Cofradía IX
Cofradía
Provincia de Los Lagos, Ciudad Catarata
—No vayas a abrir los ojos, eh —dijo el padre de Anastasia, al mismo tiempo que tomó la mano de su hija y le dio un gentil tirón. Entre refunfuños, Anastasia se tapó los ojos con la mano que tenía disponible y avanzó torpemente por donde su padre le indicaba—. Tu madre ya está allá.
—¿A dónde?
—Es una sorpresa. Levanta los pies, estamos subiendo una escalera.
Anastasia se tropezó varias veces antes de llegar al último peldaño. En sus años de infancia, Dimitri y ella solían tener ese tipo de juegos todo el tiempo, aunque ella recordaba mejor el sabor amargo que le queda por las peleas de después.
—Puedes abrirlos —dijo él, tras detenerse. Anastasia alejó su mano del rostro y despegó los parpados. Se encontraba de pie frente a una puerta doble de vidrio, cubierta por cortinas blancas con encaje—. Ábrela —le indicó su padre.
Anastasia posó sus manos sobre el vidrio y empujó ambos lados de la puerta.
Del otro lado, apareció una habitación de gran tamaño con muchas mesas y sillas, algunas para dos personas, otras para cuatro y unas cuantas para seis. Aquel lugar no era diferente del comedor de su antiguo colegio, excepto que en una de las mesas había un mantel blanco inmaculado, flores y velas. Y en el medio de todo aquello, lo que parecía ser una bandeja de comida.
—¿Qué es esto?
—Vamos a sentarnos —dijo Dimitri. Volvió a tomarla de la mano y la llevó hasta la mesa donde los esperaba Casandra—. Esta noche vamos a celebrar —agregó una vez que todos estuvieron sentados, y destapó la bandeja, revelando lo que en el pasado habría sido una cena de último momento. En ese entonces, por el contrario, Anastasia no podía pensar en algo más delicioso que ese puré humeante y esas salchichas crujientes.
—Tu padre no quiere decirme qué estamos celebrando —dijo Casandra, tratando de no sonreír.
—Quería que estén las dos cuando se los dijera —le explicó, mientras tomaba asiento—. Me habría gustado encontrar a Franco para que nos sirviera, pero no apareció por ninguna parte.
—Él no es tu sirviente, papá —dijo Anastasia.
—¿Y qué es, según tú?
—Dimitri, cuéntanos de una vez, ¿quieres? Ya no aguanto —exclamó Casandra.
Anastasia asintió y miró a su padre, expectante.
—Muy bien... —Antes de continuar, Dimitri se aclaró la garganta, apoyó los codos sobre la mesa y cruzó los dedos frente a su rostro―. La modificación está lista para ser masificada —Madre e hija se quedaron en silencio, expectantes—. La Cofradía nos volverá a aceptar.
Anastasia no supo cómo reaccionar. A su lado, sus padres se enfrascaron en un abrazo eterno y húmedo, mientras que ella solo podía pensar en una sola cosa: una vez que la modificación estuviese lista, ya nada volvería a ser como antes. Pensó en Franco y en tantos otros como él que nunca podrían llegar a optar por la modificación. Pensó en aquellos que se convertirían en las águilas de esta nueva generación de seres humanos, y en los que se transformarían en ratones... y ella no podía evitar sentirse feliz. El simple hecho de pensar en que pronto dejaría ese deprimente y mal oliente hospital para reintegrarse a la Cofradía la llenaba de dicha. Dicha que no deseaba sentir.
—¿Se han puesto a pensar... —preguntó de pronto, interrumpiendo el abrazo de sus padres—, en el terror que causaremos? No solo al resto del país, al resto del mundo.
—Anastasia, no comiences... —dijo su madre, pero Anastasia la detuvo.
—No estoy tratando de empezar nada, solo tengo curiosidad. Realmente quiero saber, porque no puedo imaginármelo.
—Bueno —comenzó a decir Dimitri, acomodándose en su silla—. En primer lugar, no debes verlo como algo malo. Cuando nuestra división sea sometida a la modificación seremos parte de una nueva etapa de la evolución humana. —Anastasia agachó la cabeza de manera que no tuviera que mirar a su padre a la cara—, y entonces derrotaremos a las otras divisiones. Comenzaremos con la Autarquía, luego iremos por la Inquisición y el Éxodo. La Cofradía será la división vencedora y el país se transformará en un lugar mucho más... amigable para sus ciudadanos.
—¿Y la Unión? —preguntó Casandra, acariciándose el labio inferior con el dedo índice.
—Ellos son nuestros aliados, linda.
—¿Serán ellos sometidos a la modificación, también? —preguntó Anastasia, mirando a su padre de reojo.
—Por supuesto que sí —dijo él—. Mientras puedan costearlo. —Anastasia alzó las cejas—. No me he roto la espalda estos últimos dos años y medio para andar regalando mi trabajo.
—¿Cómo... cómo van a costearlo? —preguntó Casandra—. ¿Con qué dinero?
—Eso depende del sistema económico que adopte la Cofradía después de su victoria.
—¿Y los que no puedan costearlo? —quiso saber Anastasia—. Como los neutros, por ejemplo. ¿Franco?
—Los que no puedan costearlo, entre ellos los neutros, seguirán viviendo de la misma forma que lo han hecho durante toda su vida. Pero te aseguro que estarán mucho mejor que en esta anarquía.
Casandra se llevó una mano al pecho y giró la cabeza hacia su marido, aunque sus ojos nunca lo encontraron.
—¿Y si un neutro encuentra la forma de pagarlo? —preguntó, escandalizada—. No deberías permitir que cualquiera acceda a la modificación ¿Y si la usan para delinquir? ¿Y si la usan para arruinarnos la vida a nosotros? No me malinterpretes, pero esos son todos unos rencorosos.
—Tranquila, linda —dijo Dimitri—. Por supuesto que habrá algún tipo de filtro.
—¿Y Franco? —insistió Anastasia.
—Franco es un joven trabajador. Estoy seguro de que podrá comprar la modificación en algún momento. El punto es que —agregó—, nosotros volveremos a ser una familia feliz. No más enfermedades, no más hambre ni miedo, solo tranquilidad. Siéntete feliz por eso.
—Me siento feliz —admitió Anastasia—. No puedo evitarlo.
―Dimitri, amor. ―Con una mano acarició la de su marido―. El gen del murciélago, ¿está dentro de la última camada?
Dimitri se metió un trozo de salchicha a la boca y bebió un gran sorbo de jugo. Luego replicó.
―Por supuesto, mi amor.
Ninguno de los tres volvió a mencionar a Franco o a la modificación, en toda la noche. Solo se dedicaron a comer y a recordar los momentos más graciosos de la infancia de Anastasia. Hasta Bastián fue mencionado un par de veces. En más de una ocasión, los tres fueron presa de un ataque de risa que no supieron controlar.
Pero el ambiente cotidiano y amigable que por un momento envolvió a Anastasia y a sus padres desapareció junto con la buena comida y el bebestible. Una vez que sus platos estuvieron vacíos, la realidad cayó sobre sus hombros y pesaba más que antes.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Franco, al día siguiente, cuando se encontraron afuera del laboratorio de Dimitri. El sol acababa de salir, pero él ya olía a una mezcla de cigarrillo y plástico derretido.
—¿Por qué? ¿Me veo diferente?
—No sé —dijo él, riendo—. Tal vez. Yo diría que culpable.
Anastasia suspiró.
—Tú sabes por qué —dijo, lanzándole a Franco una mirada significativa. Él, sin embargo, frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No, no sé.
—No tienes para qué fingir, Papá ya nos contó.
—¿A sí?
—¿Sabes o no de que te estoy hablando? —preguntó Anastasia, porque Franco tenía su ojo verdadero en blanco.
—La verdad es que no.
—Estoy hablando de mamá. Que pronto podrá volver a ver.
—¿Por qué crees eso?
—Porque papá nos dijo. Nos explicó que los genes están listos.
—Ah —dijo Franco—. Claro. Tú papá me está esperando... —Señaló a la puerta roja que estaba detrás de Anastasia y dio un par de pasos hacia adelante.
—Te apuesto que lo logró por temor a que lo echaran de la Cofradía ―dijo Anastasia.
Franco rio.
—No me extrañaría, después de lo que hizo para ser admitido...
—¿Qué quieres decir?
Franco pasó su ojo por toda la habitación antes de posarlo sobre los de Anastasia.
—Qué se yo —dijo, entonces. Parecía enormemente arrepentido de haber dicho aquel comentario.
—Franco, ¿Qué me estás ocultando?
—¡Nada!
—¿Hay algo que yo no sé? —la voz de Anastasia había comenzado a quebrarse—. ¿Hay algo que papá no me contó?
—No.
—Entonces, ¿Qué es?
Él entornó los ojos, pero tras un profundo suspiro le dijo:
—Dimitri te está mintiendo. —Anastasia resistió el impulso de darle una cachetada y llamarlo mentiroso a él porque temía que fuese Franco quien decía la verdad—. En primer lugar, es verdad que los últimos sujetos han respondido mejor que los anteriores, pero aún es muy pronto para afirmar que la modificación funcionará en todas las personas.
—¿En segundo lugar? —preguntó Anastasia. Una sensación en el pecho le impedía respirar con normalidad.
—En segundo lugar... —Tomó una gran bocanada de aire—, recién la semana pasada comenzó a investigar con los murciélagos.
Por un momento, Anastasia pensó que era tristeza lo que oprimía su pecho, luego supo que era ira.
—¿Qué hizo para que nos admitieran en la división?
Franco tenía ambos ojos, el de vidrio y el real, pegados al suelo.
—Mejor te lo digo en otro momento —dijo él—. No creo que quieras enterarte de esta manera y aquí.
Anastasia lo tomó por ambos brazos y abrió la boca para replicar, pero no alcanzó a decir nada.
—Franco, llegas tarde. —Ella cerró los ojos con pesadumbre cuando su padre se asomó por el pasillo, y soltó un suspiro cargado de dolor—. Tenemos trabajo que hacer —dijo Dimitri, y ambos se esfumaron detrás de la puerta roja que conducía al laboratorio.
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