Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Inquisición XIII

Inquisición

Provincia de Yuco, Mar Entrante



Génesis tuvo que sostenerse de las paredes para no perder el equilibrio mientras cruzaba aquel angosto pasillo. No recordaba qué estaba haciendo allí, pues todos sus recuerdos no eran más que una masa de imágenes borrosas. Lo único que sabía con certeza, era que acababa de despertar de un largo sueño, en una cama con sábanas de seda y que el viento casi no se sentía gracias a la madera maciza que cubría las paredes.

Ahora se dirigía a la última habitación del pasillo; Álvaro la estaba esperando. Llamó a la puerta tres veces antes de que la voz de Álvaro la alcanzara.

-Adelante -le dijo.

Ella abrió la puerta con timidez.

Álvaro la esperaba sentado a la cabeza de una hermosa mesa de roble barnizado, con los codos apoyados sobre la superficie y los dedos entrelazados. Delante de él, había una copa de vino tinto y una bandeja de plata con dos rebanadas de pan.

―Toma asiento -le ordenó, señalando la silla más cercana a él-. Para que podamos conversar.

-¿De qué? -preguntó Génesis, sin moverse ni un centímetro.

-Quiero que me cuentes -respondió él-, como derrotaste a María de la Santísima Inquisición.

Un montón de nuevos recuerdos comenzaron a reproducirse delante de los ojos de Génesis. El peso de sus actos la obligó a tomar asiento, aunque eligió el puesto más cercano a la puerta, y más alejado de Álvaro.

-Cuéntame como pasó -insistió.

Ni siquiera ella entendía todo lo que había ocurrido con María en ese bosque. La mayoría de sus recuerdos no tenían sentido.

-Realmente no sé lo que pasó -dijo, dejando caer la cabeza sobre las manos-. Cuando entré en ese círculo de piedras, todo perdió el sentido.

-¿Por qué dices eso?

-Porque... -Frunció el ceño-, todo se volvió raro y oscuro. Sentí como si, por un instante, hubiera salido de mi cuerpo. Cuando volví... -Tragó saliva. Un escalofrío le recorrió la espalda-, había alguien más en él.

-¿Sentiste a alguien más en tu cuerpo?

-Sé que suena loco...

-No para mí -dijo Álvaro-. Los brujos poseen a otras personas todo el tiempo. Aunque solo los más experimentados. -Sonrió.

-¿Estás insinuando que recibí ayuda de... brujos? -preguntó Génesis.

Álvaro no respondió. Se limitó a bajar la mirada.

-¿Todavía sientes esa presencia? -le preguntó, luego.

-No. -Génesis se sorprendió de la seguridad en su respuesta.

-Sigue contándome lo que ocurrió -dijo él, segundos más tarde.

Una vez más, Génesis intentó darles cierto sentido a sus recuerdos.

-Esta presencia, creo que me controlaba. Llevé a María al claro y la hice entrar en el círculo pequeño...

La escena se plasmó delante de los ojos de Génesis como si lo estuviese viviendo por segunda vez. Todo estaba pintado de colores blancos, azules y negros. El mundo parecía una fotografía sin revelar.

En cuanto María posó su pie en el círculo del centro, su cuerpo se desplomó sobre el césped, igual que lo había hecho el de Génesis momentos atrás. Sus seguidores exclamaron todo tipo de cosas, asustados, pero ninguno se movió de su sitio.

-Supongo que el amor que sentían por ella no era lo suficientemente grande como para arriesgarse -dijo Génesis. Álvaro alzó su copa de vino tinto-. Pero la cosa más extraña ocurrió luego.

Incluso a ella le costaba creer lo que estaba por contar. Aún no sabía cómo explicarlo. Solo sabía que era su versión de los hechos.

-Me incliné hacia su cuerpo -le contó Génesis-. Ella estaba inconsciente, pero yo podía escuchar su voz. Me gritaba que no la tocase, que me llevaría a la hoguera. Yo lo hice de todas maneras, por alguna razón, tenía la posibilidad de moverme de un cuerpo a otro y era consciente de ello. -Su corazón latía a mil kilómetros por hora-. Nuestros cuerpos eran como... -le costó encontrar las palabras adecuadas-, casas. Yo podía salir de una y entrar a otra, y seguir siendo yo.

-Una casa -dijo Álvaro-. Interesante, nadie había usado ese término antes.

Génesis sintió unas repentinas ganas de vomitar.

-En ese momento yo tenía control absoluto sobre el cuerpo de María.

Sus manos eran las largas y huesudas manos de María, de su cabeza caía su áspero cabello negro y tenía puesta su horrenda ropa. Todavía escuchaba su voz a la distancia. Fue fácil ignorarla, pues gritar era lo único que hacía. Todos las miraban a ella y al cuerpo de Génesis, boquiabiertos e indecisos. Fue entonces que Génesis se dio cuenta de que, no solo tenía poder sobre María, si no que sobre todos ellos.

«Tengo que alejarlos de mi cuerpo», pensó Génesis. Éste seguía de pie y la observaba.

Caminó en la dirección opuesta. Pretendía alejar a María y a sus seguidores de aquel círculo tanto como fuese posible. Afortunadamente, en cuando Génesis comenzó a moverse, también lo hicieron los demás, casi de inmediato.

-¿Dónde estamos yendo? -le preguntó Sara. Génesis no se molestó en responderle. No porque no quisiera; no era capaz de hacerlo porque no tenía una respuesta. Su único objetivo era mantener su propio cuerpo a salvo.

Sin embargo, su cuerpo ya no le importó tanto cuando la colina, donde minutos atrás María había estado rezando, se presentó frente a sus ojos entre medio de los árboles y arbustos.

-Su Santidad, ¿Dónde nos lleva?

Antes de darse cuenta de lo que hacía, condujo al cuerpo de María hacia la cima de la colina. Abajo, las olas se rompían furiosas, las mismas que, con los años, habían formado aquellas puntiagudas rocas. No había forma de que el cuerpo de María pudiese soportar aquella caída.

-¿Qué está haciendo? -preguntó Sara. Lloraba, y tenía el cabello despeinado. La lucha entre las olas y el viento apenas le daba cabida al sonido de su voz-. ¿Nos está abandonando? -chilló-. ¡Cobarde!

Acto seguido, una piedra golpeó a María en el omóplato.

Así como el primero, le llegaron varios piedrazos más. Uno a uno, los seguidores de María se fueron sumando a la descarga colectiva de ira que sentían contra ella. Génesis cerró los ojos y se dejó caer de rodillas. Podía sentir el dolor en el cuerpo de María, aquello lo hacía aún más satisfactorio. De a poco, la fueron acorralando y a Génesis no le quedó más remedio que arrastrarse hacia la orilla de la colina. Pero no la empujaron. Génesis se puso lentamente de pie y se volteó para ver el mar, la caricia del viento le congeló el rostro cuando ella miró hacia abajo y abrió los brazos.

-No sé si María lo habrá sentido -contó Génesis-, cuando salté. A esa distancia no escuchaba su voz. Lo único que recuerdo fue despertar en la arena, minutos más tarde. No recuerdo el impacto, ni llegar abajo. Solo recuerdo despertar en la arena.

-¿Qué hiciste luego?

-Me puse de pie y me fui caminando -contó ella.

Cuando abrió los ojos y se encontró a sí misma recostada a orillas del mar, todo le resultó confuso. Lo que había ocurrido cinco minutos atrás parecía tan solo un sueño, distante y borroso. Intentó no pensar en ello. En vez de eso, se puso de pie y se dirigió a la ciudad.

Camino al templo se encontró con los cuerpos muertos de Ulises y Ángel. Ulises estaba tal como lo recordaba, mientras que Ángel ahora se encontraba desplomado sobre su hermano gemelo. Aún sostenía el arma que había utilizado para volarse los sesos.

Génesis se arrodilló junto a Ulises y observó su rostro por un minuto.

-Gracias -le susurró al oído y besó su frente.

Por un momento, creyó estar viviendo la muerte de Ulises otra vez, pues de pronto una explosión silenció todos los demás ruidos del bosque. Sin embargo, esta vez provenía del otro lado de los árboles. Cerca del templo donde la esperaban a ella...

Rápidamente, Génesis se escondió detrás del árbol más robusto y espió al otro lado, a través de las ramas. Algo hacía crujir las hojas caídas y los arbustos bailaban. Detrás de uno de ellos, apareció un hombre que se acercaba corriendo, mareado y cansado. Era de la Inquisición, tenía la I marrón tatuada en el cuello y, aunque Génesis no sabía su nombre, estaba segura de haberlo visto antes. Justo cuando pasaba frente a ella, se tropezó con sus propios pies y cayó de seco sobre el pasto.

Inmediatamente, otro hombre apareció entremedio de los arbustos. Este se veía en perfectas condiciones. Llevaba puesto un traje militar y unas enormes botas negras. En su cuello relucía una C dorada y en su mano un arma. Con ella, apuntó a la cabeza del pobre hombre que ahora se arrastraba. Dio justo en el blanco.

En cuanto el militar le dio la espalda, Génesis lo siguió hasta el puerto, donde tuvo que esconderse una vez más. Al principio no logró entender lo que veía. Desde donde ella estaba, parecía que habían agarrado un montón de muñecos y los habían amarrados a todos justos. Le costó entender que eran personas. Al menos cincuenta miembros de la Inquisición, todos desnudos, cubiertos de barro y sangre, amarrados unos a junto a otros. Por supuesto que no estaban solos. Toda la Autarquía parecía encontrarse allí. Ellos caminaban alrededor de los miembros de la Inquisición contando hasta tres, una vez que terminaban de contar, disparaban a la persona que tuvieran en frente, sin mirar. Génesis tuvo que apartar la vista por un momento.

En cuanto recobró la compostura salió de su escondite, corriendo. Fue inútil. A donde iba, estaba repleto de soldados de otras provincias, todos con enormes armas y excelente estado físico. La Inquisición estaba en gran desventaja. Todas las armas que ellos poseían se encontraban en Las Rosas. María misma había ordenado que las movieran al otro lado del Mar Entrante. Los miembros de la Inquisición no tenían más opción que correr, correr y correr. Cuando los atrapaban... Génesis prefería dejar de mirar cuando lo hacían.

Con el estómago revuelto y la garganta dolorida, se detuvo a repasar los hechos. Odiaba admitir que todo su esfuerzo por derrotar a María había sido una pérdida de tiempo. Todos morirían aquella tarde, incluida ella.

-Luego, de la nada, te vi a ti -dijo Génesis, enfrentando a Álvaro con la mirada-. Me llevabas cargada.

Había estado convencida de que eso último lo había soñado. Ya no estaba tan segura.

-Sí, esa parte la conozco -respondió Álvaro, haciendo un gesto con la mano.

-Recuerdo una cosa más -dijo Génesis, de pronto. Una imagen apareció frente a sus ojos y no se trataba de un sueño-. Vi a mamá. Más bien, su cuerpo, flotando en el mar.

-¿Cuándo viste eso?

Génesis intentó replicar, pero se dio cuenta de que no sabía. Esa imagen flotaba por separado.

-No estoy segura.

-Olvidémoslo, entonces -dijo Álvaro-. Solo pensé que sería un lindo gesto.

-¿Disculpa?

-Génesis... -comenzó a decir Álvaro, haciendo caso omiso de su pregunta-, tengo malas noticias para ti. -Ella frunció el entrecejo y levantó la cabeza-. Lo que ocurrió aquí es... -Se detuvo para pensar-, mucho más grande que tú, que María de la Santísima Inquisición e incluso que la mismísima anarquía. Se trata de una guerra mucho más antigua, que por fin se terminó, gracias a tu ayuda.

Génesis no respondió. Álvaro solo restaba sentido a lo que ya no tenía ni pies ni cabeza.

-¿Eres.. -preguntó Génesis. Su corazón parecía a punto de romper sus costillas-, un brujo?

Álvaro frunció los labios.

-Eres muy inteligente, es una lástima.

-¿Lo es?

-Lo es. -Todos los vellos de su cuerpo se erizaron-. Tú, Génesis, ayudaste a que la fe fuese erradicada de nuestro país. Supongo que, te pusieron el nombre equivocado -concluyó Álvaro, con una sonrisa.

Génesis apoyó ambas manos sobre la mesa y se puso de pie. Inclinó su cuerpo hacia adelante y le dijo, con la voz desgarrada:

-Mentira. El Dios de la Inocencia me dio la tarea de acabar con María. Él me llevó por el camino indicado.

Tenía que ser así. De lo contario, significaba que había sido guiada por la magia negra. Engañada, manipulada...

-Pero tú misma dijiste que usaste magia para asesinar a María de la Santísima Inquisición.

-Nunca dije eso.

-Sí, sí lo dijiste. -Álvaro la miró con desdén-. Me contaste que poseíste su cuerpo y lo lanzaste por una colina.

-Todo lo que hice, lo hice porque seguí las indicaciones de los dioses -dijo ella. No dejaría que la asustase-. Tal vez, esté en sus planes que ustedes se queden con esta victoria.

Álvaro alzó las cejas.

-Génesis, después de hoy ya no habrá más dioses, ni creencias, ni costumbres ridículas. Por cierto, no deberían hacer misa a las seis. A las nueve es más peligroso.

Génesis no supo qué responder. Si era verdad lo que Álvaro decía, si de verdad se terminaba allí la fe y el amor hacia los dioses, no era porque él hubiese triunfado. Tal vez, los dioses se habían rendido con los Trovianos, una estirpe contaminada y podrida que no los quería y no los merecía.

-Si eres tan poderoso como para vencerlos a ellos, ¿por qué me usaste a mí para deshacerte de María?

-Porque Álvaro está viejo y necesito vivir más tiempo -respondió él. Sus ojos expulsaban un brillo de anhelación, de deseo...-. La magia requiere de ciertos sacrificios, y ésta en particular, exige dos muy específicos.

Por primera vez en toda la noche, el miedo la venció.

-Quiero irme de acá -dijo.

Álvaro suspiró.

-La puerta está detrás tuyo -replicó, estirando el brazo.

Génesis se sorprendió tanto de la facilidad con la que la dejó ir que dudó antes de dejar la habitación. No cabía duda de que Álvaro tenía algún plan, pero nada le impediría encontrar una salida.

Las náuseas regresaron en cuanto cerró la puerta desde afuera. Se recostó sobre una pared y se arrastró por ella hasta el final del pasillo. No alcanzó a llegar a su habitación porque antes encontró una escalera de madera que iba al piso superior. Armándose de valor, Génesis se despegó de la pared y se aventuró escaleras arriba. Todo daba vueltas. Tanto que apenas era capaz de mantener el equilibrio.

Arriba la esperaba otra puerta, muy distinta a las del piso inferior. Esta era doble y en el centro se destacaba una hermosa estrella de múltiples puntas, rodeada por el ciclo de la luna, ambos dibujos tallados sobre la reluciente madera negra. Génesis le dio un tímido empujoncito, segura de que estaría cerrada. Sin embargo, bastó un leve toque para que ambos lados de la puerta se abrieran y la estrella se partiera en dos.

Entonces, un olor salado le golpeó el rostro y la brisa marina le echó el cabello hacia atrás. La densa niebla no le permitía ver nada, a excepción de lo que parecían ser un enorme mástil oxidado y unas velas izadas. Sus oídos se debatían entre prestarle atención a las olas que rugían furiosas o a los cientos de susurros que se escondían tras la niebla. Estiró un brazo, esperando encontrarse con alguien, la tripulación tal vez, pero cada vez que lo intentó no encontró mas que vacío.

Atraída por el sonido del mar, se acercó a la orilla del barco y miró hacia abajo, en vano. Por un momento, se preguntó si sería mejor saltar. Pero contra más se acercaba a la baranda, algunos de los susurros se volvían más claros. «No te alejes.» Finalmente optó por volver al interior del barco. La niebla la aterraba más que Álvaro.

Génesis regresó a su habitación en busca de una manta para abrigarse por la noche. Aquel no parecía un buen lugar para esconderse, aunque comenzaba a creer que no importaba. Fue entonces que notó la perilla dorada, junto a su cama. Génesis se acercó, y con una mano temblorosa, la giró.

La habitación que había el otro lado era sombría y desprendía un olor extraño, desagradable. A medida que avanzaba, el olor empeoraba. Génesis no se dio cuenta en qué momento comenzó a frotarse los brazos y o a tiritarle la mandíbula. El frío allí atrás era paralizante.

Al final de la habitación, junto a la ventana, había una cama. Sobre ella descansaba alguien más, pero Génesis solo alcanzaba a verle sus zapatos de charol, alumbrados por la luz de la luna. Se acercó a ella, procurando hacer el menor ruido posible para no despertarla.

-Te recomiendo que te detengas.

Génesis se quedó como una estatua. Álvaro acababa de aparecer frente a ella, de la nada, como si se hubiese materializado de la oscuridad. Solo veía una mitad de su cuerpo, pues la otra parte se ocultaba bajo las sombras. Sus piernas lucían muy extrañas.

-¿Por qué?

-Porque no estás lista para ver quien descansa en esta cama. -Álvaro dio unos pasos hacia ella. Ahora podía verlo con más claridad. Tenía las piernas deformes. Como en su sueño, sus rodillas se doblaban al revés. Génesis retrocedió-. Buena niña.

-Sí estoy lista. Déjame acercarme -insistió ella.

Álvaro tomó una bocanada de aire.

-Primero, respóndeme esto -dijo-. Después de que te lanzaste del risco con el cuerpo de María, ¿en qué momento recuperaste el tuyo?

Génesis comenzó a repasar los hechos otra vez. No lograba recordar cómo había obtenido su cuerpo luego de despertar en la playa. No recordaba que hubiese tenido la necesidad de hacerlo.

-Déjame ver quien está ahí -insistió Génesis, con voz quebrada.

Esta vez, Álvaro se hizo a un lado y la dejó pasar. Génesis se dirigió a la cama a paso lento. Una vez junto a la cabecera, se tomó unos segundos antes de mirarla. Recostada sobre la cama, con la mirada perdida y los ojos apagados, yacía su propio cuerpo.

-Olvidé buscarlo -dijo Génesis, ya casi no le salía la voz.

-No, no podías regresar donde él después de lanzarte de esa colina -dijo Álvaro-. Cuando saliste de tu cuerpo tenías un alma pura. Cuando despertaste en la playa, habías cometido un suicidio y un asesinato. El vínculo estaba roto.

-¿Me suicidé? -preguntó Génesis, al borde del llanto.

-No te preocupes -dijo Álvaro-, nadie lo sabrá.

Génesis negó con la cabeza.

-¿Quién eres?

-Álvaro es uno de los tantos nombres que he tenido -dijo él-. Aunque creo que todos me conocen mejor por mi nombre más antiguo.

Entonces una cancioncilla comenzó a reproducirse en los oídos de Génesis. Una cancioncilla suave y melancólica.

Al otro lado del mar

hay un ser de ojos azules.

De aliento putrefacto,

de mil dientes marrones.

Que vive de sus víctimas,

Que nunca pierde al truco,

Al otro lado del mar,

se encuentra la provincia de Yuco.

Génesis observó a su alrededor, ya no le daba tanto miedo. Miró su cuerpo dañado y acarició su mejilla. Con él, logró muchas cosas, pero ya era hora de decir adiós.

-No puedo quedarme acá -dijo Génesis, ya no tenía ganas de llorar. Por fin estaba tranquila-. Los dioses tienen un nuevo plan para mí.

-¿Sigues creyendo en los dioses después de todo esto?

-Por supuesto que sí -respondió ella.

Acto seguido, cerró los ojos y sonrió. Sus pies se elevaron del suelo; Génesis ya no pesaba nada, y detrás de sus parpados había solo luz.

Los dioses estaban tan cerca...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro