Éxodo XI
Éxodo
Provincia de Punta de Luz, Tierra Nueva
Aquella extraña figura no se despegó de Ofelia ni un solo día desde que volvieron de Laguna Gris. Incluso en el viaje de regreso, la sombra se sentó junto a ella. Nunca lograba verla de frente, pero siempre estaba allí, mostrándose ante el rabillo de su ojo, susurrándole palabras contaminadas al oído. A veces se encontraba de pie a su lado, otras veces aparecía en los lugares más inexplicables, como en las esquinas más altas de paredes sombrías.
Dado que la misión había sido un completo éxito, toda la pandilla compartía las ganas de celebrar. Rodrigo había conseguido un equipo musical y unos generadores de energía porque el cumpleaños de Bárbara había coincidido con su gran triunfo y ya llevaban casi tres días de festejo.
Los Bull Terrier estaban felices, todos menos Ofelia y Gaspar, quienes no se habían vuelto a dirigir la palabra desde su regreso a Tierra Nueva. Ella se limitaba a mirarlo desde lejos, examinando las posibilidades de asesinarlo durante el día, mientras todos dormían. Probablemente, nunca lo haría, pero ante tales pensamientos la sombra no hacía más que ronronea y aquello le agradaba a Ofelia.
Franco llegó más tarde, a mitad de la celebración. No actuaba igual que siempre: evitaba conversar con sus amigos y rechazó todos los tragos que le ofrecieron, además, tenía el rostro hinchado y azul. Lo más extraño era que perseguía a Gaspar a todas partes y, por la forma en que se frotaba la frente, no parecían estar hablando de algo trivial.
—Están hablando de ti —murmuró la sombra, el sonido de su voz ya no provenía de la cabeza de Ofelia. Ahora se trataba de una entidad completamente diferente.
Ofelia trató de ignorar lo que la sombra decía, pero le costó mucho trabajo desechar sus palabras cuando Franco y Gaspar desaparecieron del cuartel. Especialmente, porque se reintegraron a la fiesta casi una hora más tarde. Pese a que tenía su ojo funcional caído y la mejilla hinchada, Franco regresó desplegando una sonrisa triunfante en todo el rostro. Gaspar en cambio no miraba a nadie y se fue directamente a un rincón donde rápidamente lo acompañaron Ramona y Josefina. La noche estaba por llegar a su fin, Ofelia se encontraba acurrucada en un sillón en medio del cuartel, observando a Franco que en aquel momento iba hacia ella, todavía sonriendo y con sangre en el cuello.
—¿Me puedo sentar?
—No, gracias.
Franco negó con la cabeza y se sentó de todas maneras.
—Gaspar tenía razón, estás loca.
Aquellas palabras le dolieron más de lo que Ofelia había previsto y eso enfurecía a la sombra.
—Supongo —dijo Ofelia—.Vi morir a mi hermano y me fui con el hombre que lo mató. Debo estar completamente loca.
—Pero él te abandonó —dijo Franco. Ofelia rodó los ojos, sabía que se pondría de parte de Gaspar—. Creo que ver a tu hermano fue lo que le dio fuerzas para ir a la Cofradía a ver a su hermana, que realmente lo necesita en este momento. Me parece que ve mucho de ella en ti.
—¿Qué? —preguntó Ofelia, con la respiración agitada.
—¿Hay algo de malo en eso? —preguntó Franco.
—¿Gaspar tiene una hermana? —preguntó Ofelia. La sombra tenía su rostro pegado al de ella—. Él mató a mi hermano.
—Sí y ella lo necesita.
—Y yo necesitaba a mi hermano —rugió Ofelia, poniéndose de pie de un salto—. Y él a mí ¿Qué diferencia hay?
—Todos creíamos que odiabas a tu hermano.
—Al único que odio es a él —dijo Ofelia, y salió del cuartel.
Durante dos días no supo nada de ninguno de los dos. Supuso que estarían en la Cofradía, con la hermana de Gaspar, y con aquel pensamiento, la sombra parecía crecer en tamaño y densidad, pero Franco apareció más tarde esa mañana afuera de la decadente habitación que Ofelia utilizaba de dormitorio. Ofelia estaba lista para irse a acostar (con pastillas en mano y todo) cuando él llamó a su puerta, agitado, sudoroso y descansando las manos sobre las rodillas.
—No tengo ganas de hablar contigo —dijo Ofelia, pero Franco abrió los brazos y negó con la cabeza.
—No te vayas —dijo, entrecortadamente—. Gaspar no está.
Ofelia tardó en replicar. Estuvo a punto de decirle que no le diera importancia, que ya aparecería. Pero Gaspar ya la había abandonado antes, no había razón para que no lo hiciera de nuevo.
—Espero que esté muerto ―dijo ella, al fin.
—¿Qué tienes ahí? —murmuró Franco, de repente. Ella lo descubrió mirándola fijamente a la altura de las caderas—Ofelia, ¿Qué tienes ahí?
—No tengo nada —dijo Ofelia, mirándose también las piernas—. ¿Por qué?
Pero no era el pantalón de Ofelia lo que había llamado la atención de Franco, tampoco sus caderas. Se trataba del objeto que sobresalía de su bolsillo delantero. Un objeto rectangular, fino, y repleto de poder.
Antes de que Franco pudiera decir nada más, Ofelia se dio la media vuelta y se internó en la habitación, cerrándole la puerta a Franco en las narices. Incluso a la sombra se le iluminó el rostro cuando extrajo el objeto de su bolsillo y sostuvo en sus manos la tarjeta.
—¡Muévete!
Un grito proveniente del salón hizo que Ofelia se sobresaltase.
En cuestión de segundos, escondió la tarjeta detrás de unos escombros. Para cuando se dio la media vuelta, se encontró con Bárbara en la entrada de su habitación y no estaba sola. Ofelia los veía moverse en cámara lenta y no entendía nada de lo que decían. ¿Habrían visto que tenía la tarjeta? ¿Dónde se había metido Franco?
Bárbara volvió a apuntarla con un dedo. Su cara estaba roja y escupía al hablar.
—¡Agárrenla!
Obedientes, sus acompañantes se abalanzaron sobre Ofelia y la agarraron por las piernas y los brazos. Pero ninguno de ellos se fijó en los escombros.
—¿Qué está pasando? —preguntó Ofelia. Los ayudantes de Bárbara la arrastraron por toda la planta nuclear, atrayendo las miradas de muchos curiosos—. ¡Yo no hice nada!
—Las de tu tipo son las peores —dijo Bárbara, que iba detrás—. Siempre fingiendo que son inocentes e indefensas, cuando en realidad son las primeras en apuñalarte por la espalda.
—¿Qué? —La planta nuclear había comenzado a girar en trescientos sesenta grados a su alrededor.
—Tú mataste a Rodrigo —dijo Bárbara, agarrando a Ofelia de la camiseta—. Y las vas a pagar.
Ofelia no reaccionó hasta que llegaron a un pasillo repleto de celdas y por fin entendió lo que estaba por suceder. Gritó y pataleó para que la soltaran. Les dijo una y otra vez que ella no había hecho nada. Ellos simplemente no la escucharon. La arrojaron dentro de lo que parecía ser un calabozo y la encerraron allí. No había luz, solo frío y humedad. La única ventana se encontraba en la puerta y era tan alta que Ofelia era apenas capaz de alcanzarla y ver hacia el exterior. No tenía vidrio, pero sí unos gruesos barrotes. Después de haber matado a tantas personas, no podía creer que estuviera pagando por un crimen que no había cometido.
—Podrás salir cuando nos digas dónde está su cuerpo y qué hiciste con las llaves —dijo Bárbara, a través de la ventana—. O te puedes pudrir en este calabozo.
Bárbara no volvió a hacer acto de presencia en todo el día. Pero cuando la temperatura cayó y el silencio se volvió absoluto, quien apareció fue la sombra. Se arrastraba por las paredes de la celda y jugaba con los sentidos de Ofelia.
—Mírate —le decía, al oído—. Igual que en la Equidad. ¿No te da risa?
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