Capítulo 87
¡Buenas! Me voy unos días de vacaciones, así que os dejo un capítulo ^_^ A la vuelta actualizo. ¡Un beso!
Capítulo 87 – Diana Valens, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)
Viajar a través del Bosque de Nymbus es lo más parecido que jamás he hecho a retar a los dioses. Allí el tiempo y el espacio fluye de una forma que los mortales no podemos entender. La luna no brilla durante el día, ni tampoco el sol durante la noche, pero la línea entre la realidad y la fantasía es tan fina que a veces la cruzas sin ser consciente de ello. La lluvia cae de las nubes, y a su vez éstas se alimentan de los pensamientos más oscuros de los hombres. Llueven sueños, anhelos y pesadillas; el viento ulula canciones de cuna. Los pájaros pían nombres.
El Bosque de Nymbus... ¿acaso existe mejor escenario que su corazón para poner punto y final a aquella etapa de mi vida? En aquel entonces no le daba la importancia que realmente tenía. Joven, inexperta y cargada de un odio que cada vez consumía más y más mi alma, no era capaz de apreciar lo que me rodeaba. Mis ojos no podían percibir el brillo iridiscente de las gotas de agua sobre las hojas de los árboles, ni tampoco las llamativas formas que adoptaban las sombras cuando dabas la espalda a las enredaderas. El resto de mis compañeros lograban verlas de reojo, y en ellas reconocían cuerpos menudos que por su tamaño debían pertenecer a niños. Niños que nos perseguían por el bosque, ocultando el sonido de sus pasos entre las raíces de los árboles y sus risotadas tras el chirrido de los insectos.
Lyenor decía que aquellos niños eran la representación onírica de los viajeros que habían muerto perdidos en el Bosque. Que aunque sus cuerpos ya adultos no hubiesen podido soportar la magia de los dioses sus mentes desbordadas de imaginación y deseo de aventura habían logrado encontrar el camino para bordear la muerte, convirtiéndose en parte del Bosque. Misi, en cambio, decía que en realidad aquellas sombras formaban parte del ejército de espías de los Señores de los Sueños. Que mientras siguiésemos en sus dominios sin invitación no nos dejarían en paz... que debíamos ser precavidos. Yo, por mi parte, ni sabía lo que eran, ni me importaba. Sombras o niños, en cuanto se me acercasen no dudaría en hundir mi espada ceremonial en su corazón... Absurdo, ¿no? En el Bosque de Nymbus únicamente mueren aquellos cuya vida reclaman los dioses del Sueño. Los deseos de los mortales no tienen la más mínima importancia... y los mío, menos aún. Por desgracia, en aquel entonces yo aún no era consciente de ello. Poco a poco empezaba a mentalizarme de que el mundo no giraba a mi alrededor, pero incluso así el proceso de adaptación a la vida real estaba siendo complicado. En cuanto acabase de abrir los ojos, todo sería mucho más fácil...
¿Pero realmente era eso cierto?
Muchas preguntas. Mientras me adentraba más y más en el corazón del bosque eran muchas las dudas que me atormentaban. Aidan insistía en la necesidad de que estuviese concentrada; en que me necesitaba con los ojos bien abiertos, pero me estaba resultando muy complicado. Horas atrás, antes de iniciar el viaje, mi padre había acudido a mi encuentro en el hospital, y aunque me había prometido a mí misma que sus palabras no iban a afectarme, aún no había madurado lo suficiente como para conseguirlo.
Con cada paso que daba su voz me martilleaba los oídos.
Durante la primera noche las nubes lloraron con mis lágrimas. Nadie se dio cuenta de ello, pues todos estaban demasiado ocupados en sus propios pensamientos, cuidando los unos de los otros, pero yo, sola en lo alto del obelisco de ónice desde donde cumplía con mi turno de guardia, era consciente de que era mi frustración lo que fortalecía cuanto me rodeaba.
Era como si, de alguna extraña manera, el Bosque se nutriese de mi energía vital.
¿Pero acaso a alguien le importaba? No, por supuesto que no. Mi padre no me lo había querido decir abiertamente pero su mirada había revelado la verdad. Podrían fingir que aún formaba parte de la familia; que les importaba mi bienestar, pero lo cierto era que jamás volverían a confiar en mí. Nunca creerían en la causante de la muerte de Davin y mucho menos cuando su apellido estuviese manchado por lo que a su modo de ver era un deshonor.
La época de esplendor de los Valens en Albia había llegado a su fin.
—¿Cuando vas a volver? —había preguntado a mi padre tras confesarle los próximos movimientos de la operación de caza del "Fénix".
Mi padre no había preguntado nada al respecto, únicamente había entrado en la sala para besar la frente de mi hermana con cariño, pero una simple mirada me había bastado para leer en sus ojos el auténtico motivo de la visita. Luther Valens quería saber qué íbamos a hacer con el asesino de su hermana y sobrino, y yo, a pesar de haber jurado que no lo compartiría con nadie, se lo expliqué todo. Absolutamente todo. ¿El motivo? Supongo que, en lo más profundo de mi corazón, deseaba que se uniese a nosotros. Lo quería a mi lado, luchando espalda contra espalda, y demostrándome que aún le importaba. Que además de a mi hermana y a mi prima tenía a alguien que me quería sin condiciones... desafortunadamente, Luther tenía otros planes.
—¿Volver? —recuerdo que respondió, dedicándome una fría mirada carente de expresión alguna—. ¿Volver a donde, Diana? ¿A Albia?
—¡A casa! ¡Esta es tu casa, padre!
—Ya no, querida. Mi hogar era Albia, la auténtica Albia. Aquí ya no queda nada de ella... ni su sombra. Nada.
—¡Pero Albia es mucho más que un Emperador! Sé que Lucian Auren era importante para ti, pero Kare Vespasian es un buen hombre también.
—¿Realmente crees que mi decisión viene dada únicamente por la muerte de Lucian Auren, Diana? Él era importante para mí, sí, un pilar fundamental, pero no el único. Aquí ya no queda sitio para mí... ni para ti, solo que aún no lo sabes.
Después de aquellas palabras le pregunté a mi padre cómo podía saberlo, a lo que respondió que simplemente lo sabía y que tarde o temprano yo también lo descubriría, pero que primero tendría que abrir los ojos. ¿Pero abrir los ojos a qué?, le pregunté... y esta vez no me respondió. En lugar de ello desvió la mirada hacia Noah y, dedicándole una cálida sonrisa paternal, besó su frente.
—No siempre que lo desees podrás encontrarme, Diana. Tarde o temprano nuestros caminos se separarán definitivamente y ya no habrá vuelta atrás.
Aquí ya no queda nada... Resultaba complicado ignorar esas palabras cuando tan solo tenía que mirar a mi alrededor para percibir parte de la verdad de la que hablaba mi padre. Los que me rodeaban aseguraban ser parte de mi familia, formar parte de un grupo del que yo era miembro, pero lo cierto era que, a la hora de la verdad, estaba totalmente sola. Ni ellos me necesitaban a mí, ni yo a ellos.
—Eh, ¿estás despierta?
Lo estaba. Llevábamos ya dos jornadas avanzando por el Bosque de Nymbus, deteniéndonos tan solo para comer y descansar por las noches, y aún no había dormido. Durante las horas de sueño cerraba los ojos y hacía ejercicios de relajación, consciente de que tarde o temprano necesitaría las energías que ahora estaba consumiendo, pero no lo conseguía. Cuanto más nos adentrábamos en el espeso bosque más alejada de la realidad me sentía, por lo que el instinto me impedía conciliar el sueño. Mis compañeros, en cambio, no sufrían de aquel mal. Lyenor y Aidan no dormían, pero no lo hacían por voluntad propia. El resto, sin embargo, se iban turnando para descansar. No demasiadas horas, por supuesto, pero sí lo suficiente para haber iniciado el segundo día con bastante mejor aspecto que yo.
—Por supuesto que estoy despierta —respondí, apartando la mirada del vacío para dedicarle una expresión de hastío a Lansel.
No recuerdo de dónde aparecieron, ni tampoco los sentí llegar, pero para cuando quise darme cuenta Lansel ya estaba sentado a mi lado, sobre un tocón recubierto de verdín, rodeándome los hombros con el brazo, y Damiel frente a mí, de cuclillas.
—Te estás convirtiendo en un búho —dijo mi primo con un asomo de sonrisa en la cara—. ¿Te ha contado Lansel ya alguna de sus historias de transformaciones imposibles? Aventureros que acaban convertidos en leones, en murciélagos... en orugas incluso.
—Aún no, no me ha dado la oportunidad —respondió Lansel, triunfal—. La Reina de la Noche ha decidido ir por libre en esta aventura. No quiere relacionarse con nosotros.
—¿Será que se siente superior?
—Será, será...
Lograron hacerme sonreír. De haberse tratado de otros me habrían ofendido, pues seguramente su objetivo habría sido distinto. Había muchos que me tachaban de prepotente y engreída; que creían que me tenía en demasiada alta consideración, y se burlaban de mí por ello. Ellos, sin embargo, intentaban hacerme reír. Sabían que mi actitud era algo diferente a lo habitual, que estaba manteniendo mucho las distancias, y estaban preocupados por ello. Lógico.
—¿Os mandan a molestarme? —respondí, revolviéndome bajo el brazo de Lansel—. Porque si es así ¡enhorabuena!, lo estáis haciendo muy bien.
Damiel se puso en pie. No muy lejos de allí, repartidos a lo largo y ancho de un pequeño claro abierto entre los árboles, el resto del equipo aprovechaba los minutos de parada para refrescarse. A diferencia de la primera jornada, que había sido bastante fría, aquella empezaba a ser muy calurosa, con unos índices de humedad tan altos que incluso la ropa estorbaba.
—Lansel y yo nos vamos a adelantar. A partir de aquí el camino promete complicarse, por lo que queremos ir a echarle un vistazo —explicó Damiel—. Si quieres, puedes venir.
—¿Vosotros vais a adelantaros? ¿Y Giordano?
Lansel rió entre dientes. Por su expresión, supuse que había estado esperando la pregunta.
—Marcus se quedará con el resto —prosiguió Damiel—. Es el Señor del Desierto, no del Bosque de Nymbus. Lo más parecido que tenemos aquí a un experto en la materia es a Lansel, así que... ¿en fin? ¿Qué puedo decir?
Lansel se situó a su lado y me tendió la mano, invitándome así a unirme a ellos. Siendo sincera, no me apetecía demasiado, pero aún menos quedarme con el resto, por lo que decidí aceptar la propuesta. Tomé su mano y juntos nos encaminamos hacia el grupo principal. Poco después, tras informarles de que nos poníamos en camino, reiniciamos el viaje.
Como ya he dicho con anterioridad, el Bosque de Nymbus es un lugar singular. A simple vista puede parecer un bosque común de árboles alto y naturaleza frondosa. No obstante, es mucho más. La antigüedad de sus robles se remonta a siglos y la naturaleza de sus habitantes a otras dimensiones. Sus diferencias con las de Albia no son evidentes, de hecho en la mayoría de casos son simples detalles, pero para mí eran suficiente como para que se me helase la sangre al ver ciervos con ojos humanos o plantas capaces de devorar mamíferos.
Los caminos de Nymbus son siempre resbaladizos, ya sea su suelo lodoso o no, y las ramas de los árboles extrañamente móviles. Tienen la capacidad de enturbiar la visión en el peor momento, meciéndose por corrientes de aire inexistentes, y de golpearte con sus frutos en cuanto el nivel de concentración disminuye. ¿Qué estás a punto de descender una pared especialmente empinada? Ten por seguro que algo se enredará entre tus pies.
El Bosque de Nymbus tiene un encanto especial. Como cualquier otro bosque es un lugar hermoso y lleno de vida, con bonitos miradores desde los que se percibe la naturaleza en todo su esplendor. Las vistas desde cualquier punto es sorprendentemente buenas, lo que te permite confirmar en todo momento que estás rodeado por un océano de copas de árboles. Este, oeste, norte o sur, no importa. Mires donde mires, el Bosque se extiende hasta el horizonte. Es, en cierto modo, como estar atrapado en un océano de hojas. Es por ello que es fácil perderse en su interior. Con Lansel a la cabeza las posibilidades disminuyen, pues conoce parte de sus caminos, pero incluso así el bosque se encarga de ponerte las cosas complicadas. Diría que la mejor manera de orientarse es en base a la posición de las estrellas y el sol, pero sus juguetones guardianes los mueven a su antojo. Tampoco es buena idea apoyarse en instrumentos humanos, pues en su interior dejan de funcionar correctamente. Las agujas de los relojes retroceden en vez de avanzar, las brújulas enloquecen y la tinta de los mapas se corre. Incluso hay una historia de cierto viajero cuyo mapa sencillamente se rediseñó, mostrándole caminos falsos. Su destino, como el de la mayoría, fue el de unirse a la corta de espectros que habitan los bosques...
Los habitantes de Nymbus no nos lo pusieron fáciles. Cuanto más avanzábamos, más largos eran los caminos y complicadas las condiciones. El viento soplaba en nuestra contra, arrastrándonos en según qué puntos, mientras que en otros sencillamente la temperatura aumentaba hasta tal punto que sentíamos fuego en los pulmones. Aún así, Nymbus no logró detenernos. Incluso cuando después de alejarnos casi diez kilómetros y de repente aparecimos detrás del grupo capitaneado por Aidan. Incluso entonces, ya sudorosos, cansados y con los músculos en plena tensión por el esfuerzo, no nos rendimos.
—Somnia nos estará esperando tras la cascada del norte, más conocida como el Salto de Hierro —explicó Damiel la segunda noche, aprovechando que todos nos encontrábamos alrededor de la hoguera, a punto de cenar la carne del venado que Lyenor había cazado una hora antes—. Según los mapas nos encontramos a poco menos de un día de camino, así que, si todo va bien, llegaremos al caer la noche.
—Sé que me voy a arrepentir de preguntar, ¿pero por qué se llama el salto de hierro?
Logró hacerme sonreír por lo bajo. Aunque lo odiaba con todas mis fuerzas, y cada vez más desde que mi prima había vuelto a perder la cabeza por él, Giordano logró caerme bien por un momento al formular la pregunta que probablemente todos tenían en mente. Personalmente conocía la historia de aquella caída de agua, una de mis favoritas, por cierto, pero dadas las circunstancias preferí escuchar su versión. Después de todo, en boca de Damiel todo sonaba menos lúgubre.
—Es una historia de desamor, Giordano —respondió, dedicándole una breve sonrisa—. Una de esas que te hacen replantearte toda la vida, así que mejor lo dejamos para otro momento. No quisiera que nadie se pegase un tiro, ni nada por el estilo.
—No existe ninguna mujer que tenga tanto poder sobre ninguno de vosotros, Damiel —replicó Misi con acidez—, pero sí, mejor dejémoslo para otro día. Con saber que es nuestro objetivo, nos basta.
Permanecí un rato más alrededor de la hoguera, esforzándome por integrarme en el equipo. En lo más profundo de mi alma tenía ganas de estar sola, alejarme y poder pensar, pero sabía que mi lugar, al menos de momento, estaba allí. Así pues, aguantándome las ganas, permanecí una hora más junto al resto, hasta que finalmente se hizo la repartición de las guardias.
—Lansel, Diana, os ocuparéis de las primeras dos horas —decidió Aidan—. Si pasase cualquier cosa, lo que sea...
—Tranquilo, Centurión: lo sabemos —aseguró Lansel, restándole importancia—. Ahora a descansar.
A pesar del cansancio, aún tardaron casi media hora en acostarse. Lyenor y Aidan fueron los primeros en tumbarse, pero únicamente para hablar entre susurros mientras contemplaban las estrellas brillar en el firmamento. Tarde o temprano se dormirían, o quizás no, pero aquellas horas de paz les bastarían para recargar las pilas. Marcus, por el contrario, se quedó profundamente dormido en su saco. La respuesta de Damiel sobre el Salto de Hierro no lo había dejado demasiado satisfecho, así que, tras un poco de insistencia, no demasiada, se retiró junto a un tronco especialmente ancho donde no tardó más que unos segundos en acomodarse y cerrar los ojos. Estaría cansado, supuse. En el fondo, no me importaba.
Misi y Damiel sí que se acostaron, aunque lo hicieron más tarde. Yo no los vi retirarse, pues tras la primera media hora de espera decidí dar una vuelta por el perímetro, pero para cuando regresé cuarenta minutos después ya estaban tumbados en sus sacos, de espaldas el uno al otro.
Así pues, estaba sola. O mejor dicho, prácticamente sola. Lansel estaba en algún lugar, pero ni lo veía ni lo sentía.
Un silencio pesado se apoderó del campamento. La noche era clara, con las estrellas y la luna bañando de luz blanca el Bosque de Nymbus, pero la visibilidad entre los árboles era nula. Era como si, de alguna forma, una espesa nube de oscuridad nos rodease. Ni podía ver nada, ni tampoco escuchar, cosa que me inquietaba algo más que lo primero.
Sea como fuera, no dejé que la inquietud nublase mi mente. Aquel lugar nos iba a poner a prueba hasta el último suspiro, por lo que lo más inteligente era mantener la calma. Después de todo, ¿qué era lo peor que nos podría pasar? ¿Que nos atacasen? Siendo quienes éramos, no me preocupaba. Podríamos cuidar de nosotros mismos sin problemas. No obstante, había otros que no corrían la misma suerte. Otros que, aunque se mantenían a distancia, nos seguían muy de cerca... y en gran parte, lo hacían gracias a mí.
No lo estaba haciendo bien, lo sé. No debería haber permitido que nos siguiese. De hecho, de haber estado sola, no lo habría permitido, ¿pero cómo negarme cuando era mi padre quien la acompañaba? Si había alguien capaz de cuidar de Jyn ese era Luther Valens, y convencida de ello, una vez más, me alejé del campamento en busca de un poco de soledad para marcar el sendero que debían seguir.
Nos seguían a más de cinco horas de camino. La distancia que nos separaba era demasiado amplia como para poder ayudarles en caso de necesidad, pero era suficiente para que ninguno de mis compañeros pudiesen detectarlos. ¿Triste, verdad? Me hubiese gustado viajar con ellos. Mi prima era una magnífica compañera de viaje, tal y como había demostrado en Dynnar. No obstante, no era ella a quien realmente echaba de menos...
Me detuve frente a uno de los árboles, un impresionante ejemplar de tronco grueso y raíces nudosas que sobresalían entre la tierra, y volví la vista atrás instintivamente. La oscuridad me impedía ver más allá de un metro de distancia, pero podía percibir el latido de las Magna Lux de mis compañeros en la distancia. Lyenor, Aidan, Misi, Damiel y Marcus en el campamento, y Lansel... la de Lansel apenas la podía sentir. Notaba un latido en algún lugar, pero era tan débil que supuse que debía encontrarse muy lejos.
Mejor.
Me agaché junto a las raíces y deposité mi mochila en el suelo. A continuación, bajando por un momento la guardia para concentrarme en lo que debía hacer, extraje de su interior una pequeña caja y la abrí. Dentro, bailando entre los algodones que había metido para evitar que se dañase, había un pincel de cerdas cortas y un tintero de cristal. Saqué el tapón de corcho con delicadeza, hundí la punta y aguardé dos segundos a que absorbiese el tinte. Seguidamente, rememorando una vez más el símbolo que mi padre me había hecho memorizar, acerqué el pincel a la superficie de madera y empecé a dibujar muy lentamente, musitando por lo bajo las oraciones que acompañaban al ritual de localización. Una vez finalizado, froté las hebras para quitarles la poca tinta que les quedaba y guardé el instrumental, dando por finalizada la operación. Mi padre no me había querido explicar el funcionamiento real del ritual, solo la mecánica, pero al ver desaparecer la señal una vez más sentí un escalofrío. Apestaba a magia.
—En fin... —murmuré para mí misma.
Acabada mi intervención por aquella noche, me puse en pie, dispuesta a regresar al campamento. Di un paso al frente... y ante mí, oculto hasta entonces en la oscuridad del bosque, apareció la esbelta figura de Lansel Jeavoux.
—¡Lansel! —exclamé, sobresaltada al prácticamente chocar con él.
Retrocedí unos pasos, haciendo equilibrios para no caer al tropezar con una de las raíces, hasta lograr apoyarme contra el tronco. A continuación, sintiendo una punzada en el pecho al temer lo peor, alcé la mirada hasta la suya. Su expresión, mucho más lúgubre de lo habitual, logró helarme la sangre. Era evidente que me había visto.
Sin saber qué decir o hacer, consciente de que acababa de ser descubierta, intenté escapar. Sí, sí, escapar, como suena. Giré sobre mí misma y, a la desesperada, empecé a correr. Necesitaba alejarme cuanto pudiese... huir de su mirada acusadora. Desafortunadamente, no lo conseguí. Recorrí diez metros, puede que doce incluso, pero mi partida acabó allí. Algo se aferró a mi tobillo, algo parecido a una mano de largos dedos, y con la fuerza de un huracán me levantó en vilo, dejándome colgada boca abajo a tan solo un par de centímetros del suelo.
Lancé una maldición. Me incorporé de inmediato, doblando todo el cuerpo para lograr alcanzarme el tobillo aprisionado, pero de nada sirvió que hundiera las uñas sobre el tentáculo de oscuridad que lo sujetaba. Aún me faltaban muchos años para poder alcanzar su potencial.
Lansel no tardó más que unos segundos en volver a aparecer entre las sombras. Me dedicó una mirada furiosa muy poco habitual en él y se acuclilló frente a mí.
Apoyó el dedo índice sobre la punta de mi nariz.
—Más te vale que tengas una buena explicación, Diana Valens —me advirtió en apenas un susurro—. De lo contrario vas a tener un problema muy grave, te lo aseguro. Esto no es un juego.
—¿Crees acaso que no lo sé? —respondí, prácticamente escupiendo las palabras—. ¡Suéltame! ¡No tienes ningún...!
—¡Diana! —me interrumpió, cerrando los dedos alrededor de mi garganta y presionando lo suficiente como para cortarme el paso del aire. Sus ojos oscuros siempre hundidos en ojeras relampaguearon con furia—. ¡No me vengas con tonterías! ¡Habla ahora mismo! ¿¡Qué demonios es eso!? ¿¡A quién le marcas el camino!?
Traté de apartarlo con los puños, pero Lansel los interceptó, liberando la presa del cuello. Cerró los dedos alrededor de mis muñecas con fuerza e hizo desaparecer la sombra que me sujetaba por el tobillo. Inmediatamente después, estrellándome contra el suelo con violencia, quedé tendida boca abajo, con los brazos cruzados tras la espalda y la bota de Lansel plantada entre mis omóplatos.
Apretó con tanta fuerza mi cuerpo contra el suelo que noté cómo la tierra húmeda se hundía unos centímetros bajo mi peso.
—¡Diana!
—¡No puedo hablar!
—¡Por supuesto que puedes! ¡Maldita sea, ¿qué te pasa!? ¿¡Es que te has olvidado de quién soy!? ¡Sea lo que sea, te puedo ayudar!
—¡No puedo... ni quiero!
Admito que me sorprendió su reacción. Conociendo a Lansel supuse que me soltaría y que, como el gran amigo que siempre había sido, sacaría su lado más protector para intentar negociar conmigo. Tonta de mí, estaba tan convencida de que podía controlar la situación que ni tan siquiera vi venir el golpe. Lansel tiró de mí, haciéndome rodar por el suelo, y volvió a hundir la bota con violencia, esta vez en mi estómago, dejándome sin aire. Acto seguido, desenfundó la pistola y quitó el cargador.
Palidecí al sentir el cañón apoyarse entre mis ojos.
—¿Qué haces? —murmuré con el cuerpo en completa tensión, sintiendo auténtico miedo al no ver calidez alguna en su mirada—. ¡Lansel...!
—No puedo jugármela, lo siento —respondió—. No aquí. Puede que seas tú, o puede que no... no lo sé, el Bosque es peligroso... el Bosque es manipulador.
—¡Pues claro que soy yo! ¿¡Quién demonios iba a ser!?
Pataleé con fuerza, tratando de quitármelo de encima, pero Lansel ni tan siquiera se inmutó ante mis golpes. Se alzaba ante mí como un gigante de hierro.
—¡Lansel!
Respondió golpeando mi sien con un golpe seco de culata. Mi cabeza chocó contra el suelo, dejándome aturdida durante unos segundos. Un tiempo en el que, sin moverse un ápice, los ojos de mi compañero no dejaron de sondearme...
—Tienes cinco segundos para decirme qué está pasando —dijo con frialdad—. Si no lo haces o mientes, dispararé. Cinco...
—¿¡Que vas a qué!? ¡¡No!! ¡¡Lansel...!!
—Tres...
Lo iba a hacer. Suena absurdo, lo sé: era Lansel Jeavoux, mi querido amigo y compañero, pero lo iba a hacer. Estaba dispuesto a disparar... y no porque no me reconociese. Sabía que era yo. O al menos que el cuerpo que tenía bajo sus pies correspondía al mío. Que fuese la dueña de él ya era otra cosa. No obstante, fuese yo o no, el bienestar del grupo estaba por encima de todo lo demás, incluido mi propia supervivencia.
Siguió la cuenta atrás...
—Dos... uno...
—¡De acuerdo, de acuerdo! —grité, pateando el suelo de puro nerviosismo—. ¡Mi padre está en el bosque!
—¿Tu padre? —replicó con extrañeza, sin apartar el arma—. ¿Hablas de Luther Valens?
—¿Cuantos padres crees que tengo? ¡Pues claro que hablo de él! ¡Luther está aquí, y...!
Y aunque no debería haberlo hecho, le conté todo. Le expliqué que pretendía seguirnos hasta la dimensión del "Fénix" para ayudar desde las sombras... para apoyarnos en esta complicada batalla, y que no lo iba a hacer en solitario. Se lo conté absolutamente todo, desde nuestro encuentro en el hospital hasta la extraña mirada que me había dedicado Jyn al despedirnos una hora antes de partir hacia el Bosque de Nymbus, y me sentí aliviada de poder compartir aquella carga.
Lansel, sin embargo, no me correspondió.
—¡Maldita sea, Diana, yo confiaba en ti! —exclamó, apartando el arma de mi rostro y la bota de mi estómago—. ¡Damiel y yo creíamos que podrías hacerlo sin meter la pata! ¡Que por una maldita vez Aidan estaba equivocado al desconfiar de ti! Pero no: estaba en lo cierto.
—¡Pero Lansel...! —dije, sintiendo aquellas palabras clavarse como alfileres en mi corazón—. ¡Es mi padre! ¿Qué se supone que iba a hacer? ¿Darle la espalda?
—¡Tu padre forma parte del Nuevo Imperio, Diana! ¿¡Es que no lo ves!? Aidan acabó con la vida de tu madre, ¿qué te hace pensar que no se va a vengar de él con Jyn? ¡Es su hija!
Aquellas palabras lograron hacerme palidecer. El mero hecho de que pudiese plantearse algo así me horrorizaba. Yo habría actuado de esa forma en su lugar. Le habría tendido una trampa y habría utilizado a su ser más querido para destruirlo. No habría tenido piedad. Pero Luther... mi padre no era así. Él no albergaba el mismo odio que yo, ni jamás haría daño a Jyn. Su teoría era de locos.
—¡Mi padre quiere a Jyn! ¡Jamás le haría daño!
—Por el Sol Invicto, Diana, ¡abre los ojos de una vez! Ese hombre se posicionó del lado contrario a toda su familia en la guerra... ¡te habría matado de haberte cruzado con él!
—¡¡Eso no es cierto!!
—¿¡Ah, no!? —Lansel negó con la cabeza—. ¿¡Acaso crees que lo de Noah es casual!? ¿¡Eres tan inocente de creer que el Nuevo Imperio no está detrás de ese ataque!? ¡Por tu alma, Diana!
—¡Lansel, por favor! —insistí—. ¡Tienes que creerme! ¡No ha venido a traicionarnos! ¡Ha venido a ayudar, lo juro! ¡Él...!
Jeavoux se alejó unos pasos, incapaz de escucharme incluso. Tal era su decepción y preocupación en aquel entonces que ni tan siquiera era capaz de mirarme a los ojos.
—¡Como si no tuviésemos suficiente con el "Fénix"! —dijo entre dientes—. Maldita sea, ¿hasta cuándo va a seguir dándonos la espalda la suerte? ¡No es justo!
—¡Lansel! —repetí una vez más.
—¡Luther Valens es un peligro, Diana! ¡Es un peligro para el Imperio, pero aún más para nosotros! ¡Incluso para ti! Lo siento, pero no puedo permitirlo: no puedo dejarlo con vida. Si él está aquí...
—¿¡Qué!? ¡¡No!! ¡Lansel, escúchame, por favor!
Y por alguna extraña razón, cuando cogí su antebrazo para suplicarme que me escuchase, consciente de que si no me daba una oportunidad no tendría más remedio que tomar medidas desesperadas, lo hizo. Centró su mirada en mí y, con un brillo extraño en los ojos, escuchó todas y cada una de las palabras que tenía que decirle. Las escuchó... y creyó.
Soy convincente, ¿eh?
Pues no. Por supuesto que no. Aquel repentino cambio de actitud no fue resultado de mis ruegos, ni mucho menos de mi oratoria. El Bosque quiso que Lansel guardase el secreto; que no rebelase al resto del grupo la presencia de mi padre... y yo permití que lo hiciera. Dejé que jugase con su mente, que lo manipulase y engañase con tal de salirme con la mía, y lo permití porque, mientras que con una mano sujetaba su brazo, con la otra ya sostenía mi cuchillo. Y lo habría usado de haber sido necesario.
Así que tal y como me había dicho mi padre en varias ocasiones, era cuestión de tiempo que abriese los ojos; que comprendiese cuáles eran mis prioridades y mi lugar en el mundo... y aquella noche, dejando que los Señores del Sueño jugasen con la mente de mi buen amigo para mi propio interés, al fin lo conseguí.
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