Capítulo 91
Capítulo 91 – Aidan Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)
Llegamos a las afueras de Herrengarde unas horas después, cuando empezábamos a temer que nos habíamos equivocado de camino. La fina lengua de asfalto que era la carretera se extendía a lo largo de decenas de kilómetros en línea recta, abriéndose paso entre los frondosos bosques del norte, hasta perderse en el horizonte. Parecía un camino infinito; una senda sin final en la que cada cierto tiempo encontrábamos elementos del paisaje que nos hacían creer que estábamos recorriendo una y otra vez el mismo lugar. Un edificio abandonado perdido entre los árboles; un cartel de madera caído en el arcén. Una familia de ciervos cruzando el asfalto...
La quinta vez que los vi atravesar la carretera, con el pequeño escondiendo la cola entre las patas traseras, tuve la tentación de darme por vencido. En la mente de todos estaba la sombra de estar siendo engañados; de haber caído en una trampa sin fin en la que el "Fénix" nos haría viajar el resto de nuestras vidas por una carretera inacabable, avanzando hasta la muerte por unos bosques que en realidad no existían. Por suerte, dentro de la oscuridad en la que nos estábamos sumiendo, había dos faros de luz que lograban mantener la esperanza. Lansel, como de costumbre, y Giordano. Ambos estaban convencidos de que el "Fénix" aún no había detectado nuestra presencia; que de haberlo hecho ya habría enviado agentes para acabar con nosotros, y no se equivocaban. Cinco horas después de abandonar la base aérea, la aparición de la muralla de Herrengarde en la lejanía les dio la razón.
—Os lo dije —canturreó Lansel con alegría desde la parte trasera del coche.
A su lado, Misi puso los ojos en blanco, con una sonrisa de alivio en los labios. Damiel, por contra, se limitó a negar con la cabeza, sin apartar la mirada de la ventana. Aunque nunca lo admitiese para evitar que el ego del Pretor se desbordase, estaba orgulloso de él. Muy orgulloso... como yo.
Marcus, al volante, levantó el brazo para que Jeavoux le chocase la mano desde atrás.
—Herrengarde —reflexioné—. Curiosa elección. Pensé que habría elegido Hésperos como escenario.
—Lo habría elegido si realmente estuviese interesado en Albia —contestó Damiel—. En el fondo, al "Fénix" nunca le ha importado lo más mínimo el Imperio. Si lo piensas fríamente, ni tan siquiera participó en la guerra. Doric, Lucian, Kare... a él le da igual. Su auténtico objetivo...
—Sois vosotros, sí —sentenció Marcus, dando final a la frase que mi hijo no se habría atrevido a acabar—. Dentro de lo malo, creo que esto nos da ventaja. Centurión, tú conoces bien Herrengarde, ¿me equivoco? Pasaste una larga temporada después de la guerra.
—Hasta la proclama de su nuevo gobernador, sí —admití—. La conozco. Tengo mis dudas de que haya hecho una recreación exacta, pero si ha mantenido la estructura básica, podremos movernos con relativa facilidad.
—La gran cuestión es: ¿dónde se esconde? —intervino Misi, apoyando las manos en los respaldos del asiento de piloto y copiloto para incorporarse un poco—. A lo largo de la muralla hay más de una decena de bastiones. Además, Herrengarde cuenta con algunas edificaciones que bien podría utilizar como escondite. La más evidente es la fortaleza, pero no debemos descartar los antiguos cuarteles, la base aérea o la nueva catedral.
—La chica de las trenzas habló de una fortaleza —recordó Damiel, intercambiando una fugaz mirada con Lansel—. Dijo que el "Fénix" encerró en su fortaleza a Olivia durante una temporada... debe tratarse de la del gobernador.
Era la opción más viable.
Era complicado meterse en la mente del "Fénix" y tratar de adivinar sus movimientos. Como ya había demostrado en varias ocasiones, sus intereses diferían de los de la mayoría. Aquel hombre no buscaba poder, ni tampoco reconocimiento. Él buscaba venganza, causar el máximo de dolor posible, y para ello no había escatimado en medios. A lo largo de todos aquellos años había contado con decenas de grandes aliados que habían dado la vida por él, pero no había sido hasta que había dado con su auténtica piedra angular, la magia más oscura, que no había encontrado su lugar. Ahora, convertido en uno de los hechiceros más poderosos que había conocido jamás, cazar a aquel hombre se había convertido en uno de los mayores retos de mi vida.
—Iremos a la fortaleza entonces —decidí tras unos minutos de silencio en los que todos nos sumimos en nuestros propios pensamientos—. Conozco un camino discreto.
Dejamos el coche en las afueras de la ciudad, a cuatro kilómetros de distancia, entre los árboles del aro exterior, y recorrimos los últimos a pie. La Herrengarde real estaba rodeada por una gran explanada pelada, pero dadas las circunstancias nos aprovechamos del entorno. Viajamos a través del bosque, sin llegar a alejarnos más que unos metros del asfalto pero aprovechando la maleza para ocultarnos, y una vez bajo la sombra de la gran muralla nos colamos a través de la entrada del túnel, uno de los accesos menos conocidos de la ciudad. Una vez al otro lado del gran muro, nos adentramos en el canal que conectaba las torres de vigilancia, un nivel por debajo del suelo, e iniciamos el avance. Tal y como suponíamos, nadie custodiaba el interior de la muralla.
Al menos al principio.
Bordear la ciudad hasta alcanzar el muro occidental de la fortaleza del gobernador nos llevó casi cinco horas. No fue un viaje especialmente fácil, pues aunque a priori habíamos creído que no había vigías en varias ocasiones nos cruzamos con algunos, lo que nos ralentizó. Personalmente me habría gustado poder ajustar cuentas con ellos, y más al darme cuenta de que todos ellos, ocho en total, eran réplicas idénticas de la odiosa asesina Alice Fhailen, pero conscientes de que ganaríamos más si pasábamos desapercibidos, no tuvimos más remedio que sortearlos como bien pudimos. Para ello, mis hombres no dudaron en emplear sus mejores trucos de confusión: desde globos de oscuridad hasta sencillas triquiñuelas con las que engañar y cegar a una mente que, ya de por sí, jamás había sido especialmente astuta.
Así pues, aunque nos llevó más tiempo del deseado, recorrimos la muralla hasta alcanzar el gran edificio que era la antigua fortaleza de los Vespasian, lugar en el que al fin abandonamos nuestro escondite. Salimos al exterior, a menos de un kilómetro de distancia del objetivo, y nos adentramos en el elegante barrio de mansiones y grandes jardines que conformaban los alrededores. Comprobamos que allí sí que había habitantes, aunque no todos eran humanas. De hecho, dudo que ninguno de ellos lo fuese. Alguno habría, pero tal era la artificialidad de sus movimientos y comportamientos que rápidamente lo descarté. Sea como fuera, los tratamos como tal, por si acaso, lo que nos obligó a aprovechar los jardines y los callejones más sombríos para seguir nuestro avance. Saltamos muros, nos ocultamos entre los arbustos, trepamos por verjas e incluso hasta tejados bajos, y todo para recorrer los últimos metros antes de alcanzar el gran muro tras el cual se encontraban los jardines de la fortaleza.
Nos detuvimos a cierta distancia, para poder inspeccionarlo desde la distancia. El muro de nuestro objetivo era mucho más alto de lo que recordaba, aunque la seguridad era inferior. De hecho, salvo los vigías de la entrada principal, los cuales dudaba que fuesen reales, no había prácticamente nadie...
Claro que, ¿para qué iban a tenerla? Teniendo en cuenta que aquella realidad era controlada en su casi totalidad por el "Fénix", ¿para qué iba a tener vigilantes? Olivia y Davin se habían convertido en un problema por lo visto, sí, pero incluso ellos no podían ser considerados una amenaza real en un universo como aquél. En caso de necesidad, el "Fénix" podía hacer y deshacer a su gusto...
Al menos en la teoría, claro.
Aquello me recordaba en cierto modo al Castra Praetoria. Nadie se atrevería a atacar un lugar como aquél, por lo que, ¿para qué tener vigilancia? Además, en caso de que alguien entrase, había más que suficiente con lo que aguardaba dentro...
Me pregunté qué habría más allá de los muros.
Ordené a Marcus y a Damiel que se separasen para sondear los alrededores en busca de una zona discreta por la que trepar el muro. La altura era muy elevada y las condiciones para subir no eran demasiado buenas, pues a diferencia de la real, aquella pared era totalmente lisa, sin ningún pliegue donde apoyar las manos o los pies, pero aquellos detalles no nos detuvieron. Aguardamos unos minutos a que mi hijo diese con el punto perfecto y, empleando más fuerza bruta y destreza de la que había usado en mucho tiempo, escalamos la muralla en apenas unos segundos. Una vez en lo alto, nos dejamos caer al interior de un frondoso jardín en el que varias decenas de olivos nos aguardaban sumidos en una suave niebla blanca. En la lejanía, alzándose como un gran coloso de piedra oscura, nuestro objetivo nos daba la bienvenida con las ventanas iluminadas y sus grandes gárgolas negras en forma de dragón persiguiéndonos con la mirada.
Iniciamos el acercamiento. La fortaleza del gobernador de Herrengarde era un gran edificio de piedra oscura de planta rectangular en cuyos laterales había dos altas torres de vigilancia. Era un lugar austero, sin apenas decoración por fuera salvo las banderas que ondeaban en lo alto del balcón principal. Por lo demás, únicamente las hojas verdes de la enredadera que cubría parte de la fachada aportaban algo de color.
Mientras avanzábamos entre los olivos no pude evitar recordar los viejos tiempos. Años atrás, antes incluso de que nacieran mis hijos, había visitado aquel lugar. Lo había hecho junto a mi hermano y Luther, escoltando al que por aquel entonces era considerado el mejor General: el príncipe Lucian. No era una visita de cortesía; movimientos sospechosos habían sido detectados en la frontera con Throndall, y Marcus Vespasian se preparaba para un inminente intento de invasión. Pero no iba a hacerlo solo, por supuesto. Como siempre, el hermano del Emperador estaba allí, para iluminar con su luz los rincones más oscuros de Albia. Y nosotros a su lado.
Aquel recuerdo logró ensombrecer aún más mi humor. Desde mi último encuentro con Luther no podía dejar de pensar en Lucian Auren. Lo intentaba, pero cada cierto tiempo regresaba de entre los muertos para recordarme que lo había traicionado. Con razón, me decía yo. Lo había hecho con razón: el hermano del auténtico Emperador había enloquecido al ocupar el trono. Se había convertido en todo aquello que en otros tiempos había odiado y no me había dado otra opción que ponerme del lado de Doric...
Me pregunté dónde estaría Luther. En lo más profundo de mi alma había confiado en que en algún momento daría su brazo a torcer y se uniría a nosotros. Incluso había fantaseado con la posibilidad de que él fuese la "ayuda en camino" de la que había hablado mi yo del futuro, pero con el paso de las horas empezaba a sospechar que todo había sido un engaño. Nadie iba a acudir a ayudarnos. Absolutamente nadie, y el momento de la verdad se acercaba peligrosamente.
—Centurión —me llamó Marcus en apenas un susurro.
Me señaló el muro oriental del edificio, lugar hacia el que nos dirigimos de inmediato. Bordeamos la fachada y recorrimos todo el lateral a la carrera hasta alcanzar la parte trasera. Cincuenta metros de jardín hacia el norte aguardaba la gran muralla que rodeaba la ciudad.
Nos detuvimos entre los arbustos para asegurar el perímetro. Había cámaras de seguridad instaladas en el muro, sobre las únicas dos puertas que había. Ambas tenían los pilotos de luz encendidos, como si estuviesen grabando, aunque tenía mis dudas al respecto. Puede que sí que lo estuviesen haciendo, pero dudaba mucho que hubiese nadie visionando las pantallas de seguridad. Sea como fuera, preferí no arriesgar. Indiqué a mis hombres una zona de la pared sin vigilancia en la que no había absolutamente nada en apariencia, y señalé con el dedo la primera de las ventanas. Estaba a una altura de más de treinta metros.
—Sol Invicto, ¿estás seguro? —preguntó Lansel con las cejas alzadas—. Es mucha altura, jefe. Si resbalamos y caemos podríamos rompernos algún hueso.
—¿Quién se supone que se va a resbalar? —replicó Giordano con extrañeza—. ¿Desde cuando tienes miedo a las alturas, Jeavoux? ¿Qué son treinta metros?
—¿Treinta? —Misi soltó una carcajada sarcástica—. ¡Ojalá fuesen solo treinta!
Al volver a mirar al frente comprendí a lo que se refería. Lo que antes me habían parecido treinta metros ahora era una altura de más de cincuenta. De hecho, puede que incluso superase los sesenta; un obstáculo que, en caso de fallar, podría costarnos más que unos cuantos huesos rotos.
No pude evitar sentir un escalofrío al creer ver los ojos verdes del "Fénix" observarme desde el cielo oscuro. Había algo macabro en todo aquello. Una demostración de poder quizás, o una burla, no lo sé. Fuese lo que fuese, no estaba dispuesto a darme por vencido.
—Sabe que estamos aquí —comprendió Damiel de inmediato—. Juega con nosotros, Aidan.
—Puede que sí —admití—. Sabíamos que esto podía pasar.
—¿Por qué no entrar entonces por la puerta principal? —preguntó Misi—. Si realmente ya sabe que estamos aquí...
—No lo tengo tan claro —apuntó Giordano, cruzándose de brazos—. Yo diría que este cambio responde simplemente a la perspectiva. No podemos intentar entender este mundo como el nuestro. Es un error.
—Pero alguien ha cambiado la ventana de lugar —insistió Misi—. Eso no hay cambio de perspectiva que lo explique.
—Puede que no sea la perspectiva, pero sí nosotros —intervino Lansel—. Al movernos... bueno, da igual, es demasiado complicado. Ni tan siquiera tú lo entenderías, querida. Lo mejor es que nos centremos. Tenemos dos opciones: entrar por la puerta principal y asegurarnos de que se enteran de nuestra presencia o confiar en que seguimos siendo invisibles y trepar ese muro. Personalmente me parece bastante alto pero, dentro de lo malo, es lo menos malo.
Antes de que empezasen a votar, que conociéndolos eran capaces de hacerlo, me apresuré a salir de mi escondite e iniciar el ascenso. No teníamos tiempo que perder. Inmediatamente después, convertidos en arañas humanas, el resto de los Pretores se unieron a mí.
Tal y como nos había sucedido antes, el trepar por una pared totalmente lisa en la que no habían cavidades en las que apoyarse no fue fácil. De hecho, en varias ocasiones tuve la sensación de que iba a precipitarme de un momento a otro al suelo. Sentía que mi peso iba multiplicándose con cada metro que ascendía, que la ventana estaba cada vez más lejos y, lo que era aún peor, que alguien tiraba de mí hacia abajo... pero incluso así, a pesar de todo, lo conseguí. Seguí el consejo de Giordano de dejar la mente en blanco y, sacando fuerzas de donde creía que ya no tenía, seguí ascendiendo hasta al fin alcanzar el alféizar de la ventana. Me subí en él, di un fuerte empujón en el marco de la ventana y por fin, ¡por fin!, entramos en la fortaleza.
¿Nos estaban esperando? Francamente, no lo sé. Quería pensar que no, pero en el fondo de mi alma estaba casi convencido de que nos estábamos metiendo de pleno en una trampa. Lamentablemente, a aquellas alturas de la expedición ya no había posibilidad de vuelta atrás, por lo que ni tan siquiera me detuve a pensarlo. Simplemente me adentré en la sombría biblioteca a la que había accedido a través de la ventana, atravesé la sala a la carrera, tratando de ser lo más silencioso posible, y me dispuse junto a la puerta, para escuchar el exterior. Mientras tanto, uno a uno, mis hombres fueron entrando en la estancia.
—¿Hay alguien? —me preguntó Misi en un susurro, apostándose en el otro extremo de la puerta con su pistola ya entre manos.
Negué con la cabeza. Desenfundé yo también mi arma, dando por finalizado el avance pacífico, y abrí la puerta unos centímetros para ver qué aguardaba al otro lado. Un pasadizo silencioso a simple vista. Empujé un poco más la hoja, hasta abrir un hueco lo suficientemente amplio como para que me cupiese la cabeza, y me asomé. Inmediatamente después, abalanzándome sobre ella como si me impulsara un resorte, caí sobre las espaldas de una de los clones de Alice Fhailen que en aquel preciso instante pasaba por el corredor. La derribé con mi peso y, arrebatándole el cuchillo que ella misma llevaba en la cintura, mordí su garganta con el metal, silenciando un grito. Acto seguido, me incorporé justo cuando un segundo clon giraba un recodo y se adentraba en el pasadizo. Fhailen abrió los ojos de par en par, separó los labios para gritar algo y alzó su pistola. Antes de poder accionarla, sin embargo, un disparo entre las cejas la derribó.
—Empieza la diversión —exclamó Giordano, bajando momentáneamente su arma únicamente para salir al pasadizo y recorrerlo hasta el recodo. Cogió el cuerpo de Fhailen por las botas y, sin cuidado alguno, tiró de él para sacarlo del campo visual. Se asomó—. Limpio.
Damiel y Lansel se unieron a él, apresurándose a recorrer los pasadizos colindantes para asegurarse de que no hubiese más vigilantes por los alrededores. Durante su periplo Damiel derribó a otro clon más, pero rápidamente regresó junto al resto, asegurando que, al menos por el momento, la zona estaba asegurada.
Traté de orientarme. Conocía aquella fortaleza bastante bien, pero no lo suficiente para saber dónde nos encontrábamos exactamente. Además, la similitud entre todas las plantas despertaba aún más dudas en mí. Pasadizos de piedra como aquel con el suelo cubierto por una alfombra azulada y antorchas en las paredes los había a cientos.
—Deberíamos dividirnos —propuso Damiel—. Esto es demasiado grande, Aidan: por separado seremos más efectivos.
—Lo seríamos si pudiésemos comunicarnos entre nosotros. Aquí no hay canal, Damiel —le recordó Misi—. Si nos separamos, es posible que en caso de problemas no nos enteremos de lo que está pasando.
—¿Qué propones entonces? —intervino Marcus, poco convencido—. ¿Que vayamos en bloque?
—Dadas las circunstancias, será lo mejor —respondí para disgusto de mis hombres. Era evidente que querían dividirse, poder moverse con libertad, pero Misi tenía razón. Sin un medio a través del cual estar conectados, era demasiado arriesgado—. Damiel, Giordano, os quiero de avanzadilla, abriendo camino. Jeavoux, vigilarás nuestra retaguardia. Calo, tú conmigo, ¿de acuerdo?
El avance a través de los pasadizos de la fortaleza se convirtió en una ardua tarea. Cuanto más cerca estábamos del salón del trono, mayor era el número de vigilantes que custodiaban la zona. La mayoría de ellos mantenían la misma estética que los anteriores: pelirroja, uniformada y con esa mirada altiva inequívoca que las convertía en réplicas perfectas de la joven asesina Alice Fhailen. No obstante, también había otros. Hombres y mujeres que, uniformados totalmente de negro con casacas abotonadas y cuellos altos, se mantenían estáticos en distintos puntos del edificio. O al menos eso parecía. Aunque a simple vista no se movía, tan solo necesitamos detenernos unos segundos y observarles para descubrir que, de un instante a otro, cambiaban de lugar, esfumándose y volviendo a aparecer como si de un truco de magia se tratase. Eran hombres extraños, y no solo por esa capacidad. Mientras que el rostro de Fhailen se reconocía con facilidad, los suyos eran totalmente indescifrables. Tenían la composición facial habitual: dos ojos, nariz y boca, pero por alguna extraña razón, no llevaba a poder verlos con claridad. Era como si un filtro invisible los emborronase... como si estuviesen allí, pero a la vez en otro lugar. Una mezcla demasiado inquietante como para no suponer un posible peligro.
Decidimos evitar el enfrentamiento con ellos de momento. Aunque a simple vista no parecían armados, los cinco coincidíamos en nuestra opinión sobre ellos: eran mucho más de lo que aparentaban. Así pues, tratando de evitar las zonas en las que se encontraban, fuimos descendiendo planta a planta, empleando para ello toda nuestra astucia para volvernos invisibles a los ojos de los vigilantes, hasta alcanzar el tercer nivel. A partir de ahí, tal y como comprobó nuestra avanzadilla, sería imposible no ser vistos.
—Hay uno de esos hombres en las escaleras del ala este y otro en las del ala oeste, Aidan —me informó Marcus tras dar un rápido rodeo por toda la planta—. Damiel está buscando alguna otra alternativa, pero me temo que si lo que queremos es seguir descendiendo, vamos a tener que vernos las caras con ellos.
Aguardé unos minutos a que mi hijo regresara de su breve exploración. En el camino se había cruzado con tres réplicas de Fhailen que habían logrado dibujarle una fea herida en el pecho, cerca del corazón, pero por suerte no había ido a más. Lo habían cogido con la guardia baja, dijo, y aunque al principio me costó entender el motivo, tan pronto nos guió hasta el interior de un pequeño despacho y cerró la puerta, lo comprendí.
—Salieron de la nada justo cuando estaba apartando el escritorio —dijo, agachándose a los pies de la gran mesa de roble central y apartando la gruesa alfombra de pelo que cubría el suelo de piedra. Bajo ésta había una rejilla—. ¿Sabéis lo que es?
Lo sabía, por supuesto, pues había estado presente durante el proceso de su construcción, pero dejé que fuera Misi quien lo explicara. Su papel como guardiana de los secretos seguía siendo clave para el equilibrio de la Unidad.
—Es un Conducto de Salvación —empezó, cruzándose de brazos—. Después de la guerra, se decidió construirlos para poder evacuar en caso de ataque. En la mayoría de casos las fortalezas ya disponían de ellos; cualquier gobernante con dos dedos de frente se asegura de disponer de alguna vía de escape en caso de necesidad, pero estos son algo diferentes. Tan solo el círculo más íntimo conoce de su existencia... y cuando hablo del círculo más íntimo, me refiero a la familia y poco más. E incluso a veces ni ellos.
—Esto pone en evidencia que ya no nos fiamos ni de nuestra sombra —se jactó Lansel con acidez—. ¿A esto hemos llegado?
—¿Acaso tú no lo harías? —Damiel se encogió de hombros—. Han pasado años, pero las secuelas de la guerra civil aún están muy presentes, compañero.
—Es por ello que siempre os digo que el único lugar seguro que existe hoy en día en Gea es el desierto —murmuró Marcus entre dientes—. Allí no hay nadie que pueda traicionarte.
—La cuestión es... —prosiguió Misi, pasando por alto el último comentario de Giordano—. Nos encontramos en una réplica de la fortaleza de Herrengarde, no la real. Si realmente el "Fénix" conoce la localización de los Conductos de Salvación es que es muchísimo más cercano al nuevo gobernador de lo que jamás podríamos haber imagino, Aidan.
—O eso o que ha podido acceder a la información —advertí—. Es una demostración de poder. Sea como sea, lo aprovecharemos. Según los planos, estos conductos deberían conectar todas las plantas, así que es una buena forma de poder movernos sin ser vistos. Dudo muchísimo que nadie esté vigilándolos.
—O puede que nos estemos metiendo de cabeza en una trampa —sentenció Marcus—. Con vuestro permiso...
Era una opción, por supuesto, pero a pesar de ello nos arriesgamos. Giordano apartó la rejilla, se dejó caer en el interior del túnel y rápidamente se esfumó de nuestra vista, adentrándose en su interior. Pocos segundos después, Damiel se unió a él.
Jyn Corven, ciudad de Herrengarde
—Son ellos —sentenció Olivia, apartándose los binoculares de la cara para tendérselos a Luther. Davin, a mi lado, me ofreció los suyos para que pudiese ver.
Y sí, eran ellos. O al menos eso quise pensar. Desde lo alto de la muralla era complicado adivinar la naturaleza de las débiles manchas de oscuridad que avanzaban por la fachada trasera de la fortaleza. Olivia y Davin estaban convencidos de que se trataba de mi padre y del resto, y por la velocidad a la que se movían y el número, era probable que tuviese razón.
—Son ellos, sí —la secundó mi tío—. Imaginaba que buscarían una forma discreta para entrar. Bien hecho, Aidan.
—La gran duda es, ¿les servirá de algo? —Davin chasqueó la lengua con desdén. El "Fénix" domina cuanto le rodea: me cuesta creer que no sepa que andan por aquí.
—Saber que han entrado seguro que lo sabe —aseguró Olivia—. Saber que están tan cerca es otra cosa muy diferente. ¡En fin! Esto va en serio... así que ha llegado el momento de actuar. ¿Nos unimos a ellos?
Luther me miró de reojo antes de responder. Poco antes de ponernos en marcha y ascender la muralla Davin y Olivia nos habían explicado su plan. En cada uno de sus intentos de asesinato al "Fénix" habían ideado nuevas estrategias con las que enfrentarse al asesino. Algunas habían sido más obvias, otras más imaginativas, pero en todas habían contado con un mismo factor a favor: apoyo. Los dos Pretores contaban con colaboradores dentro de la Fortaleza; viejos y nuevos aliados que se habían sacrificado para ayudarlos en el momento preciso, y en aquella ocasión no iba a ser diferente. De nuevo contaban con el apoyo de alguien... aunque ese alguien, a diferencia de las otras ocasiones, había puesto una condición para ayudar. Una única condición por la cual hasta ahora se había mantenido en un segundo plano pero que, llegado a este punto, se convertía en la llave maestra que nos podría llevar al éxito.
Nos pusimos en marcha. Descendimos las escaleras que comunicaban las almenas de la muralla con su esqueleto. Una vez en la planta intermedia, avanzamos y bordeando la fortaleza hasta situarnos en el lateral izquierdo. Descendimos entonces al piso bajo, entramos en una pequeña estancia de almacenaje y nos plantamos frente a una de las paredes. Olivia apoyó la mano sobre la superficie de piedra. Cerró los ojos, contó hasta seis, recitando por lo bajo una letanía, y de repente, surgiendo de la nada, una puerta de color verde se materializó ante nosotros.
La Pretor me guiñó el ojo al ver me cara de sorpresa.
—¿De veras piensas que ese loco es el único hechicero del reino? —dijo en tono sarcástico—. Ilusa.
Al atravesar la puerta nos adentramos en unas escaleras de caracol que descendían varias plantas por debajo del nivel de la ciudad. Davin y Olivia encendieron un par de linternas, logrando así dibujar un halo de luz en mitad de la oscuridad absoluta, y peldaño a peldaño fuimos descendiendo hasta alcanzar un túnel. Olivia se adelantó entonces, iluminando por un instante unas paredes circulares, y no se detuvo hasta cruzar una arcada de cemento.
Luther, Davin y yo no tardamos más que unos segundos en unirnos a ella.
—¿Dónde estamos? —preguntó Luther, mirando a su alrededor con curiosidad—. Las paredes están repletas de inscripciones.
—Este sitio no pertenece a Herrengarde —respondió Davin—. De hecho, ni este ni el resto del laberinto que recorre toda la ciudad en el subsuelo. Esto es producto de la mente del "Fénix".
—El "Fénix" tiene una visión diferente de la realidad —explicó Olivia desde la lejanía, adelantada más de treinta metros en la oscuridad—. En su mente, el mundo tiene dos realidades. Por un lado, la humana, la cual se encuentra sobre tierra. Y la otra, esta. La realidad de más allá del velo; la onírica. Para él, su existencia es una gran partida de ajedrez en la que tan solo moviendo sus fichas en ambos planos podrá llegar al Rey... y cuando hablamos de Rey, no me refiero precisamente al Emperador de Albia.
—Los Señores del Sueño —comprendió Luther de inmediato—. Él no participó en la guerra: no le importaba lo más mínimo. Su objetivo va mucho más allá de lo terrenal.
—Efectivamente —admitió Davin—. Al "Fénix" Albia le da totalmente igual. Él lo que desea es ganarse un sitio al otro lado del velo, pero para ello necesita demostrar su valía. Necesita limpiar su nombre y convertirse en alguien respetado y temido por los hombres.
Seguimos caminando casi a ciegas por el túnel hasta dejar atrás el suelo de piedra y adentrarnos en una zona encharcada. El agua estaba bastante fría, mucho más de lo habitual, lo que provocó que los siguientes minutos fuesen especialmente desagradables. Seguimos avanzando unos metros más, con el agua ya rozando las rodillas, hasta llegar a un murete de piedra donde, encaramada en lo alto, aguardaba Olivia. Nos unimos a ella. Ante nosotros, entre las sombras, había una impresionante cascada de aguas claras cuya caída se perdía en la oscuridad.
Olivia y Davin intercambiaron una fugaz mirada. Irónicamente, ambos parecían divertidos. Luther, en cambio, inquieto. Yo, por mi parte, sentía el miedo y el vértigo atenazarme la garganta.
—¿Y ahora? —pregunté con temor. Creía saber la respuesta, pero prefería oírla en boca de alguien—. ¿Davin...?
Mi hermano me dedicó una sonrisa, momento en el cual Olivia aprovechó para coger mi muñeca y tirar de ella con fuerza al saltar. Sí, saltar. Saltó al vacío... y me arrastró con ella. Caímos durante largos segundos, minutos, horas, no lo sé, pero en ningún momento alcanzamos el fondo de la cascada. Gotas de agua caliente golpeaban mi rostro al decender en paralelo junto a ella. Y gritaba. Vaya si gritaba. Al principio con toda mi alma, como si la vida me fuera en ello, pero después, tras los primeros cuarenta segundos, sentí que mi garganta no podía más. Entonces, aún sin poder cerrar la boca, desvié la mirada hacia Olivia, la cual caía a mi lado, sin soltarme la mano, y la vi sonreír. La Pretor me guiñó el ojo, tranquilizadora, y tiró de mí hacia ella, para poder abrazarme contra su pecho.
—Tranquila —escuché que me decía en el oído.
Y seguimos cayendo hasta que, de repente, nos estrellamos contra la gélida superficie de un lago. Caímos a plomo en el agua, hundiéndonos durante varios segundos más, con la fuerza de un huracán, rodeadas de espuma. Sentía que manos invisibles tiraban de mí hacia abajo... y tiraron hasta, por fin, alcanzar el fondo del lago, lugar en el que Olivia volvió a cogerme de la mano. Cerró los dedos con fuerza alrededor de mi muñeca y volvió a saltar. ¿Dónde? Lo desconozco, pero sentí que el suelo se desprendía bajo mis pies.
Un grito de terror después, aterrizamos en suelo firme.
La sonora carcajada de Olivia me dio la bienvenida. Abrí los ojos, aunque no recordaba haberlos cerrado, y ante mí descubrí un frondoso jardín lleno de flores amarillas en cuyo corazón, a no más de cien metros, había una impresionante roble de más de sesenta metros de altura.
Necesité unos segundos para recuperar el aliento. La cabeza me daba vueltas después del salto y la caída. Estaba mareada y me dolía el cuerpo del frío del agua, pero a la vez tenía calor. Un calor que poco a poco fue creciendo en mí, secándome las ropas y logrando que el mal estar pasase a un segundo plano.
Un calor que, procedente del tronco del árbol, me calentó las mejillas e iluminó cuanto nos rodeaba, haciéndonos creer por un instante que estábamos al aire libre, bajo las nubes.
Luther y Davin aparecieron poco después a mi lado, cayendo del cielo como si de dos meteoritos se tratasen. Mi hermano soltó la mano de mi tío y se acercó a mí, para asegurarse de que estuviese bien. Y lo estaba. Clavada en el suelo cual estatua, confusa y totalmente desorientada, pero estaba bien. Inesperadamente bien... y no era la única.
Una expresión extraña se dibujó en el rostro de mi tío al volver la vista a su alrededor.
—Este lugar... —murmuró en apenas un susurro, con los ojos iluminados—. Conozco este lugar. Esto es... ¡Sol Invicto, esto es el prado de Ilean!
—Creo que se llama así, sí —exclamó Olivia—. Aunque estoy convencida de que ella os lo podrá explicar mejor. Venid.
Totalmente desconcertada ante la repentina reacción de mi tío, que se apresuró a no solo alcanzar a Olivia, sino adelantarla en dirección al roble central, cogí la mano de mi hermano y juntos iniciamos el camino. En sus labios había una sonrisa tranquila, relajada, y aunque por aquel entonces no sabía el motivo, no tardé en descubrirlo. Tan solo necesité recorrer los últimos metros, detenerme frente al grueso tronco del árbol y aguardar a que Olivia golpease en la puertecita que había inscrita en la madera para comprenderlo todo.
O al menos casi todo.
Jyn Valens abrió la puerta. Y lo hizo con una amplia sonrisa, como si supiera perfectamente quiénes aguardábamos al otro lado del umbral... como si llevase años esperándolo. Mi madre, tan majestuosa y gloriosa como la había imaginado siempre, nos dedicó una fugaz mirada a Davin y a mí. Nos guiñó el ojo. A continuación, desviando la vista hacia mi tío, atravesó el umbral de la puerta y acudió al encuentro de mi tío, el cual estaba totalmente petrificado, mirándola con los ojos muy abiertos.
Había devoción en su mirada.
Mi madre le tendió la mano para que se la cogiera.
—Te has hecho más de rogar de lo que deberías, Luther —le dijo—. Muchísimo más, pero incluso así me alegro de verte. Sabía que tarde o temprano lo harías.
Aquella fue la primera vez que vi los ojos de mi tío llenarse de lágrimas. Lo había visto emocionado en alguna otra ocasión, muy pocas para ser sincera, pero en aquel entonces tal era su debilidad que creí ver en él a un niño. Un niño pequeño y desconsolado al que la aparición de su venerada hermana mayor había dejado sin palabras.
—Aidan... —murmuró con la voz rota—. Aidan dijo... decía que...
—Era verdad: yo se lo pedí —exclamó mi madre con decisión—. Le pedí que te buscara y que nos ayudaras. ¡Que me ayudaras, maldito cabezota! Pero no quisiste escucharle.
—Cómo... ¿cómo imaginar que era cierto lo que decía? Pensaba... pensaba...
—Da igual lo que pensaras: ¡era Aidan! ¿¡Cómo se te ocurre darle la espalda!? —Jyn negó con la cabeza—. Espero que estés aquí para arreglar las cosas, hermanito, de lo contrario vas a tener un problema grave conmigo. Ahora, si no te importa, voy a saludar a mis hijos y nos pondremos en marcha. Tenemos muy poco tiempo: Orland sabe que están aquí.
Davin lanzó una maldición entre dientes.
—¿Nosotros o ellos? —preguntó, adelantándose para plantarle un cariñoso beso en la mejilla—. Ellos, ¿verdad?
—Ellos —respondió mi madre—. Se están metiendo de cabeza en una trampa... pero ya nos va bien: así nos dejará más margen de acción. —Jyn le pellizcó la mejilla, cercana, y apretó suavemente el antebrazo de Olivia a modo de saludo. A continuación, por fin, dirigió su mirada de ojos negros hacia mí y me sonrió. Y lo hizo de tal forma que logró que el vello se me erizase—. Sol Invicto, pequeña, sí que te pareces a tu madre, sí.
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