Capítulo 55
Capítulo 55 – Nathanatiel Trammel, 1.812 CIS (Calendario Solar Imperial)
La noche era fría en Gherron.
Apostado en el mirador de la torre de vigilancia desde donde controlaba el acceso norte a la ciudad, las horas pasaban especialmente lentas aquel día. Desde nuestra llegada a Gherron hacía ya unas semanas, aquel había sido uno de los lugares en los que había pasado más tiempo. Solía pasar las mañanas en el pabellón donde Doric se había instalado, ayudándole en cuanto había en mis manos y colaborando con la mesa de asesores que poco a poco iban engrosando sus filas. Nos pasábamos horas analizando la prensa, los mapas y las distintas opciones que teníamos. El ejército de Doric cada vez era más grande, con decenas de personas uniéndose a diario a nosotros, pero el enemigo seguía siendo un gran monstruo frente al que teníamos que ser especialmente cuidadosos. La guerra ya había empezado con la conquista de Ossen, pero queríamos medir todos nuestros movimientos.
Estaban siendo semanas de auténtica euforia. Viajar hasta Gherron no había sido fácil. Atravesar las fronteras de Albia había supuesto volver a ponernos en peligro, y dadas las circunstancias, no era algo a lo que ninguno de los dos quisiéramos enfrentarnos. En Ostara habíamos encontrado una paz muy tentadora. Estábamos seguros, estábamos felices... el proyecto de una nueva vida en común allí podría haber salido bien. No obstante, por sorprendente que fuese, la decisión fue tomada en tiempo récord. En cuanto Jyn supo la verdad sobre Doric dejamos atrás los miedos y las dudas y, conscientes de que podríamos ser detenidos en el intento, nos lanzamos de nuevo a la carretera, con Gherron como destino.
Y había costado... pero aquí estábamos, dispuestos a todo por Doric. Porque era Doric, confirmado. Dijesen lo que dijesen los comunicados del Emperador Lucian y sus periódicos, el hombre al que ahora servía era Doric Auren, y poco a poco toda Albia empezaba a saber la verdad.
Doric. Mentiría si dijese que no había tenido alguna duda durante el viaje. Había sido mínima, por supuesto, pero después de todo lo que había pasado en Throndall era inevitable tener un nudo en el estómago. Temía que perdiésemos todo lo que habíamos conseguido en nuestra estancia en Ostara. Por suerte, Doric no me había mentido y tan pronto pisamos la ciudad lo comprobamos. Mi buen amigo ordenó a sus hombres que nos llevasen hasta el corazón de Gherron, donde tenía instalado su pabellón en mitad del campamento militar, y allí nos recibió con los brazos abiertos.
Y era él, doy mi palabra que era él. Su mirada, su sonrisa, su voz...
Era él.
—Eh, Capitán, ¿qué haces aún aquí? ¿No se suponía que hoy era tu gran noche?
El Centurión Tristan Reiner apareció en el mirador procedente del interior del edificio, visiblemente tranquilo y relajado. Me guiñó el ojo a modo de saludo y, apoyando despreocupadamente los brazos sobre la barandilla de metal, desvió la mirada haci ala noche.
Reiner era un hombre peculiar. Siempre seguro de sí mismo e irradiando fuerza y determinación, Tristan Reiner y su Unidad se habían convertido en uno de los grandes pilares del regreso de Doric. El auténtico Emperador, que era como empezaban a llamarle, contaba con un gran número de legionarios a su servicio, el ejército de tecno-nómadas que le había proporcionado la Reina de las Estepas Dynnar y varias unidades pretorianas, pero Reiner y los suyos eran los únicos que habían estado a su lado desde el primer minuto. Los únicos que habían sido capaces de traicionar a Albia para salir en su búsqueda, costase lo que costase, y los únicos que, a base de sacrificio, habían logrado traerle de entre los muertos.
Eran gente fascinante. Ahora que al fin los conocía en persona y había podido deleitarme de algunas de sus historias podía admitir que eran los Pretores más increíbles y nobles que había conocido jamás. Y aquel hombre de cabello rubio y ojos claros que con tanto orgullo lucía su uniforme, Tristan Reiner, era su líder.
Respondí con un asomo de sonrisa. Las noches de guardia nos habían convertido en compañeros. Nos conocíamos desde hacía tiempo, desde que el destino nos había unido en los bosques de Throndall como miembros de la legión de Doric, pero no había sido hasta entonces que no habíamos tenido tiempo para conocernos.
—Mi gran noche... —repetí, y asentí con la cabeza—. Sí, es hoy.
—¿Entonces?
Entonces...
Metí la mano en el bolsillo del pantalón para palpar la pequeña caja que guardaba en su interior desde hacía unos días. Lo había comprado en una de las mejores joyerías de la ciudad, y aunque su objetivo era claro, no sabía cómo plantear la situación. Y no porque no me lo hubiese propuesta nunca, la verdad. Llevaba años pensando en aquel momento. No obstante, llegada la hora de la verdad, no sabía ni por donde empezar.
Divertido ante mi cara de circunstancias, el Centurión me palmeó el hombro con fuerza, para que reaccionase. La noche anterior le había confesado mis intenciones en busca de consejo, y aunque no había logrado decirme nada que me sirviese de auténtica utilidad, me había abierto los ojos. Ahora que Doric me había nombrado capitán de su guardia privada, era cuestión de tiempo que me viese envuelto en una batalla real. Una batalla con disparos y muertos en la que mi vida correría peligro. Dadas las circunstancias, ¿no era aquello motivo más que de sobras para plantear la situación a Jyn?
Me hubiese gustado que fuese algo más romántico, pero tanto Reiner como Doric tenían razón: tenía que ser realista. Y la realidad era la que era: podía morir en cualquier momento, así que cuanto antes solucionase las cosas con la que en aquel entonces por fin era mi pareja, mejor.
—Vamos capitán, échale huevos. ¿No decías que llevabas años esperando este momento?
—Toda la vida.
—Pues entonces no pierdas el tiempo. Yo te cubro.
Volví la mirada hacia el cielo estrellado. Ante nosotros se abría una amplísima explanada por la que varias carreteras confluían hasta la entrada a la ciudad. Normalmente aquellas vías estaban llenas de vehículos a todas horas circulando; coches entrando a Gherron, coches saliendo. En aquel entonces, sin embargo, estaban totalmente vacías. Dos de nuestros controles estaban apostados a varios kilómetros de aquel punto, tanto en la carretera que conectaba con el norte como la que conectaba con el sur, por lo que era improbable que ninguna amenaza alcanzase la ciudad. Y en caso de que sucediese, para eso estábamos nosotros y las dos docenas de legionarios que, apostados en las calles y en la torre, nos secundaban.
Gherron era nuestra; habíamos logrado pacificarla y ganarnos el apoyo de sus gentes... convertirnos en el ejército salvador del pueblo, y así seguiría siéndolo durante días mientras Lucian no decidiese actuar.
Había que aprovechar los días de paz antes de que finalizasen.
Comprobé el reloj. Faltaban tan solo dos minutos para las nueve de la noche, la hora acordada en la que había asegurado a Jyn que volvería a la habitación de hotel que se había convertido en nuestro nuevo hogar. Una vez más, llegaría tarde... y una vez más, me recibiría con una sonrisa, tal y como siempre hacía desde que habíamos llegado a Gherron. Jyn sabía que mi papel en todo aquello era importante, que Doric me necesitaba, y yo me escudaba en ello para no cometer ningún error. Después de todo lo que me había costado conseguirla, no quería perderla bajo ningún concepto.
—Vamos, Trammel, ¿qué te pasa? Si tienes dudas no lo hagas. Fíjate, yo llevo soltero toda la vida y me ha ido de maravilla. Me ahorro quebraderos de cabeza.
—No tengo dudas.
—Pues entonces levanta el culo. El tiempo juega en tu contra.
Finalmente decidí volver. No tenía dudas sobre lo que iba a hacer. Como digo, hacía muchos años que fantaseaba con ello. Lo que me inquietaba era la respuesta. Jyn y yo llevábamos poco tiempo como pareja, aún nos estábamos acostumbrando el uno al otro, y el formularle aquella pregunta tan pronto podía estropear las cosas...
Pero tenía que ser valiente. Doric me había recomendado que hiciese lo que realmente quisiera, que fuese consecuente con mis decisiones y leal a mis sentimientos, y aquello era lo que realmente deseaba. Si tenía que morir que fuese al menos feliz, ¿no?
Llegué al hotel quince minutos después de las nueve, acompañado por dos legionarios que había encontrado por el camino. Los dos jóvenes, pues no eran más que adolescentes, me escoltaron hasta la entrada al edificio, donde rápidamente uno de los recepcionistas acudió a mi encuentro. El hombre, un señor de cerca de sesenta años de cabeza afeitada y ojos oscuros uniformado de negro y dorado, me saludó con una ligera reverencia, tal y como siempre hacía, y me llevó hasta uno de los ascensores. Presionó el botón de llamada.
—Tenemos ya la cena preparada, capitán Trammel —me dijo en apenas un susurro, todo discreción—. ¿A qué hora desea que la subamos?
Volví a palpar la cajita de los pantalones. La cuenta atrás llegaba a su final.
—En diez minutos, por favor.
—Perfecto, la tendrán a esa hora sin falta. —Otra reverencia—. Si necesitasen algo más, no dude en contactar con nosotros, por favor.
Aproveché los segundos de subida del ascensor para mirarme en el espejo. Después de unos meses de tranquilidad volvía a tener cara de cansado y ojeras, los pómulos más hundidos y la expresión más agotada... pero me gustaba lo que veía. Aquel era el hombre con el que realmente me identificaba y no el pueblerino en el que me estaba convirtiendo en Ostara. Mi lugar estaba allí, en el ejército, junto a Doric... y junto a mi querida Jyn.
¿He dicho ya lo mucho que quería a Jyn Corven? Nos conocíamos desde niños y desde entonces siempre había estado profundamente enamorado de ella. Lo nuestro había sido una historia de amistad, pero con el paso del tiempo, tal y como había profetizado Doric años atrás, los sentimientos habían ido cambiando. El mío se había incrementado hasta acabar dejando Albia por ella, y Jyn... bueno, no me engañaba. Siempre había sabido que era otro hombre el que ocupaba su corazón, pero en los últimos meses las cosas habían cambiado. Yo había pasado a ocupar el lugar de ese hombre, y aunque aún era pronto, tenía el presentimiento de que lo nuestro iba a salir bien...
Me detuve junto a la puerta y comprobé por última vez la cajita en el bolsillo del pantalón. Cogí aire, me peiné un poco el pelo y golpeé la puerta con los nudillos. Pocos segundos después, ella apareció bajo el umbral de la puerta, tan preciosa y sonriente como de costumbre.
Me saludó con un beso en los labios.
—Empezaba a creer que te habías olvidado de mí, capitán.
—Eso nunca.
La habitación no era demasiado grande, pero era más que suficiente para nosotros. Disponía de un baño de tamaño medio, con la ducha integrada en una amplia bañera circular de mármol, y un gran espejo donde cada mañana Jyn se pasaba un buen rato mirándose y peinándose. Dentro de la habitación disponíamos de una pequeña zona con espacio para una mesa y unas sillas, donde cenábamos a diario. La televisión colgaba de la pared, a un metro por encima de nuestras cabezas, y la cama estaba situada junto a la puerta de la terraza, cara a la puerta de acceso. Personalmente habría preferido un lugar algo más amplio en el que poder vivir teniendo en cuenta que aún no teníamos fecha de salida, pero dadas las circunstancias me sentía cómodo. La temperatura siempre era agradable, el servicio de habitaciones era puntual y, en general, la vida en el hotel era bastante cómoda. Lo único que no me convencía era la falta de intimidad que había en aquel lugar. Todos los trabajadores del establecimiento sabían quien era, y por mucho que insistía para que no lo hicieran, me trataban con una deferencia que, en el fondo, a aquellas alturas aún no me había ganado.
En fin, Doric decía que tenía que acostumbrarme, que a partir de ahora iba a ser alguien muy reconocido, así que intentaba tomármelo lo mejor posible. Por suerte no pasaba demasiado tiempo en el hotel, así que de momento estaba cómodo. Con el tiempo, cuando abandonásemos la ciudad, sería cuestión de ver si no lo echaba de menos...
Pero lo primero era lo primero, y antes de pensar en cualquier otro destino, tenía que enfrentarme a aquella noche... y tenía que salir victorioso costase lo que costase.
—¿Qué tal el día? ¿Alguna novedad? —Atenta a todos y cada uno de mis movimientos, Jyn se dejó caer en la cama para poder mirarme a los ojos mientras me quitaba el abrigo—. He visto lo que están montando en el pabellón... ¿va a hacerlo, verdad?
Colgué la prenda en el respaldo de la silla antes de contestar. Ambos conocíamos la respuesta a aquella pregunta. Sí, lo iba a hacer, y si todo iba bien, sería en menos de una semana.
Se puso en pie de un brinco al verme asentir. Jyn se abalanzó de nuevo sobre mí, entusiasmada, y me abrazó con fuerza.
—Esto va en serio —me dijo al oído—. Es el principio de la cuenta atrás definitiva, ¿verdad?
—Sí... temo que sí.
—Lucian va a enloquecer.
—¿Más de lo que ya está? —Aparté una de las sillas de la mesa con cuidado y la deposité en ella—. He pedido que suban la cena. No tardarán.
Me tomé unos minutos para entrar al baño y cambiarme el uniforme por ropas algo más cómodas. No me sorprendía que Jyn se hubiese enterado de la gran noticia. Conociéndolos, suponía que el propio Doric se lo habría confirmado. Entre ellos siempre había habido una gran afinidad, una amistad que iba más allá de los lazos de camaradería. Se habían criado siendo amigos, habían crecido siendo amigos... y morirían siendo amigos.
—¿Crees que lo emitirán en todas las cadenas? —me preguntó desde la habitación—. Lo censurarán, estoy convencida. Lo hicieron con lo de Ossen.
—Podrán intentarlo, pero les guste o no, no pueden silenciarlo.
—Doric proclamándose Emperador... —musitó, soñadora—. Estarás presente, ¿verdad? Estarás con él, apoyándolo.
—Por supuesto... y espero que tú también, aunque no en primera fila. Será un momento complicado... peligroso. Es posible que Lucian envíe a alguno de sus Pretores para atentar contra él.
—Alguno de sus Pretores... —repitió ella, bajando el tono de voz—, por ejemplo a mi padre, ¿verdad?
Preferí no responder hasta volver a salir a la habitación. Desde el regreso de Doric habíamos intentado evitar aquel tema. El posicionamiento de la familia de Jyn en el conflicto nos convertía en enemigos, y por desgracia era cuestión de tiempo que nos enfrentásemos. Ya fuese ahora o quizás en Hésperos, pero mientras sirviesen a Lucian, no podría haber entendimiento entre nosotros. Así que sí, era posible que los enviasen para acabar con Doric antes de que el conflicto fuese a más.
Dejé el uniforme doblado en la cesta de la ropa y salí de nuevo a la habitación. Jyn se encontraba ya en la puerta, dando paso al servicio de habitaciones. Parecía contenta, como siempre, aunque en su mirada se percibía tristeza. No la culpaba, en su lugar yo habría estado igual o peor.
Aguardamos un par de minutos en silencio a que el camarero dispusiera la mesa para la cena. A continuación, tras despedirnos de él metiendo disimuladamente un billete en el bolsillo de su chaqueta, tomamos asiento, dispuestos a disfrutar de un suculento banquete.
Llené las copas de vino. A pesar del amargo momento que estábamos viviendo a nivel político, las noches como aquella lograban aligerar la pesada carga.
—Brindemos por la proclamación entonces —dijo Jyn—. En cuestión de días Albia volverá a tener por fin un auténtico Emperador al que jurar lealtad.
—Brindemos por ello —la secundé.
Y aunque me hubiese gustado añadir que quería brindar por nosotros, me llevé la copa a los labios y di un largo sorbo. Ya habría tiempo para ello...
Empezamos a comer. Como clientes destacados del hotel siempre habíamos disfrutado de suculentas comidas hechas con especial cariño por el equipo de cocina. Al director le interesaba que transmitiese buenas referencias al Emperador, y se esforzaba al máximo para que estuviese satisfecho. No obstante, lo de aquella noche era otro nivel. Puede que fuese mi impresión, o quizás una casualidad, pero aquel día la cena me supo especialmente bien. Imagino que fue una mezcla de todo, pero mentiría si dijese que el hotel no colaboró en cierta forma en convertir aquella noche en una de las mejores de mi vida.
—¿Crees que Lucian reaccionará ante la proclamación? De inmediato, me refiero —preguntó Jyn, reflexiva.
—Probablemente. Hasta ahora ha ido cuidando mucho sus movimientos. En Ossen nos plantó cara, pero la ciudad se rindió a tiempo. No obstante, ahora todo será diferente. En cuanto Doric salga a la calle y se proclame Emperador, ya no habrá motivos para ir con pies de plomo. Nos lanzará todo su ejército.
—Y entonces empezará la guerra real, ¿verdad? —Frunció el ceño—. En un mundo perfecto Lucian aceptaría a Doric como legítimo Emperador.
—En un mundo perfecto Lucian jamás habría ordenado matarlo a él y a su padre.
Jyn desvió la mirada hacia la comida, intimidada ante aquella afirmación. La conocía desde el primer día, cuando Doric nos lo había confesado poco después de nuestro reencuentro, pero desde entonces no habíamos vuelto a tratar el tema. Pensándolo fríamente, había demasiados tabús. Jyn y yo intentábamos mantener nuestra relación al margen de la gran crisis en la que se veía inmersa Albia, al margen de todo, pero era muy complicado.
—En un mundo perfecto no tendrías que luchar en la guerra —sentenció Jyn, mirándome de reojo—, pero no vivimos en un mundo perfecto, lo sé.
—No puedo dejar a Doric solo enfrentándose a un Imperio entero, Jyn.
—Lo sé, lo sé... lo comprendo. Eres uno de sus capitanes, no lo olvido. —Sonrió sin humor—. Es solo que tengo la sensación de que estamos a punto de vivir un choque de trenes y no quiero descarrilar.
Jyn dejó los cubiertos sobre la mesa para llevarse la copa a los labios y silenciar así su conciencia. Era evidente que estaba preocupada y no era para menos. Enfrentarse cara a cara al Emperador Lucian no iba a ser algo fácil de sobrellevar. Pronto viviríamos tiempos complicados y era más que probable que hubiese muertos. En las manos de Auren quedaba detener toda aquella locura antes de que fuese demasiado tarde.
—No te va a pasar nada, tienes mi palabra —le aseguré—. Doric no va a permitir que toquen a los civiles.
—No es mi vida la que me preocupa. —Jyn se encogió de hombros—. Me gustaría poder ir con vosotros para ayudar, pero sé que solo estorbaría. Es absurdo.
—Es absurdo, sí —admití—. En la retaguardia también ayudas, te lo aseguro. Me resultará mucho más fácil concentrarme en lo que sea que nos espera si sé que estarás a salvo.
—Pobre de ti que te desconcentres.
Jyn me tendió la mano sobre la mesa para que se la cogiese. El mero hecho de pensar en lo que podría pasar a partir del nombramiento de Doric le ponía los pelos de punta, pero sabía junto a quien se encontraba. No podía pedirme que no lo hiciese. Por suerte, jamás se lo plantearía. Jyn sabía la importancia de nuestra misión, y jamás se opondría a ella. Al contrario, de haber podido, habría participado activamente en ella.
Se notaba la sangre que le corría por las venas.
Tomé su mano y apreté con suavidad sus dedos. Jyn me miraba con fijeza, con los ojos teñidos de melancolía, pero también de orgullo. Aunque temía lo que pudiese pasar, ansiaba que sucediese cuanto antes. Doric tenía que recuperar su trono, tomar el control de Albia de nuevo, y con él nosotros podríamos volver a nuestra antigua vida.
Aquella vida que ya tan lejos quedaba...
Era el momento.
Solté la mano de Jyn y saqué la cajita, dejándome llevar por la emoción. A continuación, percibiendo en su mirada una chispa de ilusión, la deposité sobre la mesa y la abrí, dejando a la vista el bonito anillo blanco que aguardaba en su interior. A la luz de la lámpara, el brillante dorado que lo coronaba destellaba luz propia.
Destellaba la luz del Sol Invicto.
Jyn palideció.
—Sé que llevamos poco tiempo juntos, pero...
—No hablas en serio —murmuró ella.
—Hablo en serio, sí —sonreí con nerviosismo—. No sé qué va a pasar con nosotros a partir de ahora, Jyn. Puede que en una semana nos maten a todos, o puede que esto salga bien y recuperemos el país. Puede que Doric ocupe el trono que realmente le corresponde y nosotros volvamos a ser los de antes. No lo sé. Ahora mismo, todo está en el aire... todo salvo una cosa. Yo... —No pude evitar que se me escapase una risotada de puro nerviosismo—. Yo te quiero desde el primer día en el que te vi, ya lo sabes. Desde que éramos niños... y ese sentimiento no ha desaparecido. Al contrario, con cada día que pasa... bueno, con cada día que pasa va a más y... y ahora que estamos juntos, pues... quizás sea pronto, pero no quiero dejar escapar esta oportunidad. No quiero morir sin haberlo intentado, así que... —Cogí aire—. Jyn Corven, ¿quieres casarte conmigo?
Los siguientes segundos fueron increíblemente largos. Perpleja ante la petición, Jyn dirigió sus bonitos ojos oscuros hacia el anillo y después hacia mí. Estaba muy sorprendida ante la petición... pero por el modo en el que sus labios empezaron a curvarse, supuse que no le había disgustado.
Extendió la mano hasta la caja para acariciar la gema dorada del anillo. Le recordaba al fragmento de Magna Lux que llevaba colgado al cuello desde hacía años, tal y como había pretendido que fuera. El color era diferente, pero la forma era prácticamente idéntica.
Entrecerró los ojos, pensativa.
—Crees que vas a morir, ¿verdad? —dijo en apenas un susurro—. Crees que vas a morir y quieres que me beneficie de las ayudas económicas que hay para las viudas de los militares.
—Jyn...
—Si el ejército de Lucian te mata, dudo mucho que tengan la más mínima consideración conmigo. Eres consciente de ello, ¿verdad?
—No lo hago por eso... —respondí, y tal fue la mirada que en aquel entonces me dedicó que no pude evitar que la verdad surgiera a borbotones de mi garganta—. Al menos no solo por eso. Por un lado quiero dejarlo todo bien atado, sí, asegurarme que tendrás un futuro mínimamente estable, pero por el otro... bueno, me conoces. Sabes que me guío por el corazón.
—Y por Doric. Él está metido en esto, ¿verdad?
Jyn sacó el anillo de la cajita y se lo acercó a los ojos para poder verlo más de cerca. En sus labios había una sonrisa, aunque no lograba descifrar cuál era su significado. Conociéndola, o acabaría poniéndose el anillo o me lo haría tragar.
—Ya lo conoces. En cuanto le conté lo nuestro... —Me encogí de hombros—. En fin, siempre creyó que tú y yo acabaríamos juntos.
—Lo sé. En alguna ocasión me lo mencionó.
—La cuestión es que considera que es lo que debemos hacer... y yo estoy de acuerdo. Quiero que nos casemos, y quiero que sea cuanto antes. Doric se ha ofrecido para oficializar nuestra unión en persona. Si tú quisieras, podríamos hacerlo ya. Antes de la proclamación incluso.
—¿Antes de la proclamación? —Jyn arqueó las cejas, con sorpresa—. ¡Pero eso es en menos de una semana!
No supe qué responder. Lo nuestro sería una ceremonia inminente, sí... ¿pero acaso no era lo que requería la situación? Empecé a tener un mal presentimiento.
—No sabemos qué va a pasar a partir de entonces, Jyn. Puede que pasemos unos días tranquilos, pero en caso de ser así, serán pocos. Doric quiere ir a Hésperos.
—Pero es muy poco tiempo... —murmuró ella, y volvió a colocar el anillo en la caja—. Mi familia no podría estar presente.
—Bueno, depende. Si los avisases ya podrían venir... eso sí, no estoy muy seguro de que Doric fuese a permitir que viniesen a Gherron sin antes jurarle lealtad.
—¿Entonces?
Cogí la caja y cerré la tapa, incómodo ante su mirada.
—Lo siento. Imagino que ha sido una estupidez, pero las circunstancias a veces nos llevan a hacer este tipo de cosas. Es precipitado, sí, pero en la vida hay que tomar decisiones. —Sonreí con tristeza—. No quería morir sin haberlo intentado.
—Ya, bueno... —Jyn tendió de nuevo la mano sobre la mesa hasta alcanzar la mía—. No vas a morir, Nat. No pienso casarme con alguien que pretende dejarme viuda.
Sentí una punzada en el corazón al alzar la mirada y encontrarme con los ojos de Jyn fijos en mí. De nuevo sonreía, pero lo hacía de una forma diferente. Sus labios estaban curvados en una tímida mueca de felicidad que en pocas ocasiones había visto en ella. Parecía feliz... pero feliz de verdad, no como cuando fingía para calmar mi alma.
Cogí su mano con la mía y entrelacé los dedos. Sabía lo que significaba aquella expresión.
—No voy a morir —dije—. Te lo prometo.
—Entonces mi respuesta es un sí.
Un sí. Deposité la caja sobre la mesa y la abrí con rapidez. Los dedos me temblaban de pura emoción. De hecho, tal era mi estado de nervios que temí que se me cayese al suelo. Por suerte, logré sacar la joya y ponérsela a tiempo. Jyn alzó entonces la mano, se miró la alianza con orgullo y, sin apenas darme tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre mí para besar mis labios con pasión. Porque sí, señores, aunque pareciese mentira, aquella chica iba a casarse conmigo.
No recuerdo cuánto tiempo pasó desde la cena, pero me encontraba profundamente dormido en la cama, abrazado a mi futura esposa, cuando alguien golpeó con fuerza la puerta de la habitación. Sobresaltados, ambos nos incorporamos con rapidez. Cogí la pistola que noche tras noche dejaba sobre la mesilla de noche y me dispuse a bajar de la cama...
Volvieron a golpear otra vez.
—¡Capitán! —exclamó una voz al otro lado del umbral—. ¡Capitán Trammel, por favor! ¡Es urgente! ¡Abra, capitán Trammel!
Al reconocer la voz como la de una de las legionarias al servicio del Centurión Reiner me apresuré a abrir. En el pasadizo, con el rostro enrojecido y los ojos encendidos, la joven militar me miraba con nerviosismo.
—¡Capitán! —dijo en casi un grito—. ¡El Centurión ha detectado a un infiltrado en la ciudad! ¡Me ha pedido que le viniese a buscar de inmediato para...!
—¿Un infiltrado? —El corazón me dio un vuelco al escuchar aquella palabra—. ¿Dónde? ¿¡Qué ha pasado!? ¿¡El Emperador está bien!?
—¡Sí! ¡Lo hemos detectado en los alrededores, dispuesto a adentrarse por la puerta sur! En cuanto ha visto al Centurión ha salido de entre las sombras, y...
—¿De entre las sombras?
Salí al pasadizo para poder entrecerrar la puerta y evitar que Jyn escuchase la conversación. Temía lo peor. Sorprendida al verme en ropa interior, la legionaria me miró de arriba abajo con los ojos muy abiertos, pero rápidamente centró la atención en mi rostro.
Juraría que estaba haciendo un auténtico esfuerzo para mirarme a los ojos.
—¿Es un Pretor?
—Eso parece, Capitán. Un Pretor de la Casa de la Noche... debe acompañarme cuanto antes. Puede que haya más.
Aquella noticia no era la que me hubiese gustado recibir precisamente aquel día, pero decidí no dramatizar. Sabía dónde estaba y quién era, por lo que era de esperar que tarde o temprano pasase algo así. Por suerte, al menos el infiltrado no había superado el cerco defensivo de la entrada. Algo era algo.
Volví a la habitación a gran velocidad para vestirme. En aquel entonces Jyn ya estaba sentada en la cama, mirándome con los ojos muy abiertos. Había oído parte de la conversación y quería saber qué estaba pasando.
—Ha dicho que ha salido de entre las sombras —me dijo en tono neutro, tratando de controlar las formas—. Es un pretor, ¿verdad?
Ni tan siquiera me planteé la posibilidad de mentir. No valía la pena. Si quería descubrir la verdad, Jyn lo conseguiría, así que mejor evitarle esfuerzos innecesarios. Aquella ciudad era un puñetero pañuelo.
—Podría ser.
—¿Lo ha enviado Lucian para matar a Doric?
Me encogí de hombros. Había muchas posibilidades y aquella era una de las opciones, sí.
—Sol Invicto... —Negó suavemente con la cabeza, contrariada—. Podría ser mi padre, ¿verdad? O mi tío, mi hermano... incluso Diana o Lyenor. —Respiró hondo—. Esto es cosa del destino, Nat. No puede ser casualidad.
—Casualidad o no, necesito que te quedes aquí —respondí, cortando de raíz lo que fuese que se estuviese planteando—. Es peligroso.
—Ya, ¡pero...!
—Sin peros. —Me ajusté el cinturón en la cintura con rapidez y me dispuse a ponerme las botas—. Quédate aquí, ¿de acuerdo? En cuanto sepa algo te avisaré, pero no salgas de la habitación. ¿Es necesario que le pida a Shirek que se quede en la puerta vigilando?
Jyn me miró con fijeza, dispuesta a protestar. El instinto combativo y rebelde que tanto la caracterizaba pedía a gritos salir a la carrera para descubrir quién se ocultaba tras la identidad del infiltrado que había cazado el Centurión Reiner. Lo llevaba en la sangre. Por suerte, en aquel entonces logró controlarse. Sabía que la situación era grave, que su intervención podría complicar las cosas, por lo que optó por tomar la mejor de todas las decisiones.
Negó con la cabeza.
—No será necesario —aseguró—. Esperaré a que me digas algo.
Tal era la impotencia que en aquel entonces reflejó su semblante que supe que no me estaba engañando. Asentí agradecido. Me encantaba aquella parte guerrera de Jyn, pero aún más la reflexiva. Sabía que podía confiar en ella.
Me ajusté el abrigo, guardé el arma y me apresuré a besarle la mejilla a modo de despedida. Inmediatamente después, consciente de que el tiempo apremiaba, salí a la carrera de la habitación.
El sonido de las espadas al entrechocar rompía el silencio de la noche. Nos encontrábamos en las afueras del Aquarium de Gherron, a tan solo unos metros de la entrada principal al gran edificio octagonal, pero no había ni rastro alguno del edificio. La oscuridad reinante, mucho más densa y antinatural de lo normal, lo había engullido todo. Había devorado la luz de las estrellas, de las farolas y de los carteles... todo a excepción de los destello que emitía el metal al chocar.
Espada contra espada. Apenas eran borrón en la oscuridad, pero estaban ahí, intercambiando golpes. Apareciendo y desapareciendo... atacándose sin piedad. En otros tiempos habían formado parte de una misma organización, Reiner con su uniforme rojo sangre como representante de la Casa de las Espadas, y su oponente de gris oscuro como hijo de la Noche. Ahora, sin embargo, se enfrentaban sin cuartel, como enemigos ancestrales...
Como si no se reconociesen como aliados.
Era demencial.
Shirek y yo nos detuvimos a una distancia prudencial de la plaza donde se encontraba la entrada al Aquarium, conscientes de que acercarnos más podría ser peligroso. Los Pretores eran invisibles a nuestros ojos, pero tal era la fuerza que irradiaban sus Magna Lux que la atmósfera era prácticamente irrespirable. Uno emitía sombras con las que aparecía y desaparecía, surgiendo de la nada para golpear a su enemigo, mientras que el otro, pura fuerza, pura adrenalina, sencillamente se había convertido en un arma humana. El poder del Sol Invicto fluía por sus venas, endureciendo sus músculos, potenciando sus capacidades. Aparecía y desaparecía también, pero no porque se esfumase, sino porque nuestros ojos no podían seguir su velocidad.
Era inhumano.
Golpes, chasquidos de metal al chocar, un cuerpo al caer al suelo... alguien rodando. Un disparo, más golpes, un puñetazo en el estómago... y Reiner cayendo de espaldas contra una estatua en forma de delfín. El Centurión chocó violentamente contra la estructura, pero rápidamente se lanzó al suelo antes de que su oponente apareciese ante él y hundiese su espada en la piedra de la estatua. Reiner rodó por el suelo, alzó su espada y dibujó un arco vertical, logrando arrancar un chorretón de sangre a su oponente.
Un grito, una maldición... Reiner de nuevo en el suelo, esta vez con los brazos cruzados sobre el estómago. Giró sobre sí mismo, volvió a alzar su espada y, de repente, la sombra que era su oponente volvió a abalanzarse sobre él.
Empezaron a forcejear. Ambos se desarmaron y, a puñetazo limpio, iniciaron una brutal batalla en la que las sombras impedían que pudiese ver quién estaba venciendo. Por lógica, la fuerza bruta de un Agente de las Espadas debería vencer a la de un Agente de la Noche, pero...
Desenfundé mi pistola, apunté al cielo y disparé tres veces.
—¡¡Basta!!
Una docena de legionarios se unieron a mí, formando un círculo alrededor del perímetro. No los había oído llegar, pero por la rapidez de su aparición supuse que se encontraban por la zona, intimidados ante la violencia del enfrentamiento. Les lancé un rápido vistazo antes de que se perdieran entre las sombras y, alzando de nuevo el arma, volví a disparar.
—¡Detente ahora mismo! —grité de nuevo. Mi voz resonó por toda la plaza—. ¡No tienes escapatoria! ¡Baja las armas de inmediato o dispararemos! ¡Hazlo!
—Ya lo has oído, niñato —escuché decir a Reiner desde el círculo de oscuridad—. La fiesta acaba aquí.
La sombra del oponente de Reiner se materializó por un instante ante él, con la espada alzada. La punta de su arma estaba a apenas unos centímetros de la de Reiner, que emitía destellos dorados. La luz del Sol Invicto la hacía brillar con fuerza, mientras que las sombras del Pretor de la Noche devoraban el filo de la suya. Visto desde fuera, la imagen era impresionante. Noche y día, oscuridad y luz... Albia en pura esencia.
Cogí aire. Sabía que el estar rodeado por decenas de soldados que lo apuntaban no era sinónimo de victoria. Los agentes de la Noche tenían mil trucos con los que escapar de todo tipo de situaciones, y aquella no era diferente. Si quería, escaparía...
Pero por suerte para todos, no quiso hacerlo. En lugar de ello, sin bajar el arma, desvió su mirada hacia mí y permitió por un instante que las sombras mostrasen su auténtica identidad.
Un brevísimo instante que me bastó para que la sangre se me helase al reconocerlo.
Jyn tenía razón: aquello era cosa del destino.
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