Cofradía IV
Cofradía
Provincia de Los Lagos, Ciudad Catarata
—Así que estás acá, otra vez —dijo Franco, alzando los hombros y metiendo las manos en los bolsillos del pantalón.
—Acá estoy —respondió Anastasia, esforzándose por mantener la calma. La actitud de Franco la exasperaba.
Se hallaban de pie junto a la puerta del cerco vivo, abrazados por la fría brisa de la madrugada. Anastasia se había plantado entre Franco y la salida, con las manos sobre las caderas y los hombros hacia atrás. Dimitri había desaparecido y, según lo escuchó decir, no volvería en horas. Tenía que aprovechar la oportunidad.
—¿Por qué? —preguntó él, mirando a ambos lados—. ¿Buscas algo en especial?
—No te voy a contar eso a ti.
—¿Qué ocurriría si tu papá se enterara de que no estás en tu cama?
—No ocurrirá nada, y no es necesario que finjas que te importa —replicó ella—. Papá cree que estoy durmiendo así que no sospechará nada.
Franco entrecerró los ojos y sonrió.
—Debe ser algo muy importante para que te arriesgues así.
Anastasia bajó la mirada. El aspecto deteriorado de su madre no dejaba de preocuparle, y ni ella ni Dimitri querían contarle nada al respecto. Fue entonces que comenzó a sospechar que ambas cosas podían estar relacionadas.
Después de aquel extraño encuentro en la escalera, el comportamiento de Casandra siguió agravándose. Lo primero que notó fue que ya no salía de casa. Después de un tiempo ya ni siquiera salía de su habitación. Pese a que Dimitri nunca estaba con ellas, cuando llegaba, se encargaba de todo. Cocinaba para los tres en la chimenea, mantenía encendido el fuego y, antes de irse a dormir, lavaba los platos con el agua que había recogido del lago. La última vez que se había comportado así con Casandra fue tras gritarle frente a todas sus amigas durante su fiesta de cumpleaños.
—Ya verás —le dijo una noche Dimitri a su esposa en voz muy baja. Anastasia los observaba por la ranura entreabierta de la puerta. Con una mano sujetó la nuca de su esposa y acercó su rostro al de él—, todo saldrá bien.
Ninguno de los dos se había dado cuenta de que Anastasia los observaba, y ella se fue antes de que tuvieran la oportunidad. Necesitaba aire, aquello era lo más importante. Salió por la cocina haciendo el menor ruido posible. Una vez en el patio, se sentó en el césped, de espaldas a la casa, y se frotó los ojos con las manos. Estaba tan cansada de los secretos como estaba acostumbrada a ellos, pero esta vez algo anda mal. Lo que fuese que Dimitri ocultara, estaba afectando a Casandra. Anastasia no quería creer que su padre estuviese realizando experimentos en ella o algo similar, sin embargo, era lo único que parecía tener sentido.
Durante varios días seguidos, se dedicó a esperar junto a la ventana de la cocina y a espiar a su padre en espera de alguna pista o información que le ayudara a comprender el extraño comportamiento de su mamá. Para que ninguno de los dos sospechase de sus incursiones nocturnas, tuvo que reemplazar el contenido del Valeriano que su padre vertía en su bebida todas las noches. Guardó la sustancia real en una vieja botella de perfume y llenó el frasquito de Valeriano con agua. Anastasia no quería ni imaginar qué ocurriría si se daban cuenta. Lo peor de todo, era que cada noche regresaba a su habitación sin haber entendido nada. Esa noche, sin embargo, su padre fue muy claro al explicar que tardaría en regresar. Anastasia supo de inmediato que no podía perderse aquella oportunidad.
—Tienes razón —dijo ella—. Es importante, así que dejémonos de dar vueltas y dime qué es lo que esconde papá.
—Anastasia, no sé si te queda claro —dijo Franco—, pero yo no soy tu empleado.
—Me quedó perfectamente claro —dijo ella, con la mandíbula apretada—. Pero eso no significa que no pueda hacerte hablar.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó él, cruzándose de brazos.
—Si no me lo dices, le diré a mi papá que te metiste en mi habitación e intentaste abusar de mí. —Los ojos de Franco se abrieron de par en par y sus brazos cayeron cuan pesados eran a ambos lados de su cuerpo.
—¿Quieres que Dimitri me mate? Porque eso es lo que vas a lograr.
—Mi intención no es matarte —respondió Anastasia—. Estoy desesperada por saber qué está ocurriéndole a mi familia. —Sus ojos se bañaron en lágrimas y su voz se quebró.
Franco suspiró.
—En primer lugar —dijo—, ni siquiera eres mi tipo.
—Intenta explicarle eso a mi papá —dijo Anastasia—. Quizás te crea —agregó, mordazmente.
—No me creerá, está claro. —Meneó la cabeza de lado a lado—. El problema es que tampoco lo harás tú.
—¿Qué quieres decir?
Franco arrugó la frente y la miró a los ojos. Por fin, Anastasia notó qué tenía de extraño su mirada: uno de sus ojos era de vidrio.
—Lo que tu padre está haciendo, no lo vas a creer.
—Quiero saberlo, igual. —De pronto, el corazón de Anastasia parecía estar intentando romper sus costillas. Durante tanto tiempo había sido presa de la curiosidad, ¿por qué en ese momento lo único que quería era salir corriendo?
—Tal vez, no deba decírtelo —continuó él—. Tal vez, deba mostrártelo. Pero de una cosa estoy seguro, no va a gustarte.
—¿Me lo puedes mostrar?
—Hoy no, tiene que ser otro día —dijo, y se inclinó hacia adelante—. Nos vamos a juntar acá mismo después de que tu papá se haya ido a dormir. Entonces te llevaré a su... —Dudó antes de continuar—, lugar de trabajo.
Anastasia asintió. Le temblaban las piernas.
—¿Te puedo preguntar algo?
—¿Qué?
—Lo que me vas a mostrar, ¿es alguna especie de arma? ¿Algo peligroso?
Franco no respondió de inmediato.
—Esa es una pregunta muy difícil. —Anastasia rodó los ojos.
—Pero, ¿puede estar relacionado con lo que le está pasando a mamá? ¿La afecta a ella directamente?
—Anastasia, yo no soy el psicólogo de tu papá, solamente lo ayudo con su trabajo.
—¡Necesito saberlo! —dijo ella, su larga cabellera cayó por delante de sus hombros—. Dime una cosa más.
—Está bien —dijo Franco, cruzando los brazos nuevamente.
—¿Crees que yo sea capaz de soportarlo? Lo que me vas a mostrar.
Franco hizo una mueca con los labios que la inquietó aún más.
—No sé —respondió él. Había un dejo de preocupación en su mirada—. Supongo que lo descubriremos cuando lo veas.
Anastasia asintió.
—¿Cuándo va a ser eso?
—Déjame pensar —dijo Franco y contó con sus dedos en silencio—. Veámonos acá mismo en siete días. Es muy probable que tu papá me necesite la próxima semana.
—¿Una semana? No puedo esperar tanto tiempo.
—Vas a tener que hacerlo. Ahora sobreviven varios días así que...
—¿Sobreviven? ¿De qué estás hablando?
—De nada —dijo él, moviendo las manos de un lado al otro.
—¿Qué cosas sobreviven? —Dado que no conocería los secretos de su padre hasta dentro de una semana, el miedo volvía a darle paso a la intriga—. Por favor, dime qué son. ¿Animales o cosas así?
—Sí —dijo Franco y abrió los brazos para luego dejarlos caer a ambos costados de su cuerpo—. Animales y... cosas así. La próxima semana lo sabrás con certeza.
—La próxima semana —dijo ella y se movió hacia un lado para dejarlo pasar. Antes de que se alejara demasiado, lo llamó. Él se giró sobre los talones y la miró con las cejas arqueadas—. Gracias —le dijo—. Es un alivio saber que al menos una persona me dice la verdad. —Franco asintió con la cabeza y se marchó.
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