Capítulo 84
Capítulo 84 – Noah Valens, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial) – cuatro meses después
Aquella mañana llovía con fuerza en Hésperos. Hacía días que el cielo estaba encapotado, pero no había sido hasta aquel lunes que por fin las calles se habían llenado de las lluvias de la primavera. Era todo un alivio. El año estaba siendo bastante más seco de lo habitual, y aunque por el momento nuestros campos aguantaban gracias a las reservas de los pantanos, los Emperadores habían empezado a preocuparse por la cosecha.
Era un buen presagio... aunque no lo suficiente como para que la Emperatriz me hubiese hecho llamar por ello. Por suerte, no tardaría en descubrirlo.
Quince minutos después de mi llegada, Vanya Vespasian llegó acompañada de dos de mis compañeras, como era habitual. La Emperatriz ordenó que se quedasen fuera y cerró la puerta tras de sí. A continuación, dedicándome una fugaz mirada, hizo un ademán con la cabeza y juntas nos adentramos en la sala contigua, alejándonos de los oídos indiscretos. Ella la recorrió hasta la ventana del fondo para asomarse. Yo, sin embargo, me quedé en la entrada, a una distancia prudencial. Como ya me había dicho en muchas otras ocasiones, la lluvia era una de las pocas cosas que lograba apaciguarla en los momentos de mayor nerviosismo.
Momentos como aquél.
Permanecí unos minutos en silencio, observándola sin saber qué decir. No era la primera vez en la que la Emperatriz me hacía llamar personalmente. Entre nosotras había buena relación, y cuanto más tiempo pasábamos juntas, más confianza teníamos la una en la otra. No obstante, seguía habiendo una gran distancia. Tanta que, incluso en momentos así, en los que era evidente que necesitaba que alguien le tendiese la mano, no me atrevía a ofrecérsela. Conociéndola, había tantas posibilidades de que me la cogiese como de que me la arrancase.
Superados los quince minutos de espera, decidí dar un paso al frente y romper el silencio. Aunque no tenía nada mejor que hacer que permanecer a su lado, la conocía lo suficiente como para saber que me odiaría por dejarla perder el tiempo de aquella forma.
—Alteza...
Mi voz resonó con tanta fuerza en el salón que no pude evitar sonrojarme al verla sobresaltarse. Bajé la mirada al suelo, aún con las manos cruzadas tras la espalda, y aguardé en silencio su reacción. Poco después, en su rostro se dibujó una sonrisa ácida.
—"Alteza" —repitió entre dientes—. Te pedí que no me llamases así cuando estuviésemos a solas, Valens... —La Emperatriz giró sobre sí misma, con los ojos encendidos, y dio un paso al frente. Casualidad o no, el cielo se llenó de rayos cuando nuestras miradas se encontraron—. ¿Cuantas veces más me vas a obligar a pedírtelo? ¡No creo que sea tan complicado!
Su voz restalló como un trueno dentro de la estancia, logrando que mi corazón se acelerase de puro nerviosismo. Quizás fuese por el poder de su Magna Lux, o quizás por el peso de la corona, pero aquella mujer intimidaba. Intimidaba su forma de mirar, con una fijeza y frialdad que lograba helar los corazones más ardientes, pero aún más la expresión siempre severa de su semblante. Según decía, la guerra la había cambiado, pero a mi modo de ver era su nuevo estilo de vida lo que la estaba transformando. Ya no había lugar para la antigua Pretor ocurrente e insensata que había sido en el pasado; Albia necesitaba a alguien seguro de sí mismo; a alguien decidido y honorable, y no cabía duda de que Vanya estaba logrando convertirse en ese alguien a base de esfuerzo.
Alguien a quien admiraba enormemente, y no solo por quien era y cómo lo había conseguido, sino porque, en momentos como aquél, a pesar de todo, era capaz de disculparse cuando se equivocaba.
—Perdona —dijo de inmediato—, no quería gritarte. No te lo mereces.
—No tiene de qué disculparse —respondí, adelantándome varios metros hasta alcanzar la mitad de la sala—. Si puedo ayudarla en algo...
—Acércate.
La Emperatriz abrió la ventana y tomó asiento en el alféizar, dejando las piernas colgando por fuera. A continuación, tras hacerme un ademán con la cabeza, me ordenó que me sentase a su lado. La lluvia caía con fuerza ante nosotras, a tan solo unos metros. Por suerte, un balcón situado a varios metros por encima de nuestras cabezas nos protegía de las gotas.
Inevitablemente miré hacia abajo, haciendo un rápido cálculo de la distancia que no separaba de la alfombra de césped que cubría el jardín. Veinte metros. Era mucho, sí, pero siendo ambas Pretores, no era una distancia mortal. Al contrario. Como diría la propia Vanya, aquello era un juego de niños.
—Menudo tiempo, ¿eh? —dijo con la mirada fija en el horizonte. Más allá de los jardines y de las murallas, la ciudad de Hésperos aguardaba bajo las nubes, tan ruidosa y llena de vida como siempre—. Kare estaba convencido de que tarde o temprano llovería, que debíamos tener fe, y fíjate: ha acertado. Imagino que debe tener ya al Sol Invicto aburrido con tantas oraciones...
Vanya me miró de reojo, en busca de una sonrisa cómplice. Acostumbrados a la dinastía Auren, siempre mortales, a muchos les resultaba curioso el que los años no pasasen para ella. Que incluso después de la guerra y de los cinco años que la siguieron, muy duros para todos, pero sobre todo para los nuevos Emperadores, siguiese igual que el primer día. Llena de fuerza, de energía... de juventud. Para mí, sin embargo, era lo habitual. Estaba tan acostumbrada a vivir rodeada de Pretores que lo contrario me habría parecido raro.
—Estuve esta mañana con tu prima —prosiguió, satisfecha al haber conseguido lo que pretendía—. Intenta disimularlo, pero es evidente que no se siente cómoda aquí.
—Bueno, me gustaría poder decir lo contrario, pero a Jyn no se le da demasiado bien disimular. No se lo tenga en cuenta, por favor. Este lugar le trae recuerdos de otra época.
—Recuerdos de Doric —adivinó—. Lógico. Yo misma a veces siento nostalgia... No se lo tengo en cuenta, puedes estar tranquila. ¿Sabes algo ya de Damiel?
No pude evitar sentir tristeza ante la mera pregunta. Volví la mirada al frente, tal y como siempre hacía cuando intentaba que los sentimientos no me nublasen la vista, y negué con la cabeza. Por el momento no había ninguna novedad.
La Emperatriz me palmeó el hombro con suavidad.
—Tranquila, volverá. Luché con tu primo en la guerra y te aseguro que para no ser de la Casa de las Espadas no lo hace nada mal. Si aún no ha vuelto algún buen motivo tendrá.
—Estoy convencida de ello... confiamos en él. Sin embargo, la espera no está siendo fácil... pero no quiero aburrirla con mis preocupaciones, Alt...
—Como vuelvas a llamarme Alteza te tiro por la ventana, Valens, te lo advierto.
Solté una carcajada nerviosa a modo de respuesta.
—De acuerdo, Vanya.
—Así me gusta... —La Emperatriz dejó escapar un suspiro—. Y sí, no te he hecho llamar para que me cuentes tus penas precisamente. Noah, ¿podrías hacer lo que tú ya sabes? Necesitamos un poco de privacidad.
Activé mi radar para asegurar que estábamos solas. Obviamente el Palacio Imperial estaba repleto de personas. Desde trabajadores a Pretores que habitaban sus estancias, llenándolas de vida y de un continuo ir y venir que a ninguno de los miembros de la Casa de la Corona pasaban por alto. Con una simple orden podía barrer toda la zona mentalmente, situando a todos los habitantes en el punto exacto en el que se encontraban. Saber su estado mental, percibir el ritmo de los latidos de su corazón, sondear sus pensamientos más abisales...
Y asegurarme de que no nos estuviesen escuchando.
—Limpio —respondí—. Puede hablar con libertad.
—Ya... bueno... —Vanya asintió para sí misma, pensativa, y dejó caer la cabeza hacia atrás. Su cabello dibujaba ondas blancas en su espalda—. Verás, necesito que le lleves un mensaje a mi hermano a la Academia. Es un tema urgente, así que... bueno, tan pronto salgas de aquí irás en su búsqueda, ¿de acuerdo? Le llamaría, pero yo misma ordené hace tiempo que vigilasen todas las llamadas que se realizasen en el Palacio Imperial, así que... —Dejó escapar un suspiro—. Necesito que vayas y se lo transmitas, ¿de acuerdo?
—Claro, no hay problema. Lo haré encantada. Erron es un magi admirable: será un placer poder hablar con él.
—Un magi admirable... —Vanya dejó escapar una carcajada sincera—. En serio, Noah, no dejas de sorprenderme. Erron es genial, sí, pero no sale demasiado de la Academia. De hecho le pedí que viniese, pero al señorito no le ha dado la gana mover el culo hasta aquí. Creo que a veces se olvida de que además de su hermana mayor, soy la Emperatriz... pero bueno, a lo que iba, irás ahora, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza. La petición era un tanto sorprendente, pero no tanto como lo mucho que le estaba costando pedírmelo. La Emperatriz no solía tener tantos reparos en impartir órdenes. Sin duda, debía tratarse de algo importante.
—Vale... esto... bueno, lo que tienes que decirle es... es que... —Vanya soltó una carcajada nerviosa—. Sol Invicto, qué difícil es esto. A Kare se le dan mejor estas cosas, te lo aseguro. Él...
—Vanya —interrumpí, cosa que ambas agradecimos—. Calma. No se ponga nerviosa, por favor. Si no lo ve claro...
—No, si claro está. —La Emperatriz chasqueó la lengua—. Muy, muy claro. Tan claro que... bueno...
No pude evitar empezar a reír. La situación era tan extraña y cómica que lejos de enfadarse conmigo, se contagió. Me miró de reojo y ambas reímos durante largo rato, sin saber exactamente porqué. De puro nerviosismo, supongo.
Pasados unos segundos, logramos calmarnos.
—Si Reiner me viese se burlaría de mí —exclamó con alegría—. Seguro que diría algo así como... tan valiente para unas cosas y tan cobarde para otras... ¡espabila!
—¿Usted cree?
Asintió con la cabeza, divertida.
—Te lo aseguro. Detrás de esa cara de amargado se esconde un tipo con un sentido del humor muy peculiar... pero bueno, no podemos alargarlo eternamente. —Vanya dejó escapar un último suspiro y, armándose de valor, me miró de reojo—. Ve a ver a mi hermano y dile que aunque no tardará en filtrarse a la prensa, prefiero que se entere por mí... que se entere que... —Cogió aire—. Que va a ser tío.
—¿¡Que qué!?
La Emperatriz sonrió tímidamente, como pocas veces hacía, gesto que me bastó para, profundamente emocionada, abrazarla con fuerza. Planté un sonoro beso en su mejilla, feliz, muy, muy feliz ante la magnífica noticia, y la estreché con aún más fuerza contra mí.
Agradecida ante mi estallido de alegría, Vanya respondió correspondiendo con cariño a mi abrazo. Por mucha fuerza que mi nueva condición pudiese haberme dado, jamás sería comparable al potencial físico de un agente de la Casa de las Espadas.
—¡Madre mía! —exclamó con diversión—. ¡No sé qué habrás entendido, Noah, pero no te voy a subir el sueldo, te lo aseguro!
—¡Ni falta que hace! ¡Es una magnífica noticia, Alteza! ¡La mejor de todas! ¡Muchísimas felicidades! Los niños... los niños siempre son bienvenidos, ¡y más si se acaban convirtiendo en Emperadores!
—Me alegro que te guste la idea. Era lo esperado, ¿no? —Vanya se encogió de hombros—. Oye, no lo sabe demasiada gente... muy pocos, de hecho, así que... ya, ya sé que no hace falta que te lo pida, pero por favor, no digas nada a nadie. Ni a tu prima ni a tu hermana. A nadie. Calculo que en un par de días ya lo sabrá toda Albia pero al menos me gustaría tener cuarenta y ocho horas de paz antes de que empiece el gran revuelo.
No fui bien recibida en la Academia. De hecho, había pocos lugares en los que fuese bien recibida, pero con el paso del tiempo me había ido acostumbrando a lo que provocaba mi apellido. De la gloria a los infiernos, los Valens habíamos pasado de ser una de las familias más importantes de Albia para acabar cayendo en la desgracia por el mero hecho de ser leales en lo que creíamos. Mis padres habían llevado a la destrucción todo lo que habían creado, y si bien había quienes los consideraban monstruos por ello, en lo más profundo de mi ser me sentía profundamente honrada. Albia necesitaba ser rescatada. Necesitaba que alguien velase por ella, y aunque lo habían hecho desde el bando equivocado, no habían dudado en entregar sus vidas por la causa. Algo que no todo el mundo es capaz de hacer, y más cuando la derrota estaba tan cerca. Ellos habían luchado hasta el final... y estaba orgullosa de ellos. De hecho, eran mi inspiración. Yo también entregaría mi vida por Albia si era necesario, pero lo haría desde el bando en el que realmente creía. Confiaba en Kare Vespasian y en Vanya Noctis, sobre todo en Vanya, por lo que poco importaba las miradas que me dedicasen o los comentarios que intercambiasen entre susurros los demás. Sabía lo que hacía, que lo hacía bien y, pasase lo que pasase, que seguiría haciéndolo hasta el final.
—¿Hablas en serio, Pretor? ¿Te ha dicho eso?
Erron Noctis me recibió en su despacho, una pequeña estancia octagonal en cuyo interior, perfectamente ordenados en sus estanterías, centenares de libros cubrían las paredes. En el centro de la sala había una mesa despejada sobre la cual reposaba únicamente un cuaderno y una pluma. Y tras ella, sentado en su butaca, Noctis me miraba con los ojos muy abiertos, perplejo ante la gran noticia. Resultaba divertido pensar que aquel hombre era uno de los magus más poderosos de la Academia. Después de recibir una noticia como la que acababa de confesarle, su expresión era tan humana como la de cualquiera.
—Así es —confirmé, arrancándolo de la silla de un brinco—. Me dijo que había intentado convocarle al Palacio en varias ocasiones, pero que ha sido imposible cerrar una fecha, así que ha decidido enviarme a mí.
Erron abrió la puerta de cristal de la terraza en busca de un poco de aire. Aunque era más joven que la Emperatriz en edad, tres o cuatro años, físicamente parecía mayor. Alto, espigado, con el cabello rubio enmarcando un rostro pálido de ojos oscuros, Erron Noctis era aquella clase de personas que, aunque pasaban desapercibidos para la mayoría, aquellos que se fijaban realmente en él grababan en la memoria su rostro. Su sonrisa medio risueña medio maliciosa, su mirada pura, su expresión desenfadada... sin duda, un Noctis de pura cepa.
—Maldita sea, de haber sabido lo que quería decirme habría ido de inmediato... —exclamó, cruzándose de brazos—. ¡Vaya...! ¡Es una magnífica noticia! Dile que iré a verla antes de que corra la voz. Últimamente paso tantas horas encerrado en la Academia que se me olvida que existe un mundo ahí fuera. Gracias... Noah, ¿verdad? Noah Valens.
Por sorprendente que parezca, no hubo ni duda ni reproche en la pregunta. Erron simplemente quería saber si aquel era mi nombre, independientemente de a quién me vinculase, y muestra de ello fue la sonrisa de la que la acompañó. En el fondo, ya sabía la respuesta. Únicamente quería asegurarse de no equivocarse.
—La misma —respondí con orgullo—. Le transmitiré el mensaje entonces.
—Hazlo, sí —insistió él—. Díselo a ella y a Kare... pero antes, ¿podrías esperar un momento? Tengo algo para ti.
—¿Para mí?
El magi asintió y volvió a la mesa, donde tomó asiento. Abrió uno de los cajones y sacó algo de su interior. A simple vista se trataba de un libro cualquiera, pero únicamente necesité que lo dejase sobre el escritorio para comprobar que se trataba en realidad de una caja de color negro. Erron pasó la mano por la tapa, levantando una leve nube de polvo con ello, y la señaló con el mentón. Al cogerla descubrí que en el costado había una pequeña cerradura en forma de calavera.
—¿Qué es?
—Hay quien lo ve como un simple juguete; yo, sin embargo, creo que es algo más. Pertenecía a Danae Golin...
Su mera mención logró estremecerme. Hacía ya más de cinco años que mi madre había muerto, pero la herida seguía muy abierta.
—Imagino que ya lo sabes, pero pasaba mucho tiempo aquí, en las bibliotecas de la Academia. Como guardiana de los secretos no tenía igual... lamenté mucho su pérdida. Cuando nos enteramos de que estabas en el Castra Praetoria mi hermana se interesó por ti y me preguntó sobre tu madre. Fue entonces cuando recordé que Danae solía utilizar uno de los despachos para sus investigaciones y fui a ver si había dejado algo. Nadie había vuelto a entrar en él... tu madre era una auténtica maestra de los misterios. Aún no sabemos cómo lo hizo, pero cerró la puerta de tal modo que ninguno de nosotros logró entrar en mucho tiempo. Imagina como nos sentó. Saber que había una sala en nuestra propia Academia a la que no podíamos acceder nos volvió locos. Todos queríamos saber qué había encerrado Danae en su interior, si es que había algo... así que no había día en el que no hubiese alguien intentando abrirla con todo tipo de trucos. Y no solo mágicos, eh. Yo mismo lo intenté en muchas ocasiones sin éxito.
—¿De veras? —Aunque intenté disimularla, no pude evitar sonreír de puro orgullo. Si había alguien capaz de volver locos a los magus sin duda era ella—. Bien por mi madre.
Erron soltó una carcajada divertida ante mi respuesta.
—Sí, bien por tu madre, la verdad. No la conocía demasiado, pero todos dicen que tenía un sentido del humor peculiar. Apuesto a que, esté donde esté, se lo pasó en grande viéndonos hacer el idiota delante de esa puerta.
—Probablemente...
—La cuestión es que, años después, el mismo día en el que superaste el ritual y mi hermana decidió que te unirías a su guardia, soñé con que la puerta se abría. Y no fue un sueño normal, te lo aseguro. Fue muy real. Tanto que cuando desperté en mitad de la noche acudí a comprobarlo. Para mi sorpresa, la puerta ya no estaba cerrada. ¡Se había abierto! ¡Impresionante! Después de tanto tiempo... en fin, la empujé y... ¡sorpresa! Ahí estaba el pequeño despacho tal y como ella lo había dejado. Ordenado e inmaculado. A simple vista no había nada fuera de lo habitual. Libros y un cuaderno lleno de apuntes, nada más. No obstante, como comprenderás, después de tanto tiempo imaginando qué podía aguardar en esa sala no me conformé. Quería que hubiese algo más... lo necesitaba, así que me pasé todo lo que quedaba de noche buscando... y ahí está el resultado. Ábrelo.
Deposité la caja sobre la mesa con delicadeza y me agaché. A continuación, sin demasiada ceremonia, únicamente cogiendo un poco de aire para apaciguar el cada vez más acelerado latido de mi corazón, la abrí. Dentro aguardaba una bonita caracola rosada con la espiral cubierta de puntos dorados cuyo olor a mar no se había perdido a pesar del paso del tiempo.
No pude evitar arquear la ceja derecha, confusa. De todos los objetos que hubiese esperado encontrar, sin lugar a dudas, aquel era el último.
—¿Y esto? ¿Una caracola?
—No es una simple caracola... o bueno, sí, pero no. —Erron cogió el objeto con cuidado y se lo acercó a la oreja—. Dicen que hay caracolas que guardan en su interior el sonido del mar. Otras, incluso, sonidos de los lugares que han visitado en otros tiempos. Por ejemplo, si hubiese estado en Throndall probablemente oirías el aullido de un lobo en su interior... el crepitar de las hojas, los rayos de sus tormentas.
—¿Y esta es una de esas caracolas? —pregunté con curiosidad, tendiéndole la mano para que me la entregase. Me la llevé al oído para comprobar que, tal y como sospechaba, no había sonido alguno en su interior—. No se oye nada.
Erron recuperó la concha y se la volvió a llevar a la oreja, donde la mantuvo unos segundos. Por su expresión supuse que no escuchaba nada... al menos al principio. Transcurridos unos instantes, la apartó de su rostro para acercarla al mío, donde la apretó contra mi oreja. En la lejanía, como un susurro difuso, se oía un sonido... unos pasos, unos chasquidos...
El entrechocar del metal... una detonación.
Abrí ampliamente los ojos al reconocer el sonido.
—Es un combate —comprendí de inmediato—. Alguien está luchando.
—Alguien está luchando, sí —aceptó Erron—. El quién te lo puedo responder yo mismo: eres tú, Noah. El cuándo, sin embargo, es lo que realmente debe preocuparte. Ese sonido procede del futuro, pero no sabría decirte si del más inmediato o del más lejano. Como te decía, hay quien lo considera un mero juguete. Yo, en cambio, creo ciegamente en el poder que alberga este tipo de caracolas.
—¡Vaya...!
Impresionada ante su confesión, contemplé la caracola en mis manos con otros ojos. De haber pertenecido a otra persona habría llegado a dudar, pero tratándose de un objeto de mi madre, no cabía duda de que era muy poderoso...
—¿Puedo quedármelo? —pregunté, a sabiendas de cuál sería la respuesta—. Te lo agradezco. Estoy convencida de que a mi hermana Diana le encantará verla.
—¿Diana... la Reina de la Noche? —Erron forzó una sonrisa sin humor. Mientras que yo despertaba simpatía en él, mi hermana le causaba la sensación contraria. Lógico, teniendo en cuenta que apenas la conocía. La fachada de Diana era casi tan mala como su carácter—. Supongo que sí, le gustará. De todos modos, si me permites el consejo, guárdalo tú. Estoy convencido de que le darás más valor. Ahora, si eres tan amable de llevarle el mensaje a mi hermana...
Salí de la Academia profundamente satisfecha a pesar del frío recibimiento. Con las fuerzas renovadas gracias a la caja de mi madre y la calidez de Erron Noctis me veía capaz de enfrentarme a diez años más de trabajo en el Palacio Imperial. Por momentos como aquel valía la pena seguir luchando... lástima que Diana no pensase lo mismo. Su humor se había ido ensombreciendo en los últimos tiempos, sobre todo después de su regreso a Dynnar. La amenaza de Aidan de ser castigada tras haber desobedecido sus órdenes había calado muy hondo en ella. Tanto que, incluso aquel día, varios meses después de su encontronazo, me lo volvió a repetir una vez más mientras comíamos en una de las cafeterías del barrio Imperial.
—¿Te lo puedes creer? ¡Aesling a punto de ascender y yo igual o peor que antes! ¡Es increíble! —Furiosa ante la noticia que aquella misma mañana había saltado durante el desayuno de manos de mi querido Gherys Dern, Diana apenas había probado la comida—. ¡No sé qué demonios le ven a ese tipo, te lo aseguro! ¡Si no fuera el hijo de la Prefecta estaría acabado!
Probablemente, no lo sé. Prefería no entrar a debatir aquel punto. Balian Aesling era un capullo, en eso estaba de acuerdo con Diana, pero era innegable que era bueno en lo suyo. Quizás no tanto como decían, pero sí lo suficiente como para haber cumplido con todo tipo de misiones sin necesidad de pedir ayuda. Todo un logro teniendo en cuenta su poca experiencia y edad.
—¿Pero Diana, no habíais hecho las paces en Talos?
—¿Las paces? —Mi hermana puso los ojos en blanco—. Trabajamos juntos, nada más. Ni somos amigos, ni nunca lo seremos...
Cuando a Diana se le metía algo en la cabeza era muy complicado sacárselo. Ella misma se creaba sus propios enemigos, y después de Aidan, el cual empezaba a ser en demasiadas ocasiones el blanco de sus críticas, Aesling era el que más de quicio la sacaba.
—Esto ha sido cosa de Sumer, estoy convencida. Ese maldito puesto era mío, Noah. Pondría la mano en el fuego que ha hablado con la Prefecta para que no me lo den... además, ya sabes el rollo tan raro que hay entre ellos. No me extraña que Lyenor no la aguante, esa Katrina Aesling es una auténtica...
—¡Diana, por favor! —interrumpí antes de que pudiese llegar a arrepentirse. No había cafetería en Hésperos en el que no hubiese alguien escuchando—, hemos dicho que no íbamos a hablar de trabajo, ¿no?
Mi hermana se sonrojó, avergonzada por incumplir la norma que ella misma había impuesto. Cada vez se sentía menos cómoda en Albia, y muestra de ello era la poca afinidad que sentía hacia cuanto le rodeaba. Ni le gustaban los nuevos Emperadores, ni muchísimo menos el Alto Mando. De hecho, todo en general le disgustaba. Las pocas personas que lograban hacerla sentir bien eran Damiel y Lansel, y ahora que el primero estaba desaparecido y el segundo en la Fortaleza de Jade, su humor se estaba agriando más y más con cada día que pasaba.
—Ya bueno, tampoco es que tú cuentes mucho, la verdad —respondió a la defensiva. Lanzó un fugaz vistazo a su plato, el cual apenas había probado, y lo apartó de su vista. Tenía el estómago cerrado—. ¿Por qué no me dices qué mensaje es ese que has ido a llevar a la Academia?
—¿Pero no decías que no querías ni oír hablar de ello? ¿Que me estaban tratando como a una mera recadera y que... bla, bla, bla?
Me dio una patada en la pierna por debajo de la mesa. Una patada que, de no haber sido una Pretor de la Casa de la Corona con una fortaleza propia del mejor de los escudos, me habría partido el hueso. Gracias, hermana.
—¡Au! ¡Pero qué bruta eres!
—Eso te pasa por bocas, Noah —murmuró entre dientes—. Puede que a ti te dé igual que se burlen de nosotras, pero yo no puedo soportarlo. Hablan a nuestras espaldas continuamente... nos tienen controladas. No se fían de los Valens.
—Bueno, eso es lo que tú crees, Diana —me defendí—. La Emperatriz...
—¡Ya tardabas en nombrarla! —Puso los ojos en blanco—. Mira, paso, no quiero hablar de esto. Es absurdo. No lo entiendes. A ver, ¿qué es eso tan interesante que decías que querías enseñarme? Lo has sacado de la Academia, ¿no?
Confiaba en que la caracola mejoraría un poco su mal humor, y acerté. En contra de lo que cabría esperar, el recuerdo de nuestra madre logró calmar de tal modo a mi hermana que durante el resto de la comida volvió a ser ella. O al menos lo más parecido que había a la que había sido antes. Nunca volvería a ser la misma que antes de la muerte de Davin, pero era todo un alivio verla sonreír.
—¿Qué has oído? —me preguntó tras permanecer unos minutos escuchando la concha—. En mi futuro hay el sonido de un tren... y la voz de Magnus diciendo que pronto llegaremos. ¿Llegaremos a dónde? —Negó con la cabeza—. Hace mucho tiempo que no lo veo.
—Puede que sea en un futuro lejano...
—Podría ser. No lo sé. Pero vamos, en serio, ¿tú qué has oído?
—Disparos.
—¿Disparos? Vaya, y yo que pensaba que, tratándose de ti, se oirían besuqueos o las chorradas que te dice Gherys cuando cree que estáis a solas...
Diana me acompañó de regreso al Palacio Imperial. Me gustaba estar con ella mientras estaba en Hésperos. Siempre decía que debía aprovechar, que el día que empezase a viajar no volvería a verla, así que pasaba el máximo de tiempo posible con ella. Diana, como ya me había demostrado en muchas ocasiones, era única. Además, era mi hermana. Sin ella, todo perdía sentido.
Nos despedimos con un fugaz abrazo a la sombra de una de las torres, donde nadie pudiese vernos. A Diana nunca le había gustado mostrarme su afecto abiertamente, pero mucho menos cuando había público delante.
—Nos vemos pronto, enana —me dijo al oído tras plantarme un sonoro beso en la mejilla—. No te dejes.
—Tranquila que... espera, espera, ¿no es esa Misi?
Diana apenas tuvo tiempo de verla, pues cuando se giró ella ya no estaba, pero juraría que era ella. Es más, estaba totalmente convencida. La había visto únicamente durante unos segundos, mientras salía por una de las puertas de servicio del palacio, pero mi radar la había reconocido de inmediato. Su esencia era única.
—¿Estás segura? —respondió Diana, dubitativa—. Te habrá parecido, más bien. Calo sigue en el desierto, ¿recuerdas? Si hubiese vuelto, habría avisado.
—Era ella, te lo juro —insistí yo—. Estoy convencida...
Mi hermana entrecerró los ojos, incrédula, y negó con la cabeza. Inmediatamente después, marcando con ello nuestra despedida, me plantó un último beso en la frente y se fundió por la oscuridad. Pasados unos segundos, una ráfaga de aire se llevó los restos de su perfume, dejándome a solas junto a la torre. Miré una vez más el punto donde había creído ver a Misi, convencida de que el instinto no me fallaba, y decidí entrar. Fuese ella o no, ya tendría tiempo de descubrirlo. Por el momento, el deber me llamaba.
Aquella noche regresé cansada a mi habitación. Había pasado el resto de la tarde en el gimnasio, practicando una nueva técnica de defensa que Griffin había aprendido en su último viaje a Lamelliard. El Pretor, un experto en la materia, siempre compartía las novedades con el resto de miembros de la guardia, pero sus técnicas dejaban mucho que desear. Decir que era bruto era quedarse corto. Por suerte, aunque yo también volví con el cuerpo molido de tantos golpes y varios moretones en los brazos, aquel día no fui la que más recibió. Ventajas de ya no ser tan novata, imagino. A pesar de ello, me costó recorrer los últimos metros antes de llegar a mi habitación. Estaba tan, tan cansada que prácticamente arrastraba los pies sobre la alfombra.
Por suerte, no había nadie que me pudiese ver. A aquellas alturas de la noche, pasadas las doce, el pasadizo donde se encontraba mi habitación estaba tan silencioso que incluso podía escuchar el latido de mi propio corazón. El roce de las suelas de mis botas en el suelo, el metal de la llave girar dentro de la cerradura... la puerta abrirse y cerrarse tras de mí.
Me quité la capa y el cinturón y los dejé caer en la cama, agotada. Inmediatamente después, recogiendo de encima de la mesilla de noche una goma de pelo, me dispuse a recogérmelo en una coleta...
Algo me golpeó de pleno la cabeza, lanzándome contra el colchón. Seguidamente, sin darme tiempo a reaccionar, alguien me cogió del pelo y tiró de él con violencia, tirándome al suelo. Una vez allí, volvieron a empujarme contra la pared. Aturdida ante la violencia de los golpes, me dejaba llevar como una muñeca rota. Algo me golpeó la espalda, primero con un golpe seco en la columna y después con una patada en el costado. Rodé por el suelo, pudiendo ver solo por un instante una sombra sobre mí, hasta estrellarme contra la pared, lugar en el que de nuevo me patearon la rabadilla. Lancé un grito de dolor. No entendía qué estaba sucediendo, pero tenía que reaccionar... tenía que defenderme. Intenté incorporarme, pero no me lo permitieron. Alguien hincó la rodilla junto a mi rostro, cerró la mano alrededor de mi garganta y, con la fuerza de una montaña, me estrelló la cabeza contra el suelo. Empezó a apretar...
Hasta aquí.
Me había cogido por sorpresa, desconcentrada y cansada. El entrenamiento había sido duro. Más duro de lo habitual, de hecho, pero seguía siendo una Pretor. Una Pretor de la Casa de la Corona para ser más precisa, y como tal no podía permitir que un extraño me venciera en mi propio territorio. Era absurdo... era imposible.
Cerré la mano alrededor de la muñeca que me presionaba el cuello y apreté. De haberse tratado de un humano cualquiera le habría partido el hueso. La sombra que se hallaba sobre mí, sin embargo, resistió. Y fue entonces cuando, al fin logrando conexión visual con los dos pozos de oscuridad que eran sus ojos, sentí el latido de su Magna Lux.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo al comprender que me hallaba ante un Pretor. No era la primera vez que se daba algo así, durante la guerra los elegidos por el Sol habían luchado ferozmente hasta la muerte... pero hacía ya mucho de ello. Hacía cinco años que la guerra había finalizado, por lo que aquello solo podía significar una cosa: tenía que ser una gente del Nuevo Imperio...
Antes de que me quedase sin aire activé mi fragmento de Magna Lux y el escudo propio de nuestra Casa hizo saltar por los aires a mi oponente, lanzándolo contra la cama. Cogí aire, me puse en pie y desenfundé la pistola justo cuando él, envuelto en sombras, se abalanzaba sobre mí con un puñal entre las manos.
Un puñal que iba directo a mi corazón.
Logré apartarme a tiempo para poder cambiar la trayectoria del arma. El metal se hundió hasta la empuñadura en mi carne, atravesando uno de mis pulmones. Salí impulsada contra la pared, donde choqué violentamente. Acto seguido, viendo la sombra ya abalanzarse sobre mí, alcé el arma y apreté el gatillo dos veces. El primer disparo se perdió en la habitación al ser esquivado. El segundo, sin embargo, logró alcanzar de pleno en el hombro a la sombra. El agente lanzó una maldición, furioso, pero rápidamente volvió a la carga, desenfundando un segundo puñal.
Vi mi rostro reflejado en el filo del arma un segundo antes de que se clavase en la pared, a apenas unos milímetros de mi rostro. Aferré con fuerza la muñeca del asesino, inmovilizándola, y estrellé con todas mis fuerzas la rodilla en su entrepierna. Él volvió a gritar de dolor, liberó la presa con la que sujetaba el arma y se encogió, momento que aproveché para volver a hundir mi rodilla contra su rostro. El Pretor interpuso el brazo a tiempo, repeliendo mi golpe, y contraatacó encajándome un puñetazo en la cara. La parte trasera de mi cráneo se estrelló contra la pared, dibujando un agujero en ella por la fuerza del golpe. Aturdida, permanecí unos segundos inmóvil. Segundos que mi oponente aprovechó para golpearme las costillas con todas sus fuerzas, partiendo dos de ellas con el impacto, y arrancarme de un tirón el puñal que aún tenía enterrado en el pecho. Alzó de nuevo el arma, dispuesto a volver a hundirlo esta vez en mi corazón, pero nuevamente logré detenerle antes de que lo lograse. Le cogí la muñeca con las pocas fuerzas que me quedaban, sintiendo la sangre empapar mi uniforme por las distintas heridas, y supliqué al Sol Invicto que albergaba en mi pecho que me ayudase. Que me imbuyese de la poca energía que me quedaba... que me ayudase.
¿Y lo hizo?
No, por supuesto que no. No me escuchó. Imagino que, tal y como decía Diana, hacía tiempo que la vida de los Valens no valían una mierda. El Sol Invicto me dio la espalda, tal y como había hecho el día que mi madre y Davin fueron asesinados... pero yo no me conformé. Con su apoyo o sin él, no estaba dispuesta a morir aún. Albia y la Emperatriz me necesitaban, y yo no iba a abandonarlas. Así pues, en lugar de sucumbir, sacando la fuerzas de donde no me quedaban, apreté con todas mis fuerzas los dedos alrededor de su muñeca, sintiendo que la vista ya se me nublaba, y no paré hasta lograr partir los huesos. Inmediatamente después, con el grito de dolor del Pretor clavándose en mis oídos, doblé su brazo y giré su muñeca para que el arma apuntase hacia su propio pecho. Lancé un grito de pura furia, con la vista ya teñida de rojo, y lo hundí con todas mis fuerzas. El metal taladró la carne y probablemente el pulmón, pero no el corazón. Estaba demasiado lejos. No importaba. Liberé la presa, cerré el puño y lo hundí en su estómago, dejándole sin aire. Mi oponente cayó de rodillas al suelo, quedando a mis pies con una mezcla de grito y jadeo en la garganta, lo que aproveché para tirarlo al suelo al estrellar mi bota contra su cara. Una vez ya a mis pies, recuperé la pistola que en aquel entonces yacía junto al armario y dirigí el cañón hacia su cabeza. Él aprovechó esos segundos de desconcierto para arrancarse el arma del pecho e intentar hundirla en mi gemelo, pero no le sirvió de nada. No a aquellas alturas. Apunté entre sus ojos, apoyé el dedo sobre el gatillo y apreté.
Sin dudas, sin miedo.
Murió.
Si el Pretor gritó, no lo escuché. Lo único que en aquel entonces oía era el propio latido de mi corazón, cada vez más débil, y el sonido de mi propio cuerpo al caer al suelo. El fluir de mi propia sangre empapando el suelo bajo mi cuerpo, el tintineo de la Magna Lux de mi oponente al caer...
Y después nada más.
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