Autarquía V
Autarquía
Provincia de Lago Hermoso, General Conte
La tela formaba pequeñas ondas cada vez que Sonia giraba el vestido entre sus manos. Naomi, la asistente del Comandante, la miraba con una sonrisa que cubría su rostro entero y sus ojos tenían un brillo peculiar. Estaba esperando una respuesta de Sonia, quien llevaba diez minutos dándole vueltas al vestido en silencio. No era feo. El estampado de tréboles negros se veía lindo sobre el celeste pálido de la tela, pero por lo demás era un vestido común y corriente.
—Me gusta —le dijo, por fin.
Naomi se mostró decepcionada.
—Tuve que pelear por él —dijo ella, como si aquello le agregase algún tipo de valor sentimental.
Tal vez le había costado conseguirlo, tal vez todas las niñas de la división deseaban usarlo en la fiesta de aquella noche. Para Sonia, sin embargo, no era más que el vestido usado de alguna adolescente que se había desarrollado antes que ella. Dobló el vestido sobre sus piernas y giró la cabeza lentamente hacia Naomi.
—Lo voy a usar esta noche. ¿Contenta?
Pero Naomi no estaba contenta. Seguramente, ella esperaba que Sonia se enamorara del vestido, que llorase por ponérselo de inmediato y que saliese a jugar con él a las princesas.
—Entonces, ¿quieres que vayamos juntas a la fiesta? Tu papá quizás esté un poco ocupado, como el Comandante solo puede asistir unos cuantos minutos...
Sonia rodó los ojos.
—Yo tampoco creo que pueda quedarme mucho rato —le dijo.
—¡Va a ser divertido! —insistió Naomi—. Lo prometo. Te puedo presentar a mis amigos. Les vas a encantar.
—Ya tengo mis propios amigos, gracias.
Esa noche, toda la Autarquía se encontraba festejando. Celebraban el progreso y la estabilidad lograda durante los últimos seis meses, y les daban oficialmente la bienvenida a los miembros que se habían unido en el pasado año.
—¿Puedes creerlo? —le dijo Naomi a Sonia durante la cena. Sus ojos brillaban más que nunca—. ¡Tenemos otro dentista!
La cena se terminó con un fuerte «De la disciplina al poder.» y el chin-chin de las copas de vidrio chocando unas con otras. Cuando el Comandante se levantó de la mesa, Carlos fue el primero en ir tras él y arrastró a Naomi para que lo acompañase. Sonia fue tras ellos también, aunque ninguno de los dos la llamó.
—Hace tiempo que no comía tan bien como hoy —le dijo él al Comandante, al alcanzarlo. Éste sonrió y asintió con la cabeza; Carlos no engañaba a nadie, la comida había sido un asco. Supuestamente, la Unión reservaría sus mejores víveres para aquella ocasión. Sin embargo, los fideos parecían de plástico, las verduras tenían la consistencia de un chicle y la carne era simplemente incomible. Sonia no quería imaginar de qué animal provenía—, y la gente se ve muy feliz.
—Sí, sí —dijo el Comandante—. Mira, no quiero ser descortés, pero tengo que ir a ver un asunto.
—¿Quiere que me quede a cargo? —le preguntó Carlos.
—Voy a necesitar que sociabilices un rato, que les cuentes, más o menos, en lo que estamos trabajando. Mantenlos tranquilos. Naomi puede ayudarte.
—¿Y usted? —preguntó ella—. Recuerde que mañana me voy a Laguna Gris, si necesita que haga algo...
—No —le dijo a Naomi, moviendo su mano de lado a lado—. Solo se trata de Álvaro. Tengo que hablar algo con él.
—¿Ya llegó?
Sonia alzó las cejas. Nunca supo que se había ido.
—Sí —respondió él, titubeante—. Me tengo que ir, ¿sí?
Se alejó del grupo tras darle unas palmaditas en el hombro a Carlos. Sonia lo observó hasta que se perdió de vista.
Mientras Carlos y Naomi discutían entre murmullos y gestos de las manos, Sonia salió corriendo por la puerta del vestíbulo. Había creído que podría aguantar más tiempo en la fiesta, pero ahora tenía otra razón más para ir a la estación. Se dirigió a su dormitorio en busca de un abrigo, pero no alcanzó a llegar. De hecho, tuvo que esconderse al final del corredor para que el Comandante, quien esperaba ansioso fuera de la habitación de Álvaro, no la viera. Miraba constantemente su reloj de pulsera y no paraba de golpear su pie derecho contra el suelo. Álvaro no tardó en salir de la habitación. Tenía el cabello aplastado, la ropa arrugada y las mejillas encendidas.
—Pensé que no despertarías —dijo el Comandante, cuando Álvaro se detuvo frente a él. Sonia apoyó la espalda contra la pared y giró la cabeza hacia ellos—. ¿Hay alguna novedad?
—Muchas, pero ninguna que sea de su interés—dijo Álvaro, con voz grave.
—¿Qué significa eso? ¿Cuándo va a estar todo listo?
Sonia frunció el ceño.
—Pueden pasar días, pueden pasar años —dijo Álvaro. Ni su voz ni su acento eran los mismos de siempre.
—Años —repitió el Comandante, meneando la cabeza de lado a la-do—. ¿Puedes al menos decirme en qué están? ¿Qué está pasando?
—La chica está adquiriendo poder, la gente la quiere. Y su líder comienza a verla como una amenaza.
—¿Puedes apurar el conflicto? —preguntó el Comandante.
—No va a ser necesario —contestó Álvaro.
El Comandante suspiró.
—Deberías unirte a la fiesta. Hace tiempo que la gente no sabe nada de ti. Puede que comiencen a preguntarse qué te ocurre. Algunos creen que estuviste de viaje y otros creen que te quedaste en cama por enfermedad. Cuando comiencen a comparar sus versiones...
—Yo no me preocuparía. La gente no cree en lo que no es capaz de ver. —El Comandante asintió con la cabeza—. Pero sí hay alguien con quien debería tener mucho cuidado —continuó Álvaro, recuperando su típico acento sureño. Sonia agudizó el oído—. Alguien que se cree más inteligente que todos nosotros y que ha estado escuchando toda esta conversación.
El corazón de Sonia se detuvo por una milésima de segundo. De inmediato, partió en sentido contrario y avanzó tan rápido como se lo permitieron las piernas sin que se viese sospechoso. Sin embargo, justo antes de ingresar al salón principal, una mano regordeta la tomó por el hombro y la obligó a darse la media vuelta.
—Dime todo lo que escuchaste —le dijo el Comandante. Su rostro estaba rojo como un tomate y su respiración, agitada. Álvaro, por el contrario, sonreía.
—¡Nada! —se apresuró a responder Sonia. ¿En qué momento su corazón se había acelerado tanto?—. ¡No escuché nada, lo juro!
El Comandante le lanzó una mirada inquisitiva a Álvaro y esperó a que éste le diera autorización para alejar su mano del hombro de Sonia.
—Más te vale que no andes esparciendo rumores por ahí —le dijo, apuntándola con un dedo amenazador—. O le pondré fin a todos tus paseos por la estación de trenes.
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