Capítulo 4
Capítulo 4 – Aidan Sumer, 1.792 CIS (Calendario Solar Imperial) - 2 años después
—¿Qué edad tienes, Jyn? —preguntó el periodista.
—Ocho años, señor.
El público lanzó una sonora ovación al escuchar a la niña hablar por primera vez. Hasta entonces Lisa Lainard se había encargado de responder a las preguntas de la entrevista, toda sonrisas y encanto, tal y como siempre había hecho. Durante muchos años ella había sido el centro de atención. La cámara la amaba y ella, en el fondo, también. Con la aparición de la jovencísima bailarina, sin embargo, el foco de atención se había desviado. Ahora todos querían saber sobre la talentosa joven, querían escuchar su voz, saber qué tenía que decir, y tras muchos meses de espera, al fin había llegado el gran momento.
—Ocho años... —exclamó el periodista, con los ojos iluminados. Sin necesidad de números, sabía que gran parte de la audiencia tenía sintonizada su cadena—. ¡Que encantadora! ¿Sabes una cosa, Jyn? Lo que estás consiguiendo es increíble. Hasta ahora la danza clásica había sido un espectáculo seguido por un grupo muy reducido de gente. Se podría decir que siempre ha sido un deporte minoritario... de hecho, creo que a parte del nombre de tu directora, no conozco a ninguna otra bailarina de ballet. Sin embargo, tú has logrado cambiarlo. Toda Albia tiene los ojos fijos en ti: te sigue y te busca por las redes... las niñas quieren ser como tú y los niños suspiran por ti. Incluso los adultos. Has revolucionado el mundo con tu talento y tu personalidad. ¿Eres consciente de ello?
La mirada del periodista se clavó de tal forma en los ojos oscuros de la niña que logró sonrojarla, probablemente incómoda. Aún era demasiado joven para aquel tipo de espectáculos, y muestra de ello era que no sabía reaccionar. Jyn Corven era una niña tímida, alguien a quien habían enseñado a estar en un segundo plano y tanta atención la tenía desconcertada.
—Bueno... —respondió ella.
—Por el Sol Invicto, que tiene solo ocho años... —murmuré, incapaz de reprimirme.
Y aunque debería haber apagado la televisión, no lo hice. Tampoco cambié de canal ni bajé el volumen. No quería escuchar la entrevista. La niña se sentía incómoda, pero ni el entrevistador ni Lainard estaban dispuestos a perder aquella gran ocasión. No cuando había tanto dinero en juego.
—¡Esto es repugnante! ¿¡Es que no lo estás viendo!? —le grité a la pantalla—. ¡Sácala de ahí, maldita bruja! ¡Sácala, o...!
El sonido de unos nudillos al golpear la puerta de mi habitación me interrumpió. Volví la mirada atrás, a la puerta, y me tome unos segundos para reaccionar. Era bastante tarde y no esperaba visita...
Pero volvieron a llamar.
Furioso, lancé el mando de la televisión contra la pared y me levanté para abrir, dispuesto a recibir a gritos al recién llegado. No obstante, me bastó con ver su cara para que el enfado se disipase.
—¿Tú por aquí?
Como de costumbre, al otro lado del umbral se encontraba Lyenor Cross, mi Optio. A mi puerta solían llamar muchas veces, sobre todo de noche, pero siempre acostumbraban a ser las mismas personas. O eran mis chicos, con mis dos hijos a la cabeza, o era ella, no habían más opciones.
—Siento molestarte a estas horas, Aidan, pero...
—¿Qué pasa?
Los ojos castaños de Lyenor Cross se desviaron hacia el interior de la habitación, tal y como siempre hacían cuando tenía que comunicarme algo importante. Consciente de ello, me asomé al pasillo para asegurarme que nadie nos viese y la invité a pasar. Para no variar mi habitación estaba desordenada, pero mi Optio estaba tan acostumbrada a ello que ni tan siquiera reparó en ello. Sencillamente cruzó la sala de piedra y se detuvo frente a la televisión, a la que le dedicó tan solo unos segundos antes de recoger el mando del suelo para apagarla.
—¿Otra vez esa actriz? Voy a empezar a creer que te gusta, Aidan.
—En realidad es una bailarina... y sí, me gusta, como a cualquiera —respondí con sencillez, a sabiendas de cuánto le molestaban aquel tipo de comentarios—. Pero antes de que te pongas celosa, ¿a qué se debe esta visita?
Lyenor Cross era una de las pocas personas que lograba calmar mi conciencia con su mera presencia. Dotada de un aura apaciguadora que parecía activar y desactivar a conveniencia, la segunda al mando de la Unidad Sumer era la mujer más reflexiva y comprensiva que había conocido jamás. Lyenor era la paz durante la tormenta; el oasis en el desierto. Su presencia siempre había logrado apaciguar los ánimos de una unidad formada por agentes que, por decisión de su Centurión, que por cierto, ese era yo, no habían destacado nunca por su tranquilidad precisamente. Mis chicos eran nerviosos y osados como pocos. Por suerte, ahí estaba mi querida Lyenor para calmarlos antes de que cometiesen alguna locura...
—Ribulk, uno de los Centuriones de la Casa del Invierno, ha contactado conmigo. Se han oído disparos en las afueras de la ciudad, en Ellios. Varios agentes se han acercado, pero Ribulk ha preferido que nos encargásemos nosotros.
—¿Nosotros? —respondí, sorprendido ante la petición—. ¿Y por qué íbamos a tener que encargarnos nosotros de ello? ¿Desde cuando hacemos las funciones de vigilancia local? Para eso ya están los "fríos". Que se apañen.
Aproveché los segundos en los que Lyenor demostraba su agotamiento frunciendo el ceño para acercarme al armario y sacar mi uniforme. Ella nunca me molestaba sin motivo. A veces venía de visita para que pasásemos un rato juntos, charlásemos o saliésemos a pasear, pero cuando lo hacía no era ni uniformada ni con aquella expresión ensombreciendo su rostro. No, aquella vez era diferente. Aquella noche Albia quería vernos en acción, y no faltaríamos a su llamada.
—La dirección pertenece a uno de los nuestros, Centurión —explicó—. Un tal Julian Giordano, ¿te suena? He estado revisando la base de datos y...
—Era uno de los nuestros, sí —respondí de inmediato—. Se jubiló hace diez o quince años. Un buen tipo, sí. No he trabajado con él, pero le conocía. ¿Y dices que ha sido en su casa?
—Eso parece. Me he estado informando: por lo visto tiene un hijo que pertenece a la Casa de las Espadas. He pensado en avisarlo, pero se encuentra en la frontera, luchando con los salvajes del norte. Quizás mejor ocuparnos nosotros, ¿no crees?
Lyenor no se equivocaba. Aunque de aquel tipo de problemas solían ocuparse los agentes del Invierno, a los miembros de la Noche nos gustaba limpiar nuestros trapos en casa, y así se lo habíamos hecho saber en varias ocasiones hasta que se les había metido en sus duras y congeladas cabezas. Y no había sido fácil, la verdad. Aunque las Casas Pretorianas estuviesen divididas, se suponía que todos éramos hermanos; que todos luchábamos por la misma causa. Albia ante todo. Albia por encima de todo, etc, etc, etc, y así era, desde luego. Mi misión en la vida era asegurar el bienestar de mi país, pero ni mis métodos ni mi campo de acción era los mismos que los de mis compañeros. Precisamente por ello, dado que yo no me metía en las batallas cuerpo a cuerpo que capitaneaban mis hermanos de las Espadas, ni tampoco en asuntos burocráticos propios de los Coronas, tampoco quería que el resto se metiese en mi campo de acción.
Y aquel caso, a no ser que estuviese muy equivocado, que lo dudaba, era cosa nuestra.
—Avisa a los chicos, salimos en diez minutos.
Los agentes de la Noche teníamos a nuestra disposición una zona secreta en el barrio de los Canales Nuevos conocida como el Jardín de los Susurros. Aquel lugar tenía el acceso limitado a los agentes de nuestra Casa, por lo que no era común ver a ningún extraño por los alrededores. A pesar de ello, los barracones de las unidades no estaban a la vista. Ocultos en los subterráneos de un gran jardín, cada una de las unidades disponíamos de distintas criptas diseminadas por la zona en cuyo interior se encontraban los accesos secretos a las instalaciones. En nuestro caso, la Unidad Sumer se ocultaba en el corazón de una diminuta cripta de varios siglos de antigüedad, en un claro especialmente soleado lleno de girasoles. Un lugar bello y luminoso en el que, irónicamente, se ocultaban las sombras más peligrosas de toda Albia.
Nuestras instalaciones no eran especialmente cálidas, ni tampoco cómodas. Las habitaciones eran estrechas y cavernosas, con suelos y techos de piedra y una oscuridad reinante casi total. Por suerte, habituados como estábamos a las sombras, nos bastaba con unas cuantas antorchas en los pasadizos y una vela en cada estancia para poder sentirnos seguros.
Aunque aquel lugar no estaba destinado para que los agentes de la noche lo convirtiésemos en nuestro hogar, lo cierto era que aquel escondite me había permitido alejarme de la oscura realidad que en tantas ocasiones me había esperado más allá de los muros del Palacio Real. Mi auténtico hogar se encontraba en las afueras de Hésperos, en Luxia. Allí mi mujer y yo habíamos invertido nuestros ahorros para comprarnos una pequeña casa perfecta para criar a nuestros hijos. Y durante unos años habíamos sido muy felices. Primero Davin y después Damiel. Ambos habían nacido bajo aquel techo, y durante sus primeros años de vida habían crecido fuertes y sanos, siempre bajo la atenta mirada de mi querida mujer. Un tiempo después, había sido la pequeña la que se había unido a la familia, y aunque tan solo lo había hecho durante un tiempo muy breve, aquella etapa había sido la más feliz de mi vida. Después la mala suerte se había cebado con nosotros de tal forma que no me había atrevido a volver. Por suerte para mí, mis hijos jamás habían puesto en duda mi decisión. Después de su etapa en la Castra Praetoria, ambos se habían instalado definitivamente en el Jardín de los Susurros, tal y como había hecho yo, y jamás habían pedido volver a Luxia. Así pues, aquel laberinto subterráneo se había convertido en nuestro hogar, y poco a poco el resto de miembros de la Unidad se habían ido sumando a nosotros, llenando de luz un lugar oscuro y frío que, en aquel entonces, tenía más vida que nunca.
—Ellios se encuentra a tan solo quince kilómetros de aquí —anuncié a mis chicos tan pronto todos acudieron a la llamada en la sala de reuniones—. Nos dividiremos en dos grupos. Lansel, Damiel y Davin, vosotros os quedaréis en los alrededores de la casa, vigilando el perímetro. No quiero que nadie entre o salga. Lyenor os organizará. Olic, Mia y yo entraremos. Bien, pongámonos en marcha.
Pocos hombres había tan afortunados como yo de poder trabajar con sus hijos. Aunque aún eran muy jóvenes, sobre todo Damiel, que acababa de entrar como aprendiz en la Unidad con quince años, ambos habían demostrado a su peculiar manera cuánto deseaban convertirse en auténticos agentes de la Noche. Damiel lo hacía a base de fuerza bruta y potencial, demostrando con cada uno de sus actos que la sangre Sumer ardía con fuerza en sus venas. Como habría dicho mi hermano gemelo de haber seguido con vida, aquel muchacho era un pura raza. Davin, sin embargo, tenía ciertas dificultades para demostrar su talento, pues estaba tardando mucho más que su hermano en liberarlo, pero gozaba de una mente tan afilada que cubría sus carencias físicas a base de intelecto. Y precisamente porque era tan listo como lo había sido su madre, no se le escapaba una.
—Me ha visto —me advirtió Cross nada más subir al coche y cerrar la puerta.
Nos pusimos en marcha de inmediato. El resto de agentes viajaban en el furgón de Olic Torrequemada, lo que nos permitía tener un poco de intimidad. La unión entre Centurión y Optio era habitual en todas las unidades, y en la nuestra no era diferente. Cross, además de ser una gran amiga y la mujer en la que más confiaba en toda Albia, sería mi sustituta el día de mañana, por lo que tenía que mantenerla lo más cerca de mí posible, enseñándole todo cuanto sabía. La teoría decía que, teniendo yo tan solo cuarenta y seis años, aún me quedarían muchas décadas de mandato al frente de la unidad Sumer, pero nunca se sabía lo que podría llegar a suceder. El destino era incierto y más que nunca, al menos desde que mi hermano muriese en una de las operaciones y tres años después le siguiesen mis mujeres, era consciente de que la muerte me podía llevar en cualquier momento.
—¿Tú crees? —pregunté, dubitativo—. Han sido tan solo un par de minutos.
—Sí, Aidan, estoy segura. Estaba apoyado en el marco de su puerta cuando he salido. Y me ha visto, vaya que si me ha visto... me ha dedicado una de esas miradas suyas. Creo que de haber podido, me habría apuñalado en ese mismo momento.
—Qué exagerada eres —dije, y me encogí de hombros—. No le des mayor importancia, no es para tanto.
—Mientras me obedezca, no habrá problema.
—Dudo que no lo haga. Es un chico listo, simplemente... en fin, ¿qué te voy a contar que no sepas, Cross? Cinco años es demasiado poco tiempo.
Sabía que Davin me iba a dar problemas. Lo había sabido desde el primer día, cuando su tío había intentado captarlo para su Unidad y en su mirada había visto la duda, pero incluso así había querido que siguiese con la tradición familiar y acabase a mi lado. Pero me había equivocado. En aquel entonces aún no era consciente de ello, pero en el fondo de mi alma lo sabía.
El cielo ya estaba cubierto de sombras cuando alcanzamos Ellios. Recorrí sus calles a velocidad baja, atento a cuanto sucedía a mi alrededor, hasta localizar el palacete donde se habían escuchado los disparos. Como era de esperar, a pesar de la insistencia de los agentes del Invierno de que se quedasen en sus casas, varios vecinos seguían por los alrededores, curioseando.
Me pregunté cuál de ellos habría sido el que habría escuchado los disparos.
Fuese cual fuese la respuesta, poco importaba a aquellas alturas. Aparqué el vehículo tras el furgón de mis colegas del Invierno y bajé a su encuentro, con el casco bajo el brazo y el arma enfundada.
Los dos agentes, simples Pretores recién nombrados por su aspecto juvenil, se cuadraron de inmediato al verme aparecer.
—¿Qué ha pasado? —pregunté sin rodeos—. ¿Qué sabéis?
El resto de mi Unidad llegó a la zona pocos minutos después, justo cuando los dos agentes acababan de informarme sobre lo ocurrido. No había demasiada información. Los vecinos habían oído disparos y nadie respondía al teléfono ni a la puerta. También había habido movimiento de coches, gritos y, en general, mucho desconcierto, pero nadie había visto nada con claridad. O al menos no se atrevían a hablar, claro. Aunque de los Albianos se decía que no temíamos ni a la mismísima muerte, no éramos estúpidos y sabíamos cuándo debíamos callar. Y si había agentes de las Casas Pretorianas de por medio, mejor no decir nada, por si acaso.
Mia Dummas y Olic Torrequemada ya me estaban esperando junto a la verja de entrada cuando me encaminé hacia el palacete. Una vez juntos, sin necesidad de mediar palabra, los tres nos fundimos con la oscuridad, convirtiéndonos en sombras al ojo humano. Escalamos con destreza el murete oriental que separaba el frondoso jardín de la calle y, dejando ya atrás el alumbrado de Ellios, nos adentramos en la residencia.
Tan pronto como empezamos a avanzar, los tres percibimos algo en el ambiente. No podría describirlo con palabras, pues en el fondo no era nada físico, sino algo que tan solo unas mentes ya experimentadas como las nuestras podían percibir. En aquel lugar había sucedido algo, y a cada paso que dábamos, más fuerte era su percepción. Conscientes de ello, los tres desenfundamos nuestras pistolas y aceleramos el paso, asegurándonos que las hojas no crepitasen bajo las suelas de nuestras botas. Si había aún con vida en la casa, no queríamos alertarlo...
Aunque dudaba que a aquellas alturas fuésemos a encontrar nada.
Tardamos tan solo unos minutos en alcanzar el edificio principal. Tras una larga vida de servicio, Julian Giordano se había jubilado relativamente joven junto a su mujer, una legionaria de la I Legión. Personalmente no había trabajado nunca con ninguno de los dos, pero conocía al agente de vista. Giordano, como la mayoría de veteranos que lograban sobrevivir a su carrera profesional, se había convertido en una leyenda viva dentro de nuestra Casa, y tener que enfrentarme a lo que fuese que había pasado en su hogar no era agradable.
—Dummas, Torrequemada, rodead el edificio y buscad algún acceso trasero. Yo entraré por delante.
Aguardé a que mis hombres se perdiesen más allá de los muros para encaminarme hacia el pórtico de entrada. A simple vista el palacete parecía estar en calma, con los torreones rasgando la noche en silencio y sin luz, como si no hubiese nadie dentro. Ascendí la escalinata que daba al porche y me detuve junto a la puerta para comprobar la cerradura. Tal y como me imaginaba, no la habían forzado. Apoyé la mano sobre el pomo y me bastó con empujarlo para que la puerta se abriese hacia dentro, lanzándome una desagradable bocanada de olor a metal como bienvenida.
Apreté los dedos alrededor de la culata del arma. Aunque no quería pensar en ello, me resultaba complicado no sospechar lo ocurrido. De vez en cuando a alguno de nuestros veteranos se les iba la cabeza a causa de la inactividad y pasaban cosas de estas. No era demasiado común, pues en realidad apenas había jubilaciones, pero lo había visto en suficientes ocasiones como para que, en aquel entonces, sospechara.
Me adentré en el recibidor de la casa en silencio, con la pistola entre manos. Como cabía esperar, el palacete había sido decorado con gusto, con bonitos cuadros y tapetes en las paredes pintadas de gris. También había jarrones con flores secas y alfombras, pero lo que más abundaba eran grandes piezas de mobiliario negro, todas ellas de aspecto rústico, y fotografías familiares.
Me detuve a comprobar uno de los marcos. En él, abrazados y sonriendo a la cámara, Julian aparecía junto a los que probablemente fuesen su hijo y su nieto. El parecido entre ellos era tremendo. Contemplé la imagen durante unos segundos, pensativo, y volví a dejarla antes de encaminarme hacia el salón principal. Una vez en él, rodeado de sillones de cuero negros y paredes empapeladas en fotografías, me detuve junto a las escaleras que daban al piso superior. Un rastro de sangre cruzaba sus peldaños dirección hacia una puerta lateral, probablemente una cocina.
—Giordano —dije, rompiendo así el silencio reinante—. Soy Aidan Sumer, Centurión de la Unidad Sumer, de la Casa de la Noche. Si te encuentras por aquí, te recomiendo que te muestres. Tanto mis hombres como yo estamos armados y dispararemos si nos sentimos amenazados. Conoces el procedimiento.
Seguí el rastro atento a cuanto acontecía a mi alrededor. La casa parecía totalmente abandonada, y no descartaba que así fuera. Aunque no siempre funcionase, el fragmento de Magna Lux que latía en mi pecho reaccionaba ante la presencia de otros. Era como si, de alguna forma, me informase sobre la presencia de otros agentes de la Noche. En aquel entonces, sin embargo, no emitía señal alguna. El salón estaba vacío y, como pronto descubriría, aunque en la cocina había alguien, estaba muerto.
—Oh, vamos... —murmuré al agacharme junto al cuerpo de una mujer de edad ya avanzada, presuntamente la mujer de Giordano—. Maldita sea.
Tras comprobar que no estaba viva, giré su cuerpo para inspeccionar su espalda. Dibujando feas heridas en la piel, varias cuchilladas repartidas desde la nuca hasta los riñones habían sido las causantes de su muerte.
Volví a girar el cuerpo con cuidado, sin importarme que ya no pudiese sentir dolor, y me incorporé. A mi alrededor la cocina estaba ordenada, con los platos metidos en los armarios y los cubiertos en los cajones. Lo único que había fuera de lugar era una bandeja depositada sobre la encimera en cuya superficie, repartidos en platitos de cerámica azul, había cinco tazas.
Comprobé que el café ya estaba frío.
Encontré el cuerpo cuyo rastro de sangre me había llevado hasta la cocina metido en la despensa, tirado sin cuidado alguno sobre unos sacos de arroz. Se trataba del cuerpo de una mujer joven de larga cabellera rubia, de no más de veinte años. Al igual que a la anciana, a ella también la habían apuñalado, aunque en su caso había sido en el pecho. Conté de nuevo hasta cinco heridas, todas ellas mortales, y dejé el cuerpo donde estaba, evitando así poder destruir alguna prueba.
Me tomé unos minutos para investigar la sala.
Poco después regresé al salón con la amarga sensación de que aquello no había hecho más que empezar. Los Giordano no estaban solos aquella noche, por lo que todo apuntaba a que encontraría más cadáveres. Y por desgracia, así fue. En la planta superior me esperaban tres sorpresas más. Dos de ellas aguardaban en una habitación de niños, y se trataba de una mujer de mediana edad a la que habían asesinado con un disparo a quemarropa, y una niña de poco más de cinco años. La cría, a diferencia de la mujer, la cual supuse que era su madre por el parecido, había muerto estrangulada en su propia cama.
Terrible.
La última sorpresa se encontraba en la sala contigua, un pequeño despacho con muebles de madera y chimenea encendida, donde localicé el fragmento de Magna Lux que pertenecía a Julian Giordano. De su cuerpo no quedaba ni rastro, tal y como sucedía con todos los agentes Pretorianos, pero tampoco había ningún arma a su alrededor con la que se pudiese haber quitado la vida, por lo que comprendí de inmediato que él no había sido el culpable de aquella barbarie.
Alguien había asesinado a toda la familia, incluido al antiguo Centurión, y había escapado.
Media hora después, con la casa ya totalmente iluminada y Mia Dummas y Olic Torrequemada trabajando en busca de pruebas, me reuní con Cross en el salón principal. Hacía diez minutos que les había ordenado a ella y al resto de los chicos que regresasen, pero únicamente ella había obedecido. Davin, Damiel y Lansel seguían fuera, en los jardines, siguiendo un rastro que, como la propia Cross confirmaría, tan solo los más jóvenes habían sido capaces de detectar.
—Hemos podido identificar ya los cuerpos, Centurión. Como sospechábamos, el de la mujer de mayor edad es el de Clia Giordano, la esposa de Julian. La mujer del piso superior es Lana, su hija mayor, y la niña se llamaba Claire. Era la nieta de Julian. Por lo visto, habían decidido hacer una visita a la familia. Como ya te comenté, el hijo de Giordano pertenece a la Casa de las Espadas y se encuentra en el norte. Imagino que aprovechando su ausencia su mujer decidió ir a hacer una visita a los abuelos paternos.
Un escalofrío me recorrió la espalda al escuchar lo que Lyenor narraba. Teniendo en cuenta mis antecedentes, resultaba complicado no sentirse un poco identificado con lo sucedido.
—¿Has contactado con su Unidad? —pregunté, tratando de mantener la cabeza lo más despejada posible—. Aunque estén en el norte, suelen estar localizables.
—Aún no, pero no tardaré en hacerlo.
—Explícale lo que ha pasado, pero no entres en detalles. No hasta que no esté aquí.
—De acuerdo, Centurión —dijo Lyenor, y prosiguió con la explicación—. Como te decía, hemos logrado identificar todos los cuerpos, incluido el de la mujer de la despensa. Ella no pertenece a la familia, o al menos no por el momento. He encontrado sus pertenencias en una de las habitaciones y todo apunta a que no venía sola. Puede que me equivoque, pero creo que es una amiga de Mina Giordano, la hija pequeña de Giordano. Por sus pertenencias, yo diría que debe rondar los veinte años... veinticinco como mucho.
—¿Otra hija? —respondí, sorprendido—. Pero de ella no hay ni rastro.
—No... no lo hay... —admitió mi Optio, sombría—. Ni tampoco del otro nieto de los Giordano, Marco. De él también he encontrado cosas, Aidan.
No pude evitar que un suspiro de agotamiento escapase de mis labios. Aquello se complicaba. Encontrar cadáveres era malo, muy malo, pero que hubiese desaparecidos era aún peor. Sobre ellos recaían las sospechas, y si bien en cualquier otra situación nadie habría podido llegar a sospechar de un niño o de una joven de veinte años, en aquel entonces nadie estaba libre de culpa.
No hasta que no se demostrase lo contrario.
—Contacta de inmediato con el hijo de Giordano y dile que venga, lo necesitamos. Con gran parte de su familia muerta y su hermana y su hijo desaparecidos, creo que lo mejor que puede hacer es estar aquí.
—A sus órdenes, Centurión.
Salí al exterior del palacete con una desagradable sensación de déjà vu. Me alejé unos pasos de la escalinata de entrada y cerré los ojos. El aire frío de la noche siempre me había ayudado a silenciar los fantasmas del pasado. Con suerte, dependiendo de lo que encontrasen mis hombres, el caso quedaría en manos de la antigua unidad de Giordano y nosotros podríamos seguir con nuestra misión en la frontera de Talos. Haber regresado después de pasar unos meses allí, al pie del cañón, había sido buena idea. A todos nos había sentado bien volver a la civilización y respirar un poco del aire de Hésperos. No obstante, el regreso a la ciudad conllevaba este tipo de situaciones que, al menos de momento, no quería tener que vivir.
Saqué el teléfono móvil y comprobé que no tenía ninguna llamada ni ningún mensaje. En otros tiempos no había habido noche que mi hermano no me hubiese mandado algún audio o fotografía. Y si no era él, era mi mujer, siempre con una sonrisa en la cara.
O Luther, claro. Aunque ahora ni nos mirábamos a la cara, en otros tiempos habíamos sido inseparables...
Pensar en él me hizo recordar la entrevista con la que había empezado la noche. A mi memoria volvió el recuerdo de Lainard y la niña y con él una desagradable sensación de traición. Aunque el caso Giordano me hubiese distraído momentáneamente, me seguía pareciendo totalmente inaceptable aquella situación.
Marqué el número de Luther y me llevé el teléfono a la oreja. Antes de que llegase a dar el primer tono, sin embargo, la repentina aparición de Davin entre los árboles captó mi atención. Corté la llamada de inmediato y me encaminé a la carrera hacia donde se encontraba el mayor de mis hijos.
Bajo la luz de la luna, sus ojos oscuros brillaban con nerviosismo.
—¿Qué pasa, Davin?
—¡Padre! —exclamó al verme, alterado—. ¡Hemos encontrado a alguien!
—¿A alguien? —respondí yo con sorpresa, situándome ya a su altura—. ¿De quién se trata?
—¡Es un niño, pad... Centurión! Lansel y Damiel lo encontraron junto a una piscina, oculto entre los setos. Hemos intentado hablar con él, pero está inconsciente y no hay forma de despertarlo. Tiene varias heridas en la espalda, y...
—De acuerdo —le interrumpí, y apretando su hombro con suavidad, orgulloso, dirigí la mirada al frente—. Llévame hasta él, rápido.
Aquella noche mis hijos y Lansel Jeavoux salvaron la vida de Marcus Giordano, un niño de ocho años al que el asesino de su familia había atacado cuando se encontraba en los jardines, jugando con un balón. Según contaría unos días después, tras pasar toda la semana hospitalizado al borde de la muerte, no había logrado ver la cara de su agresor, pues le había atacado por la espalda, pero sí había podido oír a su tía gritar. Aquel testimonio provocó que muchos llegasen a la conclusión de que, fuese quien fuese el culpable, además de acabar con gran parte de la familia, había cogido como rehén a la hija menor de Giordano.
Pasamos quince días trabajando en Ellios. Días en los que, tras inspeccionar todo el palacete de arriba abajo, lo único que obtuvimos fueron huellas de todos los familiares y ninguna del presunto asesino. A pesar de ello, el testimonio del pequeño Marcus ponía sobre el tablero de juego a una persona más, alguien externo a su familia, y todos quisimos creerlo.
Pero que quisiera hacerlo no implicaba que lo consiguiese.
Sea como fuere, pasamos un par de semanas más ocupados de lo esperado. Tan ocupados que no fue hasta que un mes después de lo ocurrido, sentado en la barra de "La Espada y la Luz", dispuesto a beberme una cerveza en compañía de mis chicos, volví a ver a Lisa Lainard en la televisión acompañada por la joven bailarina y volví a pensar en ella.
Y volvió a horrorizarme.
—Aidan, en serio... —me susurró Lyenor disimuladamente—, al final vas a conseguir que me ponga celosa. ¿Qué demonios te pasa con esa mujer?
Por suerte, siempre fui un auténtico experto disimulando.
—¿De veras me lo preguntas? Vamos, Cross, solo hay que mirarla —dije, y haciendo un gran esfuerzo para apartar de mi mente a las bailarinas, alcé mi cerveza—. En fin, chicos, brindemos. No sé cuándo vamos a volver a pisar Hésperos, así que disfrutemos de la noche. Talos nos espera. ¡Por la unidad Sumer!
—¡Por la Unidad! —repitieron todos a coro.
Aquella noche disfruté de la compañía de mis hombres, de mis hijos y de mis amigos. Tal y como temía, tardaríamos varios meses en volver a Hésperos, con lo que aquello comportaba. Y sí, intenté no mirar a la pantalla, fingir que no escuchaba la entrevista y, en general, que no era consciente de lo que estaba sucediendo, pero no fue fácil. Resultaba complicado ignorar lo evidente... al igual que también era difícil no percibir las miradas llenas de recelo que Davin lanzaba a mi Optio. El mayor de mis hijos se había dado cuenta que ya no solo era la amistad lo que me unía a Lyenor y no le gustaba. Por suerte, mientras solo fuesen miradas, no me preocupaba demasiado. Además, Damiel, el pequeño, era muy feliz con su nueva etapa como novato y eso era suficiente para mí. Como ya he dicho antes, pocos eran los afortunados que, como yo, podían trabajar con sus hijos.
Y sí, en el fondo todo iba bien. Tenía a mis hijos a mi lado, amigos y a una mujer gracias a la que estaba logrando levantar cabeza... pero mientras Lisa Lainard siguiese saliendo en la televisión, no podría estar tranquilo. Y es que, aunque nunca lo admitiese, lo cierto era que no era precisamente a Lainard la que llamaba mi atención.
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