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Autarquía IX

Autarquía

Provincia de Lago Hermoso, General Conte



La Autarquía se encontraba en su mejor momento cuando los nuevos miembros, sometidos tras el ataque a la Cofradía, llegaron a la división. En los pasados seis meses habían logrado numerosos avances, la mayoría de ellos gracias a la tarjeta. Al principio, solo consiguieron que los países vecinos les facilitaran combustible, el cual utilizaron para generar energía en los laboratorios de la universidad y para transportarse a la Cofradía por aire, bajo la promesa de que una vez que tuvieran acceso a las bóvedas con el oro del país, les pagarían todo de vuelta y con intereses. Tras la victoria ante la Cofradía, sin embargo, adquirieron armas, ganado y materiales para restaurar la central hidroeléctrica, lo que restituiría la luz en prácticamente todo el país. Según Carlos, varios países del continente estaban considerando eliminar el bloqueo económico de Trovia, aunque aún no era definitivo.

Ya todos sus miembros contaban con un hogar propio y disponían de un trabajo escogido a elección. La población de la Autarquía había sido distribuida entre Lago Hermoso, Las Rosas y Yuco. Carlos y Sonia optaron por quedarse en General Conte, en un pequeño, pero lujoso departamento cerca de la universidad, desde el cual se podían ver tanto el lago como las montañas, mientras Ciudad Catarata, la capital del país, se encontrase en mantenimiento. Pasaría un tiempo antes de que Lago Espejo pudiese ser habitado, pero ayudaba que sus habitantes hubiesen perecido durante el ataque a la Inquisición.

Hacía meses que Sonia no asistía a ninguna de las reuniones del concejo del Comandante; Carlos se lo había prohibido por haber ido a la aduana nuevamente sin permiso. Quien sí asistía a menudo era Fernando, y aunque tuviese un vocabulario limitado y una memoria olvidadiza, su relato le permitía a Sonia armarse de una imagen bastante detallada de los sucesos que ocurrían en la oficina del Comandante. La última vez que se reunieron, Fernando le contó felizmente a Sonia que su padre sería el nuevo presidente de Trovia. Naomi también se lo contó más tarde. Al parecer, habían pensado en tener elecciones, pero dado que la figura de un presidente le daría a la población la sensación de que la anarquía había llegado a su fin, optaron por darle el título de inmediato. La ceremonia se realizaría a fin de mes.

Pero ese día fue distinto, porque cuando Sonia se sentó junto a él en una de las hamacas del parque, Fernando evitó mirarla y se limitó a responderle con movimientos de cabeza y la boca torcida. Aquello solo hizo que Sonia quisiera saber con más ansias lo que el niño ocultaba.

—¡Fernando! —gruñó ella, agarrándole el mentón y obligándolo a alzar la mirada—. Hicimos un trato. ¡Cuéntame de qué hablaron hoy!

—¡No quiero! —dijo él, alejando su rostro de la mano de Sonia.

—¿Por qué no?

—Porque estuvieron hablando de ti.

Por un segundo, Sonia olvidó por completo que ellos no eran los únicos dos en el parque y agarró a Fernando por el cuello de la camiseta. En cuanto notó las miradas preocupadas de las madres de los otros niños, lo soltó y le acarició el cabello.

—Si se trata de mí, con mayor razón tienes que decírmelo —le dijo, limpiándose en la ropa la mano con que le había acariciado el pelo.

—¡Te juro que mi papá te defendió todo el rato! —se apresuró a decir él, mirándola con sus enormes ojos redondos.

—¿De qué estaban hablando? —insistió ella. Las entrometidas madres del parque le lanzaban miradas cada tanto.

—Tu papá no quiere que tengas su asiento cuando seas grande.

—¿Su asiento? ¿Qué quieres decir?

—No sé, pero dijo que tú... —Volvió a agachar la mirada y se sonrojó—, que tú eras mala. Que te habías ganado la tarjeta haciendo trampa. ¿Eso es verdad?

—Debiste haber entendido mal —dijo Sonia—. ¿Qué más dijeron?

—No me acuerdo. Tu papá no tenía muchas ganas de conversar. —Se mordió el labio—. Pero mi papá le dijo que su asiento era para ti, no para Naomi como él quería.

—¿Qué asiento? —preguntó Sonia, confundida―. ¿No habrá dicho «puesto»?

Fernando se encogió de hombros. Sonia apretó las cadenas de la hamaca con tanta fuerza que su mano quedó marcada.

—Gracias, Fernando. Tú sí que eres un chico inteligente. Vas a ser el mejor presidente que haya tenido Trovia.

Fernando le dedicó a Sonia una sonrisa que se desvaneció al instante.

—Papá dice que los presidentes buenos son los que la gente quiere menos.

—Sí, bueno..., las oposiciones tienen que ver en eso. Nosotros no vamos a tener una oposición.

—Papá dice que siempre tiene que haber una oposición, que es importante.

—¿Por qué no aceptas el estúpido cumplido? —Los ojos de Fernando se transformaron en dos grandes esferas que la miraban con terror—. Quiero decir, cuando tú seas presidente, nada malo va a pasar.


Regresó a la universidad enfurecida. Carlos se había quedado trabajando en su nueva oficina y Sonia no sabía a qué hora iba a salir, pero decidió esperarlo al final del pasillo. No le importaba si tenía que pasar la noche allí, necesitaba ver a su padre.

Sin embargo, fue Naomi quien apareció tras la puerta.

—Sonia —dijo ella, cuando la encontró—. ¿Me estabas esperando?

—A ti no—respondió Sonia.

—¿Estás bien?

—Sí, muy bien —mintió—. ¿Estuvo buena la reunión?

—No mucho. ¿No deberías ir a tu casa? Si quieres te acompaño, porque Carlos va a quedarse trabajando un rato largo.

Sonia no respondió, pero Naomi se dirigió hacia la escalera que conducía al primer piso de todas maneras y esperó a Sonia junto a la baranda. Sostenía un cuaderno viejo y desordenado, y cada tanto le echaba una mirada.

Aprovechando que estaba distraída, Sonia corrió hacia ella y con todas sus fuerzas la empujó por la espalda. Naomi soltó un grito y cayó rodando escaleras abajo. Por un segundo, Sonia pensó que rompería en llanto, pero cuando la vio desparramada junto al primer peldaño tuvo que aguantarse las ganas de reír. Se lo merecía por haberle robado el amor de su papá. A continuación, bajó peldaño a peldaño con toda tranquilidad, y recién cuando estuvo en el piso de abajo comenzó a pedir ayuda.

En tan solo veinticuatro horas ya toda la Autarquía se había enterado de lo qué había ocurrido. Frente a Sonia, todos actuaban con normalidad, pero no le cabía duda de que se llenaban la boca hablando de ella a sus espaldas, y se daba cuenta de que sus sonrisas eran falsas. Sin embargo, nadie se mostró tan enojado como su padre.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó, durante la cena del día siguiente. Tenía los ojos pegados a su plato y la nariz dilatada.

—Yo no fui. —Nadie le creía, pero Sonia se había propuesto seguir con su versión de los hechos hasta el final—. Naomi se cayó. Yo intenté sujetarla, pero no pude.

—Deja de mentir. Los dos sabemos lo que pasó, así que ahorrémonos este cuento.

—Bueno —dijo ella—. O ahorrémonos la conversación completa. Seguramente tienes algo más importante que hacer que lidiar conmigo.

—¿Así es como me ves? —le preguntó Carlos. Por primera vez en toda la noche, la miró a los ojos. De hecho, Sonia no recordaba cuando había sido la última vez que él la había mirado con tanta atención.

—La quieres más a ella —dijo Sonia, entonces. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se le quebró la voz—. Le dijiste al Comandante que querías que ella herede tu carrera, no yo.

—Es verdad —dijo él. Sonia ya sabía que era verdad, habría preferido una mentira—. Me preocupa que te estés convirtiendo en una persona sin... —Dudó antes de replicar—, moral. Supe que mentiste sobre Franco, Segundo nos contó todo. Yo no quería creerle, pero me abrió los ojos. Cuando hablaba de ti parecía conocerte mejor que yo. —Soltó un suspiro—. Tu madre no te crio para que seas así, yo no te crie para que seas así.

—Mamá no alcanzó a criarme y tú nunca quisiste hacerlo. Si alguien me crio, fue la anarquía. Y gracias a mí, la tarjeta está ahora en la Autarquía, así que agradécemelo.

—¿Crees que yo no he hecho nada por ti? —le preguntó Carlos. Raramente alzaba la voz, pero aquella era una de esas ocasiones—. ¿Por qué no vas a preguntarles a tus amigos neutros como ha sido la anarquía para ellos? Te apuesto que darían cualquier cosa por estar en tu lugar. Yo siempre me preocupé de que estuvieras a salvo.

—¡Eso es mentira! —estalló Sonia, incapaz de contener el llanto un segundo más—. Lo único que a ti te importa es que te vean como a un héroe y aparecer en los libros de historia. Te encantaría, ¿o no? Te encantaría.

—¡Lo único que me encantaría es encontrar una forma de que me dejes tranquilo!

—Entonces, ¿lo admites? —le preguntó Sonia. Sus mejillas estaban empapadas—. ¿Preferirías que no fuera tu hija?

Carlos rio y meneó la cabeza de lado a lado. Para variar, las preocupaciones de Sonia tan solo le causaban risa.

—Lo dices como si fuese algo poco común —le dijo—. Bueno, me descubriste. A veces desearía no tener una hija en absoluto. Y no te preocupes, Naomi no quiere heredar mi carrera. De hecho, no quiere saber nada de mí o mi familia. —Suspiró—. Por las leyes establecidas bajo la nueva constitución continuarás siendo mi aprendiz. Eventualmente, serás la asesora del presidente de Trovia, y la segunda persona con más poder en el gobierno. Puede que nadie sepa nunca mi nombre, pero el tuyo sí. ¿No te hace eso feliz? 

Sonia movió la cabeza de arriba abajo, pero nada volvería a hacerla feliz.

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