Equidad IV
Equidad
Provincia de Lago Espejo, Los Narcisos
A eso de las once de la mañana, los guardaespaldas de Vladimir lo despertaron a él y a otras dos «mascotas», como ellos los llamaban, para obligarlos a limpiar la mansión. Los amarraron de manos y encadenaron sus tobillos a unos pesados grilletes. Pasaron horas refregando montañas de loza sucia, desinfectando los inodoros y trapeando la piscina. Ni siquiera cuando Vladimir los llevó a la muralla les soltó las sogas de las muñecas o los grilletes de los tobillos.
Esa misma noche, después de haberse roto el culo toda la tarde trabajando en la muralla, Maximiliano acompañó a Vladimir a casa de unos de sus nuevos amigotes, Bruno. El lugar era un desastre, pero debajo de toda la ropa sucia, restos de comida y latas de cerveza, había una casa hermosa y grande. El departamento que Vladimir le había entregado a Maximiliano para que viviesen él y su familia cabía entero en aquel salón y probablemente sobraba algo de espacio.
—¿Ves que no es tan terrible? —le dijo Vladimir a Maximiliano cuando ya se había acomodado en los sillones—. Jamás traería a mis otras mascotas a pasar un rato con mis amigos. Acá sólo nos juntamos los que me importan de verdad —agregó, llevándose el vaso de whisky a la boca.
Sin embargo, a Maximiliano no le sirvieron un vaso de whisky ni le permitieron sentarse con ellos. En vez de eso, pasó la noche yendo y volviendo de la cocina al comedor como un camarero, sirviéndole a los demás y limpiando sus desastres. Maximiliano optó por acatar, nunca resultaba nada bueno de enfrentarse a Vladimir cuando a éste se le pasaba la mano con los tragos.
—¡Max, ven acá!
—¿Qué quieres?
—Sostén esta botella —le dijo, su lengua estaba tan enroscada que sus eses sonaban como jotas. Maximiliano agarró la botella que Vladimir le estaba entregando y la examinó. Estaba vacía—. Sostenla bien que voy a mear.
—¿Es broma?
—Necesito mear y no voy a llegar al baño —dijo Vladimir—. ¡Sostenla de una vez y deja de lloriquear!
—Hazlo, hombre —dijo uno de sus amigos—. Si me mancha la alfombra va a ser tu culpa.
Maximiliano se limitó a ponerse de rodillas, cerrar los ojos, y sostener la botella tan firmemente como fuese posible. Cada vez que una gota maloliente impactaba sobre su mejilla sentía la urgencia de romperle la botella en la cabeza. Solo lograba serenarse cuando recordaba que al menos Ofelia no podía encontrarse en una situación peor que aquella.
Pero la noche continuó y muchas más personas se sumaron al pequeño festejo. Maximiliano casi dejó caer el plato de papas fritas cuando Ángel y Ulises se asomaron por la puerta principal. Ambos fueron recibidos con apretones de mano y palmadas en la espalda. ¿Desde cuándo eran los gemelos amigos de Vladimir?
Maximiliano se fue a la cocina y se quedó allí revisando la despensa. Estaba repleta de cajas con alimentos enlatados, precocinados e instantáneos, y no sólo había whisky, también ron, ginebra, cerveza y muchos otros. Habría seguido examinando los demás estantes de no ser por Ángel que apareció tras él.
—¡Ahí estás! —le dijo—. Me imaginé que ibas a estar en la cocina—Maximiliano pasó por su lado, haciendo caso omiso de su comentario. Intentó llegar a la puerta de salida, pero los amigos de Vladimir le bloquearon el paso—. Le corresponde a la perra fiel del dirigente.
De inmediato, Maximiliano soltó lo que llevaba en las manos, no recordaba lo que era, y se arrojó sobre su hermano menor. Ni el grillete lo detuvo. Ya se encontraba encima de él cuando otra persona lo obligó a levantarse y lo llevó a rastras al baño más cercano.
—¿Por qué lo defiendes? ¡Actuó como un idiota! —rugió Maximiliano—. Se merecía que le reviente la cara.
—Tú también te lo mereces —respondió Ulises. Maximiliano no podía creerlo, Ulises solía ser el más sensato de los tres—. Tú te metiste en esto. Tú y papá humillaron a nuestra familia.
Después de todo lo que había soportado aquel día, no entendía como unas simples palabras podían dolerle tanto.
—¿Preferirías que Ofelia estuviera en mi lugar?
—Preferiría saber si es que está viva —respondió Ulises—, y que tú no fueras el hazmerreír de la provincia.
Maximiliano no quería seguir escuchándolo.
—Yo le ahorré toda esta humillación. —Señaló a su alrededor con los brazos.
—Lo único que hiciste fue deshacerte de ella. Solamente querías que te dejara de causar problemas así que la mandaste lejos. Una preocupación menos, ¿no? Ahora ya no tienes que inventar excusas para que Vladimir te acepte en su grupo de amigos. Es más, ahora tienes una excusa para estar todo el tiempo con él.
Las lágrimas quemaban sus ojos.
—¿Qué habrías hecho tú?
—Habría matado a este hijo de puta —contestó Ulises—. Entre los tres podríamos haberlo hecho.
—¿A sí? ¿Ahora podemos contar con Ángel? Además, tú sabes que jamás heriría a Vladimir. Él es un hermano más para mí.
—Ofelia es tu verdadera hermana —espetó Ulises—. Nosotros teníamos un trato, Maxi: yo me encargo de Ángel, tú te encargas de Ofelia.
—Eso es lo que he estado haciendo —replicó él.
Esperó a que Ulises saliera del baño para cerrar los ojos y dejar las lágrimas escapar. Imaginó a Ofelia en una cama grande y esponjosa, con la nariz metida en algún libro de ciencias y una A plateada en el cuello.
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