Cofradía VIII
Cofradía
Provincia de Los Lagos, Ciudad Catarata
Las paredes aturdían con su infinito color blanco inmaculado. La cama y su cubrecama también eran blancos, incluso lo era la mesita que había a su lado. Con tanto blanco a su alrededor, aquella manchita rosada parecía una bengala. Anastasia tenía los ojos pegados a ella, y todas las veces que se decía a sí misma que ya no debía mirarla más, volvía a clavarle los ojos.
Se suponía que en cualquier momento llegaría el presidente de la Cofradía. Dimitri llevaba horas dando vueltas por el hospital, buscando papeles y cuadernos, y apilándolos sobre su escritorio. Murmuraba cosas por lo bajo y soltaba improperios cada tanto. Pobre de quien se atreviera a interrumpirlo...
Anastasia también estaba ansiosa por la llegada del presidente. A diferencia de su padre, eso sí, ella era capaz de mantener la compostura. En aquel momento, se encontraba sentada sobre su cama, balanceando las piernas de adelante hacia atrás. La mancha era lo único que no la dejaba tranquila. Al principio no le había llamado mucho la atención, pero a medida que pasaban los días Anastasia se encontraba a sí misma pensando en ella por horas. ¿Era sangre? ¿Por qué no salía? ¿Cómo había llegado ahí?
—Anastasia —dijo Dimitri, tras tocar la puerta dos veces—. Llegó el presidente, ven a saludar.
Se bajó de la cama dando un pequeño saltito y salió de la habitación con mucho cuidado de no arrugar su único vestido decente. Cuando llegó a la sala de reuniones, se sentó en medio del sofá, con la falda del vestido perfectamente estirada sobre sus rodillas y esperó a que llegaran los demás. Su madre se unió a ella unos minutos después.
—Sé buena esta vez, ¿sí, Ani? —Anastasia no replicó. Claramente, su madre y ella tenían diferentes visiones de lo que era bueno y lo que no—. El presidente necesita saber que estamos cooperando —añadió. Anastasia volvió a reservarse los comentarios—. Y yo necesito recuperar mi visión —agregó, finalmente y ambas guardaron silencio.
Hacía ya cinco meses que su madre no veía absolutamente nada. El día en que perdió lo poco que le quedaba de visión lloró durante veinticuatro horas seguidas. El deseo de volver a ver era lo único que la mantenía de pie.
El presidente llegó un poco más tarde acompañado por Dimitri, quien le insistió que ocupase el único sillón individual. Él, en cambio, se apretujó entre Anastasia y el brazo del sofá. La mitad de su vestido quedó atrapada debajo de la pierna de su padre.
—¿Cómo las ha tratado el hospital? —les preguntó el presidente, con una sonrisa que mostraba todos sus dientes—. Veo que lo tienen muy bien decorado.
—No es necesario que mienta, Antonio —dijo la mamá de Anastasia con una sonrisa coqueta y un gesto de la mano—. Todos sabemos que ningún lugar está realmente decorado hasta que lo decora una mujer. —Anastasia fue la única que no se rio—. Cuando recupere la vista podré decorar este lugar como corresponde.
—No estarán acá cuando recuperes la vista, linda —le dijo el presidente. Casandra tenía suerte de no tener que ver su sonrisa condescendiente.
—Y así no funciona, además —dijo Anastasia. Todos se voltearon hacia ella—. No es que mamá vaya a ver colores o formas. Con suerte podrá hacerse una idea de los objetos que tiene a su alrededor, ¿o no?
—¡Anastasia! —gruñó Dimitri, golpeando con la mano el brazo del sofá. Casandra tuvo que esconder el rostro para que nadie viera sus ojos llenarse de lágrimas.
—Veo que sigues enojada con esta situación —dijo el presidente, quien seguía sonriendo—. Con tu mamá, con tu papá y conmigo, supongo.
—No estoy enojada —contestó ella—. Es solo que no tengo tanto tacto y desplante como usted —explicó, moviendo las manos para darle énfasis a sus palabras—. Pero, ya sabe, cosas típicas de la gente inferior. Que no califica para ser parte de la Cofradía.
—¡Anastasia! —rugió Dimitri, poniéndose de pie. Su rostro se había vuelto rojo fuego—. ¡Te recuerdo que la Cofradía aún te permite llevar ese tatuaje, así que ten más respeto! —dijo, apuntando a la C dorada de su cuello con el dedo índice—. Lleva a tu madre a su habitación y sal de acá.
—No —respondió ella, sin moverse de su puesto en el sofá—. Quiero participar de esta reunión. Tengo una propuesta que hacerles.
—¡Dije que te fueras a tu cuarto!
—No me voy a ir. —Por primera vez en toda la tarde, sus miradas se cruzaron. Dimitri tenía los ojos desorbitados y las venas sobresalientes.
—¿Por qué no la dejamos que nos acompañe esta vez? —intervino el presidente—. Quizás sea bueno que sepamos lo que nos quiere decir.
Su padre aceptó a regañadientes y le pidió a Casandra que no estuviese presente porque ya tenía suficiente con las pataletas de Anastasia. Por cuarenta minutos, no hicieron otra cosa más que hablar sobre los avances de la modificación. Dimitri le mostraba sus cuadernos llenos de cálculos, y repetía constantemente que nunca habían sobrevivido tanto tiempo como ahora. El presidente, sin embargo, se mostraba mucho más interesado en por qué se seguían muriendo.
—Algunos cuerpos no desarrollan todos los cambios necesarios para adaptarse al nuevo gen —explicó Dimitri—, pero los últimos sujetos han mostrado resultados favorables. Muy pronto podremos crear el prototipo de soldado que usted tanto quiere.
—Pronto no me sirve —dijo el presidente, cruzándose de brazos y apoyándose contra el respaldo del sillón—. No sabemos qué planea la Autarquía y la Inquisición ya tiene a la mitad de la población del país.
—Tenemos un ejército capaz de vencerlos.
—Es verdad —dijo el presidente, moviendo la cabeza de arriba abajo—, pero solo a uno de ellos. Luego, ¿Qué sigue? ¿Esperamos de brazos cruzados a que lleguen las demás divisiones a atacarnos con sus ejércitos descansados y con todas sus armas? Necesitamos una ventaja.
—¿Qué gen elegiría usted, señor presidente? —preguntó Anastasia, antes de que su padre pudiera replicar. Él rodó los ojos y se acarició la frente.
—No lo he pensado —respondió el presidente—. ¿Cuál elegirías tú?
—Mejoraría mis oídos —respondió Anastasia—. Así podría escuchar todas las canciones que se reproducen cerca mío.
—Es algo muy lindo, lo que dices.
—O mejor, elegiría las alas. —El presidente alzó las cejas y suspiró—. Para poder salir de este hospital de mala muerte.
—¿Estás aburrida de estar acá?
—Lo estoy —dijo Anastasia. Con el estómago contraído y las manos tiritando, agregó—: Y también estoy convencida de que usted debería volver a aceptar a mi madre y a mí en la Cofradía.
—Lo haré —respondió él. Anastasia frunció el entrecejo—. Cuando tu padre haya concluido su trabajo— agregó.
—Yo hablo de ahora. Hoy.
Dimitri negó con la cabeza, el presidente, en cambio, rio.
—Entenderás que no lo puedo hacer. Nuestro lema nos limita a admitir únicamente a aquellos que representan lo absolutamente mejor de la sociedad —dijo él—. Ustedes podrán serlo algún día, pero no lo son en este momento.
—Anastasia —dijo Dimitri, acercando su rostro al de ella—. ¿De qué se trata todo esto?
Anastasia se echó hacia atrás y miró al presidente.
—Mi papá es el único que puede asegurarle la victoria y, aun así, usted no acepta a su familia en su estúpida división —dijo ella. Dimitri parecía al borde de una crisis de pánico—. Papá, vámonos a la Autarquía. Allá podrás hacer lo mismo que estás haciendo acá, podrás asegurarles la victoria a ellos también. —Hizo una pausa, los ojos de su padre desprendían llamas y Anastasia comenzaba a sentir miedo—. Pero allá tendremos una casa, podremos salir a la calle, tendremos una vida...
—Ya hemos hablado de esto, Anastasia —dijo él. Sus mandíbulas estaban tan apretadas que apenas separaba los dientes para hablar—. No nos iremos de la Cofradía.
—Dimitri —lo interrumpió el presidente—. Déjame a mí que yo hable con ella. —Con una sonrisa torcida, el presidente se volteó hacia Anastasia—. ¿Realmente crees que la Autarquía las admitiría a ti a tu madre?
—Por supuesto que sí —dijo Anastasia—. Mamá y yo somos excelentes músicos y...
—No seas tonta, niña. La Autarquía sólo acepta la gente que le es útil. ¿Para qué irían a necesitarlas a ustedes dos? ¿Para qué les canten canciones de cuna? Los músicos podrían extinguirse y a nadie le importaría. Tu padre es el importante, él les consiguió un lugar acá. Sería un idiota si lo perdiese por ustedes. Tenemos las mejores armas, tenemos las mejores mentes estrategas y los más preparados para luchar. Sin contar con la mejor edificación alrededor de la ciudad. Ninguna otra división es capaz de atravesar nuestra muralla. Pero si tanto deseas irte, te sacaré de aquí con gusto. Apuesto que tu padre no tarda en formar una nueva familia, una con buenos genes.
El nudo en la garganta de Anastasia no le permitió replicar.
—No será necesario —intervino Dimitri—. Anastasia está pasando por una etapa difícil. El encierro la tiene mal.
El presidente entornó los ojos y se volvió hacia Anastasia.
—Agradécele a tu padre —le dijo—. Él y su brillante cerebro son los únicos responsables de que tú y tu madre estén hoy aquí. Dimitri —lo llamó, a continuación—. Termina tu trabajo de una vez, o tú también tendrás que abandonarnos.
El presidente de la Cofradía se puso de pie, arregló su sacó y salió de la habitación. A Anastasia le habría encantado irse también, pero su padre le bloqueaba el camino hacia la salida. Caminaba de un lado al otro, tenía los orificios nasales dilatados y el pecho le subía y le bajaba a toda velocidad.
—¡Estoy cansado de tu actitud desafiante! —le dijo, sin mirarla a los ojos —. No puedo lidiar contigo en este momento. ¡Ya tengo suficiente!
—¿Qué ocurre? —Casandra se acercaba a ellos agarrándose de las paredes—. ¿Pasó algo?
—Tu hija va a hacer que nos echen de aquí —gruñó Dimitri, con voz grave—. ¿Es eso lo que quieres, Anastasia? ¿Qué nos echen de la división?
—Quiero que te echen a ti, nosotras ya no somos de la Cofradía.
—¡Anastasia! —exclamó su madre, ahora se sostenía del marco de la puerta—. ¿Qué clase de broma estás haciendo?
—¿No estás harta de este lugar, mamá? —preguntó Anastasia. Intentaba no perderla de vista, incluso cuando su padre se atravesaba—. Por favor, vámonos.
Ella bajó la cabeza y la meneó de lado a lado. Dimitri, por otra parte, cruzó la sala en dos grandes zancadas y con la parte trasera de su mano golpeó la mejilla de Anastasia. Ella no supo qué estaba ocurriendo hasta que se encontró a sí misma acariciando la zona dolorida con extremo cuidado.
—Esto se terminará muy pronto, Anastasia —dijo su mamá, desde la entrada—. Aguanta un tiempo más.
—¡Y deja de actuar como tu hermano! —exclamó Dimitri, alzando una vez más la misma mano con que le había golpeado antes. Anastasia se cubrió el rostro, pero el golpe nunca llegó—. Cuando nos echen te vas a acordar de lo que te digo.
Anastasia cerró los ojos y negó con la cabeza.
—Tienes suerte de no poder verlos, mamá —dijo, al tiempo que se acariciaba la mejilla—. Ese hombre con alas es la cosa más rara que he visto en mi vida. Me pone los pelos de punta pensar que se encuentra a solo unas cuantas paredes de acá.
Su padre soltó un gruñido y continuó dando vueltas alrededor de la habitación. Fue Casandra quien continuó con la conversación.
—No trates a esa gente como si fueran monstruos, Anastasia —le dijo—. Pronto yo seré uno de ellos y quizás tú también, algún día.
—Si, mamá —respondió ella—. Seguro que papá está interesado en devolverte la vista.
—Deja el sarcasmo para otra ocasión, Anastasia —dijo Casandra. Dimitri se limitaba a mirarla de reojo—. Mi visión es la prioridad número uno de tu padre, ¿o no, Dimitri?
Dimitri volvió el rostro hacia su esposa. Con el ceño fruncido y la boca semi abierta, le dijo:
—Sabes que no es así, Casandra.
Un silencio absoluto se apoderó de la sala de reuniones por varios segundos. La mirada de Anastasia iba y volvía del uno al otro...
—¿Por qué no?
—Porque me pareció más urgente intentarlo antes con otro animal.
Casandra pestañeó varias veces seguidas.
—Me prometiste que el siguiente sería el mío —le dijo, con la voz quebrada—. ¿Qué razón podrías tener para aplazarlo?
—No puedo crear un ejército con el gen del murciélago, cariño —dijo Dimitri, tras un suspiro.
—No me importa tu estúpido ejercito —dijo ella, mirando doce centímetros más allá de donde se encontraba su esposo, y unos treinta, más arriba—. Tú me prometiste una cosa y yo la quiero. ¡La quiero ya!
—Lo siento —le respondió él, fríamente—. Esta semana comenzaré a experimentar con el escarabajo rinoceronte. Esos insectos tienen una fuerza increíble.
Casandra bajó la mirada y sonrió.
—¿Estás feliz, Anastasia? —preguntó, de pronto. Anastasia frunció el entrecejo—. No pudiste permitirme que me quede con la esperanza.
—Definitivamente no estoy feliz, pero sí me causa un poco de satisfacción —replicó ella.
—Las dos van a parar con sus escándalos y van a comenzar a agradecer lo que tienen —dijo Dimitri, alzando poco a poco la voz—. No nos iremos de la Cofradía y punto —agregó, dándole un manotazo al aire—. En esta división están los mejores, por lo tanto, pertenecemos acá.
—Yo no me siento mejor que nadie estando encerrada en este hospital —dijo Anastasia, enderezando la espalda y bajando los brazos pese al ardor en su mejilla—. En cambio, tu ayudante, Franco, se ve más feliz que todos nosotros y él no es más que un neutro.
Dimitri soltó una carcajada.
—No eres más que una niña ingenua, Anastasia. Franco buscó todos estos muebles para que tú pudieras sentarte.
—Dimitri tiene razón, Ani —dijo Casandra. Anastasia resistió el impulso de golpearse la frente—. Ninguna otra división puede ofrecernos lo que nos ofrece la Cofradía. Incluso en este momento somos más afortunados que muchos.
—¿Me puedo ir, ahora? —preguntó Anastasia. Lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos, pero ella se esforzó por mantener su acto hasta el final.
—Ve a tu cuarto —le dijo su padre—, y no salgas hasta que te lo ordene.
Anastasia no esperó por el permiso de nadie para dirigirse a uno de los jardines interiores del hospital, cuando ya estaba por esconderse el sol. Casandra se encontraba encerrada en su habitación y Dimitri, en el laboratorio, así que ninguno de la vio. Se sentó sobre la fuente de piedra que adornaba el centro del jardín y esperó por Franco quien tardó diez minutos más de lo normal en llegar. Se veía peor que nunca. Tenía el cabello alborotado, sus parpados hacían un gran esfuerzo por cerrarse y su cuello era un lienzo pintado de tierra y musgo.
—Llegas tarde —le dijo Anastasia, incluso antes de que él pudiese decirle hola.
—Tuve que ir a dejar unas cajas llenas de bichos al tercer piso— respondió él—. Y un par de personas inconscientes —agregó, sentándose a su lado—. Pero para la próxima los puedo traer acá si prefieres.
―Que ni se te ocurra.
Después de la primera vez que se encontraron en aquel jardín, hacía siete meses, se había vuelto una especie de tradición para ellos reunirse allí antes de que Franco tuviera que irse a trabajar con Dimitri. Anastasia no recordaba por qué ni cómo llegaron a ese acuerdo, y había días en los que odiaba tener que hacerlo. Sin embargo, ninguno de los dos había roto el silencioso trato todavía.
—¿Qué te pasa? —preguntó Franco, de repente.
Anastasia se mordió el labio.
—Nada.
—¿Nada? ―rio él―. ¿Qué te pasó?
Anastasia bajó la cabeza y observó sus pies balanceándose.
—El presidente de la Cofradía vino hoy —dijo ella—, y yo dije algunas cosas que lo molestaron.
A pesar de que no podía verlo, Anastasia estaba segura de que Franco sonreía y negaba con la cabeza al mismo tiempo.
—¿Qué le dijiste? —preguntó—. ¿Qué te irías a la Autarquía?
Anastasia giró la cabeza con tanta brusquedad que el jardín dio un vuelco.
—¿Cómo sabías? —le preguntó a Franco.
—Tu papá me contó que has estado amenazando con eso desde que llegaron acá.
—Así que eso es lo que piensa. —Llenó sus pulmones de aire antes de proseguir—. Que no son más que amenazas.
—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó Franco.
—¿Necesito una razón? Estoy harta de este lugar.
—No me refiero a eso —dijo—. Yo no creo que irse de la Cofradía sea una locura, al contrario. Me refería a tu actitud. ¿Por qué te enfrentas a ellos de esta manera? ¿No crees que te escucharían más si actuaras... diferente?
Anastasia soltó un suspiro. Cuando las nubes pintaban al cielo de gris, hasta los árboles se veían deprimidos.
—Yo solo actúo como ellos esperan que lo haga —respondió—. Además, mamá nunca dejará a papá, no sin una buena razón. —Subió las piernas a la orilla de la fuente y las abrazó—. Y yo no puedo dejarla a ella mientras él esté cerca.
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