Inquisición III
Inquisición
Provincia de Las Rosas, Las Rosas
Su hogar tenía un aspecto sombrío aquel anochecer, desolado y sin vida, igual que una casa abandonada. Génesis procuró entrar en silencio, y se dirigió directamente hacia las escaleras. Su madre se encontraba en la cocina, sentada en una silla de espaldas a ella y con la cabeza gacha. Pudo escuchar sus quejidos desde la entrada. Bajó el par de escalones que había alcanzado a subir y caminó hacia ella.
—¿Estás bien, mamá?
Jezabel se volteó para mirarla. Tenía los ojos rojos e hinchados, pero abiertos de par en par. Miraba a Génesis como si fuese un fantasma.
—Volviste —susurró, poniéndose lentamente de pie. Enseguida, dio unos cuantos pasos torpes hacia ella—. ¡Gracias a los dioses, estás de vuelta!
—Estoy de vuelta —repitió Génesis. Le dolió pronunciar aquellas palabras—. Voy a ir a mi habitación —agregó—. No me siento muy bien.
—No puedes irte a dormir —dijo Jezabel. Génesis, quien ya se encontraba a medio camino de las escaleras, se detuvo secamente. Se le cerraban los ojos y el dolor de cabeza estaba matándola.
Durante el viaje en tren, sus pensamientos no la dejaron dormir. Sin embargo, fue la cabalgata de Malaquías a Las Rosas la que acabó con su energía. No había comido nada en todo el día, y aún no conseguía entrar en calor, necesitaba recostarse y olvidarse de todo lo que había sucedido. Olvidar que pudo haberse ido y olvidar que decidió regresar a la Inquisición.
—Estoy muy cansada, mamá...
—Tendrás que hacer un esfuerzo —insistió su madre, y aceleró el paso para ponerse entre Génesis y las escaleras—. María de la Santísima Inquisición organizó un gran encuentro que va a durar todo el día —le contó, con una sonrisa en el rostro—. Quiere que celebremos por todo el alimento que nos brinda el mar y la naturaleza. —Génesis hizo un gran esfuerzo por no entornar los ojos.
—Quizás yo no debería ir. —La sonrisa se borró del rostro de su madre.
—Ya han venido catorce veces a tocar la puerta de esta casa —dijo ella, con voz áspera—. Todos se preguntan por qué no he asistido al encuentro más importante que hemos tenido hasta ahora. —Sus mejillas se tornaron de un rosado claro—. Pero yo no me atreví a abrirles; no quise enfrentarlos.
—¿Por qué no? ¿Te hicieron algo?
—Ellos no me han hecho nada —dijo, sus ojos volvían a llenarse de lágrimas—. Pero ¿Cómo iba a decirles que mi hija se había desaparecido? ¿Cómo iba a contarle a nuestra líder que mi propia hija está dudando de la palabra de los dioses? Debes venir conmigo y demostrarle a nuestra líder que no nos has abandonado. Que tu fe en los dioses sigue siendo fuerte y que el pecado no te está tentando. ¿Dónde está tu anillo?
«En la aduana», habría sido la respuesta más sincera, aunque Génesis dudaba que su madre supiera del lugar.
—Lo perdí —dijo al cabo de unos segundos. Su mano lucía desnuda sin el anillo.
—¡Por todos los dioses! ¿Por qué insistes en provocar a nuestra líder?
—No lo hago con esa intención —se defendió Génesis, ocultando su mano detrás de la espalda.
—Te conseguiremos uno nuevo —dijo su madre—, y diremos que regalaste el tuyo en nombre de los dioses.
—Le diremos lo que quieras —dijo Génesis—, pero en otro momento, hoy estoy muy cansada.
—No, Génesis. Iremos hoy y le demostraremos a toda la división que somos fieles seguidoras de la Inquisición. ¡No discutas más! —La habitación enmudeció hasta que Jezabel se acercó a ella y le susurró al oído—: A veces, obedecer es lo mejor.
A continuación, le dio unas palmaditas en el hombro y se alejó de Génesis, sonriendo otra vez. Tomó su abrigo y se dirigió a la puerta principal. Por un instante, Génesis se quedó petrificada de pies a cabeza. Finalmente, optó por imitarla y, dos minutos más tarde, se encontraron caminando calle abajo, tomadas de brazos.
La ceremonia se estaba llevando a cabo en la plaza frente al santuario de la ciudad. Grandes mesas de madera, cubiertas por manteles blancos y llamativos arreglos florales, partían la plaza en dos. El lugar estaba repleto de gente de todas partes de la ciudad. Algunos de ellos estaban sentados a la mesa con un plato de comida y algo para beber, otros, de pie conversando alegremente. No parecían afectados por el hecho de que, sobre sus cabezas, colgara el nuevo sacrificio de María. Esta vez se trataba de una mujer joven que bordeaba los treinta años. Génesis no la conocía, pero supo más tarde que los dioses la eligieron luego de intentar convencer a un grupo de niños de que María no era un ángel de verdad y que no debían hacer todo lo que ella les decía.
—La líder predijo que habría un nuevo sacrificio y lo hubo —dijo la señora que estaba sentada frente a Génesis y Jezabel—. No cabe duda de que los dioses se comunican con ella. —Besó su anillo—. Es el ángel que necesitaba este siglo.
—Es el ángel que nos alejará del pecado —dijo Jezabel, besando su anillo también. Génesis se quedó en silencio pese a que su madre la fulminaba con la mirada—. Te dije que actuaras normal —le susurró al oído cuando la señora de enfrente no les prestaba atención.
—Mamá, ¿de verdad crees que los dioses hablan con María? —Jezabel abrió los ojos como platos.
—María de la Santísima Inquisición —la corrigió—. Y por supuesto que sí.
—Entonces, ¿Cómo es que los dioses no le contaron lo que yo hice?
—¿De qué estás hablando?
Génesis tragó saliva y acarició el lugar donde solía estar su anillo.
—Ayer traté de dejar la Inquisición. —El rostro de su madre palideció—. Yo misma me saqué el anillo e intenté borrarme mi tatuaje. ¿Por qué los dioses no le dijeron nada? Pensé que querían castigar a todos los que fueran víctimas de la tentación.
A su madre le tiritaba el mentón.
—Tal vez, te dieron una segunda oportunidad.
—O, tal vez, los dioses no hablan con ella, y todo esto no es más que una tergiversación de nuestra fe para justificar los crímenes de una persona amargada y resentida.
Con los ojos muy abiertos y las mejillas enrojecidas, Jezabel alzó la mano por los aires, pero se detuvo antes de que esta tocara el rostro de su hija. Sin dar explicación alguna, se levantó de su asiento y se perdió de vista entre la multitud. Diez minutos más tarde, regresó donde Génesis, solo que esta vez venía acompañada por María de la Santísima Inquisición.
—Génesis, que gusto verte —dijo ella, retorciendo sus manos—. Tu madre estaba hablándome de ti, de lo arrepentida que estás por tu actitud durante el castigo de Milagros y de las ganas que tienes de aportar a nuestra división. —No obtuvo respuesta. María sonrió—. Dime, ¿hay lago en particular que te gustaría hacer por nosotros?
Jezabel pasaba la mirada de María a Génesis. Le sobresalían las venas de la frente y se arrancaba trocitos de uñas a mordiscos. Hacía mucho tiempo que Génesis no la veía morderse las uñas así.
—Sí, lo hay —dijo, de pronto—. Génesis quiere postular para ser su aprendiz.
María se volvió hacia Génesis con una mirada inquisitiva.
—Así es —dijo ella, una fuerza invisible oprimía su pecho.
De inmediato, el rostro de su madre se iluminó. María, sin embargo, sonreía a medias.
—Es un proceso difícil, y hay muchas jovencitas luchando por ser mi aprendiz, pero puedes intentarlo —dijo—. Mañana mismo comenzarás con tu primera misión. ¿Te gustaría ayudar con la construcción de un nuevo templo en Puerto Niebla? —Jezabel la miró con los ojos muy abiertos.
—Me encantaría.
Génesis se sintió aliviada. No era ningún secreto que los seguidores más fieles de María tenían el control sobre la península, pero al menos allí no tendría que verla todos los días. Además, Las Rosas se había transformado en una eterna pesadilla, cada rincón de la ciudad le recordaba a Milagros.
—Una cosa más —le dijo María, cuando la madre de Génesis se alejó—. Los dioses me dirán quiénes quieren ser mis aprendices por las razones correctas y quiénes no. —Acortó la poca distancia que había entre las dos y la miró de pies a cabeza—. Si alguna intenta burlarse de mí, sentirá toda la furia del Dios de la Inocencia.
Génesis alzó la mirada y se encontró con la joven de rostro azul que colgaba del árbol. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que ella acabase igual?
A la mañana siguiente, antes de que el sol se asomara, Jezabel se plantó junto a la puerta con su abrigo y la maleta de Génesis hecha. Esperaron en el puerto hasta que los pescadores tuvieron listo un bote y pudieron cruzar el Mar Entrante. Génesis se bajó en Puerto Castaño, la ciudad más cercana a Las Rosas, donde su madre le dio un beso en la mejilla y le dijo: «Es mejor así». Allí se encontró con Sara, una orgullosa y fiel admiradora de María, quien se encargó de encaminar a Génesis hasta donde los caballos las esperaban para continuar hacia Puerto Niebla, la capital de Yuco.
—¿Por qué hay tan pocas personas en esta ciudad? —preguntó Génesis.
—Nadie vive acá, todavía. Los que vienen solo se quedan un par de días, para cuidar a los caballos y luego regresan a Puerto Niebla.
—¿Por qué?
—Es muy peligroso —explicó Sara—. Aún no hemos podido construir un templo acá, tampoco en Rave. Lo más probable es que el reptil del inframundo aún esté presente en estas tierras.
—¿Piensan expandir la Inquisición hacia estas ciudades? —preguntó Génesis, asustada de la respuesta que pudiese obtener.
—Pensamos expandir la Inquisición por todo el país. La líder no se detendrá hasta que el país deje de llamarse Trovia y comience a llamarse Inquisición.
—No es un buen nombre para un país —dijo Génesis.
—Por supuesto que sí. Nuestra líder es un ángel y nosotros la Inquisición que la protege.
—La Inquisición ha cometido muchos errores a través de la historia —dijo Génesis—. Han adorado a muchos ángeles falsos y acusaron de farsante al único ángel que ha existido de verdad.
—Conozco la historia del Dios de la Luz —dijo Sara—. Pero la líder es un ángel de verdad y nosotros somos la Inquisición que la protege a ella. ¿Acaso no opinas igual? —Los músculos de su rostro se tensaron y había dejado de pestañear.
—Está claro —dijo Génesis.
«Si no opinara igual, ya me habrían colgado de un árbol.»
Cuando llegaron a la ciudad, el paisaje dejó a Génesis sin palabras. La arquitectura era similar a la de Las Rosas, pero su aspecto estaba ligeramente más deteriorado. Las coloridas fachadas de las casas habían perdido su tonalidad y el olor del mar se sentía desde lo lejos. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue el cielo. Pese a que no había ni una sola nube, éste estaba pintado de gris.
Cuando llegaron al que sería su nuevo hogar, Génesis se bajó del caballo y se despidió de Sara con un gesto de la mano, ella se alejó cabalgando. Se trataba de una pequeña cabaña cerca del bosque, rústica, pero acogedora. Génesis abrió la puerta y fue directo a la cocina. Una persona estaba escondida entre los árboles y la miraba a través de la ventana. Por un momento, creyó que era solo un reflejo. Sin embargo, allí frente a sus ojos, apareció la última persona que Génesis esperaba encontrar. Justo debajo de los árboles y oculta entre las sombras, estaba Milagros. Pálida y translúcida, pero inconfundible.
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