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Capítulo 68

Capítulo 68 – Noah Valens, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)




Me dolía el pecho cuando desperté.

Me dolían las manos, la cabeza, la garganta... los ojos.

No recordaba dónde estaba ni cómo había llegado. Tampoco cuándo había acabado el ritual. Lo único que mi mente era capaz de rescatar de las últimas horas eran los cánticos que habían anestesiado mi mente mientras el cirujano iniciaba la operación, el olor del incienso adormeciendo mis sentidos... y el brillo del fragmento de Magna Lux.

Recuerdo que varios de los integrantes del equipo médico que me estaba atendiendo dijeron que jamás habían visto nada igual. Que era una anomalía. Después alguien se sumó al ritual. Alguien cuyo rostro no pude ver, pues a aquellas alturas ya me fallaba la vista, pero que antes de perder la conciencia me susurró algo en mi oído. Unas palabras que, aunque en aquel entonces no llegué a escuchar, me dieron la bienvenida cuando, horas después, desperté.

—Eres especial —me dijo—. Te voy a necesitar, así que tienes que ser fuerte. Aguanta, Noah Valens, te estaré esperando al otro lado del velo.




La luz se colaba a través de los estrechos orificios de la persiana cuando abrí los ojos. Poco a poco giré la cabeza sobre la almohada, hacia el fondo de la habitación, allí donde dos sombras charlaban en susurros, y fijé la mirada en ellos. No eran aún conscientes de mi presencia. Estaban demasiado enfrascados en sus propia conversación para ello. Yo, sin embargo, ni tan siquiera había necesitado mirarlos para saber que estaban allí. El latido sincronizado de nuestros corazones me había alertado, por supuesto, pero había habido algo más. Una sensación, un sentimiento... una claridad en mi mente gracias a la que no solo había percibido su presencia, sino que mi mente había creado al instante un informe sobre ellos. Agentes de la Noche, jóvenes, inestables: peligrosos. Ella era como un volcán a punto de estallar, siempre al límite, bordeando la línea, y él un lago congelado, frío en apariencia pero con un gran fondo oculto tras su expresión siempre indiferente.

Mis hermanos... mis amigos.

Tuve la tentación de interrumpir su conversación y saludarlos, hacerlos partícipes de mi despertar. Ambos llevaban horas esperándolo. A pesar de ello, algo en mi interior me dijo que era mejor que aguardase unos minutos. Que llegaría el momento perfecto para intervenir... así que decidí esperar.

—No deberías permitirlo: es un enemigo del Imperio —le estaba advirtiendo Gherys Dern en a mi hermana en susurros—. Si pisa Hésperos y no intervienes te podrán acusar de colaboración.

Todos decían que Gherys Dern era una versión renovada de Marcus Giordano. Que tanto su físico como sus modales recordaban enormemente al que durante un par de años había sido su maestro dentro de la Unidad Sumer, y no mentían. Alto, delgado, con la piel muy clara y el pelo castaño oscuro cortado a cepillo, el parecido era más que evidente.

—No estoy colaborando con nadie —respondió ella, a la defensiva—. Simplemente creo que va a venir, nada más.

—Eso no es lo que decías antes.

—¡Sabré yo lo que decía! —Diana negó con la cabeza, de brazos cruzados—. No intentes confundirme, Gherys, no lo vas a conseguir.

—Siento decirte que te confundes sola, Reina. Has sido tú la que ha dicho...

—¡Noah!

El grito de alegría de mi hermana al volver la vista hacia mi cama y verme despierta acabó con su conversación. Diana se puso en pie, encantada al verme con vida tras el ritual, y se arrodilló frente al colchón para acariciarme la cara con cariño. Gherys, por su parte, no se acercó. En lugar de ello se puso en pie, para poder verme desde lo alto y sonreír.

Él siempre me sonreía.

—¿Cómo te sientes, Noah? ¿Te duele algo? ¿Qué notas? ¿Puedes levantarte?

Diana tomó mi mano y me ayudó a incorporarme. La herida del pecho aún era demasiado reciente como para no provocarme latigazos de dolor, pero ante la insistencia de la Reina de la Noche probé a ponerme en pie. Planté primero un pie, después el otro y, sujetándome firmemente en su brazo, me incorporé. Gherys, a unos metros de distancia, asintió con la cabeza, conforme.

—Si no fuera por esa bata de enferma que llevas yo diría que estás en plena forma, Noah —me animó el joven Pretor—. Espera, te ayud...

—No muevas ni una célula, Gherys —advirtió Diana a la defensiva, que sin soltarme en ningún momento me guió hasta la silla que anteriormente había estado ocupando—. ¡Y deja de mirarle las piernas a mi hermana o te parto la cara!

Me ayudó a tomar asiento con cuidado. A continuación, mucho más atenta de lo que jamás había sido, se apresuró a prepararme una infusión. Por orden directa del equipo médico que me había atendido no podía beber otra cosa, así que se lo agradecí. Aunque no tenía demasiado hambre, mi garganta estaba seca de haber gritado.

Porque había gritado, lo siento. Sé que la mayoría de Pretores no lo hacen, que son más fuertes y duros de lo que probablemente yo llegaría ser jamás, pero yo no pude evitarlo. Tan pronto noté el metal hundirse en mi piel, abriendo un profundo corte en la carne, el pánico se apoderó de mí y empecé a chillar como una niña...

Di un sorbo a la taza en cuanto mi hermana me la tendió. Sentir el calor de la cerámica en las palmas de las manos y los dedos me resultó muy agradable después de las últimas horas. Incluso tapada con la bata, la sábana y varias mantas, no había logrado entrar en calor en ningún momento.

—Gracias, hermana.

Diana se apresuró a traerme una manta con la que cubrirme las piernas, tratando de ocultar aún no sé qué de Gherys Dern. Resultaba irónico, pero la mismísima Reina de la Noche sentía celos de mí. Aunque Gherys era su aprendiz, o al menos su responsabilidad por decisión directa de Damiel, que había creído que así se centraría un poco, tan pronto yo aparecía en la ecuación su relación con el Pretor cambiaba radicalmente. Diana dejaba de ser su compañera y confidente, amiga incluso, para pasar a convertirse en una arisca gata celosa a la que parecía molestarle todo cuanto hiciese Dern.

—¿Como te sientes? —insistió, tomando asiento en la silla de su compañero y obligándole a él a situarse tras ella, a cada vez más distancia—. ¡Dime algo, Noah! El fragmento... —Extendió la mano hacia mi pecho, cuidadosa, sin llegar a tocarlo—, ¿qué notas?

Diana esperaba que le dijese que notaba algún tipo de conexión con Davin. Que podía sentir su presencia a mi lado... que el haber utilizado su fragmento de Magna Lux había creado algún tipo de vínculo entre nosotros. Estoy convencida de que le habría encantado escucharlo... de hecho, a mí también, no voy a mentir. Lamentablemente, habría mentido de haberlo hecho. Sentía muchas cosas, desde luego. Mi cuerpo se estaba adecuando a su nueva naturaleza, lo que despertaba en mí una oleada de sensaciones difícilmente descriptibles. Era como si, en cierto modo, el poder de la Magna Lux se fuese filtrando por mis venas, extendiéndose por todo mi torrente sanguíneo y bañándolo de una poderosa luz. Podía sentir la energía despertar en mí; mis sentidos desarrollándose, el latido de mi corazón sincronizándose... y un extraño sentimiento de alerta apoderarse de mi mente.

No era lo que esperaba sentir. Llevaba tan solo unos minutos despierta, pero basándome en las experiencias de mis familiares y conocidos, en aquel entonces debería haber percibido la realidad de una forma diferente. Mi mente debería haber buscado las sombras, tratando de convertirse en una con ellas. Debería haber trabajado esa comunión que a partir de ahora me caracterizaría y empezar a trabajarla desde el primer segundo... sin embargo, no lo hacía. Lejos de encontrar el modo de fundirse con la oscuridad y desaparecer, mi mente trazaba líneas rectas, dibujando un mapa de las distintas plantas y zonas del Palacio Imperial. Pasadizo a pasadizo y sala a sala iba recopilando toda la información que había en su interior sin necesidad de visitarla, creando un campo de vigilancia en el cual todos los habitantes del Palacio eran localizados y controlados.

Era como si, de alguna forma, en mi mente hubiese despertado radar.

Extraño, muy extraño...

—No sé —respondí al fin, probablemente decepcionando a mis dos acompañantes por su reacción. Imagino que, después de tanta espera, habían esperado otra contestación—. Me siento extraña... me siento rara, pero no noto a Davin.

—Bueno, de momento —dijo Diana con seguridad—. Es cuestión de tiempo, estoy convencida. ¿Y qué hay de lo demás? ¿Te duele todo, verdad?

Ambos rieron cuando asentí con la cabeza. No les sorprendía. A partir de ahora todo cambiaría para mí, pero primero tendría que pasar unos días complicados.

—No te preocupes por la cicatriz, Noah, desaparece —dijo Gherys—. Y el mal estar también. El dolor de cabeza, de brazos... todo. En un par de días te notarás como nueva.

—Damiel está de viaje —prosiguió Diana—. No creo que tarde demasiado en volver, pero hasta entonces no podremos mover los papeles oficialmente. Si quieres podría avisar al tío, aunque últimamente anda muy ocupado.

—Pero seguro que encontrará un hueco para esto —aseguró Gherys, convencido—. Puedo pedírselo yo mismo si quieres, Noah. Para mí no es un esfuerzo. Al contrario, sería un placer.

—Vaya, vaya, muy solícito... —se burló Diana, lanzándole una fugaz mirada llena de advertencia. Empezaba a no gustarle ni un pelo tanta simpatía por parte del Pretor—. A ver si haces lo mismo cuando yo te pida algo, Dern. Pero vaya, volviendo al tema, se agradece, pero en este caso ya me ocuparía yo si fuese necesario. ¿Tú como lo ves, Noah? ¿Quieres que se lo pida? Cuando antes lo preparemos todo, antes podrás unirte a nosotros.

Quería unirme a ellos. Después de cinco años encerrada en el Castra Praetoria con gente con la que no había llegado a sentirme nunca cómoda del todo, tenía ganas de empezar mi nueva vida. Una vida junto a mi hermana en la que al fin podría empezar a poner un poco de orden a cuanto me rodeaba. El caos se estaba apoderando de Albia, siempre lo había sentido así, pero después de la guerra aquella visión se había ido agudizando hasta tal punto que ahora no había lugar en el que me sintiese realmente segura. El mundo debía ser ordenado de nuevo y yo era una de las enviadas del Sol Invicto para hacerlo.

—Pídeselo —dije, y señalé la bolsa que había llevado conmigo durante el ritual, donde aguardaban mis pertenencias.

Diana se agachó junto a ella y la abrió para sacar de su interior un sobre. En él, tras el sello lacrado de las Casas Pretorianas, se encontraba toda la documentación que me acreditaba como Pretor oficialmente. Los resultados médicos, los certificados, las autorizaciones... Mi primo Damiel, al ser mi nuevo Centurión, pasaría a ser mi tutor legal hasta que me hiciese mayor de edad, arrebatándole temporalmente aquel título a mi prima Jyn, la cual había aceptado la responsabilidad tras la muerte de mi madre.

Iba a ser raro. Tantos cambios... Incluso habiendo superado el ritual, acostumbrarme a mi nueva vida no iba a ser fácil.

Aprovechando que Diana miraba la documentación, Gherys tomó asiento frente a mí y me cogió la mano, tan cercano como de costumbre. A diferencia del corazón de mi hermana, que aunque lo percibía tenía un latido relativamente débil, el de Dern sonaba con mucha fuerza en mi mente, totalmente sincronizado al mío. De hecho, lo hacía con tanta fuerza que incluso embotaba un poco mis sentidos. No lo suficiente como para que mi mente dejase de trazar el mapa del Palacio, pero sí como para que momentáneamente me olvidase de la presencia de Diana.

—Ayer me pasé por la armería para dar tus datos —me explicó, con sus bonitos ojos oscuros fijos en los míos—. Están preparándote el Gladius. En cuanto lo hayan forjado, lo iré a buscar. Además, mi tío tiene una peletería, puedo pedirle que te grabe una bendición en la funda. Es una tradición familiar.

—Me gustaría —admití—. ¿Tú también la tienes entonces?

Satisfecho ante mi respuesta, Gherys ensanchó aún más la sonrisa.

—Claro. Lansel se rió de mí en cuanto la vio, dijo que en cosas así se notaba que venía de una familia noble, pero sé que en el fondo le gusta. Estoy convencido de que un día de estos me lo pedirá. El Centurión lo hizo, ¿sabes? Y no solo él. Los Pretores de la Fortaleza de Jade también han hecho grabaciones en sus fundas. Nunca va mal tener protección extra.

Asentí con la cabeza, conforme. Desde la llegada de los nuevos Emperadores, la reforma social que habían llevado a cabo había traído de regreso la iglesia y el credo al Sol Invicto. Para muchos aquel cambio era un paso atrás, volver a una época oscura en la que la religión había conseguido demasiado poder. Para otros, sin embargo, era una liberación. Después de tantos años aprovechándonos de su bendición y protección, aquel era el pago justo.

—Por cierto, Diana y yo estamos pensando en la posibilidad de ir a la Fortaleza este verano, si quisieras...

—¿¡Pero qué demonios significa esto!?

El grito de Diana volvió a sobresaltarnos a ambos, con la diferencia de que, esta vez, no era alegría lo que se reflejaba en su rostro. Mi hermana tenía los ojos muy abiertos, inyectados en sangre, y su expresión al leer uno de los documentos era tal que supe de inmediato que algo no iba bien.

Ambos nos pusimos en pie, desconcertados ante el arrebato. Di un paso al frente, pero la debilidad me obligó a volver a tomar asiento. Gherys, sin embargo, acudió a su encuentro para comprobar qué era lo que la había enfurecido tanto. Le arrebató el papel de un manotazo. Acto seguido, ella giró sobre sí misma y me miró con fijeza, con los ojos ensombrecidos.

Apretaba los puños con fuerza.

—Esto es una traición... ¡un sabotaje! —dijo entre dientes—. ¡Tenía que haberlo supuesto! ¡Esos cerdos...! ¡Esos malditos malnacidos...! —Varias gotas de sangre cayeron al suelo tras resbalar por sus dedos. Había apretado con tanta fuerza el puño que se había clavado las uñas en la palma—. ¡¡Sabía que no confiaban en nosotros!! ¡¡Lo sabía!!

Desconcertada, busqué la mirada de Gherys. Su expresión también se había endurecido al leer lo que fuese que decía el documento, pero por el momento se estaba controlando. Diana, en cambio, estaba a punto de explotar.

—¿Pero qué pasa? —pregunté en apenas un susurro, sintiéndome cada vez más y más pequeña al lado del torbellino en el que se estaba transformando la Reina de la Noche—. ¿Diana...?

—¿Que qué pasa? —chilló ella, fuera de sí—. ¿¡Que qué pasa!?

—Reina, cálmate —le pidió Gherys, con el papel aún entre manos—. Debe tratarse de un error, es evidente. Noah...

—¿¡Pero qué pasa!? —grité, sorprendiendo a ambos con mi salida de tono.

No era habitual en mí. De hecho, tal fue el esfuerzo que tuve que hacer para romper las barreras de educación y autocontrol que me habían impuesto desde niña que sentí una fuerte punzada en el pecho. Una oleada de dolor me golpeó de pleno, haciéndome perder pie, y por un instante creí que iba a caer. De hecho, me vi a mí misma en el suelo...

Pero no lo permití. Saqué fuerzas de donde no tenía y, logrando con ello que Gherys y Diana frenasen en seco antes de abalanzarse sobre mí para sujetarme, me mantuve en pie.

Cogí aire, miré a uno, miré al otro... y al fin pude volver a hablar.

—¿Qué pone ahí?

Conscientes de que tanta tensión no era en absoluto beneficiosa en mi estado, trataron de apaciguar mis nervios. Diana me obligó a tomar asiento de nuevo en el sillón mientras que Gherys, sin soltar el documento, me dio unos minutos para que me calmase. Por alguna extraña razón mi hermana insistía en que tomase la infusión, asegurando que me calmaría, pero por muchos tragos que le daba mis nervios seguían a flor de piel. Quería saber qué ponía en esa carta y quería saberlo ya.

—Vamos, en serio —insistí—. ¿Qué pasa? ¿En qué se han equivocado?

Diana recuperó el documento de un tirón y volvió a leerlo antes de entregármelo. El mero hecho de mirarlo parecía hacerle daño en los ojos.

—Dicen que perteneces a la Casa de la Corona —dijo, invitándome a que lo comprobase por mí misma—. Es absurdo: eres de los nuestros, de la Casa de la Noche. Tiene que haber algún error... a no ser...

—¿A no ser qué? —preguntó Dern con confusión—. Es evidente que se han equivocado, Diana.

—O no. Vamos, ¿acaso crees que han olvidado lo que hicieron mis padres? —Mi hermana negó con la cabeza—. Puede que esto sea un castigo a la familia. Saben que añadir un Valens más a la Casa de la Noche podría ser peligroso; que no nos pueden controlar. Tratándose de un agente de la Corona, sin embargo...

—Eso no funciona así, y lo sabes —exclamó Gherys, restándole importancia—. Tú no eliges la Casa: tu propia naturaleza lo hace. Oh, vamos, Diana, en serio, esto es un error, es evidente...

Mientras ellos hablaban, yo aproveché para leer la notificación. Ciertamente, mi destino no era pertenecer a la Casa de la Noche. Había sido aceptada dentro de las Casas Pretorianas, pero al servicio de la de la Corona, como guardián de la Casa Real.

Tenía sentido. Me gustaría poder decir que no, que se trataba de un error, pero en el fondo de mi alma sabía que no lo era. El radar que estaba despertando en mi mente, mi percepción cada vez más desarrollada, aquel estado de alerta continuo...

Podríamos habernos pasado horas discutiendo al respecto. Castigarnos los unos a los otros repitiéndonos una y otra vez que era culpa del gobierno que nos hubiesen separado; que todo formaba parte de una gran conspiración... que los Valens no gozábamos ya del apoyo de la Corona. Sí, podríamos haber divagado durante horas, pero pensándolo fríamente... ¿para qué? ¿Para qué seguir haciéndonos daño con algo que, en el fondo, no lo merecía? El Sol Invicto había marcado un camino diferente para mí, de acuerdo. Un camino que no era el que esperaba... ¿pero acaso importaba? ¿Acaso aquello cambiaba las cosas? Era doloroso saber que no iba a poder seguir los pasos de mi familia, sí, pero desviarse era mucho mejor que no sobrevivir. Además, visto lo visto, ¿quién mejor que un Valens para cuidar de Albia desde su corazón?

—Hablaré con el Prefecto si es necesario —decía Diana en aquel momento, de nuevo fuera de sí—. ¡Esto es inaceptable! Si lo que pretenden es provocarme...

—¿Provocarte? —replicó Gherys con diversión—. Reina, en serio, ¿quién demonios te iba a provocar a ti? No te lo tomes a mal pero dudo mucho que seas tan importante. Tus padres la liaron en la guerra, sí, pero de ahí a creer que esto es una conspiración... en fin, suena ridículo. Simplemente es un error, no le des mayor...

—Cuidado —advirtió mi hermana, endureciendo la expresión—. Si no sabes de lo que hablas es mejor que mantengas la boca cerrada, Dern.

—¡Eh! No me mal interpretes, yo solo digo que...

—Basta los dos, por favor... —pedí, interrumpiendo lo que a aquel paso acabaría convirtiéndose en una discusión.

Muy a mi pesar, mi hermana no quiso escucharme. Ofendida ante las desafortunadas palabras de Gherys, Diana apoyó la mano en la empuñadura de su espada ceremonial y dio un paso al frente.

—¡Vuelve a decir que algo de lo que yo digo es ridículo y te atravesaré el corazón, Dern! —le amenazó, furiosa—. ¡Ten mucho cuidado conmigo!

—¿Contigo?

Antes incluso de que él desenfundase su arma y golpease con fuerza el filo de la de mi hermana yo ya supe lo que iba a pasar. En mi mente se dibujó la imagen del enfrentamiento, del estallido de rabia y, tras unos cuantos golpes, del final del combate. No iban a hacerse daño, lo sabía. De hecho, ni tan siquiera iba a brotar sangre. Simplemente tirarían las sillas al suelo, se insultarían y, compitiendo entre ellos, intercambiarían espadazos hasta entrar en razón. Lo harían porque, en el fondo, ambos seguían siendo unos niñatos a los que aún les faltaba demasiado por vivir... porque ella no quería mostrarse débil ante mí, quería marcar su posición de líder de los más jóvenes de la Unidad, y él... en fin, imagino que no es necesario decirlo. Mi presencia los desequilibraba: los hacía perder la poca lógica que tenían. Sacaba su parte más animal...

O al menos lo había hecho hasta ahora. A partir de aquel día y de aquel instante todo iba a cambiar. Noah la aspirante había muerto y ahora, en su lugar, estaba Noah la Pretor. La agente de la Corona que, lejos de seguir causando el caos, empezaría a imponer el orden allí donde fuese... incluido en la Unidad Sumer.

Y lo iba a empezar a hacer ya.

—¡¡Basta los dos!! —grité, interponiéndome entre ambos—. ¡No os peleéis!

—¿¡Que no nos peleemos!? —replicó la Reina de la Noche, aumentando aún más el tono de voz—. ¿¡Es que acaso no lo has oído!?

Lo había oído, por supuesto. De hecho, con los gritos que estaba dando lo más probable era que el propio Damiel la hubiese escuchado desde las Estepas Dynnar.

—Cállate de una vez —le pedí, incapaz de disimular el dolor de cabeza que me estaban despertando sus voces—. ¡Sol Invicto, parad los dos!

Diana apretó los dientes, furiosa, ansiosa de hundir su arma en el pecho de Dern, pero me hizo caso. Bajó el arma, dando su brazo a torcer... pero lejos de seguir sus pasos, Gherys aprovechó lo que a su modo de ver fue una muestra de debilidad para crecerse aún más. No estaba dispuesto a perder la batalla.

—¡Estás loca! —le gritó, dando un paso atrás—. ¡Como una auténtica cabra, Valens!

Y aunque por un instante había creído que reinaría la paz en la habitación, me equivoqué. Dejándose llevar por la provocación, mi hermana volvió a alzar su arma y, envalentonada, se abalanzó sobre él, dispuesta a iniciar el enfrentamiento. Inmediatamente después, Dern giró su espada con rapidez y la interpuso para detener el golpe.

Un golpe que, por suerte, nunca llegó a recibir. Aprovechando mi posición entre ambos, extendí los brazos con rapidez, guiada por el instinto, y las palmas de mis manos golpearon con tanta fuerza sus muñecas que ambos salieron disparados hacia atrás, como si acabasen de ser alcanzados por un tornado. Gherys chocó contra la pared, desconcertado, mientras que mi hermana, con menos suerte, perdió pie y cayó de espaldas sobre la cama, donde se quedó inmovilizada durante unos segundos, tratando de entender lo que acababa de suceder. Sin embargo, no había mucho que explicar. Mis manos ya no eran las manos de un aspirante, sino las de una agente de la Corona, y la fuerza que acababa de separarlos era la del orden, la de la paz... la del Sol Invicto.

Una fuerza que rápidamente me envolvió y, rodeándome de un halo dorado que hasta entonces jamás había tenido, me engrandeció a ojos de ambos, convirtiéndome en un titán cuya atronadora voz los expulsó de la habitación con un sencillo: "fuera".




Aquel día Diana no volvió a contactar conmigo. Ni vino a visitarme ni me llamó al teléfono. Tampoco respondió a mis mensajes, ni mucho menos a mis llamadas. Ofendida ante lo que a sus ojos había sido una humillación, mi hermana decidió sumirse en un silencio total y absoluto con el que no tuve más remedio que convivir en soledad.

Gherys tampoco me llamó ni respondió a mis mensajes, pero a diferencia de mi hermana, que decidió abandonar el Castra Praetoria de inmediato, él no llegó a salir del edificio en ningún momento. En lugar de ello se quedó en el pasadizo, ocultando su presencia... o al menos intentándolo. Quizás escapase a los ojos del resto, pero no a los míos. Mi radar, como pronto descubriría, era prácticamente perfecto. Por su propio bien, sin embargo, no dije nada. Sencillamente fingí que no estaba al otro lado de la puerta, vigilándome, asegurándose de que superaba las primeras horas, y pasé el resto del día tumbada en la cama, con la mirada fija en el techo y sintiendo poco a poco mi nuevo ser despertar.




Al siguiente amanecer las primeras luces del sol me despertaron. Aún no estaba recuperada del todo, pero alguien acudía a mi encuentro. Lo sentía por los pasadizos, avanzando con paso firme, con la mente puesta en mi habitación... en mí. Consciente de ello me incorporé y me aseé con rapidez. Busqué entre las prendas manchadas de sangre de la bolsa ropa limpia con la que presentarme ante quien fuese que me iba a ver y, dándome toda la prisa que la herida del pecho me permitió, me adecenté para que, unos minutos después, cuando el visitante iba a golpear la puerta con los nudillos, no tuviese necesidad de hacerlo. Calculé el momento exacto y, adelantándome, abrí justo cuando sus dedos ya alcanzaban la madera, logrando arrancarle una sonrisa de pura sorpresa al hacerlo.

El Pretor de la Corona que aguardaba al otro lado del umbral asintió con la cabeza, satisfecho ante mi demostración de poder.

—No esperaba menos de una Valens —dijo, y me tendió la mano enguantada—. Bienvenida, compañera. Ahora, si eres tan amable, acompáñame: hay alguien que quiere conocerte.

—¿Alguien? —pregunté, estrechando su mano con firmeza—. ¿Quién?

—Pronto lo sabrás. Vamos. Lo primero de todo es conseguirte un uniforme y la equipación. Tengo entendido que un agente de la Noche estuvo hace un par de días en la armería eligiendo unas cuantas piezas para ti. —El Pretor se encogió de hombros—. Siento decirlo, pero perdió el tiempo. El armamento de nuestra Casa y la suya son totalmente diferentes. Lo único que mantenemos en común es la espada ceremonial.

El Pretor lanzó una disimulada mirada al lateral izquierdo, allí desde donde Gherys Dern nos observaba en silencio, sumido en las sombras. Sus ojos no perdían detalle.

—Lo entiendo —respondí, a sabiendas de que mi buen amigo me escuchaba con atención—. ¿Podría mantener al menos el Gladius que eligió para mí?

—Si así lo deseas... —dijo el Pretor, e hizo un ademán con la cabeza para que lo acompañase—. Mi nombre es Theoric Griffin, por cierto.

—Noah Val...

—Sí, sí, Noah Valens —me interrumpió Theoric y, guiñándome el ojo derecho con complicidad, iniciamos el avance por el pasadizo—. No hay nadie en el Palacio Imperial que no sepa quien eres, pequeña.

—¿Ah sí? —Sorprendida, tuve que dar un acelerón para alcanzarlo. A diferencia de mí, Theoric tenía unas piernas largas y musculosas gracias a las que daba enormes zancadas el doble de largas que las mías—. ¿Y eso por qué?

Griffin volvió a sonreír ante lo que a su modo de ver fue un comentario de lo más gracioso. El Pretor, que por su aspecto debía rondar los cuarenta años, negó suavemente con la cabeza, haciendo revolotear la cabellera rubia alrededor de su pálido rostro, y me palmeó el hombro.

—Que nadie quiera recordar al Luther Valens del presente no implica que hayamos olvidado al del pasado, pequeña. Tu padre fue un gran hombre por el que, a pesar de todo, sigo sintiendo un gran respeto. Pero en fin, no perdamos el tiempo: te aseguro que no querrás hacer esperar a tu nuevo jefe...

Una hora después, ya con mi uniforme púrpura y dorado de agente de la Corona puesto y la alabarda ceremonial entre manos, Theoric Griffin me llevó hasta los jardines del Palacio, donde en la lejanía un Pretor me aguardaba. Desde la distancia no era capaz de distinguir nada en él salvo el latido de su fragmento de Magna Lux, pero tan pronto los metros que nos separaban fueron desapareciendo, la certeza de quien estaba a punto de conocer me golpeó como un puño en el estómago. El corazón se me aceleró en el pecho y, paso a paso, toda la determinación y seguridad que hasta entonces me había acompañado se esfumó hasta volver a convertirme en la niña asustada y nerviosa que había sido hasta entonces.

Nos detuvimos al final de la lengua de piedra que se adentraba en el jardín, justo delante de los bonitos rosales frente a los cuales se encontraba nuestro objetivo, y permanecimos unos segundos en silencio, observando como arrancaba una de las rosas rojas y volvía la vista hacia nosotros. Bañada por la luz del sol, vestida con un flamante traje carmesí y dorado sospechosamente parecido al uniforme de la Casa de las Espadas y con el cabello rubio casi blanco cayendo en cascada sobre sus espaldas, la Emperatriz refulgía con luz propia.

—Alteza —saludó Theoric al encontrarse su mirada con la de ella, e hizo una reverencia—, he traído a la Pretor, tal y como solicitasteis.

—Bien hecho —respondió ella, y dedicándole una fugaz sonrisa hizo un ademán de cabeza para que se retirase—. Gracias, puedes irte.

El Pretor me lanzó una mirada llena de diversión antes de retirarse. Rozó suavemente su mano con la mía, tratando de transmitirme parte de su seguridad, y se alejó con paso rápido. Ya a solas, la Emperatriz clavó sus brillantes ojos negros en mí y me observó durante unos segundos con curiosidad. Parecía intrigada.

—¿Por qué miras al suelo? —preguntó, adelantándose unos pasos pero sin llegar a salir de la alfombra de césped—. ¿Tan fea soy?

La simple pregunta me provocó un nudo en la garganta. Me apresuré a levantar la vista, pero no logré mantenerle la mirada más que unos segundos. Había puro fuego en sus ojos.

—No, no, disculpe, Alteza, es solo que... bueno...

—¿Qué? Vamos, dispara. ¿Te doy miedo acaso?

Si lo que pretendía era que me sintiese cómoda, no lo estaba consiguiendo. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan intimidada.

—No, mi señora, en absoluto...

—Pues deberías —me interrumpió ella, con orgullo, y cruzó los brazos sobre el pecho—. Acércate, Pretor.

Como si más que una orden, de un embrujo se tratase, mis pies me llevaron a su encuentro. Pisé el césped con firmeza, dejando la huella de mis pasos tras de mí, hasta alcanzar a la Emperatriz. Una vez frente a ella, sintiendo su dura mirada taladrarme, alcé la vista. La había visto en decenas de ocasiones por la televisión, dando discursos y asistiendo a todo tipo de eventos, pero la cámara no transmitía bien su abrumadora presencia. Aquella mujer era pura energía, toda determinación y fuerza... era Albia en estado puro.

—Imagino que sabes quien soy —me dijo.

—Por supuesto, Alteza.

—Dilo —insistió—. ¿Quien soy?

Volví a sentir el nudo en la garganta. Su mirada quemaba de tal forma que empezaba a sentir auténtico pavor. El poder de aquella mujer era abrumador.

—La Emperatriz Vespasian...

—La Emperatriz Vanya Vespasian, sí —admitió ella—, la esposa del Emperador... pero también soy una Pretor como tú, Noah Valens. No de tu Casa, yo servía a la Casa de las Tormentas y previamente a la de las Espadas, pero era una igual. Vanya Noctis me llamaba... ¿Sabes lo que eso significa?

Francamente, quise responder, pero no me atreví. Estaba demasiado intimidada como para hacerlo.

—Que tu corazón y el mío laten al mismo ritmo... —dijo y apoyó con suavidad la mano sobre mi pecho, allí donde el fragmento de Magna Lux vibraba con fuerza—. Y por lo tanto que formamos parte de la misma hermandad. —La Emperatriz sonrió—. No debes tener miedo de una igual, Pretor. No lo voy a aceptar. Necesito a mi lado agentes fuertes y decididos que sean capaces de apoyarme cuando los necesite y que puedan protegerme si se da el caso. Sería raro, la verdad, aunque estoy un poco oxidada sigo siendo bastante mejor Pretor que la mayoría de las nuevas generaciones, pero siempre puede haber alguna sorpresa. En fin, a lo que íbamos... ¿qué te parece? ¿Te ves capacitada? Dicen que los Valens sois una familia de guerreros: que sois prácticamente indestructibles. ¿Es eso cierto? ¿Puedo creer en ti? Porque una de mis guardias de honor ha muerto y necesito a alguien que la sustituya, y quiero que ese alguien seas tú. Así que... dime, Noah Valens, ¿puedo contar contigo sí o no?

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