pudiera complementarme como él lo hacía, ni que me hiciera sentir tan bien como él lo lograba con su simple presencia.
Conocí a Ashton tiempo después de la muerte de mis padres, cuando mi nana me llevó a visitar a Gardenie a la casa hogar en la que las autoridades lo encargaron, Criaturas de Dios. Nos dijeron que estaría ahí hasta que la señora Mendoza finalizara el proceso legal de la denuncia contra su nuero por violencia familiar (para que se uniera a su pena por el accidente), y después de demostrar que era capaz de hacerse cargo de su nieto.
Estábamos sentados en el jardín de la institución, bajo un árbol.
Adentro, mi abuela hablaba con una de las encargadas sobre posibles donaciones que podría hacer en nombre de la ferretería. En el pasado, le perteneció a su esposo; tras el fallecimiento de mamá, fue suya.
—La molestaban cuando llegué —me explicó.
Yo tenía la mirada fija en Ashton Cárdenas.
Me sentía confundido y abrumado.
Ella (la persona) estaba entretenida, viendo los dibujos de un libro a unos metros de nosotros, e iba vestida diferente a como lucían las demás niñas de nuestra edad.
Usaba unos jeans holgados, tenis grises y una camiseta mínimo dos tallas más grandes. Su cabello pelirrojo caía alrededor de su cara y hombros, sus ojos verdes brillaban bajo el sol, tenía un montón de pecas y, por la forma de su cara, habría dicho que era un niño.
Porque era un niño, hasta su nombre lo decía.
—La defendí —sonaba orgulloso—. Me metí en problemas por empujar a uno de los chicos que la estaban molestando. Los demás salieron corriendo porque vieron mis cicatrices y mis marcas por quemaduras.
Mi expresión se suavizó un poco con eso y me giré a verlo.
—Fuiste muy valiente —halagué. Sonrió—. Ten cuidado con ellos.
—Son niños malos.
—Él es un niño —señalé a la par.
¿Un chico que es una chica?
Eso debía de ser imposible.
—¿Por qué no los presento? —Ofreció y, antes de decirle que no quería, él ya estaba llamándole—. ¡Ash! ¡Ashton! ¿No quieres venir? Te presentaré a mi mejor amigo. ¡Te caerá bien, ven!
Entorné los ojos, incapaz de comprender mi repentina hostilidad.
De un día para otro, vivía solo con mi nana, mi mejor amigo y vecino tuvo que mudarse (temporalmente) a un lugar al que no podía llegar sin ayuda de un adulto con un auto, y ahora me debía de presentar con una persona de lo más extraña.
No estaba hecho para los cambios.
Él llegó. Llevaba su libro debajo del brazo y nos miraba con curiosidad.
—Hola —saludó.
¡Hasta su voz era parecida a la mía!
—Tú debes de ser Eddy, ¿no? —Siguió hablando. Me sentí enfermo—. Edmund Quiroga. Oí muchas cosas buenas de ti. Parece que Denie no hace nada más que hablar de ti. Todo eres tú, tú y tú.
Me dio un pequeño tic en el ojo.
Estaba molesto sin razón y, por muy ridículo que pareciera, saber eso sirvió para que el fuego inexplicable en mi pecho y cabeza se aplacara un poco.
Ahí fue cuando entendí que no estaba celoso, al menos no tanto.
Lo que ocurría era que no me gustaba saber qué era lo que estaba pasando.
¿Qué era todo eso? ¿Acaso se trataba de una broma de mal gusto? O, en cualquier caso, ¿por qué nunca me enseñaron que una niña podía sentirse como niño y viceversa?
Me sentía incapaz de comprender.
A mis ojos, era la cosa más compleja a la que me había afrontado en mi joven vida. Superaba el impacto que tuve cuando me dijeron que tendría mi primer examen de matemáticas y que tendría que aprender a sumar y restar, o no tendría una estrella dorada.
Olía a magnolias y roble, a diferencia de segundos antes, cuando nada más olía a vainilla y coco.
—Soy Ashton Cárdenas —se presentó y, como si lo tuviera ensayado, agregó—: Puedes llamarme Ash o Tony. Cumpliré seis años en diciembre, ¡el 02, por si quieres venir! Creo que pediré mi pastel de Ositos Cariñositos y sabor chocolate, como el año pasado. ¿Te gusta el chocolate?
No respondí.
Todo era demasiado, hasta el cambio de los aromas.
Junté las piernas con mi pecho y apoyé la cabeza en el hombro de Gardenie.
—Nos gusta mucho —respondió por ambos—. A mí me gusta el de almendras; a él, el oscuro. Yo creo que es demasiado amargo, no sé por qué le gusta.
No me gustaban las cosas demasiado dulces.
Ni la crema en las tostadas. No sabía a nada. Era innecesaria.
—¿No habla? —Preguntó, refiriéndose a mí y sentándose frente a nosotros.
—¡Claro que lo hace!
—Sí. Lo escuché hacerlo antes —sonrió, asintiendo. Fue un gesto fingido—. ¿Por qué no me habla, en ese caso? No lo voy a comer. No soy un lobo o algo así. Creo... No recuerdo qué hice en la última luna llena. ¿Ustedes sí?
Ambos negamos, haciéndole soltar un respingo por la sorpresa.
Pensé que no me caería bien porque hacía mucho ruido.
Siendo algo que me caracterizó todo el tiempo, no me gustaba el escándalo que hacía la gente, a menos que lo considerara justificado. Quizá fue algo que se desarrolló gracias a los gritos del señor Eragon o, quizá, siempre fui así y tuve la desgracia de nacer en el norte del país (región caracterizada por hablar demasiado fuerte) y en una de las ciudades más evolucionadas de México.
Fue la primera y única vez que mi intuición falló.
—Una vez vi por ahí que los hombres lobos, estando transformados, se desconocen a sí mismos —siguió hablando—. Pueden matar a su mejor amigo en medio de su locura. Son lunáticos —rio—. ¿Entienden?
Entendí, por supuesto que lo hice.
Lo que no recordaba era por qué.
¿Por qué sabía algo como eso? ¿En dónde tuve que haberlo escuchado, visto o intentado leer? Tenía la respuesta en la punta de la lengua.
—Se oye como "luna..."
—¡Exacto! —Felicitó a Gardenie. No supe de dónde rayos sacó una paleta para dársela—. Nosotros lo usamos para referirnos a la gente que actúa por impulso o fuera de lo ordinario, o para los "locos". La palabra viene de "relacionado con la luna", así que se piensa que esos comportamientos se derivan de la luna.
—¡Guau! —Exclamó él, maravillado—. Hablas como adulto.
—Me gusta jugar a la maestra y me gustaría ser periodista —explicó, alzando los hombros—, ¡así que debo aprender mucho para saber de muchos temas y estar preparada para todo!
Ella.
Ella.
Ella.
¿Por qué usaba pronombres femeninos?
—Tú eres un lunático —las palabras salieron de mí sin darme cuenta.
Las mejillas se me tiñeron de rojo, al sentir el empujoncito de Denie, regañándome por ser grosero.
Ash sonrió, en cambio.
—Sí. Excelente ejemplificación —celebró y, de nuevo, sacó una paleta. Era de cereza y pensé en Donovan—. ¿Cuáles son tus razones para acusarme de serlo?
—Porque no te entiendo —confesé, al cabo de unos segundos en los que me pregunté si lo mejor sería callarme o no—. ¿Por qué eres una mujer y no te ves igual a una?
—Tú no te ves igual a Gardenie y los dos son hombres —señaló, divertido.
Su respuesta me hizo verlo al instante, buscando alguna forma de contradecirlo.
No encontré nada, aparte de una sonrisita nerviosa que me alertaba y pedía que tuviera cuidado con la forma en la que me expresaba.
—Es diferente —dije.
—¿Por qué? —Quiso saber.
Por supuesto, no supe qué responder.
No quería decirle lo que se me pasaba por la cabeza, "todos somos diferentes", porque entonces me diría que esa era la explicación con la cual debería de quedarme y eso no satisfaría mi curiosidad ni en un millón de años.
—¿Yo también puedo ser una mujer? —Pregunté entonces.
Eso le hizo pensar.
—No considero que sea tan simple como "querer" ser el sexo opuesto —respondió—. Es más difícil de explicar con palabras... De hecho, nadie me lo había preguntado. Se limitan a molestarme o golpearme.
Me percaté que no quería lastimarlo con mis preguntas.
¿Lastimarla?
—Naces diferente a lo que los demás esperan y consideran común —continuó, tras volver a detenerse a seguir pensando—. Me siento incómoda con la idea de ser un niño. Me gusta jugar a ser Señorita México, pintarme las uñas y maquillarme con las pinturitas de juguete de mis amigas. Me gusta sentirme linda y olvidarme de la sensación de que este cuerpo, no es mi cuerpo.
Me eché un vistazo.
Traía shorts, una camiseta con el estampado de un videojuego y mis Crocs favoritos.
—Mi cuerpo es mi cuerpo —contesté, no tan seguro.
Me sonrió otra vez, sabiendo que no entendí del todo la filosofía detrás de su última frase.
Esa era la respuesta que yo necesitaba para mi pregunta.
—¿Y por qué no estás vestido bonito? —Indagué y, después—: Vestida bonita.
Escuché a Denie suspirar, aliviado.
—Porque no estamos de fiesta y no estoy jugando a ser Señorita México. Estoy hablando con ustedes y, antes, leía —su explicación me hizo sentir tonto—. Además, andar desarreglada no me hace más o menos mujer. Quiero estar cómoda porque no estoy haciendo nada importante, eso es todo.
Mamá también usaba ropa holgada cuando estaba en casa.
Me sentí muy estúpido.
—¿Y tu nombre y tus apodos? —Tenía muchas dudas. Era un poco vergonzoso—. Son masculinos.
—Que nuestro complejo interior sea limitado en masculino y femenino es una pérdida de tiempo —se paró sobre sus rodillas, luciendo más alta que nosotros. Sacó otra paleta—. Yo soy Ashton Cárdenas y soy una mujer. Soy un humano que merece ser escuchado y respetado.
» ¡Por un futuro en el que las voces de todos sean escuchadas!
Acercó su caramelo a nosotros y, como si tuviéramos copas llenas de vino igual a los adultos, chocamos los nuestros con el suyo.
—¡Por un futuro en el que las voces de todos sean escuchadas! —Repetimos Denie y yo.
No necesitaba más explicaciones.
La situación era más compleja; no obstante, para un niño, eso era suficiente.
—Y si se ponen a pensar, guiarse por los nombres es una tontería —siguió. Su tono cambió a uno incrédulo—. Hay gente que se llama como países y no por eso son un país. ¡Así que yo puedo llamarme como un chico y no por eso seré uno!
Más adelante, varios años después, descubrimos que Ashton, al igual que los apodos Ash y Tony, era usado también para mujeres.
—Llevo toda la vida creyendo que es de varones, ¡y es mixto! —Había dicho ella.
—¡Como el sándwich de jamón y queso! —Se burló Denie.
Esa vez carcajeamos tanto que nos salieron lágrimas.
—¡Y yo no soy una flor por llamarme como una! —Señaló Gardenie, orgulloso de comprender el punto—. ¡Y Eddy no es Edmund Pevensie!
Siempre consideré chistosa la obsesión de mamá por Las Crónicas de Narnia, al grado de ponerme el nombre de su primer amor literario. Era como llevarla conmigo a todas partes, en cualquier momento.
Fue en ese instante el que me fijé en el libro que traía consigo Ash.
—¿Qué leías?
Mi pregunta le iluminó la cara.
—¡La versión ilustrada de Harry Potter y el prisionero de Azkaban! —Exclamó, poniendo el libro entre nosotros. Los colores eran hermosos—. ¿Les gusta? Es mi segundo libro favorito y mi película favorita. Me gusta más el libro Harry Potter y el misterio del príncipe porque Snape es mi personaje favorito, claro.
» ¿Saben qué me encantaría? Hacerle una entrevista al personaje de Snape. ¡Tengo tantas dudas...! ¡O a Albus, también sería increíble!
Reí.
Eso lo explicaba todo.
Y sí, fue la primera vez que mi intuición falló.
El ruido de Ashton Cárdenas era fantástico.
Ella era fantástica.
Y estábamos destinados a encontrarnos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro