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Inquisición XII

Inquisición

Provincia de Yuco, Puerto Niebla



La Inquisición había caído víctima de la confusión y la incertidumbre. María de la Santísima Inquisición y su grupo más fiel de séquitos se habían escabullido entre los árboles hasta perderse por completo. Génesis estaba rodeada de miradas inquisitivas, y los que no se fijaban en ella se agarraban las cabezas, hacían preguntas por lo bajo o se abrazaban a sí mismos. Aterrados, perdidos...

—¿Tienes algún plan? —preguntó Ulises, sacando a Génesis de su ensimismamiento.

—No —respondió ella. Le habría gustado darle una respuesta más alentadora, pero aquella era la verdad.

—¿Qué deberíamos hacer con toda esta gente? —volvió a preguntar, echando un vistazo a su alrededor.

Génesis no respondió. No tenía tiempo ni fuerzas para lidiar con ellos. Optó por abrirse paso entre la multitud y seguir el rastro de María.

—¡Nos está abandonando! —anunció un grito que retumbó en el cielo.

¿Hablaban de ella? Antes de que Génesis alcanzara a averiguarlo, se vio rodeada por una masa de personas.

—¡No nos dejes! —le suplicaban, con los rostros rojos y empapados por las lágrimas. Los más cercanos a ella estiraban sus brazos intentando tocarla. Querían escuchar algo, cualquier cosa que les diera seguridad, pero ella no sabía qué. Tenía tanto miedo como ellos.

—No los voy a dejar —les dijo. El lamento del viento era lo único que acompañaba a sus palabras—. Pero tengo que encontrar a María antes de que ella nos encuentre a nosotros.

—¿Por qué estás haciendo esto, Génesis? —le preguntó la madre inquisidora—. ¿Quieres que te amarren a un poste en llamas de nuevo? Ninguna lluvia te salvará ahora.

Génesis soltó un suspiro antes de responder.

—Lo estoy haciendo porque quiero —dijo.

—Pero no deberíamos —chilló una joven al fondo, tenía el cuello escondido entre los hombros. Era Rut, la mejor amiga de Sara, quien pasaba su mirada de un lado al otro, retorciendo las manos mientras hablaba—. Gracias a nuestra líder estamos venciendo a las otras divisiones. Los dioses se enojarán.

—La única división que la Inquisición derrotó fue la Equidad, y eso es porque el dirigente era un inútil—intervino Ulises—. Te aseguro que hasta el Cuerpo de Paz podría habernos vencido a nosotros.

Ulises no estaba del todo en lo correcto. La Inquisición también había derrotado al Cuerpo de Paz, aunque lo había logrado gracias al Éxodo. Sin embargo, Génesis prefirió no decir nada al respecto.

—Si la Inquisición, así como la conocemos, gana esta anarquía... — continuó ella—, ¿Qué clase de país vamos a tener? ¿Es esto lo que quieren para sus futuros hijos y nietos?

Sus palabras fueron seguidas por un intercambio de miradas incómodas.

―¿Qué vas a hacer cuando la encuentres?

―Lo que tenga que hacer.

«Me iré con ella si es necesario.»

A continuación, Génesis se alejó de la multitud. Las piernas le temblaban y su estómago no paraba de dar vueltas. A parte de sus nervios, nada ni nadie intentó detenerla.

Se internó en el bosque donde María había desaparecido minutos atrás. El viento silbaba y azotaba las ramas de los árboles, y las sombras comenzaban a formar figuras extrañas. Las hojas caídas y las ramas quebradizas la desorientaban con sus escandalosos crujidos. Por un momento, Génesis creyó que la seguían, no una, ni dos personas, sino que cien. Sus pisadas se escuchaban detrás y delante de ella. Por todas partes, solo que ella no los podía ver.

—Génesis. —Una silueta, oscura y difusa, apareció bajo un árbol. La escasa luz que se colaba entre las hojas le impidió reconocerle el rostro—. No tengas miedo —dijo—. Soy yo, Ulises.

—¿Ulises? —preguntó ella, entrecerrando los ojos—. ¿Por qué me sigues?

Ulises dio unos pasos hacia adelante, abandonando las sombras del árbol y encontrándose con la tenue luz del sol. Su rostro carecía de expresión. Si la había seguido para contarle malas noticias, Génesis no iba a ser capaz de soportarlo.

—Vine a ayudarte —le respondió él. Enseguida, hizo un movimiento con la cabeza en señal de que lo siguiera.

—¿Está todo bien? —preguntó Génesis. Ulises ya había comenzado a andar, pero ella seguía de pie en su lugar. Él rodó los ojos antes de responderle.

—Todo está bien —dijo—. Ven conmigo, apúrate.

—Gracias, pero no necesito tu ayuda —respondió ella. Había algo en él que le daba desconfianza. Algo que la asustaba más que sus seguidores fantasmas—. Es mejor que vaya sola.

Ulises abrió la boca un par de veces como un pez fuera del agua, sin embargo, ningún sonido salió de ella. Luego, negó con la cabeza y soltó una tímida carcajada.

—¿Realmente crees que puedes enfrentarte a la líder tú sola?

—Sí —respondió, dolida por el evidente tono de desconfianza en su pregunta.

Pero Ulises volvió a sonreír y a negar con la cabeza.

—Me gustaría verte intentarlo. —Génesis frunció el ceño, confundida—. Ahora, camina, que ya nos estamos demorando demasiado.

—¿Por qué quieres...? —No terminó su pregunta, pues sus ojos captaron algo que, hasta ese entonces, ella había ignorado por completo. Del bolsillo del pantalón de Ulises se asomaba un bulto de tela negro. Al principio creyó que se trataba de un gorro o una bufanda, pero ahora podía ver un largo y puntiagudo pico en la zona de la nariz. No era cualquier prenda de ropa, era la máscara de los Contricionistas.

—No compliques más las cosas, Génesis —dijo él, dando unos pasos hacia ella—. ¿Vas a venir o no?

—Te dije que prefiero ir sola —dijo Génesis—. Y ya puedes dejar de actuar, ya sé que no eres Ulises.

El gemelo alzó las cejas y sonrió por tercera vez. Debió haberlo notado antes, Ulises no sonreía así.

—¿De qué estás hablando? Soy Ulises y vengo a ayudarte —dijo él, pero de su bolsillo sacó una navaja. El brillo del metal captó la atención de Génesis antes de que él pudiera esconderla detrás de la pierna. O tal vez, había querido que ella la viera—. Vamos, Génesis. ¿Cómo puedes desconfiar de la única persona que creyó en ti?

—¿María te pidió que hagas esto? —le preguntó ella—. Pensé que no tenía ninguna posibilidad en su contra.

—No la tienes.

—Entonces, ¿por qué no viene ella a encontrarme? Si tu líder es tan poderosa como dices, ¿por qué estás tú acá?

—Ella no tiene tiempo para lidiar con brujas.

Génesis movió la cabeza de un lado al otro.

—Esa no es la razón. Tiene miedo. Me tiene miedo a mí.

—Estás loca.

—Lo que me sorprende —continuó Génesis—, es lo mucho que estás dispuesto a hacer por ella cuando a ella no le importas tú en lo absoluto. Te abandonó; te dejó con en medio del bosque con una bruja de Yuco.

—Cállate.

—Tú eres un simple sacrificio que María está dispuesta a pagar.

—¡Cierra tu puta boca! —la voz de Ángel retumbó entre los árboles—. ¡No tienes idea de lo que estás hablando!

—¿Ángel?

Por un momento, Génesis creyó estar viendo doble. Ulises acababa de aparecer entre los árboles y se fue directo dónde su gemelo. Se veía agitado y le sudaba la frente. Tras un largo silencio, Ángel despegó la mirada de sus propios pies y reaccionó a la llegada de su hermano.

—Génesis tiene razón —le dijo—. A la líder no le importa una mierda si vivo o no —agregó, lanzando la navaja al suelo. Luego, se dirigió a Génesis—, haz lo que tengas que hacer.

Génesis asintió con la cabeza y se apresuró a seguir con su camino. Al tiempo en que se alejó de los gemelos, un fuerte estallido retumbó entre las copas de los árboles. Ella sintió un empujón que la tiró al suelo. Cayó aturdida y con los oídos tapados.

—¿Ulises? —Ángel aún estaba de pie y sujetaba un arma con ambas manos. Tenía los ojos abiertos como platos y llenos de lágrimas.

Génesis siguió su mirada para encontrarse con un charco de sangre y un cuerpo desplomado.

—¡Ulises! —exclamó, incapaz de escuchar su propia voz, y gateó hacia él. Lo sacudió con la esperanza de despertarlo, pero Ulises no respondió. Chorros de sangre emanaban de su garganta.

Ángel se había desplomado sobre sus rodillas, con la mirada pegada al suelo y el cañón del arma adherida a la cien. Murmuraba algo, pero Génesis no quiso descubrir qué. Se puso de pie a toda prisa, y corrió tan lejos de los gemelos como sus piernas se lo permitieron.

Se detuvo a mitad del trayecto, apoyó las manos sobre las rodillas, e inhaló y exhaló, repetidas veces.

Génesis. —Todos los vellos de su cuerpo se erizaron cuando escuchó su nombre. ¿Quién la llamaba ahora? Ya no quería más enfrentamientos ni más personas necesitando de su ayuda.

Aunque esta vez, se trataba de una voz suave y acogedora.

Miró hacia el lugar de donde provenía la voz. En un comienzo solo vio más árboles, más tarde las reconoció. Estaba una junta a la otra y se tomaban de la mano. No se veían felices, pero parecían descansadas. Con el brazo estirado, su madre le hacía señas para que fuese donde ella. Milagros se limitaba a mirarla con una débil sonrisa y los ojos llenos de ternura.

Génesis se secó las lágrimas, y sin preguntárselo dos veces, se dirigió hacia donde se encontraban su madre y su mejor amiga. Después de todo, ellas eran las únicas dos personas con las que realmente quería estar. Una vez que estuvo a su lado, su madre le acarició la mejilla. Génesis sintió un frío soplido sobre la piel.

Ven —le dijo Jezabel, y ella y Milagros se dieron la media vuelta y se internaron entre los árboles.

Génesis se apresuró a seguirlas. Pronto llegaron a un pequeño claro en medio del bosque. Milagros y Jezabel se situaron al centro del claro y le indicaron que se acercara más.

Tras un decidido asentimiento de cabeza, Génesis se dispuso a avanzar. Estuvo a un segundo de dar su primer paso, cuando se dio cuenta de que había algo extraño frente a ella: un círculo perfecto hecho con piedras de mediano tamaño. No lo notó enseguida porque partes del círculo se perdían entre los árboles. Primero identificó un segundo círculo, uno más pequeño situado justo en el centro del otro. Sobre él se encontraban los fantasmas de su madre y de Milagros.

—¿Qué es este lugar? —Se sintió ridícula hablándole a algo que probablemente no estaba allí.

Es tu única manera de acabar con ella —le respondió su mamá. Tenía la misma voz que cuando estaba viva, pero parecía provenir de un lugar lejano.

—¿Realmente eres tú? —preguntó Génesis, deseando de corazón no obtener una respuesta.

Fue Milagros la que le contestó.

Podemos ser quien tú quieras.

Génesis bajó la mirada y se obligó a sí misma a contener las lágrimas.

Y tú nos quieres a nosotras —agregó su mamá—. Así que no tengas miedo.

Génesis se armó de valor y apoyó ambos pies dentro del primer círculo. Nada ocurrió. Jezabel y Milagros volvieron a indicarle que se acercase. Está vez, Génesis avanzó con decisión y no dudó ni un segundo en pisar dentro del circulo pequeño.

En el instante en que su pie hizo contacto con el suelo húmedo, todo cambió. Sus rodillas se debilitaron y Génesis cayó como un saco sobre el césped. Pese a que no se había movido, ahora veía todo desde otro ángulo. Uno lejano y desenfocado. Intentó mover su cuerpo, que seguía desplomado en medio del círculo pequeño, pero le era imposible a esa distancia. Todo el bosque se había sumido en una oscuridad densa y un frío que calaba hasta los huesos. Creyó que expulsaría vaho de la boca, pero no estaba respirando.

Casi no pudo creer cuando se vio sí mima ponerse de pie, y dirigirse fuera del círculo y entre los árboles. Por un breve instante, vio de frente sus propios ojos castaños. Todo parecía un mal sueño, en el que ella era al mismo tiempo el personaje principal y el espectador. Y al igual que en los sueños, su conciencia no tenía poder alguno sobre su cuerpo. Su madre y Milagros se habían perdido entre los cientos de personas que de pronto aparecieron a su alrededor. Todos de caras pálidas y miradas vacías. A diferencia de ellos, Génesis se vio obligada a ir tras su cuerpo.

Del otro lado de los árboles se encontraron con la cumbre del cerro. María y sus últimos seguidores se encontraban de rodillas y con las manos abiertas hacia el cielo. Desde allí, se escuchaban las olas del mar romperse contra las grandes rocas que formaban la colina. María tenía los ojos cerrados, por lo que tardó varios segundos en darse cuenta de la llegada de Génesis. Cuando por fin la vio, sus ojos se abrieron como platos y su respiración se agitó diez veces más de lo normal. Génesis también sintió temor, pero su cuerpo permaneció impenetrable.

—Te encontré —se escuchó decir a sí misma. Mientras que ella solo era capaz de preguntarse qué pecados estaba ocurriendo—. Vine a hacer una confesión.

María sonrió y su rostro se transformó en un lienzo de líneas y arrugas.

—¿Vienes a buscar nuestro perdón? —le preguntó, irguiendo la espalda y levantando la nariz.

—No —respondió Génesis—. Vine a confesar que tenías razón. Soy una bruja, mi alma le pertenece al reptil del inframundo.

Los pies de la Génesis corpórea comenzaron a despegarse del suelo hasta quedar a medio metro sobre la faz de la tierra. María y sus seguidores la miraban aterrados, incapaces de reaccionar. Génesis, por el contrario, corrió hacia su cuerpo e intentó agarrar sus propios pies, pero sus manos se desvanecieron en el intento. Acto seguido, se encontró siendo arrastrada de vuelta al claro. Su cuerpo ya estaba allí, descendiendo lentamente hasta quedar de pie en el círculo pequeño. Los pasos y murmullos de los discípulos de María se escuchaban cada vez más cerca. Uno a uno, fueron emergiendo de entre los árboles y situándose dentro del circulo de mayor tamaño, alrededor de Génesis. María fue la última en llegar.

—Estás rodeada, niña estúpida —dijo ella, tambaleándose al caminar—. Nos trajiste al lugar perfecto para que te veamos morir. Siempre he creído que a las brujas les encanta que las quemen vivas.

Génesis vio su propio rostro sonreír de una manera que ella nunca lo habría hecho. Era imposible saber si alguien más se había percatado de la temprana oscuridad o del excesivo frío, pues todos actuaban como si nada extraño estuviese ocurriendo.

—En Yuco, la magia es mucho más poderosa que en cualquier otra parte del país —dijo Génesis—. Acá somos gobernados por ella.

—La magia no es capaz de afectar a los que son guiados por el Señor de la Inocencia —exclamó María, apuntando a Génesis con su largo dedo índice.

—¿El Señor de la Inocencia?

De pronto, el cuerpo de Génesis comenzó a llamarla. No hablaba ni emitía ruido alguno, pero la invitaba a regresar. Avanzó hacia él hasta que chocó con su propia piel, entonces volvió a ver el mundo a través de sus ojos. Alguien más habitaba dentro de ella, podía sentirlo. En su cabeza, en su piel, en su corazón...

—Los dioses nos abandonaron hace mucho tiempo —dijeron sus labios. Génesis sabía lo que estaban por decir; lo había escuchado antes—. Fueron vencidos por los hipócritas, por los que jugaron a ser dioses y crearon atrocidades, y por los que conocieron el pecado y fueron seducidos por él. Hasta los ignorantes, que no supieron más que seguir la corriente, los alejaron de nuestro país. En Yuco, por otra parte, nunca existieron.

María movió los labios de lado a lado, pero no fue capaz de responder.

—¿Sabes qué? Siempre odié a tu grupito de amigas; lo único que sabían hacer era hablar mal de mí a mis espaldas, igual que todos en esta ciudad. Milagros, especialmente, que disfrutaba tanto poniéndole sobre nombres al resto. —Hizo una mueca—. Pero tú..., tú me dabas lástima. La gente también hablaba mal de ti. La hija de la prostituta, te llamaban; la hija huacha que ningún padre quiso reconocer. —Rio. Génesis sintió un ardor en el pecho, era la primera vez que escuchaba todo aquello—. Agárrenla —agregó entonces, girando su cabeza hacia los pocos Contricionistas que le quedaban, pero sin perder a Génesis de vista. Le temblaba el mentón y tenía los ojos rojos como el fuego.

—Antes, les recomiendo que miren a su alrededor —dijo Génesis. María hizo un gran esfuerzo por no ceder ante la tentación y seguir las ordenes de una bruja, pero fue vencida. Sus ojos casi se salieron de sus cuencas cuando vio las rocas que la rodeaban a ella y a los demás—. Están todos ustedes malditos —agregó—, y ni siquiera pueden llegar a mí.

Luego de tragar saliva con dificultad y darle un beso a la sagrada cuerda, María dio un paso hacia adelante. Génesis nunca había sentido su cuerpo tan desprotegido y María seguía acercándosele.

—O tal vez —dijo ella, dando un paso más, seguido de otro y otro—, no ocurra nada —concluyó, posando un pie dentro del circulo interior.

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