Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1: A tiempo

 HIJOS DE LA NOCHE

HIJOS DEL DESTINO

CAPÍTULO 1: A TIEMPO

Lo conocí antes de siquiera ser capaz de conocerme a mí mismo.

Es difícil hablar de mí sin hablar de él.

No existe recuerdo de mí sin él.

Nuestras abuelas fueron las encargadas de presentarnos, gracias a una reunión que tuvieron en casa de los Eragon con sus amigas, cuando no éramos más que bebés apenas capaces de soportar el peso de sus cabezas.

—¡Bah!

Dijeron que esa fue la primera expresión de Gardenie cuando me vio, confundido por la repentina aparición de alguien a un lado de él en la cuna. Tuvo que adueñarse de mi chupón para detener sus protestas y aceptar que mi presencia no era tan mala como parecía.

Fue cuestión de crecer para que fuéramos cercanos. Nana siempre decía que yo actuaba como un niño civilizado y caballeroso a un lado suyo, a diferencia de cuando estaba a solas con mi familia y lo único que quería era jugar y ganar.

Yo no sabía qué era ser civilizado, ni caballeroso. Me comportaba como lo hacía para verlo sonreír y dar vueltas de la emoción por toda la habitación cada que me ganaba...Y, algunas veces, para que me compartiera crayones en el jardín de niños.

Pasábamos más tiempo juntos que separados, en especial esas tardes en las que mi nana y la señora Mendoza les hacían el favor a nuestros padres de cuidarnos. Estudiábamos juntos, almorzábamos en la misma mesa, nos ayudábamos con las tareas, tomábamos la siesta en mi cama y jugábamos en el parque antes de la cena.

—No me gusta el Día de la Madre, Edmund —dijo una tarde.

Teníamos tres y medio y estábamos en la sala, merendando zanahorias y haciendo los deberes escolares: bolitas de papel crepé para llenar la silueta impresa de una rosa. Era un regalo para nuestras mamás, sin contar el típico bailable que se hacía de forma anual con música rock en español y muchos brillos.

—A papá no le gusta ir a verme bailar —siguió. Yo lo oía mientras hacía mis bolitas rojas—. Tampoco le gusta recibir los dibujos que nos obligan a hacer en estas fechas... Ni ningún otro.

Estefanía Eragon, de soltera Mendoza, fue la mejor amiga de la infancia de mi mamá. Su amistad las llevó a volverse vecinas, como lo fueron de niñas, después de haberse comprometido con sus respectivas parejas de la universidad.

Todos dicen que fue un nacimiento complicado, teniendo que aplicar una cesárea de emergencia, tras complicados intentos de llevar un parto natural. Estefanía había pedido explícitamente que, en caso de ser necesario, salvaran la vida de su bebé antes que la de ella.

—Yo he visto y probado lo que la vida me ha podido ofrecer. Yo he vivido —fueron sus últimas palabras, según su madre—. No quiero arrebatarle la oportunidad de ver las grandes maravillas que fui capaz de encontrar.

A su esposo no le gustó mucho el resultado, refugiándose en el tabaco, el alcohol y el trabajo. Ni siquiera yo, que pasé tanto tiempo bajo el mismo techo que él durante esa época, fui capaz de conocerlo lo suficiente.

Era Oscura, decidimos llamarla Gardenie y yo.

—No va porque no les permiten la entrada a los papás —le recordé. Ambos sabíamos que era mentira—. Además, a lo mejor no le gusta aceptar esos regalos porque es hombre. Para eso existe el Día del Padre.

Hizo un puchero, demasiado enfurruñado como para creerme.

No sonreí porque algo me dijo que no era el momento.

Estábamos en mi casa, nuestras abuelas horneaban algo para la cena y el control de la televisión estaba muy lejos de nuestro alcance. Nos estábamos perdiendo nuestra caricatura favorita, pero estaba bien por mí.

Siempre lo preferí a él.

—¿Te puedo contar algo que no le haya dicho a nadie y tú haces lo mismo a cambio? —Preguntó, girándose a verme. Sus ojos miel tenían una expresión que vagaba entre la seriedad y el sueño—. Tomemos un descanso. Ya no quiero hacer tarea.

La oferta me pareció tentadora. Que pasáramos la mayor parte de la semana juntos no quería decir que supiéramos todo de la vida del otro; sin embargo, ¿qué podía ser ese algo? Sabía lo importante.

Estiró su pequeño y regordete meñique, esperando a que hiciera lo mismo para juntarlos y firmar un juramento.

—Si tú no dices nada, yo tampoco diré nada —prometió. Esa tarde, descubrí su hábito de pestañear mucho cuando está ansioso—. ¡Ninguno lo dice a nadie! Ni siquiera a Mocha o a Mantequilla.

Mocha y Mantequilla eran los gatos callejeros a los que cuidábamos a "escondidas" de nuestras familias para que no nos regañaran. Nos descubrieron a las dos semanas, al encontrar nuestra reserva de sobras para alimentarlos.

Miré unos segundos su dedito. Tenía restos de pegamento y parecía haber adquirido el pigmento del papel crepé, pues la palma estaba más rosada de lo usual.

Yo estaba igual.

La tomé y reímos por la sensación.

Éramos un desastre para las manualidades.

—¿Quién empieza? —Pregunté, un poco nervioso.

—¡Tú, claro! —Parecía orgulloso—. Yo fui el de la idea.

—No creo que así sean las cosas... —Susurré y precedí a pensar.

¿Qué podía decirle que no supiera ya? Ya había visto el lunarcito rojo que tenía en mi espalda, que le robé a mi papá su edición ilustrada de Harry Potter, que me regañaron por rayar las paredes a los dos años, que mordía mi lengua y que la semana pasada me castigaron por no recoger mis juguetes.

—Es difícil, Denie —admití—. Hasta sabes que no me bañé anoche.

—A mí no me gusta bañarme —se encogió de hombros.

No necesitaba que me lo recordara, lo sabía tan bien como él.

Pensé un poco más a profundidad, huyendo de su mirada.

Si quería sorprenderlo, sería complicado, más aún cuando me veía con tanta atención en la espera de mi respuesta. No lograba organizar mis recuerdos, ni clasificarlos entre ya dichos, desconocidos aburridos y desconocidos un poco interesantes.

¿Qué podía hacer un niño de tres años, después de todo?

Mi dedo seguía unido al de Gardenie.

Me atreví a echarle un rápido vistazo en busca de algo. Deseaba entrar a su cabeza y robarme uno de sus recuerdos, o alguna de las ideas locas que debía estarse formando en ese instante, imaginando las diversas opciones que pude haber hecho y no le conté.

Noté que traía el uniforme manchado de chamoy, su cabello rubio despeinado y el moretón que se hizo al caerse del pasamanos ahora era azulado. Tenía el brochecito de un perrito a un lado de su nombre, en la camiseta, y no dudaba que la mancha blanca cerca de su boca fuera por una galleta con azúcar glas que se robó de la mesa.

Era lindo. Algo en sus irises miel, sus labios de fresa y manos pegajosas, me transmitía esa sensación cálida y reconfortante. Era suave, arrulladora y conocida.

No creía conocer nada más allá de él, de Gardenie Eragon.

No me interesaba hacerlo.

—Creo que, si seguimos así —comencé con naturalidad—, acabaremos casándonos. Me gusta tanto, tanto, tanto estar contigo que no se me ocurre nada que no sepas ya.

Permaneció callado unos instantes, luciendo un poco incrédulo y con las mejillas sonrojadas. Él era quien solía expresar con más naturalidad lo que sentía, por lo que no dudé en que debí agarrarlo con la guardia baja.

Ninguno pareció dimensionar el peso de esas palabras. Era un comentario de un chiquillo que todavía no podía ni limpiarse solo, al final de cuentas.

El chancleteo de los pasos de mi nana aproximándose nos hicieron despegar la mirada del otro.

—La cena ya casi está lista —avisó. Traía un delantal que decía "Mi cocina, mis reglas", una bata cómoda y las chanclas que se compró para nuestro último viaje a la playa—. ¿Por qué no van a bañarse? Con esas bolitas que hicieron es suficiente. Les ayudamos a terminar de pegar después de comer.

Gardenie esperó hasta que estuviera a punto de entrar al baño para contarme su secreto. Cargaba la toalla que le solíamos prestar en un brazo, su pijama y su ropa interior en el otro, y no dejaba de jugar con sus pies.

—Papá me gritó ayer —dijo—, cuando llegó del trabajo.

Mi mano quedó suspendida en el pomo de la puerta.

No quería moverme para no llamar la atención y así preparar mi actuación de desconcierto, para fingir que los gritos no llegaron hasta mi habitación.

Oír al señor Eragon era algo a lo que estaba acostumbrado, casi tanto como el movimiento mecánico de encender mi proyector de estrellas y planetas antes de dormir. El espacio entre nuestras casas nunca fue suficiente para evitar darme cuenta de las escenas.

Nunca pregunté nada por no quererlo hacer sentir mal y, por mucho que me avergonzara admitirlo, miedo. ¿Qué podía hacer yo, un niño igual que él?

—Olía mal —continuó con voz temblorosa. Estaba nervioso—. Le pregunté que si podía dormir en su recámara porque el búho que siempre está a un lado de mi ventana no estaba. Pensé que le había pasado algo y me puse triste.

» Güeli llegó a tiempo, después de gritarme y todo eso.

Eso llamó mi atención.

Nunca había pasado nada, aparte de que le alzara la voz.

—¿A tiempo para qué? —Quise saber.

Al girarme y tenerlo frente a frente, me llevé la sorpresa de encontrarlo con la mirada quebrada y con un puchero en los labios. Estaba evitando chillar, como siempre.

—A él no le gusta escucharme llorar —respondió, justo como estaba a punto de acordarme—. Le molesta el ruido, las risas, el llanto. Mi presencia le molesta.

—Denie... —Empecé, torpe.

—Quiso golpearme.

Recibimos un pequeño regaño esa noche por tardar tanto.

No fuimos capaces de explicar la razón.

Gardenie pidió que no lo dijera a nadie, tenía miedo.

Lloraba e hipaba contra mi pecho cuando le dije que, conmigo, siempre tendría un lugar al cual escapar cada que se sintiera así.

Era muy joven para entender a la impotencia, al odio y pánico que atravesaban mi corazón esa noche. ¿Cómo podía salvarlo? ¿Cómo podía sacarlo de ahí? ¿Por qué un padre no era capaz de amar a su hijo? ¿Por qué un padre destruía y lastimaba el templo de quien debía ser la persona más importante para él?

En la actualidad, 2043

La Facultad de Artes Escénicas era de las más pequeñas del campus, al igual que de las más descuidadas. Parecía un edificio simple, sin color y sin fondos para brindar la mejor oferta académica, casi como una construcción fantasma, por el poco tráfico estudiantil y personal administrativo.

Aun así, por el contrario de la imagen que daba, la Universidad Autónoma de Montemayor era de las pocas instituciones públicas que brindaban una buena imagen de sus egresados de licenciaturas artísticas, como lo eran las que Gardenie y yo decidimos cursar, al igual que una lista aceptable de campo laboral y recomendaciones.

—Ahora que formo parte de Sociedad de Alumnos —se pavoneó, orgulloso—, intentaré meter mi cuchara para que mínimo le den una capa nueva de pintura a los salones.

El cabello de Denie se había oscurecido con el tiempo, pasando del rubio brillante que tenía de niño a uno menos intenso que rozaba al castaño claro. Ahora lo llevaba más largo y pocas veces se lo peinaba porque, sin importar cuántas veces pasara el peine, parecía una tarea imposible.

Me gustaba.

Su cabello y él.

Más él.

Había un león, fuerte, salvaje y valiente, en su interior.

Era bellísimo.

La vida le había dado una segunda oportunidad, luego de pasar a ser educados por nuestras abuelas a tiempo completo. La Era Oscura había quedado atrás, por mucho que hubiera recuerdos y heridas que nunca abandonarían ni cerrarían del todo en su memoria, cuerpo y corazón.

—Forman parte de mi historia —me dijo un día en el que descansábamos en el parque. Teníamos trece y nuestra cara tenía rastros de acné—. Esas cosas son las que me hacen ser quien soy hoy. Ese pasado, ese dolor, es mío.

Aquella tarde fue cuando descubrí que estaba enamorado de él. Que, ajeno a la manera en que hacía sentir mi corazón con su simple existencia, era su forma de ser tan natural a mi lado lo que me cautivó.

No había filtros, no había nada que esconder.

Era él nada más, amándose y amando.

—Dudo que te ayude mucho ser el tesorero de la Mesa Directiva—respondí.

Estábamos en nuestro descanso, terminando de almorzar lo que le compramos a la agradable señora Real, empanadas argentinas y unos jugos, sobre una mantita que solíamos llevar para sentarnos sobre el pasto cada que la cafetería estaba llena.

Era inicio de semestre, faltaban poco más de dos meses para el cumpleaños de Denie y los rayos del sol eran insoportables, como todos los veranos. La canícula había pasado y, no obstante, seguíamos rozando los 40 ºC. Ya a nadie le avergonzaba sudar como puerco.

—Qué amargado eres, Edmund —se quejó, arrugando la nariz.

—No soy amargado —protesté. Me había acabado mi última empanada y me había quedado hambre—. Soy realista. A menos que logres convencer a muchas personas de ese círculo, entonces puede que haya un cambio.

No oculté mi gratitud cuando sacó de su mochila dos grandes brownies, que compró a una compañera de su carrera, y me regaló uno. Eran casi tan buenos como los que él preparaba con mi nana.

En lo que seguíamos discutiendo, una muchacha, que parecía un poco perdida, se nos acercó. Detuvimos nuestro pequeño enfrentamiento para evitar que oyera cómo nos quejábamos de nuestra institución.

—Disculpen —habló. Su voz era hipnótica y algo ronca—, ¿está cerca la Facultad de Ciencias de la Comunicación? Me bajé del autobús afuera del campus y, por mucho que camino, no logro ubicarme.

Llevaba el cabello negro y largo recogido en una coleta alta, un vestido veraniego rojo con flores blancas y de mangas cortas, y un par de sandalias que me parecieron un poco incómodas para alguien que estudiaría en el cerro.

—Está subiendo —respondió Gardenie, poniéndose de pie al instante. Lo imité, al comprender su intención—. Es la última... O la primera, depende cómo lo veas. Nosotros también teníamos intenciones de ir, vamos a encontrarnos con una amiga.

Recogí la manta y nuestras mochilas, dejándolo charlar. Se le daba mejor que a mí.

No necesitaba verlo a la cara para saber que le estaba dando una sonrisa agradable.

—¿Cómo te llamas? —Siguió, para que la muchacha se relajara y se sintiera cómoda—. ¿Estudias allá?

—Soy Aira Maine —se presentó ella. Parecía un poco divertida—. Curso el posgrado en mercadotecnia deportiva... Aunque no sé si vaya a llegar a tiempo a mi primera clase. Vengo de intercambio.

—¿¡De intercambio!? —Exclamó él.

Me delegué la tarea de ser quien se llevara las cosas.

Era un costo justo con tal de no tener que hablar mucho. A veces, era difícil conseguir que las palabras salieran de mí por voluntad propia, si no conocía a la otra persona o si no tenía un propósito en concreto.

—De Estados Unidos —explicó, siendo encaminada a la parada del camión que nos facilitaría la subida al cerro—. Soy de Colorado, Colorando Springs.

—Ahora que lo dices, tienes un poco de acento —le dio la razón—. ¡Casi no lo detecto! Hablas muy bien el español.

Pese a que el transporte venía llenísimo, clásico de la primera semana y más del primer día, alcanzamos a sentarnos en asientos continuos antes de tener a un montón de gente parada frente a nosotros, agarrándose del pasamanos y chocando entre ellos.

Nunca me acostumbraría a la agobiante sensación de estar rodeado de tantas personas en un lugar tan pequeño, menos con el amargo y chillante olor del sudor.

—Soy Gardenie Eragon, curso la licenciatura en danza —lo oí presentándose y, luego—: Él es Edmund Quiroga, de producción escénica.

Me vi en la necesidad de sonreír e hice un gesto con la cabeza como saludo.

—¡Qué lindos! —Se oyó genuina—. Lamento interrumpir su cita, fueron las primeras personas que encontré que no me dieron mala vibra. Desde que me mudé, me he topado con mucha gente oportunista por verme la mínima señal de ser extranjera.

Siendo sincero, no escuché mucho más allá de la palabra "cita".

Denie y yo nunca habíamos tenido una cita, al menos no una salida a la que llamáramos como tal. Ni siquiera sabía describir en su totalidad qué clase de relación manteníamos para ese punto. Sería una vil mentira decir que pasábamos de largo del otro y, más falso aún, decir que nunca nos habíamos besado o acostado.

—Agradece que, como mínimo, no te están haciendo el feo en los semáforos —continuó él, casi como si nada. Parecía haber preferido dejar de lado la plática acerca de la gentrificación, por no conocerla. Sus mejillas estaban tan rosas como las mías—. La gente aquí es muy xenófoba y racista cuando no les conviene. No hacen más que pensar en su propio culo.

El autobús se detuvo en la parada, justo detrás de otro que se preparaba para partir hacia Ciudad Universitaria, avenida que estaba más allá del centro de la ciudad y a media hora en auto.

—¿Y ustedes a quién esperan encontrar? —Cambió Aira de tema.

Aguardamos a que todos se bajaran y, una vez hicimos lo mismo, nos apuramos en cruzar a la sombra más cercana. Fue entonces que me di cuenta de cómo desprendía un aroma excesivo de bloqueador solar.

Sentí un poco de pena por ella. No debía de estar acostumbrada a estas temperaturas.

—A una amiga —respondí, por primera vez. Gardenie había tomado su mochila, así que no podía seguir con el trato silencioso—. No creo que la conozcas, ignorando que seas nueva. Estudia periodismo, se llama Ashton Cárdenas.

Aira sonrió, comprensiva.

Hubo un brillo en sus ojos que no supe describir.

—Tienes razón —asintió—. No creo haber...

—Chingado, ¡por fin llegan!

Justo en ese momento, la mencionada no tardó en aparecer.

Llevaba la misma camiseta de su banda favorita que nos mostró en la mañana, el cabello recogido en trenzas y una sombrilla para protegerse lo máximo posible del sol.

—No quiero ir sola a cubrir la nota de la bienvenida que harán en el departamento de Difusión Cultural —su mochila parecía pesar kilos.

—Pudiste ir con Caín... —Intenté apaciguarla.

—¡Ni loca! —Exclamó.

Decidí no pelearle nada más porque, en el instante en que quise hacerlo, ella pareció darse cuenta de la presencia de la desconocida.

Apretó sus labios, una costumbre de cuando pensaba, y entrecerró sus ojos como para querer hacer memoria aún más pronto. Los ojos la escanearon arriba abajo, un gesto sinvergüenza típico en ella.

—¿Te conozco? —La pregunta pareció poner nerviosa a Aira, pues soltó una risita y desvió la mirada mientras frotaba las manos en la tela de su vestido.

Era una imagen muy diferente a la que nos dio minutos atrás. Frente a Ash, parecía un poco cohibida y, casi podía apostar, avergonzada.

—No, no —respondió, por fin—. Te recordaría, si así fuera.

—Si estás en una de esas aplicaciones para citas, no te juzgo —siguió hablando nuestra amiga —. Yo me suelo meter porque me aburro y quiero conocer gente. Ya sabes, poner en la descripción que busco amigos y eso. Las cosas son más fáciles así.

Esa última frase era su frase.

—Nunca me he hecho una cuenta en eso... —Logró balbucear como respuesta.

—¡Habrá sido en un sueño, en ese caso!

Eso hizo que se acalorara aún más.

Pensé que se debía porque ya no era tan común encontrar a gente fiel creyente en cosas del destino, la magia blanca, las manifestaciones y signo zodiacales. Si no fuera porque conocíamos a Ashton desde pequeña, yo mismo la habría considerado un poco chiflada.

—Casi puedo oír los latidos de su corazón... —opinó Gardenie, en cambio.

Dejándolas por su cuenta, creyendo que se las apañarían juntas, nos dirigimos al edificio de Difusión Cultural.

—Ash es una descarada —pensó en voz alta, sentándose en las escaleras de afuera del departamento para esperar a nuestra amiga—. Andar coqueteando así...

Mi espalda se puso rígida de golpe.

Un segundo.

¿Qué?

—Espera, ¿eso cuenta como coqueteo?

Se rio tanto de mí que le salieron lágrimas.

Descubrí que no sabía nada del mundo extrovertido.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro