Capítulo 69
Capítulo 69 – Jyn Corven, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)
Los observaba bailar desde el piso superior del gimnasio, de pie frente a la cristalera. Clare Clerigo, la primera bailarina del cuerpo de baile, los dirigía con determinación, analizando todos y cada uno de los movimientos que ella misma marcaba a través del espejo. Era aún joven, de no más de veinticuatro años, pero iba a llegar lejos. Lo sabía, lo notaba. Aquella mirada, aquella determinación: aquellas ganas de comerse el mundo. Quería pensar que había logrado imbuirle parte de mi espíritu. Después de cuatro intensos años trabajando juntas, Clare y yo nos habíamos hecho buenas amigas además de ser maestra y aprendiz. Ella había estado a mi lado en los momentos de mayor soledad y yo cuando sus padres habían decidido separarse. En los peores momentos, pero también en los mejores. Gracias a ella no me había sentido tan sola, había logrado levantar cabeza y, a base de mucho esfuerzo y dedicación, fundar la escuela en la que en aquel entonces nos encontrábamos: la Academia de Danza Wilka de Hésperos.
Mi vida había cambiado mucho en aquellos últimos años. Tras una oscura temporada encerrada en mi casa de Walson en casi completa soledad, recreándome en mi desdicha, la paz había vuelto a Albia y con ella grandes cambios en mi vida. El primero y más importante había sido el regreso de Nat a casa. Durante aquellos meses había intentado venir a verme en muchas ocasiones, pero el deber no se lo había permitido. Su lugar estaba en Hésperos, apoyando al nuevo Emperador. Un Emperador inesperado para muchos, pero gracias al cual habíamos logrado recuperar la tan ansiada estabilidad. Albia volvía a ser un lugar seguro, y por suerte para mí, yo volvía a tener a Nat a mi lado, apoyándome y animándome día a día a levantar mi propio negocio.
Aún recordaba el día que había tenido la idea de fundar la Academia. En aquel entonces, pasados siete meses desde la muerte de Davin, yo seguía con la mente alborotada, sin saber exactamente qué hacer con mi vida. Él, sin embargo, lo había tenido muy claro desde el principio.
—Hoy he pasado cerca del centro comercial con el coche —dijo mientras cenábamos en el porche, disfrutando de la suave brisa nocturna—. ¿Has visto que han puesto a la venta el colegio?
Había pasado en decenas de ocasiones por delante, pero hasta entonces no me había dado cuenta. Demasiado encerrada en mí misma como para fijarme en cuanto me rodeaba, apenas había sido consciente de nada hasta su regreso.
—¿Ah, sí?
—Sí. No es demasiado grande, pero está en muy buen estado. Hay un par de clases de tamaño mediano, pero las otras...
—¿Has entrado a verlo?
Qué preguntas. Nat no solo había visto el cartel, sino que, además, había entrado y lo había recorrido de arriba abajo, informándose sobre absolutamente todo. Licencias, estructura, suministros...
Me guiñó el ojo.
—Le he echado un vistazo, sí, y es un buen sitio, Jyn. Perfecto de hecho. Está cerca de casa, pero también de Hésperos, y cumple con todos los requisitos que necesitarías. Además, hay muchas madres que fantasean con que Jyn Corven entrene a sus hijas, lo sabes. Sueñan con tener bailarinas en casa.
Desconcertada, necesité unos segundos para comprender qué era lo que pretendía decirme. Siendo mucho más jóvenes, cuando el viento soplaba a nuestro favor, le había hablado de mis planes de futuro. De mi deseo de montar mi propia Academia; de crear mi propio cuerpo de baile. De unos sueños con los que había fantaseado en muchas ocasiones pero que, precisamente porque eran sueños, jamás me había planteado seriamente cumplir.
Nat, sin embargo, tenía una visión totalmente diferente sobre ello.
—Te has vuelto loco, Nat —dije al fin, incapaz de disimular la sonrisa que la simple idea despertaba en mí—. Me encantaría, lo sabes, pero no podría hacerlo.
—¿Por? —Divertido ante mi ocurrencia, Nat negó con la cabeza—. Tienes el talento, el dinero, el lugar y la clientela. ¿Qué se supone que es lo que te falta? ¿Ganas? ¿Fuerza? Bueno, últimamente estás un poco tristona, no nos vamos a engañar, pero te conozco: en cuanto empieces, no habrá quien te pare.
Tenía razón, nadie iba a detenerme... solo que en aquel entonces no lo sabía. La muerte de Davin y Doric sumada a la llamada del "Fénix" me había sumido en un estado de tristeza y ceguera que no me permitía ver nada más allá. Estaba hundida... perdida, pero en cuanto alguien me tendiese la mano y me ayudase a levantarme, volvería a alzar el vuelo.
—Venga ya, Nat, no puedes hablar en serio. No puedo.
—¿No puedes o no quieres? —Nat negó con la cabeza—. Hagamos una cosa: te voy a llevar a ese colegio y te lo voy a enseñar. Tú decides. Si lo ves y no te convence, nos olvidaremos, pero si por alguna extraña razón algo despierta en ti, lo compraremos, ¿de acuerdo?
Aquella noche algo en mí volvió a despertar. Fue muy débil, pero suficiente para que Nat se aferrase a él como a un clavo ardiendo. Me pidió que confiase en él, que le diese una oportunidad, y lo hice. Unos meses después, la Academia ya estaba en pleno rendimiento con decenas de madres ansiosas de que aceptase a sus hijos en mis clases.
Fue un nuevo renacer para mí. Nunca volvería a ser la misma, pero mi nueva versión tampoco estaba nada mal. Los niños me adoraban, sus madres también... y francamente, el trabajo se me daba bastante bien. La danza siempre había sido mi vida, así que, ¿por qué no compartirla?
Nat logró hacerme feliz con aquel cambio. Las horas en la Academia me ayudaban a sobrellevar la soledad y el miedo que a veces sentía cuando se iba de viaje; en las madres encontraba reconocimiento y en sus hijos ese cariño que, poco a poco, empezaba a necesitar.
Lyenor decía que se me estaba despertando el instinto maternal. Que el estar rodeada de tantos niños me estaba ayudando a sobrellevarlo, pero que era cuestión de tiempo de que necesitase dar ese paso. Nat lo deseaba, mi padre lo apoyaba y yo... en el fondo, yo también lo quería. Después de una época tan oscura, el recuperar la estabilidad me estaba animando a afianzar no solo mi relación con Nat, que después de tantos altibajos era mucho más sólida de lo que jamás habría imaginado, sino que también estaba despertando en mí el deseo de construir un futuro. Y en ese futuro quería que hubiese un nuevo miembro en la familia.
Lo deseaba, de veras que lo deseaba, y más después de que mi hermano me diese la gran noticia y conociese a la pequeña Alexia. Mi preciosa sobrina acabó de despertar el instinto. No obstante, no estaba dispuesta a traer al mundo a alguien a quien el "Fénix" pudiese asesinar. Alguien que pudiese convertirse en una víctima más; alguien a quien utilizar en mi contra. No. Me negaba, y así se lo hice saber a Nat.
Mi decisión no fue de su agrado. Entendía mis temores, pero su deseo de tener un hijo los eclipsaba. La sombra del "Fénix" también le preocupaba, por supuesto, pero no permitía que marcase su vida. Él quería ser libre, hacer cuanto quisiera en todo momento...
Pero mis miedos no se lo permitían.
Empezamos a distanciarnos. Siempre supe que me quería, y yo a él, pero aquel tema nos estaba haciendo daño. La postura de ambos era inamovible, y cuantos más meses iba pasando, más difícil era hablar sin que el tema saliese a relucir. Y lo intentábamos. Queríamos estar juntos por encima de todo, pero el paso del tiempo nos estaba afectando de tal forma que, alcanzado el quinto año desde el fin de la guerra, no me sorprendió cuando una de las noches Nat regresó a casa y me anunció que no podía más.
—Voy a matarlo —me dijo, entrelazando los dedos de sus manos con los míos—. He estado hablando con tu hermano: él insiste en que hasta que no vuelva a Albia no puede hacer nada, pero a mí me da igual. Voy a ir a por él, y ya sea en Donnegard, en Albia o en el mismísimo infierno, lo encontraré y lo mataré.
Aquel arrebato de valentía significó mucho para mí. Nat estaba dispuesto a enfrentarse al hombre que me había arrebatado tanto sin temor a nada. Abandonaría Gea para viajar al otro continente y lo buscaría por todo Donnegard hasta acabar con su vida. Y lo haría porque me quería, porque quería que fuésemos felices... porque quería que saliésemos adelante.
Valiente, como digo. Una vez más Nat me demostró cuánto me quería, lo que sería capaz de hacer por mí, y al fin pude abrir los ojos. Tenía miedo de empezar una nueva vida bajo la sombra del "Fénix", pero aún más de perder al que era mi marido desde hacía ya cinco años, por lo que, armándome de valor, hice lo que jamás creí que haría: pedirle que no se fuera.
Desconcertado ante mi respuesta, Nat no supo qué decir. Había estado tan convencido de que le brindaría mi apoyo que simplemente se quedó en silencio, mirándome con confusión. No entendía nada... y yo tampoco hice nada por explicárselo. Sencillamente le di un beso, lo abracé y fingí que aquella conversación nunca tuvo lugar.
A partir de entonces, las cosas cambiaron. Volvimos a unirnos, pero no como al principio. El "Fénix" había creado una brecha entre nosotros que, mientras siguiese con vida, jamás podríamos superar.
—¿Estás preparada? Te están esperando todas abajo, ansiosas por abrazarte y agradecerte lo que has hecho por sus hijos... va a ser una noche intensa.
—¿Intensa? —repetí, y dejé escapar una carcajada nerviosa—. Va a ser un auténtico infierno, pero tranquila, soy consciente de ello.
Clare Clerigo rió con diversión. La veía a través del gran espejo frente al cual nos encontrábamos, recogiéndome el cabello trenzado en un moño. Delgada, alta, con la piel morena y el cabello decolorado recogido en una tirante coleta, mi bailarina se aseguraba de darme los últimos retoques antes de bajar las escaleras y entrar en el salón del hotel "Turine", lugar que habíamos reservado para celebrar la gran despedida. Cinco días después, tal y como ya había informado a todos los padres dos meses atrás, el cuerpo de baile y yo empezaríamos una gira a través de toda Albia, abarrotando teatro tras teatro con nuestro espectáculo.
Empezaba nuestra gran aventura.
Antes de ello, sin embargo, basándome en lo que habría hecho Lisa Lainard, había organizado aquella recepción. Albia debía saber lo que estábamos a punto de iniciar, y para ello no había mejor evento que una fiesta en uno de los más selectos hoteles de la capital para hacer correr la noticia.
Finalizado el peinado, un moño alto lleno de cristales de colores que irradiaban destellos, Clare se apartó para que me pudiese ver en el espejo. Para la ocasión había elegido un escotado vestido negro y dorado cuya falda vaporosa flotaba alrededor de mis piernas, dejando a la vista los afilados tacones de mis zapatos y parte de mi muslo derecho. Era un traje atrevido, mucho más de lo que había llevado en mucho tiempo, pero me sentía cómoda con él. Además, era perfecto para llamar la atención. Mi objetivo era llenar todas las portadas de las revistas de la semana, y para ello no me bastaba con tirar de agenda. Aquella noche mis chicos y yo debíamos brillar como las auténticas estrellas que éramos.
Di una vuelta sobre mí misma, satisfecha ante el vuelo del vestido, e invité a Clare a que ocupase mi lugar. Ella iba algo más recatada con un vestido largo de color blanco y el cabello recogido, pero incluso así estaba impresionante. El contraste de la tela con el color tostado de su piel era perfecto.
—Estás genial —le dije, orgullosa—. Les vas a encantar.
—Lástima que el Emperador ya esté casado, ¿no?
Reímos de nuevo a coro antes de encaminarnos hacia las escaleras de acceso al salón. El resto de bailarines, vestidos con trajes similares del mismo color, ya estaban en la recepción, llenando de luz y de alegría la velada. Aquella noche, mis chicos pasarían de ser auténticos desconocidos a unirse a la larga lista de gente de moda de Albia.
Después de tantos años en la sombra, volvieron a aplaudirme cuando hice acto de presencia. Fue una sensación extraña, ya casi olvidada para mí, pero tan reconfortante que incluso llegué a emocionarme. Alcé la mano como saludo cuando todos se volvieron para mirarme, y paso a paso fui descendiendo las largas escaleras hasta alcanzar el salón, donde decenas de personas acudieron a mi encuentro para recibirme con besos y abrazos. Los auténticos protagonistas eran mis chicos, los bailarines que próximamente llenarían los periódicos y las noticias, pero aquella noche me di el lujo de acaparar todas las atenciones. Compartí bromas y risas con los invitados, desde los padres de mis chicos hasta los artistas, cantantes y demás personalidades a las que había convocado, comí, bebí e incluso bailé. No demasiado, pues la pista estaba reservada para mis aprendices, pero sí lo suficiente como para que tomasen varias instantáneas mías en compañía de varios hombres, incluido mi padre, cuya repentina aparición logró conseguir que la velada fuese prácticamente perfecta.
—No sabes cuánto me alegra volver a verte en el ojo del huracán, Jyn —me dijo al oído mientras bailábamos abrazados, junto a una de las vidrieras. A la luz de los focos dorados, el cabello de mi padre empezaba a aclararse, con alguna que otra cana oculta entre los mechones castaños claros. Su rostro, sin embargo, seguía exactamente igual que siempre: atrapado entre la treintena y la cuarentena a pesar de superar ya los setenta años—. Empezaba a creer que tendría que ir a ese pueblucho tuyo a sacarte de la cama.
—Lo bueno se hace rogar, ya lo sabes —respondí, apoyando el rostro en su pecho—. ¿Qué te parecen mis bailarines?
—Jóvenes e inexpertos —dijo con diversión. Tomó mi mano y, logrando con ello que mi falda negra se alzase hasta las caderas y todas las cámaras captasen mis piernas al descubierto, me hizo girar sobre mí misma—. Pero sabrás sacarlos adelante, estoy convencido. ¿Cuándo te vas?
Tomé la mano de mi padre e hice una exagerada reverencia hacia las cámaras y los periodistas, dedicándoles un rápido guiño antes de volver la vista hacia el frente. Después de tanto tiempo delante de los focos, sabía perfectamente lo que esperaban de mí y quería dárselo. El esfuerzo de mis chicos bien lo merecía.
—En menos de una semana —contesté—. Vamos a recorrer toda Albia. Incluso visitaremos Ballaster. Si tengo tiempo, intentaré ir al "Nido".
—¿El "Nido"? —Aidan ensanchó la sonrisa—. ¡Sol Invicto, hacía mucho tiempo que no oía hablar de aquella guarida! De hecho ni tan siquiera sé si sigue perteneciéndonos. ¿Le has preguntado a tu hermano?
—Es lo primero que hice cuando vi la lista de destinos —respondí—. Va a venir a vernos cuando vayamos a Solaris. Cuento contigo también, espero. Hésperos es nuestra penúltima parada.
Mi padre sonrió, prefiriendo no darme una respuesta que probablemente no podría mantener. De todos los Pretores de mi familia, él era el más ocupado. Aidan Sumer era una pieza clave de la nueva Albia, y como tal no podía permitirse el lujo de hacer planes a largo plazo. Fuese la hora que fuese, el Alto Mando podía requerirle y él debía acudir a su encuentro sin rechistar.
Ventajas de ser un pez gordo.
—Si no voy yo, lo hará Lyenor, lo sabes.
—Con Lyenor ya cuento —le aseguré—, ahora solo faltas tú, padre. Lansel vendrá cuando vayamos a Dankor, y Diana y Noah a Herrengarde. Juno y Meda...
—¿Y Misi, Nancy y Marcus?
Una de las cámara captó mi rostro al escuchar aquellos nombres. No puse mala cara, ni muchísimo menos, pero sí que hubo cierta incomodidad en mi expresión. La suficiente como para que mi padre dejase de bailar y borrase la sonrisa, mostrándome una vez más sin necesidad de abrir la boca su opinión al respecto.
—¿Otra vez? —dije, y obligándome a mí misma a mantener las formas, forcé la sonrisa—. Dijiste que no volverías a sacar el tema. ¿A qué viene esto?
—Vas a desaparecer tres meses, ¿a ti qué te parece? Jyn... —Mi padre tomó de nuevo mi mano y la sujetó con las suyas, impidiendo así que pudiese escapar—, vamos, reflexiona. La conoces perfectamente: no pretendía ofenderte. Solo quería ayudarte.
—¿De veras? —respondí, y dejando escapar una sonora carcajada, tiré de mi mano con tal fuerza que no pudo retenerla—. Curiosa manera de intentar ayudarme, ¿no crees? ¡Fue una maldita humillación! Pero no quiero hablar de esto.
—Jyn...
—Aidan, por favor, no te metas.
Mi padre me miró con fijeza, a punto de decir algo más, pero ante el repentino estallido de flashes optamos por dar por finalizada la conversación. Tomó mi mano por última vez, besó el dorso y, deseándome suerte en apenas un susurro, se perdió entre la gente. Lo conocía lo suficiente como para saber que aquella no sería la última vez que me lo pidiese, pero al menos se mantendría al margen durante una temporada.
No podía culparlo por ello. Para él, todos éramos sus hijos. Algunos de sangre y otros no, desde luego, pero nos había visto crecer desde niños. Nos había ayudado a madurar, a convertirnos en quien ahora éramos, y le dolía enormemente que ahora ni tan siquiera nos hablásemos. Por desgracia no había nada que él pudiese hacer para mejorar la situación. Misi sabía lo que había hecho y dicho, y por mucho que intentase olvidarlo, no podía.
Jamás imaginé que ella pudiese traicionarme.
Pero aquello era agua pasada. Mi historia con Misi había acabado hacía ya años y no me ayudaba en nada volver a pensar en ello. Al contrario. Aquella noche debía estar pletórica, debía brillar como nunca para mis chicos, y me esforcé porque así fuese. Le arrebaté al vuelo una copa de vino a uno de los camareros y me la bebí de un largo trago. A continuación, consciente de que pronto empezaría a sentirme eufórica, busqué entre los presentes al mejor candidato con el que bailar. Alguien que pudiese seguirme el ritmo... alguien que supiese que no iba a fallarme.
Alguien que siempre había estado allí cuando más lo había necesitado.
Lo localicé en una de las esquinas, compartiendo confidencias con Lyneth Olvian, el bombón que le habían asignado en su unidad como segunda al mando un par de años atrás. Me detuve a cierta distancia para observarlos durante unos segundos, sintiendo la misma chispa de celos que me acompañaba cada vez que los veía juntos, y consciente de que debía remontar la noche, acudí a su encuentro. A ella la saludé con una sonrisa carente de sinceridad, preguntándome por dentro porqué la habría traído, mientras que a él sencillamente lo cogí de la mano.
—Vamos a bailar —le dije.
Y sin darle opción alguna a réplica, me llevé a mi marido a la pista, donde pasaríamos el resto de la noche danzando, abrazándonos y besándonos.
Todo un éxito.
Al siguiente día el sonido de unos nudillos golpeando contra la puerta de la entrada me despertó. Era pronto, poco más de las nueve, pero Nat ya no estaba. Como cada día, el capitán se había ido a la ciudad para reunirse con sus hombres. Su día a día era un misterio para mí, aunque por lo que decía se resumía en reuniones, ejercicio y más reuniones. Algo aburrido a mi modo de ver, pero que a él, por alguna extraña razón, parecía apasionarle lo suficiente como para incluso madrugar aquel día.
En fin. Obligaciones.
Me gustaría decir que no me molestó despertarme un día más sola, pero estaría mintiendo. Aunque la noche anterior había acabado relativamente bien, seguía molesta por la desafortunada intervención de mi padre, y quería hablarlo con él. Quería buscar refugio en sus brazos, confesarle mi malestar y dejarme consolar. Lamentablemente, una vez más no tuve más remedio que soportar el trance en soledad. Me cubrí con la bata, bajé las escaleras de la casa con paso rápido, guiada por los cada vez más apremiantes golpes que azotaban la puerta, y una vez frente a esta comprobé a través de la mirilla quién aguardaba al otro lado del umbral.
Un asomo de sonrisa se dibujó en mi rostro al reconocerla.
—Diana.
Mi prima me abrazó con fuerza contra su pecho cuando abrí la puerta, tal y como siempre hacía últimamente. Me besó el cabello, tan cariñosa como de costumbre, y se auto-invitó a pasar. Aquella mañana vestía con ropas de calle, botas militares y el cabello negro recogido en dos trenzas que le caían hasta los hombros. Estaba diferente, pero preciosa, como siempre.
—Perdona por no haber podido asistir a la fiesta, prima —se disculpó mientras nos dirigíamos juntas al salón—. Me hubiese gustado, pero tenía cosas que hacer.
—No te preocupes —respondí, quitándole importancia—. Lo supuse. Espero que no hayas venido solo a disculparte.
—Oh, para nada.
Como si de su propia casa se tratase, Diana se dejó caer pesadamente en uno de los sillones, agotada. Aunque el maquillaje lo disimulaba bastante bien, mi prima se había pasado toda la noche trabajando, yendo de un extremo al otro de Hésperos, cumpliendo con su deber. Había sido un día duro, pero incluso así había logrado encontrar un hueco para mí. Era de agradecer.
—¿Entonces? —dije, tomando asiento a su lado—. ¿Qué pasa? Y no me vuelvas a contar lo de Noah, anda, no es culpa suya.
—Oh, ya, ya lo sé. —Diana negó con la cabeza—. Tranquila, no se lo tengo en cuenta. Todos sabemos que es culpa del Emperador. Verás, en realidad venía por otro motivo. Dos, de hecho. Hasta hace media hora solo era uno, pero...
Diana abrió la cremallera de la mochila que traía a las espaldas y depositó sobre la mesa una colorida revista del corazón en cuya portada, tal y como habría previsto, aparecía una preciosa fotografía en la que aparecía bailando con mi padre. "Ni Sumer, ni Trammel: Jyn Corven ha vuelto, y esta vez es para quedarse", rezaba el titular. Miré la fotografía con melancolía, con sentimientos encontrados al ver la sonrisa de complicidad que ambos compartíamos en la escena, y abrí la publicación. A lo largo de más de doce páginas se podía ver un magnífico reportaje fotográfico acompañado de varias entrevistas en las que se hablaba de mi persona en primer lugar, pero también de la gira que estábamos a punto de empezar. Había imágenes de mis bailarines, de Clare bebiendo en compañía de un par de actores bastante populares, de varios invitados riendo y charlando entre sí... y por último, llenando con su imagen la última página, una sorprendente a la par que bella instantánea de Nat susurrándole algo al oído a Lyneth Olvian.
Ni tan siquiera me molesté en leer el titular. Cerré la revista con brusquedad y, furiosa, sintiendo los celos envenenarme, la lancé sobre la mesa.
—¡No es esto lo que ahora necesito! —dije con fiereza, poniéndome en pie. Diana no era la culpable, ni muchísimo menos, pero en aquel entonces estaba tan enfadada que no pude evitar convertirla en el blanco de mis ataques—. ¿¡Es esto para lo que has venido!? ¿¡Para humillarme!?
—Ni mucho menos, prima —respondió ella con tranquilidad, sin inmutarse ante mis gritos—. Solo quería advertirte, nada más. Si lo que querías era publicidad, la has conseguido. Eso sí, a qué precio... —Diana recogió la revista y volvió a abrirla por la página en la que aparecían los dos soldados. Lanzó un silbido—. Vaya, es guapa, ¿eh?
—¡Que te den, Diana! —grité—. ¡Lárgate ahora mismo!
—¿Irme?
Lejos de obedecer, mi prima se puso en pie y me cogió de los brazos, impidiendo que pudiese gesticular más. Me apretó con fuerza las muñecas y, obligándome a mirarla a la cara, depositó un tierno beso en la punta de mi nariz.
—Cálmate, ¿quieres? Estás histérica —me dijo en apenas un susurro—. No le des mayor importancia a lo de esa foto, simplemente quieren carnaza... quieren provocar. A ti te han buscado también otro novio, tranquila. No en esta publicación, pero sí en otra.
—Genial —mascullé entre dientes, aún enfadada, pero algo más tranquila gracias a su cercanía—. Ya se me había olvidado cómo funcionaba esto. En fin... decías que habías venido a algo más que provocarme, ¿no?
Diana volvió a tomar asiento en el sillón, logrando con aquel sencillo gesto que ambas pasásemos página. Guardó la revista en la mochila y palmeó el cojín a su lado, para que me acomodase. Una vez juntas, tomó el fragmento de Magna Lux que pendía de mi garganta desde hacía años y lo acarició con la yema de los dedos.
—Necesito pedirte un favor —dijo en apenas un susurro—. Y es importante que no digas nada a nadie... porque no es legal. Oh, por favor, no pongas esa cara. Lo haría por mí misma, te lo aseguro, pero... —Diana negó con la cabeza—. Me tienen vigilada, ya lo sabes. Tú, en cambio...
—¿En qué te has metido esta vez? —interrumpí con inquietud—. Diana, me voy en unos días, no quiero líos.
—Lo sé, lo sé, pero... —Diana se encogió de hombros—. Solo te lo puedo pedir a ti, Jyn. El resto no lo comprendería... pero tú...
Diana volvió a presionar la Magna Lux entre sus dedos, pensativa. Murmuró algo entre dientes, algo que tan solo ella pudo escuchar, y volvió la vista atrás. Inmediatamente después, tras ella, junto a la pared, surgió una sombra.
Una sombra cuya identidad supe incluso antes de que mostrase su rostro.
—Tío... —murmuré.
Y aunque sabía que la justicia lo buscaba desde hacía años y que su mera presencia iba a causarme muchos problemas en caso de que saliese a la luz, no dudé en levantarme y acudir a su encuentro con los brazos abiertos.
Luther Valens me estrechó con fuerza contra su pecho.
—¿Ves, Jyn? Por esto solo podía decírtelo a ti —dijo Diana con orgullo, poniéndose ya en pie—. Imagino que no es necesario que diga que nadie puede saber que está aquí, ¿verdad?
—Cállate, Diana —le pidió él, tomando mi rostro por los pómulos para poder mirarme a la cara—. Mi querida Jyn, no sabes cuánto tiempo llevaba esperando este momento.
No sabría describir la mezcla de emociones que en aquel entonces sentí. Resulta irónico pensarlo, pero incluso siendo el hombre más oscuro que jamás había conocido, la presencia de mi tío aquel día logró llenar mi corazón de luz. De fuerza... de esperanza.
Hacía cinco años que no sabía nada de él. Desde el final de la guerra, Luther no había vuelto a ponerse en contacto con ninguno de nosotros. Mi tío sabía que se había convertido en uno de los mayores objetivos de Albia y que muchas eran las Unidades que lo buscaban, incluida la de mi hermano. Por suerte, había sabido ocultarse muy bien. Nadie había dado nunca con su rastro, lo que había provocado que muchos empezasen a dudar de su supervivencia. Luther Valens parecía haber desaparecido de la faz del planeta...
Pero yo siempre había confiado en que seguía vivo.
—Y yo, tío —respondí, rodeando su cuello con mis brazos—. Quise buscarte, te lo aseguro, pero decían cosas horribles sobre ti. Decían... —El mero hecho de recordarlo me causaba escalofríos—. Decían que te habías unido al "Nuevo Imperio"... que te habían visto huir junto a los hombres de Lucian Auren... que eras un enemigo de Albia.
—Tonterías —resumió él con firmeza—. No creíste nada de todo eso, ¿verdad?
—En absoluto —dije con determinación—. Te conozco y sé perfectamente que hay pocas personas que amen más a Albia que tú. Solo cumplías con tu obligación, nada más.
Luther no respondió. En lugar de ello apretó suavemente mi hombro y se separó un paso, invitándome así a que retrocediese y me situase junto a mi prima.
Mi tío no había cambiado apenas en apariencia a lo largo de aquellos años. Su cabello seguía tan oscuro como el primer día y su piel blanca como la nieve. Sus ojos, negros como el carbón, refulgían con fuerza, con fiereza incluso, pero su expresión seguía siendo tan serena como de costumbre. Ahora llevaba el pelo algo más largo peinado hacia atrás, pero por lo demás, a excepción de la ropa, parecía el mismo hombre que a lo largo de tantos años había cuidado de mí. Eso sí, resultaba impactante verle sin su uniforme de Pretor. Vestido con un elegante traje azul y blanco y una gabardina negra por encima, parecía otro.
—Mi padre se va a quedar únicamente unas cuantas horas en Albia —explicó Diana—. El tiempo suficiente para poder ver a mi hermana y felicitarla por su ascenso.
—Siempre confié en que seguiría los pasos de la familia —dijo con orgullo—. Albia necesita Pretores como ella para protegerla de lo que aguarda más allá del océano.
—¿Lo que aguarda más allá del océano? —pregunté con confusión—. ¿A qué te refieres, tío?
Nuevamente no respondió. Luther desvió la mirada hacia Diana e hizo un ademán con la cabeza para que diese un paso al frente. Una vez cara a cara, apoyó la mano sobre su hombro y acercó sus labios a su cuello para susurrarle algo al oído. Mi prima asintió, con un amago de sonrisa recorriéndole el rostro, y apoyó la mano sobre la suya para presionarla durante tan solo un segundo. Inmediatamente después, recogió su mochila y salió a gran velocidad de la casa, cerrando con un fuerte portazo.
—Serán tan solo unas horas —dijo Luther ya a solas, volviendo su fría mirada hacia mí—. Después no volverás a verme, tranquila.
—¿Realmente crees que es eso lo que deseo? —respondí con sorpresa—. Me duele que así lo creas. La guerra no solo me quitó a un buen amigo y a mi hermano, te lo aseguro. Mi padre nunca quiso contarme lo que sucedió contigo y Danae, y tampoco voy a pedirte a ti que lo hagas, pero... —Negué con la cabeza—. Solo espero que sepas que yo sigo queriéndote y que tus hijas te necesitan. He intentado cuidar de ellas lo mejor que he sabido durante estos años, pero no creo haber estado a la altura.
—Siguen vivas y ambas forman parte de las Casas Pretorianas: créeme, no podrías haberlo hecho mejor. Te estoy agradecido. Siempre fuiste especial para mí, lo sabes.
Asentí con la cabeza, agradecida por escuchar aquellas palabras de su boca. Volví la vista atrás, en busca del sillón, y me dejé caer pesadamente en él. La mezcla de emociones apenas me dejaba pensar con claridad. Por suerte, no fue necesario. Luther se sentó frente a mí, en otro de los sillones, y me observó con atención. Poco después sus labios se curvaron en una sonrisa sincera.
—Cuanto más mayor te haces, más te pareces a tu madre —dijo con cariño—. Ella también estaba siempre en conflicto consigo misma. Por fuera era pura energía, pero por dentro... —Dejó escapar un suspiro—. Miro tus ojos y creo ver los suyos.
—¿La echas de menos?
Luther se encogió de hombros con pesar. El mero hecho de pensar en su hermana llenaba de brillos sus ojos oscuros.
—No pasa un día en que no piense en ella —admitió—. Tu madre lo era todo para mí. Nunca entendí que se enamorase de tu padre, pero ahora doy gracias al Sol por ello. Eres lo único que me queda de ella... y en parte es por ti por lo que pude irme de Albia hace cinco años. Sabía que cuidarías de mis hijas cuando Danae y yo faltásemos.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Las quiero como a mis hermanas. Cuidarlas ha sido un placer.
Luther asintió con la cabeza. En realidad había otras opciones. Mi padre y mi hermano podrían haberse hecho cargo de ellas, sin necesidad de verme implicada en nada que no quisiera. No obstante, yo lo había decidido así. Había querido estar cerca de mis primas, tanto de la tranquila Noah como de la problemática Diana, incluso sabiendo lo que había hecho, y no me arrepentía de ello. Al contrario. Con el transcurso de los días cada vez estaba más convencida de haber hecho lo correcto.
—¿A dónde irás cuando te vayas? ¿Vas a volver a desaparecer?
—Me necesitan en otro lugar.
—¿Quién? ¿Dónde? Tío, si quisieras volver...
—Albia, quién sino —me interrumpió—. Sigo sirviendo a Albia, Jyn. Lo hago de una forma diferente, sin que ella lo sepa, pero ten por seguro que sigo siendo fiel a lo que siempre he sentido... y no me pidas que regrese. Sé que encontrarías la forma de que lo hiciese limpio de cargos, como un héroe, pero no es lo que deseo. Mi lugar está lejos de aquí, más allá de las fronteras. Pero no temas por mí. Estoy bien. Estoy donde debo estar.
—¡Pero aquí también te necesitamos!
—¿De veras?
Luther cogió el mando del televisor y lo encendió. En aquellos precisos momentos una de las cadenas locales emitía un reportaje de la fiesta de la noche anterior. En él se veían distintas grabaciones de los bailes, de los mejores momentos y, por supuesto, de las escenas más polémicas. Sonrisas a media luz, miradas furtivas, caricias ocultas...
La fiesta daría contenido para al menos dos semanas más de televisión.
—Yo creo que te van las cosas bastante bien sin mí, Jyn. Has tardado, pero al fin has recuperado el control de tu vida. No me necesitas para nada.
—No te necesito para celebrar fiestas, estoy de acuerdo, ¿pero y qué pasa con el "Fénix"? ¿¡Es que acaso lo has olvidado!? ¡Ese hombre sigue ahí fuera, atormentándonos, acechándonos! Es cuestión de tiempo que vuelva, y...
—No puedes vivir con miedo, Jyn —sentenció Luther con rotundidad—. Tarde o temprano volverá, sí, pero no debes temer. Tu familia te protegerá, y si no lo hace, hazlo tú, pero no permitas que ese asesino dirija tu vida. Ya te ha arrebatado suficiente como para que además le permitas quitarte la libertad, ¿no crees?
Luther me mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativo. A continuación se llevó las manos a la pernera del pantalón y la levantó, dejando a la vista una pequeña pistolera anclada al gemelo. Mi tío desenfundó el arma que guardaba en su interior y la depositó sobre la mesa.
—En tus manos está el decidir qué hacer con tu vida, Jyn. ¿Quieres seguir viviendo con miedo? Adelante, hazlo, no te culparé por ello. El mundo está lleno de cobardes. —Apoyó a mano sobre la pistola y la empujó hacia mí—. Pero si lo que quieres es tomar las riendas de la situación y ser dueña de tu propio futuro, adelante: no necesitas tener un trozo de cristal latiendo en el pecho para matar a ese hombre. Solo necesitas un motivo y un arma... y aquí tienes la mía. Ahora tú decides. ¿Vas a seguir siendo una cobarde o de una vez por todas vas a aceptar quien eres?
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