Capítulo 5
Capítulo 5 – Davin Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial) – 2 años después
—¡Se escapa!
No, no iba a escapar. No lo iba a permitir.
Me encontraba en el recibidor principal de la planta, con mi pistola entre manos y los ojos fijos en la oscuridad, cuando, procedente del interior del apartamento donde se encontraba el Centurión y dos de mis compañeros, surgió una robusta figura. Tan solo pude verla durante unos segundos, pero fueron suficientes para descubrir que se trataba de una gran mole de metal con forma humanoide.
Un dron.
Alguien gritó que no me interpusiera, que saliese de su camino, pues por su corpulencia y velocidad el impacto sería demoledor, pero no obedecí. En lugar de ello me planté frente a él, en mitad de su camino, y disparé. Inmediatamente después, sin mostrar reacción alguna ante los impactos, que rebotaron contra su corpachón, me apartó con un fuerte golpe en el hombro y, dejándome en el suelo con el brazo totalmente dormido ante el brutal impacto, siguió corriendo, dirección a las escaleras.
—¡Davin! ¡Davin, maldita sea! —gritó Lyenor Cross, saliendo del interior del apartamento—. ¡Te dije que...!
Nuevamente no la escuché. Ni a ella ni a mi hermano, el cual, al igual que la Optio, había estado dentro del piso y se había enfrentado en primera persona con el dron. Tampoco escuché el grito del Centurión, que desde las profundidades del edificio me ordenaba que no me moviese. En realidad, no escuché a nadie salvo a mi propia conciencia gritándome que, de una vez por todas, demostrase lo que era capaz de hacer.
Y así lo hice.
Creo que en aquel entonces aún no tenía ningún hueso roto, aunque no tardaría en obtenerlo. A pesar de ello, el impacto había sido tan fuerte que mi mente estaba un poco aturdida. Es más, se podría decir que estaba en shock... o al menos eso dije después al ver que nadie me apoyaba. Personalmente creo que en pocas ocasiones he tenido la mente tan clara como en aquel entonces. De hecho, era tan consciente de lo que hacía que, en caso de que sucediese de nuevo, volvería a actuar de la misma forma, y es que, aunque nadie pudiese entenderlo, después de cinco años en la unidad Sumer sin haber logrado destacar, quería demostrar que me había ganado el puesto.
Así pues, sin obedecer a mis superiores ni escuchar a mi hermano, me levanté y me lancé a la carrera a las escaleras, por donde el ser metálico descendía a gran velocidad. Quería escapar y no se lo iba a poner nada fácil. Bajé el primer tramo de peldaños saltándolos de dos en dos hasta alcanzar el piso inferior. A continuación, viendo que el ser empezaba a distanciarse, salté por encima de la barandilla hasta el siguiente recibidor. Me incorporé con rapidez, ignorando el latigazo de dolor en las rodillas, y disparé mi arma justo cuando el dron pasaba a unos metros de mí, dispuesto a iniciar el descenso del siguiente tramo.
Nuevamente las balas rebotaron contra su blindaje. El dron me dedicó una fugaz mirada y alzó el puño derecho. Acto seguido una andanada de cuatro proyectiles surgiendo de su interior con mi cuerpo como objetivo. Me lancé al suelo, rodé y, sintiendo el calor del Sol Invicto empezar a llamear en mi interior, retomé la carrera por las escaleras, dejándome llevar por el instinto. Perseguí al dron a lo largo de dos plantas más, disparando contra su espalda y desequilibrándole a causa de la cercanía de los impactos, y no me detuve hasta que, alcanzada la planta baja, mi oponente se adentró en un largo corredor al final del cual se encontraban los accesos a los subterráneos. Descendí entonces las últimas escaleras, planté los pies sobre suelo firme y, sintiendo el poder de la Magna Lux desatarse, me propulsé con todas mis fuerzas sobre él, fundiéndome por unos instantes con la propia oscuridad del corredor. Desconcertado, el dron detuvo un momento su avance, tiempo suficiente para que proyectase de nuevo mi cuerpo fuera de las sombras y me abalanzase sobre él, logrando así lanzarlo al suelo.
Y aunque ahora soy consciente de que podría haber vencido de haber sustituido mi pistola por el cuchillo y haberlo hundido en el punto adecuado, en aquel entonces estaba tan aferrado a mi arma de fuego que traté de detenerle a base de disparos. Disparos que, como podréis imaginar, no sirvieron de absolutamente nada. Presioné varias veces el gatillo, arrancando únicamente chispas y destellos a su corpachón. Él, en cambio, utilizó sus propios puños metálicos para, con tan solo un par de golpes bien lanzados a las costillas, lograr inmovilizarme.
Lo último que recuerdo fue la sensación de salir propulsado por los aires. Nadie estuvo allí para poder confirmarme lo que sucedió, pero por cómo me encontrarían mis compañeros unos minutos después, desmadejado e inconsciente en el suelo, todo apunta a que me lanzó contra la pared. Por suerte, no recuerdo nada de lo que sucedió.
Desperté unas horas después, tumbado en la cama de la habitación del hotel, con el cuerpo vendado y un dolor atroz latiendo con fuerza en mi pecho. Mi intento de heroicidad me había costado varios huesos rotos y moratones que me acompañarían durante unos días. Por suerte, el poder del fragmento de Magna Lux que portaba en mi pecho me dotaba de una capacidad regeneradora superior a la del resto de mortales, por lo que mis heridas sanarían muchísimo antes de lo normal. Hasta entonces, sin embargo, me acompañaría un intenso dolor de huesos que ni tan siquiera los reproches de mi Centurión lograrían eclipsar.
—Eh, tío, ¿me oyes? ¿Estás bien? ¡Eh, Lansel! Ven, ha despertado.
La primera cara que vi al despertar fue la de mi hermano, con sus grandes ojos verdes y el cabello castaño claro enmarcando un rostro amable y casi siempre sonriente. En aquel entonces ya estaba a punto de cumplir los dieciocho y el parecido con mi padre era más evidente que nunca. Muy alto, musculoso y dotado con el aura cercana tan característica de los Sumer, Damiel era el vivo reflejo de lo que generación tras generación había sido mi familia.
El segundo rostro que vi, por contra, fue el de Lansel Jeavoux, un hombre totalmente distinto a mi hermano pero con el que, por alguna extraña razón, había surgido un vínculo de amistad del que incluso yo sentía algo de envidia. Lansel, tres años mayor que Damiel, era un hombre muy delgado y de estatura baja. Su piel era tremendamente blanca, mucho más que la mía, y tenía los ojos negros siempre enmarcados por ojeras oscuras. Su cabello era azabache y ligeramente largo, con el flequillo cubriendo parte de una mirada que, aunque no se correspondía con lo que realmente sentía, siempre transmitía un aura perversa.
Lansel y Damiel eran como la oscuridad y la luz hechas carne. El primero era frío y sanguinario, una máquina de matar perfectamente entrenada para acabar con cuanto se cruzase en su camino sin borrar de la cara la sonrisita maliciosa que siempre le acompañaba. Mi hermano, sin embargo, era todo amabilidad y justicia. Cuando era necesario era el más salvaje y letal de todos, pues gracias al Sol Invicto tenía unas capacidades únicas que lo convertían en un hombre muy peligroso, pero siempre que fuese posible buscaba otras alternativas.
Para él, la muerte no siempre era el camino.
—Te dábamos por muerto, tío —saludó Lansel con su sonrisita de hiena adornando el rostro más sombrío que conocía—. Te han molido bastantes huesos.
—Gracias, hombre —murmuré y, ayudándome de mi hermano, me incorporé en la cama—. Por el Sol Invicto, me duele todo.
—Te dije que no lo hicieras —me recordó Damiel con pesar—. ¿Es que no me oías? Bueno, ni a mí ni a la Optio. Pasaste de nuestras caras.
—Ya, bueno... la adrenalina, imagino.
Los tres sabíamos que no era cierto, pero preferimos fingir. Mi situación en la unidad era complicada, y cuanto más tiempo pasaba, más evidente era mi incomodidad. Por suerte, mi hermano siempre estaba a mi lado cuando lo necesitaba, y aunque a veces no me mereciese su amabilidad, él nunca me negaba la ayuda.
—Le echaste muchos huevos, la verdad —exclamó Damiel—. Gracias a ti logramos dar caza a ese bicho. Si no hubieses intervenido, se nos habría escapado.
—¿Lo cazasteis?
—Ya te digo —aseguró Lansel—. Mientras tú lo frenabas, Damiel y yo saltamos por la ventana del apartamento y nos preparamos para darle un buen recibimiento en la calle. Le dimos una buena entre los dos.
—Vaya —respondí, sorprendido—. ¿Y el Centurión os dejó hacerlo?
—Padre estaba demasiado ocupado corriendo tras de ti, Davin —confesó mi hermano—. Creía que te iba a matar. De hecho, en cierto modo todos lo creíamos. Ese bicho era peligroso.
—Y sin embargo vosotros dos pudisteis con él...
No lo hacían a propósito. Al menos no Damiel. Sobre Lansel siempre tuve mis dudas, aunque quiero pensar que no había malicia alguna en sus palabras. No obstante, revelaban mucho. Aunque hubiese superado el periodo de aprendiz en la unidad y fuese oficialmente un Pretor, no creían en mí. Mis habilidades se estaban desarrollando pero tal era mi lentitud en mejorar que habían perdido la confianza en mí. Y sí, me apreciaban, desde luego, pero me consideraban débil, defecto imperdonable para alguien de nuestra Casa.
—Pero lo conseguimos solo porque tú le diste una buena, Davin —aseguró mi hermano—. De lo contrario nos habría matado a los dos.
—Ya, bueno —dije, y antes de que mi malestar se pudiese reflejar aún más en mi cara, decidí cambiar de tema—. ¿Hemos descubierto algo? ¿Se sabe ya el paradero de la chica?
Los últimos dos años no habían sido fáciles. Inmersos plenamente en la misión secreta que estaba llevando a cabo mi padre, de la que por cierto nosotros no sabíamos nada, habíamos pasado gran parte de nuestro tiempo en la frontera con Talos, uno de los reinos enemigos de Albia. Nuestro propósito allí nunca se nos había sido revelado, pues la misión venía impuesta por el propio Emperador y mi padre tenía prohibido compartirla incluso con los suyos, pero no cabía duda de que era importante. Aidan celebraba muchas reuniones secretas con agentes del reino rival, y aunque por el momento no habían llegado a ninguna conclusión, era evidente que de aquellos contactos tarde o temprano se sacaría algo en claro.
Mentiría si dijese que no tenía mis propias teorías al respecto. Durante las largas guardias en las que pasábamos horas fuera de los puntos de encuentro, cara a cara con los guardias de quien fuese que se reunía con el Centurión, se me pasaban todo tipo de ideas por la cabeza, pero la que tenía más fuerza era la de un futuro golpe de estado. El Rey de Talos, Kritias Asatryan, era un enemigo peligroso al que eliminar y era cuestión de tiempo de que Albia tomase cartas en el asunto.
Y aunque durante estos últimos dos años nos habíamos concentrado prácticamente solo en aquella misión, cada cierto tiempo regresábamos a Hésperos, donde seguíamos trabajando en el caso que dos años atrás habíamos empezado: el de los Giordano.
Un caso que incluso ahora sigue poniéndome la piel de gallina.
Tras la trágica muerte de gran parte de la familia y la desaparición de la hija de Julian Giordano, el asesino había seguido actuando arrebatando muchas otras vidas y dejando tras de sí siempre un rastro más que reconocible, notas y, lo que aún era peor, alguna que otra grabación en la que Mina Giordano, secuestrada, imploraba ayuda a mi padre para que la salvase.
Terrible.
Las cosas no eran fáciles para mi padre, la verdad. El Centurión de la Unidad Sumer estaba pasando una temporada de gran tensión y presión, y aunque en ningún momento perdía la sonrisa, sabía que estaba en un mal momento. Lamentablemente, por mucho que lo intentaba, no dejaba que me acercase a él para ayudarlo, que le tendiese mi mano y combatiésemos todo lo que estaba sucediendo juntos, por lo que la distancia entre nosotros empezaba a ser cada vez más grande.
—Seguimos igual —confesó Lansel—. Aún no sabemos si ha estado presente en el escenario del crimen pero teniendo en cuenta los patrones de nuestro asesino, es más que probable.
—¿Qué había en el apartamento? ¿Qué encontrasteis?
—No quieras saberlo —murmuró Damiel—. Ha sido una auténtica sangría.
—¿Y por qué no debería saberlo? —replicó Lansel, de brazos cruzados—. Anda ya, si se va a enterar igual por Mia o por Olic. Había una chica muerta, Davin, como siempre. Desangrada en la ducha, dándose un baño en su propia san...
—Lansel...
La interrupción de Damiel le torció la sonrisa.
—A veces tengo dudas sobre cuál de los dos es el hermano mayor —advirtió—. En fin, vosotros sabréis, pero...
—Lansel, Damiel, dejadnos a solas.
La repentina aparición de mi padre logró sobresaltarnos. No era la primera vez que surgía de entre las sombras, silencioso cual gato, pero en aquel entonces, estando en un lugar seguro, el que estuviese utilizando sus capacidades era perturbador.
Perturbador y sospechoso.
Me pregunté cuánto tiempo llevaría espiándonos...
Obedientes, mi hermano y Lansel se apresuraron a abandonar la sala, conscientes de que la expresión sombría de mi padre no era buena señal. Antes de cruzar la puerta, sin embargo, Damiel alzó el puño con el dedo pulgar extendido, en señal de apoyo. Mi padre no estaba de humor, y si bien no solía darse en demasiadas ocasiones aquella situación, cuando sucedía el mundo temblaba bajo sus pies.
Me preparé para lo peor. Enfadar a Aidan Sumer era peligroso, pero desobedecer sus órdenes era un auténtico suicidio, y más cuando las consecuencias eran tan nefastas.
—Davin —dijo a modo de saludo.
Y sin esperar a que yo respondiese, se detuvo frente a la cama para mirarme desde lo alto de sus casi dos metros de altura.
—¿Cómo te encuentras, muchacho?
¿He dicho ya alguna vez que mi padre era uno de los hombres más imponentes que conocía? Alto y musculoso, con unos grandes ojos verdes que parecían verlo todo y una expresión siempre amable que cuando se ensombrecía era capaz de intimidar hasta al más valiente, Aidan era una de esas personas difíciles de olvidar. Lucía el cabello castaño muy corto, prácticamente rapado, muchas veces oculto por su casco de Centurión. Él aseguraba que no, pero por el lustre de las plumas negra de la cresta, era evidente que cuidaba prácticamente a diario de él. Del casco y del uniforme, por supuesto. Incluso rodeado por el habitual desorden que lo caracterizaba, el traje negro de mi padre siempre lucía como nuevo, con los cordones plateados brillantes y los botones en perfecto estado. También solía sacarle lustre a las botas, de cuero negro y altas hasta las rodillas, a la capa y al broche en forma de daga y luna con la que se la anudaba al pecho.
Aquel amuleto brillaba con luz propia.
—Vivo, que no es poco —respondí, tratando de evitar su intensa mirada capaz de sonsacarle la verdad incluso a los muertos—. Me duele un poco el cuerpo, pero...
—Tienes varios huesos rotos —interrumpió él, cruzando los brazos sobre el pecho. Las nudilleras de sus guantes, púas de color plateado, brillaban bajo la luz de la única vela que iluminaba la estancia—. Y podrían haber sido muchos más. De hecho, podrías haber muerto. Eres consciente de ello, ¿verdad?
Era consciente. Ahora lo era, desde luego, pero en el momento en el que había actuado simplemente me había dejado llevar, tal y como hacían siempre los Sumer.
Giré sobre sí mismo para darle la espalda. No quería hablar con él. Mi padre era una buena persona pero hacía tiempo que su comportamiento dejaba mucho que desear. Siempre trataba de agradarnos a mi hermano y a mí poniéndonos al mismo nivel, pero lo cierto era que sus palabras y sus actos no hacían más que evidenciar la diferencia que había entre nosotros. Mientras que Damiel sobresalía en todo y brillaba cada vez más, mi llama se iba apagando, eclipsada por la de mi hermano. Y él no era el culpable, por supuesto, ni mi hermano ni mi padre, pero cuanto más confianza creía depositar en mí, menor era la seguridad que tenía en mí mismo.
—Davin...
—Te he vuelto a fallar, padre —dije de espaldas a él, sin atreverme a mirarle a la cara—. Sabía que era peligroso pero...
—Me has vuelto a fallar, sí —interrumpió el Centurión con frialdad—. Creía que eras capaz de cumplir órdenes, pero ya veo que me equivocaba.
Sorprendido ante sus palabras, volví la mirada atrás. Ciertamente había desobedecido, tal y como en tantas ocasiones había hecho mi hermano, ¿pero acaso no formaba parte de nuestra esencia? Los Sumer éramos rebeldes y desafiantes, feroces y decididos. ¿No implicaba entonces que de vez en cuando teníamos que desobedecer alguna orden con tal de obtener un bien mayor?
Una desagradable sensación de mal estar empezó a aflorar en mi interior.
—¡Pero no podía dejarlo escapar! —me excusé—. ¡Podía tener información importante!
—¡Pero te dije que no intervinieras! Una orden es una orden, Davin, y me da igual que seas mi hijo o el mismísimo Emperador. Si te digo que no te muevas, no te mueves y punto.
Aunque no alzó el tono de voz, mi padre expresó aquellas palabras con un tono tan autoritario que no pude evitar que el corazón se me acelerase, furioso. Me había equivocado, sí, pero en el fondo había actuado como cabía esperar de alguien de mi categoría. Formar parte de la Casa de la Noche no implicaba quedarse de brazos cruzados cuando un criminal escapaba. Al contrario, como Pretor de la Noche mi obligación era no solo darle caza, sino arrancarle toda la verdad, costase lo que costase. Y si para ello tenía que ganarme unos cuantos huesos rotos, lo haría sin dudar, pues formaba parte de mi trabajo. Sin embargo, la visión de mi padre era diferente. Al menos en mi caso. Aunque yo fuese un Pretor, él seguía viéndome como un crío desvalido y sin talento y quería protegerme como tal. No quería que nada pudiese dañarme... que nada pudiese evidenciar mis limitaciones.
Era desesperante.
Furioso, volví a dar la espalda a mi padre. Aunque quería gritarle las cuatro verdades que tanto me atormentaban desde hacía meses, no me atrevía a hacerlo. Sabía que era injusto, que en el fondo solo lo hacía porque me quería, pero aquel trato me sacaba de quicio. ¿Hasta cuando iba a seguir tratándome como un niño? Y lo que aún era peor, si realmente no confiaba en mí, ¿por qué insistía en que siguiese en la unidad?
Cerré los ojos con fuerza, consciente de que mi propio veneno me estaba tensando los músculos de tal forma que pronto los huesos rotos empezarían a doler horrores.
—Maldita sea, Davin, ¡deja de comportarte como un crío! Estamos hablando. ¿Es que no te das cuenta que lo hago por tu propio bien?
Lo sabía, por supuesto que lo sabía, y precisamente por ello me dolía tanto aquella situación. Quería a mi padre pero cuanto más cerca estaba de él, más evidente era la carga en la que me estaba convirtiendo.
Me obligué a mí mismo a serenarme. Alcé la mano hasta el rostro y me sequé la única lágrima de impotencia que aquel último arrebato de rabia había logrado provocarme. A continuación, respirando hondo para recomponerme, volví a girarme hacia él.
—Me sobre-proteges.
—¿Y acaso eso es malo? Preocúpate el día que no me importe que te maten, pero no ahora. Eres uno de mis chicos, ¿qué esperabas?
—Con el resto no actúas de la misma forma, y lo sabes.
Sorprendido, mi padre tomó asiento en la cama para mirarme más de cerca.
—¿Qué insinúas? ¿Acaso crees que por ser mi hijo mayor te tengo en mayor estima que al resto? ¿Que te prefiero a ti antes que a ese viejo ratón de biblioteca, o a esa mujer capaz de derribar un elefante de un manotazo? Y por no hablar de Lansel, cuyo cuchillo amanecerá un día de estos clavado en mi pecho, o tu hermano pequeño, tan irreverente y deslenguado que hay días que prefiero fingir no haberlo escuchado que responder a lo que dice. —Negó con la cabeza—. En serio, Davin, ¿crees que te prefiero por encima de toda esa panda de tarados? Porque si es así, es que no tienes ni idea de quién es tu padre, hijo mío, y eso sí que me preocupa.
Logró arrancarme una sonrisa, como siempre había hecho con todos. Me tendió la mano y yo se la cogí, sellando así momentáneamente una paz que no duraría demasiado.
—Eres uno más, Davin, métetelo en esa cabeza tan dura que te ha dado el Sol Invicto.
—Entonces trátame como a uno más.
—¿De veras crees que habría actuado de otra forma de haber sido otro el que hubiese desobedecido órdenes? Pregúntale a tu hermano y a Lansel qué les va a pasar por haberse hecho los héroes. No quiero demostraciones de valor ni locuras innecesarias. Si estáis aquí es por algo, punto. ¿Te ha quedado claro?
Respondí con un asentimiento de cabeza. Aunque no estaba del todo convencido de lo que decía, preferí no echar más leña al fuego. Más tarde ya aclararía las cosas con mi hermano.
—Sí, padre.
—¿Padre? —Incómodo ante el término, Aidan me apretó la mano con fuerza, logrando con aquel sencillo gesto arrancarme una exclamación de dolor—. No estamos en casa, chaval. Aquí soy tu Centurión, no te olvides.
—Sí... sí, Centurión. Lo que tú digas.
—Buen chico. Ahora descansa unas horas, Damiel se encargará de recoger tus cosas.
—¿Recoger mis cosas...?
—¿De veras creías que desobedecer no iba a traerte consecuencias? —preguntó, y recuperando la expresión sombría con la que había aparecido, se puso en pie—. No te hagas el tonto, Davin, no te pega. Nos vemos en unas semanas.
No volví a ver a mi padre en mucho tiempo. Con Lyenor Cross a la cabeza, Damiel, Lansel y yo tomamos un tren de regreso a Hésperos mientras que Aidan, Mia y Olic se dirigían de nuevo hacia la frontera de Talos, para finalizar la misión que el Emperador le había asignado. Aquella operación traería muchas consecuencias a nivel político, sobre todo para aquellos que aún creían que entre nuestro enemigo ancestral y Albia podría llegar a haber algún tipo de entendimiento, pero también para la unidad.
Una unidad que jamás volvería a estar unida.
Pero mientras que mi padre se lo pasaba en grande haciendo lo que fuese que iba a hacer en Talos, los más jóvenes nos encontrábamos en un tren camino a la capital con la sensación de estar siendo castigados injustamente. Lyenor trataba de calmar los ánimos mostrándose amable y comprensiva, toda sonrisas, pero nosotros nos sentíamos tan molestos por la decisión del Centurión que ni tan siquiera la promesa de unas cuantas cervezas en "La Espada y la Luz" a nuestra llegada logró sacarnos del silencio prácticamente absoluto que nos acompañó a lo largo de la mayor parte del viaje.
Pasé la mayor parte del viaje tumbado en la litera de nuestro camarote dormitorio, mirando el techo de madera mientras el tren avanzaba a través del hermoso paisaje de Albia. Con cada hora que pasaba mis heridas estaban mejor, pero aún tardaría unos cuantos días más en recuperarme por completo. Hasta entonces, por recomendación de mi Optio, intentaría estar quieto, o al menos moverme lo menos posible, excusa perfecta gracias a la cual, llegada la caída de la noche, no tuve que ir a cenar con ellos.
—¿Estás seguro de que no quieres venir, Davin? —me preguntó mi hermano por tercera vez, ya bajo el umbral de la puerta.
Desde el pasadizo Lansel y Lyenor nos miraban con disimulo. La curiosidad del primero era meramente morbosa. Lansel disfrutaba con nuestros tiras y aflojas familiares. Era, por así decirlo, una distracción más. Para Lyenor, sin embargo, era diferente. El que aquella noche no quisiera cenar con ella evidenciaba la cada vez más inexistente relación entre nosotros, y supongo que no le gustaba. A mí, personalmente, me daba igual su opinión.
—Te puedo llevar en brazos si quieres —propuso Damiel sin maldad alguna—. En serio, Davin, lo que haga falta.
—Lo que me faltaba —respondí yo, sombrío—. No tengo hambre, Damiel. Vete ya, anda, te están esperando.
—Ya, pero...
—Cierra la puerta al salir.
Ya a solas, a sabiendas de que aquella noche tan solo Lansel podría conciliar el sueño tranquilo, saqué del bolsillo del pantalón el teléfono móvil y revisé las llamadas. Como de costumbre, no tenía ninguna. Tampoco tenía ningún mensaje, cosa que no me sorprendió. A diferencia de mi hermano o mi padre, yo era un tipo solitario y me enorgullecía de ello. Perder el tiempo en nimiedades no era lo mío... al menos en la teoría, claro.
Esperé un par de minutos más para asegurarme de que el resto de mi unidad se hubiese ido para buscar el número de mi tío en la agenda y llamarle. Todos sabían que mi tío era alguien muy importante para mí, prácticamente mi mejor amigo, pero no me gustaba que me escuchasen hablar con él. Luther Valens era la única persona con la que compartía todas mis inquietudes y, conociendo a mis compañeros, prefería que no cotilleasen sobre ello. Bastantes motivos tenían para hablar a mis espaldas como para darles más aún.
—Me alegro de oírte, Davin —dijo mi tío a modo de saludo—. Empezaba a creer que te habías olvidado de mí.
—Eso nunca, tío. Perdona, llevamos unas semanas fuera y no ha sido fácil.
—Nunca lo es —admitió él con sencillez—. ¿Cómo estás? ¿Y tu hermano? Hace meses que no sé nada de él. ¿Qué tal todo por Cívica?
La red de contactos de mi tío Luther podía llegar a asustar. Él aseguraba que todo buen agente de la Noche debía estar siempre informado, saber cuánto sucedía en todo el continente en todo momento, y para ello era necesario establecer una red de confianza. Y aunque tenía razón, hasta entonces nunca había conocido a nadie con un control como el suyo. Mi tío tenía amigos y conocidos en absolutamente todos los rincones, ojos y oídos que veían cuanto sucedían a su alrededor y que, en tiempo récord, le informaban de absolutamente todo...
Como por ejemplo, que la Unidad Summer se encontraba en Cívica, una de las ciudades albianas más cercanas a la frontera con Talos.
—No se te escapa una, tío.
—Por el bien de todos, ni una —respondió con acidez—. Pero dime, sobrino, ¿qué haces de camino a la capital? Creía que te dirigías a la frontera.
—Y así era. En el último momento mi Centurión ha decidido enviarnos a mí y a unos cuantos más de regreso.
—Déjame adivinar...
Aproveché los segundos de reflexión de mi tío para comprobar el mensaje de texto que acababa de recibir. Mi hermano, como no, insistía en que me uniese a ellos en el vagón cafetería.
—Y supongo que os habrá mandado con Cross, ¿verdad?
—Has acertado.
—Era predecible. La misión que han asignado a tu Centurión no es sencilla precisamente, Davin. En cierto modo me alegro que os haya enviado de regreso. Ya tendréis tiempo para morir por la causa.
—¿Tan peligrosa es?
Su silencio bastó para que un escalofrío me recorriese la espalda. Desvié la mirada instintivamente hacia la puerta, cuya madera crujía cada vez que las ruedas del tren encontraban gravilla a su paso, y entrecerré los ojos. Aunque a veces no nos entendiésemos y estuviese enfadado por el castigo, me preocupaba la seguridad de mi padre.
—¿Debería volver con él, tío? Si la misión es tan peligrosa quizás pueda servir de ayuda.
—Lo único que haríais tú y tus amigos es estorbar, sobrino —dijo con sencillez. Lejos de querer ofender, la sinceridad de mi tío a veces era tal que incluso rallaba la grosería—. Lo mejor que podéis hacer es lo que precisamente estáis haciendo: regresar. Además, hace tiempo que no nos vemos. Quizás, en vez de esconderte en ese agujero en el que tiene tu Centurión metida a toda su unidad, podrías venir a verme a casa. Tengo algo que proponerte.
—¿Ah sí? ¿El qué?
—Ven a verme y lo descubrirás —aseguró—. Cuídate Davin... y cena algo, esas heridas no van a sanar solas.
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