Prólogo
Prólogo
El baño daba vueltas a su alrededor. Mientras se mojaba la cara con agua fría tratando de despejarse un poco, su reflejo la miraba desde el espejo con los ojos hundidos. La directora se enfadaría en cuanto descubriese que se le estaba corriendo el maquillaje, pero no le importaba. Bastante esfuerzo iba a ser aguantar el resto de la cena con aquel malestar.
¿Habría sido el vino? No estaba acostumbrada a beber. El entrenador aseguraba que el alcohol no tenía cabida en su dieta y ella nunca se había atrevido a llevarle la contraria. Después de todo, sabía lo que hacía. Además, la directora siempre lo había secundado. Ni dulces ni alcohol. La dieta tenía que ser estricta si quería cumplir con los cánones estipulados, y la bailarina, al igual que el resto de la compañía, quería triunfar.
Y era precisamente por ello que no entendía porque la directora la había obligado a probar el vino. Todos sabían que se encontraban en una cena de gala y que los anfitriones gozaban de un gran poder dentro de la sociedad de Ballaster, pero aquello no era excusa. Al menos no para ella. En cuanto acabase el encuentro y volviese al hotel, hablaría seriamente con ella.
Pero primero tenía que acabar la cena y no iba a ser fácil.
Haciendo un gran esfuerzo para mantener el equilibrio, la bailarina se ayudó de las paredes de cuarzo para alcanzar la puerta. La falta de control sobre su propio cuerpo empezaba a preocuparla. Con cada paso que daba, las rodillas amenazaban con ceder bajo su peso. Y no solo eso. Su visión se estaba tornando borrosa. Los colores se difuminaban y los objetos cambiaban de forma, efecto que generaba que el mobiliario pareciese estar retorciéndose. Las paredes iban y venían, los sonidos se volvían más estridentes, y a consecuencia de ello, la cabeza de la bailarina, cada vez más saturada, apenas podía pensar con claridad.
¿Y todo por un sorbo de vino? Empezaba a dudarlo.
Se obligó a sí misma a sacar fuerzas y seguir adelante. Hacía ya demasiado rato que había dejado el salón y la directora debía estar enfadada. Aquella mujer era muy irascible... y más en aquel tipo de eventos. Prefería no plantearse lo que podría suceder si la decepcionaba de nuevo. Con suerte, ni tan siquiera se habría dado cuenta de su ausencia.
—Céntrate, vamos...
Paso a paso, la bailarina fue avanzando hasta la puerta. Y estaba ya a punto de alcanzarla cuando una de sus compañeras irrumpió de repente en el baño. Abrió la puerta de un empujón y, como si de un herido se tratase, se quedó quieta en la entrada, con el cuerpo medio caído contra la pared.
Murmuró algo que la bailarina no llegó a entender.
—¿Cristal?
La luz rosada de los fluorescentes la iluminó momentáneamente, mostrando un rostro de labios morados y los párpados hinchados. La recién llegada dedicó una fugaz mirada a su compañera, con los ojos inyectados en sangre, e hizo ademán de decirle algo. Antes de conseguirlo, sin embargo, se derrumbó a sus pies.
Sobrecogida, la bailarina se agachó a su lado y trató de vislumbrar su rostro, pero la visión se había vuelto demasiado borrosa como para incluso reconocerla. Fuese quien fuese aquel manchurrón color carne y negro que ahora yacía sobre el suelo ajedrezado, no reaccionaba.
La sacudió por los hombros sin éxito. Su piel estaba muy caliente, prácticamente ardiendo, y emitía un olor extraño. ¿Mostaza quizás? ¿Jarabe? No, era algo diferente... algo desagradable que logró que el estómago le diese un vuelco.
Horrorizada, la bailarina se puso en pie y salió del baño ayudándose del marco de la puerta las paredes. Recorrió el pasadizo que la separaba del salón principal a tientas, yendo de lado a lado, y una vez junto a la entrada se apresuró a atravesarlo.
—¡Socorro! —dijo a voz en grito—. ¡Soc...!
Sus rodillas chocaron contra el suelo al no encontrar ningún otro punto de apoyo donde sujetarse. La bailarina sacudió los brazos y cayó de bruces, a tan solo unos cuantos metros de la mesa donde aguardaba el resto de invitados. Se llevó la mano a la cabeza, demasiado mareada como para poder hacer otra cosa, y se apartó los mechones de pelo rosado.
Sus ojos no vieron más que sombras y colores.
—Socorro... —balbuceó.
Y aunque quiso gritar, ninguna otra palabra surgió de su garganta. Desesperada, la bailarina fijó la mirada en los comensales de la mesa y trató de alzar las manos para captar su atención. De haber podido, se habría arrastrado hasta allí, pero las piernas no la respondían. Lamentablemente, sus esfuerzos no sirvieron para nada ya que nadie la vio.
Nadie se movía; nadie hablaba.
Donde antes había habido conversaciones y risas ahora solo había silencio. Un silencio sepulcral que tan solo el sonido de unos pasos al acercarse a ella logró romper. Una sombra se dibujó en el pasadizo, procedente del fondo de la sala. Su dueño atravesó el salón con paso tranquilo, silvando una cantinela alegre por lo bajo, y siguió avanzando hasta alcanzar a la bailarina.
Se agachó a su lado.
—Hola querida, volvemos a vernos... —dijo con amabilidad—. Tienes mala cara. ¿Mareada, quizás? Ven conmigo, sé de algo que te va a hacer sentir mucho mejor.
Y aunque no llegó a ver su rostro, supo que una sonrisa macabra iluminaba su cara.
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