Capítulo 42
Capítulo 42 – Davin Valens, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)
El regreso a la civilización no estaba siendo como había imaginado. Tras abandonar la Torre de los Secretos y pasar tres noches en distintos moteles, Lyenor me había llevado hasta la ciudad de Denarium, al sureste de Hésperos.
Denarium era la capital administrativa del este. Más pequeña que Herrengarde, Solaris y Gherreon, el resto de ciudades principales de Albia después de Hésperos, Denarium se encontraba a los pies de la cordillera albiana, a menos de diez kilómetros de las estaciones de esquí. Era una ciudad antigua de avenidas estrechas y edificios bajos entre los que no había cabida para rascacielos ni metros, cuya población se movía mayoritariamente en tranvía y en motocicleta.
En definitiva, un lugar tranquilo.
Me gustaba aquella ciudad. De pequeño había pasado unas vacaciones allí, disfrutando de sus pistas de esquí. Recuerdo que mi madre era una experta en la materia. Nunca nos había explicado cuándo había aprendido a esquiar, pues cada vez que mi padre le hacía la pregunta ella únicamente le guiñaba el ojo como respuesta, pero era de suponer que lo había hecho de pequeña, antes de viajar hasta Hésperos. Sea como fuera, aquel era uno de sus deportes favoritos, y aunque a mi padre nunca le había llegado a convencer apartar los pies del suelo, al final había llegado a cogerle el gustillo a la nieve.
Una lástima que no hubiese vuelto a llevarnos nunca. No puedo decir que fuese un experto en la materia, pero no se me daba nada mal.
—Davin, ¿estás despierto? La Centurión quiere verte.
Estaba despierto, sí. Aquella noche no había podido dormir. Embelesado por el bello paraje que aguardaba más allá de los cristales de la ventana, me había pasado varias horas observando el incesante caer de los copos de nieve sobre las montañas. En la Torre de los Secretos nunca nevaba. Situada demasiado al sur, junto a los acantilados que daban al océano del Verano, muy rara era la ocasión en la que el cielo no estaba despejado. Durante el invierno había tormentas, sí, pero eran tan débiles que apenas levantaban interés. Aquel espectáculo, sin embargo, era totalmente diferente. El cielo blanco, las montañas cubiertas por niebla, el viento arrancando aullidos a los árboles...
Impresionante.
Me incorporé de la cama para dedicar una fugaz mirada a la Pretor que me aguardaba bajo el umbral de la puerta. Su nombre era Nyxia Morcant y era relativamente nueva en la Unidad Cross. Lyenor me había hablado de ella: descendía de una famosa familia de Pretores destacada en Lameliard, el país de los piratas. Ella había nacido en Ossen, en el norte de Albia, pero había pasado la mayor parte de su vida en el oeste del continente, viviendo entre delincuentes y mercaderes. Al parecer, un año atrás había sido convocada por el propio Lucian Auren a la capital y desde entonces formaba parte de la Unidad Cross. El motivo de su regreso era un auténtico misterio, al igual que la mayor parte de su vida. Nyxia era hermética cuando se trataba el tema. No obstante, incluso así, se había integrado bien en el equipo. Lyenor confiaba en ella, y lo que aún era más importante, ella confiaba en su Centurión.
—¿Ha vuelto ya?
—Hace una hora.
—De acuerdo, dile que ahora voy.
Nyxia asintió y abandonó la sala cerrando la puerta tras de sí, lo que me permitió tener una buena visión de su trasero durante unos segundos. No era una mujer atractiva, no voy a mentir, al igual que tampoco lo era yo después del regalo que Talos me había dejado en la cara, pero después de once años en la Torre de los Secretos mi concepto de belleza había cambiado notablemente. Ahora ya no habían chicas feas: sencillamente eran de belleza difícil, nada más.
Pero no era precisamente Nyxia Morcant el motivo por el cual llevaba cerca de una semana instalado en uno de los pisos francos de Denarium. Estaba allí por Lyenor Cross, porque ella había decidido dejarme allí tras sacarme de la Torre de los Secretos asegurando que había un buen motivo, y quería escucharlo.
Me puse la chaqueta para salir de la habitación. Localizado en el ático de uno de los edificios más altos de la ciudad, nuestro escondite era un lugar frío y pequeño en el que las calefacciones no funcionaban demasiado bien. La vivienda no contaba con demasiados muebles, pero tenía lo imprescindible para poder ser habitable. Habitaciones con colchones y mantas, una cocina a medio instalar en la que había dos frigoríficos y tres congeladores, y un baño de estrechísimas dimensiones en el que incluso yo tenía dificultades para entrar en la ducha. Desde luego, habría sido interesante ver a mi hermano o a mi padre probar suerte.
Por fortuna para ellos, dudaba que fuesen a pisar aquel lejano lugar jamás. La estancia de la Unidad Cross allí era temporal. En cuanto acabasen lo que fuese que estuviesen haciendo, aquel lugar quedaría abandonado, y a no ser que alguna otra Unidad lo necesitase, no volvería a ser ocupado en mucho tiempo.
—Lyenor.
La Centurión me estaba esperando en la penumbra de la cocina, sentada en uno de los taburetes con una taza de café humeante en la mano. Parecía pensativa. La saludé con un ademán de cabeza y me adentré en la estancia, prefiriendo dejar la luz apagada, tal y como ella la tenía.
Tomé asiento a su lado, frente al sucio ventanal a través del cual se veían las montañas. En su cima cada vez más nevada la estación de esquí permanecía sumida en el silencio total, cerrada hasta que el tiempo no mejorase.
—Davin —respondió ella dedicándome una breve sonrisa a modo de saludo—. Me alegro de verte. ¿Te han tratado bien?
—No tengo queja.
—Me alegro. Son buenos chicos. ¿Te han contado porqué estamos aquí?
Negué con la cabeza. Lo cierto era que apenas había tenido trato con ellos. Nyxia era con la única con la que había charlado un par de veces, y únicamente del tiempo. Al resto apenas los había visto. Demasiado ocupados, supongo.
—Han sido discretos.
—No esperaba otra cosa. —Lyenor se llevó la taza a los labios y le dio un sorbo. Sus ojos no se apartaban de la ventana—. Hace dos semanas Lucian Auren nos envió en busca de Hilda Veknor. ¿Sabes quién es?
Volví a negar con la cabeza. Me sonaba su nombre, aunque no sabía situarla dentro del panorama albiano.
—Es una reputada escritora que hace novelas históricas. Es bastante innovadora dentro de su estilo. Gracias a sus novelas ha logrado que más jóvenes se interesen por la historia de nuestro país de lo que han conseguido generaciones y generaciones de profesores en las escuelas. Triste, ¿no te parece? —Sonrió sin humor—. No he leído nada suyo, pero por lo visto es bastante atrevida. Mezcla la verdad con la ficción de tal modo que a veces es complicado diferenciarla. Una maestra en lo suyo. Pero a parte de libros, escribe una columna de opinión en el "Dorado" desde hace cinco años.
El "Dorado" era uno de los periódicos de mayor tirada de todo el país. Personalmente no me gustaba demasiado su enfoque, siempre demasiado crítico y sensacionalista con la parte más "violenta" de Albia, pero era innegable que siempre iban a la cabeza. No había noticia que se les escapase.
—Por tu cara veo que te gusta tan poco como a tu padre. —Lyenor rió por lo bajo—. A mí tampoco me gusta lo más mínimo la imagen que tienen de nosotros. Nos pintan como a unos salvajes. No directamente a la Casa de la Noche, desde luego, pero sí a nuestros hermanos de las Espadas. Te sorprendería lo que han llegado a publicar.
—Prefiero no saberlo, la verdad.
—El dueño del "Dorado" se considera un pacifista y ahora que la guerra ha golpeado con fuerza nuestras puertas sus artículos son más duros que nunca. Nos considera culpables de la muerte de "miles de inocentes", tanto de un bando como del otro, entre otras lindezas. En fin, es vomitivo. La cuestión es que hace cinco años que Hilda Vektor empezó a escribir sus columnas de opinión, y aunque en un principio había sido bastante moderada, en los últimos tiempos sus artículos han cruzado la línea roja. De hecho, imagínate cómo eran que hace tres días que decidió abandonar el periódico alegando que le coartaban la libertad... que el gobierno estaba presionando al "Dorado" para impedir que se pudiese expresar con libertad. —Negó con la cabeza—. Es una pacifista empedernida, de esas que no tienen ni puñetera idea de lo que pasa a su alrededor, pero con un altísimo número de seguidores que parecen decididos a seguirla hasta el final. —Dio otro sorbo a su taza—. Intelectuales... Ese tipo de gente es peligroso. Se escudan en la cultura y el saber cuando en realidad son unos auténticos ignorantes. No luchamos por gusto.
—Lo sé —respondí, sorprendido por el desprecio con el que había pronunciado su discurso—. Y ella debería saberlo. Es absurdo, la historia de Albia está teñida de sangre. ¿Cómo puede culparnos ahora de intentar defendernos de los incursores del norte?
Lyenor negó con la cabeza con desagrado. Aquella misión le estaba resultando especialmente incómoda. Matar a los enemigos externos de Albia era una cosa. Tener que perseguir a los internos, sin embargo, era otra totalmente diferente.
—Se ha creado un movimiento pacifista a su alrededor que está empezando a hacer demasiado ruido. Se hacen llamar "las voces rotas de Albia", y exigen la inmediata destitución de la familia Auren del poder. No los consideran aptos para seguir gobernándonos... y mucho menos a Lucian. Dicen que va a acabar destruyéndonos a todos. —Se encogió de hombros—. De momento son simples alborotadores, pero están creciendo notablemente en número. Tienen a varios colectivos a su favor.
—¿Varios colectivos? ¿Qué colectivos? ¿De quién hablas?
—Artistas, músicos, deportistas... empieza a haber caras conocidas, y eso preocupa a Lucian. De hecho, es por ello que nos ha enviado aquí. Quiere que cortemos de raíz ese movimiento antes de que pueda llegar a más.
—¿La tal Hilda Vektor está en la ciudad?
Lyenor asintió con la cabeza, visiblemente cansada. En realidad, para ser más correctos, había estado en la ciudad. Su cuerpo seguía allí, tirado en el suelo del salón de su piso, ahora tirado sobre su propio charco de sangre. El príncipe había ordenado a Lyenor que acabase con la escritora y ella no había tenido más remedio que hacerlo. No obstante, su misión no acababa ahí. El número de miembros de los "Voces Rotas" era amplio, y aunque no todos podían correr la misma suerte, sí que eran varios los que habían entrado en la lista de prioridades del futuro Emperador.
—Vivimos un momento complicado de inestabilidad —explicó—. No podemos permitir que este tipo de movimientos nos dañe más de lo que ya estamos. Son medidas extremas, lo sé, pero son necesarias. Hasta que no tengamos a un Emperador que ocupe el trono, Albia va a ir a la deriva, y precisamente para ello estamos nosotros aquí, para intentar reconducir la situación. Y no va a ser fácil, Davin, hay muchos frentes abiertos. Demasiados... y es por ello que estás aquí. ¿Sabes quien es Marcelo Escalar?
Asentí con la cabeza. Aunque me había pasado los últimos once años totalmente desconectado de la realidad, en ningún momento había perdido el contacto con Jyn. Ella me había ido contando cómo le iban las cosas, cómo había ido a la universidad y la gente con la que se iba relacionando, y el nombre de Marcelo Escalar estaba entre ellos. De hecho, se había convertido en uno de los grandes ejes alrededor de los cuales giraba su vida. Desconocía si solo eran amigos o si había algo más entre ellos, pero aquel hombre la había convertido en una de las actrices revelaciones de los últimos años. El que ahora Lyenor pusiera su nombre sobre la mesa era preocupante, y más en el contexto de la conversación.
Temí lo peor.
—Su nombre ha salido a relucir —prosiguió ante mi respuesta—. Marcelo era uno de los habituales de las manifestaciones en contra de la brutalidad policial en el norte. Allí donde haya una protesta, está él... —Negó con la cabeza—. No me voy a andar con medias tintas, Davin, ese tipo es un auténtico idiota.
—Puede ser, pero ese idiota está muy cerca de mi hermana —respondí con preocupación—. Su nombre no está en la lista, ¿verdad? El de Jyn, me refiero.
—En esta lista en concreto no —me tranquilizó—. Pero sí en otras. Lucian se va a proclamar Emperador en menos de una semana, pero antes quiere ser visto junto a las grandes personalidades socioculturales de Albia. Quiere mejorar su imagen, ya sabes. El aparecer siempre cubierto de sangre en pantalla no es demasiado popular. Va a organizar una fiesta, y en su lista de invitados sí que aparece tu hermana. —Lyenor hizo una breve pausa—. El que una de las mejores amigas de Doric Auren lo apoye como Emperador va a ser un gran golpe de efecto... y si además le sumas que es la actriz fetiche de Marcelo Escalar, imagina. Matará dos pájaros de un tiro.
—¿Y ella quiere?
Lyenor desvió la mirada hacia mí, visiblemente preocupada.
—Si hubiese aceptado la oferta no estarías aquí, Davin —respondió—. Intenté hablar con ella hace unos días, pero no me coge el teléfono. Sé que está bien, uno de mis contactos en el hotel donde está instalada en Solaris me lo ha confirmado, pero me preocupa que no sepa gestionar la situación. Estar en compañía de Marcelo Escalar no le hace ningún bien.
—¿Me pides que hable con ella, verdad?
—Sé que no te gusta lo más mínimo Lucian Auren, Davin, pero me temo que va a ser nuestro Emperador. Preferiría a Doric, desde luego, pero las circunstancias son las que son y debemos ser astutos. Jyn viene de un entorno complicado; si además le sumamos que se encuentra en el círculo de Marcelo Escalar las cosas se podrían complicar mucho para ella si no asiste a esa fiesta. —Negó con la cabeza—. Hazla entrar en razón.
—¿Eso es todo? —ironicé—. No me pides algo fácil precisamente.
Incómodo ante la petición, me puse en pie. No quería que mi hermana se posicionase de lado de Lucian Auren. Odiaba a aquel hombre. Después de todo lo que me había hecho, ahora que todo apuntaba a que iba a ser proclamado Emperador ni tan siquiera me planteaba la posibilidad de volver al Castra Praetoria. Ni me iba a aceptar, ni yo quería servirle. Cuanto más lejos estuviésemos el uno del otro, mejor. Así pues, no quería que Jyn se acercase a él. Aquel hombre no iba a aportarle nada bueno. Al contrario, iba a aprovecharse de ella. Lamentablemente, las circunstancias jugaban en nuestra contra. Desobedecer la llamada del futuro Emperador podría poner a Jyn contra las cuerdas y bajo ningún concepto quería que se uniese a la lista negra de Lyenor. A ella nunca se lo pedirían, era evidente, pero no descartaba la posibilidad de que otro agente de la Noche fuese enviado para acabar con ella en caso de desobedecer.
Maldita sea, era de locos.
—No es fácil, no —admitió— Pero no es lo único que necesito que hagas. No te hemos sacado de la Torre de los Secretos únicamente para que ayudes a tu hermana, Davin. Albia necesita mucho más de ti.
—¿Ahora hablas en boca del Imperio?
Sonrió sin humor.
—Llevas mucho tiempo de vacaciones, Davin, es hora de recuperar el tiempo perdido.
—¿Vacaciones? —Dejé escapar una estruendosa carcajada llena de desazón—. No me hagas reír, Lyenor. Eso no han sido vacaciones, te lo aseguro. ¡Ese lugar es una maldita cárcel!
—Aquí fuera las cosas tampoco han sido fáciles, cariño —replicó ella, dejando la taza sobre la encimera para abrir la ventana y respirar el gélido aire nocturno—. Hay quienes creen que la guerra empezó hace unos meses, cuando Throndall decidió golpear Gherron, pero ambos sabemos que eso no es cierto: Albia no ha dejado nunca de luchar.
—Oh, vamos, Lyenor, sabes que no me refería a eso.
—Lo sé. Eres un Pretor: sabes en qué mundo vives. No obstante, para que no se te olvide, quiero recordártelo. Konstantin Auren lleva muchos años trabajando para que se llegue a un acuerdo de paz con Talos, uno de nuestros enemigos ancestrales. Ese acuerdo por el que todos hemos trabajado duramente, sobre todo mi Unidad, todo sea dicho, va a marcar un antes y un después en la historia de Albia. O lo iba a marcar. Imagino que ya lo sabes, pero Lucian Auren no es partidario de él. Nuestro futuro Emperador odia con toda su alma Talos, y en cuanto llegue al trono, lo paralizará todo. Es más, no me sorprendería que proclamase la guerra contra nuestros vecinos del oeste.
—Ya, bueno, era de suponer —respondí, cruzándome de brazos—. Yo tampoco soy demasiado partidario de ese pacto, no te voy a engañar. Me parece mentira que hay agente que crea en la posibilidad de que Talos y Albia lleguen a un acuerdo. Jamás podremos confiar en ellos.
—Eso no tiene porqué ser así —replicó a la defensiva—. Es cierto que llevamos muchos años de guerra fría, pero las cosas pueden cambiar. Es más, iban a cambiar. El Emperador creía en ello, y yo creía en él.
Todos creíamos en él.
¿Fueron lágrimas lo que entonces brillaron en los ojos de Lyenor? La penumbra reinante me lo impidió ver con claridad, pero estoy casi convencido de ello. Al parecer, la Centurión había pasado los últimos años mucho más unida al Emperador de lo que a simple vista había parecido. Mientras que mi padre luchaba por la causa de Lucian Auren en la Liga Áurea, Cross se había convertido en la mano derecha de Konstantin. Lyenor había participado activamente para tender puentes entre los dos países, y tras muchos años de esfuerzo, lo había logrado. Obviamente el mérito no era solo suyo; muchos habían sido los que habían colaborado en ello, pero consideraba el tema lo suficientemente personal como para involucrarse al máximo.
Le mantuve la mirada durante unos segundos, pensativo. Durante aquella semana había creído ver algo diferente en ella, pero ahora me daba cuenta de que me había equivocado. En realidad no era Lyenor la que había cambiado, sino los ojos con los que la miraba. La Centurión seguía creyendo como siempre había hecho en aquello por lo que luchaba. La diferencia ahora estaba en que, por absurdo que pareciese, podía llegar a entenderla. La comprendía y, en cierto modo, hasta la admiraba. Si ella había sabido perdonar, y así lo había demostrado desobedeciendo órdenes y sacándome de la Torre de los Secretos, yo también.
Irónicamente, empezaba a entender a mi padre.
—¿Qué necesitas de mí, Lyenor? Quiero ayudarte, pero no sé cómo.
—El príncipe se ha rodeado de un grupo de consejeros que impiden que nos acerquemos a él, y cuando lo conseguimos, nos ignora. Ya no nos escucha.
—¿Y crees que a mí sí?
—En absoluto. Si te viese fuera de la Torre lo más probable es que ordenase tu ejecución. —Lyenor negó con la cabeza—. A ti no te escucharía, pero sí a tu tío. Luther Valens es una de las pocas personas que aún tiene acceso a él. No demasiado, pero lo suficiente como para poder intentar hacerle cambiar de opinión.
—¡Pues habla con él! Mi tío te respeta, lo sabes. Si le pidieses ayuda...
Lyenor arqueó ambas cejas, adoptando una expresión de triste diversión. Sabía lo que significaba aquella cara. Estúpido de mí, ¿de veras creía que no lo habría intentado? Conociendo a aquella mujer como la conocía, debería haberlo supuesto.
Dejé escapar un suspiro.
—¿No te hizo caso?
—Los Valens sois demasiado obstinados cuando se os mete algo en la cabeza —dijo, recuperando la sonrisa al ver interés en mí—. Tu tío no cree en una alianza entre Talos y Albia... ni él ni prácticamente nadie, no me voy a engañar. Incluso yo tenía mis dudas cuando empezamos las negociaciones. No obstante, a veces hay que abrir la mente e intentar ver un poco más allá. Ver las cosas con perspectiva... con distancia. Luther está demasiado cerca del príncipe como para poder hacerlo, pero tú, Davin, eres diferente.
—Me pides que apoye una causa en la que no creo —insistí con amargura—. No es fácil.
—Te pido que apoyes la palabra del Emperador —sentenció ella con seguridad—. Él creyó en ese tratado: lo dio todo por él. Ayúdame a que no caiga en el olvido.
—La palabra del Emperador —dije sin poder evitar que una carcajada escapase de mi garganta—. ¿Qué Emperador, Lyenor? Konstantin y Doric Auren están muertos. Ahora Lucian Auren es el Emperador.
—Es cierto, ha muerto, pero eso no implica que haya desaparecido. Konstantin te convirtió en Pretor mientras que Lucian te encerró en la prisión y después en una torre. ¡Y te habría mandado ejecutar de no ser por Doric Auren! —Chasqueó la lengua con desprecio—. No sé tú, pero yo tengo muy claro a quien le debo lealtad.
Tuve ciertas dudas. Había sido educado odiando a Talos. Aquel país nos había dado la espalda cuando aún formaba parte de Albia y había luchado contra nosotros en busca de una independencia que no merecía. Desde entonces nuestros países habían estado enfrentados. Generaciones y generaciones de albianos habíamos crecido repudiando a aquellos que en el pasado se habían revelado. ¿Cómo entender ahora que alguien quisiera tenderle la mano? Éramos muchísimos más y estábamos mejor armados. Si realmente queríamos algo de ellos, ¿por qué no tomarlo a la fuerza? ¿Por qué doblegarnos y tratar de alcanzar un acuerdo? Era difícil de entender... muy, muy difícil de entender, pero no imposible. Como bien decía Lyenor, la distancia permitía ver las cosas con mucha más claridad, y si bien jamás podría creer en esa alianza, sí creía en Konstantin...
Y en ella.
Le tendí la mano.
—Me pides algo imposible, pero puedes confiar en mí. Haré todo lo que pueda para que mi tío te apoye.
—¿Incluso sin creer en la causa? —preguntó ella, tomando mi mano pero sin llegar a estrecharla—. Lo fácil es odiar Talos: el reto es entenderlo.
—No me pidas tampoco milagros. Convenceré a mi tío, pero no intentes convencerme a mí.
Agradecida, Lyenor me estrechó la mano con determinación. Sabía que no iba a ser una tarea fácil, pero si alguien era capaz de hacerlo, sin duda ese alguien era yo. El poder de la sangre era una de las pocas cosas en las que Luther Valens creía, y siendo yo su sobrino favorito no había nadie mejor para hacerle ver las cosas de otra manera.
—Ven.
Tras sellar nuestro acuerdo con el apretón de manos, Lyenor me llevó hasta una de las salas del piso y cerró la puerta tras de mí. La estancia estaba totalmente vacía salvo por unas cuantas cajas de cartón en cuyo interior había recuerdos de los antiguos dueños de la vivienda. Lyenor se arrodilló junto a una de ellas, introdujo la mano en su interior y varios objetos.
Me entregó el primero: una pequeña memoria digital en forma de disco.
—La información que hay en ese disco es confidencial y tiene un único visionado. Tiene información vital... datos de grandísima importancia que el propio Emperador me confió. Una vez se haya abierto se borrará, así que no hagas el idiota: llévaselo a tu tío y que lo vea.
—¿Luther? ¿Y no sería mejor que lo viese el príncipe?
—¿Lucian? —Lyenor negó con la cabeza—. No conozco lo suficiente al príncipe como para saber si sería capaz de comprender la importancia de esa información. Tu tío, sin embargo, es otra cosa. Si es la mitad de listo de lo que finge ser, sabrá qué hacer.
Me guardé el disco en el bolsillo de la chaqueta. Desconocía qué tipo de información podría albergar para que la considerase tan importante pero confiaba encontrar la forma de poder verla antes de entregársela a mi tío. La curiosidad podía llegar a ser un gran enemigo, y más en un caso de tanta envergadura como aquel.
—Davin —insistió, fijando la mirada en mí—. Es muy importante que se lo entregues, ¿de acuerdo? Que lo visualice entero... es posible que sin ello no logres ganártelo para la causa. Asegúrate, ¿de acuerdo?
—Haré lo que pueda.
—Danae es una mujer inteligente: creo que te será más fácil si te la ganas a ella primero. Además, sé que te tiene un gran aprecio.
Me encogí de hombros. Se podría decir que sí, que me tenía un gran aprecio... al igual que se podría decir que no. Con Danae todo siempre quedaba en el aire. Sin embargo, independientemente de cuál fuese nuestra relación, era innegable que era inteligente. Aquella mujer era el cerebro de la Unidad Valens. Y sí, tenía una gran influencia sobre mi tío. Si alguien podía hacerle cambiar de idea, ese alguien era ella.
—Tendré que estrechar lazos con mi tía —dije al fin, dándome por vencido—. Al menos ella me escuchará, estoy convencido.
—Desde luego. Eso sí, no malgastes el disco con ella. Es para tu tío, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, de acuerdo, capto la idea.
—Bien... confío en que harás un buen trabajo. Albia te necesita, Davin. Pero antes de que vayas a Hésperos en busca de tu tío...
Lyenor sacó una pequeña tarjeta circular de color blanco del interior de la caja. Se trataba de la tarjeta personal del antiguo dueño de la casa, un asesor comercial. Le dio la vuelta, sacó una pluma y escribió algo en su superficie. A continuación me la tendió.
Un hotel y un número.
—Solaris —sentenció—. Tienes un coche con el depósito lleno preparado para partir de inmediato. Busca a tu hermana y llévatela a la capital: que vaya a esa fiesta. Sepárala de ese Marcelo Escalar antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y después?
—¿Después? —Lyenor negó con la cabeza—. Después pon a Luther de mi lado y llévate a tu hermana lejos de Albia, Davin. Se acercan tiempos oscuros.
Libertad. Había muchos adjetivos que definían la ciudad de Solaris. Desde cosmopolita hasta revolucionaria, pasando por transgresora e innovadora... pero sin duda, lo que mejor la describía era la palabra libre. La segunda capital del Imperio era un lugar acogedor donde todo el mundo tenía cabida. Un lugar en el que podías encontrar cuánto buscabas, desde comercios a oferta cultural, sin olvidar sus auténticos orígenes. Solaris era una ciudad de contrastes, una ciudad de día y de noche, de playa y de montaña, y aquella tarde, para cuando al fin logré alcanzar el hotel donde se alojaba mi hermana, se convertiría en el escenario donde los Valens volveríamos a encontrarnos años después.
La vida de Jyn había dado varios giros a lo largo de aquellos años. Nos habíamos visto tres veces, y en cada una de las reuniones había conocido a una mujer diferente. La primera, con tan solo veinte años, había sido una Jyn universitaria a la que la mezcla de emociones enturbiaba la mirada. La muerte de sus padres y la sombra del "Fénix" eran aún demasiado cercanas como para haberse podido recuperar del todo, pero estaba saliendo del pozo. Tan solo necesitaba tiempo.
Dos años después habíamos vuelto a vernos, y nuevamente había sido alguien totalmente diferente. En aquel entonces Jyn brillaba con luz propia. Había finalizado los estudios e iba a hacer sus primeros pinitos en el mundo de la interpretación de la mano de Marcelo Escalar. Estaba feliz, ilusionada y enamorada. Incluso llevaba un anillo de compromiso en la mano... pero no llegó a casarse. Al menos no que yo sepa. Tres años después, la última vez que nos vimos, ya era una actriz reconocida en Albia. Seguía estando feliz, aunque de un modo diferente. El brillo que años atrás la había rodeado se había apagado, dejando en su lugar a una preciosa joven con un gran futuro por delante a la que algo preocupaba. ¿El qué? Nunca lo supe, ni tampoco quise saberlo. Estábamos demasiado lejos el uno del otro como para poder actuar, por lo que preferí fingir no darme cuenta de ello. En el fondo, Jyn estaba bien, mucho mejor que cuando años atrás la había dejado junto al príncipe Doric y Nat Trammel, y así esperaba encontrármela. Feliz, contenta... pero con cabeza.
Tras localizar el hotel de Jyn en el corazón de la ciudad y colarme en su interior sin ser visto por sus vigilantes, que no eran pocos, por cierto, me encaminé al pasadizo al final del cual se alojaba. El "Corazón Rojo" era un lugar reservado para las grandes personalidades albianas. Lujoso, elegante y sofisticado, aquel hotel era uno de los sitios más caros y de mayor renombre de toda Solaris. Cientos de personas eran las que a diario se agolpaban en sus puertas a la espera de ver aparecer a sus actores y deportistas favoritos. También se alojaban políticos y altos cargos militares, aunque ellos generaban menor interés. La auténtica joya de la corona eran los personajes como Jyn o Marcelo, y plenamente consciente de ello, el hotel los trataba como auténticos tesoros.
Lástima que no hubiese tesoro alguno que se me resistiese...
Pasaban ya un par de minutos de las cuatro de la tarde cuando golpeé la puerta de la habitación con los nudillos. Había permanecido unos minutos junto a esta tratando de escuchar lo que acontecía en su interior sin éxito. Una de dos, o la habitación era muy grande y ella se encontraba lejos de la puerta o sencillamente no estaba. Sea como fuera, lo importante era que tarde o temprano volvería, así que no perdí la calma. Sencillamente llamé y aguardé con paciencia a que alguien abriese...
Hasta que finalmente lo hizo. Jyn abrió unos centímetros la puerta para ver quién aguardaba al otro lado del umbral. Clavó sus ojos negros en mí, perpleja, y tras casi cinco segundos de silencio en los que aprovechó para mirarme de arriba abajo en un par de ocasiones, abrió del todo.
—¿Davin? —preguntó con estupefacción—. ¿Pero que...? ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo te han soltado?
—Hace poco. ¿Puedo pasar?
Los ojos de mi hermana se ensombrecieron.
—Depende. ¿Quién te manda?
—Nadie, como si no lo supieras. Yo voy por libre.
—Ya, claro. —Jyn cogió el pomo de la puerta y la cerró unos centímetros—. Empezamos mal, Davin. Te voy a hacer la pregunta solo una vez más. Si me mientes, cerraré y llamaré a seguridad.
—¿Que vas a hacer qué?
Ofendido ante la extraña respuesta de mi hermana, apoyé la mano sobre la parte superior de la puerta y la empujé ligeramente hacia dentro, logrando a base de fuerza bruta obligarla a retroceder. Ella trató de detenerme, pero jamás podría hacer sombra a un Pretor.
—¿De veras crees que tu "seguridad" podría hacer algo contra mí? —le susurré en tono de advertencia—. Vamos, déjate de tonterías, no tenemos tiempo para esto.
—Davin...
Al ver que se interponía en mi camino, decidida a no dejarme entrar, al menos no fácilmente, opté por dar mi brazo a torcer. Jyn estaba nerviosa, era evidente. Desconocía qué le había pasado, pero había algo que la asustaba y me horrorizaba la idea de ser yo.
Le tendí la mano.
—Jyn, soy yo —aseguré—. Tu hermano.
—Sé perfectamente quién eres —replicó, luchando consigo misma para mantener la compostura—. Pero aún no has respondido a la maldita pregunta. ¿Quién te envía?
Decidí decir la verdad. De nada servía ocultarlo, tarde o temprano lo sabría, por lo que cuanto antes acabásemos con aquella estupidez, mejor.
—Lyenor. Fue ella quien me sacó de la Torre.
—¿Por qué será que no me sorprende? —respondió con amargura, pero dio un paso atrás para dejarme pasar—. Anda, entra. ¿Qué pasa? ¿Es que acaso no le vale con que no le coja el teléfono durante tres días para entender que no quiero hablar con ella?
—Ya, bueno... yo también me alegro de verte, Jyn —dije.
Y logrando arrancarle una fugaz sonrisa con aquella última frase, entré en su habitación plenamente consciente de que ya nada quedaba de la niña del pasado en ella. Jyn había crecido y como Valens que era, no iba a ser en absoluto fácil hacerla cambiar de opinión.
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