Capítulo VII: Laín I
Los rayos del sol colorean el suelo con los colores de los vitrales que rodean el templo de los dioses. Mis ojos ascienden desde las sombras coloridas del suelo hacia mi costado y vislumbro la silueta de una mujer de tez de caliza y cabello plateado vestida con un manto blanco que danza a la par de sus movimientos en la noche. El vitral de la encarnación de la diosa Luna es quizá uno de los menos coloridos, representado solo en diversos tonos de azul que contrastan con negro y blanco.
—La diosa luna —Cuadro los hombros y enderezo la espalda en señal de respeto ante el mayor al reconocer su voz en la lejanía—, creía que tu dios favorito era el sol.
—La tierra sería una aún más interesante elección, ¿no cree? —respondo, en un tono jocoso, aunque sereno. El respeto que le guardo es mucho mayor que la confianza entre nosotros y los límites son clave en ello.
Él alza una mano hacia mi espalda y da un par de palmadas a la altura de mis costillas. Vislumbro su mano arrugada y sonrío ante el anillo de poder en su dedo. No me sorprendería si antes de venir hubiera ido a una reunión con el rey. Es su consejero predilecto antes de tomar cualquiera de sus decisiones.
—La conexión que guardas con los dioses no es exclusiva. Cuando los dioses sellaron el pacto y eligieron a una bestia, aunque le dieron dominio a la diosa luna como la vigilante de la oscuridad, también entrelazaron sus dones en los cuerpos de los hijos de los astros.
—Creí que cada uno de nosotros tendría una habilidad —hablo mientras contemplo el vitral con fijeza, como si en él pudiera encontrar las respuestas.
—Destaca en una habilidad, sí, pero no será exclusiva —acota, alejando su mano de mi hombro y sus pasos reverberan en el templo cuando comienza a avanzar.
—Y pensar que todos creen que la magia son solo cuentos —la incredulidad se filtra en mis palabras y me giro para encararlo con cautela, movido por la curiosidad.
El mayor se carcajea un poco al escucharme y el ruido me lleva a sus posar la vista en su rostro. No ha cambiado mucho desde la última vez que nos vimos, hace un par de lunas atrás. Su cara está ligeramente más delgada —cortesía del viaje sin duda—, poblada de arrugas al igual que el resto de su cuerpo, el color blanco predomina en su larga barba y lo que queda de su cabello, sus ojos, como siempre, parecen perdidos y su sonrisa de lado me hace saber que su carácter sigue siendo el mismo.
Es una de las personas más bajitas de la familia y su altura no sobrepasa mi hombro, lo que quizá en otros reinos bastaría para tener una altura mayor al promedio, pero no aquí. Radhakaan está poblado por gente alta. Además, su piel, al igual que la mía, es pálida, casi blanquecina, lo cual nos destaca entre los habitantes y ha caracterizado a nuestra familia por décadas.
—Los cuentos generalmente están basados en algo —musita, caminando más hacia el este y pasando la yema de los dedos por sobre el vitral de Gea, la diosa de la tierra. Como es común en los sabios, ella es su diosa predilecta.
—Estuviste mucho tiempo en el norte —opino—, ¿tuviste éxito?
—Encontré a los Helenos si te refieres a eso —su voz se torna seria, casi contundente.
—¿Qué has visto? —suspiro. Está usando ese tono que avisa que será difícil sacarle información, pero no pierdo nada en intentarlo.
—¿Además de una hermosa loba castaña en Balam? —Al parecer se está divirtiendo conmigo, ¿lobos en el reino de Balam? Con el calor que hace en la zona, no podrían sobrevivir por mucho tiempo.
—¿Qué tiene que ver una loba con la asociación? —debato y me mira con aires de superioridad en respuesta mientras las arrugas alrededor de su rostro se estiran cuando una sonrisa se dibuja en sus labios. Perfecto, otra vez no he acertado en la adivinación. Sabe bien que es de las cosas que se me dan mal, ya que no estoy consagrado ante la diosa Gea.
—Olvidalo —hace un ademán con su mano y se vuelve en mi dirección—. Solo debes saber lo importante. Encontré la ubicación de la organización Helena. Están en el reino de Balam. Pensé en quedarme unos días más, pero el rey me ordenó regresar, así que solo tome algunas cosas del reino para seguir con la excusa de viaje de sabio y deje a uno de los cadetes encargados de dejar el transcrito en su puerta.
—Fuiste bondadoso al transcribir las antiguas escrituras, alguno de ellos debe conocer el Aram.
—La lengua con la que intentan domesticar a los siete reinos, por molesta que sea, es de ayuda para despistar a los enemigos y a los futuros aliados. No quiero que te encuentren aún.
—El origen de los dioses ha sido reinterpretado por miles de generaciones. ¿Es posible que incluso una organización que comercia con información sea indemne a eso? ¿Crees que no sientan las fluctuaciones en el balance?
—Incluso el reino de Valjort se ha centrado en la guerra. Han olvidado su origen y su objetivo. El equilibrio entre el bien y el mal no es un tema a discusión desde que éramos nueve reinos.
—Si no saben eso, es imposible que deduzcan que el problema requiere de entender los ocho elementos de la energía —medito—. Siempre aprendo nuevas cosas de usted, estoy feliz de que esté de regreso.
—¿Te has reunido con el consejo de sabios?
—Cada mes desde su ausencia —explico, recuperando la formalidad y bajando la mirada hacia mis pies. Estos son temas de la casa Sunneva, la estirpe más grande de sabios en el reino y esa responsabilidad ha recaído sobre mis hombros ante su ausencia como uno de los sabios mayores y miembro del consejo del rey—. Hace tres días el rey nos ha reunido de urgencia. Valjort es inestable ahora, se pregunta quién tomará el poder ahora que han muerto los hermanos Kyrell.
—Oh, con que a eso debe su llamado. Estuve allí. Acampamos en las cercanías de Armin cuando un grupo cabalgó por la noche. Draven Kyrell iba herido hacia una batalla que preveía sangre, me temo que es posible que haya muerto antes de cumplir su destino.
—¿Él…?
—¿Qué si es tu hermano? Lo es. ¿Si su hermana lo es? Bueno, eso es otro tema.
Me quedo en piedra ante sus palabras. Sigue con la mirada perdida en la silueta de la diosa, es como si siguiera poseído por el conocimiento, habla sin hablar desde un saber que en su mayoría no sabemos descifrar. Es una de las razones por las que los sabios solo conviven con sabios, principalmente aquellos que se dedican a la interpretación de los mensajes de las deidades. En casos extremos, para pulir su vínculo con la naturaleza —parte vital de la tierra—, reprimen sus lazos mortales y a consecuencia, vagan con la mirada perdida por bosques y templos rituales como este.
—Mayor, es detestable cuando habla con metáforas —El reproche es infantil, lo admito, pero es mi última arma—. Hadeon Kyrell solo presentó un heredero, no es posible que Draven Kyrell tenga una hermana.
No emite más palabra y camina hacia el interior del templo de los dioses con parsimonia. La túnica violeta de los sabios arrastra a su paso y lo sigo sin acercarme mucho. Estoy acostumbrado a los pasillos altos y las bóvedas de piedra de este templo, es su favorito para los entrenamientos por la energía que proporciona y la fuerte conexión de los astros.
—¿Has meditado lo suficiente en mi ausencia?
Asiento, posicionándome frente a la estatua del dios Sun, deidad del sol. Doblo las rodillas tocando con mi frente el suelo a sus pies y tomo una respiración profunda mientras mi cabello dorado cae sobre mis hombros. Mi ojo derecho arde al tomar la energía de mi esencia. Siento como me embarga una calidez peligrosa y se me acelera el pulso. Tomo respiraciones profundas y me muevo en círculos mediante una danza improvisada que intenta mezclar elementos del dominio de energía que me ha enseñado desde que tengo memoria.
La temperatura va ascendiendo desde mis piernas hasta mis muslos, luego se arrastra perezosamente hasta mi pecho y en un última exhalación consigo atraerla a las palmas de mis manos. Me tomo un tiempo para abrir los ojos, calmando los latidos frenéticos de mi corazón. Cuando lo hago, dos llamas crepitan en mis palmas y una sonrisa de suficiencia eleva las comisuras de mis labios.
—¿Tomaste la dieta con seriedad? —La obsesión de los sabios con el ayuno en sacrificio a los dioses es cosa seria para él, pero no para mí, jamás he podido resistirme ante el hambre.
—Lo intenté —niego con la cabeza, pero desvío la atención hacia lo único que me salvará de la reprimenda—. La abuela dijo que habías perdido el sentido común. Dijo que era más sabia que tú y que dejar de comer causaría fluctuaciones en mi espíritu.
Estos son los momentos donde él deja de ser el mayor y yo su alumno secreto para volver a lo que realmente somos: abuelo y nieto. Aspira con fuerza y niega con la cabeza, alisando la barba con sus manos —Has hecho un buen trabajo, Laín. Como el sabio mayor, miembro del consejo del rey y cabeza de la familia Sunneva, estoy orgulloso de tus logros.
—Gracias, mayor —Cruzo los brazos frente a mi pecho e inclino la cabeza. Mi cabello dorado resbala hacia mis hombros y con una exhalación el fuego se desvanece. Incluso siento un poco de frío en su ausencia.
—Necesito que me acompañes al consejo. Me temo que ha llegado la hora de despedirnos y de una vez te pido disculpas por la espera —murmura mientras caminamos hacia la salida. Lo observo con incredulidad.
—Su existencia es todo un enigma, mayor. Lo extrañé en su ausencia.
—Apresurate, debemos estar allí al mediodía.
La túnica púrpura propia del reino es la vestimenta de la mayoría de las personas en la habitación. El mayor me ha pedido acompañarlo al palacio, mas el rey ha suplicado declinar mi presencia en ésta ocasión. Sé que lo haría en cualquier otra sin dudarlo.
El tono de mi cabello y mis ojos en Radhakaan es preciado, asociado con el poder y la realeza, los ojos dorados son tan poco comunes que solo un rey debería llevarlos según las leyendas. El rey ha estado celoso de mí por ello desde mi nacimiento, le debo cada respiro al mayor, ya que sin su consejo, hace tiempo que mis latidos se habrían detenido.
—Amo —Un soldado camina entre los hombres. Resalta por su vestimenta clara entre las túnicas oscuras. Es un miembro de la orden de los sabios.
—¿Qué sucede, Baldo? —Lo llamo por su nombre, ya que ha servido en mi casa desde antes de mi nacimiento. Su barba blanca en la cual surcan algunos hilos negros es indicador de su edad. Es fiel a la familia Sunneva y su muerte parece más probable que su retiro.
—Tengo un mensaje de la señora de la casa Sunneva —Su rodilla toca el suelo y sus brazos se extienden mientras me ofrece un papiro con el sello imperial. Con la vista, ordeno a una criada que lo tome por mí de sus manos y lo lleve a las mías. Baldo se yergue enseguida y me brinda una leve reverencia antes de retirarse por la misma puerta que llegó.
Hombres y mujeres siguen su paso por la sala. Es bien sabido que tanto miembros como sirvientes de la casa Sunneva son intrigantes para los Kanes de Radhakaan, cuyas conexiones con las deidadades se limitan a suplicar cuando pronostican un mal.
Los Sunneva siempre han sido mensajeros de los dioses y aunque nos hemos negado a ser reconocidos con tal nombre, ha sido imposible de acallar los murmullos que se propagan en el reino y las leyendas que surgen de las cartas que pronostican el destino a personas claves para velar por el reino y evitar catástrofes. Las profecías de mi abuela, la señora Sunneva, son reconocidas por todos. Es por ello que aunque puedan negarlo, los ojos y oídos de todos los presentes apuntan en mi dirección cuando extiendo el mensaje.
“Un hombre con los ojos iluminados por el sol,
debe seguir su destino hacia el lugar donde nació,
para ofrecer su favor a los que son sus hermanos,
frente a un enemigo que iguala poder y ambición”.
Ojos de sol, las deidades han hablado. Dirige tu camino al lugar donde tu madre te dio a luz. Lamento no poder acompañarte en tu camino por primera vez a la tierra que te vio nacer. No te atrevas a desviarte de tu camino para preguntar, porque no sé más. Tal vez tu abuelo lo sepa.
En nombre de la diosa Gea, ¿podrías decirme en qué se han metido como para que el rey nos siga los pasos tan de cerca? No importa, haz lo que los dioses solicitan con urgencia. Espero que la diosa Gea ilumine tu camino y te traiga de regreso a salvo. Ten cuidado en tus pasos y sé receloso hacia enemigos y aliados. Espero verte pronto.
Fahkria Sunneva.
Mayor de la unión
de sabios de la Diosa Gea.
—Traigan un mensajero del rey —musito y en unos segundos, un hombre moreno y alto se encuentra haciendo una reverencia frente a mis ojos. Su rostro es anguloso y su cuerpo fornido y atractivo. Su altura sobrepasa la mía por poco. Los miembros del consejo me miran de soslayo en mi análisis, más ni me inmuto. Está por demás decir que estoy acostumbrado—. Voy a retirarme, ya que mi presencia no es requerida por el momento. Sé que su majestad ha de disculparme. Avísale al mayor Basir Sunneva que me retiraré por unos días a la frontera, he estado demasiado tiempo en la capital y necesito presentar mis respetos a las deidades en el mundo natural.
—Entendido —El hombre hace una reverencia ostentosa—. Que las deidades lo acompañen, señor.
No suelo hacerlo muy seguido, pero ya que tengo tantos ojos en mí, acaricio el cabello del esclavo con mi mano y este besa el anillo en mi dorso a modo de despedida antes de permitirme caminar por el pasillo. Una copa ha llegado a mi mano en algún momento y apuro el contenido, dejándola en una charola antes de abandonar la habitación.
Cuando salgo de la estancia, uno de mis tantos caballos está ensillado frente al palacio. Mi escolta llega a mi lado en segundos. —Señor, ¿qué sucede? ¿y el mayor?
—Vamos a Amadahy, Farid. No hagas preguntas, no tengo respuestas. Envía a un mensajero para que envíe algunos criados a la residencia de mis padres. No debemos retrasarnos.
—Entendido.
—¡Ah, y Farid! —exclamo, ya sobre el lomo del caballo.
—Dígame, señor —Él detiene su paso y baja la cabeza respaldando sus palabras.
—Solicita al asistente de cocina de la residencia.
~Diamante_52.
Viernes 03 de enero de 2025.
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