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Autarquía XI

Autarquía

Provincia de Lago Hermoso, General Conte



—Hoy la anarquía se termina, y la república de Trovia adopta oficialmente la ideología de nuestra división. Hoy celebramos el triunfo de la Autarquía.

El Comandante abrió la ceremonia con palabras conmovedoras, incluso para aquellos que acababan de unirse a la división. Aunque el auditorio de la Universidad Inoista de Trovia era el más grande en todo el país, había personas de pie en los pasillos y sentadas en las escaleras. Anastasia reconocía que se trataba de una fecha importante. Como el Comandante dijo al final de su discurso, aquella sería una fecha que se celebraría para el resto de la historia de Trovia.

Él, los demás miembros del nuevo gobierno y sus aprendices se encontraban sentados en la tarima, separados del resto. Al igual que en los ensayos, el Comandante los llamaría uno a uno, les diría su nuevo cargo, les daría la mano para felicitarlos, se sacarían un par de fotos, y luego se volverían a sentar. Anastasia ya lo había visto todo. Ella era la única que no se encontraba ni con los gobernantes ni con el público. Ella se ocultaba a un costado del escenario, detrás de un elegante piano de cola negro. Su música envolvía el auditorio completo.

El Comandante se tomó un par de segundos para hacer una breve mención de la Unión, quienes, según él, habían sido de gran ayuda para la victoria de la Autarquía, y cuya ideología no entorpecía la de ellos. Anastasia, por su parte, habría querido que se los reconociera más, al fin y al cabo, ellos no solo los habían alimentado por años, sino que además habían derrotado a la Cofradía. 

El Éxodo, en cambio, ni siquiera fue nombrado.

Por los pasillos corrían rumores de que ya se estaba luchando contra ellos. Al parecer, los mismos miembros de la Unión que habían sido enviados a la batalla contra la Cofradía se encontraban ahora en Punta de Luz. Nadie lo sabía con certeza, pero Anastasia estaba convencida de que debía ser cierto porque Franco había dejado la ciudad sin previo aviso. La última vez que lo vio fue cuando la llevó a Bosque Muerto, y en ese entonces le pareció que actuaba de manera extraña.

«Me dio las llaves de los trenes por si no vuelve —pensó Anastasia—, pero tiene que volver.» Aunque, llevaba casi un mes fuera de la Autarquía, y ninguna batalla se había demorado tanto en finalizar...

Cuando el Comandante acabó con su discurso, el auditorio estalló en aplausos. Anastasia detuvo la música hasta que estos se callaron. Junto con ella, la ceremonia continuó. El primero nombre que el Comandante anunció fue el de Carlos, el concejero presidencial, seguido de cerca por el de su hija y aprendiz, Sonia, quien lucía radiante. A Anastasia le desagradaba Sonia por lo que le había hecho a Franco, y, tal vez estuviese dejando que sus emociones nublasen su sentido del juicio, pero le parecía que Carlos tampoco estaba muy contento con ella. 

A continuación, llamó al ministro de interior y orden público, a la ministra de exterior, y al ministro de defensa y almirante de la armada naval. A él lo conocía de la Cofradía, aunque allí solo había llegado a teniente. No era ninguna sorpresa que hubiese ascendido tanto en tan poco tiempo, pues todos sus superiores habían muerto el día en que la Cofradía cayó. Lo que sí le sorprendió, fue su aprendiz, una chica sencilla de largo cabello rojizo y ojos tan azules como el mar, proveniente de Las Rosas. 

Anastasia la había escuchado conversando con otros miembros de la Autarquía durante el funeral de un tal Álvaro, mano derecha y gran amigo del Comandante, al que todos estuvieron obligados a asistir. Los menos afectados por su muerte le preguntaban a Génesis cómo había hecho para sobrevivir en la Inquisición, pero sus respuestas eran cortantes y ambiguas. El único momento en el que se explayó fue cuanto habló de su religión.

—O sea que, ¿ya no crees en los dioses? —le había preguntado Pamela, la hija del electricista.

—Dime tú —replicó ella—, si los dioses fueran reales, ¿permitirían que los humanos realicemos tantas atrocidades como lo hicieron los miembros de la Inquisición? ­—Pamela la quedó mirando con la boca abierta, y Anastasia tragó saliva. No solo la Inquisición había hecho atrocidades, ella y su familia también—. Ya vimos lo que el fanatismo hace con las personas, la Inquisición lo dejó muy claro. Yo creo que debemos aprender a cultivar nuestras mentes, el conocimiento, el arma más poderosa de todas. ¿Qué sacamos de perder el tiempo con supersticiones?

—Eres muy sabia para ser tan joven, Génesis —se admiró Pamela,

Génesis sonrió y negó con la cabeza.

—Jamás creerías cuan vieja soy.

El resto de los nombres que anunció el Comandante eran desconocidos para Anastasia, excepto por la ministra de salud, Pandora. Aún recordaba el día en que la exiliaron de la Cofradía, un escándalo del que se habló por semanas. Pero, además de eso, ambas habían trabajado juntas en la réplica de la modificación.

—Así que esto es lo que Dimitri nos ocultaba con tanto fervor —comentó cuando leyó por primera vez los apuntes del padre de Anastasia. Su rostro se había iluminado de la misma manera que lo solía hacer el de él—. Ahora entiendo por qué el presidente nos decía que teníamos la victoria asegurada.

—Se equivocaba —intervino Anastasia.

Pandora sonrió.

—Se equivocaron al deshacerse de ti y de mí.

Una pequeña mano, sacudiéndose por arriba de las cabezas de los espectadores, sacó a Anastasia de su ensimismamiento. Se trataba de Agustín, su antiguo estudiante de piano, quien parecía a punto de colgarse del cuello de sus padres para llamarle la atención. Anastasia le dedicó una amplia sonrisa y él le hizo una señal de aprobación con el pulgar. Su madre estaba sentada a su lado, pero a diferencia de él, ella miraba a Anastasia de costado, con los labios fruncidos y el ceño arrugado. En sus ojos se debatían el miedo y la repulsión. Tal vez, pensó, fuese Agustín quien debiese encontrarse detrás de ese piano, y ella, encerrada en un laboratorio con los monstruos que había creado, igual que su papá.

Sus ojos recorrieron los taburetes mientras que sus dedos continuaron bailando con gracia sobre las teclas del piano. No pudo localizar a Gaspi por ningún sitio, y durante el resto de la ceremonia solo fue capaz de pensar en él.

En cuanto esta terminó, Anastasia corrió a la guardería a toda prisa para verlo. Tenía el estómago revuelto, las manos sudorosas y el corazón acelerado. Intentaba convencerse a sí misma de que no había razón para estar nerviosa, una ceremonia formal no era sitio para un bebé. Sin embargo, su instinto le gritaba que se apurase en llegar. Abrió la puerta de un manotazo y se aventuró hacia el interior, pero lo único que encontró fue un cuarto vacío y tan silencioso como la noche.

—¿Qué pensabas encontrar? —Sonia acababa de llegar y se hallaba apoyada contra el marco de la puerta, de brazos cruzados y una mueca arrogante dibujada en los labios—. Cuando te vi salir corriendo del auditorio pensé que irías a buscar a Franco —agregó—. Pero supongo que ya sabías que ese cobarde traidor voló de la Autarquía en cuanto tuvo la oportunidad.

—¿Dónde está Gaspi? —preguntó Anastasia. Habría deseado averiguar más sobre Franco, pero prefería tragarse la curiosidad antes de admitir frente a Sonia que no sabía nada de él.

—No sé —dijo ella―. Probablemente luchando contra el dueño del Éxodo, igual que los demás voluntarios de la Unión.

—Esa es una mentira —dijo Anastasia. Le temblaban las manos—. ¿Dónde están? ¿Qué hicieron con ellos?

—El Comandante hizo lo que era mejor para la división. Lo que se hace en todas las guerras.

—¿Los mataron? Ellos ganaron esta anarquía para ustedes, ¿y ustedes los mataron? —De pronto, volvió a sentirse como en la Cofradía, incapaz de ver los rostros ocultos detrás de las caretas.

—Ellos eran de la Unión —dijo Sonia. Su sonrisa bufona era indeleble—, y nosotros somos la Autarquía.

Anastasia tardó en replicar. Durante varios segundos no hizo más que examinar el rostro de Sonia hasta grabarlo en su retina. Aquel era un rostro que nunca iba a olvidar.

—Ten cuidado, Sonia —le dijo, pasando junto a ella por la puerta que conducía a la salida—. Nosotros somos la Autarquía y ellos la Unión, pero todos somos Trovianos y los Trovianos somos capaces de cualquier cosa.


Arrastró los pies de vuelta al salón principal donde se encontró de frente con los rostros rojos de orgullo de los nuevos gobernadores. Algunos habían pertenecido a la Autarquía desde el comienzo, otros habían llegado de la Cofradía, pero de pronto notó que ya conocía a cada uno de ellos. Había visto sus rostros antes, en pancartas y en propagandas electorales. Ellos buscaban el poder desde mucho antes de que comenzara la anarquía, pero gracias a la anarquía lo habían conseguido, y ahora ¿Qué?

Al menos, Anastasia ya no se sentía culpable por haber traído monstruos al país, pues los monstruos habían estado allí desde el principio. 




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