Prólogo: Iskra I
Antes de la rebelión de las dos hermanas que provocó que el reino se dividiera en dos y se convirtiera en lo que es ahora, el bosque de Beamard era símbolo de su unión, pero hoy solo los separa.
Las temperaturas han descendido a la par del dominio de la Diosa Luna en el cielo mientras alargo las zancadas y corro en dirección al límite entre ambos reinos. El invierno ha entrado lo suficiente como para que nadie salga de sus hogares a esta hora de la noche, pero avanzo rápido. El brillo del astro ilumina los senderos a la par que mis patas son ágiles al reconocer el terreno y evadir los rellanos del bosque, cuyas fronteras limitan Kuatlán, reino hermano de Balam.
El viento acaricia mi pelaje y el olor a tierra húmeda, musgo y hojas secas se cuela por mis fosas nasales. La vida como lobo sería más pacífica sin duda, pero incluiría una faceta salvaje que no estoy dispuesta a explorar, incluso si solo la imagen de la pila de papeles sobre el escritorio de mi oficina hace que me duela la cabeza. El intercambio de información ha mantenido por varios años a la organización, lo que incluye correspondencia a mares y decenas de cadetes en otros reinos ávidos de aprobación.
La esfera blanca en el cielo se refleja en el lago y consigue despejar mis pensamientos mientras bebo del mismo. En el agua, cual espejo, mis ojos reflejan una imagen que me sigue pareciendo increíble de asimilar pese al paso del tiempo. Mis orejas apuntan hacia el cielo, moviéndose, pendientes de todo alrededor, mi cola se agita lentamente al ritmo del viento, siguiendo la suave melodía de la noche y cuando me remuevo, distorsiono la imagen y el pelaje revela algunos reflejos castaños y otros blancuzcos. Desafortunadamente, jamás podré engañar a nadie de esta forma. Ni la sangre de la diosa hace milagros cuando del tiempo hablamos, la muerte es un hecho inevitable de cualquier modo.
Un escozor a la altura del cuello provoca que eche la cabeza hacia atrás y un aullido emerja de las profundidades de mi pecho. Aprieto la mandíbula y reviro alrededor. Balam es un reino lleno de prados, por lo que el aullido de un lobo llamaría la atención. Es mejor que crean que han oído mal. Echo un vistazo de nuevo al agua y ubico una silueta sin forma, como un halo de luz brillante que emerge de mi pelaje solo para confirmar la señal.
Me pregunto si Tadeus ha aprendido a usar el vínculo a su manera realmente para mantenernos comunicados o solo para manipularme. Un breve gruñido se me escapa mientras me sacudo brevemente la tierra húmeda entre las garras antes de seguir la orilla del lago de regreso a Xylia, donde se encuentra el corazón de la organización Helena.
Cada que Tadeus me llama mediante la marca se siente como si tirarán de un hilo que me atrae hacia él, mi velocidad aumenta y con ello, el viento parece romperse a medida que avanzo y entierro las garras en la tierra con más fuerza para impulsarme. No me detengo a borrar el rastro, ya que faltan unas pocas horas para que caiga la lluvia y disfruto de la vista. A la par de la luna, las nubes flotan en la espesura del horizonte nocturno y las estrellas están ocultas.
Ingreso al castillo por medio de una enorme ruptura en la pared que hemos mantenido sin reparar con la excusa de no encontrar un buen trabajador. Camino sigilosamente a través de los muros y árboles y limpio las garras con el tapete fuera de los establos antes de entrar. Los caballos están acostumbrados a verme, así que apenas se inmutan y resoplan. La mayoría duerme de pie.
Avanzo hacia la última de las caballerizas y empujo la puerta con el hocico, apenas haciendo ruido. El vínculo aquí es más fuerte y me cuesta horrores mantenerme donde estoy y no salir corriendo. Suspiro sonoramente antes de que mi figura mute, mis huesos se desarmen y vuelva a mi cuerpo original recubierto una especie de lino que se desvanece al toque tras agradecer a la diosa por el regalo. Me visto rápidamente con ropa de cuero y miro el espejo. Tengo manchas de barro y la trenza hecha añicos, así que paso una franela y trato de adecentarme un poco.
Me gustaría tomar un baño, pero el vínculo a estas alturas me reclama con tanta urgencia que prácticamente subo las escaleras de la torre entre trompicones y quejas de la madera desgastada. El resto del castillo ha sido remodelado cuando se erigió la organización Helena, pero esta parte sigue igual desde nuestra llegada. Tadeus y su necedad no han permitido repararla a ningún cadete, ni siquiera a los de mayor confianza.
La puerta de la torre chirría con un lamento agudo cuando la empujo, revelando un espacio desordenado y sombrío. El aire es denso y pesado, cargado de un aroma penetrante a vino rancio y humo de leña que en contraste con el aire frío de afuera revuelve las entrañas. Algunas pocas velas iluminan la estancia, por lo que me mantengo más iluminada en los espacios donde la luz de la luna entra por las pequeñas ventanas cubiertas con rejas de hierro. Los rayos de luz nocturna caen sobre el suelo de piedra fría y áspera, donde restos de botellas y cáscaras de nuez están esparcidos por doquier.
El crujido de los tablones bajo mis pies se mezcla con el sonido del fuego crepitando en la chimenea de piedra en un rincón. La chimenea está llena de brasas humeantes que apenas logran mantener el frío a raya. El humo se eleva lentamente, envolviendo el ambiente en una neblina que se adhiere a las paredes de piedra rugosa, cubiertas de musgo y manchas de humo.
La mesa de madera en el centro de la habitación está repleta de platos sucios, restos de comida y manchas de vino. Un par de vasos rotos y botellas vacías están dispersos sobre la superficie. Junto a la mesa, una silla alta de madera con el respaldo desgastado está ligeramente reclinada. En un rincón apartado, un tapiz viejo y desgastado, colgado torpemente, muestra escenas desvanecidas de caballeros y castillos, con su esplendor desvanecido por el paso del tiempo y la falta de cuidado. Los bordes del tapiz están rasgados y sucios, y con una esquina arrastrándose por el suelo.
Tadeus yace en una manta arrugada extendida en un rincón del piso superior. Su ropa, desaliñada y manchada, está desparramada a su alrededor. Su respiración es ruidosa y sujeta una botella vacía en una mano que descansa a su lado como si fuera una fiel compañera. En su rostro, la barba desordenada y la piel enrojecida reflejan la combinación de cansancio y embriaguez que lo caracteriza. Se mueve lentamente cuando me acerco, emitiendo un gemido bajo. La manta que cubre su cuerpo está arrugada y sucia, acumulando polvo y fragmentos de alimentos que se han caído de su mesa. Sus ojos, entrecerrados y nublados, apenas logran enfocar la tenue luz que se filtra, y sus labios murmuran palabras incomprensibles.
Ha aprendido a reconocer los episodios de lucidez entre sueños, así que acerco una mano a su pecho como él me ha indicado hacerlo. Un suspiro profundo sacude al hombre mientras me arrodillo a su lado y la calma poco a poco va embargando mi cuerpo, nuestra conexión presenta una simbiosis relajante que provoca que un halo brillante de luz en nuestros cuellos emerja de nuevo y la energía fluya entre ambos, revitalizandonos. Poco a poco, las palabras comienzan a tener sentido de nuevo, pero antes de que pueda comprenderlas, Tadeus abre sus ojos, grises y cansados. Está controlando el poder del vínculo, negandome el acceso a la información, como siempre lo ha hecho.
—Señor —murmuro, haciendo una leve inclinación con la cabeza a la vez que me echo hacia atrás. Tadeus me mira, como si intentara descifrarme, con esos ojos que parecen leer las almas y se aclara la garganta a la vez que se incorpora, antes de beber un trago de la botella en su mano.
—¿Te he llamado, Iskra? —pregunta. Su voz aún suena somnolienta.
—Ha sido el vínculo, señor. Estaba cerca del lago, pero traté de venir lo más rápido que pude.
—Has llegado a tiempo —asiente con detenimiento y enfoca su vista en un punto al frente.
—¿Algo que deba saber? —cuestiono, sin pensar y en segundos sé que ha estado mal, pero es tarde. Tadeus tuerce el gesto y baja la mirada, como si ordenara sus pensamientos.
—Estuve en el palacio de los Bakken en Valjort —informa con detenimiento—, van a tenderle una trampa al rey para tomar posesión del trono.
—¿Debo enviar una carta al rey? Estamos a tiempo, podemos evitar que suceda —desdoblo las rodillas y comienzo a incorporarme, pero su mano, rasposa y arrugada me detiene antes de levantarme.
—No vamos a entrometernos con las revueltas en el norte —anuncia, mirándome fijamente.
—Pero, señor…
—Había rastros de magia oscura bajo el trono —musita y suelta mi mano antes de tantear a su alrededor y beber otro trago de una botella a su costado. Si quiere saber más, debe seguir bebiendo. Son las condiciones de su poder, ese poder que nos ata y entrelaza nuestros caminos.
—Sal de aquí y escribe cartas a los cadetes, necesitamos que regresen —ordena al verme cuando vuelve en sí tras el trago.
—Les tomará tiempo llegar aquí —replico, no con la seguridad que me gustaría.
—No importa, hay tiempo suficiente.
—¿Tiempo para qué, señor? —dudo, en voz alta, pese a que mi deber es respaldarlo, no desafiar su decisión.
—Para encontrar a los hijos de los astros —pronuncia, con un hastío implícito en su voz. Me contengo tanto como puedo, quiero preguntar cómo, pero en su lugar me incorporo de una vez y miro por sobre el hombro su silueta antes de salir. Esa es la cláusula en nuestro contrato, no preguntar lo que sé que no puede responder.
~Diamante_52
15 de noviembre de 2024
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