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Capítulo 46

Con gran tristeza me despido de las vacaciones de Navidad... han sido días fantásticos, eso sí, en los que he podido no solo descansar, sino hacer un montón de cosas, así que me doy más que por satisfecha. Además, los Reyes Magos se han portado francamente bien :) ¡Así resulta más fácil enfrentarse al nuevo año!

Espero que hayáis disfrutado de las Navidades vosotros también :) Cierto Rey Mago me ha dejado un regalito para vosotros aquí... espero que lo disfrutéis ^^ 



Capítulo 46 – Aidan Sumer, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




Nos habían atacado.

A lo largo de todos mis años de carrera había visto muchas cosas, desde asesinatos a traiciones, pero aquello era totalmente nuevo. Nunca antes un hermano se había vuelto contra otro hermano. Pretor contra Pretor... albiano contra albiano. No tenía sentido... no cabía en ninguna cabeza. Sin embargo, había pasado. Aquella noche varios Pretores de la Casa de las Espadas habían entrado en la Ciudadela en busca de un prisionero de guerra, y a su paso habían dejado varios cadáveres y un fragmento de Magna Lux.

No conocía a los hombres que nos habían atacado, ni tampoco al Pretor de la Casa del Invierno que había muerto en sus manos, pero me sentía profundamente dolido por lo ocurrido. Mi mente no podía concebir actos tan atroces, e incluso cuando uno de los supervivientes nos narraba los acontecimientos con la voz entrecortada, me costaba creer que lo que estaba diciendo fuese cierto.

Pretores contra Pretores...

No tardaron más que unas horas en identificar a los culpables. Se trataba de varios miembros de la Unidad Reiner, un grupo de Pretores relativamente jóvenes cuya lealtad era para el Centurión Tristan Reiner. Sus nombres me resultaban extraños, pero aún más el que ahora estuviesen bañados en sangre. Tristan Reiner, Aiden Aldryn, Cystys Seane, Thallus Kenner, Alexander Rienzi y Vanya Noctis. Aquellos hombres y mujeres habían luchado junto al príncipe Doric en el norte; habían viajado hasta la frontera de Throndall y habían estado a su lado hasta su desaparición. ¿Cómo imaginar que podrían traicionar a Albia después de tantas demostraciones de lealtad?

Había quien creía que la pérdida de Doric los había hecho enloquecer. Era posible. La desaparición del heredero había sido un golpe muy duro de asimilar... ¿pero acaso no estábamos preparados para ello? Por el Sol Invicto, ¡éramos Pretores! Nada de todo aquello tenía sentido.

—¿Quién es el tipo al que han liberado?

—Un tal Vestein, de Throndall.

—Dicen que es el único que sabe algo sobre el paradero del príncipe... puede que quieran interrogarlo.

—Podría ser... pero si realmente supiese algo, ¿acaso no se lo habrían sacado ya nuestros propios interrogadores?

Eran muchos los comentarios que se escuchaban aquella mañana en el salón donde el príncipe Lucian Auren nos había convocado. Las desconcertantes noticias que nos llegaban a cuenta gotas estaban logrando encender la hoguera de las dudas, y cuantos más datos recibíamos, más eran las teorías conspiratorias que había alrededor de lo sucedido. Había quien quería ver un intento desesperado por seguir con la búsqueda del príncipe heredero por parte de la Unidad Reiner, mientras que otros se limitaban a tacharlos de traidores. Había quien incluso insinuaba que ellos mismos podrían estar detrás de la desaparición y que ahora intentaban acallar bocas...

En fin, había una auténtica tormenta de ideas y de posibilidades frente a las que era francamente complicado posicionarse. Los jóvenes lo hacían, por supuesto. Eran libres de ello. Los más veteranos, sin embargo, sabíamos que la verdad absoluta no existía. Siempre había matices... y si bien era innegable que aquellos hombres habían asesinado a un Pretor de la Casa del Invierno junto a varios otros guardias, aún era pronto para dictaminar sentencia.

—Tristan Reiner —reflexionó Lyenor Cross a mi lado, de brazos cruzados—. Lo conozco. Me cuesta creer que se haya metido en algo así.

—Y sin embargo, lo ha hecho.

Lyenor había llegado hacía tan solo unos minutos, poco antes de que los Pretores de la Casa de la Corona que custodiaban la sala cerrasen las puertas. Estábamos en alerta: la ciudad entera se había blindado, lo que comportaba que el Palacio Imperial también.

—Habrá algún motivo —insistió—. No me creo que haya perdido la cabeza así porque sí. No tiene sentido.

—No tiene sentido, no —le concedí—. Pero aunque tuviese un motivo, ¿acaso es excusa suficiente para matar a uno de los nuestros? —Negué con la cabeza—. Es inaceptable.

—Depende.

—¿Depende?

—Sí, depende.

Preferí no profundizar en el tema. El serio semblante de Lyenor evidenciaba que no estaba pasando por un buen momento. Tanto sus hombres como ella llevaban una temporada fuera de Hésperos, dando caza a los componentes de los "Voces Rotas", trabajo que no estaba siendo especialmente grato. Junto con los tres últimos miembros que habían detenido en las últimas horas ya eran doce las personas que habían sido encarceladas, y la lista no parecía acabar. Cada vez que volvían a la ciudad nuevos nombres se añadían, con lo que aquello comportaba. Además, de momento únicamente eran detenidos. Lo que pasase a partir de ahora, era todo un misterio.

Permanecimos un rato más esperando. Lucian había convocado a las Unidades de la Casa de la Noche que se encontraban por la zona, seis en total. Había muchas más, desde luego, pero se encontraban en el extranjero, por lo que había preferido no apartarlos de sus destinos. Albia vivía momentos demasiado complicados como para poder permitírselo. Así pues, en la sala estaba la Unidad Valens, la Cross, la Miseidi, la Cassia, la Doménica y la Sumer. También había agentes independientes cuyos nombres desconocía. Últimamente las cosas dentro de la Casa de la Noche estaban cambiando, con cada vez más agentes trabajando en solitario que en Unidades, por lo que era complicado saber realmente cuántos éramos.

Sea como fuera, poco importaba. A aquellas alturas, después de la noticia del día, lo que todos queríamos saber era lo que iba a suceder, y pronto, muy pronto, lo íbamos a descubrir.

Lucian entró en la sala escoltado por media docena de Pretores de la Corona unos minutos después de lo acordado. Aquella mañana estaba cansado y ojeroso, pero no parecía especialmente afectado por lo ocurrido. El desafío de los agentes de la Casa de las Espadas recibiría una respuesta, por supuesto, pero antes había otro tema mucho más importante que tratar. Un tema que, mientras que nosotros esperábamos tranquilamente en la sala, había sido valorado y decidido en el Palacio del Senado.

—Pretores de la Casa de la Noche, agradezco vuestra presencia —empezó—. Sé que ha sido una convocatoria repentina y que apenas habéis tenido tiempo para reaccionar, pero la situación lo requería. Después de los últimos acontecimientos, el Senado ha tomado una decisión. Albia necesita un líder fuerte que la proteja de los enemigos tanto externos como internos. Es por ello que esta madrugada, poco después de que saliesen a la luz los desgarradores sucesos que ya todos conocemos, se ha celebrado una reunión de emergencia. He informado personalmente a los representantes sobre lo que ha ocurrido y el senador Galedur Morven ha propuesto adelantar la coronación...

¿Adelantar la coronación? Creo que por un instante todos los presentes contuvimos la respiración. Todos.

—Y la propuesta ha sido aceptada y ejecutada. Señores, tienen ante ustedes al nuevo Emperador de Albia.




Una hora después de la reunión en la que Lucian Auren había anunciado su coronación, su majestad pidió a los miembros de la Unidad que nos quedásemos. Quería oficializar lo que ya Damiel y yo sabíamos. Nuestro equipo se iba a dividir, y viendo el cambio de rumbo que estaban tomando las cosas, temía saber cuál iba a ser el destino de ambos.

—Esta es la primera vez que una Unidad tiene doble liderazgo —reflexionó el Emperador tras dejar a todos los presentes mudos ante la sorprendente noticia—. Es algo nuevo y difícil de gestionar en apariencia, pero que confío en que llevará a la Unidad Sumer a lo más alto. Habéis demostrado en centenares de ocasiones vuestra lealtad como miembros de la Liga Áurea. Ahora, muy a mi pesar, debo volver a pediros apoyo. Hay quienes luchan por destruir aquello que con tanto esfuerzo hemos construido. Amigos que nos ultrajan y traicionan... compañeros que han decidido cruzar la línea para dejar de ser miembros de nuestra comunidad para convertirse en enemigos. Y los hay aquí, en la propia Hesperos... —La mirada del Emperador se fijó momentáneamente en mí—. Pero también los hay en nuestras fronteras y más allá. Lo sabéis, siempre lo habéis sabido.

—Somos conscientes de ello, alteza —admití, dando un paso al frente—. Y podéis contar con nosotros para enfrentarnos a todo aquel que ose ensuciar el nombre de nuestro Imperio. La Unidad Sumer siempre servirá a Albia y a su Emperador.

—Siempre —me secundó Damiel.

El resto de miembros de la Unidad nos secundaron tímidamente. La mayoría de ellos aún estaban muy impactados ante la noticia de la división, pero poco a poco iban ubicándose. Para cuando acabase la reunión, que no sería mucho más tarde, ya todos sabrían de qué lado iban a posicionarse.

—Os lo agradezco, Pretores. —El Emperador asintió con la cabeza, agradecido—. Aidan, tú y los tuyos os quedaréis en Hésperos, silenciando a los enemigos del Imperio desde su corazón. La Casa del Invierno está trabajando activamente en ello, pero necesitan apoyo. Es por ello que, junto a la Unidad Cross, he pensado en vosotros. No hay nadie mejor para ello. El Senador Galedur Morven ha preparado la documentación con todos los nombres. Quiero que localicéis a esos hombres y mujeres y los traigáis cuanto antes.

—¿Serán enviados a la Ciudadela? —preguntó Misi con inocencia.

El Emperador no respondió a la pregunta. No, no iban a ser enviados a la Ciudadela. Desconocía qué iba a ser de ellos, pero no les auguraba un buen destino.

—Depende. Algunos de los casos serán estudiados con detenimiento para que los acusados reciban un juicio justo —aseguró Lucian—. Albia no es un país de salvajes: las leyes prevalecen sobre todo. El resto, sin embargo, no tendrá derecho a ello. Sus crímenes son demasiado graves. Confío en que sabrá hacer lo que debe con ellos, Centurión.

Asentí con la cabeza, sintiendo la mirada de Misi taladrarme la nuca. Sabía perfectamente lo que opinaba al respecto, y aunque en cierto modo podía llegar a entenderla, las órdenes eran claras.

—Sí, alteza.

Lucian paseó la mirada por todos los presentes antes de concentrarse en mi hijo, sondeándolos. En momentos como aquel tenía la sensación de que le bastaba con mirarnos a los ojos para saber lo que estábamos pensando. Por suerte, mis chicos eran buenos mentirosos.

—Damiel, tu destino se encuentra en las afueras de Albia, más allá de la frontera con Talos. Nos han llegado informes de que la General Gloria Roshtrack fue vista por los alrededores del río Thaal pocas horas antes de que mi sobrino desapareciera. Al parecer, una de sus divisiones se encontraba por la zona, con Maica Roshtrack liderando la expedición, y Gloria en el campamento principal. Se trata de una de las Generales con mayor peso dentro del ejército Talosiano... dicen que tiene línea directa con el Rey Kritias. —Lucian extendió el brazo hacia mi hijo y apoyó la mano sobre su hombro—. Tengo un mal presentimiento, Damiel. No creo en las casualidades, y el que esa mujer se encontrase por la zona cuando Doric desapareció ha activado todas mis alarmas.

—¿Cree que la General puede estar tras la desaparición del príncipe? —preguntó Lansel con cierta sorpresa—. En caso de ser así, Talos estaría rompiendo el tratado de paz que firmó el Emperador Konstantin con el Rey Kritias.

—¿Y acaso te sorprendería, Pretor? —Lucian negó con la cabeza—. Los talosianos son los reyes del engaño. Era cuestión de tiempo que nos traicionasen.

Intercambié una fugaz mirada con Damiel. No conocía personalmente a Roshtrack, pero había oído hablar de ella. Tras varias décadas de servicio al Rey con magníficos resultados, Gloria Roshtrack había sido ascendida a General. A su cargo había un ejército de tamaño medio, con más de trescientos drones de combate pesados entre sus filas. Se decía de ella que era desconfiada, de ahí a que hubiese convertido a sus tres hijas en los oficiales de mayor rango de su milicia. Maica Roshtrack como líder de los exploradores, Lisa Roshtrack al mando de la infantería mecanizada y Rosam Roshtrack de los drones de batalla. En definitiva, un cuarteto de mujeres duras y leales a las que el Rey Kritias no solo les había dado su bendición, sino también una autonomía que bien podría haberlas arrastrado a cometer un gran error.

—El acuerdo de paz entre Albia y Talos sigue en vigor de momento, pero si mi instinto no me falla, cosa que estoy convencido de que no lo hace, esas mujeres lo han roto con su traición —prosiguió el Emperador—. Es por ello que quiero que vayas a su campamento, Damiel. Gloria Roshtrack es una mujer estoica: si me la trajeras, no hablaría ni bajo tortura. No obstante, tiene una debilidad...

—Y esa debilidad tiene nombre de mujer —murmuró Misi por lo bajo tras de mí.

—Tráeme a su hija menor: Maica Roshtrack —sentenció el Emperador—. Todo apunta a que ella está detrás de la desaparición de mi sobrino. Tráela y la haré hablar. Y si no quiere hacerlo, lo hará su madre, tenlo por seguro.




Volvimos en completo silencio al Jardín de los Susurros, sumidos en nuestros propios pensamientos. La división de la Unidad ya era real. Aún no nos habíamos repartido, pero todos habían tomado ya su decisión, lo que era mucho mejor para nosotros. No queríamos obligar a nadie a tener que elegir entre una vida en el destierro o encerrados en Hésperos.

Tan pronto llegamos a la guarida reuní a todos mis Pretores en el salón principal, alrededor de la mesa, y sin tan siquiera esperar a que tomasen asiento, ordené a Damiel que se situase a mi lado. A continuación, bajo la atenta mirada de todos los presentes, les di la opción a elegir.

Rápido y brusco, la mejor forma de que fuese lo menos doloroso posible.

—Nunca pensé que llegaría este momento —dije para empezar—, pero los tiempos han cambiado y debemos adaptarnos. Damiel y yo podríamos sentarnos y decidir por vosotros vuestro destino, pero lo consideraría un error. El Emperador ha sido claro al respecto. Ante vosotros se abren dos caminos: dos opciones. Si lo que queréis es instalaros en la capital y convertiros en la mano derecha del Emperador, uniros a mí. Tendréis algo más de estabilidad, aunque menos de la que probablemente querrían vuestros padres. No olvidéis quién sois. La Casa de la Noche nació para proteger a Albia de lo que aguarda más allá de sus fronteras, no de sus propios demonios. El Emperador no lo ha dicho, pero yo os lo puedo confirmar: esto es algo temporal.

A mi lado, Damiel asintió.

—De lo contrario, si deseáis seguir como hasta ahora, viajando de un rincón a otro del planeta, lejos de Albia pero luchando por ella, vuestro camino se encuentra a mi lado —prosiguió él—. Por desgracia el Imperio tiene muchos enemigos a los que debemos silenciar: vosotros decidís si queréis acabar con los de dentro o los de fuera. Sois libres de elegir el camino. Sin presiones, sin rencores.

Incómodos ante el discurso, los Pretores empezaron a moverse por la sala y murmurar por lo bajo. Estaba convencido de que todos tenían la decisión tomada, pero no era fácil enfrentarse a la situación. Demasiados años juntos; demasiados sentimientos.

—¿Y por qué tenemos que dividirnos? —replicó Misi, visiblemente enfadada ante la simple idea—. ¡No tiene sentido! ¡Separarnos nos debilita!

—Es decisión del Emperador —respondió Terry con sencillez—. ¿Acaso pretendes llevarle la contraria?

Terry Swift era demasiado práctico a veces. El Pretor más joven de la Unidad solía actuar con cabeza, midiendo muy bien sus movimientos, pero a veces su pragmatismo me incomodaba. En la Sumer nunca habíamos hecho las cosas sin un motivo claro. Obedecíamos órdenes, sí, pero no como borregos. Reflexionábamos y valorábamos todas las opciones. Él, sin embargo, se saltaba aquel paso. Sencillamente actuaba, sin más.

Órdenes son órdenes.

—Nadie ha hablado de llevarle la contraria —apuntó Lansel—, pero es cierto que estamos hablando de un cambio importante. Aunque tengan el mismo nombre, vamos a convertirnos en dos Unidades diferentes.

—Pero eso no tiene porqué ser malo —reflexionó Nancy—. Tendremos más campo de actuación.

—¡Pero estaremos separados! —insistió Misi, y, volviendo la mirada hacia mí, dio un paso al frente—. Y eso es peligroso... tenemos que decidir, lo sé, Centurión, y lo haré, pero quiero que sepas que no me gusta.

A mí tampoco me gustaba. Era un orgullo ver cómo mi hijo era ascendido a Centurión, por supuesto, y sabía que no habría nadie mejor que él para dirigir una Unidad, pero me dolía tener que separarme de él. Después de tantos años juntos, había imaginado mi futuro siempre a su lado. Separarnos iba a ser un fuerte golpe para la Unidad. Juntos éramos mucho más fuertes.

—Esto es por el bien de Albia, Misi —respondí—. El Emperador confía plenamente en nosotros y no le vamos a fallar.

—Jamás —me secundó Damiel—. Ya sea en Albia o fuera de ella, la Unidad Sumer seguirá cumpliendo con su deber hasta el último de sus días.

Misi volvió a separar los labios, dispuesta a rechistar, pero finalmente optó por tragarse las palabras. Me lanzó una mirada llena de tristeza y, dándose por venida, retrocedió unos pasos hasta quedar tras sus compañeros, en un segundo plano.

—Esto no nos gusta a ninguno, así que no lo alarguemos más —sentencié—. Vosotros decidís.

Sé que no fue fácil para ellos, sobre todo para los más veteranos con los que tanto tiempo llevaba conviviendo. Separarme de los nuevos tampoco era plato de buen gusto, pero lo podía aceptar. Terry, Nancy y Eugene eran gente querida, pero aún no se habían establecido los lazos de unión que convertían a los compañeros en hermanos. Con Misi, Lansel y Marcus, sin embargo, todo era diferente. Aquellos tres chicos eran como hijos para mí: jóvenes a los que había visto crecer y con los que había sufrido y disfrutado todo tipo de vivencias. Gente que había estado a mi lado cuando más los necesitaba... gente con la que había reído y llorado.

Gente por la que daría la vida.

Era duro.

Pero la vida está llena de golpes, y ni aquel era el primero, ni sería el último. Sencillamente era uno más de la lista que, una vez más, no tuve más remedio que acatar con coraje.

El primero en romper la línea fue Terry. La juventud y su pragmatismo le habían facilitado la decisión. Sabía lo que quería, dónde lo quería y, por lo tanto, junto a quién debía quedarse.

—Centurión —me dijo, situándose a mi lado—. Puede contar conmigo hasta el final.

Agradecí su gesto con un ligero ademán de cabeza. Sabía que lo hacía porque quería quedarse en la ciudad y poder disfrutar de su noche y su gente, pero incluso así lo agradecí. Con su edad, yo también habría hecho lo mismo.

Nancy fue la siguiente en tomar la decisión. Se acercó a mí para besarme la mejilla, afectuosa, y tras despedirse con un suave apretón en el antebrazo, acudió al lado de mi hijo. ¿Sorprendente? En absoluto. Hacía tiempo que estaban juntos. Imaginar lo contrario habría sido estúpido.

—Oh, vamos, esto es una mierda —exclamó Lansel.

Y sin mirar a ninguno de los dos a la cara, demasiado furioso como para hacerlo, se situó junto a Nancy, al lado de Damiel. Su decisión, aunque lógica siendo el mejor amigo de mi hijo, fue triste. Aquel bocazas ojeroso siempre había sabido cómo hacerme sonreír en el peor momento. A pesar de ello, lo prefería así. Si alguien podía cuidar de Damiel, ese era, sin duda, Lansel.

El siguiente en unirse a mí fue Eugene Kallen. Desde su llegada a la Unidad habíamos aprendido mucho el uno del otro y quería seguir haciéndolo. El chico era ambicioso: con el tiempo volaría, pero hasta que llegase el momento de tomar la decisión, seguiría muy pegado a mí, absorbiendo al máximo.

Era bienvenido, por supuesto.

—¿Pero de veras esto va en serio? ¿Nos vamos a dividir? —preguntó Misi, cruzando los brazos sobre el pecho a la defensiva—. No me lo puedo creer.

—Pues créetelo —sentenció Marcus a su lado, visiblemente enfadado—. Otro regalito de los Auren: gracias, Sol Invicto. Tú siempre echándonos un cable.

Como era de esperar, Marcus se unió a mi hijo y a Lansel, sus hermanos además de amigos, pero antes de hacerlo me dio un abrazo. De todos, Giordano era probablemente el Pretor más complicado con el que me había relacionado, con centenares de secretos y pocas ganas de compartirlos, pero incluso así sentía un gran aprecio por él. Lo había criado desde adolescente, y aunque en muchas ocasiones me había preguntado si su peculiar carácter no acabaría llevándolo a la tumba, era innegable que se había convertido en uno de los mejores agentes de la Noche que conocía. Alguien en quien confiaría ciegamente mi vida.

Lo iba a echar de menos.

—Solo quedas tú, Misi —dijo Terry, señalando lo evidente—. Vamos, decide.

Misi nos miró a ambos con tristeza. Tenía el corazón dividido.

—¡Pero es que yo no quiero elegir!

—Pero tienes que hacerlo —murmuró Damiel por lo bajo—. Todos lo han hecho.

Misi desvió la mirada hacia el suelo, pensativa. A mi lado, Damiel se estaba poniendo nervioso. Sabía que la quería a su lado, pero jamás se atrevería a decirlo. La relación que los había unido a lo largo de todos aquellos años había cambiado mucho en los últimos tiempos, pero incluso así la consideraba una pieza fundamental de su mundo. Lansel, Marcus y Misi: su pasado, su presente, su futuro.

—Por el Sol Invicto, Misi, ¡decide! —insistió Terry—. ¡Estoy cansado!

—O te callas o no sales vivo de esta sala, Swift —advirtió Lansel, airado—. No hay prisa.

—Es una decisión importante —admití—. Si necesitas algo más de tiempo, podemos esperar unas horas, Misi, pero...

—No será necesario —interrumpió.

Y lanzando una última mirada a Damiel con la que logró hacerle palidecer, Misi decidió unirse a mí.




Una hora después, ya disfrutando de un poco de soledad en mi habitación tras una larga conversación con Damiel, saqué la cartera de piel que me había entregado uno de los guardaespaldas del senador Galedur Morven y la abrí. En su interior, guardado en un sobre negro cerrado con el sello plateado de su familia, se encontraba la lista de nombres de todos aquellos a los que el Emperador pretendía que diese caza y qué quería que hiciera con ellos. Si tenían una cruz junto a la última letra, solo los quería detenidos. Sin embargo, si aparecía una estrella, el destino era totalmente diferente.

Tomé asiento en el borde de la cama y empecé a leer los primeros nombres. La lista era larga y estaba compuesta por todo tipo de personas. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, militares y pensadores... el Senador había seleccionado un auténtico repertorio de nombres en el que toda la sociedad albiana se veía reflejada. Había deportistas, periodistas, profesores, artistas... había absolutamente de todo, incluido actores.

Una actriz, para ser más exactos.

Su nombre se encontraba al final de la hoja y había sido señalado con una cruz, lo que implicaba que no la quería muerta. Con detenerla, tenía suficiente.

Suficiente.

El corazón empezó a latirme con fuerza en el pecho. El Emperador estaba poniéndome a prueba. Quería que demostrase mi lealtad hacia él, y para ello no solo no había dudado en separarme de mi hijo mediano, sino que me pedía que le entregase a la pequeña. Y todo ello después de enviar al destierro al mayor...

Era demasiado.

Estrujé la hoja con fuerza con el puño hasta convertirla en una bola de papel. Acto seguido, tras lanzarla al suelo, estrellé el puño contra el colchón. Lo habría hecho contra la pared, y probablemente la habría atravesado de pura ira, pero no quería que los demás se enterasen de mi malestar. El Emperador estaba poniendo las piezas sobre el tablero y debía ser astuto si no quería que acabasen con las mías. La gran cuestión era, ¿cómo hacerlo?

Cogí el teléfono y marqué el número de Lyenor. Horas atrás, por la mañana, ella había dicho que las decisiones, por muy malas que fueran, podían llegar a ser comprensibles. Que todo dependía de las circunstancias... y aunque en aquel momento no había podido entenderla, ahora empezaba a hacerlo. Respondió al tercer tono.

—Lo estás viendo, ¿verdad? —La voz de Lyenor sonaba cansada—. Llamas por eso.

—¿El qué?

—Pon la televisión.

Obedecí y puse una cadena al azar. Daba igual la que fuese, todas emitían lo mismo: la ejecución de Marcelo Escalar y el resto de hombres y mujeres que la Unidad Cross habían detenido durante los últimos días.

Escalofriante.

—Buena forma de empezar su mandato —murmuré por lo bajo.

—¿Acaso esperabas otra cosa? Llevas décadas acabando con los "enemigos de Albia", no debería ser nuevo para ti.

—No es lo mismo.

—Oh, no, no es lo mismo, por supuesto. —Lyenor soltó una carcajada nerviosa—. Una cosa es dejar un cadáver tirado en un ático, sin testigos y en otro país, y otra es ahorcarlo bajo la atenta mirada de millones de espectadores.

—Lyenor...

Sin necesidad de verla supe que en aquel preciso momento Lyenor se estaba tapando la cara. Quería ocultar que los nervios la estaban traicionando. Ella no era una sádica. Nunca lo había sido.

—Sé que son alborotadores —prosiguió con tristeza—. Gente que puede llegar a provocarnos un serio problema interno si no los detenemos... ¿pero de veras era necesario esto? Tengo la sensación de que tengo las manos manchadas de sangre inocente.

—No lo son —sentencié—. Puede que el castigo haya sido excesivo, pero no son inocentes, Lyenor. Y no es culpa tuya que hayan acabado así, tenlo por seguro.

Lyenor hizo un alto para coger aire.

—Ha habido más... —confesó—. Otras personas. A ellas me pidieron directamente que las eliminase, y así hice. No se lo dije a mis hombres, Aidan, no me atreví a hacerlo, así que lo hice yo sola. Fui a sus casas y acabé con ellos antes incluso de que se diesen cuenta de lo que les iba a pasar. Una escritora, dos locutores de radio, el director de un colegio... y cinco personas más cuya profesión me avergüenza incluso mencionar. Eran buenas personas, estoy convencida.

—¿Ser médico te convierte en buena persona automáticamente? —ironicé—. Lyenor, vamos, eres inteligente: eres fuerte. No dejes que la situación te supere.

—No me supera.

Le dejé unos segundos para que se relajase. Mientras tanto, en la televisión mostraban imágenes de los distintos eventos a los que Marcelo Escalar había acudido en apoyo a los "Voces Rotas". Manifestaciones, reuniones clandestinas, lectura de comunicados... Escalar había participado en tantos acontecimientos que su implicación era innegable. Aquel hombre se había sentenciado hacía semanas.

—Perdona, me he puesto nerviosa —se disculpó—. Me conoces: es impropio de mí.

—Incluso las torres más altas acaban cayendo en algún momento, querida. Por suerte para ti, tienes los brazos más fuertes de toda Albia para sujetarte.

—Lástima que esos brazos estén siempre tan lejos.

—Hasta ahora.

Logré aplacar un poco de la tristeza de Lyenor explicándole lo que había sucedido. Nunca podríamos tener una vida normal como marido y mujer, ambos lo sabíamos, pero el que ahora fuese a pasar más tiempo en la capital cambiaba las cosas. Podríamos pasar más tiempo juntos, compartir nuestras preocupaciones sin necesidad de un teléfono y, con suerte, incluso plantearnos la posibilidad de volver a vivir juntos. Resultaba irónico que hubiésemos pasado más noches juntos antes de casarnos que después.

Pero aunque la división de la Unidad comportase cosas positivas como aquella, Lyenor era plenamente consciente del daño que iba a causarnos la separación. Los Sumer éramos fuertes juntos. Por separado, la cosa cambiaba enormemente.

—El chico está preparado, no me preocupa —le aseguré—. Sé que no puede haber mejor Centurión que él. Y va a estar bien protegido: Jeavoux, Davenzi y Giordano cuidarán de él.

—¿Y qué pasa con Misi? ¿Se queda contigo?

—Así es.

—Vaya... inesperado.

—Sin duda. Estoy convencido de que Damiel aún está en shock. No se lo esperaba... y yo tampoco, la verdad. Pero lo agradezco. La voy a convertir en mi Optio.

La decisión era obvia, pero incluso así me sorprendí a mí mismo al decirla en voz alta. Jamás habría imaginado que aquella situación hubiese podido llegar a darse. Y no porque no estuviese capacitada para ello, que lo estaba, sino que nunca había imaginado un futuro sin Damiel. Me costaba creer que la tradición familiar de padre e hijo luchando juntos se hubiese roto.

—Los tiempos cambian —reflexionó Lyenor—. Dentro de dos días volveré a partir hacia Solaris con un nuevo listado de "enemigos de Albia" entre manos. Podrías venir a casa hasta entonces. Imagino que no pretendes instalarte en el Jardín de lo Susurros, ¿no?

—Aún no he asimilado que vaya a quedarme a vivir aquí un tiempo —admití—. Tengo que pensar en muchas cosas, pero me parece un buen plan. Eso sí, antes tengo que hacer algo.

—¿Empezar tu propia lista? —Al otro lado de la línea, Lyenor sonrió sin humor—. Era por eso por lo que me llamabas, ¿verdad? Uno de mis chicos vio como te entregaban una de esas malditas carteras de piel. ¿Hay algún nombre reseñable?

—Alguno.

Volví a coger la lista del suelo, la estiré y comprobé de nuevo los nombres. La mayoría me resultaban familiares. De una forma u otra, todos estaban directamente relacionados con el Imperio, con su avance y su población. Eran una representación de Albia, con sus luces y sus sombras. Sin ellos, el Imperio perdería el equilibrio.

—Artes Mace y su hermana Lucil Mace son los primeros —comenté—. Él es un legionario, ella una universitaria. Misi dice que tiene un blog de moda bastante popular entre la gente joven.

—Es cierto. ¿Sabes? Vi a Artes Mace hace unas semanas. Luchó junto al príncipe Doric y la Unidad Reiner en Throndall. De hecho, formaba parte del equipo que los acompañaba cuando Doric desapareció. Estaba muy afectado, llevaban muchos años juntos. Hace unos días pidió volver para seguir con la búsqueda, pero se lo han negado. El Emperador no quiere que sigan las búsquedas de momento. Necesita a todos los efectivos preparados para un inminente enfrentamiento con Talos.

—¿Y eso es todo? Sobre los hermanos Mace, me refiero —Negué con la cabeza—. Algo más habrán hecho para que los quieran fuera de juego, imagino.

—Mi querido Aidan, como se nota que has estado fuera de la ciudad durante décadas... —Lyenor dejó escapar una risotada—. Lucil ha creado un blog paralelo al suyo en el que está narrando los horrores de la guerra. En sus escritos se habla de las pocas batallas que luchó su hermano en el norte... pero sobre todo de la desaparición de Doric. De cómo sucedió y de las teorías que hay al respecto... hay voces que apuntan a que todo fue demasiado "casual". A que había muchos intereses en que el príncipe heredero desapareciese. Y si a eso le sumas lo acontecido ayer en la Ciudadela, ya tienes una conspiración sobre la mesa.

Aquello tenía más sentido. La guerra era traumática ya de por sí. La muerte y la sangre siempre dejaban marcados a los soldados. Sin embargo, la batalla en los bosques había ido mucho más allá que una simple escaramuza.

—Deberías echarle un vistazo. Cuenta cosas inquietantes. Ya han bloqueado la dirección para que no se pueda acceder a ella, pero hay "formas" para conseguirlo, ya lo sabes. Lo que cuenta esa chica es espeluznante, te lo aseguro.

—¿Y es cierto? Cualquiera con un poco de imaginación puede inventar lo que sea.

—Siempre quedará la duda... pero estoy convencida de que ella únicamente ha escrito lo que le ha contado su hermano. —Lyenor dejó escapar un suspiro—. Por favor, antes de hacerlo, échale un vistazo. Después haz lo que tengas que hacer, pero...

—El último nombre de la lista es el de Jyn.

El nombre de Jyn resonó con fuerza en la habitación, como si su mera mención hiciese estremecer a las paredes de la guarida. Me llevé la mano al rostro y me cubrí los ojos, tal y como pocos minutos antes había hecho Lyenor. Era una forma absurda de intentar esconderme de la realidad, pero en aquel entonces lo agradecí. Me avergonzaba el mero hecho de pensar que se hubiesen atrevido a poner su nombre en esa lista.

—Imagino que eres consciente de que te están poniendo a prueba —advirtió Lyenor con cautela—. Primero os dividen y ahora hacen esto. No tiene buena pinta, Aidan.

—No sé qué pensar.

—¿Vas a ir a por ella?

—¿A ti qué te parece? Es absurdo el mero hecho de que me lo planteen. No pienso hacerlo.

—Desobedecer a un príncipe es peligroso; desobedecer a un Emperador, un suicidio. —Hubo unos segundos de silencio—. Me encargaré de que salga del país si es que no lo ha hecho ya. Ayer hubo una redada en su casa, pero ya no estaba. Casualmente ella y tu sobrina han desaparecido.

—¿Crees que Diana la ha sacado de Albia?

Antes incluso de responder, di por sentado que diría que sí. Aunque había una diferencia de edad importante, Diana y Jyn tenían muy buena relación. Entre ellas había habido un gran entendimiento desde el principio. Además, Diana era hija de Luther... ¿qué más podía decir?

Dejé escapar un suspiro. Aquello era un alivio.

—Es posible —respondió Lyenor—. Sea como sea, no dejes cabos sin atar, Aidan. Tengo dos días, te ayudaré... pero antes de hacer nada, entra en ese blog, por favor.  

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